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domingo, 28 de julio de 2013

Episcopado acomplejado (Fray Gerundio)


Episcopado acomplejado…
…, desnortado, desviado y mendigando afecto juvenil.

Reconozco que después de ver este vídeo, se me han quitado las ganas de escribir. No puedo hacer comentarios sobre él. Lo dejo al juicio de los lectores.

“Ellos hablan del mundo, porque son del mundo”
“Heriré al Pastor y se dispersarán las ovejas”




Fray Gerundio, 28 de Julio de 2013

miércoles, 24 de julio de 2013

"Se dicen" católicos... ¡pero no lo son! (José Martí)


[Las ideas que siguen están tomadas de algunas de las homilías del padre Alfonso Gálvez, fundador de la Sociedad de Jesucristo Sacerdote. Sin que sea necesario volver a repetirlo, diré que prácticamente todos los escritos de este blog deben su inspiración a cuanto he aprendido en mi trato directo con él (hace ya muchos años) así como en la lectura de sus libros y en la escucha de sus homilías. Si hubiese algún error en lo que escribo -que espero que no- ése me pertenece a mí en propiedad. Conocí a este santo sacerdote (o debería decir mejor que me conoció) siendo yo un niño: ha influido decisivamente en mi vida y le estoy inmensamente agradecido porque puedo decir, con toda verdad y en presencia de Dios, que mi conocimiento y mi amor al Señor se deben fundamentalmente a él.  Dios ha querido servirse de él para que yo pueda conocerlo y amarlo. Vaya desde aquí todo mi reconocimiento y mi gratitud.]

Existen millones de católicos que piensan que son católicos y que, en realidad, no lo son: la religión que viven nada tiene que ver con el catolicismo. Y así se da el caso, bastante frecuente, de católicos que creen que pueden seguir siendo católicos... y considerar normal, o incluso un progreso, cosas tales como el divorcio, el aborto o la homosexualidad; que ven como algo natural la ordenación de mujeres al ministerio sagrado; que creen sólo en lo que quieren creer y no creen en lo que no quieren creer; que no aceptan la autoridad del Papa; que no creen en la divinidad de Jesucristo o en su Presencia Real en la Eucaristía; que no creen en la virginidad de la Virgen María; que piensan que no existe el infierno o que, si existe, está vacío; que creen que todos los hombres se van a salvar, lo sepan o no, lo quieran o no lo quieran, etc.

Se impone aquí ser sincero; y llamar a las cosas por su nombre: al pan, pan y al vino, vino. Las cosas son como son. En concreto, ser católico es aceptar plenamente las enseñanzas de la Iglesia Católica, las que durante milenios ha enseñado como pertenecientes a la ética cristiana, con todos sus dogmas incluidos. Nos podemos encontrar, por ejemplo, con alguien que dice: Yo soy católico, pero no creo en la divinidad de Jesucristo, porque eso no lo acepta mi razón... pero ¿desde cuándo se ha dicho que el Cristianismo puede caber en los estrechos parámetros del cerebro humano? El Cristianismo es una Religión Revelada y no es algo que hayan inventado los hombres; nada tiene que ver con nuestros gustos personales

Jesucristo se definió a Sí mismo como Verdad:  "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). "Yo para esto he nacido y para eso vine al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz" (Jn 18, 37). De un católico que viva una religión que nada tiene que ver con el catolicismo no se puede honradamente decir que es católico. Será... cualquier cosa pero, desde luego, no es católico (aunque confiese serlo), pues lo que cree y practica nada tiene que ver con la fe católica. Son muchos los que han optado libremente por abandonar a Dios, hay todavía muchos más que piensan que son católicos... ¡y no lo son!  Un católico que admita el divorcio, el aborto, el adulterio, la homosexualidad, ..., ¡es una contradicción!  

El catolicismo de hoy está vacío y sin contenido, falto de verdadera fe. Dios ha sido desplazado por el hombre. Y es que la mentira se ha adueñado del mundo. Cuando Jesús habla del Diablo  dice de él que es mentiroso y padre de la mentira (Jn 8, 44) y le llama príncipe de este mundo ( Jn 12,31).  En la primera carta de San Juan se lee que "el mundo entero está bajo el poder del Maligno" (1 Jn 5, 19). San Pablo en su segunda carta a Timoteo escribía: "Has de saber esto: que en los últimos días sobrevendrán tiempos difíciles. Pues los hombres serán egoístas, avaros, altivos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, criminales, desnaturalizados, desleales, calumniadores, incontinentes, salvajes, sin bondad, traidores, temerarios, hinchados, amantes del placer más que de Dios" (2 Tim 3, 1-4).  Y dice más adelante: "Vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, dejándose llevar de sus caprichos, reunirán en torno a sí maestros que halaguen sus oídos, y se apartarán de la verdad volviéndose a las fábulas" (2 Tim 4, 3-4)

¿Es que acaso estamos ya en los últimos tiempos? Muchos dirán que no, que esto ha ocurrido siempre; y que el mundo sigue: el mismo Señor dijo que el final sólo Él lo sabe, pero no nos ha sido revelado. Y así es: es verdad que sólo Dios conoce cuándo tendrá lugar la Parusía, la segunda venida de Jesús para juzgar a unos y a otros. Pero, si bien eso es verdad -y por la misma razón- tampoco se puede decir que no estamos en el final de los tiempos. Esto fue lo que dijo Jesús: "Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora" (Mt 25,13). "Estad preparados porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre" (Lc 12, 40). Es decir: la última hora será precisamente cuando estemos convencidos de que no es la última hora y que no ha llegado el momento todavía.

