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domingo, 3 de julio de 2022

Recordando qué es la masonería



El documento más útil y profético que la Iglesia Católica ha promulgado jamás a este respecto es el «Custodi Di Quella Fede», de León XIII, que resumió los frutos y triunfos del Programa Masónico a través de la Kulturkampf . Desde su organización en 1717 como religión fraterna, la Masonería siempre se ha dignado no mencionar nunca el nombre sagrado de Dios, sino referirse a Él solo como el Creador, o más precisamente como el Gran Arquitecto del Universo. Cualquiera en el siglo XVIII que estuviera familiarizado con este principio central de la masonería habría podido leer la Declaración de Independencia por lo que era; es decir, una pieza de literatura masónica, llena de los principios de la Francmasonería; a saber, el derecho a buscar la vida, la libertad y la felicidad fuera de la religión del estado, que, dijeron, solo se ha demostrado que divide a los hombres, en lugar de unirlos».

León XIII señalaba algunos de los éxitos del Programa Masónico, vemos que no hemos cambiado mucho:

«La sustitución del cristianismo por el naturalismo». 

«La sustitución del culto a la fe por el culto a la razón».

«La sustitución de la moral católica por una moral independiente». 

«La sustitución del progreso espiritual por el progreso material».

«La incautación de bienes, dinero y bienes dilapidados de la Iglesia». 

«La sustitución de máximas y leyes santas del Evangelio por un código de la revolución».

«La inclusión de doctrinas ateas y de un realismo cobarde en las escuelas, las ciencias y las artes cristianas». 

«La reducción del número de sacerdotes al obligar a un número innecesario de clérigos a servir en el ejército».

«La sustitución del Sacramento del Matrimonio y la Misa exequial por las bodas civiles y los funerales».

«Un esfuerzo general para laicizar todo; reemplazando así el papel de la Iglesia en la sociedad».

«El intento de silenciar y desacreditar a la prensa católica». 

«Cerrar monasterios y conventos pero multiplicar las logias masónicas y los antros sectarios».

«Dar derechos de asociación a todo tipo de organizaciones pero negar los mismos derechos legales a las sociedades religiosas».

«Proclamar la libertad de religión pero ejerciendo la intolerancia hacia el catolicismo». 

«Prometer protección, dignidad e independencia al Papa, pero ejerciendo sobre él un desprecio cotidiano».

«Indemnización por manifestaciones públicas contra el Papa, pero negando los mismos derechos a las manifestaciones católicas». 

«El fomento de «cismas, apostasías y revueltas contra los legítimos superiores en la Iglesia».

SPECOLA

viernes, 4 de septiembre de 2020

León XIII sigue siendo el Papa más longevo de la Historia (Carlos Esteban)



Hoy saltaba la noticia anecdótica de que Benedicto XVI, a sus 93 años y 141 días, se convertía en el Papa más longevo de la historia, superando en un día al segundo, León XIII. Pero Joseph Ratzinger no es Papa. En todo caso, es el hombre más longevo entre los que han sido Papas.

Podría haberlo sido. De haber sido diferente la historia, de haber tomado él mismo otra decisión, de no haberse sentido superado por la presión del cargo, efectivamente, Benedicto XVI sería el Papa más longevo de la historia.

Pero -disculpen que insistamos- Benedicto XVI no es el Papa. Renunció. Todos hemos visto el vídeo del momento, o podemos verlo. El Papa es Francisco, y de ninguna manera pueda haber dos Papas.

Sí, es cierto, sigue en el Vaticano, vestido de blanco, los propios cardenales le besan el anillo y el propio Francisco le llama “Santidad”. Como, por otra parte, se hace con los obispos o aun reyes eméritos, que conservan tratamientos y símbolos de su pasado cargo.

También es cierto que muchos han puesto sus esperanzas en teorías de la conspiración un poco cogidas por los pelos, sobre defectos formales en la redacción latina de su renuncia, sobre la posibilidad de un desdoblamiento del ministerio petrino. Es cierto que todo lo dicho en el párrafo anterior no contribuye mucho a aclarar el panorama, como que la furia renovadora de Francisco y su estilo campechano en el hablar -por no decir nada de su peculiar criterio en la elección de amistades- ha llevado a muchos a confundir deseos con realidades y caer en la trampa ‘benevacantista’.

Pero Benedicto ha tenido múltiples ocasiones de deshacer el malentendido, si lo hubiere, y en cambio ha insistido en lo obvio: que el único Papa es Francisco. Por otra parte, en la historia de la Iglesia se han dado situaciones aún más confusas en la determinación del Papa. Me viene ahora a la cabeza el cónclave de 1378 en el que los cardenales eligieron a Urbano VI en el convencimiento de que, de no hacerlo, el populacho romano que fuera de la sala entonaba “¡romano lo queremos o, al menos, italiano!” les descuartizaría. Pero Urbano VI es un Papa de la Iglesia, reconocido como tal. Y en este casi no ha habido un solo cardenal que haya disputado la condición de Francisco como Papa legítimo.

