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miércoles, 18 de marzo de 2020

NOTICIAS VARIAS 18 de marzo de 2020




THE WANDERER

El gran rebaño (Eduardo Allegri)

ADELANTE LA FE

Las reacciones virósicas (Antonio Caponnetto)

DESDE MI CAMPANARIO 


Autónomos de trinchera (Moisés Rodríguez Núñez)

EL ORIENTE EN LLAMAS

El radical clericalismo 


Selección por José Martí

El cardenal Hollerich no ‘comparte’ la creencia en los milagros (Carlos Esteban)




Preguntado por la suspensión de las misas en casi toda Europa y la reacción de los fieles a ‘solución’ tran draconiana, Hollerich responde: 
 
“La mayoría de la gente lo entiende, porque se trata de salvar vidas. Salvar las vidas de ancianos y de los más vulnerables, de no ponerlos en riesgo. Y la mayoría de la gente lo toma muy bien. Pero también hay algunos que se quejan y que alientan una creencia en los milagros, que no comparto”.

Es, sin duda, una respuesta equívoca en un príncipe de la Iglesia. ¿No comparte Su Eminencia la creencia en los milagros -ocupando tan alto puesto en una religión basada en un milagro-, o sólo se refiere a que no cree posible que en este caso Dios haga un milagro en respuesta a las oraciones de los fieles? ¿O quizá simplemente que no le parece probable (ningún milagro lo es, por definición)?

En cualquier caso, tratándose de un cardenal, coordinador de todos los obispos de la Unión Europea, resulta algo inquietante su respuesta.

Sobre todo, combinada con la siguiente. El periodista le hace notar que en algunos lugares se han organizado rogativas y procesiones para pedir la protección del Altísimo contra la pandemia, algo que se ha hecho tradicionalmente en la Cristiandad frente a todo tipo de pestes. Pero al cardenal no le parece bien en absoluto: 
 
“Yo llamo a los fieles a la oración, pero nunca a las procesiones. Los únicos que disfrutan las procesiones son los virus”.

Con permiso, Eminencia: hay muchos que ‘disfrutan’ -no es el verbo adecuado, pero me entienden- las procesiones, que no son virus. Hay gente con fe sencilla, esa gente que todavía cree en milagros y que espera de sus pastores algo más que unas llamadas a la tranquilidad y a obedecer robóticamente las instrucciones de las autoridades seculares.

“Proteger la vida debe ser una prioridad absoluta”, señala. 
 
Se refiere, naturalmente, a esa vida de aquí abajo, no a la que nunca acaba, la eterna.

Carlos Esteban

Un torrente de solidaridad



En esta semana hemos estado repartiendo comida a los necesitados de nuestro barrio pues aunque en estado de alarma y confinamiento, el Papa nos ha pedido que no nos olvidemos de los pobres. Con todo tipo de precaución, siguiendo las normas de las autoridades sanitarias, les hemos abierto las puertas de nuestra solidaridad, como hace siempre la Iglesia. Pero ahora con mayor razon, pues los supermercados están abiertos para el que necesite comprar, pero muchas familias no pueden acudir a ellos por falta de recursos y solamente en Caritas encuentran ayuda; si la Iglesia les diera la espalda, ¿Quién les ayudaría?

Normalmente los repartos de alimentos me coinciden con otras actividades parroquiales y no puedo acompañar a los voluntarios que los realizan, pero estos días he tenido la fortuna de participar en el reparto y conocer de primera mano cómo están viviendo la cuarentena los más necesitados: Una madre muy preocupada por un hijo con una enfermedad contagiosa, que nada tiene que ver con el coronavirus, y que sufre porque el encierro le viene muy mal para su enfermendad; una señora que vive sola, lejos de su país y de su gente, y con mucho miedo a lo que pueda pasar; una anciana cuya esperanza era un nieto suyo conductor de Uber y al que le acaban de anunciar que le despiden por la crisis que ha provocado la epidemia; otra inmigrante con siete hijos en un piso mínimo y con el marido en el extranjero, que me cuenta cómo le cuesta tenerlos encerrados sin salir, etc. Historias con rostros concretos de personas que miran a la parroquia como ayuda fundamental en estos momentos en que las oficinas de otras instituciones están cerradas.

