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miércoles, 9 de septiembre de 2020

Otro estado australiano atenta legalmente contra el secreto de confesión (Carlos Esteban)



El estado australiano de Queensland acaba de sumarse a los de Australia del sur, Victoria, Tasmania y el Territorio de la Capital en aprobar una ley que convierte el secreto de confesión en un posible delito.

Este 8 de septiembre, Queensland ha aprobado una nueva ley que castiga con tres años de prisión a los sacerdotes que no denuncien a la policía presuntos abusos sexuales que hayan escuchado durante una confesión.

Como en las ocasiones anteriores, la Iglesia australiana ha manifestado claramente su voluntad de respetar el sagrado sigilo penitencial aunque hacerlo suponga la cárcel. El obispo de Townsville, monseñor Tim Harris, se valió de su cuenta en Twitter el 8 de setiembre para recordar a los fieles -y a las autoridades de Queensland- que los sacerdotes católicos nunca quebrantarán el secreto de confesión. Muchos obispos y sacerdotes han declarado públicamente que más bien irán a prisión antes que obedecer estas leyes injustas.

Estas leyes entran en choque frontal con el Código de Derecho Canónico, donde se explica explícitamente: “El sigilo es inviolable; por lo cual está terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente, de palabra o de cualquier otro modo, y por ningún motivo. Está terminantemente prohibido al confesor hacer uso, con perjuicio del penitente, de los conocimientos adquiridos en la confesión, aunque no haya peligro alguno de revelación”.(can. 983-984). Y además: “El confesor que viola directamente el sello sacramental incurre en la excomunión latae sententiae reservada a la Sede Apostólica; quien lo hace solo indirectamente es castigado proporcionalmente a la gravedad del crimen” (can. 1388).

En la misma línea también el Código de Cánones de las Iglesias Orientales establece: “El confesor, que ha violado directamente el sello sacramental, sea castigado con la mayor excomunión. Si, por otro lado, ha roto el sigilo de otro modo, sea castigado con una pena adecuada” (can. 1456). Pero aquí se especifica cuán afectados por las disposiciones canónicas también están aquellos que usan la información obtenida ilegalmente: “El que de alguna manera trató de obtener informaciones de la confesión o que transmitió a otros la noticia sea castigado con la excomunión menor o con la suspensión”.
Carlos Esteban

La ‘Iglesia post-Covid’ pierde fieles en números alarmantes (Carlos Esteban)



Cualquiera puede comprobarlo: la exigencia de un ‘aforo al 60%’ (o 50%, o la proporción de que se trate en cada caso) es ridícula en numerosos templos, donde el párroco se daría con un canto en los dientes si llegara al 50% en un buen día. Y no, no es solo el miedo al contagio.

En Italia, el país que rodea al Estado Vaticano, centro de la Iglesia, el fenómeno se hace dolorosamente evidente, como señala Andrea Zambrano en La Nuova Bussola Quotidiana. No hay todavía datos fiables, solo estimaciones que rondan el 50%. Es decir, que algo así como la mitad de los fieles salieron del templo cuando los obispos interrumpieron los actos de culto -antes de que el Gobierno lo exigiese, recuérdese, como en España- y no han regresado con la reapertura. Es un nuevo otoño de la Iglesia o, si se prefiere, la aceleración de ese invierno que se inició cuando se anunciaba una primavera.

¿Podía ser de otro modo? Es el fruto de la prisa de los obispos en cumplir sin una palabra de protesta las recomendaciones de los gobiernos e ir aún más lejos de lo estipulado: una Pascua sin misas ni celebraciones, funerales suspendidos, el mensaje constante de que la comunión espiritual en casa o seguir las misas online ‘vale lo mismo’, el énfasis en la salud del cuerpo con olvido de la salud del alma, como si al llegar la epidemia (seguir llamándola ‘pandemia’ con las cifras actuales es deshonesto) fueran ‘ lo que de verdad importa’.

El fiel ha visto en sus pastores -no en todos, pero sí en un número significativo- precipitación, cobardía, tibieza, falta de visión sobrenatural, escasa fe e incluso pereza, sean o no justas estas apreciaciones. Tan importante que resulta la Misa según la doctrina constantemente reiterada y nunca discutida y, llegado el momento, da la sensación de que fuera un mero rito tranquilizador que cualquier policía puede interrumpir sin suscitar vigorosas protestas en el episcopado.

No ha habido, en realidad, nada nuevo. Es sólo que la emergencia ha sacado a la luz una crisis de fe -y, por tanto, de apostasías generalizadas- que no se ha interrumpido, solo desacelerado ocasionalmente, desde hace medio siglo. Ha sido para muchos como la gota que colma el vaso.

En Estados Unidos, además, los fieles tienen con qué comparar, al no ser un país mayoritaria ni culturalmente católico. En California, cuenta LifeSiteNews, donde cientos de pastores protestantes siguen oficiando pese a la orden en contrario del gobernador, Governor Gavin Newsom, los obispos católicos, en su mayor parte, siguen desaparecidos en combate, para escándalo de los fieles.

Los pastores protestantes se han opuesto firmemente a las restricciones. Uno de ellos ha presentado una demanda judicial contra la norma; otro ha declarado que seguirá incumpliendo la orden aunque le arresten. “Dios no nos ha llamado a ser cobardes”, declaraba a LifeSiteNews el pastor Che Anh, de la Iglesia de Harvest Rock Church en Pasadena, que se siente respaldado, además de por las leyes de Dios, por la Constitución americana.

Los obispos católicos californianos, en cambio, no han abierto públicamente la boca contra las restricciones draconianas impuestas por Newsom’. Han aceptado mansamente las restricciones al culto, prefiriendo colaborar a protestar.
Carlos Esteban