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sábado, 24 de enero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (6) [Doctrina recta y Papado]


Es cierto que "el Espíritu sopla donde quiere" (Jn 3, 8), pero no es cualquier espíritu, sino que es siempre el Espíritu de Cristo. Y "Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será siempre" (Heb 13, 8). Por eso -nos dice el autor de la carta a los hebreos- "no os dejéis llevar por doctrinas diversas y extrañas; pues lo mejor es que el corazón se afiance con la gracia y no con alimentos, que de nada aprovecharon a los que obraron conforme a ellos" (Heb 13, 9). Y el apóstol san Juan: "Carísimos, no creáis a cualquier espíritu; antes bien, examinad si los espíritus son de Dios, porque se han presentado en el mundo muchos falsos profetas. En esto conoceréis el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo vino en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiese a Jesús, no es de Dios; ése es el espíritu del Anticristo, de quien habéis oído que va a venir, y ya está en el mundo" (1 Jn 4, 1-3).  

Esto tiene una importancia esencial porque nos va en ello la vida. El autoengaño es peligroso, pues "de Dios nadie se burla. Lo que uno siembre, eso recogerá; el que siembra en su carne, de la carne cosechará corrupción; pero el que siembra en el Espíritu, del Espíritu cosechará la vida eterna" (Gal 6, 7-8).  ¿Y dónde encontraremos ese Espíritu? "Mis Palabras son Espíritu y Vida" (Jn 6, 63) -decía Jesús. Lo que se nos anuncia en el Evangelio es, sencillamente, verdad: "Lo que hemos oído -decía san Juan- lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras manos acerca de la Palabra de Vida (...) os lo anunciamos también a vosotros" (1 Jn 1-3).  Y no podemos pensar que el Hijo de Dios se hizo hombre para nada; y que eso a nosotros ni nos va ni nos viene, porque "la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo: entra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y descubre los sentimientos y pensamientos del corazón" (Heb 4, 12). Ante esa Palabra no nos queda otra opción que definirnos (con nuestra vida). Y eso es así lo queramos o no pues: "el que no está conmigo, está contra Mí" (Mt 12, 30), nos decía Jesús.




Puesto que se trata de algo tan serio, Jesús no podía irse al Cielo sin dejarnos una garantía segura del Camino que teníamos que seguir para no errar. Ciertamente su Mensaje y su Vida los podemos encontrar en los cuatro Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), donde puede leerse:  "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6), que son palabras de Jesucristo. A su vez, esta Revelación de Dios al mundo en su Hijo se completa con el resto del Nuevo Testamento, que son todas aquellas cartas inspiradas por el Espíritu Santo y escritas por el apóstol Pablo y el resto de los Apóstoles, hasta la muerte del último apóstol, san Juan quien escribió el Apocalipsis, hacia el año 100 d.d.C cuando estaba desterrado en la isla de Patmos (Ap 1, 9). 


Sólo a la luz del Nuevo Testamento puede entenderse bien el Antiguo Testamento, cuyas profecías se cumplen todas en Jesucristo. Así puede leerse, por ejemplo, en las palabras que les dirige Jesús -ya resucitado- a los discípulos de Emaús, a raíz de su incredulidad: "¡Oh, necios y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y entrara así en su gloria? Y empezando por Moisés y todos los profetas, les interpretaba lo que hay sobre Él en todas las Escrituras" (Lc 24, 25-27). Algo semejante dijo Jesús a sus discípulos en las últimas instrucciones que les dio antes de subir a los Cielos:  "Éstas son las cosas que os decía cuando estaba todavía con vosotros, pues es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos, acerca de Mí. Entonces abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras. Y les dijo: "Así está escrito que el Cristo debía padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día, y en su Nombre había de predicarse la penitencia para la remisión de los pecados a todas las gentes, comenzando en Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas". (Lc 24, 44-48). 


Antes de subir, en cuerpo y alma, a los Cielos, los apóstoles debían de tener muy claro cuál era su misión, tanto en la relación entre ellos mismos como en relación con los demás. Y Jesús procedió de manera que no tuvieran ninguna duda al respecto, tanto a lo largo de los tres años de vida pública que estuvo con ellos como después de resucitar. Así, por ejemplo, cuando Pedro, delante de todos los discípulos, confesóTú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo!" (Mt 16, 16), obtuvo de Jesús esta promesa formal"Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18) ... promesa que le confirmó después -ya resucitado- cuando le dijo por tres veces, también en presencia del resto de los apóstoles: "Apacienta mis ovejas" (Jn 21,17). Se lo dijo solamente a él y no al resto de los apóstoles. Y así lo entendieron todos, desde el principio.


No importó que Pedro le hubiese negado por tres veces, tal y como Jesús le había predicho que iba a ocurrir, pues -como sabemos- Pedro "lloró amargamente" (...) por la traición a su Maestro. Un llanto de pesar y de amor. Y así se lo dijo cuando el Señor le preguntó si le amaba más que los demás. Pedro le contestó: "Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero" (Jn 21, 17). Pero Jesús aún lo quería más a él, hasta el punto de confiarle el destino de su Iglesia, como representante suyo en la tierra: "Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que ates sobre la tierra quedará atado en los cielos; y todo lo que desates sobre la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16, 19). 

Este poder de atar y desatar también se lo concede a los demás apóstoles: "Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo" (Mt 18, 18). A todos les confiere una misión: "Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblosbautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado" (Mt 28, 18-20a). Este mismo mensaje es expuesto por san Marcos, de modo parecido: "Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea se condenará" (Mc 16, 15-16). 


