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lunes, 20 de octubre de 2025

La Santa Misa, perseguida



En 2007 Benedicto XVI promulgó el motu proprio Summorum Pontificum acompañado de una carta en la que declaró que el rito antiguo jamás había sido abrogado (Cf. Summorum Pontificum 1). No podía ser de otra manera. De hecho, el Concilio de Trento había dejado establecido en un canon dogmático: «Si alguno dijere que los ritos recibidos y aprobados de la Iglesia Católica que suelen usarse en la solemne administración de los sacramentos pueden despreciarse o ser omitidos por el ministro a su arbitrio sin pecado, o mudados en otros por obra de cualquier pastor de las iglesias, sea anatema» (Denzinger 856).

Este canon XIII sobre el Sacramento de la Eucaristía condena como herética la idea de que un pastor de la Iglesia –el Papa incluido– pueda sustituir los ritos tradicionales por otros nuevos. El canon posee valor dogmático, no sólo disciplinario. Su formulación universal (quemqumque) excluye toda excepción. De ahí que la sustitución del Rito Romano por el Novus Ordo no sólo resulte ilegítima, sino contraria a la Fe católica según el magisterio del Concilio de Trento.

Por otra parte, San Pío V declaró solemnemente en la encíclica Quo primum tempore:

«Que absolutamente a ninguno de los hombres le sea licito quebrantar ni ir, por temeraria audacia, contra esta página de Nuestro permiso, estatuto, orden, mandato, precepto, concesión, indulto, declaración, voluntad, decreto y prohibición. Más si alguien se atreviere a atacar esto, sabrá que ha incurrido en la indignación de Dios omnipotente y de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo».

La frase «pueden despreciarse o ser omitidos» denota que la naturaleza de los ritos es intocable. Incluso si un papa intentase abrogarlos o efectuar cambios arbitrarios en ellos, sería un acto gravemente pecaminoso. Como vemos, el mencionado concilio declara que no sólo los sacerdotes y prelados, sino que ni siquiera el Papa puede alterar ni revocar ritos reconocidos por la Iglesia, porque forman parte de la Tradición y de la Fe apostólica, que no está sujeta a alteraciones arbitrarias. En el documento Quo primum tempore, San Pío V declara explícitamente que el decreto del Misal Romano no es negociable ni pasible de modificación por parte de nadie, ni siquiera el Sumo Pontífice. Las palabras «temeraria audecia» indican que toda tentativa de alterar el decreto supondría una grave infracción del derecho litúrgico. De las frases citadas se desprende claramente que, con arreglo a la doctrina del Concilio de Trento y el decreto de San Pío V, nadie, ni siquiera un pontífice, tiene autoridad para derogar o sustituir el Misale Romanum ni ningún otro rito reconocido y aprobado por la Iglesia. Tanto uno como el otro documento determinan que la liturgia constituye un depósito de fe que pertenece a la Iglesia y no puede ser modificado arbitrariamente. De ese modo, la liturgia de la Iglesia, en tanto que manifestación de la Fe apostólica, es intocable, y el Papa carece de autoridad para modificarla a su antojo.

Benedicto XVI afirma que la Misa Tridentina no ha sido jamás formalmente revocada, y con ello desmiente lo que se ha enseñado y practicado durante décadas. Las declaraciones oficiales del tiempo de Pablo VI, si bien son ambiguas, deben entenderse (y aplicarse) como un sustituto obligatorio del rito tradicional por el nuevo. La praxis eclesial de los años setenta y ochenta confirma esta interpretación: la celebración pública del Vetus Ordo estaba prohibida en casi todas partes, salvo raras concesiones a sacerdotes ancianos. Consciente de la obligación tridentina, Benedicto XVI evitó afirmar que Pablo VI había abolido el rito antiguo. Con esto, trató de exonerar a Pablo VI de la acusación de herejía material. En vez de afirmar que el Novus Ordo sustituyó al rito tradicional, lo presentó como una forma ordinaria de un rito romano del que se conserva también una forma extraordinaria que jamás ha sido abrogada. Pero esto no es más que una construcción jurídico-retórica que no se sostiene a la luz de la teología litúrgica tradicional y la realidad de los hechos.

La idea de las dos formas, ordinaria y extraordinaria, de un mismo rito romano es una distinción de índole jurídica, no teológica. Las diferencias entre la Misa Tradicional y la de Pablo VI son tan abismales –en cuanto a teología, estructura, espiritualidad y expresión de lo sagrado– que no se puede hablar verdaderamente de dos formas de un mismo rito. La nueva Misa abandonó elementos centrales del Rito Romano: unicidad de anáfora, continuidad ritual y centralidad del Sacrificio. A todos los efectos, la Misa nueva se asemeja más a un culto protestante que a la liturgia católica tradicional. Afirmar que se trata de un único rito sólo sirve para justificar la coexistencia canónica de ambas misas, pero no se corresponde con la realidad litúrgica ni doctrinal.

En 2021, con el motu proprio Traditionis custodes, el papa Francisco introdujo restricciones al uso del Misal. Tras una lectura atenta y serena del documento, nos gustaría exponer algunas reflexiones de naturaleza litúrgica y teológica. El documento, en efecto, revela cierta rigidez jurídica y traza unas líneas marcadamente restrictivas. Con todo, lo que se presenta como un acto de fuerza se puede interpretar fácilmente como un síntoma de debilidad: un intento de imponer la autoridad por medio de la norma en unos momentos de evidentes dificultades pastorales y litúrgicas.

En la carta a los obispos, el Pontífice expresa su preocupación por un uso que considera instrumental del Misal Romano de 1962, y afirma que podía contribuir a fomentar el rechazo del Concilio. Reveló además que en 2020 mandó a la Congregación para los Obispos enviar un cuestionario a todos los prelados sobre la aplicación de las disposiciones del papa Ratzinger, y declaró: «Las respuestas recibidas revelaron una situación que me apena y preocupa, confirmando la necesidad de intervenir». Hasta ahora no se habían revelado los pormenores de la consulta. Pero en el libro escrito mano a mano por monseñor Nicola Bux y Severino Gaeta La liturgia non è uno spettacolo (2025), sale finalmente a la luz la verdad: los resultados de la consulta fueron totalmente contrarios a cuanto afirmaba Francisco.

1) El informe, jamás publicado en su totalidad, demuestra que la mayoría de los obispos se consideraban satisfechos con la normativa entonces vigente (Summorum Pontificum de 2007) y pensaban que imponer restricciones acarrearía más males que beneficios, como divisiones litúrgicas y riesgo de cismas.

2) Al contrario de lo que sostenía el papa Francisco (que hablaba de divisiones y abusos litúrgicos), el informe pone de manifiesto que los problemas proceden más bien de una minoría de obispos hostiles a la Misa Tradicional o que no la conocen, no de los fieles vinculados a ella.

3) El documento subraya que en aquellos lugares en que Summorum Pontificum se ha aplicado bien, con colaboración entre el clero y los obispos, la situación es tranquila y fructífera.

4) Se observa entre la juventud una marcada atracción hacia la Misa Tradicional, vivida como una experiencia sincera y sagrada, con frecuencia asociada a un regreso a la Fe, vocaciones y renovación espiritual.

5) El informe recomendaba una formación teológica más profunda en los seminarios en ambas formas del rito, y proponía la libertad de elección para los fieles, de conformidad con el espíritu de unidad promovido por Benedicto XVI.

6) Algunos obispos, sobre todo en el mundo hispano y en Italia, tendían a minimizar la liturgia tradicional o ponerle trabas porque la veían como algo molesto o como un peligro que había que contener.

7) Un balance completo de las repuestas al cuestionario del Vaticano reconocía que el efecto de Summorum Pontificum había sido positivo y no suponía un peligro para la unidad de la Iglesia.