No deberíamos tomar a broma estas palabras de Jesús e ignorarlas, como si no hubiesen sido pronunciadas, porque son sus palabras: "El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán" (Mt 24,35). Deberíamos, por lo tanto, estar preparados en todo momento...¡ahora!: "Velad porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor" (Mt 24,42).

Y el modo de prepararnos es seguir el consejo de San Pablo, que nos decía: "No os acomodéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, de modo que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios, esto es, lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rom 12,2), lo que significa cambiar nuestro modo de ver las cosas y aprender a verlas con los ojos de Dios, con los ojos de Cristo Jesús "que se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2,8)..."pues muchos andan, según os decía con frecuencia, y ahora tengo que repetiros con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo; su fin es la perdición, su dios es el vientre y su gloria la propia vergüenza, pues son los que saborean lo terreno" (Fil 3, 18-19)

El recto camino, el que conduce a la Vida Eterna, es estrecho y son pocos los que van por él. En cambio, el camino ancho, que conduce a la perdición, es seguido por muchos (Mt 7, 13-14).  Esto es muy importante, hasta el punto de que nos dice San Pablo que "aunque un ángel os anunciara un evangelio distinto del que yo os he anunciado sea anatema" (Gal 1,8). No olvidemos que "somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos también como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo de bajeza en cuerpo glorioso como el suyo" (Fil 3, 20-21). Con nuestra vida, crucificada con Cristo, somos anuncios vivientes de la vida, de la muerte y de la resurrección de Jesús. Como verdaderos cristianos, transmitimos los pensamientos y los sentimientos del Señor... "Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis" (Mt 10,8)

La muerte no es el final... sino el principio, ya que no tenemos aquí ciudad permanente: estamos de paso: "Si sólo para esta vida tenemos puesta la esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres" (1 Cor 15, 19). Esto lo sabemos por la fe...Una fe que el mundo ha perdido y, desgraciadamente, también muchos cristianos; una fe que, sin embargo, merece la pena y da sentido y alegría a toda nuestra existencia, tal como dijo Jesús a Tomás: "Dichosos los que sin ver creyeron" (Jn 20, 29). Ahora vivimos en la espera de la segunda venida del Señor: debemos estar preparados en todo momento, pues oímos a Jesús que nos está diciendo: "He aquí que vengo pronto". Y nuestra respuesta no puede ser otra que ésta:  "¡Sí, ven Señor Jesús!" (Ap 22,20)

jueves, 18 de julio de 2013

La Hermenéutica de la Contradicción: Pobreza Rica vs. Riqueza Pobre (Fray Gerundio)


Menos mal que San Juan Evangelista nos contó las quejas de Judas Iscariote, acerca del perfume costosísimo que se había comprado para Jesús. El bueno de San Juan no pudo evitar decir lo que pensaba de Judas: “que no le importaban los pobres”. Recuerdo que un maestro mío de Alcalá le llamaba por eso “Judas El Carota”. Y es que a veces hay que precisar mucho en eso de la obsesión por la pobreza y por los pobres.

Un condiscípulo mío –Fray Cotilla de Santa Marta–, comenzó hace unos años a obsesionarse por ser pobre. Estaba, como la santa, “inquieto y nervioso por tantas cosas”. No había modo de conformarlo, porque todo le parecía ostentación y riqueza. Los Superiores le regalaron una escoba y le nombraron barrendero del Convento, pero la escoba le parecía excesivamente lujosa; fue comprándose escobas cada vez más sencillotas (gastando bastante dinero), y al final tuvo que dejar de barrer porque la escoba más pobre que había encontrado, no barría bien. Nada le satisfacía en sus ansias de pobreza.

Hace poco, ante los nuevos cambios eclesiales, abandonó el convento y anda merodeando por Roma. Parece ser que había encontrado pobre trabajo de barrendero pobre (según él mismo gusta decir) en los apartamentos papales, pero no puede trabajar porque allí no hay nadie. De vez en cuando me informa de los dimes y diretes que se comentan por los pasillos. Me comentaba hace días su decepción al ver que por aquellos lares no se vive la pobreza como debe ser, aunque los consejeros publicitarios del ministerio petrino andan como locos buscando noticias de primera plana. Envió al Santo Padre un pliego de sugerencias para poder vivir mejor la pobreza, pero resulta que se lo ha encontrado en la papelera. Por eso me lo ha enviado para que yo lo lea, a ver si me solidarizo con él.

