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lunes, 5 de diciembre de 2022

¿San Nicolás o Santa Claus? 6 diferencias entre el santo y el personaje de ficción



El personaje de Santa Claus ha ganado tanta fama en el mundo y resulta tan eficaz para representar la diversión y los regalos que puede desplazar a la verdadera razón de la alegría en la Navidad: Jesús que nace en Belén.

Según varios historiadores, Santa Claus es la distorsión -primero literaria y luego comercial- de San Nicolás, el generoso Obispo de Myra, patrono de los niños, navegantes y cautivos.

Estas son sus principales diferencias según St. Nicholas Center, un centro virtual donde la gente puede aprender sobre San Nicolás.

1. Santa Claus se asocia a la infancia, en cambio, San Nicolás es un modelo de cristiano para toda la vida.

2. Santa Claus, como lo conocemos, surgió para aumentar las ventas y el mensaje comercial de la Navidad. En cambio, San Nicolás llevó el mensaje de Cristo y la paz, la bondad y el mensaje cristiano de esperanza.

3. Santa Claus alienta el consumo, mientras que San Nicolás promueve la compasión.

4. Santa Claus aparece cada año para "ser visto" por un periodo corto tiempo; en cambio, San Nicolás es parte de la comunión de los santos y nos acompaña por la oración y su testimonio.

5. Santa Claus "vuela" a través de los aires desde el Polo Norte, mientras que, San Nicolás caminó por la tierra preocupándose y atendiendo a los más necesitados.

6. Para algunos, Santa Claus sustituye al Niño de Belén, pero San Nicolás nos señala y conduce a todos al Niño de Belén.

De San Nicolás a Santa Claus

Hay varias teorías sobre el origen de Santa Claus. La más difundida es que fue la empresa Coca Cola que inventó el personaje para promover el consumo de su bebida en 1920.

Sin embargo, en el siglo XIX, escritores de Nueva York intentaron dar un sello nacional a las fiestas de Navidad llenas de tradiciones cristianas de los inmigrantes europeos. En poco tiempo, las celebraciones dejaron de lado el carácter santo de estas fechas y se popularizaron las fiestas desenfrenadas, con borracheras y desorden público.

En 1821 se publicó el libro de litografías para niños "Santa Claus, el amigo de los niños" en el que se presentaba a un personaje que llegaba del Norte en un trineo con un reno volador. Esa publicación hizo aparecer al personaje cada Nochebuena y no el 6 de diciembre, día de la fiesta del santo obispo. Un poema anónimo y las ilustraciones de esa publicación resultaron clave en la distorsión de San Nicolás.

Según los expertos de St. Nicholas Center, fue la élite de Nueva York la que logró nacionalizar la Navidad a través de Santa Claus y el apoyo de artistas y literatos como Washington Irving, John Pintard y Clement Clarke Moore.

En 1863, durante la Guerra Civil, el caricaturista político Thomas Nast comenzó a dibujar a Santa Claus con los rasgos que ahora le atribuyen: gorro rojo, abundante barba blanca y abultado vientre. Junto con los cambios de apariencia, el nombre del santo cambió a Santa Claus, una alteración fonética del "Sankt Niklaus" alemán.

Recién en 1920, Santa Claus apareció por primera vez en un anuncio de Coca Cola.

sábado, 25 de diciembre de 2021

El motivo del amor en la Encarnación (Padre Alfonso Gálvez)



Meditación dada el 25 de diciembre de 1983.

Texto evangélico: Jn. 1: 1-18.


Duración 28:15 minutos

«Un nacimiento ha cambiado el rumbo de la historia y no fue el tuyo».




Sermón para la Navidad de 2021

Esta fue la frase que, hace algunos días, un grupo de católicos españoles (la Asociación de propagandistas) ha utilizado para empapelar las calles de Madrid frente a las protestas de la progresía de turno.

Es que hay frases que dan para pensar y, algunos, cada tanto, hacen el intento y, al hacerlo, llegan a ciertas verdades que no son del todo cómodas.

“Un nacimiento que cambió el rumbo de la historia y no fue el tuyo”; ni es el nuestro, mal que nos pese. Es el Nacimiento de un Niño, de un Niño nacido de una Virgen, desposada con un hombre mayor a ella, de la tribu de David, la tribu de las promesas, de donde nacería, según una antigua profecía judía, el Salvador, el Mesías esperado, quien redimiría a Israel de sus pecados y lo liberaría de su esclavitud.

“Un nacimiento que cambió el rumbo de la historia y no fue el tuyo”; un Niño, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, como dice San Pablo, una persona divina que, desafiando el orden de la naturaleza, asume una naturaleza humana; el Dios con nosotros, el Emmanuel esperado, el Verbo hecho carne, que nace, y llora, y juega y ríe y se pasea entre nosotros como se paseaba antiguamente en el Edén; un nacimiento que parte en dos la historia, que hablará de un antes y un después que Él. Un antes y un después para budistas, ateos, marxistas y liberales, musulmanes y judíos, todos, todos, hablarán, a partir de un día como hoy, de un nacimiento: y no fue el mío, no fue el tuyo, no fue el de nosotros.

Un Niño nace en la pobreza, en la soledad, entre animales, perseguido y, desde ese inicio, desde esa incomprensión, comienza a dividir en dos, como una espada tajante de doble filo, a quienes quieren estar bajo su bandera y a quienes no. Un niño que, desde su inicio, deberá exiliarse, hablar una lengua extranjera, ser perseguido y regresar a su patria natal luego de varios años.

“Ese nacimiento que cambió el rumbo de la historia y no fue el tuyo” irá desarrollándose durante 30 años, en la comunidad de la Sagrada Familia, trabajará como carpintero, no buscando los primeros puestos, hasta que llegara su hora; su hora más importante, que será la del sacrificio de la Cruz por medio de la cual cumplirá el único holocausto que existió en la historia: el de Dios que muere, loco de amor por sus hijos, para salvarnos.

Ese nacimiento -y esa cena- que cambiaron por completo el rumbo de la historia y no fueron ni el nuestro, ni las nuestras, ni las de otros, hará que, día a día, en cualquier lugar de la tierra, con apenas una gota de vino y una miguita de pan, un sacerdote, en la selva o en una catedral, en una parroquia o en una misa clandestina, haga bajar el Cielo a la tierra para que los ángeles, como en un nuevo Belén, adoren cantando Hosannas al Redentor.

Porque ese nacimiento y ese calvario, que cambiaron por completo el rumbo de la historia, no fueron como los nuestros, pequeñas cruces que arrastramos a regañadientes sin saber que, al final de cuentas, son las llaves que nos abren las puertas del Cielo.

Pasarán los días, pasarán los años, pasarán las décadas y, de nosotros, nadie se acordará; nadie, nadie nadie; de allí que, como decía la copla, “en esta vida emprestada, el buen vivir es la clave, pues al final de la jornada, aquél que se salva, sabe… y el que no, no sabe nada”.