Hoy, Traditionis custodes resulta ser lo que muchos ya sospechaban desde el principio: no es un documento pastoral, sino un texto ideológico fruto de prejuicios doctrinales y hostilidad a la Tradición católica. El papa Francisco justificó la supresión de la Misa de siempre alegando hacerlo en respuesta a una consulta a los obispos que, como ahora sabemos, no sólo no habían solicitado una intervención represiva, sino que ponía en guardia contra las consecuencias que ésta podía tener.

El rechazo a Summorum Pontificum, que había empezado a restañar heridas profundas en la vida de la Iglesia, no fue por tanto fruto del discernimiento, sino de la voluntad de eliminar todo lo que parezca, así sea remotamente, una fe integral, un culto sagrado, un sacerdocio jerárquico y una liturgia obediente y orientada a Dios. En resumidas cuentas: todo lo que la Iglesia siempre custodió y que hoy en día se considera un residuo peligroso que hay que extirpar.

La línea trazada por Traditionis custodes es clara: se trata de marginalizar, o incluso eliminar, toda expresión visible de la Tradición viva. No se teme a la Misa de antes porque divida, sino porque convence, atrae y convierte. No se combate el Vetus Ordo porque sea estéril, sino porque lleva fruto.

Cabe señalar que no se actúa con la misma solicitud ante las graves desviaciones doctrinales imperantes en ciertas conferencias episcopales, en particular la alemana. ¡Por no hablar de los aberrantes abusos litúrgicos que se dan a diario en parroquias de todo el mundo! El rigor reservado a los grupos vinculados a la tradición litúrgica resulta entonces desproporcionado y es síntoma de un juicio ideológico y no pastoral. El punto neurálgico del documento, del que se derivan las disposiciones sucesivas, es el artículo 1, que reza: «Los libros litúrgicos promulgados por los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano». Ahora bien, desde el punto de vista del derecho, esto resulta ser una interpretación arbitraria. Summorum Pontificum no había reconocido un privilegio, sino un derecho subjetivo basado en la inmunidad jurídica concedida por la bula Quo primum de San Pío V, como sostienen también el canonista Raymond Dulac y el liturgista monseñor Klaus Gamber. El propio cardenal Ratzinger decía precisamente que era una liturgia artificial:

«La promulgación de la prohibición del Misal que se había desarrollado a lo largo de los siglos desde el tiempo de los sacramentales de la Iglesia antigua, comportó una ruptura en la historia de la liturgia cuyas consecuencias sólo podían ser trágicas. Como ya había ocurrido muchas veces anteriormente, era del todo razonable y estaba plenamente en línea con las disposiciones del Concilio que se llegase a una revisión del Misal, sobre todo considerando la introducción de las lenguas nacionales. Pero en aquel momento acaeció algo más: se destruyó el antiguo edificio y se construyó otro, si bien con el material del cual estaba hecho el edificio antiguo y utilizando también los proyectos precedentes. No hay ninguna duda de que este nuevo Misal comportaba en muchas de sus partes auténticas mejoras y un verdadero enriquecimiento, pero el hecho de que se presentase como un edificio nuevo, contrapuesto a aquel que se había formado a lo largo de la historia, que se prohibiese este último y se hiciese parecer la liturgia de alguna manera ya no como un proceso vital, sino como un producto de erudición de especialistas y de competencia jurídica, nos ha producido unos daños extremadamente graves»1.

Esta afirmación da fe de que el nuevo Misal no es, ni en la forma ni en el fondo, una evolución del Rito Romano, sino una transformación radical que ha roto la continuidad orgánica con la tradición litúrgica precedente. Una cuestión jurídica y teológica esencial es la índole jurídica del Misal de San Pío V. Al parecer, el artículo 1 del motu proprio excluye su validez como expresión de la lex orandi de la Iglesia latina. Pero es algo que contrasta con la realidad histórica y canónica. El Misal tradicional ha gozado de vida oficial ininterrumpida durante varios siglos, ha sido venerado y utilizado por innumerables santos y está explícitamente blindado y protegido por la constitución apostólica Quo primum, como ya dijimos. Monseñor Gamber se pregunta con toda razón si el Papa tiene autoridad para abrogar un rito recibido y transmitido a lo largo de siglos. Según él y muchos otros teólogos, como Cayetano y Suárez, la respuesta es negativa. El Sumo Pontífice es custodio, no creador ni destructor, de la liturgia. Ningún documento de la Iglesia, ni siquiera el Código de Derecho Canónico, atribuye al Papa potestad para abolir un rito de tradición apostólica. Dice S.E. monseñor Athanasius Schneider en Credo: compendio de la Fe católica:

«771. ¿Puede un papa derogar un rito litúrgico de costumbre inmemorial en la Iglesia?

No. Así como un papa no puede prohibir o abrogar el Credo de los Apóstoles ni el Credo Niceno-Constantinopolitano por una nueva fórmula, tampoco puede abrogar los ritos milenarios de la Misa y los sacramentos o prohibir su uso. Esto se aplica tanto a los ritos orientales como a los occidentales.

772. ¿Podría alguna vez prohibirse legítimamente el rito romano tradicional para toda la Iglesia?

No. Se basa en el uso divino, apostólico y pontificio antiguo, y tiene la fuerza canónica de la costumbre inmemorial; nunca puede ser abrogado o prohibirse».

De lo que se desprende, canónica y teológicamente, que el Rito Romano tradicional no ha sido abrogado y que no puede ser revocado ni prohibido. Sigue existiendo como auténtica expresión de la verdadera lex orandi y los sacerdotes siguen teniendo derecho a celebrarlo, lo mismo que los fieles a participar en él.

En la Carta a los obispos observamos que el Papa se habría inspirado en San Pío V, el cual, tras el Concilio de Trento, estableció un único Misal Romano para toda la Iglesia latina. Con todo, el paralelo es equívoco; San Pío V no introdujo un nuevo rito. Lo que hizo fue restablecer el Rito Romano ya existente y proteger los que como mínimo tenían doscientos años de antigüedad. Mientras que el Misal de Pablo VI es una creación novedosa que rompe la continuidad, y que apoyándose en la autoridad de San Pío V habría que descartar al carecer de suficiente antigüedad. Aunque el motu proprio Traditionis custodes aparezca revestido de un tono legislativo severo, no resuelve las cuestiones doctrinales y litúrgicas surgidas a raíz de la reforma postconciliar. Intenta establecer por vía normativa algo que no se ha podido consolidar por la vía pastoral ni por la teológica.

En cuanto ordinatio rationis y no por la mera fuerza de la obediencia, la ley obliga a obedecer a una autoridad legítima. Separada del ordenamiento racional, la voluntad del legislador lleva peligrosamente a una peligrosa conculcación del derecho y a la negación de la realidad.

Según un sano concepto del derecho, alejado de maquiavelismos, es esa racionalidad la que rige la norma. Si la norma no tomase su medida de la ordinatio rationis, terminaríamos en una actitud totalmente arbitraria por parte de la autoridad. ¿Qué hizo Benedicto XVI con Summorum Pontificum? Partió de la constatación de que existían dos formas del rito en la Iglesia latina (de ahí la afirmación de que los libros litúrgicos antiguos no habían sido abrogados), una de las cuales era multisecular, y trató de encuadrarla jurídicamente con miras al bien común. Podrá discutirse si se hizo del mejor modo posible (en realidad, la afirmación dos formas del mismo rito es en sí errónea; ¿cómo es posible, por poner un solo ejemplo muy básico, que un rito en el que el sacerdote no separa los dedos índice y pulgar para no perder el menor fragmento de la Hostia consagrada tenga el mismo significado que otro que permite recibir la Comunión en la mano y que la distribuyan ministros extraordinarios?).