Dice el bueno de Fray Cotilla de Santa Marta que ha visto en Roma con toda claridad que cada vez se puede ser más pobre y que, por tanto, se podría recolectar más dinero para resolver la pobreza, pero a la hora de la verdad nadie mueve un dedo. Resume así algunas de sus propuestas, explicadas claramente en la despreciada carta. Confieso que su lectura me ha dejado atónito. No las transcribo todas porque, como ya he dicho, en eso de la pobreza nada le satisface completamente.

Dice así:

1. No entiendo cómo se puede elegir un Ford Focus como coche oficial. Muchos pobres darían la vida por tener ese vehículo, que para ellos es un verdadero coche de lujo. ¿No sería mejor un vehículo de dos ruedas con sidecar? ¿O una mula?

2.- No entiendo cómo se puede llevar chófer en el Ford Focus. ¿No sería mejor que lo condujera el mismo interesado? ¿No es un signo de riqueza llevar chófer personal? ¿Cuántos coches de otras mejores marcas van en el séquito detrás del Focus? ¿Se van a comprar muchos más Focus para los monseñores de dicho séquito?

3.- No entiendo cómo se puede enviar a Río de Janeiro el papamóvil en un avión especial, porque supongo que eso cuesta mucho dinero. ¿No se podría haber hecho el recorrido en carreta brasileña y nos ahorramos los enormes gastos de un avión, solamente para el papamóvil?

4.- No entiendo por qué no se hace el viaje a la JMJ en avión comercial y en clase turista, para evitar el gastazo que supone ir en avión propio, proporcionado por las fuerzas armadas italianas. ¿No es eso un lujo? Se puede buscar en internet “vuelos baratos a Río de Janeiro”.

5.- No entiendo cómo se ha podido gastar tanto dinero en el escenario tan feo construido para la misa papal. Además de darle al diseñador un certificado de Arte Horrible y el consejo de que se dedique en lo sucesivo a plantar lechugas, ¿cuánto se le ha pagado?

6.- No entiendo por qué no se suprime la JMJ y se recoge todo el dinero de viajes, organización, montaje, seguridad, policía, mantenimiento, servicios… para los pobres de esas favelas que hay por allí, según nos cuentan.

7.- Los jóvenes entusiastas que han organizado su viaje a Río, ¿no habrían dado gustosamente el dinero a estos pobres?

8.- No entiendo por qué se publica la fotografía del dormitorio en el que va a residir el Santo Padre. A cualquier habitante de las susodichas favelas le parecerá un lujo tener una cama con teléfono al lado y con tanto espacio para una sola persona, mientras ellos tiene que hacinarse –en mucho menos espacio–, varias personas y animales domésticos.

9.- No entiendo el gastazo en guardaespaldas alrededor del santo Padre. ¿No sería mejor prescindir de ellos y dar ese dinero a los pobres? ¿Quién va a querer atentar contra el Santo Padre?
…./……

Confieso que al llegar a este punto se ha terminado mi paciencia y he dejado de leer. Mi amigo Fray Cotilla no tiene ni idea de lo que es la pobreza cristiana. El pobre confunde todo y piensa que se puede ser pobre a base de “gestos”, aunque esos gestos acaben con toda una Institución en la que han reinado santos, que no tuvieron en vilo a los periodistas y que vivieron su pobreza al más puro estilo evangélico, pero sin tener que llegar a vulgarizar el Trono.

Por eso he contestado a vuelta de correo a mi antiguo amigo y le he mandado un ejemplar de mi ya famoso libro que lo explica todo: La Hermenéutica de la contradicción. Si lo lee con atención, podrá explicarse mejor los gestos y los antigestos, la pobreza que en realidad es riqueza y la riqueza que en realidad es pobreza. Todo cabe y todo se explica. Todo cuela y todo se entiende. ¡¡Pobre Fray Cotilla!!


Fray Gerundio, 18 de Julio de 2013

martes, 16 de julio de 2013

Consideraciones sobre la Santísima Trinidad

Es de notar que cuando se dice que Dios se ama a Sí mismo como lo más alto que hay, no se puede sacar de ahí la conclusión de que Dios es un ser solitario, a quien nada le importa que no sea Él mismo. Esta manera de razonar sería blasfema o mejor, señal de no haber entendido nada del misterio de Dios, de su intimidad divina.En el Evangelio no hay ninguna expresión en la que se hable de que el Padre se ama a Sí mismo como Padre ni de que el Hijo se ame a Sí mismo como Hijo.

Nada hay en el Hijo que no haga referencia a su Padre: "¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre" (Lc 2,49). "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra" (Jn 4,34). Su Vida entera es un testimonio perfecto de la Vida de su Padre: "Mi Padre vive y Yo vivo por mi Padre" (Jn 6,57). Cuando Jesús decía: "Aún no ha llegado mi hora" (Jn 2,5) se refería a la hora que el Padre le había señalado. Tanto les había hablado a sus discípulos de su Padre que Felipe, en una ocasión, le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta" (Jn 14,8).

