BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



viernes, 26 de septiembre de 2025

P. Zarraute - León XIV: religioso culto, amante de la liturgia y del latín, con lagunas teológicas




DURACIÓN 32:10 MINUTOS

¿Podemos todavía confiar en la justicia canónica? Una reflexión de Specola





Hay una dinámica que se repite con inquietante regularidad en la vida de la Iglesia: la negación de los propios problemas. Se percibe en la propia vida de la Iglesia que el sistema legal parece cada vez más inestable, cada vez más comprometido. «Hemos dedicado tantos años al estudio. ¿Por qué?»

Hoy en día, en la Iglesia, no tiene sentido estudiar derecho. Esperemos que un Papa canonista aborde esta tendencia. Pero quizás solo ahora nos estamos dando cuenta de lo inapropiado que fue nombrar obispos sin competencia legal en el pasado. La justicia canónica, que debería garantizar la transparencia, la protección y la imparcialidad, a menudo se ejerce de forma arbitraria, selectiva, casi caprichosa. Ya no se trata de casos aislados: es una tendencia sistémica que socava la credibilidad de la Iglesia en su propia pretensión de ser guardiana de la verdad y la justicia.

En los últimos años, se ha observado un aumento de casos de condenas pronunciadas sin un juicio adecuado, de procedimientos carentes de pruebas concretas y de decretos punitivos emitidos con total desprecio por el proceso canónico establecido.

Sacerdotes obedientes, a menudo frágiles, son suspendidos o marginados sin siquiera haber tenido la oportunidad de defenderse. Mientras tanto, otros permanecen inexplicablemente impunes, a pesar de haber escandalizado a los fieles durante mucho tiempo. Algunos insultan públicamente, otros asisten a programas de televisión, algunos usan lenguaje vulgar y grosero, algunos publican declaraciones en redes sociales que claman venganza ante Dios, desacreditando a la propia Iglesia. Algunos de estos sacerdotes incluso han sido condenados en tribunales civiles y penales, sin que esto haya afectado en lo más mínimo a sus obispos, quienes están ocupados discutiendo con la sociedad civil y provocando la huida de la mitad del presbiterio de las diócesis a las que lamentablemente fueron enviados. ¿Por qué este trato desigual? ¿Por qué quienes carecen de poder, apoyo y silencio son duramente perseguidos, mientras que quienes usan el púlpito mediático para ofender, difundir noticias falsas y división, y desacreditar a sus hermanos y al propio Papa siguen en libertad? ¿Será acaso porque estos individuos controlan a sus obispos, chantajeándolos con expedientes o amenazas? ¿O más bien, porque el episcopado, en demasiados casos, elige la salida fácil: mostrarse fuerte ante los débiles y débil ante los fuertes?

El derecho canónico pierde credibilidad y ya no es un instrumento de justicia, sino de conveniencia. Ya no es un bastión del derecho, sino un campo de batalla para intereses personales y dinámicas de poder. El derecho canónico, tal como está codificado, ofrece normas claras: juicio justo, posibilidad de defensa, pruebas garantizadas. Pero ¿con qué frecuencia se ignora todo esto? ¿Con qué frecuencia los tribunales eclesiásticos se convierten en lugares donde se ratifican decisiones ya tomadas en los despachos, en las cámaras episcopales o en los pasillos de un dicasterio romano?

San Agustín: «Remota itaque iustitia quid sunt regna nisi magna latrocinia»; sin justicia, ¿qué son los reinos sino grandes bandas de ladrones?. Sin justicia, ¿qué queda de su autoridad moral? Si la Iglesia no garantiza justicia a sus sacerdotes, ¿cómo puede exigir justicia a los estados, gobiernos y los poderosos de la tierra? La justicia canónica, creada para proteger a los débiles y salvaguardar la comunión, se utiliza a menudo para castigar a los obedientes y absolver a los rebeldes.

