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lunes, 17 de noviembre de 2014

Razones de la Encarnación (7 de 10)

Si amamos de verdad a Jesús nuestra respuesta no puede ser otra que la de hacer nuestros sus sentimientos: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús" (Fil 2, 5). ¿Y cuáles fueron esos sentimientos? Necesitamos conocer a Jesús, para poder así amarle y conformar nuestra vida a la Suya. Fijémonos en el proceder de Jesús. Puesto que amaba a su Padre, y se sabía amado por Él, su único objetivo y el sentido de su Vida era el de hacer realidad en Sí mismo todo -y sólo- aquello que agradaba a su Padre; lo que, en su caso concreto, le llevó a hacerse uno de nosotros "y en su condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2, 7-8). 

La voluntad de Jesús con relación a nosotros, podemos verla muy bien expresada en la oración que le dirigió a su Padre en la noche de la Última Cena cuando, refiriéndose a todos los que creyesen en Él, le rogaba, : "Que todos sean uno: como Tú, Padre, en Mí, y Yo en Tí, que también ellos sean uno en nosotros" (Jn 17, 21). Ése es el tipo de unión que quiere Jesús que exista entre todos los cristianos, aquéllos que viven de la fe en Él: que todos sea uno en Dios.




Jesús piensa también en el resto de la humanidad: "No ruego sólo por éstos, sino también por los que han de creer en Mí por su palabra" (Jn 17, 20). Luego es necesario creer en Él para salvarse. De ahí la importancia tan grande que tiene el conocimiento del mensaje de Jesucristo por parte de todos aquellos que no lo conocen y que desearían conocerlo, incluso aun cuando no sean del todo conscientes de ello. Y de ahí también la importancia de actuar conforme al Mensaje que Jesús nos dejó cuando ascendió a los cielos: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. Quien crea y sea bautizado se salvará; pero quien no crea se condenará" (Mc 16, 15-16). 


El tener esto en cuenta nos permitirá discernir cuándo se está cumpliendo la voluntad de Dios o cuándo se le está traicionando: cuidado, pues, con todos esos movimientos llamados "ecuménicos"; cuidado con el llamado "diálogo con los no creyentes" o "diálogo inter-religioso". Se trata de expresiones desafortunadas que más que aclarar ofuscan el pensamiento cristiano. 


El cristiano se sabe en posesión de la Verdad, no por sí mismo, sino porque ha recibido de Dios este don. Y esa Verdad es Jesucristo. Sólo en Él está la salvación. ¿Qué sentido tiene "dialogar" con otras religiones o con los llamados "hermanos separados", cuando la misión de un cristiano es la de vivir la Vida de Jesucristo en su propia vida y hacer llevar esa Vida a todos los que le rodean, con vistas a su felicidad, tanto la terrena como la eterna. 


Cuando se pierde de vista esta misión, Dios se difumina y desaparece del horizonte. No porque Él nos deje, sino porque nosotros le rechazamos o nos avergonzamos de Él. Para tener las ideas claras a este respecto, es necesario acudir a la Tradición de la Iglesia de siempre, que es la única capaz de disipar todas nuestras dudas o desconciertos. Esto es hoy más importante que nunca, pues la lucha contra la Iglesia Católica está teniendo lugar en su propio seno; y estoy hablando, también, de las altas Jerarquías. 


Estamos en tiempos difíciles; pero es justo ahora cuando debemos redoblar nuestra esperanza y nuestra alegría, porque el Señor está con nosotros: "Cuando comiencen a suceder estas cosas, tened ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se aproxima vuestra redención" (Lc 21, 28) Nunca hay motivos para la desesperanza. Estamos "perplejos pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados pero no aniquilados" (2 Cor 4, 9) 


Todos los sufrimientos que tengamos a causa de nuestra fe nos sirven de Gloria para nosotros y para el resto del mundo. Un dolor o un sufrimiento por Cristo, con Él y en Él es un dolor o un sufrimiento redentor, un sufrimiento que salva, debido a la íntima unión que existe entre Cristo y los suyos. El poder de un cristiano es el mismo poder de Cristo"Os lo aseguro: quien cree en Mí hará las obras que Yo hago y las hará mayores que éstas" (Jn 14, 12). 


La unión de un cristiano con Jesucristo tiene lugar siempre en el seno de la Iglesia que Él fundó, la cual es su Cuerpo Místico. En ese Cuerpo, Cristo es la Cabeza y nosotros sus miembros. De modo que la suerte que corre la Cabeza es la misma que la que corren sus miembros: Muere la Cabeza, mueren sus miembros. Sufre la Cabeza, sufren sus miembros. Resucita la Cabeza, resucitan sus miembros. Tal es el grado de unión de un cristiano con Jesús. Tal vez podamos entender así mejor estas palabras que dirigió el apóstol Pablo a los colosenses: "Ahora me alegro en los padecimientos por vosotros y completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo por su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). Alegría en el sufrimiento, aunque parezca increíble ... pero sólo si el sufrimiento se debe a que estamos compartiendo con Jesús las penalidades que conlleva el mantenernos fieles al Mensaje que de Él hemos recibido.


Penalidades necesariamente las habrá: "Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones" (2 Tim 3, 12). Jesús mismo nos lo advirtió con toda claridad: "Acordaos de las palabras que os he dicho: no es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a Mí, también os perseguirán a vosotros" (Jn 15, 20). 


Sin embargo, esos sufrimientos no deben ser nunca motivo de tristeza, sino todo lo contrario, pues no hay mayor amor que el de compartir la vida del Amado, y junto al Amor -y de su mano- viene siempre la Alegría. Así se explica la alegría de los discípulos de Jesús cuando fueron azotados por hablar en el nombre de Jesús. Se dice que "salieron gozosos de la presencia del Sanedrín, porque habían sido dignos de ser ultrajados a causa del Nombre de Jesús" (Hech 3, 41). Aparente paradoja, pero que tiene su explicación ... y es que se estaban cumpliendo en ellos las palabras de su Maestro y Señor: "Bienaventurados seréis cuando os injurien y persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo género de mal por mi Causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será abundante en el cielo" (Mt 5, 11-12) . 


Así pues: hagamos de su Vida la nuestra, marquemos sus Palabras en nuestra mente y en nuestro corazón y procuremos hacerlas realidad. Sólo entonces seremos todo lo felices que podemos ser ... ya en este mundo. Y luego, acudamos a Jesús, con toda confianza: "Venid a Mí todos los que estáis fatigados y agobiados, que Yo os aliviaré" (Mt 11, 28), con la absoluta seguridad de que Él no nos va a defraudar jamás: "En el mundo tendréis sufrimientos. Pero confiad: Yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33). 


(Continuará)