Por eso el Padre, desde la nube, manifestó: "Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco. Escuchadle" (Mt 17,5), ya que el Padre tampoco hace referencia a Sí mismo como Padre. El Padre ama al Hijo: sus palabras van siempre referidas a su Hijo; o mejor aún, el Hijo es la Palabra del Padre. En el Hijo el Padre se nos ha revelado a Sí mismo. Nos lo ha dicho todo y nada le ha quedado por decir, como dijo Jesús a Felipe: "El que me ha visto a Mí ve al Padre" (Jn 14,9). Y en otra ocasión: "Yo y el Padre somos Uno" (Jn 10,30).


El Hijo (que es Dios) ama al Padre (que es Dios) y es amado por Él. En ese sentido se puede decir que Dios ama a Dios o que Dios se ama a Sí mismo. Y esta Unión amorosa entre Padre e Hijo, Unión absolutamente Perfecta, es igualmente Dios, sin confundirse ni con el Padre ni con el Hijo. Es la tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, nexus duorum, nexus Patris et Filii, consustancial al Padre y al Hijo, de los cuales procede. Es el mismo y único Dios, pero una Persona diferente.

Dondequiera que esté el Espíritu de Dios ahí está Dios mismo como Trinidad. No es posible hablar del Espíritu Santo sin hablar del Padre y del Hijo. Refiriéndose al Espíritu se dice que "no hablará de Sí mismo, sino que hablará de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir. Él me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer" (Jn 16,13).

Esto tiene para nosotros una importancia fundamental, vital, pues "el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5). Según San Pablo somos templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en nosotros (1Cor 3,16): "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?" (1 Cor 6,19). El Señor lo decía con gran claridad: "Si alguno me ama guardará mi Palabra. Y mi Padre lo amará. Y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23). En este sentido podemos decir, con San Pablo, que "somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos también como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo de bajeza en un cuerpo glorioso como el suyo" (Fil 3, 20-21)

En la primera carta de San Juan podemos leer que "Dios es Amor" (1 Jn 4,8), palabras reveladas acerca de lo que es Dios que sólo el misterio intratrinitario es capaz de explicar plenamente (aun dentro del misterio, que no deja de serlo).

Dios, al revelarse como Uno y Trino, se nos ha revelado como Amor. Y el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, puede ahora comprenderse a si mismo; ahora sabe que ha sido creado por el Amor (que es Dios)... para amar y para ser amado. Esa es su vocación, la vocación de toda persona que viene a este mundo, lo que da sentido a la existencia: sólo el amor y siempre el amor; entendido, claro está, como Dios lo entiende, es decir, como unión de vidas mediante la entrega total, en reciprocidad, de las personas que se aman. Por eso nadie es más plenamente él mismo que cuando ama, cuando vive conforme al Espíritu y a las enseñanzas de Jesús, asemejándose así al Hijo, en quien el Padre ha querido dárnoslo todo.

lunes, 15 de julio de 2013

Consideraciones sobre el pecado (José Martí)

Según Santo Tomás de Aquino dos son las componentes del pecado: aversio a  Deo et conversio ad creaturas (apartamiento de Dios y apego desordenado a las criaturas). Cuando el alma peca se adhiere  a algunas cosas que van contra la luz de la razón o de la ley divina. Y en ese sentido queda manchada (metafóricamente hablando) por el pecado. El alma pierde su esplendor.

Si yo me arrepiento de mis pecados, en lo más hondo de mi corazón; y me propongo con toda firmeza no volver a pecar; y me confieso de ellos con un sacerdote, sé que esos  pecados quedan perdonados, en el sentido de destruidos, aniquilados: no hay mancha del pecado cometido porque ha sido borrada, eliminada.


Para los protestantes, en cambio, el pecado no desaparece. Diríamos simplemente, que Dios mira para otro lado, pero el pecado sigue estando ahí.

Por otra parte, y siguiendo a Santo Tomás, resulta que si yo he pecado en el pasado, ni siquiera Dios puede convertir una acción que tuvo lugar en una acción que no tuvo lugar, pues eso sería una contradicción. Pudiera parecer, entonces, que los protestantes tienen razón. Si ha habido pecado, no se puede decir que no ha habido pecado. Luego el pecado está ahí, no desaparece: ni siquiera Dios mismo puede decir que tal pecado no ha ocurrido.

"Mi" razonamiento para resolver esta cuestión es el siguiente:

Lo primero de todo, debe distinguirse entre la acción de cometer un pecado y el pecado cometido.

Con relación a la acción de pecar, esta bien claro que si ésta ha ocurrido, es imposible afirmar que no ha ocurrido. Ahora bien: la acción de pecar conlleva que la persona que comete esa acción está en pecado. El pecado es un alejamiento de Dios. Jesucristo, con su muerte en la Cruz por Amor, tomó sobre sí el pecado de toda la humanidad destruyendo, en Sí mismo, ese pecado. Se presentó ante su Padre como "pecador", no habiendo Él cometido ningún pecado. 

