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lunes, 13 de diciembre de 2021

La vacunación contra la COVID-19, una gran mentira. Por José Antonio de la Fuente Cagigós




"No les tengáis miedo, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse, ni nada escondido, que no llegue a saberse.” (Mt, 10:26)

Decía Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de Adolf Hitler y todo un maestro de la manipulación: “Miente, miente, miente, que algo quedará. Cuanto más grande sea una mentira, más gente la creerá”. ¡Qué razón tenía! ¡Cuánto hubiera disfrutado hoy!

Durante más de año y medio hemos podido ver cómo el mundo occidental, paradigma de la libertad, ha privado de ésta a sus ciudadanos, limitando no sólo su derecho a la movilidad sino también al de ser informados. Y lo cierto es que mirando hacia atrás no se comprende ni lo uno ni lo otro, excepto si lo que se pretendía (y se pretende) con dichas restricciones es el sometimiento de la población.

Decía Étienne de la Boétie (s. XVI) en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria: “Es increíble ver cómo el pueblo, apenas se le somete, cae repentinamente en el olvido tan profundo de su libertad que le es imposible despertarse para reconquistarla: sirve tan bien y de tan buen grado, que al verlo se diría que no sólo perdió su libertad, sino que al mismo tiempo ganó su servidumbre”. Han pasado cinco siglos y seguimos igual o peor.

Si bien se puede comprender, hasta cierto punto, la limitación del movimiento de la población cuando todo esto comenzó, no se entiende porqué se le ha negado y se le sigue negando el derecho a la información. ¿Por qué se ha obviado a los profesionales que opinaban y opinan de manera contraria a las corrientes oficiales gubernamental y sanitaria? ¿Por qué no se les ha dejado ni se les deja hablar? ¿Por qué se les ha ninguneado? ¿Por qué se les calla? ¿Dónde ha estado el debate informativo? ¿Dónde está? ¿A nadie le parece extraño? A mí sí.

Muchos me tacharán de negacionista -término con el que se señala a quienes niegan la existencia del virus-, pero no lo soy. Tampoco soy tragacionista -término acuñado para definir a quienes se creen a pies juntillas todo lo que cuentan los medios de comunicación-. De estos hay muchos; la mayoría, diría yo. No soy ni lo uno ni lo otro. Yo me definiría como realista, pues me informo, analizo lo que veo y actúo en consecuencia. Así de simple. Eso es libertad, lo demás no.

Hay quienes dicen que se han vacunado por solidaridad y generosidad hacia los demás, y que quienes no lo han hecho, además de ser egoístas, son unos cobardes. Particularmente creo que eso no sólo es una burda patraña, sino que es una falacia para justificarse a sí mismos, porque la inmensa mayoría de los que se han inoculado, que no vacunado, lo han hecho por miedo; otros porque se han visto forzados a hacerlo; otros para poder viajar; el resto, lo desconozco.

Ya lo decía el poeta Virgilio en la Eneida: Timeo Danaos et dona ferentes -Temo a los griegos aun cuando traen regalos-. Y es que hay que desconfiar, máxime en un mundo donde el dominio de la información lo ostentan unos pocos y son ellos quienes deciden lo que está bien y lo que está mal, lo que se puede difundir y lo que debe permanecer oculto… 

En definitiva, vivimos en un mundo muchísimo más oscuro que el de aquella Edad Media a la que se le confirió el sobrenombre de “Edad Obscura”. Probablemente estemos viviendo un momento histórico sin precedentes y en un siglo que, de seguir así, podría pasar a la Historia como el Siglo de las Sombras. Señores, señoras y demás entes… ¡Despierten! Están adormecidos, anestesiados. Desconfíen, no se traguen todo lo que les dicen. Abran los ojos. Utilicen la Red (Internet) para bien y recuerden que “sólo quien busca encuentra; el resto, adocenado, se traga lo que le cuentan”. Me explico…

Durante el último año y medio hemos asistido a un continuo sinsentido informativo promovido por los medios de comunicación social -en especial, los más importantes-, que se han dedicado a manipular la información a su antojo para fomentar el miedo. Sí, porque la mayor parte de la población está aterrorizada por una enfermedad, la COVID-19 (provocada por el SARS-CoV-2), que dicen ha matado, a fecha de hoy, 6 de diciembre de 2021, a 5.274.642 personas en todo el mundo. 