Esto produce un efecto devastador: una pérdida de fe. Los fieles ya no creen en la justicia de la Iglesia, porque ven con sus propios ojos la discrepancia entre las proclamaciones y la realidad. No se trata de invocar la represión indiscriminada ni de pedir juicios sumarios, al contrario. Se trata de reafirmar un principio fundamental: la justicia debe ser igual para todos. La credibilidad de la justicia canónica no se mide por códigos escritos, sino por hechos concretos. La verdadera reforma no consiste en una nueva ley ni en otro motu proprio, sino en la elección de la valentía y la competencia.

Nos sorprenden los caso de escándalos sacerdotales que pueblan la información, tenemos fresco el escándalo en España protagonizado por un ilustre miembro del cabildo de Toledo.

En Italia es noticia el hermano Bernardino, de 66 años, de la Fraternidad de Menores Renovados, originario de Colombia pero residente en Palermo. Está acusado de agresión sexual contra cinco víctimas, de las cuales solo una era mayor de edad. En 2015, el fraile supuestamente les pidió a las niñas que se desnudaran y cambiaran delante de él. «Nos dijo que era una forma de expresar la libertad de nuestros cuerpos. Nos dio vergüenza, pero lo hicimos rápidamente por vergüenza». Su superior testificó ante el tribunal, relatando la investigación canónica iniciada contra el fraile cuando el asunto salió a la luz en 2014.

Sin justicia, no hay paz, ni dentro ni fuera de la Iglesia. Sin justicia, no hay credibilidad. Sin justicia, la Iglesia se convierte en la caricatura que sus enemigos siempre han denunciado: una institución autorreferencial, capaz de predicar, pero no de vivir lo que predica. ¿Podemos todavía confiar en la justicia canónica?

El futuro de La Sacristía de La Vendée (por el padre Francisco José Delgado) Con fecha 7 de marzo de 2024




Queridos amigos, seguidores y miembros de La Sacristía de La Vendée.


Hace más de tres años a un par de amigos sacerdotes se nos ocurrió comenzar un proyecto que, sin ninguna ambición, pretendía crear algo más o menos nuevo en el mundo católico hispano de Internet: un grupo de sacerdotes católicos hablando con libertad de distintos temas, política, historia, arte, literatura y, claro, Iglesia. Tratando de dar una opinión desde una perspectiva siempre católica y además contrarrevolucionaria.

Siempre pretendimos que fuera algo añadido a nuestro ser y ministerio sacerdotal. Es decir, que siempre estaba por encima el ministerio que se nos había encomendado por parte de nuestros obispos, y después, en nuestro tiempo libre, dedicar algunos ratos a algo que la Iglesia lleva pidiendo mucho tiempo: que haya una presencia católica en lo que algunos han llamado el «sexto continente». Aunque esta iniciativa no surgía de nuestra misión pastoral, es decir, nadie nos había mandado hacerlo, tengo que decir públicamente que yo contaba con el beneplácito explícito de mi obispo. No sólo eso, sino que hasta ahora siempre me ha animado a desarrollar esta tarea, aunque, como algunos se pueden imaginar, no resultaba lo más cómodo para la política diocesana en estos tiempos revueltos.

Como digo, siempre pusimos por delante el ser curas, y en el caso de todos nosotros, curas de pueblo. De ahí que nuestros programas los tuviéramos por las noches, a horas a veces intempestivas. Horas en las que los sacerdotes se dedican a cosas diversas: algunos echan un rato de lectura, otros aprovechan para algún momento más de oración, otros eligen algún otro tipo de descanso… Nosotros decidimos emplear ese tiempo, más o menos libre, a esta tarea. Es necesario entender esto, que para nosotros siempre fue primero la dedicación a la pastoral y sólo quisimos renunciar a nuestro tiempo libre, nunca a la atención a nuestros fieles directos.

Esto es importante, porque nunca quisimos otra cosa que ser curas y, aunque esto escandaliza a muchos de nuestros enemigos, siempre nos hemos presentado como sacerdotes ante las cámaras. Las renuncias directas que hemos tenido que asumir, ustedes las pueden imaginar. La actividad del canal en muchos casos nos ha hecho renunciar a proyectos personales legítimos o a otros gustos que podríamos habernos concedido.