Toda la humanidad está representada en Cristo. La ofensa del hombre a Dios era infinita y sólo un ser infinito podía repararla. El hombre no lo es, de modo que esta reparación hubiera sido imposible... pero Dios se hace hombre en la Persona de su Hijo y como hombre ofrece el sacrificio agradable a Dios que puede reparar la ofensa cometida, puesto que también es Dios y su sacrificio tiene un valor expiatorio infinito. El hombre (unido a Jesucristo) se puede presentar ahora puro y sin pecado ante el Padre (pues vuelve a ser amigo de Dios y el pecado es enemistad con Dios). 

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[Hago aquí un paréntesis, porque viene a cuento hablar de ello, aunque se trate de otro tema, pues lo considero de una importancia fundamental. Y es que aunque la salvación teóricamente es ya posible para todo hombre, sin embargo sólo en la unión con Jesucristo se hace efectiva esa salvación; unión en la que cada uno tiene que poner de su parte. Dicho de otro modo: La Salvación SE OFRECE a todo hombre, pero éste tiene que aceptarla. Hay una REDENCIÓN OBJETIVA, que está ahí para quien la quiera aceptar. Y hay una REDENCIÓN SUBJETIVA que, si se rechaza, no puede actuar. De ahí la importancia del PRO MULTIS  en la Consagración del vino. La traducción correcta de las palabras de Jesús es: "Ésta es mi sangre de la nueva Alianza que es derramada POR MUCHOS para remisión de los pecados" (Mt 26,28). No dice "por todos los hombres" como puede leerse en algunas traducciones erróneas, pues eso daría lugar a pensar que todos los hombres se salvan, lo sepan o no lo sepan, lo quieran o no lo quieran... No es ésa la Redención cristiana, para la cual Jesús cuenta con nosotros. Al fin y al cabo, se trata de un misterio de Amor; y el amor no puede imponerse; o dejaría de ser amor. El hombre, ahora, tiene la posibilidad de salvarse ... si quiere (antes no tenía esa posibilidad). Esa es la idea correcta acerca de la salvación.]
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Concluyendo: aunque el hombre comete pecados, y éstos han sido cometidos para toda la eternidad; y nunca se podrá decir que no fueron cometidos, sin embargo, a través del bautismo (primero) y de la confesión después (a lo largo de la vida) dichos pecados son realmente perdonados "como si" nunca hubieran existido, pues el hombre sin pecado es una "nueva criatura" en Cristo Jesús (Gal 6,15). Esos pecados han desaparecido verdaderamente, pues no hay en el hombre ningún resquicio de enemistad con Dios. Dios puede mirar al hombre y "verlo" realmente puro (pues es a su propio Hijo a quien ve: misterio del Cuerpo Místico), lo que sería imposible si hubiese pecado en él (1).

De modo que no es que Dios mire para otra parte para no ver el pecado del hombre, sino que realmente cuando mira al hombre (redimido por Jesucristo) lo ve  puro y sin pecado. Dios ve a su Hijo que ha asumido el pecado de toda la humanidad, acepta su sacrificio (actualizado en la Misa constantemente) y perdona a los hombres.

Como he dicho al principio, a esta solución he llegado partiendo de la distinción entre la acción de pecar (como tal acción, que es un hecho que, al haber ocurrido, no se puede decir que no ha ocurrido) y el propio pecado, al que queda esclavizado el hombre que peca: de éste sí que puede ser liberado, si quiere,  y pasar de la enemistad a la amistad con Dios, en Jesucristo.

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(1) En realidad, queda lo que se conoce como reato de culpa. Para entenderlo puede valer el ejemplo de un clavo en la pared. Aunque yo quite el clavo, queda el raspón de la pared; y éste lo tengo que reparar. Pero el clavo ya no existe. En la analogía el clavo sería el pecado, que desaparece, y el raspón en la pared sería el reato de culpa, que se refiere a la obligación de satisfacer por la culpa y repararla, restituyendo a Dios el honor quebrantado, mediante un voluntario abrazarse al dolor, buscado o aceptado, bien durante la vida presente o bien en el purgatorio. Esos sufrimientos, voluntariamente aceptados, además de servir para purificarnos, son importantísimos para unirnos a Jesús y ser, de algún modo, corredentores con Él, en conformidad con lo que decía San Pablo: "Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24)

José Martí

Secuencia de Pentecostés



Ven, Espíritu divino, 
manda tu luz desde el cielo. 
Padre amoroso del pobre; 
don, en tus dones espléndido; 
luz que penetra las almas; 
fuente del mayor consuelo.


Ven, dulce huésped del alma, 
descanso de nuestro esfuerzo, 
tregua en el duro trabajo, 
brisa en las horas de fuego, 
gozo que enjuga las lágrimas 
y reconforta en los duelos.


Entra hasta el fondo del alma, 
divina luz, y enriquécenos. 
Mira el vacío del hombre 
si tú le faltas por dentro; 
mira el poder del pecado 
cuando no envías tu aliento.


Riega la tierra en sequía, 
sana el corazón enfermo, 
lava las manchas, 
infunde calor de vida en el hielo, 
doma el espíritu indómito, 
guía al que tuerce el sendero.