Pero esta mañana he visto un caso que me ha llamado especialmente la atención: Un hombre joven esperaba a que llenásemos sus bolsas y hablando con él he venido a saber que esa comida no era para él, la recogía en nombre de una vecina, persona de riesgo por su salud, que le había pedido el favor de venir a recoger los alimentos en su nombre; lo que más me ha llamado la atención es que dicho joven había hecho el propósito de ayudar a cuanta más gente pudiese durante este tiempo de confinamiento obligatorio: un sinfín de vecinos, amigos, conocidos, gente sola o enfermo o con miedo, que él se había propuesto ayudar. No presumía, me lo contó porque se lo pregunté, y me lo dijo con toda sencillez: tenía tiempo y se había propuesto a ayudar a los demás todo lo que pudiese, dentro de los límites impuestos por la prudencia, dadas las circunstancias. No le conocía, no es asiduo de la parroquia, pero su ejemplo me ha dejado impresionado.

Y , sin embargo, ejemplos así hay muchos, más de los que parece. La crisis del coronavirus, como todas las crisis de la historia, grandes y pequeñas, nos está poniendo a prueba y en algunos está sacando lo peor (miedos, enfados, desánimo) pero en otros está sacando lo mejor, señal que el estado de alarma, con todas sus limitaciones lógicas, no deja de ser una llamada a la solidaridad para el que la quiere escuchar. Pero para el cristiano, la solidaridad no deja de ser una manifestación de una realidad más grande que la engloba y que a nosotros nos empuja, nos urge, la virtud de la caridad, la que nos puede abrir las puertas del cielo.
 
Alberto Royo Mejía

Carta del Superior de la FSSPX a todos los fieles confinados en sus casas por el Coronavirus


 
Queridos fieles

En estos momentos de prueba ciertamente difìciles para todos, quisiera ofrecerles algunas reflexiones.

No sabemos cuánto durará la situación actual ni, sobre todo, cómo pueden evolucionar las cosas en las próximas semanas. Ante esta incertidumbre, la tentación más natural es buscar desesperadamente garantías y explicaciones en los comentarios e hipótesis de los más sabios “expertos”. Sin embargo, a menudo, esas hipótesis que en este momento abundan por todas partes se contradicen entre sí y aumentan la confusión en lugar de aportar un poco de serenidad. Es un hecho definitivo que la incertidumbre es parte integrante de esta prueba. Depende de nosotros el provecho que saquemos de esto.

Si la Providencia permite una calamidad o algún mal, siempre lo hace para obtener un bien mayor que, directa o indirectamente, está relacionado con el bien de nuestras almas. Sin esta premisa esencial, corremos el riesgo de desesperarnos, ya que una epidemia, calamidad o cualquier otro tipo de prueba siempre nos encontrarán poco preparados.

¿Qué quiere el Señor que entendamos en este momento? ¿Qué quiere de nosotros en esta Cuaresma tan particular en la que parece haber decidido qué sacrificios debemos hacer?

Un simple microbio todavía es capaz de poner de rodillas a la humanidad. En la era de los grandes logros tecnológicos y científicos es, por sobre todas las cosas, el orgullo humano el que se ve humillado. El hombre contemporáneo tan orgulloso de sus logros, que instala cables de fibra óptica en el fondo de los océanos, construye portaaviones, plantas de energía nuclear, rascacielos y ordenadores, y que después de haber puesto el pie sobre la luna siguió conquistando hasta llegar a Marte, se encuentra ahora indefenso frente a un microbio invisible. No debemos permitir que el ruido mediático de estos días y el miedo que podamos tener nos hagan perder esta lección profunda y fácil de entender para los corazones sencillos y puros que escudriñan con fe los tiempos presentes. La Providencia todavía nos enseña hoy a través de acontecimientos. La humanidad, y cada uno de nosotros también, tiene una oportunidad histórica para volver a la realidad, a lo real, y no a lo virtual hecho de sueños, mitos e ilusiones.