Ese nacimiento, entonces, esta Natividad, que cambió el rumbo de la historia y no fue el nuestro, cambió por completo no sólo el rumbo de los siglos, sino también el rumbo de nuestra propia historia, de nuestra propia vida y de nuestra propia muerte. Porque, al final de cuentas, uno morirá como haya vivido…

Ese cambio de historia, ese cambio de agujas, perceptible para muchos de nosotros en un suceso, en un momento posterior a nuestra juventud, es nuestra primera conversión; es la gracia divina, la participación de la vida de Dios que llegó a nosotros en un momento único, irrepetible, casi como un secreto, pero un secreto indudable por el cual, el curso de nuestra historia, ya no podía seguir así. Esa primera conversión que, a su vez, tuvo un inicio, un fervor inicial y que, después, comenzó a decaer para ver si estábamos siguiendo los consuelos de Dios o al Dios de los consuelos…

Esa primera conversión que cambió el curso de mi historia, debe ser vivida a diario conforme a la de ese Dios hecho hombre que prometió en un sermón de cierta montaña, el Reino del Padre para quien fuese pobre de espíritu, pacífico, manso, misericordioso y puro; perdonador de los perseguidores y alegre hasta en las lágrimas.

Hubo un nacimiento que cambió el curso de la historia y no fue el tuyo; ni fue el mío; pero ese nacimiento, si aún no cambió tu historia personal, aún puede cambiarla…

Que Dios Nuestro Señor, que nos ha regalado una vez más el recordar su paso por la tierra y que ahora se hará presente nuevamente en el Altar, conmueva nuestros corazones de piedra para entregarnos de una vez por todas a Él, el único que merece ser servido, recordado y amado.

Porque hubo un nacimiento que ha cambiado el rumbo de la historia y no fue el tuyo; ni el mío. Pero puede cambiar nuestras vidas, si lo dejamos…

¡Feliz y Santa Navidad!

Padre Javier Olivera Ravasi, SE

24/12/2021

jueves, 23 de diciembre de 2021

NOCHEBUENA - Amado Nervo (1870 - 1919)

 NAVIDAD - POESÍAS


Pastores y pastoras,

abierto está el edén.

¿No oís voces sonoras?

Jesús nació en Belén.


La luz del cielo baja, 

el Cristo nació ya,

y en un nido de paja

cual pajarillo está.


El Niño está friolento.

¡Oh noble buey,

arropa con tu aliento

al Niño Rey!


Los cantos y los vuelos

invaden la extensión,

y están de fiesta cielos

y tierra ... y corazón.


Resuenan voces puras

que cantan en tropel:

"¡Hosanna en las alturas

al Justo de Israel!"


¡Pastores, en bandada

venid, venid,

a ver a la anunciada

Flor de David! ...


Amado Nervo

miércoles, 22 de diciembre de 2021

SONETO de NAVIDAD - MANUEL MACHADO (1874-1947)

NAVIDAD - POESÍAS





Nunca, Señor, pensé que te ofendía
porque jamás creí que a tu pureza
alcanzase la mísera torpeza
de quien, aun de quererlo, ¡no podría!


Triste de mí, tampoco concebía
que pudiera caber en tu grandeza
amar la nulidad y la pobreza
de este gusano vil, que dura un día.


Pero, al llegar la Navidad, y verte
niño y desnudo, celestial cordero,
y para el sacrificio señalado...


Sé cuánto mi maldad pudo ofenderte
y sé también -y en ello solo espero-
que más que te he ofendido, me has amado.


Manuel Machado

martes, 14 de diciembre de 2021

Origen pagano de la Navidad y el nacimiento del Sol invicto



DURACIÓN 10:33 MINUTOS


Algunos protestantes o neopaganos de la actualidad, cuando llega el tiempo de la Navidad, comienzan a sostener que el catolicismo celebra el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo cada 25 de diciembre por una injusta apropiación de ciertos Padres de la Iglesia a partir de un festival pagano de tiempos del emperador Aureliano: la fiesta del «sol invictus».

Sin embargo, resulta interesante saber que la opción del 25 de diciembre es el resultado de los intentos realizados por los primeros cristianos para averiguar la fecha de nacimiento de Jesús, basándose en cálculos de calendario que nada tenían que ver con los festivales paganos.

Fue más bien al contrario, ya que el festival pagano del “Nacimiento del Sol Invicto», instituido por el emperador romano Aureliano el 25 de diciembre de 274, fue con casi toda certeza un intento de crear la alternativa pagana a una fecha que ya gozaba de cierta importancia para los cristianos romanos. Así pues, “los orígenes paganos de la Navidad” son un mito sin fundamento histórico.

Jean Hardouin, un erudito y esotérico francés, intentó demostrar que la Iglesia católica había adoptado festivales paganos para fines cristianos sin paganizar el Evangelio. En el calendario juliano, creado en el año 45 a.C. bajo Julio César, el solsticio de invierno caía en 25 de diciembre y, por tanto, a Jablonski y a Hardouin les pareció evidente que esa fecha debía haber contenido obligatoriamente un significado pagano antes de haber sido cristiano.

Paul Ernst Jablonski, protestante alemán, pretendió demostrar que la celebración del nacimiento de Cristo el 25 de diciembre era una de las muchas “paganizaciones” del cristianismo que la Iglesia del siglo IV había adoptado como una de las muchas “degeneraciones” que habían transformado el original “cristianismo” en el “catolicismo romano”.

Pero en realidad, la fecha no había tenido ningún sentido religioso en el calendario festivo pagano en tiempos anteriores a Aureliano, y el culto al sol tampoco desempeñaba un papel importante en Roma antes de su llegada.

Existían, es cierto, dos templos del sol en Roma. Uno de ellos (mantenido por el clan en el que nació o fue adoptado Aureliano) celebraba su festival de consagración el 9 de agosto, y el otro el 28 de agosto. Sin embargo, ambos cultos cayeron en desuso en el siglo II, en que los cultos solares orientales, como el mitraísmo, empezaron a ganar adeptos en Roma. Y en cualquier caso, ninguno de estos cultos, antiguos o nuevos, poseían festivales relacionados con solsticios o equinoccios.

Lo que ocurrió realmente fue que Aureliano, que gobernó desde el año 270 hasta su asesinato en 275, era hostil hacia el cristianismo, y está documentado que promocionó el establecimiento del festival del “Nacimiento del Sol Invicto” como método para unificar los diversos cultos paganos del Imperio Romano alrededor de una conmemoración del “renacimiento” anual del sol. Algo parecido a lo que haría, luego de Constantino, Juliano el apóstata.

Al crear esa nueva festividad, su intención era que el día 25, en el que comenzaba a alargarse la luz del día y a acortarse la oscuridad, fuera un símbolo del esperado “renacimiento” o eterno rejuvenecimiento del Imperio Romano, que debía ser el resultado de la perseverancia en la adoración de los dioses cuya tutela (según creían los romanos) había llevado a Roma a la gloria y a gobernar el mundo entero. Y si podía solaparse con la celebración cristiana, mejor aún.

Ahora, ¿cómo se llegó a la fecha del 25 de diciembre?

Desde el siglo I y II los cristianos se preguntaban más bien cuándo había sido la el día de la muerte de Cristo. Por la diversidad de los calendarios judíos y romanos, se llegó a la conclusión que Cristo había muerto un 25 de Marzo o un 6 de Abril, en plena Pascua judía, por lo que uno de esos días debían conmemorarse su muerte… y también su nacimiento.


¿Nacimiento? Sí, porque existía la creencia muy propagada entre los cristianos venidos del judaísmo (la llamada “edad integral”) de que los grandes profetas judíos habían muerto en la misma fecha en la que habían nacido o habían sido concebidos.

