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viernes, 13 de abril de 2018

“La Universidad Pontificia de Comillas ha dejado de ser católica” (Carlos Esteban)



El comecuras de tiempos pasados, cuando se inició la gran secularización de Occidente, estaba convencido de que la Ciencia -sí, con mayúsculas- acabaría con la ‘superstición cristiana’, pese a que a cualquiera con un poco de curiosidad le basta con echarle un vistazo a los incontables casos de científicos cristianos para deducir que, en todo caso, fue la Iglesia la que creó el método científico.

Hoy nadie podría pretender eso ni medio en serio, cuando el dogma secular nos exige creer, no en cosas que no vemos, como hace la fe, sino en lo contrario de lo que vemos o de lo que nos dicta la ciencia, la lógica y el más elemental sentido común.

Leo en estas mismas páginas, firmado por Gabriel Ariza, la crónica de una esperpéntica sesión en una institución docente y sedicentemente cristiana o, al menos, jesuita, la Universidad Pontificia Comillas de Madrid.

La crónica empieza diciendo que la institución de marras ha dejado de ser católica, y lo que cuenta le da la razón, aunque es preciso decir que parece ser el destino de un sinnúmero de instituciones similares, en Estados Unidos y Europa, que aún mantienen, usurpándola, esa etiqueta. Es curioso que el Vaticano, tan excesivamente celoso en el uso de su nombre en casos como el de esta publicación, no tenga nada que decir de que sigan calificándose de católicas entidades que se esfuerzan diariamente por probar que no lo son ni de lejos.

La cuestión gira en torno a la teoría de género, que es una insoluble contradicción en sí misma, más aún si la unimos a otro punto intocable de la dogmática moderna, el feminismo.

Según esta moderna superstición, el sexo es una realidad biológica irrelevante y poco menos que inexistente, siendo la categoría que importa el ‘género’. Éste -que carece de contenido, de significado real, y no es más que un vano intento de esquivar la innegable base física del sexo- es, por lo demás, un ‘constructo social’, una realidad artificial, un papel social cuya adscripción depende en exclusiva de la voluntad del individuo.

Así, hemos de creer que si un individuo con cromosomas XY se ‘siente’ y, en consecuencia, se define mujer, es mujer, y la sociedad entera y cada uno de sus miembros deben aceptarla como tal.

Ahora bien: si ser mujer u hombre no tiene una base real, permanente; si no tiene rasgos definidos ni puede decirse de ellos nada que no constituya, al final, un mero prejuicio heredado del reparto de roles social, ¿qué significa “sentirse mujer”? ¿En qué sentido tiene un contenido ese sentimiento?

Años atrás, un transexual tenía algo a lo que agarrarse, por así decir. Aunque la base biológica para su caso fuera igualmente difusa y cuestionable, como puede testimoniar cualquier estudioso de la disforia, al menos podía alegar que siempre le habían gustado, desde pequeño, “cosas de mujeres”.

Repetimos, no deja de ser un estado mental, una percepción que no se corresponde con la realidad. Pero era, al menos, posible exponer el razonamiento a un nivel sencillo de argumentación, el célebre “mujer atrapada en el cuerpo de un hombre”. Y eso solía traducirse en un deseo de acentuar características femeninas, codiciar un aspecto femenino, uso de maquillaje, etcétera.

Pero la teoría de género viene cual apisonadora a pulverizar todo eso: no hay ‘órganos femeninos’; no hay una forma de vestir que sea específica “de mujer”; es directamente ofensivo hablar de “características femeninas”.

Con todo lo cual, nos hemos quedado sin objeto. Tenemos que creer que la persona X es realmente mujer porque desea ser mujer, pero no podemos definir qué es ser mujer, porque se trata de un término que la propia teoría se ha encargado de vaciar de contenido. Tanto valdría decir que desea ser un gamusino.

En nuestra opinión, siendo imposible que haya gente, aún menos gente con letras y estudios, capaz de creerse semejante absurdo, debemos concluir que el empeño, tanto intelectual como cultural y jurídico, de hacernos comulgar con esta imposibilidad lógica responde a motivaciones que nada tienen que ver con lo que expresan.