Ustedes han sido testigos de la dimensión que ha tomado este pequeño proyecto. Nosotros seguíamos la estela de otros grandes sacerdotes, que tiempo antes de nosotros y con mucho más alcance, han llenado de fe y piedad los espacios, a veces tan sórdidos del Internet. Algunos nos han acompañado en nuestras tertulias y se lo agradecemos enormemente. Por señalar algunos: el P. Javier Olivera Ravasi, el P. Juan Razo, el P. Jorge González Guadalix, el P. Raúl Sánchez, el P. Santiago Martín o Mons. Isidro Puente Ochoa. Y espero no olvidarme de ninguno. La novedad que podíamos ofrecer nosotros, ante tan magnas figuras sacerdotales, era formar un equipo de sacerdotes en el que pudiéramos complementarnos para ofrecer algo distinto. A este equipo se han incorporado eventualmente más de treinta sacerdotes, a los que también agradecemos su apoyo. Además ha habido sacerdotes que, por distintos motivos, no podían unirse a nuestra tertulia, pero también han estado apoyándonos y ayudándonos de distintas formas.

Nunca pensamos que la cosa pudiera crecer tanto, así que no puedo más que agradecerles a ustedes el apoyo extraordinario que nos han prestado durante estos últimos años. Pero, sobre todo, hemos de dar gracias a Dios por los dones y favores que ha concedido sirviéndose de este pobre e indigno instrumento que ha sido nuestra tertulia. Ustedes nos han hecho llegar sus testimonios de conversión, de fortalecimiento en la fe, de consuelo. Y, a través de esos testimonios, nosotros hemos visto fortalecido nuestro deseo de ser buenos sacerdotes y de estar a la altura de las expectativas que nos manifestaban.

Claro, junto a tantos amigos, también nos hemos ganado unos cuantos enemigos. Enemigos que no han dudado en atacarnos a veces a cara descubierta y otras veces desde la cobardía del anonimato. Lo cierto es que nos habría gustado tener enemigos de más categoría, porque esos te pueden hacer crecer, y no lo seres envidiosos y viles a los que nos hemos tenido que enfrentar. Quizá lo más triste es que hemos tenido que contar como enemigos a algunos que deberíamos haber tenido por hermanos o padres.

Algunos de estos enemigos han obrado con malas artes, pero con buena intención. Han pensado que hacíamos daño a la Iglesia de algún modo, interpretando que nuestra opinión crítica hacia muchas de las cosas que pasan buscaba alejar a los fieles de la Verdad, amargarlos o frenar su camino de santidad. Nunca fue nuestro deseo y creo que, aunque tal cosa pueda haber pasado en algún caso particular, el efecto que hemos producido no ha sido ese en absoluto.

La realidad es que muchísimos católicos están hartos de que tantos pastores y responsables en la Iglesia traicionen la Verdad de Cristo y se entreguen a los gustos del mundo de forma tan servil. Muchos católicos están hartos de no escuchar en la Iglesia más que el catecismo de lo políticamente correcto, y de que se oculten bajo estudiadas ambigüedades las verdades de la fe que nos ha legado la Tradición. Creemos sinceramente que a esos católicos les hemos mostrado que en la Iglesia todavía es posible un mensaje que elija a Cristo antes que el mundo y que no se pliegue a las exigencias de la moderna constitución civil del clero que se nos quiere imponer.

Ante esa situación, muchos cristianos han alzado el grito de guerra vandeano: «queremos nuestros buenos curas». Y nosotros hemos respondido diciendo: «no somos tan buenos, pero intentaremos serlo lo más posible para el servicio de Cristo y de los cristianos».

Otros de nuestros enemigos, además de tambier usar malas artes, han tenido las intenciones perversas de los que no sólo han renunciado a Cristo, sino que buscan por todos los medios que todos renuncien a él. Estos enemigos ciertamente son tan indignos, que nos daría vergüenza que pudieran ganar en esta guerra que hacen a la Iglesia, y nosotros estamos dispuestos a hacerles frente. Lamentablemente, como afirmábamos en el programa de la semana pasada, nosotros mismos hemos sido los que les hemos entregado un arma para poder atacarnos.