Reparte tus siete dones 
según la fe de tus siervos; 
por tu bondad y tu gracia 
dale al esfuerzo su mérito; 
salva al que busca salvarse 
y danos tu gozo eterno. Amén.



sábado, 13 de julio de 2013

La Santísima Trinidad (Sobre el envío del Espíritu Santo)

Como sabemos, el Padre y el Hijo envían su Espíritu, Espíritu que es de ambos, Espíritu que es el Amor que se profesan mutuamente, el Padre al Hijo y el Hijo al Padre, Espíritu del Padre y Espíritu también del Hijo, conjuntamente, pues procede de ambos: un único Espíritu, el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad. 

Sabemos también que Jesucristo es una Persona Divina (el Hijo) pero poseedor de dos naturalezas (la naturaleza divina y la naturaleza humana), de modo que es verdadero Dios y es verdadero hombre. 

Todo esto es doctrina católica, y es conforme a lo que enseña la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Se trata, además, de un dogma de fe.

Con esta idea "in mente" paso a comentar una frase que he leído en un libro de espiritualidad que es totalmente errónea y que puede llevar a confusión o engaño a quien la lea (si no posee unos mínimos conocimientos de su fe). Decía este autor: Cristo, como hombre, no envía el Espíritu Santo. Lo hace solamente como Dios (¿..?). Esto es radicalmente falso. ¿Acaso hay escisión en Jesús?

Una vez que el Hijo se hizo hombre y tomó nuestra naturaleza humana, es impensable que sólo la naturaleza divina del Hijo nos envíe, junto al Padre, al Espíritu Santo. El Hijo -desde que se hizo hombre y tomó como propia la naturaleza humana- no es pensable ya con sólo su naturaleza divina: "El que me ve a Mí ve al Padre" (Jn 14,9), le responde a Felipe. "¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre? ¿No crees que Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí?" (Jn 14, 9-10). Sabemos que el Padre es espíritu; y por eso "a Dios nadie lo ha visto jamás; Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, Él mismo es quien nos lo ha dado a conocer" (Jn 1,18). Y nos lo ha dado a conocer precisamente porque ha tomado un cuerpo: "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). Viendo a Jesús (que es realmente un hombre como nosotros; y por eso podemos verle) estamos viendo su Persona (que es divina, pues el Hijo es Dios) y estamos viendo también al Padre, pues "Yo y el Padre y  somos Uno" (Jn 10, 30).No es posible imaginar a Dios si no es viendo a Jesús: "El que me ve a Mí ve al Padre" (Jn 14,9). Y esto será así "por eternidad de eternidades".

Ahora el Hijo está en el Cielo (junto al Padre); y lo está con su naturaleza humana, con su cuerpo glorioso que conserva para siempre las señales de las llagas de su Pasión. Y  ese Hijo Único de Dios, que es Jesucristo,  es quien nos envía su Espíritu, que es también el Espíritu de su Padre. Este envío no es de la naturaleza divina del Hijo, sino del Hijo tal y como está ahora y para siempre junto a su Padre, o sea, también con su cuerpo. No es el Hijo-Dios el que envía su Espíritu, sino el Hijo Dios-hombre el que nos lo envía (o no sería realmente el Espíritu de Jesús el que recibiríamos)

Desde que el Hijo se hizo realmente hombre, ambas naturalezas, la divina y la humana, son realmente suyas,  (¡también la humana!) en su única Persona divina de Hijo. Esto fue así mientras vivió entre nosotros. Y esto es así también en el Cielo junto al Padre con su cuerpo glorioso. De modo que si nos envía su Espíritu, este Espíritu es el de Cristo completo, como verdadero Dios que es y como verdadero hombre que es, sin escisiones de ningún tipo.

viernes, 12 de julio de 2013

Ascensión del Señor (José Martí)

Entre las muchas advertencias que Jesús dio a sus discípulo en el sermón de despedida de la Última Cena señalamos aquí algunas: "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí primero" (Jn 15,18). "...Si me persiguieron a Mí también os perseguirán a vosotros" (Jn 15, 20b). "... Más aún: se acerca la hora en la que quien os dé muerte piense que así sirve a Dios. Esto lo harán porque no conocieron a mi Padre ni a Mí tampoco" (Jn 16, 2-3), etc... Y luego: "Por haberos dicho estas cosas, se ha llenado de tristeza vuestro corazón. Pero os digo la verdad: os conviene que me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; en cambio, si me voy os lo enviaré" (Jn 16,6-7). 

Jesús les promete el Espíritu Santo a sus apóstoles e intenta hacerles ver la importancia fundamental que tendrá para ellos la venida del Paráclito: "Tengo todavía muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis comprenderlas. Cuando venga Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hasta la verdad completa, pues no hablará por Sí mismo, sino que hablará de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir. Él me glorificará porque recibirá de lo Mío y os lo anunciará" (Jn 16, 12-14). Y añade: "Todo lo que el Padre tiene es Mío; por eso os dije que recibirá de lo Mío y os lo anunciará" (Jn 16,15). Y en otro lugar: "Cuando venga el Paráclito que Yo os enviaré del Padre, el Espíritu de Verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de Mí" (Jn 15,26)."...Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho" (Jn 14, 26b).

