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miércoles, 22 de enero de 2014

Empacho Ecuménico (Fray Gerundio)

Una indigestión es un empacho. Y por extensión, un empacho es también un hartazgo: hartazgo de comida o hartazgo de cualquier otra cosa. Mi indigestión de hoy ha sido provocada por el exceso de ecumenismo que esta semana nos rodea, nos agobia y nos intenta comer el coco. Hartazgo y empacho de ver a los eclesiásticos y laicos eclesiastizados, con un más que notable y llamativo embeleso (lo que normalmente llamaríamos caída de baba), ante las posibilidades de una unidad cristiana a costa de lo que sea.

Hace ya años que nos vienen adoctrinando con el tema y hay que reconocer que lo han conseguido. Hasta el punto de que en mi convento muchos frailes piensan ya como protestantes, comprenden muy bien a los ortodoxos, justifican a los metodistas y culpan a los católicos de todo lo que ha pasado en los últimos mil quinientos años. La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, acabará siendo la Novena de San Focio, San Miguel Cerulario, San Lutero y San Calvino, al paso que vamos. Pero ya digo que mis novicios parece que rezan mejor que nunca en esta dichosa y empachosa semana. Nunca los he visto rezar con tanta ilusión, aunque lo hagan como papagayos ecuménicos amaestrados.

Dicen que esto comenzó en 1908 y que luego se fueron añadiendo nuevos enriquecimientos. Claro que el mayor de todos llegó cuando se abrió la espita para el compadreo sincrético -con el Papa a la cabeza-, en aquel lejano Asís de 1980, apoyados en los frutos del Concilio (que también en esto tuvo sus rupturillas con la Tradición) . Desde entonces, como se le ocurra a uno comentar que la Iglesia Católica es la única verdadera, que no es una parte de la Verdad, sino que posee toda la Verdad y que todo ecumenismo auténtico consistirá en atraer hacia la Verdad Completa que sólo está en ella, tiene asegurado el exilio de por vida. Además de que será tildado de intolerante y falto de caridad. Que me lo digan a mí, que salgo siempre a coger setas el día en que se lleva a cabo en el Convento la reunión ecuménica de turno.

Resultan muy curiosos y a la vez espeluznantes, el lema y los modos con que se ha presentado este año la campaña del Octavario para la Unidad de los Cristianos. Cogiendo el tema por los pelos y citando a San Pablo en su carta a los Corintios (también por los pelos), nos venden una vez más el ecumenismo a cualquier precio. Lo importante es la unidad, aunque sea a costa de que las verdades de fe queden rotas y maltrechas por estos hermanos cristianos, que según algunos se separaron por la intransigencia de la Iglesia de la época. Vean el disparate monumental que ha preparado el Cardenal Kotch con la ayuda de miembros de otras confesiones. [Reconozco que estos cardenales que presiden este Dicasterio me resultan sumamente antipáticos, porque acaban pensando más como protestantes que como católicos. Si no, que se lo digan al cardenal emérito Walter Kasper, con sus publicaciones y obras teológicas más cercanas a Lutero que a la teología católica].


Llama la atención el Monitum que en su día publicó el Santo Oficio sobre estas reuniones ecuménicas. Ya entonces, había quien se adelantaba a su tiempo y organizaba estos saraos con toda pompa y solemnidad, sin llegar a los estragos actuales, claro. El documento emanado en este caso, con fecha 1949 advertía muy certeramente a los Obispos sobre las condiciones que se debían guardar, en el caso de que alguien se reuniera con protestantes para rezar por la unidad de la Iglesia. Casi me da vergüenza traerlo a esta columna, porque por un lado me seguirán tachando de anticuado, aunque por otro me regocijo pensando que ésta era realmente la auténtica reconciliación con los hermanos separados: la exigencia de que regresen a la casa paterna, de la que salieron por negar creencias y dogmas sin los cuales no se está en la Iglesia Verdadera.

Vean ustedes, por ejemplo esta joya de texto, aunque algo largo, muy actual y que ha sido pisoteado por los propios guardianes de la Fe. Corresponde al Monitum anteriormente citado. Les aconsejo que lo lean detenidamente.

Respecto al método a seguir, los obispos mandarán qué hay que hacer y qué hay que omitir, y se cerciorarán de que todos siguen sus preceptos a ello referentes. Además vigilarán para que, bajo el falso pretexto de que hay que atender más a lo que nos une que a lo que nos separa, no se fomente un peligroso indiferentismo, sobre todo en quienes son menos experimentados en cuestiones teológicas y cuya práctica religiosa es más bien débil. Pues hay que guardarse de que por un espíritu que hoy suele llamarse «irénico», las doctrinas católicas -ya se trate de dogmas o de doctrinas relacionadas con los dogmas- sean de tal modo adaptadas a las doctrinas de los disidentes mediante estudios comparativos y en un vano esfuerzo de igualar progresivamente las diversas Confesiones religiosas, que padezca por ello la pureza de la doctrina católica o se oscurezca su verdadero y seguro contenido.