En Infovaticana, para qué negarlo, no nos distinguimos por un entusiasmo indescriptible sobre la renovación que quiere traer a la Iglesia el Santo Padre. Pero es el Santo Padre. Y, en cualquier caso, no nos correspondería a nosotros decidir lo contrario.
Carlos Esteban

domingo, 3 de septiembre de 2017

TODO SE SOSTIENE O TODO SE DERRUMBA (León XIII)

Papa León XIII 

Decía este Pontífice en su Encíclica Testem benevolentiae, que para volver a atraer a las masas al cristianismo (éste era el gran argumento de los innovadores) había surgido una nueva opinión que se puede resumir así:

“Hace falta que la Iglesia se adapte más a la civilización de un mundo llegado a la edad adulta y que, desprendiéndose de su antiguo rigor, se muestra favorable a las aspiraciones y a las teorías de los pueblos modernos. Ahora bien, muchos hacen llegar este principio, no solamente a la disciplina, sino también a las doctrinas que constituyen el depósito de la fe. Sostienen, en efecto, que, para ganar los corazones de los extraviados, es oportuno callar ciertos puntos de doctrina, como si fuesen de menor importancia o atenuarlos hasta el punto de no darles ya el sentido mantenido siempre por la Iglesia.

“Que se guarden de suprimir algo de la doctrina recibida de Dios o de omitir algo de ella por cualquier motivo que sea —precisaba León XIII— pues el que lo hiciere tendería más bien a separar al católico de la Iglesia que a llevar a la Iglesia a los que están separados de ella.

La historia de todos los siglos lo atestigua, esta sede apostólica que ha recibido no solamente el Magisterio, sino el gobierno supremo de la Iglesia, SE HA MANTENIDO SIEMPRE EN EL MISMO DOGMA, CON EL MISMO SENTIDO, CON LA MISMA FÓRMULA...

“El designio de los innovadores es aún más peligroso y más opuesto a la doctrina y a la disciplina católicas. Piensan que hay que introducir cierta libertad en la Iglesia con el fin de que, una vez restringidos, hasta cierto punto, el poder y la vigilancia de la autoridad, le sea permitido a cada fiel desarrollar más libremente su iniciativa y su actividad. Afirman que esto es una transformación necesaria, como la libertad moderna que constituye, casi exclusivamente, en la hora actual, el derecho y el fundamento de la sociedad civil”.
León XIII situaba el origen de este desorden de los espíritus en la Reforma: “Bajo el impulso de los innovadores del siglo XVI —decía— se han puesto a filosofar sin ninguna consideración para la fe y mutuamente se han concedido plena libertad para abandonar el pensamiento a su capricho y carácter. De ello resultó, de una forma totalmente natural, que los sistemas de filosofía se multiplicaron con exceso y que opiniones diversas y contradictorias surgieron incluso sobre los objetos más importantes de los conocimientos humanos. De la multitud de opiniones se llegó fácilmente a la vacilación y la duda, de la duda al error; la caída es fácil ¿quién no lo ve?

“Los hombres se dejan arrastrar de buen grado por el ejemplo, esta pasión de la novedad pareció haber invadido en ciertos países el espíritu de los mismos filósofos católicos. Desdeñando el patrimonio de la sabiduría antigua, prefirieron edificar de nuevo que acrecentar y perfeccionar el nuevo edificio, proyecto ciertamente poco prudente y que sólo se realizó con gran detrimento de las ciencias. En efecto, estos sistemas múltiples, apoyados únicamente en la autoridad y el juicio de cada maestro particular, no tienen más que una base móvil y por consiguiente, en lugar de una ciencia segura, estable y robusta, como era la antigua, no pueden producir más que una filosofía vacilante y sin consistencia”.

Es necesario volver a Santo Tomás de Aquino, concluía León XIII, quien proclamaba al autor de la Summa Teológica “patrón de las escuelas católicas”.

Santo Tomás de Aquino

Se estaba lejos del “modernismo”. Atacado en su origen el libre examen, y denunciado en sus prolongaciones, no se le reconocía ningún lugar en la Iglesia. Si se organizaba para ocuparla por sorpresa, ¿conseguiría con ello una legitimación? Su influencia, la importancia de sus adeptos, el punto extremo al que podía llegar ¿modificarían en lo que fuese, un error en contradicción total y evidente con la enseñanza tradicional de la Iglesia?

EN CUALQUIER GRADO DE SU PENETRACIÓN QUE SE LE TOME, NO DEJA DE SER UN ERROR FORMALMENTE CONDENADO DESDE SU APARICIÓN Y DEL CUAL NO PUEDE DESPRENDERSE.

“Cristo no cambia —responde León XIII a los que le apremian para que adapte la Iglesia al siglo—, Él es el mismo hoy que ayer y lo será por los siglos de los siglos”.
Si existe una contradicción entre el espíritu del siglo y el de la Iglesia, es el primero el que debe volver sobre sí mismo, no el segundo. Si la Iglesia “se adapta” —y adaptarse quiere decir hacer suyas las nuevas ideas— es Ella la que seguiría al siglo. La verdad ya no estaría en Ella, sino en las ideas cambiantes de los siglos; perdería toda autoridad al perder su inmutabilidad. 
Esto es tan evidente, que se requiere toda la habilidad dialéctica de los ‘innovadores’ y la despreocupación de los fieles para pretender escapar a esta alternativa: o bien la Iglesia se ha equivocado desde hace veinte siglos, o bien son los innovadores de hoy los que se equivocan. 
Pero si la Iglesia se ha equivocado desde hace veinte siglos, ¿quién nos garantiza que los que pretenden hoy hablar en su nombre no se equivoquen?  
TODO SE SOSTIENE O TODO SE DERRUMBA
 Del libro "La Iglesia ocupada" de Jacques Ploncard