Traducido en términos del Evangelio, este mensaje corresponde a las palabras de Jesús, quien nos pide que permanezcamos unidos a Él lo más estrechamente posible, porque sin Él nada podemos hacer y somos incapaces de resolver cualquier problema (Jn. 15:5). Estos tiempos de incertidumbre, la espera de una solución y el sentimiento de impotencia y de nuestra fragilidad deben incitarnos a buscar a Nuestro Señor, para implorarle, para pedirle perdón, para rezarle con más fervor y, sobre todo, para abandonarnos a Su Providencia.

A esto hay que sumar la dificultad, e incluso la imposibilidad, de asistir libremente a la Santa Misa, y esto aumenta la dureza de esta prueba. Pero seguimos teniendo al alcance de nuestra mano un medio privilegiado y un arma más potente que la ansiedad, la incertidumbre o el pánico que puede suscitar la crisis del coronavirus: el Santo Rosario, que nos une a la Santísima Virgen y al Cielo.

Ha llegado el momento de rezar el Rosario en nuestras casas de forma más sistemática y con más fervor que de costumbre. No perdamos nuestro tiempo ante las pantallas y no nos dejemos vencer por la fiebre mediática. Si debemos obedecer el mandato de confinamiento, aprovechemos para transformar nuestro “arresto domiciliario” en una especie de alegre retiro en familia, durante el cual la oración recupere el tiempo y la importancia que merece. Leamos el Evangelio de la A a la Z, meditémoslo con calma, escuchémoslo en paz: las palabras del Maestro son mucho más efectivas y alcanzan más fácilmente la inteligencia y el corazón.

¡Ahora que las circunstancias, e incluso las disposiciones gubernamentales, nos separan del mundo es cuando menos debemos permitir que el mundo entre en nuestros hogares! Aprovechemos esta situación. Démosle prioridad a los bienes espirituales que ningún microbio puede atacar: acumulemos nuestros tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido los consumen. Porque donde esté nuestro tesoro, allí también estará nuestro corazón (Mt. 6, 20:21).

Aprovechemos esta oportunidad para cambiar de vida, sabiéndonos abandonar a la Divina Providencia, y no nos olvidemos de rezar por aquellos que sufren en estos momentos. Debemos encomendar al Señor a todos aquellos para quien el día del juicio se aproxima, y pedirle que tenga piedad de tantos contemporáneos nuestros que siguen siendo incapaces de extraer de estos eventos actuales las lecciones apropiadas para sus almas. Recemos para que, una vez que la prueba haya sido superada, no regresen a su vida anterior, sin que nada haya cambiado. Las epidemias siempre han servido para conducir a los tibios a la práctica religiosa, a pensar en Dios, a detestar el pecado. Tenemos la obligación de pedir esta gracia para cada uno de nuestros compatriotas, sin excepción, incluyendo – y sobre todo – a los pastores que carecen de espíritu de fe y ya no saben discernir la voluntad de Dios.

No nos desanimemos: Dios no nos abandona jamás. Sepamos meditar en las palabras llenas de confianza que nuestra Santa Madre Iglesia pone en los labios del sacerdote en tiempos de epidemia: “Oh, Dios, que no deseas la muerte del pecador, sino que se arrepienta: recibe con tu perdón a tu pueblo, que se vuelve hacia Ti: y mientras se mantenga fiel a tu servicio, por tu clemencia retírale el flagelo de tu ira. Por Nuestro Señor Jesucristo”.

Los encomiendo a todos ante el altar y a la paternal protección de San José. ¡Que Dios les bendiga!

Don Davide Pagliarani, 
Superior General de la Fraternidad San Pío X