Por lo tanto, o 25 de marzo o 6 de Abril que, 9 meses mas, hacen 25 de diciembre o 6 de enero (la Epifanía…; fue esta la razón por la cual, hasta el día de hoy, los armenios y hasta los bizantinos, festejan más ese día que la misma Navidad del 25 de diciembre; porque en un mismo día festejan todo)

Es cierto que la primera prueba de una celebración cristiana en 25 de diciembre como fecha de la Natividad del Señor se encuentra en Roma, algunos años después de Aureliano, en el año 336 d.C., pero también es cierto que, ya en el año 221, Sexto Julio Africano, escritor cristiano, establecía en sus Chronographiai, que Jesús se encarnó el 25 de marzo (9 meses después, en la Navidad entonces); y a todo esto lo dice medio siglo antes de que en el 274 Aureliano crease su fiesta del Sol invicto.

Por lo tanto, la Navidad (el 25 de diciembre) es una fiesta de origen completamente católico.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, SE

Lectura recomendada: Thomas J. Talley, The Origins of the Liturgical Year.

viernes, 3 de diciembre de 2021

Consejos para vivir la Navidad como católicos (Padre Santiago González)



Estamos en diciembre y avanzado el adviento se acerca la navidad. Y en este breve artículo me permito compartir algunos consejos para vivir este tiempo litúrgico tan fuerte y entrañable para todo cristiano a la vez que resistimos la oleada de secularismo agresivo desde lo mundano y sutil, en parte, desde el modernismo religioso. Por supuesto que lo primero y principal para un discípulo de Cristo es preparar esta y cualquier otra fiesta de la mejor forma posible: con una confesión contrita. Pasemos a los consejos de forma concreta y clara:

1: No comencemos la decoración navideña al menos hasta el domingo de gaudete, III de adviento, que es anticipo de la navidad, o como muy pronto en la Inmaculada. Las formas no son lo importante pero nos “hablan” de nuestra disposición interior; y la disposición ha de ser vivir el adviento como tiempo de espera y penitencia.

2: Huyamos del consumismo como del mismo demonio (que es de hecho quien lo alienta). Es normal que en la familia se hagan regalos, comidas especiales…claro que si, pero con sobriedad y decoro. La navidad no puede convertirse en objeto de márketing creador de necesidades que solo existen en la calculadora del negociante.

3: Acudamos a Misa del gallo; sí, recuperemos esa preciosa tradición. Hay que movilizarse para ello y expresar el deseo a los párrocos y rectores de templos. La Misa de nochebuena a las 12 de la noche del 24 de diciembre. Nada de “misas del pollito” celebradas a las 6, 7 u 8 de la tarde. El argumento más miserable que me han dicho para suprimir la Misa de medianoche es que “como ya en las familias son mayoría los no practicantes…”….signo típico del pensamiento débil dentro de la cristiandad. Volvamos a la tradición más entrañable y nada mejor como colofón de la cena familiar que ir todos a la Santa Misa del gallo.

4: Si estamos de vacaciones y disponemos de mayor tiempo libre hagamos nuestros el espíritu auténtico de la navidad a la hora de acompañar, visitar, confortar, a nuestros amigos y conocidos que más estén sufriendo. Dediquemos menos tiempo a comidas/cenas mundanas y más a vivir la caridad fraterna en estos días navideños.

5: Enseñemos a los niños que el 24 de diciembre por la noche viene el Niño Jesús y NO papá noel. Y si preguntan les contamos de donde viene la tradición del que parece haber usurpado el cumpleaños de Jesús: un obispo de la actual Turquía llamado san Nicolás y cuya memoria celebramos el 6 de diciembre y no el 24.

6: Felicitemos con la palabra NAVIDAD, y no con la mundanizada expresión de “felices fiestas”.

7: El 31 de diciembre por la noche busquemos en nuestro entorno donde se celebre Misa a las 12 de la noche: magnífica forma de empezar el año nuevo. No con borracheras ni fiestas insanas sino con el Santo Sacrificio de Cristo por amor a nosotros. Y sí: hay Misas en muchos lugares a esa hora. El que firma este artículo la celebra cada año en una céntrica Iglesia de Sevilla dedicada a san Onofre, y cada año acuden más fieles.

8: Celebremos la Epifanía con verdadero espíritu de Fe y Amor. Enseñemos a los niños que la alegría no se basa solo en recibir sino en compartir igualmente. Y sigamos la estela de la sobriedad y el decoro frente al secularismo consumista.

9: Mantengamos la decoración navideña en nuestros hogares hasta el domingo posterior a Epifanía. El tiempo litúrgico de la navidad no acaba el 6 de enero sino con la celebración del Bautismo del Señor. En la tradición católica incluso se extendía el plazo hasta el 2 de febrero, día de la Presentación en el templo de Jesús.

10: Por último….que la navidad sea una verdadera fiesta cristiana en forma y fondo; que crezcamos en amor a Dios y al prójimo y que ese amor no se avale en emociones que se lleva el viento sino en obras de virtud. 

Si así lo hacemos habremos vivido una navidad cristiana y no una mera fiesta consumista.

Padre Santiago González

domingo, 21 de noviembre de 2021

Natalia Sanmartín: «La comunión en la mano es un caballo de Troya en la Iglesia»



Hay quienes piensan, entre ellos algunos intelectuales católicos, que el tiempo que nos toca es el mejor tiempo posible para vivir. ¿Qué opina sobre esa afirmación?

Depende de cómo se interprete la frase. Todos vivimos en el tiempo en el que debemos vivir, porque todo nuestro ser, incluidas las circunstancias en las que hemos nacido, forman parte de la voluntad de Dios, así que en ese sentido no tengo problemas con la idea. Pero si ese “mejor” se extiende a la época en sí, a la idea es que esta es la mejor de las épocas, entonces no estoy de acuerdo. Es muy difícil juzgar el momento en el que uno vive, nunca hay perspectiva suficiente, pero me parece evidente que estamos inmersos en una época cada vez más oscura, hostil y brutal, aunque se defina a sí misma como tolerante y civilizada, en la que todo el orden cristiano se está derrumbando con enorme rapidez. Esta especie de veneno ha penetrado también en la Iglesia mediante una labor de desgaste, confusión y secularización que no ha comenzado hoy, pero que se está acelerando cada vez más. Es una crisis que tiene una característica inquietante, el hecho de que hay una enorme cantidad de gente que no la ve.

¿No es una visión demasiado pesimista o incluso desesperanzada?

Creo que es una visión dolorosa, sí, pero realista, y que no tiene nada que ver con la desesperanza, sino con abrir los ojos y ver dónde estamos y qué es lo que tenemos delante. Me parece fundamental asumir que vivimos en una cultura que no solo ha dejado de ser cristiana, sino que apenas es ya cristianizable, que no solo es indiferente a la fe, sino radicalmente hostil a ella. Pero esto no excluye la esperanza, porque nada de lo que sucede ni en el mundo ni en la Iglesia es gratuito; Dios lleva las riendas de la historia. A nosotros nos toca lo que siempre ha tocado a los cristianos, preservar lo que se nos ha dado, conservar la fe de los apóstoles, no una nueva fe, sino la fe que la Iglesia ha custodiado a lo largo de los siglos, y hacerlo para nuestra salvación y la de los que vengan detrás de nosotros.