¿Qué hizo el papa Francisco? Decidió utilizar el derecho en contra de la realidad, inventándose que la única forma del Rito Romano sería la que salió de la reforma proyectada por Pablo VI, con lo que mandó a paseo el Rito Romano multisecular. Aunque contenga elementos de éste, ha sufrido una transformación tan radical que no es posible invocar una continuidad en la forma. En este caso, la reforma no ha consistido en una recuperación de la forma, sino en la creación de una nueva forma. Esta nueva forma señala precisamente algo nuevo. El autor cita a los autores de la reforma litúrgica, como el padre Joseph Gélineau y monseñor Anibale Bugnini, que hablaban de un Rito Romano destruido en lugar de un desarrollo del mismo. En el Consilium estaban presentes seis teólogos protestantes como asesores. Lo cual es importante teniendo en cuenta que en el Osservatore Romano del 19 de marzo de 1965 Bugnini hizo una declaración escandalosa: «Tenemos que sacar de nuestras oraciones católicas y de la liturgia católica todo lo que suponga una piedra de tropiezo para nuestros hermanos separados, o sea los protestantes»; la reforma era necesaria para que «las oraciones de la Iglesia no fueran causa de malestar espiritual para nadie». Y Jean Guitton, que desde luego no tenía nada de tradicionalista y era amigo de confianza de Pablo VI, afirmó:

«Es decir, que Pablo VI tiene la intención ecuménica de eliminar de la Misa, o al menos corregir o atenuar, lo que sea excesivamente católico en un sentido tradicional, y acercar la Misa católica –insisto– al rito calvinista»2.

Por eso declaró Klaus Gamber: «Una cosa es segura: que el Novus Ordo Missae que se nos presenta ahora no cuenta con la aprobación de la mayoría de los padres conciliares»3. De hecho, observando la realidad, no se puede menos que afirmar que el Misal promulgado por Pablo VI no se ajusta a las demandas que habían surgido de Sacrosanctum Concilium. En ningún punto prevé esta constitución apostólica «la supresión del Ofertorio tradicional ni la formulación de nuevas plegarias eucarísticas, la eliminación o modificación de casi todas las oraciones, que la celebración se realice de cara al pueblo, que el Canon se rece en voz alta ni mucho menos que la Comunión pueda recibirse en la mano»4. Ni siquiera se han respetado las indicaciones positivas sobre el mantenimiento de la lengua latina y el canto gregoriano. Por último, el voluntarismo jurídico que anima Traditionis custodes ha llevado en otros párrafos a despreciar el derecho canónico y a que se comentan errores jurídicos, como sobradamente demuestra el P. Rivoire. Es más, la cuestión litúrgica es más que un asunto de ritos; es también un tema fundamental que afecta la relación entre el Papa y la Revelación divina, que se expresa en la Escrituras y la Tradición.

«Lo desconcertante no es tanto que Francisco contradiga a su predecesor, sino que despache un rito plurisecular como si se tratara de un asunto puramente disciplinario»5.

Si la liturgia tradicional está viva hoy no es por nostalgia, sino porque expresa de modo sublime el sentido del sacrificio, la centralidad del culto divino, el silencio adorante y la íntima unión que liga fe y rito. Mientras que su rechazo se muestra como una opción ideológica en vez de pastoral, y corre el riesgo de fomentar la división en lugar de remediarla. La caridad y la verdad obligan a afirmar que el Rito Romano tradicional, calificado por el cardenal Schuster de lo más hermoso que hay en este mundo, sigue siendo un tesoro de la Iglesia que es preciso custodiar, celebrar y transmitir aunque conlleve sacrificios. El cardenal Darío Castrillón Hoyos declaró que «no puede prohibirse ni considerarse perjudicial una Misa que durante siglos nutrió al pueblo cristiano y la sensibilidad de numerosos santos como San Felipe Neri, San Juan Bosco, Santa Teresa de Lisieux […] y el padre Pío de Pietrelcina; se puede sostener que el rito antiguo expresa mejor el sentido del sacrificio de Cristo que representa la Santa Misa»6.

No se puede abolir la Tradición con un motu proprio. Las amenazas, prohibiciones y rescriptos no conseguirán extirpar la sed de lo sagrado, de la verdad y de continuidad que Dios ha grabado en el corazón de tantos fieles, sean jóvenes o mayores. Si la Jerarquía reniega de sus raíces, los católicos tienen el deber de mantenerse fieles a lo que Iglesia siempre ha creído, celebrado y enseñado.

Pietro Pasciguei


1 Mi vida, Encuentro, 2006, pp. 176-177.

2 Lumiere 101, Radio domenicale di Radio-Courtois, 19 de diciembre 1de 993.

3 The Reform of the Roman Liturgy, Harrison, Nueva York 1993, p. 61.

4 Il motu proprio Traditionis Custodes alla prova della razionalità giuridica, Amicizia Liturgica, p. 21.

5 Il motu proprio Traditionis Custodes alla prova della razionalità giuridica, Amicizia Liturgica, p. 20.

6 E. Cuneo – D. di Sorco – R. Mameli, Introibo ad altare Dei, p. 7.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

miércoles, 20 de agosto de 2025

El cardenal Burke critica el Novus Ordo: "Radicalmente reducido", "robado de belleza".

CHIESA E POST CONCILIO


« Radicalmente reducido », « robado de belleza ».

Los jóvenes católicos acuden en masa a la misa en el antiguo rito romano porque es muy hermoso ... dijo el cardenal Burke al periodista Raymond Arroyo en su canal YouTube.com - agosto).


A continuación se muestra una transcripción de las citas más importantes:

  • Esta antigua forma de rito romano se celebró desde Gregorio Magno (+604) hasta el Concilio Vaticano II (1962-1965).
  • Las reformas posteriores al Concilio de Trento (1545-1563) afectaron algunos elementos, pero la forma del ritual se mantuvo y mantuvo su continuidad durante más de quince siglos. Sin embargo, tras el Concilio Vaticano II, el ritual se redujo radicalmente.
  • no por la enseñanza del Concilio, sino por la forma en que se ha abusado de esta enseñanza.
  • No cuestiono en absoluto la validez del Novus Ordo . Hay continuidad, ¡pero es tan deficiente! No se puede tomar algo tan rico en belleza y prescindir de los elementos bellos sin tener un impacto negativo.
  • La forma del antiguo ritual es tan completa que deja claro que es Cristo quien actúa. El sacerdote actúa in persona Christi , pero permanece en segundo plano a través de la forma del rito, y Cristo ocupa un lugar central.
  • No hay espontaneidad ni familiaridad introducida después del Concilio, como ocurrió con la introducción del lenguaje ordinario en la sagrada liturgia. 
  • No vamos a la Santa Misa para participar en ninguna actividad mundana que nos mantenga mundanos y no sea constructiva ni estimulante, vamos allí para encontrarnos con Dios. 
  • Está claro, cuando participas en este ritual, que algo celestial está sucediendo, algo más allá de este mundo. 
  • La adoración es la adoración a Dios, como Dios mismo nos ha ordenado que lo adoremos. Adoración  Ad Orientem 
  • El sacerdote es in persona Christi , cabeza y pastor del rebaño. Por lo tanto, se sitúa a la cabeza del rebaño, guiándolo en la oración, y todos se vuelven hacia Dios. 
  • El sacerdote no reza al pueblo, no hace un espectáculo para el pueblo. Se sitúa a la cabeza del pueblo y los guía, juntos, mirando a Dios, en oración. El sacerdote no interactúa con el pueblo; el sacerdote es el Jefe. 
  • Además, no querrías que el conductor te mire si realmente te está llevando a algún lugar.
  • Necesitamos reenseñar qué es la misa y qué significa adorar a Dios. La gente cree que es un evento social o una comida compartida, o lo que sea.
Cardenal Burke

sábado, 2 de agosto de 2025

¿Necesita autorización un sacerdote para celebrar la Misa Tradicional?



