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domingo, 22 de octubre de 2017

El papa Francisco corrige al Cardenal Sarah mediante una ‘Correctio paternalis’


(Traducido del original latino La Nuova Bussola Quotidiana)


La interpretación del Cardenal Robert Sarah del Motu Proprio “Magnum Principium” no es correcta; el espíritu del documento pontificio es precisamente el de conceder para las traducciones litúrgicas esa amplia autonomía y confianza a las Conferencias episcopales que el Cardenal Sarah querría limitar. Esto lo dice justamente el papa Francisco con una carta autógrafa al Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos – el Cardenal Sarah precisamente – que publicamos en la Nuova Bussola 
 bajo petición explícita del mismo Pontífice. Había sido de hecho justamente la Nuova Bussola Quotidiana la que el 12 de octubre publicó la nota del Cardenal Sarah, quien, teniendo en cuenta algunas reacciones ya manifiestas, proponía una correcta interpretación del Motu Proprio( aquí y aquí).

El Papa pide que la Nuova Bussola Quotidiana publique su carta después de haber publicado la nota del Cardenal Sarah: es un gesto, éste del papa Francisco, sin precedentes. Y más allá de las cuestiones de cuyo mérito señalaremos, ciertamente nos sentimos honrados [NBQ] y agradecidos de esta atención del Santo Padre que objetivamente confiere a la NBQ la autoridad para acoger un debate sobre temas fundamentales para la vida de la Iglesia que lo ve como protagonista junto a algunos cardenales.

Pero vayamos al tema de la controversia: el argumento es el de las traducciones del latín de los textos litúrgicos en uso en cada país. Las traducciones (versiones y eventuales adaptaciones) son preparadas por cada una de las Conferencias episcopales, que después solicitan la aprobación a la Santa Sede. El examen de la Santa Sede viene a través de dos instrumentos: la confirmatio y la recognitio, que el Motu Proprio quiere redefinir

He aquí las diferentes interpretaciones sobre este punto: 

- Según el Cardenal Sarah, confirmatio y recognitio son diferentes por el efecto producido (confirmatio: traducción sola de la edición típica en latín; recognitio: agregado de nuevos textos y modificaciones rituales evidentemente no sustanciales), pero son dos actos idénticos desde el punto de vista de la responsabilidad de la Santa Sede. Y entonces en ambos casos es posible y se solicita un análisis detallado de todo: nuevos textos, modificaciones rituales, traducciones del original en latín.

Es evidente la preocupación del Cardenal Sarah en su calidad como Prefecto de la Congregación para el culto divino: mantener la unidad de la Iglesia también en la liturgia, respetando la autonomía de los obispos de cada país en la elaboración de la liturgia local.

- Sin embargo el Papa ahora hace saber que ésta no es la mens [espíritu] del Motu Proprio que, en cambio, va en la perspectiva de una verdadera y propia “devolution” litúrgica. De hecho hace la precisión de que los dos procedimientos – confirmatio y recognitio – no son idénticos y que en el ejercicio de estas dos acciones se da una responsabilidad «diferente» ya sea por parte de la Santa Sede, ya sea por parte de las Conferencias Episcopales.

Un ulterior pasaje de la carta del Papa requiere atención. Dice de hecho que «El Magnum Principium ya no sostiene que las traducciones deban ser confirmadas en todos los puntos a las normas de la Liturgiam Authenticam, tal como se venía haciendo en el pasado»

Tal afirmación unida a la otra según la cual una traducción litúrgica “fiel” «implica una triple fidelidad» – al texto original, a la lengua de la traducción, a la comprensión de los destinatarios – da a entender que Magnum Principium pretende ser el inicio de un proceso que puede llevar muy lejos.

[Leer: Libertad a las Conferencias Episcopales para disolver la liturgia católica definitivamente]

Aquí está la importancia de esta controversia que ve al Papa desmentir al Cardenal Sarah, el cual no hace otra cosa que moverse sobre la línea trazada por Benedicto XVI. No hay duda de hecho que con el “espíritu” de Magnum Principium, precisado y acentuado por la carta papal que aquí publicamos, la tendencia será de encaminarse hacia los Misales nacionales cada vez más diferentes entre sí, hacia un “espíritu litúrgico” cada vez menos compartido.

La cuestión va más allá del aspecto meramente litúrgico y, como en muchas ocasiones sostuvo el Cardenal Joseph Ratzinger, posteriormente Benedicto XVI, tiene que ver con la concepción de Iglesia, y la comprensión que la Iglesia tiene de sí misma. En discusión y sobre todo el papel y el poder de las Conferencias episcopales a las que el papa Francisco pretende dar «también alguna auténtica autoridad doctrinal» (cfr. Evangelii Gaudiumno. 32).