Usted da una gran relevancia a la liturgia y ha hablado en muchas ocasiones de la misa tradicional, que está muy presente en este cuento de Navidad. ¿Qué relación hay entre fe y liturgia y por qué es tan importante?

La Iglesia enseña que lo que se reza es lo que se cree, por eso la liturgia ha expresado a lo largo de los siglos la fe milenaria de la Iglesia, lo que ésta siempre ha creído, y por eso es tan importante protegerla y preservarla. La liturgia se nos ha dado en primer lugar para rendir culto a Dios, pero también es una escuela de fe y de piedad para nosotros. Eso explica, y puedo decirlo porque lo he vivido personalmente, la fuerza de conversión que tiene la liturgia tradicional, el modo en que expresa las grandes verdades cristianas. Para mí la misa tradicional es inseparable de mi fe, descubrirla me trajo de vuelta a la práctica religiosa y puso luz donde las clases de religión, las catequesis y las convivencias escolares pusieron confusión. Su reverencia, su misterio, su riqueza y su fuerza enseñan con mucha más claridad que el mejor de los catecismos verdades eternas, como la presencia real, el valor sacrificial de la misa o la sacralidad del culto a Dios.

El motu proprio Traditionis Custodes del Papa Francisco ha limitado recientemente la misa tradicional. ¿Cómo ha recibido en su caso esa decisión?

Con estupor, con dolor y una enorme sensación de impotencia. Como la mayoría de los que amamos la liturgia tradicional, yo nací después de la reforma litúrgica y descubrí la antigua misa casi por casualidad, en la medida en que un cristiano puede creer en la casualidad. He madurado mi fe gracias a ella y gracias también a los esfuerzos del Papa Benedicto XVI, que quiso ponerla al alcance de todos los fieles como el tesoro de la Iglesia que es. Él recordó que lo que la Iglesia católica ha considerado sagrado en el pasado tiene que seguir siendo sagrado. Por eso, a poco que uno tenga presente el principio de no contradicción y no abdique de la razón, la primera reacción ante lo que está ocurriendo es como mínimo de incredulidad.

En el motu proprio se habla de los fieles como nostálgicos de otros tiempos, pese a la juventud de una gran parte de los católicos de misa tradicional y el creciente número de vocaciones. ¿Se puede sentir nostalgia de una misa que no se conoció?

Es evidente que no. Y que basta con abrir los ojos para ver que esa descripción no se corresponde con la realidad. Tengo una relación muy estrecha con monasterios benedictinos, como Clear Creek o Le Barroux, que celebran la liturgia tradicional, me he encontrado con muchas personas de muy distintas procedencias, muy diferentes entre sí, en muy distintos países, que acuden a misa tradicional, algunos en sus parroquias, otros en monasterios y otros en lugares con presencia de institutos sacerdotales tradicionales, como es mi caso en Madrid. Hay una enorme cantidad de familias y de jóvenes, generaciones de católicos que ya han sido bautizados y educados en la antigua liturgia, escuelas, universidades, congregaciones y seminarios que aman y celebran esta misa, la misma que santificó a tantos grandes santos de la Iglesia. Y hay también un creciente número de seminaristas y sacerdotes diocesanos que quieren conocerla y celebrarla. Afortunadamente, la mayor parte de los obispos conocen que esta realidad y están siendo prudentes al aplicar el motu proprio en sus diócesis. Pero no hay duda de que vienen tiempos difíciles, que exigirán mucha oración, mucha fe y fortaleza.

¿Cree que Traditionis Custodis acabará con la misa tradicional?

Creo que hay un elemento importante que TC no ha tenido en cuenta. Los católicos tradicionales no pertenecen a ningún movimiento, no forman una organización, no es una realidad homogénea, no es una estructura que se puede disolver, hay todo tipo de personas entre ellos, como es propio de la Iglesia. Pero la mayor parte de ellas tienen algo en común: han sacrificado mucho por la misa, han pagado un precio alto por un tesoro que han encontrado enterrado en el campo, y están acostumbrados al esfuerzo. Mi experiencia es que una vez que conoces la misa tradicional no es sencillo volver atrás, no se vuelve atrás. Y en último término, las cosas son bastante simples si se miran con perspectiva: pese al daño y el dolor que ha generado el motu proprio, y las dificultades que vendrán, los cristianos nacemos y morimos, los pontificados comienzan y se acaban, pero la antigua liturgia de la Iglesia permanece. Ha sobrevivido a los siglos, y no dudo de que seguirá haciéndolo.

En una entrevista reciente, usted se ha posicionado en contra de la comunión en la mano. ¿Por qué?

Creo que la historia de la comunión en la mano es la historia de un caballo de Troya. Siempre me llama la atención que se hable tanto sobre las tensiones que vivió el Papa Pablo VI por la encíclica Humanae Vitae y tan poco sobre las que le produjo este conflicto y sobre el modo en que intentó reconducirlo. Durante su pontificado, él reafirmó la que sigue siendo la ley general de la Iglesia en este ámbito, la comunión en la lengua, y estableció un indulto, una excepción, para resolver el problema de algunas regiones donde la comunión en la mano se practicaba en abierta desobediencia a Roma, entre ellas Bélgica, Holanda y Alemania. La decisión le produjo mucho sufrimiento, porque no era partidario de la medida, como tampoco lo fueron la mayoría de los obispos que consultó antes de tomarla. Temía que hacerlo debilitase la fe en la presencia real de Cristo en el sacramento, un temor que él mismo confirmó más tarde y que le llevó a limitar el indulto, aunque no logró evitar que la práctica se generalizase. Lo terrible de todo esto es que lo que nació como una respuesta pastoral a una desobediencia se ha convertido en una práctica generalizada y hasta impuesta, como hemos visto en esta pandemia, en la que se ha aplastado de forma intolerable la piedad y los sentimientos religiosos de todos los fieles que comulgamos como prescribe la ley de la Iglesia.

¿Y qué supone personalmente para usted?

Para mí es una cuestión fundamental de adoración y de veneración a Dios. Si se cree no solo intelectualmente, sino también, por decirlo así, con las entrañas, que Cristo está realmente en el sacramento, la única actitud posible es postrarse de rodillas ante Él y recibirlo como hicieron los grandes santos, los mártires y la inmensa mayoría de los cristianos que nos han precedido.

En su cuento de Navidad una madre le explica a su hijo que la muerte no es el final, sino «un despertar». En un mundo que no quiere pensar en el misterio de la muerte, ¿tiene sentido tratar de explicársela a un niño?

Es cierto que la muerte es un misterio, pero también lo es que la revelación y la doctrina de la Iglesia arrojan luz sobre ese enigma, no es una realidad de la que no sepamos absolutamente nada. A mí me parece que en la educación de un niño cristiano la muerte tiene que ocupar su lugar, porque sin ella no se puede explicar qué es el hombre, por qué es como es y por qué debe ser redimido y salvado. ¿Cómo se explica la redención o el pecado original sin hablar de la muerte? Hay un temor natural a la muerte, pero creo que a un niño puede explicársele, en su lenguaje y poco a poco, lo que sabemos de ella y de lo sucede tras ella. Sin esa explicación, la vida humana es un rompecabezas sin sentido.

Su cuento de Navidad es un cuento sacramental, lo ha explicado en más de una ocasión. ¿Es posible contemplar el mundo de forma sacramental?