Descubrimiento que cambia las reglas del juego: Pablo VI no decretó la Misa nueva ni alteró los imprescriptibles derechos del misal de siempre

Cuántas veces habremos sido testigos en los últimos años de que en decretos diocesanos los obispos digan: «Se autoriza a los padres Fulano y Mengano a celebrar por el misal de 1962. Ningún otro sacerdote tiene permitido hacerlo sin mi autorización»? ¿Cuántas veces habremos oído a tal o cual sacerdote anunciar en una homilía que se va a suprimir en su parroquia una Misa en latín que gozaba de gran acogida: «El obispo me ha retirado la autorización para seguir diciendo esta forma de la Misa»? Hoy en día esto pasa continuamente. Y hasta encuentra uno a obispos que que están convencidos de que tienen que conceder autorización para que un sacerdote celebre el rito de siempre en privado, sin fieles presentes, e incluso sacerdotes que por la razón que sea les parece que esa autorización es indispensable.

Pero esa forma de expresarse y esas autorizaciones no tienen en qué apoyarse; de hecho, decir esas cosas no tiene fundamento jurídico alguno. Para darnos cuenta de ello, tenemos que remontarnos al principio, a cuando la constitución apostólica Missale Romanum de Pablo VI anunció la publicación de un nuevo misal, de lo cual se cumplieron recientemente 56 años: fue el 3 de abril de 1969.

Durante bastante tiempo muchos han dicho, y todos han dado por sentado que es así, que mediante dicho documento Pablo VI decretó el uso del nuevo misal. Y que lo hizo de tal forma que el uso del viejo quedó derogado y se impuso el del nuevo.

Pero no es así.

En el capítulo 16 de su libro True or False Pope?, John Salza y Robert Siscoe demuestran con lujo de detalles (pp. 493–524) que, en su texto latino original, el documento de Pablo VI se limita a anunciar la publicación y autorizar el nuevo misal, y expresa el deseo de que este último se utilice, pero ni anula el anterior ni hace obligatorio el nuevo. La disposición de que se adopte universalmente (dando a entender con ello que sustituye al de San Pío V) tuvo mucha fuerza retórica, pero desde el punto de vista canónico no significa nada. A pesar de ello, la confusión aumentó con traducciones erróneas (¿adrede?) del documento que se expresaban en el lenguaje típico de las promulgaciones y obligaciones, fórmulas que no se encuentran en el texto original.

En resumidas cuentas: Pablo VI no hizo lo que habría exigido una verdadera imposición del Novus Ordo y una supresión del rito de San Pío V, lo que no quita que después tanto él como todos se comportasen como si en efecto lo hubiera hecho. Es más, ninguna disposición posterior impuso efectivamente la obligación de utilizar el misal de Pablo VI, por lo que desde el punto de vista legal los sacerdotes eran libres de servirse del antiguo. De hecho, la Quo primum de San Pío V sigue en vigor en ese sentido (y, como he argumentado en mi opúsculo La verdadera obediencia en la Iglesia, la mencionada bula es mucho más que un simple decreto de orden disciplinario). En esto se basó Benedicto XVI para determinar que el misal de siempre nunca había sido abrogado ni reemplazado.

Ciertamente viene al caso establecer diferenciaciones críticas entre cuál pueda haber sido la intención original, lo que en la práctica se legisla, y lo que pueda legislarse o no. Un canonista actual que ha desarrollado este tema es Réginald-Marie Rivoire, FSVF, en su opúsculo Does “Traditionis Custodes” Pass the Juridical Rationality Test? Como demuestra el P. Rivoire, ni siquiera Tratitionis custodes cambia la doctrina que sintetizan Salza y Siscoe; no sólo eso: es patente que quien fuera que la escribió ni siquiera se dio cuenta de las cuestiones que más tarde descubrieron canonistas más meticulosos. Esto también se debe a la Divina Providencia.

Cierto sacerdote me comentó por escrito que esto es un sueño hecho realidad, porque socava los cimientos de Traditionis custodes, y lo que es más, la mayoría de las actitudes y normativas de las cinco y media últimas décadas en lo referente a la aplicación del nuevo misal. Se me ocurrió entonces consultar con un amigo que es un destacado especialista en derecho canónico (no digo quién; qui legit, intelligat) y pedirle asesoramiento sobre lo que dicen Salza y Siscoe,

He aquí su amable respuesta:En respuesta a su pregunta, a mí también me parece bastante coherente y convincente la postura de John Salza y Robert Siscoe. Entre las páginas 499 y 502 del capítulo 16 está la síntesis de la respuesta canónica que yo le daría. S.S. Pablo VI jamás derogó el misal romano de San Pío V, porque jurídicamente no podía. Eso explica la postura de los nueve cardenales a los que Juan Pablo II encomendó buscar la respuesta a dos preguntas sobre el misal romano de Pablo VI.
Por si fuera poco, el Usus antiquor siguió celebrándose después de la publicación del Usus recentior. Por una conversación con un venerable prior benedictino, sé que cuando el abad de su monasterio se dirigió a la congregación romana correspondiente tras la publicación del misal romano de Pablo VI para señalar que una reducción tan radical del Rito Romano estaba demasiado empobrecida espiritualmente para que los monjes pudieran celebrar la Misa, le dijeron al abad que los monjes podían seguir celebrando según el rito antiguo. Igualmente, el derecho que tiene cualquier sacerdote a celebrar según el rito antiguo como forma válida y ciertamente más hermosa del Rito Romano nunca lo ha perdido, porque jurídicamente no se le puede quitar.
Lo que pasó con el Misal Romano después del Concilio de Trento es diametralmente diferente de lo que sucedió tras el Concilio Vaticano II: San Pío V corrigió los abusos con una forma del Rito Romano que substancialmente había sido la misma desde los tiempos del papa Gregorio Magno e incluso antes; y Pablo VI presentó una nueva forma del Rito Romano sin hablar de abusos en el usus antiquor. No pongo en duda la validez de la nueva forma del Rito Romano; pero sí sostengo que no se puede afirmar que sustituya a la forma anterior.

En vista de que esta respuesta nos lleva a lo central de los argumentos expuestos por Salza y Siscoe, me pareció que vendría bien añadir a continuación lo que dicen en las páginas 499 a 502 de su libro. El título de la sección es: ¿Abrogó Pablo VI Quo primum?1Con su constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium (4 de diciembre de 1963), el Concilio Vaticano II decretó una reforma del Misal Romano. En los años posteriores al Concilio tuvo lugar una avalancha de declaraciones que poco a poco fueron introduciendo en el culto católico unas novedades que lo acercaron a las reformas que efectuaron los novadores protestantes. Los primeros cambios apuntaban a la Misa Tradicional, hasta que el 3 de abril de 1969 Pablo VI promulgó su constitución apostólica Missale Romanum, en la que anunció la nueva Misa. A raíz de la publicación de dicho texto, la Congregación para el Culto Divino (no Pablo VI) decretó la nueva Misa con la publicación de Celebrationis Eucaristiae el 26 de marzo de 19702. Vinieron a continuación otras declaraciones de la mencionada Congregación, incluida una que era un intento de prohibir la Misa de siempre imponiendo el uso exclusivo del nuevo Misal3.
Desde que se lanzaron estos decretos contra la Iglesia hace más de cuatro décadas, los católicos están divididos en cuanto a su interpretación y su nivel autoridad. En concreto, los católicos liberales y neoconservadores aducen que Pablo VI abrogó a efectos legales Quo primum y está prohibido decir la Misa de antes. Por su parte, los tradicionalistas sostienen que la Misa de siempre nunca se abrogó jurídicamente, y que el uso del nuevo Misal tampoco se ha impuesto nunca con una ley vinculante. En medio de este embrollo, los sacerdotes que siguieron diciendo la Misa de siempre y se negaron (y siguen negando) a decir la nueva son objeto de persecución por parte de los liberales, así como por sus obispos y feligreses.

