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jueves, 3 de abril de 2014

Una introducción al modernismo (José Martí)

Es un hecho innegable la pérdida de fe que se está produciendo hoy entre los mismos católicos (incluida parte de la Jerarquía); aunque muchos que se llaman a sí mismos católicos negarán este hecho. Y dirán "convencidos" de que ellos son católicos y que no han perdido la fe, en absoluto. Todo lo cual puede ser verdad, pero remitámonos a los hechos que son los que indican cuándo algo es verdad y cuándo no lo es: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 5,16). "Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo frutos buenos" (Mt 5,18). Estas palabras son de Jesucristo y son las que nos pueden clarificar la mente para juzgar acerca de lo malo y de lo bueno: ¿Produce manzanas? Es un manzano. ¿No produce manzanas sino peras? Es un peral, pero no es un manzano. Así de simple.

Para quien no lo sepa, el modernismo teológico considera a la Iglesia como una sociedad meramente humana, y es una herejía condenada por San Pío X, en su encíclica Pascendi, quien definió al modernismo como el conjunto de todas las herejías. Pues bien: de alguna manera la herejía modernista se ha ido infiltrando paulatinamente en la misma Iglesia, como una especie de virus que va actuando poco a poco, pero eficazmente. Su objetivo es la destrucción de todo lo sobrenatural en la Iglesia: o sea, la destrucción de la Iglesia, en definitiva, tal como fue fundada por Jesucristo.


Su modo de actuación es muy "inteligente". Básicamente consiste en no hablar de aquellos temas que puedan "herir" la sensibilidad del mundo moderno para poder atraer el mundo hacia sí; así como la introducción (también paulatina) de una serie de ideas que sean aceptadas por el mundo : deben aparecer, por lo tanto, como buenas, atrayentes, agradables y dignas de todo elogio. Si se descubriera la maldad intrínseca de estas ideas, entonces serían rechazadas... lo que hay que evitar por todos los medios. 


Lo peor de todo es que como estas ideas, expandidas por todo el mundo gracias a los medios de comunicación, (¡ay, el gran poder de los mass media!); digo, como estas ideas lo impregnan todo, la Iglesia, que está en el mundo, ha sido influenciada también por ellas; y, a veces, hasta extremos insospechados; lo más cómodo y lo más sencillo es decirle a la gente lo que la gente desea oír y halagar sus oídos, pero no es así como actuaba el Señor. Por ejemplo, cuando estaba enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm su célebre discurso acerca del pan de Vida, que era Él mismo, resultó que "muchos de sus discípulos, oyéndole, dijeron: 'Dura es esta enseñanza, ¿quien puede escucharla?' " (Jn 6, 60) "y se echaron atrás y no andaban ya con Él" (Jn 6,66). 


Tal vez a alguno se le podría pasar por la cabeza que Jesús, para no quedarse sin discípulos, iba a cambiar sus palabras. Pues ese tal anda muy errado; y no conoce cómo era Jesús, pues  no sólo no se desdijo de sus palabras sino que, acto seguido, "preguntó a los Doce: '¿También vosotros os queréis marchar?' " (Jn 6,67). Decía San Pablo que  "vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, dejándose llevar de sus caprichos, reunirán en torno a sí maestros que halaguen sus oídos, y se apartarán de la verdad y se volverán a las fábulas" (2 Tim 4, 3-4) ... ¿Estaremos ya en ese tiempo? Todos los indicios hacen apuntar que sí. Lo estamos comprobando. Ante las grandes mentiras que hoy se proclaman por doquier, la gente acaba considerando como normal cosas que un niño pequeño desmentiría tranquilamente: es el caso, por ejemplo, de la ideología de genero, que no tiene ni pies ni cabeza (y de muchísimas otras que todos conocemos, y de las que ya se ha hablado en otros lugares de este blog). Ya sabemos: una mentira, repetida una y mil veces acaba transformándose en "verdad". No se apela a la razón sino a los sentimientos. Y de este modo, aunque se nos engañe con grandes mentiras, éstas son presentadas como atractivas y aparecen como verdades,  ... engañando a multitud de personas



Jesús nos avisó ya de este peligro que, si siempre ha existido, hoy en día presenta una actualidad superior a la del momento histórico en el que fueron pronunciadas. Al fin y al cabo, son Palabra de Dios. Y estas palabras trascienden el tiempo y el espacio: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24,35). ¿A qué palabras nos referimos ahora? A éstas: "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces" (Mt 7,15). Porque ciertamente es así: si no viniesen disfrazados de ovejas y mostraran, en cambio, su verdadera cara, serían rechazados. La mentira necesita siempre de la verdad para poder atraer a la gente. Claro que sólo serán engañados aquellos que hayan optado por la mentira y se dejen seducir por ella: "reunirán en torno a sí maestros que halaguen sus oídos, y se apartarán de la verdad y se volverán a las fábulas" (2 Tim 4,4)


Podríamos recordar aquí también estas palabras de San Pablo a Timoteo, que vienen como anillo al dedo: "Has de saber esto: que en los últimos tiempos sobrevendrán días difíciles. Pues los hombres serán egoístas, avaros, altivos, soberbios, blasfemos, desobedientes a sus padres, ingratos, criminales, desnaturalizados, desleales, calumniadores, salvajes, sin bondad, traidores, temerarios, hinchados, amantes del placer más que de Dios, los cuales tendrán una apariencia de piedad, pero en realidad habrán renunciado a su espíritu. Apártate también de éstos" (2 Tim 3, 1-5). 


Ciertamente no se puede afirmar que estemos en los últimos tiempos, pues ese conocimiento se lo ha reservado sólo el Padre, aunque no cabe duda de que hay signos bastante fuertes en este sentido (no tenemos más que analizar un poco todo lo que está sucediendo); de modo que tampoco se puede afirmar que no lo estemos. Pero, en fin, sea de ello lo que fuere, de lo que se trata ahora es de caer en la cuenta de que estas personas, estos falsos profetas que surgirán al final (aunque siempre los ha habido) no son tales profetas sino lobos rapaces que, según el Señor, vendrán disfrazados de ovejas y, según San Pablo, con una apariencia de piedad. Debemos estar muy atentos y vigilantes. Y siguiendo el consejo que dio San Pablo a Timoteo: "Apártate también de éstos" (2 Tim 3,5), dirigirnos a Jesús y decirle, como hizo San Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 68-69)