»Desterrarán también aquellos modos de expresión, de que resultan falsas concepciones o engañadoras esperanzas que jamás pueden ser cumplidas, así, por ejemplo, cuando se afirma que lo que dicen las encíclicas de los papas sobre la vuelta de los disidentes a la Iglesia, sobre la constitución de la Iglesia o sobre el Cuerpo místico de Cristo no debe ser exageradamente valorado, porque no todo es precepto de fe, o, lo que es todavía peor, que en cuestiones dogmáticas la Iglesia católica no posee la plenitud de Cristo, sino que en eso puede ser todavía perfeccionada por otras. Con el mayor cuidado e insistencia se manifestarán contra el hecho de que en la exposición de la Reforma y en la historia de los Reformadores se exageren tanto las faltas de los católicos y se palie de tal modo la culpa de los Reformadores o se destaquen tan en primer plano cosas accesorias, que con ello apenas se puede ver o valorar lo principal, a saber, su apartamiento de la fe católica. Finalmente vigilarán, no sea que por exagerado y falso celo exterior o por comportamientos imprudentes y llamativos, en vez de favorecerlo, se perjudique el fin pretendido.

Por tanto, hay que exponer y explicar toda la doctrina católica. sin reducción alguna. De ningún modo se debe callar o velar con palabras equívocas lo que la doctrina católica dice sobre la verdadera naturaleza y grados de la justificación, sobre la constitución de la Iglesia, sobre el primado de jurisdicción del papa romano, sobre la única verdadera unión mediante la vuelta de los disidentes a la única verdadera Iglesia de Cristo. Se les puede decir ciertamente que con su vuelta a la Iglesia no pierden de ningún modo el bien que hasta ahora les ha sido concedido por gracia de Dios, sino que con la vuelta se hará más perfecto y cumplido. En todo caso se ha de evitar hablar de estas cosas de modo tal que nazca en ellos la creencia de que con la vuelta ellos aportan a la Iglesia algo esencial de lo que hasta entonces ha estado privada. Esto ha de ser dicho en claras e inequívocas palabras, primero, porque buscan la verdad, y después, porque jamás puede haber una verdadera unidad fuera de la verdad.»
[AAS, 1949, pp. 124 ss.]

Que le digan al eminente miembro del G-8 consejero del Papa, de rancia estirpe tradicionalista (quieren que pensemos), con hábito franciscano humilde y pobre, si tenían razón en el Santo Oficio allá por el año 1949. Parece que a él le subyuga la unción con que lo unge la ungida pastora. Y launción con que se deja ungir. Lo que yo decía antes: caída de baba y embeleso; en este caso, cardenalicio.

De todos modos, creo que es absurdo celebrar ya esta Semana por la Unidad. Estamos ya unidos, puesto que actualmente los católicos piensan como los protestantes en gran número de temas teológicos y en sus creencias han asimilado ya los cambios necesarios para hacer que nos acerquemos a las confesiones cristianas, mucho más que ellos a nosotros. Si hicieramos una encuesta sobre el tema, nos podríamos llevar una sorpresa monumental. Un gran porcentaje de católicos ya no son católicos, aunque se firmen documentos sobre la justificación con un lenguaje tan ambiguo, que acaba dando la razón al señor Lutero. Por eso digo que es absurdo celebrar esta Semana.

Ya les dijo el Papa a los de Taizé cuando les recibió hace pocas fechas: Europa necesita de su fe. ¿Para qué insistir más? ¿Para qué ahondar más? Eso de la Fe es algo común a todos. Así que ya está.

Por eso pienso que más bien habría que celebrar la Semana de Unión con los Judíos. Aunque también con esos estamos a punto de unirnos, dado el pachangueo que se gastan en Santa Marta comiendo con el Santo Padre los más destacados rabinos del Universo Mundo. Tuvimos que tragar saliva al ver entrar en las Sinagogas a Juan Pablo II y a Benedicto XVI, pero esto de ahora es más difícil de soportar, si cabe. Porque es el compadreo ecuménico llevado al grado de merendola doméstica con los que no creen en el Hijo de Dios. Yo creo que nos están preparando para el próximo viaje del Papa a Tierra Santa, en donde probablemente van a declarar a Jesús de Nazareth como Judío del Año, aunque se equivocara en eso de considerarse el Mesías. Pero como amaba a los pobres, se le puede perdonar. Vamos a ver muchas cosas interesantes en este próximo viaje.

Yo por mi parte, sigo pensando lo mismo de siempre y me adhiero plenamente al manifiesto del Santo Oficio de 1949 y pido al Señor para que me dé fortaleza para los próximos gestos ecuménicos que se avecinan. Quizá una barbacoa en Santa Marta con los Franciscanos de la Inmaculada, pues esos sí que están ya hace tiempo fuera de la Iglesia. Faltaría más.