La primera sería afianzar el principio de primacía de la voluntad individual, que haría de la realidad una masa informe a la que podemos dar la forma apetecida con solo desearlo, dando así valor jurídico a los meros deseos y fantasías.

Podríamos considerarlo la ‘estación término’ del progresismo de izquierdas, que siempre ha visto la realidad, la naturaleza humana, como su verdadero enemigo y ha tratado de negarla para rehacerla a su antojo. El socialismo de la época heroica hablaba del Hombre Nuevo, pero no creo que entonces soñara que ese glorioso individuo llegara a elegir su sexo.

Para la segunda tengo que remitirme a un agudo observador de la realidad social de nuestro tiempo, el británico Theodore Dalrymple, que vivió en carne propia la experiencia de los países comunistas de la posguerra. Sostenía Dalrymple que la propaganda oficial no tenía en absoluto la finalidad de convencer al pueblo; sus mentiras eran ya tan evidentes, la falsedad era una experiencia tan cotidiana y abierta, que no hubiera tenido sentido.

No: la finalidad de las mentiras propagandísticas era humillar al pueblo. La gente estaba obligada, no solo a no protestar ante las mentiras oficiales, sino a repetirlas. Y confesar a todas horas lo que uno sabe falso nos envilece, nos convierte en cómplices, nos mata el espíritu y cualquier noble impulso de resistencia y rebeldía. Los cerdos gruñen, pero no se rebelan.

A lo que se prestan las autoridades de la Universidad Pontificia es a algo más profundamente anticristiano que una mera herejía o incluso una confesión de impiedad. Esto se dirige más allá, al centro último de lo real; es el intento, previo a cualquier declaración de fe o increencia, de destruir la misma posibilidad de conocer, de distinguir entre lo falso y lo real.


Carlos Esteban

Sin justicia: Francisco mata una Fraternidad floreciente. Otras noticias de Gloria TV



PRINCIPIO DE NO CONTRADICCION (Capitán Ryder)




Comento con un amigo la crisis de la Iglesia.

Para mí es un problema de infidelidad, o más concretamente, de ruptura con la Tradición. Esa ruptura que se produce en el Vaticano II en temas como la libertad religiosa o el ecumenismo. De este último hemos hablado sobradamente como para que el lector se haga una idea. Podríamos añadir otros tres evidentes, el abrazo al comunismo, condenado anteriormente como sistema político y filosófico, no sólo por su ateísmo, el gusto por las ideas, digamos, creativas, que surgen de la nueva teología que abanderaron De Lubac, Rahner, Congar o Danielou, entre otros, y la reforma litúrgica.

Señala mi interlocutor, con mucha agudeza: “ese es el problema teológico, pero existe también el filosófico”. Se refiere, en concreto, al abandono del tomismo en el pensamiento católico y a la penetración de otras formas de pensamiento letales para el católico: Ockam, Descartes, Hegel, Compte, Kant y un largo etc.

Efectivamente, si las premisas son erróneas y las guías para llegar a puerto están descacharradas será imposible encontrar la Verdad.

Poniendo un ejemplo muy simple, que cualquiera podamos entender, podríamos referirnos al principio de no contradicción. Ese principio por el que una cosa y su contrario no pueden ser lo mismo, o por el cual una idea contraria a otra no supone un desarrollo armonioso de la primera.

Algo tan simple es incapaz de ser entendido, incluso por los más “eminentes teólogos”, no sé si por mala fe, pero cuyo resultado práctico es el naufragio de toda iniciativa católica, sea en la educación, la cultura o, simplemente, como agarradero para conservar la Fe.

Pondré un par de ejemplos de los últimos días.

Noticia del 3 abril de 2018, protagonista el Cardenal Kasper:

“la ley y los mandamientos de Dios son válidos para siempre, para todas las situaciones, pero todas las situaciones son diferentes y no pueden decirse de todos que viven en adulterio o son pecadores”

“Creo que esta nota que abrió la controversia puede explicarse a la luz de la tradición…”.