Nosotros, a pesar de las informaciones falsas que se han difundido, hemos querido pedir disculpas voluntariamente. Disculpas que reiteramos a todos los amigos a los que hemos defraudado. A la vez nos declaramos inocentes ante los que nos han condenado sin pruebas y sin juicios, basados sólo en la mentira de los que han afirmado que hemos deseado algún tipo de mal al Papa Francisco o que de alguna manera nos hemos apartado de la comunión con él. Todos los que nos siguen saben que esto es mentira, pero la mentira es el arma del diablo, que a la vez es el príncipe de este mundo y, claro, en este falso mundo es en el que vivimos mientras no llegue el verdadero.

Desde el programa de la semana pasada han llegado cientos de correos a nuestros obispos, respondiendo a la petición que les hacíamos a ustedes. No hay palabras para expresar nuestra inmensa gratitud. Algunos nos han hecho llegar sus correos y sus testimonios, que a mí particularmente me han emocionado, a la vez de haberme entristecido por no haber sido capaz de defender mejor esta labor que tanto bien estaba haciendo.

El problema es que los enemigos que el P. Gabriel citaba en el programa pasado, como astutas serpientes, han entendido que habían mordido la presa y no están dispuestos a soltarla. Estos días pasados hemos visto cómo nuestros nombres eran injuriados en televisiones y medios de todo el mundo, siempre bajo la falsa premisa de que nosotros hubiéramos deseado un mal al Papa o que nos apartábamos de él. Además, los que podrían habernos defendido han elegido no hacerlo, sino que más bien se han unido a nuestros acusadores.

La situación es tal que tenemos temores fundados de que, si persistimos en el empeño de resistir, los enemigos puedan al final conseguir su objetivo y apuntarse una presa que no les podemos conceder: nuestro sacerdocio. Comenzaba diciendo que La Sacristía de La Vendée siempre fue algo adicional a nuestro ser sacerdotes y que, por tanto, siempre fue un medio útil, pero no un fin en sí mismo. Creemos que sería una grave imprudencia empeñarnos en salvar un medio de tal forma que lleguemos a sacrificar el fin. Es decir, que estamos dispuestos a darlo todo por Cristo, pero no por un medio opinable y prescindible, por más bueno que sea, como La Sacristía de La Vendée. Dios, en su Providencia dará mucho más fruto sin nosotros, evitando así que nos enorgullezcamos y pensemos que nos corresponde a nosotros una gloria que únicamente es del Él.

Por eso, después de mucha reflexión y por nuestra propia voluntad, queriendo evitar poner a nuestros obispos ante la difícil decisión de conceder la victoria a nuestros enemigos, hemos decidido hacer una retirada estratégica, quizá perdiendo una batalla, pero evitando perder la guerra. Es decir, que nadie se equivoque, nadie nos obliga a nada, como tampoco se nos obligó a pedir disculpas, sino que nosotros damos este paso libremente para que sea aún más evidente que no buscamos sino el bien de la Iglesia, a diferencia de aquellos que nos persiguen.

¿Qué significa esto en la práctica? Que suspendemos todos los programas en nuestros canales de La Sacristía de La Vendée hasta nuevo aviso. Se trata de adelantar la pausa que íbamos a hacer de todas formas para Semana Santa y alargarla por tiempo indefinido hasta que podamos ver que nuestra actividad no pone en peligro lo fundamental, por lo que hemos entregado nuestra vida hace ya muchos años, nuestro sacerdocio.

¿Servirá esto para que nuestros enemigos cesen en la persecución? Es evidente que no, porque ellos sólo quieren el mal y posiblemente nos persigan con más saña. Sin embargo, creemos que nuestro gesto puede hacer que aquellos que tienen el poder de defendernos hagan, por fin, que se imponga la justicia y la verdad, ante tanta maldad y calumnia. Ni que decir tiene que, siguiendo el mandato del Señor, perdonamos de corazón a nuestros enemigos y a los que nos han dado la espalda y rezamos por su conversión.

