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jueves, 30 de septiembre de 2021

La Iglesia irrelevante



En las próximas semanas se publicará el documento final surgido del sínodo alemán y que se presume catastrófico. El obispo de Ratisbona lo ha calificado de herético y nada menos que el cardenal Kasper de “no católico”. Este acontecimiento, que nosotros por ahora vemos de lejos, es indicativo de la situación real en la que se encuentra la Iglesia católica en la actualidad: la irrelevancia, con una fuerte tendencia a su desaparición. En un estudio reciente llevado a cabo en Alemania se concluye que sólo al 12% de la población, incluidos los católicos, les parece que la religión tiene alguna importancia en la sociedad. Es decir, al 88% les da lo mismo que la Iglesia exista o no exista, y si siguen saltando los escándalos de los últimos años, no sería raro que prefieran directamente que no exista. Seguramente los porcentajes serán distintos en Europa del sur, en Estados Unidos y en Iberoamérica, la fantasiosa reserva de la Iglesia, pero ¿cuánto más? ¿20%? ¿25? Sí, en el mejor de los casos.

Estos datos los he tomado de un video del P. Santiago Martín que recomiendo vivamente. Y este sacerdote, que no es un tradicionalista, concluye: “La nueva Iglesia ha fracasado”. Y es que, si después del Concilio Vaticano II la Iglesia, que ya estaba en retirada, adoptó la estrategia de adaptarse al mundo para permanecer en el candelero y no perder fieles, esa estrategia se ha revelado como un error espantoso que nos ha encaminado a la presente situación de extinción.

Y no es necesario recurrir a estudios sociológicos o a costosas encuestas realizadas por consultoras internacionales. Basta visitar los domingos —no digamos los días de semana—, las iglesias: están vacías. Y lo mismo en Europa que en Argentina. La poca gente que aún iba antes de la pandemia, ya dejó de hacerlo por efecto del pésimo manejo que hicieron los obispos de las cuarentenas decretadas por los gobiernos. Un lector comentaba en la entrada anterior del blog: “En la parroquia donde yo concurro, ayer domingo en misa sólo éramos siete más dos del coro, el cura casi se puso a llorar. Y motivos no le faltan porque cualquier secta de esas que proliferan por ahí reúne mucho más gente”. Y esta no es una situación privativa de Argentina. Es la situación que se observa en todo el mundo.

Pero el problema se agrava porque la jerarquía de la Iglesia, comenzando por el Sumo Pontífice, no reconoce la gravedad terminal de la enfermedad y propone incrementar las dosis del mismo remedio que ya probó su efecto nocivo. Recuerdo, solo para poner un ejemplo entre tantos, lo dicho a los jesuitas eslovacos:

Por eso hoy se vuelve al pasado: para buscar seguridad. Nos asusta celebrar delante del pueblo de Dios que nos mira a la cara y nos dice la verdad. Nos asusta seguir adelante con las experiencias pastorales. Pienso en el trabajo realizado en el Sínodo de la familia para hacer entender que las parejas en segunda unión ya no están condenadas al infierno. Nos asusta acompañar a gente con diversidad sexual. Tenemos miedo de las encrucijadas de las que nos hablaba Pablo VI. Este es el mal de este momento.

Bergoglio insiste con que el adulterio ya no es pecado y en el “acompañamiento” a las personas con diversidad sexual como signos de esta “nueva Iglesia” “en salida” que ha probado ser un completo fracaso. Muy pocos son los adúlteros interesados en ir a misa o en comulgar, y menos aún los diversos sexuales. Ambos saben bien qué tienen que hacer para ser salvos: más vale arrancarse un ojo y entrar tuerto en el Reino de los Cielos, que irse con los dos ojos al infierno.

La catástrofe actual de la Iglesia no es culpa de Francisco. Lo hemos repetido aquí infinidad de veces; son problemas que se arrastraban desde hacía décadas y que se resolvieron mal sistemáticamente. Pero sí es su responsabilidad la hecatombe que se prevé en un futuro próximo. Hace un par de días, un medio laico calificó a Bergoglio como “el Papa más ridículo de la historia de la Iglesia” y como “tonto”, y ya dimos cuenta aquí que aún sus amigos más cercanos lo han dejado solo. El rey está desnudo y ya no sólo el niño se ha dado cuenta.

Considero que es tarea urgente y grave responsabilidad de los obispos, encargados por Nuestro Señor del gobierno de la Iglesia, sentarse a pensar seriamente qué hacer para encontrar una salida que tenga un mínimo de garantía de éxito. El pontificado de Bergoglio está ya terminado y fracasado. No se puede insistir por esa vía. El problema es lo vendrá después de él. Ya ha quedado claro que la crisis de la Iglesia no se arregla refosilándose con el mundo y juntando multitudes en las JMJ o en los viajes pontificios. Esas fueron ingenuas esperanzas de los ’80 y ’90 que han quedado sepultadas.

El P. Martín, al final de su video, explica que en su opinión la solución exige la unidad. Y estoy de acuerdo. El problema es cómo se logra.

The Wanderer