La postura de los tradicionalistas en lo que se refiere a la Misa de siempre, si bien no de forma pública, fue vindicada durante el reinado de Juan Pablo II, que encargó a una comisión de nueve cardenales4 que estudiase la cuestión y respondiera a dos preguntas:

1) ¿Ha sido la Misa Tradicional prohibida por Pablo VI o alguna otra autoridad legítima?

2) ¿Puede cualquier sacerdote decir la Misa de antes sin una autorización especial?

En una entrevista que le hicieron en 1995, el cardenal Stickler, que formó parte del comité de nueve cardenales, explicó las conclusiones de a que llegaron y reveló algunas cosas interesantes que pasaron en sus reuniones .

Llegados a este punto, Salza y Siscoe reproducen un trecho de una entrevista al cardenal Stickler (los destacados son nuestros):

Pregunta: ¿Llegó realmente Pablo VI a prohibir la Misa?

Monseñor Stickler: En 1986, Juan Pablo II planteó dos preguntas a una comisión de nueve cardenales. La primera, si Pablo VI o algún otro pontífice o autoridad competente llegó a prohibir mediante un texto legal la celebración generalizada de la Misa Tridentina en la actualidad? No. En concreto, le preguntó a Benelli si Pablo VI había prohibido la Misa de antes. Y nunca recibió una respuesta. Nunca le dijo que sí ni le dijo que no. ¿Por qué? No podía decir que sí, que la había prohibido. No podía prohibir una Misa que fue válida desde el principio, la que había sido la Misa de millares de santos y de fieles. El dilema en que se encontró fue que no podía prohibirla, pero al mismo tiempo quería que se celebrara la nueva, que se aceptara. Así que lo único que pudo decir fue: «Quiero que se diga la nueva Misa». Esto fue lo que respondieron aquellos príncipes de la Iglesia a la pregunta que les hicieron. Dijeron que el Santo Padre deseaba que todos celebraran la nueva Misa.
La respuesta que dieron ocho de los nueve cardenales en 1986 fue que, en efecto, la Misa de San Pío V nunca ha sido suprimida. Yo era uno de los nueve, y puedo decir que sólo hubo uno que estaba en contra. Todos los demás eran partidarios de que hubiera libertad de celebración; de que cualquiera pudiese optar por la Misa de antes. Si mal no recuerdo, el Papa aceptó la respuesta; pero cuando algunas conferencias episcopales se dieron cuenta del peligro de que se autorizara, fueron al Papa y le dijeron: «No se puede permitir de ninguna manera, porque dará lugar, e incluso causará, polémica entre los fieles». Y me parece que en vista de esa controversia, el Papa no llegó a firmar la autorización. Pero por lo que respecta a la comisión, puedo decir por experiencia propia que la respuesta de la gran mayoría fue positiva.

Se les formuló también una pregunta muy interesante: si un obispo podía prohibir a un cualquier buen sacerdote volver a celebrar la Misa Tridentina. Los nueve purpurados concordaron unánimemente en que ningún prelado puede prohibir a un sacerdote que celebre la Misa Tridentina. No tenemos ninguna prohibición oficial, y a mí me parece que el Papa nunca impondría una prohibición oficial.

Quien desee saber más sobre la mencionada comisión de cardenales, puede leer las actas que levantó monseñor Darío Castrillón-Hoyos y fueron publicadas [en inglés] en el portal New Liturgical Movement.

Volvamos al texto de Salza y Siscoe:

A pesar de las conclusiones de los nueve purpurados, durante el reinado de Juan Pablo II la mayoría de los obispos, ya fuera por malicia o por ignorancia, mantuvieron en pie la prohibición de la Misa de siempre y persiguieron a los sacerdotes que siguieron celebrándola. Los sacerdotes tradicionalistas llegaron a ser tildados de cismáticos por celebrar la Misa Tridentina, y se vieron obligados a soportar una inimaginable crisis de conciencia.

Hasta que en 2007, para sorpresa y espanto de la izquierda (y sin duda también de la derecha sedevacantista), S.S. Benedicto XVI promulgó el motu proprio Summorum Pontificum, que declaraba públicamente lo que veinte años atrás había determinado el comité de nueve cardenales. Al contrario de lo que la práctica totalidad de los católicos había sido inducido a creer durante años, el papa Benedicto reiteró que la Misa de siempre nunca había sido jurídicamente abrogada, y que desde luego siempre había estado permitida; lo que siempre habían sostenido los católicos tradicionalistas.

El papa Benedicto afirmó [en Summorum Pontificum] algo que desató una onda sísmica por toda la Iglesia: «Quisiera llamar la atención sobre el hecho de que este Misal no ha sido nunca jurídicamente abrogado y, por consiguiente, en principio, ha quedado siempre permitido». Para poner fin a tan grave injusticia, el Papa dijo una obviedad: «Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser de improviso prohibido o incluso perjudicial».

Durante cerca de cuarenta años se había hecho creer a todo el mundo católico que Pablo VI había abrogado la Misa de antes, pero esta impresión que tenían resultó ser infundada. La Misa de siempre nunca fue abrogada por ninguna disposición legal, ni tampoco la Misa nueva se había impuesto jamás como una ley vinculante. Semejante injusticia pone de relieve lo que Dios permite que padezca su Iglesia, y en lo que respecta a la fuente y culmen del culto católico, es ni más ni menos igual. Ciertamente, Dios puede permitir y permite que tales males aflijan a su Cuerpo Místico, eso sí, sin llegar a comprometer nunca el carisma de infalibilidad de la Iglesia. Si bien esta confusión con respecto a la Misa de antes y la de ahora ha causado (y sigue causando) consternación en los fieles, no se puede comparar [en cuestión de problemas jurídicos] con otras crisis que Dios ha permitido, como la que vimos en el capítulo 8, cuando permitió que sínodos, convocados y supervisados por papas, promulgasen decretos erróneos (por ejemplo, declarando nulas de derecho las ordenaciones realizadas por pontífices anteriores) que más tarde fueron contradichos por otros sínodos, también presididos por papas, que decretaron todo lo contrario.

Al final del capítulo, Salza y Siscoe inician su refutación de la postura del P. Cekada sobre la constitución apostólica Missale Romanum de Pablo VI, debate que por el momento no me interesa, ya que los argumentos ya alegados son irrefutables (quienes deseen leer en su totalidad el capítulo 16, incluida su refutación del sedevacantismo en este punto en particular, lo encontrarán en formato PDF en este enlace).

La clave de bóveda de toda la legislación referente al Novus Ordo es la constitución apostólica Missale Romanum de Pablo VI. Si se leen una por una las notas a pie de página (al modo de lo regueros de miguitas que se seguían en los cuentos para no perderse), se observa que toda legislación posterior sobre el nuevo misal remite a dicho documento. En consecuencia, si Pablo VI promulgó y dispuso el uso exclusivo del nuevo misal, cualquier sacerdote necesitaría en efecto algún permiso para eludir tal disposición y celebrar Misa por otro misal. Ahora bien, si –como han demostrado Salza y Siscoe– Montini no promulgó ni ordenó el empleo exclusivo del nuevo misal (lo cual habría abrogado el misal antiguo y derogado Quo primum), el uso del nuevo no era (ni es) obligatorio ni tampoco se prohibió ni está prohibido el antiguo, ni se puede prohibir; de hecho, cualquier sacerdote del rito latino tiene siempre la opción de utilizarlo.