Como responsable último de este canal créanme que dar este paso me provoca un dolor terrible. Pienso en los bienes espirituales y el consuelo que producía esta «humilde trinchera de Cristo Rey», como le gusta llamarla al P. Gabriel. Pienso en la cantidad de horas de nuestra vida que hemos invertido en ello. Pienso en que algunos no sepan entender nuestra decisión y lo tomen como un mal ejemplo que les haga desfallecer en la lucha. Y esto último es, sin duda, lo que más sentiría.

Por eso les aseguro, poniendo mi palabra en juego, que la lucha católica contrarrevolucionaria no cesa por nuestra parte. Que vamos a seguir dando la batalla a tiempo y a destiempo, pero dentro de la fidelidad a nuestra vocación y a nuestra unión con Cristo, en fidelidad a la Santa Iglesia Católica y a su jefe visible, que ahora es el Papa Francisco, lo mismo que antes fue el Papa Benedicto XVI y, cuando Dios lo decida, lo será el siguiente que reciba el ministerio petrino.

¿Qué pueden hacer ustedes mientras tanto? Bueno, ya saben que hay muchos otros sacerdotes contrarrevolucionarios que seguirán trabajando en las redes para la difusión de la sana doctrina. He citado algunos antes y son mucho más conocidos que nosotros, aparte de más sabios y, con seguridad, más prudentes. Nuestro canal seguirá abierto y los vídeos disponibles. Yo, particularmente, emitiré en mi canal Quaerere Veritatem el comentario a la Suma Teológica y más adelante tal vez vuelva a emitir otros programas formativos como los que realizaba en este canal. Pueden suscribirse o seguirme en mis redes para estar al tanto. El P. Juan Manuel Góngora seguirá activo en sus redes (@patergongora) y desde ahí podrá informar de nuevas iniciativas. El P. Francisco Torres seguirá haciendo sus proyectos, como viene haciendo hasta ahora, en su canal de YouTube y en sus redes. Informaremos cuando el P. Gabriel retome sus programas de historia, y dónde podrán seguirse.

Por último, no dejen de rezar por nosotros. Sobre todo necesitamos eso. La fuerza de la oración y el ayuno es poderosa como para expulsar a los demonios que nos atacan en estos tiempos. Perseveren en el bien y rechacen el mal y tengan con nosotros la misericordia que nos han negado aquellos que han hecho de ese atributo divino un triste truco publicitario.

Por último, quiero pedirles un favor. Muchos me han hecho llegar sus correos electrónicos de apoyo por distintos medios, pero me es imposible reunirlos todos. Les pediría, si lo estiman oportuno, que los reenvíen a testimonios@lasacristiadelavendee.com, contándonos lo que ha supuesto para ustedes este programa y lo que está sucediendo ahora. Nos gustaría mucho tener esos testimonios para no perder de vista cuál es el objetivo y seguir decididos a dar la vida en defensa de la Verdad.

Una palabra de agradecimiento queda para nuestros patrocinadores: GCardio y Miel la Virgen de Extremadura. Ellos han confiado en nosotros y nos han apoyado. Otros mucho nos habían ofrecido apoyo, pero no hemos sido capaces de coordinar a tiempo lo necesario para hacer efectivo esos patrocinios. Gracias a todos.

Para terminar, personalmente quiero dar gracias a mis hermanos Gabriel Calvo Zarraute, Juan Manuel Góngora, Francisco Torres Ruiz, Rodrigo Menéndez Piñar y Roylan Recio. Hemos estado juntos en esta aventura, unidos por nuestra amistad y nuestro sacerdocio. Y deseo que ambas cosas sobrevivan a esta persecución y a las que vendrán más adelante.

Sin más, confiando en la Santísima Virgen María Inmaculada, les vuelvo a agradecer una vez más estar con nosotros, sus oraciones y todo el apoyo que nos brindan.

¡Viva Cristo Rey!