Simone Weil dice en uno de sus escritos que resultaría absurdo que cualquier iglesia, construida por manos humanas, esté repleta de símbolos, y que el universo no esté infinitamente lleno de ellos. Sólo hay que leerlos. Yo creo que es así y que esa es la manera correcta de contemplar la creación, el orden que Dios ha impreso en el mundo, el secreto de un mundo que vemos de espaldas, en esa imagen tan hermosa de Chesterton. El cuento de Navidad, que escribí para los benedictinos de Barroux, cuenta la historia de un niño que le pregunta insistentemente a Dios, durante tres años, si la Navidad existe, si es real, y de cómo Dios escucha y responde a esa voz.

En el cuento se reza, y se reza en latín. ¿Por qué?

Mi madre y mi abuela me enseñaron a rezar las letanías del rosario en latín, no los misterios, pero sí las letanías, y para mí es natural hacerlo así; rezarlas en vernácula me resulta extraño. También es lo más natural en el contexto del cuento, porque es la historia de un niño criado en un entorno católico tradicional. El latín sigue siendo la lengua de la Iglesia, es un idioma dulce y musical, con un significado que no cambia, y eso es parte de su belleza.

En el cuento vuelva a plantear la idea del alejamiento del mundo, de un mundo en el que cada vez es más difícil educar en el fe cristiana, pero del que pocos pueden separarse. ¿Cómo afrontar ese reto?

Es una pregunta muy difícil de responder. La Iglesia ha enseñado siempre que un cristiano debe tener una sana distancia con el mundo, vivir en el mundo, pero no pertenecer a él. Esto me parece muy evidente ahora, cuando la secularización, el error y la confusión han roto todos los diques fuera y dentro de la Iglesia. Hoy no basta con elegir un colegio católico o enviar a los niños a catequesis, porque muchos colegios católicos transmiten algo que ya no es posible considerar catolicismo, y lo mismo ocurre en un buen número de parroquias. Yo creo que son las familias, y en especial las madres en los primeros años, las que deben asumir esa función, las que deben inculcar y transmitir la fe. Un niño católico debería crecer en un entorno de piedad católica, con toda su fuerza, su poesía y su belleza, y con una liturgia que le acerque al misterio y la adoración.

¿En algún momento se propone evangelizar desde la literatura o esta idea está lejos de su pensamiento cuando escribe?

No me propongo evangelizar al escribir, sino simplemente hablar de cosas que me parecen buenas, valiosas y verdaderas, que son importantes para mí y creo que es importante defender, y son pocas. El cardenal Newman cuenta en sus diarios que nunca escribió una línea sin una razón, sin un motivo que en su opinión justificase hacerlo. Yo creo en ese principio, y trato de seguirlo.

viernes, 1 de enero de 2021

POESÍA DE NAVIDAD (Amado Nervo)

 NOCHEBUENA


Pastores y pastoras,

abierto está el Edén.

¿No oís voces sonoras?

Jesús nación en Belén.


La luz del cielo baja,

el Cristo nació ya,

y en un nido de paja

cual pajarillo está.


El Niño está friolento.

¡Oh noble buey,

arropa con tu aliento

al Niño Rey!


Los cantos y los vuelos

invaden la extensión,

y están de fiesta cielos

y tierra ... y corazón.


Resuenan voces puras

que cantan en tropel:

"¡Hosanna en las alturas

al Justo de Israel!"


¡Pastores, en bandada

venid, venid

a ver a la anunciada

Flor de David! ...


Amado Nervo (1870 - 1919)

AÑO NUEVO 2021

IL TROVATORE

El comienzo de un nuevo año nos recuerda el paso del tiempo. Y somos conscientes de que no vamos a tener otra oportunidad para salvarnos que no sea esta vida. Conforme a nuestras decisiones libres, tomadas en el tiempo, nos jugamos lo que queremos para nosotros en la eternidad. El tiempo es breve. Y no somos ciudadanos de este mundo, sino peregrinos: "Somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos también como Salvador al Señor Jesucristo" (Fil 3, 20). Estamos aquí de paso. Ésta no es nuestra verdadera patria, sino un tiempo de prueba y "cada uno recibirá la recompensa según su trabajo" (1 Cor 3, 8). Por eso, según nos dice san Pablo "ya es hora de que despertemos del sueño, pues ahora está más cerca de nosotros la salvación que cuando creímos" (Rom 13, 11). 

Cada día es una nueva oportunidad que Dios nos concede para que nos decidamos a ser santos, de una vez por todas, "aprovechando el tiempo, porque los días son malos" (Ef 5, 16). Es preciso que los cristianos seamos conscientes de que nos han tocado tiempos difíciles, lo que no significa que nos asustemos: "No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed, sobre todo, al que puede arrojar el alma y el cuerpo en el infierno" (Mt 10, 28). Ahora, más que nunca, se impone vivir el Evangelio al pie de la letra y hacerlo vida de nuestra vida, no olvidando que "el que quiera salvar su vida la perderá" (Mt 16, 25a). Nuestra vida, nuestra verdadera vida, aquella que nos hace ser más nosotros mismos, esa vida "está escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3); de manera que, según decía Jesús: "El que pierda su vida por Mí, la encontrará" (Mt 16, 25b).

No basta con estar bautizados o llamarse católicos para salvarse: hay que cumplir con las exigencias emanadas del Evangelio, aprovechando cada minuto y cada instante de nuestra vida; no tendremos otra oportunidad. Y el único modo de aprovecharlos con fruto, aquello que quedará al final de nuestra vida, es solamente lo que hayamos hecho por amor a Jesucristo y con Jesucristo"el buen combate" (2 Tim 4, 7) del que hablaba san Pablo a Timoteo, cuando veía cerca el momento de su partida de este mundo, se refería a "la guarda de la fe".  

En el comienzo de un nuevo año, nada hay mejor para aprovechar bien nuestra vida, que renovar nuestro propósito de fidelidad al Señor y ponernos en las manos de Dios: rezar con confianza y tomarnos en serio a Jesucristo, pues de ello depende no sólo nuestra propia salvación sino la de mucha gente que, viendo en nosotros reflejada la vida de Jesús, salgan de su apatía espiritual y se conviertan al Señor. Nada mejor podría sucederles en sus vidas.

Pongamos de nuestra parte todo lo que podamos y dependa de nosotros. El resto dejárselo al Señor: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6, 33), con nuestra esperanza puesta completamente en Él, sabiendo -con toda certeza- que no nos abandonará: "No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros" (Jn 14, 18). Al ver la confusión reinante en tantos cristianos que andan "como ovejas sin pastor" (Mc 6, 34) y viendo la "barca" de la Iglesia tan agitada, que parece hundirse, no tengamos miedo. Puede que Jesús duerma, pero está a nuestro lado. Está poniendo a prueba nuestra fe, nuestra fe en Él, que es la única tabla de salvación. Y de las pruebas siempre se sale fortalecido.

Tenemos su Palabra de que "las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella" (Mt 16, 18), es decir, sobre la Iglesia que Él fundó. Ésta no desaparecerá, aunque puede que quede reducida a un núcleo muy pequeño, diseminado por toda la faz de la tierra. Y la victoria está asegurada, si no decaemos en nuestra fe: "Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4).