No es algo que se pueda resolver arrojando una moneda al aire. Es más, Summorum Pontificum decidió claramente en favor de esta última postura, de conformidad con las conclusiones de la comisión de purpurados. La situación jurídica del rito antiguo se puede condensar en tres frases: «nunca fue abrogado», «siempre estuvo permitido» y «no puede prohibirse». En cuanto a Traditionis custodes, si bien deroga algunas disposiciones de Summorum Pontificum, no altera ni la realidad del texto ni la fuerza legal de la constitución de Pablo VI.

De modo que si un obispo le dice a un sacerdote que éste tiene que pedirle permiso para decir la Misa de antes, o le prohíbe celebrar por el Misal preconciliar, o le exige el uso del nuevo, una de dos: o bien el prelado es víctima de una mentira, o el propalador es esa mentira. Socava además la autoridad de la ley, y es culpable de abuso espiritual y de excederse. En la medida en que sinceramente desconozca la realidad y obrando de buena fe, equivocado en cuanto a lo que está permitido y lo que no (según mi experiencia personal, la mayoría de los obispos tienen un conocimiento pésimo de la historia de la liturgia y de los misales), no le irá tan mal en el Día del Juicio. Eso sí, aquellos sacerdotes a los que Dios les haya concedido la gracia de amar la Tradición y a las almas cuya nutrición espiritual dependa de ellos, no están exentos de su obligación coram Deo et secundum consuetudinem ecclesiae, de seguir celebrando el Rito Tradicional.

A mí parece que los sacerdotes que desde hace mucho tiempo están hechos a la idea de que necesitan autorización para confesar, predicar o celebrar matrimonios han llegado sin darse cuenta a pensar que les hace falta permiso para hacer todo lo que tenga que ver con sacramentos o liturgia. Creen que tienen que pedir permiso para celebrar una misa, para rezar tal o cual versión del Oficio Divino, bendecir agua por el Rito Romano, o para lo que sea. Eso es extrapolar indebidamente las atribuciones a aspectos en los que no tiene sentido. Un sacerdote ordenado según el Rito Latino para celebrar en la Iglesia de Rito Latino está facultado para celebrar el Santo Sacrificio de la Misa en cualquier variante lícita y válida del Rito. No sólo eso: tiene claramente derecho a hacerlo, derecho del que sólo se le puede privar por la comisión de faltas concretas contra sus deberes sacerdotales.

Ya va siendo hora de dejar de usar palabras como atribuciones, autorizaciones y demás sin darnos cuenta de lo que decimos. Hablemos con precisión y corrección.

En resumen:

• Un sacerdote no necesita permiso para celebrar la Misa Tradicional.

• Los sacerdotes nunca han necesitado autorización para decir la Misa de siempre.

• No se les puede prohibir que la celebren.

• Y tampoco se les puede imponer el uso exclusivo del Misal nuevo.

Espiritualmente, no es saludable permitir que los prelados abusen de su autoridad pastoral ni que los sacerdotes se dejen imponer esos abusos

Espero sinceramente que lo que hemos expuesto más arriba ayude a todos los presbíteros, independientemente de la función que desempeñen, a pensar, decidir y obrar con arreglo a la verdad.

1 Por razones de espacio, no he incluido las notas al pie.

2 [Nota del original:] Como veremos más adelante en el capítulo, dado que la nueva Misa fue promulgada por el cardenal prefecto de la Congregación para el Culto Divino (no por el Papa), no sólo no compromete la infalibilidad de la Iglesia; algunos alegan también que habiendo sido Quo primum promulgada por un papa (San Pío V), esto priva forzosamente de todo valor al documento de la Congregación. Un inferior no puede derogar una ley promulgada por un superior. Sostienen además que, técnicamente, la Misa nueva es ilícita (ilegal aunque no inválida) por vulnerar las disposiciones de Quo primum.

3 [Nota del original:] Véase el aviso Conferentia Episcopalium del 28 de octubre de 1974. Obsérvese que dicho aviso, al igual que otras notificaciones relativas a la Misa nueva de los años setenta, no fue firmado por el Papa ni apareció en Acta Apostilicae Sedis, donde es debe publicarse toda nueva ley para poder entrar en vigor (como el uso exclusivo de la Misa nueva nunca fue ordenado por Pablo VI en los decretos promulgados en 1969 y 1970, si el aviso de 1974 hubiera sido una ley nueva habría tenido que publicarse en las actas de la Sede Apostólica).

4 Los cardenales Ratzinger, Mayer, Oddi, Stickler, Casaroli, Cantin, Innocenti, Palazzini y Tomko.

5 The Latin Mass, verano de 1995, página 14.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)


martes, 11 de marzo de 2025

Mons. José Munilla y la misa tradicional



La semana pasada se publicó en Youtube una entrevista al obispo de la diócesis de Orihuela-Alicante, José Ignacio Munilla. (En este blog se encuentra en este link: http://www.blogcatolico.com/2025/03/munilla-y-el-dedito-del-listillo.html 

Pasa por ser un obispo conservador; un prelado moderado y bienpensante, alejado de la medianía progresista de sus colegas. Probablemente sea así; no lo conozco lo suficiente y tengo buenos amigos españoles que sí lo conocen. Pero lo cortés no quita lo valiente, y hay que decir que en los minutos que dedica Mons. Munilla a responder la pregunta del periodista sobre la misa tradicional da muestra de una sorprendente ignorancia y, me animaría a decir, de una riesgosa imprudencia que lo impulsa a afirmar lo que no sólo lo que no está probado sino lo que simplemente es mentira. Veamos:

1. “La misa tradicional fue aprobada por el Papa Benedicto XVI para conformar a ciertos grupos que se habían alejado de la Iglesia y para destacar el aspecto sacrificial que tiene la misa”. FALSO.

Joseph Ratzinger, siendo todavía sacerdote, fue un acérrimo defensor de la permanencia de la misa tradicional en la Iglesia, a punto tal que, cuando fue elegido arzobispo de Munich en 1977, muchos sacerdotes de la arquidiócesis obstaculizaron su ingreso en la catedral el día de la toma de posesión justamente porque rechazaban la defensa de la misa de su nuevo obispo. Pero no se trató sólo de este hecho anecdótico. A lo largo de toda su vida, y mucho antes de la aparición de “ciertos grupos alejados de la Iglesia”, Ratzinger se manifestó crítico del novus ordo y defensor del vetus. Por ejemplo, en 1976 —siendo aún sacerdote—, escribía lo siguiente:

El problema del nuevo Misal radica en el abandono de un proceso histórico que siempre fue continuo, antes y después de San Pío V, y en la creación de un libro completamente nuevo, aunque compilado con material antiguo, cuya publicación fue acompañada de una prohibición de todo lo que le precedió, lo cual, por lo demás, es inaudito en la historia tanto del derecho como de la liturgia. Y puedo afirmar con certeza, basándome en mi conocimiento de los debates conciliares y en la lectura reiterada de los discursos de los Padres conciliares, que esto no se corresponde con las intenciones del Concilio Vaticano II. (Wolfgang Waldstein, «Zum motuproprio Summorum Pontificum», en Una Voce Korrespondenz 38/3 [2008], 201-214)

Y treinta años después, siendo Papa, escribió:

En la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso, pero no ruptura. Lo que las generaciones anteriores consideraban sagrado, sigue siendo sagrado y grandioso también para nosotros, y no puede ser de repente totalmente prohibido o incluso considerado perjudicial. A todos nos incumbe preservar las riquezas que se han desarrollado en la fe y en la oración de la Iglesia, y darles el lugar que les corresponde. (Carta Apostólica que acompañó a Summorum Pontificum).

