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domingo, 19 de junio de 2022

Sin procesión del Corpus en Roma, McElroy- McCarrick y el Papa Francisco, la iglesia en la encrucijada.



Es domingo, muchas parroquias y ciudades celebran la fiesta del Corpus Cristi con gran entusiasmo después de años de restricciones, Roma no. El Papa Francisco ha participado solo un año en todo su pontificado en la procesión de Roma, otros solo en la Misa y conclusión, incluso lo ha celebrado fuera de la ciudad, este año ha decidido que si no puede estar, se suprime. Hemos estado hace unas horas en el ángelus, las imágenes son las que son la plaza sigue vacía. La soledad de una papa que se va quedando solo y solitario en la fase final del pontificado se muestra evidente urbi et orbi.

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Ya nos ha ‘renunciado’ un cardenal anunciado y las cosas no se ponen fáciles para McElroy. Artículo de Larry Chapp, en Catholic World Report sobre «El Papa Francisco y el obispo Robert W. McElroy», los liberales teológicos aplauden y los conservadores se ríen. «El punto clave es que los papas tienden a nombrar a personas de ideas afines, a pesar de que el Papa Francisco ha elevado esta tendencia a una forma de arte. (…) McElroy es la guinda del pastel de los cardenales Cupich, Tobin y Gregory. «McElroy declaró que el lenguaje del Catecismo sobre los actos homosexuales «gravemente desordenados» debería cambiarse a algo más «inclusivo» y claramente simpatiza con el proyecto del padre James Martin». «Hay preguntas sobre lo que McElroy sabía sobre las inclinaciones oscuras del excardenal Theodore McCarrick y cómo reaccionó McElroy en 2016; los dos se encontraron dos veces».

«McElroy fue uno de los obispos que votó en contra de la petición al Vaticano mayor transparencia y rapidez en la investigación de McCarrick. Repito: usted votó en contra de la transparencia. Lo que lo indica como una persona que: A) se comprometió personalmente en la situación de McCarrick y que está tratando de encubrir las cosas; B) indiferente hacia las víctimas de abuso; C) un Papa Francisco adulador que simplemente estaba tratando de proteger al Papa de las críticas; o D) todas, o alguna combinación, de estas cosas». «El obispo McElroy ha sido un ferviente partidario de Amoris, y su promoción es la manera del Papa de señalar que el enfoque de McElroy sobre los principios teológicos morales de Amoris es correcto». El Papa Francisco dijo que el tipo de teología moral de Häring expresa el Vaticano II y cómo se debe hacer la teología moral». El Papa Juan Pablo en Veritatis Splendor, rechaza un «gradualismo de la ley» que ahora se parece respaldar.

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No es fácil moverse en medio de la confusión. Caffarra observaba hace sólo unos años: «Sólo un ciego puede negar que hay una gran confusión en la Iglesia». Largo comentario a un pequeño libro «Salud o Salvación – La Iglesia en la Encrucijada» de Nicola Bux. Denso, pero a la vez sencillo porque explica estos temas de una manera tan clara. ¿por qué hay tanta confusión en la Iglesia? ¿Cuáles son las causas fundamentales? “Después de los años 60 del siglo pasado el mundo fue ingenuamente exaltado y por el contrario la Iglesia humillada”. “Así Cristo y la Iglesia han sido reducidas a simulacros, pretexto para hablar de otra cosa y engañar al mundo que la salvación vendría de este último”. «¿Cuántos clérigos creen hoy que la Iglesia, el cuerpo de Cristo, es el sujeto de la liberación del mundo?. “¿Sigue siendo una propuesta de salvación eterna o se ha convertido en una oferta de liberación terrenal? ¿Es un mensaje escatológico o ideológico?”.

“Creo que sobre todo se ha reducido el sentido de la Encarnación, la razón por la cual Dios se hizo carne”, «no entendiendo más esto, hemos caído en una especie de deísmo por el cual es suficiente creer en cualquier Dios… Por lo tanto, no hay razón para repetir la invitación de Cristo a convertirse y creer en el Evangelio». 

“¿Es la humanidad la que ha abandonado a la Iglesia o es la Iglesia la que ha abandonado a la humanidad? «. La misión de la Iglesia se dispersa, o incluso se hace coincidir con la resolución de los males sociales: la distribución desigual de las riquezas, la no acogida de los migrantes, los armamentos, el medio ambiente, el clima, la inclusión de toda diversidad , legalidad, etc., etc. De esta forma la Iglesia adopta la opción ideológica marxista fundamental: el hombre será liberado cuando todos estos problemas sean resueltos. Sin embargo, olvida que el hombre está compuesto de espíritu y cuerpo, y que los males espirituales son más importantes que los materiales y que, en efecto, estos últimos descienden de los espirituales».