Pero ¿es eso cierto? ¿Cuántas personas han muerto realmente por causa de dicha enfermedad? ¿Cuántas autopsias se han hecho para verificar que dichas muertes fueron causadas por la COVID-19? La Organización Mundial de la Salud (OMS) las prohibió desde el primer momento. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué los médicos no hicieron caso omiso a tal intromisión? ¿Quién es la OMS para decidir si se hacen o no autopsias, en especial cuando es la única forma de saber a qué nos enfrentamos, a qué se enfrentan los sanitarios? Son preguntas sin respuesta que a más de uno nos gustaría vislumbrar. Y a ustedes, ¿acaso no les interesa conocer la verdad?

Cuando se desencadenó el drama en España, a mitad de marzo de 2020, la mortalidad se disparó; pero no por la COVID-19 en sí misma, sino por una serie de factores que actuaron cual perfecto engranaje de un motor de coche que se deja en punto muerto, cuesta abajo y sin freno -el resultado nunca puede ser bueno-. Por aquel entonces, el Gobierno autorizó la celebración de manifestaciones feministas el 8 de marzo -se realizaron en toda la geografía española-, no prohibió el acto de VOX en Vistalegre y tampoco la asistencia a los partidos de fútbol de la liga profesional. 

Tan solo dos semanas después, cuando los contagios se habían multiplicado exponencialmente, se prohibió llevar a los hospitales a los ancianos enfermos que estaban en las residencias, negándoseles la asistencia -las residencias fueron aisladas-; también acudir a los hospitales si se presentaba alguna sintomatología, a no ser que se padeciera una patología realmente grave -siendo las consecuencias nefastas, en la mayoría de los casos, cuando finalmente iban, pues ya era tarde-. Además, parece ser que se hizo un uso excesivo de la ventilación invasiva (respiradores) para paliar las deficiencias respiratorias de los pacientes cuando con unas simples cánulas hubiera sido suficiente, disminuyendo el riesgo que conlleva la primera de las técnicas (véase ¿Demasiados respiradores? Médicos y científicos debaten sobre su uso excesivo en pacientes con COVID-19). En definitiva, murieron muchísimos más de los que debían haberlo hecho. Esa es la verdad.

Ahora otra verdad. ¿Para qué sirve la famosa prueba de reacción en cadena de polimerasa (PCR)? Para detectar la existencia de un virus en el organismo (véase Informe de revisión científica COVID-19, elaborado por Biólogos por la Verdad) pero no el coronavirus sino cualquier virus, incluso el de la gripe. Probablemente, por eso ahora han aumentado el número de los positivos, no por otra cosa; que estamos en época de gripe… Y por eso, el 21 de julio del presente año, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos alertaron a los laboratorios (Changes to CDC RT-PCR for SARS-CoV-2 Testing) que la PCR dejaría de ser válida a partir del 1 de enero de 2022, debiendo utilizar como método de diagnóstico cualquier otro test de detección de la COVID-19 de entre los autorizados con capacidad para detectar y diferenciar el SARS-CoV-2 de la gripe. ¡Vaya tela! 

Y aquí seguimos con la maldita prueba. Y para más inri, al parecer, las PCR que se han practicado y se practican en España se han estado realizando y se realizan amplificando la muestra entre 40 y 45 veces para detectar el maldito bicho; hecho que, de ser cierto, nos permitiría afirmar que dicha prueba no serviría para nada, porque sólo detecta fragmentos de virus -de cualquier virus- si es positiva a los 24 ciclos de amplificación, no siendo fiable, en ningún caso, por encima de los 35 (véase Estudio de la pandemia. Análisis científico independiente, del Dr. Sergio J. Pérez Olivero). Es decir, tan sólo serviría para aislar al paciente sin razón alguna, haciéndole la vida imposible a él, a sus familiares, amigos y conocidos… aumentando el número de casos positivos, contagios y fallecimientos por razón del coronavirus sin ser realmente cierto, pero acrecentando el miedo en la población.

Y ahora hablemos de la vacunación… perdón, la inoculación… -porque no nos engañemos, no se está vacunando a la población, sino inoculándola- ¿Para qué sirve? Pues para mí, en un gran número de casos, para provocar daños irreversibles innecesarios; entre ellos, la muerte. Más adelante veremos porqué… Mientras tanto, sepan ustedes que los cuatro productos que en el mundo occidental se están utilizando para inocular a la población son terapias génicas -los de ModeRNA y Pfizer-BioNTech están elaborados con tecnología de ácido ribonucleico mensajero (ARNm); los otros dos con vectores víricos de adenovirus recombinantes, tanto de chimpancé -AstraZeneca- como de ser humano -Janssen-; y ninguno de ellos ha sido aprobado oficialmente como vacuna