[Traducción de Dominus Est. Artículo original]


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Sobre el Falso Sínodo III (Christopher A. Ferrara)



A medida que se acerca el Sínodo de 2018 sobre "Juventud, Fe y Discernimiento Vocacional", todos los signos indican otro desastre inminente para la Iglesia. En su "Carta a los jóvenes" en relación con el Sínodo, el Papa Francisco declara: 

"La Iglesia también desea escuchar su voz, sus sensibilidades y su fe; incluso sus dudas y sus críticas . Haz que se escuche tu voz, haz que resuene en las comunidades y haz que sea escuchada por tus pastores de almas ".
Justo lo que la Iglesia necesita en medio de la tempestad que el Papa Francisco ya ha desencadenado: un foro en el que los "jóvenes" nivelan sus dudas y críticas sobre la Fe, y la Iglesia escucha atentamente el absurdo de sus quejas. El contexto perfecto para el próximo "desarrollo revolucionario" - es decir, la supuesta reversión - de la enseñanza católica, probablemente en el área de la moral sexual, incluida la cohabitación y la "orientación sexual". Esto estaría de acuerdo con los sínodos falsos I y II, que fueron meramente vehículos para el lanzamiento de Amoris Laetitia , que ha fracturado la disciplina eucarística bimilenaria de la Iglesia que protege la indisolubilidad del matrimonio y la santidad del Santísimo Sacramento.

Otra señal de un desastre inminente es el "Foro de la Juventud" que se celebró recientemente en Canadá (se transmitirá el 22 de octubre), al que el Papa Francisco se dirigió por transmisión remota. Los presidentes no eran otros que estos dos:


- El padre Thomas Rosica y el obispo Kevin Farrell, ambos defensores "amigos de los homosexuales" de una emergente "Iglesia Gay", que incluye "parroquias gay" y "ministerios homosexuales". 

En su discurso al foro, el Papa Francisco instó a los "jóvenes" de todo Canadá a ser "tejedores de relaciones firmadas por la confianza, el intercambio, la apertura incluso a los confines del mundo". No levantes muros de división: ¡no levantes muros de división! Construye puentes, como este extraordinario que estás cruzando en espíritu, y que une las costas de los dos océanos. Estás experimentando un momento de intensa preparación para el próximo Sínodo, el Sínodo de los Obispos, que te concierne de una manera particular, del mismo modo que involucra a toda la comunidad cristiana ".
¡Franqueza! Sin muros de división! ¡Construir puentes! Al igual que el "puente" Padre James Martin, SJ propone construir a la "comunidad LGBT", tal vez? No hubo referencia, por supuesto, a la castidad entre los "jóvenes" solteros o la fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia sobre el matrimonio, la procreación y la moral sexual en general. 

Hubo, sin embargo, una referencia a "un momento de intensa preparación para el próximo Sínodo", que implica el mismo tipo de pseudo-misticismo semi-gnóstico que acompañó a los dos primeros sínodos falsos en su camino hacia un resultado predeterminado, considerado como una inspiración dada por "el Espíritu" y una aparición de "el Dios de las sorpresas".

Independientemente de lo que tengan en mente los manipuladores del próximo Sínodo falso, el mismo equipo que manipuló a los dos primeros, podemos estar seguros de esto: no será bueno para la Iglesia, sino que será la próxima fase de la "batalla final". "Sobre el matrimonio y la familia de los cuales hermana

Lucia advirtió al fallecido Cardenal Caffarra a la luz del Tercer Secreto de Fátima.

Recuerde, sin embargo, que hay esperanza en estos desarrollos, ya que indican que nos estamos acercando al punto en el que tendrá que producirse un cambio dramático, incluso si va acompañado de graves consecuencias para un mundo en rebelión contra Cristo Rey y el Ley del Evangelio.


Christopher A. Ferrara

IGLESIA/MUNDO Y PASTORAL/PASTORALISMO: breves consideraciones teológicas (Don Lillo D’Ugo)



Durante la última entrevista que Benedicto XVI ha concedido al periodista alemán Peter Seewald, ha declarado que hay dos cuestiones que aún no están resueltas en la Iglesia de hoy: la recta interpretación del Concilio Vaticano II y la relación existente entre la Iglesia y el mundo. Pienso que hay que situar en este amplio contexto eclesial y eclesiológico las preguntas que el libro-entrevista de Crepaldi-Fontana sobre la pastoral social en la vida de la Iglesia italiana plantea a la Iglesia en Italia, y no solo.

La eclesiología contemporánea, tanto la que propone el Magisterio como la que propone la Teología, a menudo ha considerado el misterio de la Iglesia a partir de algunas imágenes bíblicas retomadas y profundizadas por los Padres de la Iglesia. Entre las más consideradas están las siguientes: Pueblo de Dios; Sacramento universal de salvación en Cristo; Cuerpo místico de Cristo; Templo del Espíritu Santo.