«Dadles vosotros de comer.»

Buena lectura.

Benedicto XVI: «Si en nombre de una fe secularizada fuera abolida la procesión del Corpus Christi, el perfil espiritual de Roma resultaría aplanado»



Aunque la festividad del Corpus se celebra oficialmente el Jueves después de la Solemnidad de la Santísima Trinidad. En algunos países y diócesis, esta festividad ha sido trasladada al domingo para ajustarse al calendario laboral.

Hoy, rescatamos la homilía que pronunció hace 10 años el papa emérito Benedicto XVI en la Basílica de san Juan de Letrán. Como dato curioso, justo al final de la homilía, el entonces papa Benedicto XVI alertó de que «si, por ejemplo, en nombre de una fe secularizada y no necesitada ya de signos sacros, fuera abolida esta procesión ciudadana del Corpus Christi, el perfil espiritual de Roma resultaría «aplanado», y nuestra conciencia personal y comunitaria quedaría debilitada».

Este año coincide que en Roma no habrá procesión. Fue suspendida por el papa Francisco debido a sus molestias físicas.


Os ofrecemos la homilía completa que pronunció Benedicto XVI:

Queridos hermanos y hermanas:

Esta tarde quiero meditar con vosotros sobre dos aspectos, relacionados entre sí, del Misterio eucarístico: el culto de la Eucaristía y su sacralidad. Es importante volverlos a tomar en consideración para preservarlos de visiones incompletas del Misterio mismo, como las que se han dado en el pasado reciente.

Ante todo, una reflexión sobre el valor del culto eucarístico, en particular de la adoración del Santísimo Sacramento. Es la experiencia que también esta tarde viviremos nosotros después de la misa, antes de la procesión, durante su desarrollo y al terminar. Una interpretación unilateral del concilio Vaticano II había penalizado esta dimensión, restringiendo en la práctica la Eucaristía al momento celebrativo. En efecto, ha sido muy importante reconocer la centralidad de la celebración, en la que el Señor convoca a su pueblo, lo reúne en torno a la doble mesa de la Palabra y del Pan de vida, lo alimenta y lo une a sí en la ofrenda del Sacrificio. Esta valorización de la asamblea litúrgica, en la que el Señor actúa y realiza su misterio de comunión, obviamente sigue siendo válida, pero debe situarse en el justo equilibrio. De hecho —como sucede a menudo— para subrayar un aspecto se acaba por sacrificar otro

En este caso, la justa acentuación puesta sobre la celebración de la Eucaristía ha ido en detrimento de la adoración, como acto de fe y de oración dirigido al Señor Jesús, realmente presente en el Sacramento del altar. Este desequilibrio ha tenido repercusiones también sobre la vida espiritual de los fieles
En efecto, concentrando toda la relación con Jesús Eucaristía en el único momento de la santa misa, se corre el riesgo de vaciar de su presencia el resto del tiempo y del espacio existenciales. Y así se percibe menos el sentido de la presencia constante de Jesús en medio de nosotros y con nosotros, una presencia concreta, cercana, entre nuestras casas, como «Corazón palpitante» de la ciudad, del país, del territorio con sus diversas expresiones y actividades. El Sacramento de la caridad de Cristo debe permear toda la vida cotidiana.
En realidad, es un error contraponer la celebración y la adoración, como si estuvieran en competición una contra otra. Es precisamente lo contrario: el culto del Santísimo Sacramento es como el «ambiente» espiritual dentro del cual la comunidad puede celebrar bien y en verdad la Eucaristía. La acción litúrgica sólo puede expresar su pleno significado y valor si va precedida, acompañada y seguida de esta actitud interior de fe y de adoración. El encuentro con Jesús en la santa misa se realiza verdadera y plenamente cuando la comunidad es capaz de reconocer que él, en el Sacramento, habita su casa, nos espera, nos invita a su mesa, y luego, tras disolverse la asamblea, permanece con nosotros, con su presencia discreta y silenciosa, y nos acompaña con su intercesión, recogiendo nuestros sacrificios espirituales y ofreciéndolos al Padre.