Esa es la misión del Espíritu Santo: conducirnos hasta Jesús y a través de Jesús (y en Jesús) llevarnos también hasta el Padre. Sólo si el Hijo asciende a los Cielos entonces, junto al Padre, podrá enviarnos su Espíritu... si bien es cierto que "...al atardecer de aquel día, el primero de la semana (Jn 20,19)" (o sea, el día que resucitó),  se presentó Jesús en medio de ellos y después de saludarles con la paz  "... sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les son perdonados y a quienes se los retengáis les son retenidos" (Jn 20, 21-23). Hay aquí un adelanto de Pentecostés (en mi opinión) pero que, al parecer, era necesario, porque proviene directamente de Jesucristo, son palabras que salen de su boca, lo cual no ocurrirá en Pentecostés, "en que se les aparecieron lenguas como de fuego, que se distribuían y se posaban sobre cada uno de ellos" (Hech 2, 3). Los apóstoles adquieren así el poder divino de perdonar los pecados, que es el que poseen todos los sucesores de los apóstoles, es decir, el Papa, los obispos y los sacerdotes (y sólo ellos).

Cuando todavía no había muerto, Jesús ya les había dicho a sus discípulos: "Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28). Ahora tal acontecimiento está a punto de producirse: es lo que conocemos como Ascensión del Señor a los Cielos. Es curioso que cuando Jesús resucita de entre los muertos no asciende a los Cielos inmediatamente, sino que permanece aún en la tierra durante cuarenta días con su mismo cuerpo (aunque glorioso) y conservando las señales de su Pasión. Durante ese tiempo se apareció varias veces a sus discípulos para confirmarlos en la fe. El número de veces que se apareció podría ser mayor que el que viene reflejado en los textos evangélicos, pues no todas las cosas están escritas, como dice San Juan al final de su Evangelio:  "Hay, además, otras muchas cosas que hizo Jesús que, si se escribieran una por una, pienso que en el mundo no cabrían los libros que se tendrían que escribir" (Jn 21,25). De hecho en 1 Cor 15, 6-7 se dice que "se apareció a más de quinientos hermanos a la vez´...; después se apareció a Santiago..."; apariciones que no menciona el Evangelio.

Poco antes de ascender a los Cielos dijo a sus discípulos (lo que es un anuncio de Pentecostés): "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la Tierra" (Hech 1,8). "Después de haber dicho esto, y mientras ellos miraban, se elevó y una nube le ocultó a su vista" (Hech 1,9). Sobre la ascensión del Señor hay escrita una oda de Fray Luis de León (1527-1591), que es preciosa y que paso a reflejar aquí:



ODA XVIII 


¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, escuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, ¿te vas al inmortal seguro?

Los antes bienhadados,
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?

¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?

Aqueste mar turbado,
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado?
Estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?

¡Ay!, nube, envidiosa
aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!

miércoles, 10 de julio de 2013

Encíclica Lumen Dei




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“Es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe”, afirma el Papa Francisco en su primera encíclica Lumen Fidei con la que se completa la trilogía dedicada a las virtudes teologales, después de la Deus Caritas es y la Spe salvi, de Benedicto XVI. 


Esta encíclica aparece durante el “Año de la fe” proclamado por Benedicto XVI con ocasión del 50 aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II y de los veinte años del Catecismo de la Iglesia católica.

jueves, 4 de julio de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD: DIOS ESPÍRITU SANTO (y V)

¿Quién nos envía al Espíritu Santo? En la Sagrada Escritura podemos leer: "El Paráclito, el Espíritu Santo que EL PADRE ENVIARÁ en mi Nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho" (Jn 14,26). Pero también leemos: "Cuando venga el Paráclito, que YO OS ENVIARÉ de parte del Padre, ... " (Jn 15, 26a).  

Explícitamente se afirma, por una parte, que el Espíritu Santo es enviado por el Padre (en nombre del Hijo) y con la misión de enseñarnos y recordarnos todas las cosas que el Hijo nos ha dicho; y que es enviado también por el Hijo (de parte del Padre).  Dos son los que envían: el Padre y el Hijo (pero el Hijo no podría enviar al Espíritu Santo si éste no procediera de Él).

 ¿De quién procede, entonces, el Espíritu Santo? Explícitamente, el Espíritu Santo procede del Padre: "...el Espíritu de Verdad, que PROCEDE DEL PADRE..." (Jn 15,26b) pero implícitamente procede también del Hijo: " ...el Espíritu de Verdad... RECIBIRÁ DE LO MÍO y os lo dará a conocer"(Jn 16,14). Por si hubiera alguna duda acerca de lo que significa recibirá de lo mío, dice Jesús: "Todo lo que el Padre tiene es mío" (Jn 16,15), que nos recuerda lo que ya había dicho en otra ocasión: "El Padre y Yo somos uno" (Jn 10,30). De modo que el Espíritu Santo recibe también del Hijo la Naturaleza lo que equivale a decir que PROCEDE DEL HIJO. De ahí la expresión usada en la Iglesia Católica cuando se recita el Credo, hablando del Espíritu Santo: "... que procede del Padre y del Hijo", procedencia que en latín se designa con el término Filioque.