El denominador común de dichas reflexiones es que la Iglesia surge de Dios y es ordenada por Dios. Es el pueblo convocado por la Trinidad: “El Padre eterno, con un plan de sabiduría y bondad muy libre y arcano, ha creado el universo y ha decretado elevar a los hombres a la participación de su misma vida divina”. Esta participación a la vida de Gracia se realiza siempre en y por el Hijo. Una comunión que inicia en la tierra y se perfecciona en el Cielo cuando Dios, verdadera vida y suma felicidad, será Todo en todos. Comunión que se realiza en el hoy de la Iglesia porque “ha querido convocar a los creyentes en Cristo en la Santa Iglesia”.

Por consiguiente, el mundo ha sido creado en la perspectiva de la Iglesia. La perspectiva teológica es tan clara en la Tradición de la Iglesia que San Agustín afirma: Mundus reconciliatus Ecclesia.
La Iglesia es, por lo tanto, una realidad que aunque tenga una dimensión histórico-terrena, la trasciende, lo mismo que hace ese Dios que, aunque ha creado todo y se ha encarnado, transciende el mundo y la historia. La Iglesia es el Pueblo de Dios, pero su esencia íntima consiste en ser Cuerpo místico de Cristo y, en Él, sacramento universal de salvación. Cuerpo del que Él es la Cabeza y la Iglesia sus miembros. La parte visible, histórica, está constituida por los hombres que, durante un tiempo determinando, forman parte de ella. La parte invisible es primariamente Dios y, después, sus partes gloriosas o en espera de la Gloria. A partir de esta naturaleza suya, construye su relación con el mundo. 

Si no se tuviera en cuenta este misterio de la Iglesia, se tendría una visión falsa y limitada que equipararía a la Iglesia con una multinacional humanitaria o una ONG con sedes mundiales.

Tenemos que considerar ahora qué se entiende por mundo. Nos ayuda el texto de Crepaldi, que nos recuerda la polisemia del término y confirma su doble significado. El primer significado es positivo. Por mundo se entiende la creación de Dios: hombres, animales y cosas. Por lo tanto, una realidad que viene del corazón y de las manos de Dios y que lleva consigo una unicidad, bondad y belleza que expresan el estilo del Artista. El propio Catecismo de la Iglesia católica, en línea con una tradición católica milenaria, afirma que el mundo con su movimiento, devenir, contingencia y orden puede proporcionar incluso “argumentos convergentes y convincentes” sobre la existencia y el conocimiento de Dios. Los hombres son la parte más consistente de la creación. Una humanidad viva, dinámica que a pesar de tener una profunda identidad suya (naturaleza) está en statu viae, es decir, en camino hacia un perfeccionamiento en Cristo en la lógica del ya y no aún. Un Cristo total que, parafraseando a San Agustín, está siempre unido a su Iglesia, en lo que Santo Tomás define instrumentum coniuctum de la humanidad de Cristo, inseparabile de su divinidad. Una humanidad que fue herida por el pecado original y que Dios salva en Cristo Jesús. Salvación que llega, por Spiritum et ecclesiam, a los hombres de cada generación que, encontrándose con Dios, entran en comunión con el Padre y entre ellos.
Entonces el mundo, así entendido, está predestinado a ser de y en Dios. Es una maravillosa dimensión del ser.

Pero hay un significado negativo de mundo. Las mismas Escrituras, sobre todo la de Juan, entienden el mundo como el lugar del pecado a cuya cabeza está el Diablo, el Príncipe de este mundo. Así, el término mundo indica una parte de la humanidad que, junto a las estructuras del pecado que genera, se enfrenta a Dios y al orden que ha dado a la creación. Crepaldi afirma, como ya hizo Biffi, que Barth ponía en evidencia que en la Gaudium et spes esta acepción negativa no está muy considerada. Consideración que ha escapado a una cierta reflexión teológica y eclesial sucesiva y que no puede ser omitida sin caer en una teología coja, ingenua o, peor aún, ideológica, que no considera todo desde el dato revelado, sino que una parte la considera a partir de esquemas intelectuales sugeridos por una cierta filosofía.

Se necesita una auténtica comprensión del binomio Iglesia/mundo porque, por como se comprenda, brota la acción pastoral de la Iglesia. 