A lo largo de esos treinta años, y después también, pueden citarse decenas de intervenciones por el estilo (recopiladas en este sitio), y en todas ellas se muestra que la voluntad de Benedicto XVI fue exactamente la contraria a la que postula Mons. Munilla: no hay mención alguna a los grupos disidentes y no hay mención alguna a una mayor evidencia del aspecto sacrificial de la misa tradicional. Hay algo mucho más profundo y metafísico que el obispo de Alicante no conoce, o es incapaz de ver.

2. “Joseph Ratzinger nunca celebró públicamente después del Concilio la misa tradicional”. FALSO

El cardenal Ratzinger celebró en numerosas ocasiones la misa tradicional públicamente, con pompa y circunstancia. Aquí propongo sólo algunos ejemplos de los muchos que se pueden encontrar en la web:

Misa solemne en el seminario de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro (1995).
(Más fotos pueden verse aquí)
Misa solemne en una parroquia de Weimer, en 1989 y 1999 (aquí y aquí)

Misa en el monasterio de Le Barroux en 1995 (aquí)

3. “No es obvio que en la intencionalidad de Benedicto XVI estuviera que la liturgia tradicional pudiera ser celebrada de modo ordinario”. FALSO

Esa intencionalidad es obvia para cualquiera que lee el motu proprio Summorum Pontificum, en el que el Papa Benedicto “libera” la misa tradicional a fin de que pueda ser celebrada de modo ordinario, es decir, diario, por cualquier sacerdote y en cualquier iglesia. Las únicas restricciones que pone son las mismas que tiene la celebración de la misa de Pablo VI: acuerdo para los días y horarios con el rector de la Iglesia. Por ejemplo:

Art. 2.- En las Misas celebradas sin el pueblo, todo sacerdote católico de rito latino, tanto secular como religioso, puede utilizar tanto el Misal Romano editado por el beato Papa Juan XXIII en 1962 como el Misal Romano promulgado por el Papa Pablo VI en 1970, en cualquier día, […]

Art. 5 § 2. La celebración [con asistencia de fieles] según el Misal del beato Juan XXIII puede tener lugar en día ferial; los domingos y las festividades puede haber también una celebración de ese tipo.

4. “Es un error decir que el Vaticano II empobreció la liturgia”. FALSO.

Evidentemente, aquí entran en juego diversas opiniones, pero Mons. Munilla se está refiriendo a la enseñanza del Papa Benedicto XVI. Los ejemplos sobre la opinión del pontífice acerca del empobrecimiento de la liturgia posconciliar son múltiples y pueden ser corroborados en el enlace anterior. Pongo un solo ejemplo:

La reforma litúrgica, en su ejecución concreta, se ha alejado cada vez más de este origen [en el mejor del Movimiento Litúrgico]. El resultado no ha sido la revitalización sino la devastación.... En lugar de la liturgia que se había desarrollado, se ha puesto una liturgia que se ha hecho. (Commentary in Simandron—Der Wachklopfer. Gedenkschrift für Klaus Gamber (1919-1989), ed. Wilhelm Nyssen [Cologne: Luthe-Verlag, 1989], 13–15, citado in Theologisches, 20.2 (Feb. 1990), 103–4)

5. “Nos olvidamos lo que dice el adagio lex orandi, lex credendi”. FALSO

En primer lugar, la expresión aludida no es un adagio, ni un refrán, sino que es un principio que posee carácter dogmático y normativo, refrendado por la Tradición explicitada en los Padres de la Iglesia (San Agustín y Próspero de Aquitania, por ejemplo) y en el Magisterio.

En segundo lugar, el Papa Benedicto XVI dice en el comienzo mismo de Summorum Pontificum:

Art. 1.- El Misal Romano promulgado por Pablo VI es la expresión ordinaria de la «Lex orandi» («Ley de la oración»), de la Iglesia católica de rito latino. No obstante, el Misal Romano promulgado por san Pío V, y nuevamente por el beato Juan XXIII, debe considerarse como expresión extraordinaria de la misma «Lex orandi» y gozar del respeto debido por su uso venerable y antiguo. Estas dos expresiones de la «Lex orandi» de la Iglesia en modo alguno inducen a una división de la «Lex credendi» («Ley de la fe») de la Iglesia; en efecto, son dos usos del único rito romano.

6. “Si hubiera en el seno de la Iglesia comunidades que celebran diferentes ritos litúrgicos, eso iría en detrimento de la unidad”. ESCANDALOSAMENTE FALSO

En la iglesia católica hay muchos ritos (romano, bizantino, copto, etíope, maronita, armenio, sirio malabar, caldeo, sirio malankar) y jamás a nadie se le ocurrió decir que esta diversidad era un obstáculo para la unidad y, consecuentemente, habría que suprimirlos. Más aún, dentro del mismo rito romano hay otros ritos. A pocos kilómetros de la residencia de Mons. Munilla se celebra el rito mozárabe, por ejemplo. Se trata de un disparate que en el que no es necesario detenerse demasiado.

7. “No sería prudente que todos los domingos se asista a la misa tradicional”. FALSO

En primer lugar, el motu proprio del Papa Benedicto tendía a que en todas las parroquias se celebraran los dos ritos, y los fieles fueran libremente a uno u otro, según les apeteciera. Y eso ocurrió y ocurre todavía en varios sitios. Y no genera división, ni peleas ni desencuentros. Pareciera que Mons. Munilla cae en una actitud rígida y clerical queriendo imponer a los fieles dónde, cómo y cuándo deben asistir a la Santa Misa.

Y en segundo lugar, porque nunca la Iglesia dijo, por ejemplo, en Milán: “No es prudente que los fieles vayan todos los domingos a misa en rito ambrosiano, sino que deben asistir también al rito romano”. Un disparate.

Total que, refutando el título del video publicado (“¿Qué piensa de la Misa Tradicional? - Munilla lo tiene claro”), hay que decir que Munilla no lo tiene para nada claro. La evidencia documental que he mostrado lleva a la conclusión que, o bien Mons. Munilla no leyó Summorum Pontificum o, si lo leyó, no lo entendió: y si lo leyó y lo entendió, lo olvidó. Y se concluye también que el obispo de Alicante, en ocasiones al menos, habla sin saber. Cualquiera sea el caso, es muy preocupante que un obispo considerado faro del pensamiento conservador en España, sea tan débil en sus conocimientos y argumentaciones.

Al obispo mártir San Dionisio lo decapitaron en París los esbirros del emperador Decio en el siglo III, y por eso se lo representa descabezado y con la testa en sus manos. Hay otros obispos, en cambio, que sin ser mártires, también perdieron la sesera, y nadie sabe dónde la han dejado.

Wanderer

miércoles, 6 de septiembre de 2023

No son ‘cismáticos’ los católicos que rechazan cambios que contradicen las enseñanzas de la Iglesia: obispo Strickland





* El obispo Strickland advirtió contra el «cambio propuesto» que impulsa el Sínodo sobre la sinodalidad.

* Insta a los católicos a aferrarse a la doctrina eterna de la Iglesia en un nuevo mensaje pastoral.

* “La misa tradicional en latín está arraigada en la vid, es robusta en la verdad y da mucho fruto”

El obispo Joseph Strickland ha emitido una advertencia de que el Sínodo sobre la sinodalidad podría buscar cambiar o “innovar” las verdades católicas y que los católicos que se adhieren a la Tradición y se oponen a cambios novedosos pueden ser etiquetados como “cismáticos”.

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Sin inmutarse por la reciente visita apostólica a su diócesis de Tyler, el obispo Joseph Strickland ha publicado un mensaje pastoral en el que advierte sobre los peligros potenciales para la fe como parte del Sínodo sobre la sinodalidad, antes de la reunión de obispos y laicos de octubre.