Es también momento de recordar que estamos sometidos a una Jerarquía; y aunque ésta no obrase correctamente, sigue siendo la Jerarquía, supuesta su legitimidad. No podemos independizarnos por nuestra cuenta: somos hijos de la Iglesia. Las flaquezas, debilidades y pecados de algunos de sus miembros, no le quitan nada a la Iglesia que fundó Jesucristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica, "sin mancha ni arruga o cosa semejante, sino santa e inmaculada" (Ef 6, 27), pues "somos miembros de su cuerpo" (1 Cor 12, 27), del cual "Él es la Cabeza" (Col 1, 18), "en quien habita toda la plenitud" (Col 1, 19). Como Cristo es Santo -la santidad misma- su Cuerpo, que es la Iglesia, es santo (aunque sólo en aquellos miembros que viven en comunión con Él, animados de su Espíritu). Quien no vive según el Espíritu de Cristo y está en pecado mortal no forma parte de este Cuerpo, no pertenece a la Iglesia, hasta que se arrepienta de sus pecados y se convierta, haciendo recto uso del sacramento de la Confesión, momento en el cual, al estar bautizado, pasaría a formar de nuevo parte del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia.

Dicho esto, hay que tener en cuenta que un cristiano católico no puede dejar o deponer los principios de la doctrina secular de la Iglesia, la doctrina de siempre, una doctrina que nunca puede ser cambiada: Las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia son las fuentes de las que hay que beber para no ser engañados y mantenernos fieles a la verdadera Iglesia de Jesucristo, la que Él fundó; pues aunque, ciertamente, el Papa es el Vicario de Cristo en la Tierra, su misión es la de "guardar el depósito recibido" y darlo a conocer a todos, íntegramente, sin falsear ni cambiar su contenido. El modo de hacerlo pertenece a la pastoral, pero ésta nunca puede contradecir la doctrina. 

Esta idea es fundamental. En cualquier caso, tenemos la seguridad de que Dios no permitirá que sea engañado aquel que no quiera ser engañado, aquellas personas de buena voluntad que busquen sinceramente la verdad. Sólo serán engañados aquellos que han hecho su opción por la mentira y no quieren comprometerse a vivir según las exigencias propias de la vida cristiana; aquellos que, por comodidad, no quieren complicarse la vida ... y aunque se llamen católicos no lo son, en realidad, pues no piensan como Cristo sino según los criterios del mundo. Un católico así es una contradicción y un imposible metafísico. Alguien que diga: yo creo lo que quiero y practico lo que me da la gana, aunque vaya en contra de las enseñanzas de la Iglesia, de la moral, de la ley natural, de la ley divina, ... y, además, soy católico ... Pues va a ser que no. El que así proceda es un farsante, pero de católico no tiene nada, aunque piense que lo es.

Por lo tanto, sabiendo que "todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios" (Rom 8, 28) lo único que nos queda -y no es poco- es rezar y confiar plenamente en Dios, vivir la esperanza cristiana, que es un vivir con alegría. Un cristiano tiene que ser feliz. Decía Santa Teresa que "un santo triste es un triste santo". Se puede sufrir. Es más, según dice san Pablo, y está atestiguado por la experiencia, "todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecución" (2 Tim 3, 12). Por eso dice Jesús a sus discípulos en el sermón de despedida de la última cena: "Vosotros tenéis ahora tristeza, pero os volveré a ver y se alegrará vuestro corazón, y nadie podrá quitaros vuestra alegría" (Jn 16, 22). Esta alegría -la auténtica- es patrimonio tan solo de los cristianos que viven como tales. 

Los cristianos tenemos muchos motivos para ser felices y vivir con ilusión y con esperanza. Para ello no tenemos más que leer las siguientes palabras que dirige Jesús a su Padre con relación a sus discípulos: "Padre, quiero que los que me has dado, estén también conmigo, donde Yo estoy" (Jn 17, 24). Ese deseo que tiene el Señor de estar con nosotros, el escuchar su voz y oírle decir que somos "sus amigos" (Jn 15, 14) ¿acaso no es motivo, más que suficiente, para ser inmensamente felices? Y, además, con una felicidad tal que tiene lugar ya en este mundo, como un adelanto de lo que nos espera en la otra vida, si tal es la voluntad de Dios con respecto a nosotros, como así lo esperamos.

Es tu amor lo que anhelo
la causa de mi dicha adelantada.
Descubre, amado, el velo:
que vea tu mirada
suspirando por mí, y enamorada.

José Martí

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Soneto sacro: "Nunca, Señor, pensé que te ofendía" (Manuel Machado)

 



Nunca, Señor, pensé que te ofendía
porque jamás creí que a tu pureza
alcanzase la mísera torpeza
de quien, aun de quererlo, ¡no podría!

Triste de mí, tampoco concebía
que pudiera caber en tu grandeza
amar la nulidad y la pobreza
de este gusano vil, que dura un día.

Pero, al llegar la Navidad, y verte
niño y desnudo, celestial cordero,
y para el sacrificio señalado...

Sé cuánto mi maldad pudo ofenderte
y sé también -y en ello solo espero-
que más que te he ofendido, me has amado


(Manuel Machado, 1874-1947)

viernes, 25 de diciembre de 2020

Pío XII y la Navidad de 1943



La de 1943 fue una de las Navidades más duras de la guerra en la Roma ocupada por los nazis. Había toque de queda, y las misas de Navidad fueron suprimidas. Pío XII celebró una Misa solemne en la tarde del 24 en San Pedro.

Aquel día el Papa pronunció un discurso ante el Sagrado Colegio y la Prelatura Romana, cuyos pasajes principales reproducimos a continuación.

Pío XII principió recordando una expresión entrañable para los cristianos: Un solo corazón una sola alma. «Este cor unum et anima una que congregaba a los primeros seguidores de Cristo fue la fogosa arma espiritual de la pequeña grey de la Iglesia primitiva, que sin medios terrenales, por medio de la palabra, el amor abnegado y el sacrificio de la propia vida, emprendió y culminó su acción victoriosa frente a un mundo hostil. Contra la capacidad de resistencia, el ardor y el menosprecio de los padecimientos y de la muerte de tal corazón y tal alma no valieron las artimañas y los ataques de los poderes adversos que combatían su existencia, doctrina, propagación y consolidación, y quedaron en nada.

»De ese modo, del corazón y el alma de todos los creyentes se iba formando algo así como un mismo corazón y una misma alma, que la propagación de la Fe a lo largo de los tiempos extendió y sigue extendiendo por tantas regiones y pueblos. Y un nudo tan hermoso de corazones y almas por todas las tierras y países llega hasta Nos y se renueva en el momento presente de las aflicciones e invocaciones comunes y de los anhelos y esperanzas comunes, merced del divino Espíritu santificador y dador de vida que forma y preserva la Esposa de Cristo, siempre la misma en su unidad y universalidad, incluso en medio de las convulsiones que trastornan a las naciones».

Seguidamente, el Papa describe la guerra y sus duras consecuencias:

«A lo largo de este último año se ha ido aproximando más cada vez la vorágine de la guerra a la Ciudad Eterna, y numerosos miembros de nuestra diócesis han soportado duros padecimientos. Muchos de los más pobres han visto su hogar destruido en incursiones aéreas. Un santuario muy popular en la Roma cristiana fue alcanzado y sufrió heridas difícilmente sanables».