Humanamente hablando, esta misión les sobrepasaba, pues eran muchos los peligros y dificultades a los que iban a estar expuestos. Y eso Jesús lo sabía muy bien. Por eso, para que no tengan miedo, les dice que no van a estar solos"Yo estoy con vosotros siempre hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20b). Y, además, les promete la asistencia del Espíritu Santo: "Sabed que voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por lo tanto, quedaos en la ciudad hasta que seáis revestidos con la fuerza de lo alto" (Lc 24, 48-49). Esto último ocurrió a los diez días de su Ascensión a los Cielos, cuando estaban todos juntos en el mismo lugar: "De repente sobrevino del Cielo un ruido como de viento huracanado, que invadió toda la casa en la que estaban. Se les aparecieron lenguas como de fuego, que se distribuían y se posaban sobre cada uno de ellos. Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu Santo les impulsaba a expresarse" (Hech 2, 2-4). 

Siguiendo con el hilo de lo que estamos hablando, es preciso insistir en que sobre Pedro recae la mayor carga, la mayor responsabilidad; una carga que no podría soportar si no contara con el amor y la oración de su Maestro, por él y por su Iglesia:  "Simón, Simón, mira que Satanás os busca para cribaros como el trigo; pero Yo he rogado por tí, para que no desfallezca tu fe. Y tú, cuando te hayas convertido confirma a tus hermanos" (Lc 22, 31-32). Pedro debe confirmar en la fe a sus hermanos, apacentar a las ovejas, proponer un sucesor de Judas, el traidor, para completar el colegio de los Doce (Hech 1, 15-26), [puesto que recayó sobre Matías]. Y después de la venida del Espíritu Santo pronunció el primer sermón (Hech 2, 14 -36), a raíz del cual se convirtieron y fueron bautizadas unas tres mil personas (Hech 2,41). 

Es importante tener en cuenta todos estos detalles -y muchos otros que aquí se omiten, porque no podemos hacer un estudio exhaustivo en esta entrada- para resaltar el Primado de Pedro como cabeza visible de Cristo en la Iglesia. Esta idea es fundamental, pues existe el peligro de conciliarismo en la Iglesia, como si la autoridad de un Concilio pudiese estar por encima de la del Papado, lo que es herético. Ya se ha hablado de ello en otras entradas de este blog. La estructura de la Iglesia es JerárquicaLa idea de democracia, en el seno de la Iglesia, es ajena a la voluntad de su Fundador y al sentir de la Iglesia de siempre. No puede haber, por ejemplo, un concilio de obispos sin la presencia del Papa, que es la suprema autoridad. si eso ocurriera se trataría solamente de un conjunto de obispos particulares que se han reunido, pero no iría más allá. Y lo que dijeran tendría validez tan solo en la medida en que estuviera en conformidad con la doctrina vigente en la Iglesia durante veinte siglos. 


Es importante tener claras las ideas en este sentido. Sin la Palabra de Dios no se va a ninguna parte. Esa es la base fundamental, a parir de la cual se construye la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo. Condición necesaria, pero no suficiente. Pues ante ella caben múltiples interpretaciones, como ocurre en el caso de los protestantes que se rigen por el "principio de la sola Escritura". Y ya conocemos los resultados, que saltan a la vista: la proliferación de infinidad de sectas protestantes que hace cada vez más difícil la unidad entre los cristianos.  Lo que se debe al hecho de haberse separado de la Única Iglesia verdadera, que es la Iglesia Católica, aquella que fundó Jesucristo, quien dijo:  "El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 6). Pero es imposible que podamos permanecer en la Cabeza, que es Cristo, si no estamos también unidos a su Cuerpo, que es la Iglesia. De manera que "es preciso que nos adhiramos con más diligencia a lo que hemos oído, no sea que nos extraviemos(Heb 2,1). Tal ocurrió con los que llamamos cristianos separados, por cuya vuelta al redil de Cristo hay que pedir, de acuerdo con el deseo del Señor, en su oración sacerdotal, dirigida a su Padre: "Que todos sean uno; como Tú, Padre, en Mí y Yo en Tí, para que el mundo crea que Tú me has enviado" (Jn 17, 21). ¡Qué mal se entiende hoy el llamado "ecumenismo"!


Es necesario, hoy más que nunca, tener en cuenta, la Tradición y la Doctrina del Magisterio de la Iglesia, que son las que hacen posible la recta interpretación de las palabras de la Biblia. Hecho esto, ya sólo nos queda poner nuestra confianza en la misericordia del Señor, que es quien conoce los corazones, pues una cosa es segura: sólo Dios puede juzgar: "Ni siquiera yo mismo me juzgo" (1 Cor 4, 3) -decía san Pablo ... "Quien me juzga es el Señor" (1 Cor 4, 4). Eso sí: tenemos la obligación moral de poner todos los medios posibles a nuestro alcance para no ser engañados. Debemos formarnos y conocer nuestra fe, conocer a Jesucristo, como primer paso para poder amarle. Amar al Jesús real, al Único en quien está la Salvación, no al Jesús que cada uno se invente, un Jesús subjetivo, cuya existencia es sólo una proyección de nosotros mismos, o sea, nada. Y, por fin, debemos de grabar muy bien, en nuestra mente y en nuestro corazón, estas palabras del apóstol san Pablo, que nos pueden servir para identificar a los falsos profetas: "Si alguien os anuncia un Evangelio distinto del que recibisteis ¡sea anatema!" (Gal 1,10)

(Continuará)