“En este tiempo de gran agitación en la Iglesia y en el mundo, debo hablaros con corazón de padre para advertiros de los males que nos amenazan y para aseguraros la alegría y la esperanza que siempre tenemos en Nuestro Señor Jesucristo”, comenzó Strickland.

Un “mensaje malvado y falso que ha invadido la Iglesia” es que “Jesús es sólo uno entre muchos, y que no es necesario que Su mensaje sea compartido con toda la humanidad”, escribió Strickland. Semejante idea, añadió, “debe ser evitada y refutada en todo momento”.

Presentación de verdades católicas

Basándose en la Carta de San Pablo a los Gálatas, Strickland afirmó que “cualquier intento de pervertir el verdadero mensaje del Evangelio debe ser rechazado categóricamente por ser perjudicial para la Esposa de Cristo y sus miembros individuales”.

Delineó una serie de siete verdades enseñadas consistentemente por la Iglesia Católica, a saber: 

La naturaleza de la Iglesia católica como única Iglesia verdadera.

La necesidad de estar en estado de gracia para recibir la Eucaristía.

La naturaleza divina del sacramento del Matrimonio, que el hombre no puede alterar ni “redefinir”.

El hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, por lo que no permite rechazar la realidad biológica.

La completa inmoralidad de la actividad sexual fuera del matrimonio, que la Iglesia no puede bendecir ni tolerar en absoluto.

Es “falsa y peligrosa” la “creencia de que todos los hombres y mujeres se salvarán independientemente de cómo vivan sus vidas”.

La necesidad de soportar los sufrimientos para seguir a Cristo y unir el sufrimiento a su muerte redentora.

“La Iglesia existe no para redefinir las cuestiones de fe”, señaló Strickland, “sino para salvaguardar el Depósito de la Fe tal como nos lo ha transmitido Nuestro Señor mismo a través de los apóstoles, los santos y los mártires”.

Advertencia de cambios sinodales

Sin embargo, después de haber presentado tales verdades católicas, el obispo Strickland advirtió que tales verdades “serán examinadas como parte del Sínodo sobre la sinodalidad”.

No sugirió directamente que el Sínodo pudiera cambiar, o intentar cambiar, esa enseñanza, sino que advirtió a los católicos que “se aferren a estas verdades y sean cautelosos con cualquier intento de presentar una alternativa al Evangelio de Jesucristo, o de impulsar por una fe que hable de diálogo y de fraternidad, intentando quitar la paternidad de Dios”.

El obispo, que suele expresar su voz, advirtió que los intentos de “innovar sobre lo que Dios en su gran misericordia nos ha dado” conduce a un “terreno traicionero”.

Strickland, después de haber esbozado las verdades a las que los católicos deben aferrarse, advirtió que los defensores de la innovación buscarían atacar a aquellos que se negaran a seguir un proceso de cambio alejado de la fe:
Lamentablemente, es posible que algunos tilden de cismáticos a quienes no estén de acuerdo con los cambios que se proponen. Tengan la seguridad, sin embargo, de que nadie que permanezca firmemente en la plomada de nuestra fe católica es un cismático. Debemos permanecer descaradamente y verdaderamente católicos, independientemente de lo que pueda surgir.
«Debemos ser conscientes también de que no estamos dejando que la Iglesia se mantenga firme contra estos cambios propuestos», añadió.

Por el contrario, el obispo describió a los defensores no especificados del cambio y la innovación como “cismáticos”, afirmando que “aquellos que propondrían cambios a lo que no se puede cambiar buscan apoderarse de la Iglesia de Cristo, y de hecho son los verdaderos cismáticos”.

La advertencia del obispo de Texas llega el mismo día en que se publicó un libro que advierte de manera similar sobre los peligros sinodales.

El libro, escrito en coautoría por los investigadores y teólogos José Antonio Ureta y Julio Loredo de Izcue, recibió un prólogo del cardenal Raymond Burke, quien describió los términos “sinodalidad” y “sinodal” como lemas que se utilizan para “cambiar radicalmente la autocomprensión de la Iglesia”. , de acuerdo con una ideología contemporánea que niega mucho de lo que la Iglesia siempre ha enseñado y practicado”.

Titulado El proceso sinodal es una caja de Pandora , el libro es, escriben los autores, “un grito de alarma” frente a las “voces heréticas dentro de la Iglesia católica” que están promoviendo una “agenda radical” a través del Sínodo sobre la sinodalidad.

El propio obispo Strickland ha advertido recientemente que los intentos actuales de restringir la antigua liturgia de la Iglesia (es decir, la misa tradicional en latín) constituyen un ataque al “depósito de la fe”.

Sin nombrar a ningún individuo o documento en particular, Strickland pareció apuntar al motu proprio Traditionis Custodes del Papa Francisco y a la posterior Responsa ad dubia y rescripto del cardenal Arthur Roche, al expresar:
“La misa tradicional en latín está arraigada en la vid, es robusta en la verdad y da mucho fruto”, opinó. «Cualquier intento de separar la Misa tradicional de la Iglesia es un ataque al vínculo ininterrumpido con la tradición tal como lo recibieron los apóstoles, y un ataque al Depósito de la Fe».

domingo, 20 de agosto de 2023

RETRATO ROBOT del falso católico




Habla de todo.
Dialoga con todos(pero sin ánimo de evangelizar a nadie).
Tolera todo (especialmente lo intolerable).
Siempre acoge a los "migrantes", especialmente si no son cristianos.
Es "misericordioso" a su manera.
Cree que la Misa es una hermosa celebración donde la gente se reúne para cantar.
No cree en el infierno.
Y si cree, lo cree vacío.
No cree en el diablo.
Y si lo cree, lo cree inofensivo.
Argumenta que no ha habido papas antes del "buen" Papa Juan XXIII
Cree que todos los papas (afines a él) son santos e infalibles y que expresan solemnemente el magisterio, incluso estornudando.
"Nadie puede juzgar" ni siquiera las atrocidades que hay que condenar.
Se atreve a afirmar que las palabras de Jesús no están exactamente escritas en el Evangelio, porque en ese momento no había grabadora.
Se avergüenza de las cruzadas.
Cree que la Iglesia "católica" es una opción entre muchas y en todo caso no la mejor.
No considera al Vaticano II un Concilio, sino EL CONCILIO.

Y SIENDO CLARO:

¡No acepta que es dueño de la verdad!
No dialoga con aquellos que son fieles a la Tradición Católica Romana.
No tolera a los católicos demasiado convencidos por considerarlos "fariseos".
Nunca, nunca da la bienvenida a nadie que se atreva a "balbucear" sobre cosas con un sabor verdaderamente católico.
No es misericordioso con los que son fieles a la Tradición.
No soporta que la gente siga creyendo que la Santa Misa es el sacrificio de Cristo ... ¡Arruinaría la fiesta!
Sólo cree en el infierno para la mafia, los corruptos, los evasores de impuestos y los tradicionalistas.
Cree que el infierno está vacío de pecadores (¡¡Dios es misericordioso!!) pero está lleno de los que contaminan, maltratan a los animales, son mafiosos, etc. y claramente hay un grupo especial para los tradicionalistas...
Afirma que el diablo no tendrá cuernos, pero es un reparador "preconciliar"
Que el diablo sería inofensivo si no se cabreara cuando se quiere la Santa Misa en latín, la comunión de rodillas y en la lengua, la sotana y la Doctrina Católica (en fin, es un "diablo infernal" y hasta un poco al revés)
Cree que "respetar las reglas" es obligatorio, especialmente si se refieren al Covid y al clima y siempre que no se refieran a los preceptos de la Iglesia.

Roberto Buenaventura