La ruina, añade el Papa, no es sólo material, sino también económica: «Si la interrupción y la parálisis de la producción normal de lo necesario para la vida hubieran de proseguir al ritmo actual, es de temer que a pesar de la solicitud de las autoridades competentes, dentro de no mucho tiempo el pueblo de Roma y de buena parte de Italia se encuentre en una situación de pobreza como tal vez no recuerde memoria humana que haya tenido lugar en este país ya tan sometido a pruebas».

Con todo, Pío XII hace un llamamiento a la serenidad espiritual y moral: «Instamos a todos, y en particular a los habitantes de la Urbe, a que mantengan la calma y la moderación y se abstengan de todo acto precipitado, que no haría otra cosa que acarrear calamidades mayores».

Sobre todo, afirma el Papa, no hay que desanimarse ante las dificultades.

«En medio de tales agitaciones es fácil entender hasta qué punto es conveniente que cada uno mantenga la confianza y el valor en la práctica moral de la vida mientras no pocos cristianos, entre ellos los que están al servicio de la Iglesia y del santuario, se dejan desanimar por estos tiempos tan lamentables, por la amargura de las privaciones y de los esfuerzos perdidos y por la cadena de desilusiones que los oprime y se abate sobre ellos; hasta tal punto que no se libran del peligro de desanimarse y perder la frescura y agilidad de espíritu, la fuerza de voluntad, la serenidad y la alegría de atreverse y llevar a término cuanto se emprende, sin lo cual no es posible un apostolado fecundo.

En la adversidad de los tiempos que vivían, tiempos de guerra y de miseria, el Sumo Pontífice exhorta «a los pusilánimes, los desanimados y los extenuados a dirigir la mirada al pesebre de Belén y al Redentor, que comienza la renovación espiritual y moral del género humano con una pobreza sin igual, en una separación casi total del mundo y de los poderosos de entonces». Esta perspectiva «debe recordar y advertir que los caminos del Señor no son los que están iluminados por la luz engañosa de una sabiduría puramente terrenal, sino los rayos de una estrella celestial desconocida por la prudencia humana. Cuando se dirige la mirada a la historia de la Iglesia desde la cueva de Belén, todos deberían tener la certeza de que aquello que afirmó su divino Fundador, “sui eum non receperunt” (Jn.1,11), ha sido siempre la dolorosa divisa de la Esposa de Cristo a lo largo de los siglos, y de que en más de una ocasión los tiempos de ardua lucha son la preparación de victorias grandiosas y definitivas para largas épocas futuras».

A continuación, Pío XII se dirige a las almas generosas:

«Si nos fuera permitido penetrar en la visión y los designios de Dios, sobre los cuales arroja luz el pasado, las penosas y cruentas condiciones de la hora presente no son tal vez sino el preludio del amanecer de nuevas situaciones en las que la Iglesia, enviada a todos los pueblos a través de todos los tiempos, se encontrará con misiones en otros tiempos desconocidas que sólo podrán llevar a cabo almas valerosas y resueltas para enfrentarse a todo; corazones que no tengan miedo de asistir a la repetición y renovación del Misterio de la Cruz del Redentor en el camino de la Iglesia sobre la Tierra sin pensar en abandonarse con los discípulos de Emaús a una huida de la amarga realidad; corazones conscientes de que las victorias de la Esposa de Cristo, sobre todo las definitivas, se preparan y alcanzan in signum cui contradicetur, en contraste; es decir, con todo aquello que la mediocridad y vanidad humanas tratan de oponer a la penetración y triunfo de lo espiritual y lo divino.»

El Santo Padre prosigue haciendo un llamamiento:

«Si hoy debemos ayudar a nuestros tiempos; si la Iglesia tiene que ser para los errantes y los amargados por las angustias espirituales y temporales de nuestro tiempo una Madre que ayuda, aconseja, protege y redime, ¿cómo podría hacerse cargo de tantas necesidades si no dispusiera de una acies ordinata, una hueste reclutada entre las almas generosas que por encima de la dulce contemplación del Niño recién nacido no temen ni olvidan alzar la mirada al Señor crucificado que consuma sobre el Calvario el sacrificio de su vida por la regeneración del mundo y evoca con fuerza y valor en su vida y su obrar la ley suprema de la Cruz?»

Las palabras con que concluye Pío XII su discurso de la Navidad de 1943 manifiestan confianza en las infalibles promesas de Dios:

«Rogamos por el género humano, enredado y prisionero en las cadenas del error, el odio y la discordia, como en una prisión construida por él mismo, repitiendo la invocación de la Iglesia en el sagrado Adviento: «O clavis David et sceptrum domus Israel; qui aperis, et nemo claudit; claudis, et nemo aperit: veni, et educ vinctum de domo carceris, sedentem in tenebris et umbra mortis!»

«Llave de David y cetro de la Casa de Israel, que abres y ninguno cierra y cierras y ninguno abre, ven y saca de la cárcel al preso que está sentado en las tinieblas y las sombras de la muerte.»

Estas palabras de la Sagrada Escritura siguen resonando con su fuerza perenne. Hoy también, al igual que entonces, somos prisioneros de las tinieblas, pero en las tinieblas ciframos toda nuestra esperanza en el Santo Niño de Belén, en su Santísima Madre y en San José, cabeza de la Sagrada Familia, a fin de pedirles la fuerza para constituir una auténtica acies ordinataque combata cor unum et anima una por amor a la Iglesia y a la civilización cristiana.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Solemnidad de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo

 PADRE ALFONSO GÁLVEZ

Duración 33:57 minutos

https://www.alfonsogalvez.com/podcast/episode/4b7e9adb/solemnidad-de-la-natividad-de-nuestro-senor-jesucristo

jueves, 24 de diciembre de 2020

Viganò: el Belén del Vaticano expresa la apostasía

 ES NEWS


Nadie dotado de sentido común identificaría las horribles estatuas en la Plaza San Pedro con un belén, observa el arzobispo Viganò en una declaración datada el 22 de diciembre.

A las figuras de la Natividad las llama “tótems” perturbadores y “estatuas de cerámica obscenas” en las que no hay nada cristiano.

Este belén repite el antiguo error que se cometió cuando las iglesias fueron destripadas, los altares despojados y la doctrina simple y cristalina corrompida por el embrollo ambiguo, “típico de los herejes”, analiza Viganò.

Para él, “esa cosa” no es un pesebre ya que no representa el misterio de la Encarnación.

En cambio, lo llama una “monstruosidad irreverente”, la marca de la religión universal del Nuevo Orden Mundial y “la expresión de la apostasía, la inmoralidad y el vicio” y “de la fealdad erigida como modelo”.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

En Grege Relicto. Mons.Viganò sobre la Natividad en la Plaza de San Pedro.

 CHIESA E POST CONCILIO


En el centro de la Plaza de San Pedro se alza una estructura metálica tensada, decorada apresuradamente con una luz tubular, bajo la cual se colocan, inquietantes como tótems, unas horribles estatuas que ninguna persona con sentido común se atrevería a identificar con los personajes de la Natividad. El fondo solemne de la fachada de la Basílica Vaticana aumenta el abismo entre la armoniosa arquitectura renacentista y ese indecoroso desfile de bolos antropomórficos. 