En este sentido, me complace subrayar la experiencia que viviremos esta tarde juntos. En el momento de la adoración todos estamos al mismo nivel, de rodillas ante el Sacramento del amor. El sacerdocio común y el ministerial se encuentran unidos en el culto eucarístico. Es una experiencia muy bella y significativa, que hemos vivido muchas veces en la basílica de San Pedro, y también en las inolvidables vigilias con los jóvenes; recuerdo por ejemplo las de Colonia, Londres, Zagreb y Madrid. Es evidente a todos que estos momentos de vigilia eucarística preparan la celebración de la santa misa, preparan los corazones al encuentro, de manera que este resulta incluso más fructuoso. Estar todos en silencio prolongado ante el Señor presente en su Sacramento es una de las experiencias más auténticas de nuestro ser Iglesia, que va acompañado de modo complementario con la de celebrar la Eucaristía, escuchando la Palabra de Dios, cantando, acercándose juntos a la mesa del Pan de vida

Comunión y contemplación no se pueden separar, van juntas. Para comulgar verdaderamente con otra persona debo conocerla, saber estar en silencio cerca de ella, escucharla, mirarla con amor. El verdadero amor y la verdadera amistad viven siempre de esta reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes, llenos de respeto y veneración, de manera que el encuentro se viva profundamente, de modo personal y no superficial. Y lamentablemente, si falta esta dimensión, incluso la Comunión sacramental puede llegar a ser, por nuestra parte, un gesto superficial. En cambio, en la verdadera comunión, preparada por el coloquio de la oración y de la vida, podemos decir al Señor palabras de confianza, como las que han resonado hace poco en el Salmo responsorial: «Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza invocando el nombre del Señor» (Sal 115, 16-17).

Ahora quiero pasar brevemente al segundo aspecto: la sacralidad de la Eucaristía. También aquí, en el pasado reciente, de alguna manera se ha malentendido el mensaje auténtico de la Sagrada Escritura. La novedad cristiana respecto al culto ha sufrido la influencia de cierta mentalidad laicista de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Es verdad, y sigue siendo siempre válido, que el centro del culto ya no está en los ritos y en los sacrificios antiguos, sino en Cristo mismo, en su persona, en su vida, en su misterio pascual. Y, sin embargo, de esta novedad fundamental no se debe concluir que lo sagrado ya no exista, sino que ha encontrado su cumplimiento en Jesucristo, Amor divino encarnado. 

La Carta a los Hebreos, que hemos escuchado esta tarde en la segunda lectura, nos habla precisamente de la novedad del sacerdocio de Cristo, «sumo sacerdote de los bienes definitivos» (Hb 9, 11), pero no dice que el sacerdocio se haya acabado. Cristo «es mediador de una alianza nueva» (Hb 9, 15), establecida en su sangre, que purifica «nuestra conciencia de las obras muertas» (Hb 9, 14). Él no ha abolido lo sagrado, sino que lo ha llevado a cumplimiento, inaugurando un nuevo culto, que sí es plenamente espiritual pero que, sin embargo, mientras estamos en camino en el tiempo, se sirve todavía de signos y ritos, que sólo desaparecerán al final, en la Jerusalén celestial, donde ya no habrá ningún templo (cf. Ap 21, 22). Gracias a Cristo, la sacralidad es más verdadera, más intensa, y, como sucede con los mandamientos, también más exigente. No basta la observancia ritual, sino que se requiere la purificación del corazón y la implicación de la vida.

Me complace subrayar también que lo sagrado tiene una función educativa, y su desaparición empobrece inevitablemente la cultura, en especial la formación de las nuevas generaciones. Si, por ejemplo, en nombre de una fe secularizada y no necesitada ya de signos sacros, fuera abolida esta procesión ciudadana del Corpus Christi, el perfil espiritual de Roma resultaría «aplanado», y nuestra conciencia personal y comunitaria quedaría debilitada

O pensemos en una madre y un padre que, en nombre de una fe desacralizada, privaran a sus hijos de toda ritualidad religiosa: en realidad acabarían por dejar campo libre a los numerosos sucedáneos presentes en la sociedad de consumo, a otros ritos y otros signos, que más fácilmente podrían convertirse en ídolos. Dios, nuestro Padre, no obró así con la humanidad: envió a su Hijo al mundo no para abolir, sino para dar cumplimiento también a lo sagrado. En el culmen de esta misión, en la última Cena, Jesús instituyó el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, el Memorial de su Sacrificio pascual. Actuando de este modo se puso a sí mismo en el lugar de los sacrificios antiguos, pero lo hizo dentro de un rito, que mandó a los Apóstoles perpetuar, como signo supremo de lo Sagrado verdadero, que es él mismo. Con esta fe, queridos hermanos y hermanas, celebramos hoy y cada día el Misterio eucarístico y lo adoramos como centro de nuestra vida y corazón del mundo. Amén.