La argumentación del Cardenal Kasper, y de Francisco no lo olvidemos, es la siguiente: los mandamientos de Dios son SIEMPRE válidos pero los aplicaremos a veces y, aunque la Iglesia siempre ha negado la comunión a las personas divorciadas vueltas a casar ahora se va a permitir, suponiendo esta forma de actuar una PERFECTA CONTINUIDAD con lo establecido anteriormente.

Es decir, considera que es lo mismo:

Los mandamientos de la Ley de Dios son siempre de obligado cumplimiento vs Son de obligado cumplimiento pero el discernimiento puede permitirnos no cumplirlos.

Siempre se ha negado la comunión a las personas que viven en adulterio vs Hay que dar la comunión a las personas que viven en adulterio.

Noticia del 7 de abril, Cardenal Schonborn

Cuando el periodista preguntó si Schönborn se refería a la ordenación de mujeres como sacerdotes, Schönborn respondió: «como diáconos, sacerdotes, obispos».

«La cuestión de la ordenación [de las mujeres] es una cuestión que, claramente, solo puede ser aclarada por un Concilio”.

Año 1994, el Papa Juan Pablo II señaló en Ordinatio Sacerdotalis, ¡Ojo!, en continuidad con lo establecido en toda la historia de la Iglesia:

«Si bien la doctrina sobre la ordenación sacerdotal, reservada sólo a los hombres, sea conservada por la Tradición constante y universal de la Iglesia, y sea enseñada firmemente por el Magisterio en los documentos más recientes, no obstante, en nuestro tiempo y en diversos lugares se la considera discutible, o incluso se atribuye un valor meramente disciplinar a la decisión de la Iglesia de no admitir a las mujeres a tal ordenación.

Por tanto, con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia».

La Iglesia no puede ordenar mujeres sacerdotes vs La Iglesia puede decidir en un Concilio ordenar mujeres diáconos, sacerdotes y obispos.

Ambas afirmaciones, según este teólogo de referencia para el Papa, son lo mismo.

El Papa del “fin del mundo” no va dejar piedra sobre piedra.

Capitán Ryder

Tres apuntes:

1. Roberto De Mattei: La causa de dicha crisis no está en el papa Francisco. Es el producto de un proceso de autodemolición que tiene sus raíces en el modernismo, en la Nouvelle théologie, en el Concilio Vaticano II y en la era postconciliar. Sólo un análisis serio de la naturaleza de esta crisis nos permitirá encontrar la situación adecuada, sin olvidar que la situación es tan grave que únicamente una intervención extraordinaria de la Gracia divina la puede remediar. 
2. “Pensando y repensando dentro de mí estas cosas, no dejo de admirarme ante la inmensa locura de algunos hombres, ante la impiedad de su mente cegada y ante la pasión desenfrenada del error, que no les deja satisfechos con una norma de fe tradicional y recibida de la antigüedad, sino que cada día andan buscando cosas nuevas y arden continuamente en deseos de cambiar, de añadir, de quitar algo a la religión. Como si ésta no fuese un dogma celestial, que ya es suficiente que haya sido revelado una vez para siempre; como si fuera una institución humana, que no puede llegar a ser perfecta sino mediante asiduas enmiendas y correcciones”.
3. ¿Cuál deberá ser la conducta de un cristiano católico, si alguna pequeña parte de la Iglesia se separa de la comunión en la fe universal? -No cabe duda de que deberán anteponer la salud del cuerpo entero a un miembro podrido y contagioso. -Pero, ¿y si se trata de una novedad herética que no está limitada a un pequeño grupo, sino que amenaza con contagiar a la Iglesia entera? –En tal caso, el cristiano deberá hacer todo lo posible para adherirse a la antigüedad, la cual no puede evidentemente ser alterada por ninguna nueva mentira. Los puntos 2 y 3 “El Conmonitorio”, San Vicente de Lerins, siglo V.