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sábado, 15 de noviembre de 2014

Razones de la Encarnación (5 de 10)

El hombre es una simple criatura y fue creado por Dios a su imagen y semejanza. (Gen 1, 26). Esto, ya de por sí, es incomprensible, pero aún lo es más el hecho de que ese Dios Creador nos haya amado de un modo diferente del que ama cualquier otra cosa que haya creado, pues se dice en la Biblia que "vio Dios todo lo que había hecho; y he aquí que era muy bueno" (Gen 1, 31), lo que es cierto también para el hombre, pero con la particularidad de que afirmar que hemos sido creados por Dios a su imagen y semejanza equivale a afirmar que hemos sido creados con capacidad para amar y para ser amados, puesto que "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8) y esta capacidad es esencial para poder hablar de amor que, dicho sea de paso, no es poseída por el resto de las criaturas, lo que nos diferencia esencialmente de ellas. 

Pero, ¿en qué consiste el amor? ¿Cómo conocer el Amor que Dios profesa al hombre y cómo podríamos amar a Dios, que es Espíritu puro, si ni le vemos ni podemos verle? Nuestra condición humana nos lo impide. No podemos amar lo que no conocemos; y sólo podemos conocer a través de nuestros sentidos corporales: "Nada hay en el entendimiento que no haya pasado primero por los sentidos" -decía santo Tomás de Aquino. Estando necesitado Dios de nuestra respuesta amorosa, porque ésa ha sido su Voluntad y así ha querido Él que sea. Y dado que, para nosotros, tal respuesta era imposible, ya que "a Dios nadie lo ha visto jamás" (1 Jn 4, 12) he aquí que Dios toma un cuerpo, en la Persona de su Hijo, y se hace uno de nosotros, sin dejar de ser Dios: "Muchas veces y de diversos modos habló Dios a nuestros padres por medio de los profetas. Últimamente, en estos días, nos ha hablado por su Hijo, a quien ha constituido heredero de todo, por quien hizo también el mundo" (Heb 1, 1-2).




Dios mismo se hace uno de nosotros, en la Persona de su Hijo: "En esto se manifestó el amor de Dios por nosotros: en que Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para que vivamos por Él" (1 Jn 4, 9). Y de esta manera, ese "Dios, a quien nadie ha visto jamás, el Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, Él mismo nos lo dio a conocer" (Jn 1, 18).  Este hombre-Dios, como sabemos, es Jesucristo: Jesús (en cuanto hombre) Cristo (en cuanto Dios). Si Dios no hubiese procedido así no hubiéramos podido amarle tal y como Él nos ama, que es tal y como Él desea ser amado por cada uno de nosotros.


Amando a Jesucristo, a quien sí podemos ver, pues es realmente un hombre como nosotros, estamos amando a Dios"El que me ha visto a Mí ha visto al Padre"  (Jn 14, 9). 9). "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10, 30). El tener claras las ideas, en este sentido, es sumamente importante, porque es imposible conocer y amar a Dios si no es conociendo y amando a Jesucristo: "Nadie va al Padre si no es a través de Mí" (Jn 14, 6b). No hay otro camino para llegar a Dios: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6a), dijo Jesús.

Por lo tanto, Dios ha querido necesitar de nosotros, de nuestro amor. Y, desde el momento en que ha querido que así sea, es realmente así. Dios nos necesita con verdadera necesidad. Nos podríamos preguntar cómo es esto posible, siendo Él Dios y nosotros simples criaturas. Si Él es nuestro Creador y de la nada venimos, ¿qué podría necesitar de nosotros?. ¿Qué podríamos nosotros aportarle a Dios, si Él lo tiene todo y es infinito? Absolutamente nada. Esto no tiene vuelta de hoja ... conforme a nuestro modo de pensar. Pero, por lo que parece, Dios razona de otro modo: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos-oráculo del Señor" (Is 55,8). Y aunque, ciertamente, no necesita de nosotros, absolutamente hablando, ha querido necesitar, ha querido hacernos sus contertulios y ha querido, en definitiva, tener con nosotros (con cada uno) una relación íntima de amor. Para Él somos realmente importantes: Él nos ha hecho importantes; y, desde ese momento, lo somos.


Real y verdaderamente Dios nos necesita, porque nos ama; y desea estar con nosotros"Mis delicias son estar con los hijos de los hombres" (Prov 8, 31). Todo esto es tan sublime que no nos puede caber en la cabeza que Dios nos pueda querer; y menos aún de esa manera. Pero así es. 
(Continuará)