Poco importa que estos artefactos atroces sean el fruto de estudiantes de un oscuro Instituto de Arte de Abruzzo: quien se atrevió a armar esta cicatriz en el belén lo hizo en una época que, entre las innumerables monstruosidades en el No hagas nada bello, nada que merezca ser guardado para la posteridad. Nuestros museos y galerías de arte moderno rebosan de creaciones, instalaciones, provocaciones nacidas de mentes enfermas a finales de los sesenta y setenta: pinturas inimaginables, esculturas que causan asco, obras de las que no se comprende ni el tema ni el significado. Y también las iglesias están desbordadas de ella, que no se salvaron, siempre en esos años desafortunados, de audaces contaminaciones de "artistas" apreciados más por su filiación ideológica y política que por su talento. 

Durante décadas, los arquitectos y artesanos han estado creando horribles estructuras, muebles y muebles sagrados de tal fealdad que dejan a los simples disgustados y escandalizan a los fieles. De esa malaplanta, en el clima migratorio bergogliano, la barcaza de bronce no podía dejar de derivar, como monumento al migrante desconocido [ aquí y ver índice ], ubicado a la derecha de la columnata berniniana, desfigurando su armonía, cuya masa opresiva hace que los adoquines se hundan en el consternación de los romanos. 

Cabe recordar que el pesebre blasfemo de este año fue precedido por el igualmente sacrílego de 2017, ofrecido por el santuario de Montevergine, destino de peregrinaje de la comunidad homosexual y transgénero italiana. Este anti-pesebre, "meditado y estudiado según los dictados y doctrina del Papa Francisco", debería representar supuestas obras de misericordia: un hombre desnudo en el suelo, un cadáver con un brazo colgando, la cabeza de un preso, un arcángel con un guirnalda de flores de arco iris y la cúpula en ruinas de San Pedro. [1] 

Intentos similares, en los que la Natividad se utiliza como pretexto para legitimar juicios muy infelices, han sido la preocupación de muchos fieles, obligados a sufrir las extravagancias del clero y el deseo de innovación a toda costa, el deseo deliberado de profanar - en el sentido etimológico hacer profano - lo que es viceversa sagrado, separado del mundo, reservado para el culto y la veneración. Belenes ecuménicos con mezquitas inverosímiles; belenes inmigratorios con la Sagrada Familia en la balsa; belenes hechos de patatas o chatarra. 

Ahora es evidente, incluso para los más inexpertos, que no se trata de intentos de actualizar la escena navideña, como hicieron los pintores del Renacimiento o del siglo XVIII, vistiendo la procesión de los Magos con los trajes de la época; son más bien la imposición arrogante de la blasfemia y el sacrilegio como antiteofanía del Feo, como atributo necesario del Mal. 

No es casualidad que los años en que se creó este pesebre sean los mismos en los que vieron la luz el Concilio Vaticano II y la misa reformada: la estética es la misma y los principios inspiradores son los mismos. Porque esos años representaron el fin de un mundo y marcaron el inicio de la sociedad contemporánea, así como con ellos comenzó el eclipse de la Iglesia Católica para dar paso a la Iglesia conciliar. 

Poner esos artefactos de cerámica en el horno debe haber requerido muchos problemas, que la laboriosidad de los maestros de esa escuela de Abruzzo superó rompiéndolos en pedazos. Lo mismo ocurrió en el Concilio, donde ingeniosos expertos consiguieron introducir en los documentos oficiales novedades doctrinales y litúrgicas que en otros tiempos se habrían limitado a la discusión de un grupo clandestino de teólogos progresistas. 

El resultado de ese experimento pseudoartístico es un horror que es tanto más espantoso cuanto mayor es la afirmación de que el sujeto representado es la Natividad. Haber decidido llamar "belén" a un conjunto de figuras monstruosas no lo convierte en tal, ni responde al propósito por el cual se exhibe en iglesias, plazas, hogares: inspirar la adoración de los fieles hacia el Misterio de la Encarnación.  Así como haber llamado “concilio” al Vaticano II no ha hecho que sus formulaciones sean menos problemáticas y ciertamente no ha confirmado a los fieles en la fe, ni ha aumentado su frecuencia a los sacramentos, y mucho menos a multitudes de paganos convertidos a la Palabra de Cristo. 

Y cómo la belleza de la liturgia católica ha sido reemplazada por un rito que solo sobresale en la miseria; cómo la sublime armonía del canto gregoriano y la música sacra ha sido prohibida en nuestras iglesias para hacer resonar los ritmos tribales y la música profana; cómo la perfección universal de la lengua sagrada fue barrida por la babel de las lenguas vernáculas; así se frustra el impulso de la veneración antigua y popular concebido por San Francisco, para desfigurarlo en su sencillez y arrancarle el alma. 

La repulsión instintiva que despierta este belén y la vena sacrílega que revela constituyen el símbolo perfecto de la iglesia bergogliana, y quizás precisamente en esta ostentación de descarada irreverencia hacia una tradición secular tan querida por los fieles y los pequeños, es posible comprender qué es el Estado. de las almas que lo querían allí, bajo el obelisco, como desafío al Cielo y al pueblo de Dios. Almas sin Gracia, sin Fe, sin Caridad. 

Alguien, en un vano intento de encontrar algo cristiano en esas obscenas estatuas de cerámica, repetirá el error que ya se ha cometido al permitir que nuestras iglesias sean destripadas, al despojar de nuestros altares, al corromper con ahumado la simple y cristalina integridad de la Doctrina. ambiguo típico de los herejes. 

Reconozcámoslo: esa cosa no es una Natividad, porque si fuera una Natividad tendría que representar el sublime Misterio de la Encarnación y Nacimiento de Dios " secundum carnem», La admiración adoradora de los pastores y los Magos, el amor infinito de María Santísima por el divino Niño, el asombro de la creación y de los Ángeles. En definitiva, debe ser la representación de nuestro estado de ánimo antes del cumplimiento de las profecías, nuestro encanto de ver al Hijo de Dios en el pesebre, nuestra indignidad de la Misericordia redentora. Y en cambio se ve, de manera significativa, el desprecio por la piedad popular, el rechazo de un modelo perenne que recuerda la eternidad inmutable de la Verdad divina, la insensibilidad de las almas áridas y muertas ante la Majestad del Niño Rey, a la rodilla doblada del Los reyes magos. Allí se puede ver el sombrío gris de la muerte, la oscura aséptica de la máquina, la oscuridad de la condenación, el odio envidioso de Herodes que ve amenazado su poder por la Luz salvadora del Niño Rey. 

Una vez más, debemos estar agradecidos al Señor incluso en esta prueba, aparentemente de menor impacto pero aún consistente con las mayores tribulaciones que estamos atravesando, porque nos ayuda a quitarnos las vendas que los ciegan de nuestros ojos. Esta monstruosidad irreverente es el sello distintivo de la religión universal del transhumanismo defendida por el Nuevo Orden Mundial; es la explicación de la apostasía, la inmoralidad y el vicio, de la fealdad erigida como modelo. Y como todo lo que se construye por las manos del hombre sin la bendición de Dios, incluso contra él, está destinado a perecer, desaparecer, desmoronarse. Y esto sucederá no por la alternancia del poder de quienes tienen gustos y sensibilidades diferentes, sino porque la Belleza es necesaria esclava de Verdad y Bondad, 

+ Carlo Maria Viganò
23 de diciembre de 2020
Feria IV infra Hebdomadam IV Adventus 
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[1] https://www.corrispondenzaromana.it/lanti-presepe-piazza-san-pietro/