Si la Iglesia-Cuerpo de Cristo no es comprendida como realidad sobrenatural, no del mundo, distinta aunque no separada, portadora de un quid gratuito que el mundo no puede darse a sí mismo y que espera para poder salvarse, las cuentas no cuadran. Crepaldi hace referencia a la manera rahneriana de comprender la relación Iglesia/mundo que tiende a redimensionar la Iglesia a la que considera como una parte del mundo. Según Rahner, la Gracia es un don de Dios para todos y no puede ser obstruida y frustrada por las resistencias del corazón humano o por instrumentos aleatorios como son los sacramentos. Al no ser necesarios los sacramentos y ni tan siquiera la conciencia de la gracia para estar en posesión de ella, pueden haber personas que sean cristianas y no lo saben; son los llamados “cristianos anónimos”. El propio Kasper afirma de manera crítica: “Rahner permanece atrapado (…) en las redes de la filosofía idealista de la identidad, prisionero de la identificación de ser y conciencia”.

Si la Iglesia es una parte del mundo; si Dios se concede a sí mismo a todos los hombres, también a quien no lo quiere y no lo sabe; si el orden natural y el sobrenatural coinciden; si libertad y necesidad son equivalentes; si cada uno ya está salvado por el hecho de existir en la historia, la Iglesia ya no tiene motivo de existir y obrar a partir de una identidad propia; la humanidad histórica ya está cristificada automáticamente, no se necesita la obra de Cristo y de la Iglesia a Él vinculada para llegar a cada hombre que surge en la historia. Además, ya no existe el libre albedrío, por lo tanto no existe el hombre. Vuelve la crítica que Kierkegaard hace al idealismo hegeliano al que Rahner está fuertemente anclado.

Dicha perspectiva eclesiológica parece estar presente directa o indirectamente, aunque con menos profundidad y sutileza que en Rahner, en muchas afirmaciones de teólogos, pastores y laicos llamados “adultos”. Pero es una perspectiva no católica, falsa y peligrosa por la autocomprensión que la Iglesia de hoy debe hacer de sí misma. A la luz de dicha perspectiva, la pastoral cambia y se convierte en pastoralismo. 

La pastoral es el hacerse de la Iglesia continuamente. Un hacerse como actores: Dios y el Pueblo jerárquicamente ordenado. Un hacer de Cristo presente en la Iglesia difundida en el tiempo y en el espacio. Un hacerse que tiende a crear comunión entre Dios y los hombres, y los hombres entre ellos. Un hacerse que profesa, celebra, vive y reza. Un hacerse que genera santos a lo largo del complejo camino de la historia y que combate la obra inicua que el mundo constante pone en marcha. 

Por lo tanto, un obrar de la Iglesia que parte de su identidad (agere sequitur esse) dogmática, moral, litúrgica, disciplinar. La pastoral es consecuente con la naturaleza de la Iglesia y, aunque se cree un círculo virtuoso entre ser y obrar, o la vida sea una unidad inseparable, esto no quiere decir que no se distingan los distintos elementos. Como escribe Vignelli, la pastoral “no puede cambiar dogmas, leyes y cultos, no aborda el quod (el qué) ni el quid (por qué), sino sólo el quomodo (cómo): es decir, reglas, métodos y medios”. Podríamos decir que es la dimensión de la praxis que camino junto a la teoría. Un proceder juntos que se sostiene y se enriquece mutuamente.

Si no se incluye a la pastoral en esta perspectiva eclesiológica, corre el riesgo de convertirse ya no en arte que permite el encuentro del hombre con Dios en la Iglesia, sino en en lugar del encuentro igualitario, que tiende a realizar el bienestar existencial y no la salvación. De aquí puede brotar la adecuación de la Iglesia a las peticiones de las mentalidades históricas del momento. El fin de la pastoral se convierte en el esfuerzo de adecuar el anuncio cristiano a los cambios del momento. Tiene lugar una metamorfosis: la pastoral deja de ser medio para convertirse en fin.

La pastoral, entonces, se transforma en pastoralismo, al que Crepaldi define: “El deseo de encontrar al otro en situaciones concretas de vida subordinando, con relación a este encuentro, las cuestiones doctrinales. Es la versión católica de la prevalencia de la praxis sobre la teoría o de la existencia sobre el pensamiento” o si queremos, “la total aceptación de la secularización como autonomía del mundo”.

Este planteamiento destruye la pastoral y amordaza la Iglesia de hoy. Una realidad que no habla, no dialoga, sino que calla y acepta, pierde su presencia en la situación histórica y, sobre todo, socio-política. 

Y sin embargo, muchos intelectuales y agentes católicos afirman que la Iglesia hoy debe sólo acompañar, como una cuidadora pasiva, al mundo y acoger todos sus caprichos. Y citan a menudo el Concilio Vaticano II, olvidándose de páginas como la siguiente: “El sagrado Concilio (…) enseña, fundado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación. El único Mediador y camino de salvación es Cristo, quien se hace presente a todos nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia. El mismo, al inculcar con palabras explícitas la necesidad de la fe y el bautismo (…), confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como por una puerta. Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella” (Lumen Gentium, 14).

Don Lillo D’Ugo