¿A quién pertenece el Espíritu Santo? En diferentes textos se habla del Espíritu del Padre pero también del Espíritu del Hijo (de Cristo, de Jesús): "No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hable en vosotros" (Mt 10,20). "Envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que grita: Abba, Padre" (Ga 4,6). Es decir, el Espíritu Santo es Espíritu del Padre y es Espíritu del Hijo (no sólo del Padre, ni sólo del Hijo). Esta relación de pertenencia, en el seno de la Trinidad, no puede ser sino relación de procedencia u origen.

Con relación al Filioque transcribo lo que se explicita en el Concilio de Florencia (1483), sacado del Catecismo de la Iglesia Católica (1992) nº 246: "El Espíritu Santo tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración... Y porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único, al engendrarlo, a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, Éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente"

El Filioque no niega que el Padre sea fuente y origen de toda la Trinidad, como lo es. Todo lo contrario, aunque hay que entenderlo bien: Al afirmar que el Espíritu Santo procede del Padre (tal como se afirma expresamente en la Biblia) nos estamos refiriendo al Padre, en cuanto que es Padre (o sea, en tanto que tiene un Hijo). La mención de la palabra Padre incluye la realidad del Hijo (o no se llamaría Padre).

Recordemos aquí brevemente el tema que nos ocupa todo el tiempo cual es el de la Santísima Trinidad, cuestión esencial de toda la Teología. El Padre es la fuente, el origen de la Trinidad. Por eso se dice que el Padre no procede de nadie. El Hijo procede del Padre, por generación intelectual, "per viam cognitionis" (es el Verbo, la Palabra, el conocimiento que Dios posee de Sí mismo, que se identifica con Dios mismo, es  Imagen e impronta de la sustancia del Padre). El Espíritu Santo procede de ambos, del Padre y del Hijo, por una única espiración común a ambos, "per viam amore": es el Amor que mutuamente se profesan Padre e Hijo.



Tenemos tres Personas en Dios, completamente distintas en cuanto Personas, pero que poseen la misma Esencia: el Padre es Dios. El Hijo es Dios. El Espíritu Santo es Dios. No son tres dioses. Sólo hay un Dios, un único Dios.

Hay un orden en la Trinidad: Primero es el Padre, como primera Persona, fuente u origen. Segundo es el Hijo, como segunda Persona. Tercero es el Espíritu Santo, como tercera Persona. Se trata de un orden de prelación, pero de un orden real. No es un orden temporal o de importancia: el Hijo no es media hora después que el Padre o menos importante que el Padre. No, no se refiere a eso. El Hijo no es creado por el Padre, pues entonces sería una criatura de Dios y no sería Dios: "Engendrado, no creado". Engendrado, por "generación intelectual",  el Hijo es exactamente la Idea que Dios tiene de Sí mismo: Idea Perfecta, copia exacta del Padre. Imagen viva del Padre (puesto que el Padre vive). No es una idea abstracta. Es una Persona, la segunda Persona de la Trinidad. Es real, tan real como el Padre, y con la misma esencia que el Padre, pero distinto del Padre. Uno es el Padre, Otro es el Hijo.

El Espíritu Santo procede del amor que se tienen, como Personas, el Padre y el Hijo. El amor siempre es interpersonal y recíproco; se ama a otra persona y se es amado por ella; aunque, en este caso, no se trata de dos amores sino de un único amor: el Amor con que el Padre ama al Hijo se identifica con el Amor con el que el Hijo ama al Padre. Y ese único Amor, Amor Perfecto, es una Persona, la tercera Persona de la Trinidad, con la misma esencia que el Padre y el Hijo, pero distinto de ellos: es el Espíritu Santo.

Y, sin embargo, hay un solo Dios, puesto que Dios es Simple, no es compuesto. No hay división en Dios. La esencia divina es poseída por las tres Personas. En el Misterio de Amor intratrinitario, que es Dios, se dan, al mismo tiempo, la máxima distinción y la máxima unidad posibles. Las tres Personas (Padre,  Hijo y Espíritu Santo) son infinitamente diferentes en cuanto Personas, como se ha dicho: el Padre no es el Hijo ni el Hijo es el Padre ni ninguno de Ellos es el Espíritu Santo (máxima distinción). Y, sin embargo, excepto en esa relación de oposición, una sola es la esencia de las Tres Personas, uno sólo es Dios (máxima unidad).

Y ha sido Jesucristo quien nos ha dado la posibilidad de conocer a Dios como Trinidad de Personas, de modo que unidos a Jesucristo por su Espíritu, podemos dirigirnos al Padre, como verdaderos hijos suyos: hijos de Dios en Cristo, hijos en el Hijo, pero verdaderamente hijos: "Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios" (Rom 8,14)