Es más, los gobiernos han firmado pliegos de descargo con los laboratorios farmacéuticos que los producen, eximiéndoles de todo tipo de responsabilidad ante cualquier efecto adverso que se produzca como consecuencia de su inoculación en los seres humanos. Pues bien … estamos en diciembre de 2021, ya vamos por la tercera dosis (de Pfizer) y nos encontramos en ciernes de una cuarta, quinta, sexta y sucesivas; pero no porque lo diga yo, sino porque lo dice la Unión Europea, que propone que el famoso pasaporte COVID caduque a los nueve meses, de manera que quien lo quiera tendrá que inocularse periódicamente. Tristemente, habrá muchísima gente que lo haga sin dudarlo. Ahora los datos…

A 20 de noviembre, sólo en Europa, Pfizer tenía declarados unos 1.323.370 casos adversos, ModeRNA 390.163, Janssen 101.732 y AstraZeneca más de 1.075.335. Según EudraVigilance -sistema de gestión y análisis de la información sobre posibles reacciones adversas a medicamentos autorizados o en estudio en ensayos clínicos en el Espacio Económico Europeo (EEE)-, entonces ya había en Europa 31.014 muertes y 2.890.600 reacciones adversas como consecuencia de la inoculación de los productos farmacéuticos mencionados con antelación; siendo 1.355.192 de ellas (46,88%) realmente serias; entendiéndose como tales aquellas que podrían terminar en defunción, hospitalización o dar lugar a una afección médica importante, así como a una discapacidad o incapacidad persistente o significativa.

Por otro lado, a fecha 26 de noviembre, VAERS -sistema donde se recoge la información sobre efectos adversos provocados por vacunas en los Estados Unidos- mostraba 927.740 casos de efectos adversos como consecuencia de la inoculación de Pfizer, ModeRNA y Janssen (entre ellos, pericarditis, miocarditis, síndrome de Guillain-Barré y trombosis con síndrome de trombocitopenia); además de 20.920 muertes.

El pasado 28 de octubre, hace tan solo cinco semanas, la prestigiosa revista médica “The Lancet” publicó un estudio (Community transmission and viral load kinetics of the SARS-CoV-2 delta (B.1.617.2) viarant in vaccinated and unvaccinated individuals in the UK: a prospective, longitudinal, cohort study) en el que se afirma que el coronavirus afecta, por igual, a personas vacunadas y no vacunadas, que las primeras no sólo pueden ser portadoras del virus sino que también pueden transmitirlo y que la carga viral cuando se contagian es la misma que la de las personas sin vacunar. 

Si esto es así, ¿cuál es la ventaja de inocularse con Pfizer, AstraZeneca, Janssen o ModeRNA? ¿Para qué sirven estos productos exactamente? Los que se han inoculado dicen que para disminuir los efectos de la enfermedad y no saturar los hospitales, pero lo cierto es que las cifras oficiales no coinciden con las que nos cuentan los medios informativos. Veámoslo…

Si uno realiza un seguimiento de los datos oficiales publicados por el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, se dará cuenta de que, efectivamente, nos están tomando el pelo. El último informe al que se puede acceder a la hora de escribir este artículo se corresponde con la Actualización nº 517. Enfermedad por el coronavirus (COVID-19). 03.12.2021. En él vienen recogidos datos muy interesantes, como, por ejemplo, la incidencia acumulada (IA) en España durante los últimos 14 días (104 por cada 100.000 habitantes; es decir, un 0,104%), o el porcentaje de camas ocupadas por pacientes con COVID a nivel nacional (8,84%). 

Todo un infierno, ¿verdad? Pero ¿en realidad tienen la COVID-19?, porque los datos que se muestran en estos informes proceden de los resultados de un diagnóstico efectuado mediante prueba PCR, que no es específica para detectar el SARS-CoV-2, sino que sirve para delatar la presencia de cualquier tipo de virus. Al margen de lo anterior, no todas las actualizaciones contienen el mismo tipo de información. Por ejemplo, la Actualización nº 516 muestra datos relativos a “vacunados” contagiados en sus tablas 7 y 8. En ellas aparece reflejado que entre el 27 de septiembre y el 21 de noviembre fueron notificados 120.811 contagiados con, al menos, una dosis de “vacunación”, siendo 90.017 los que tenían la pauta completa; y de todos estos “vacunados” contagiados, 6.770 fueron hospitalizados, 732 ingresados en las unidades de cuidados intensivos (UCI) y 634 fallecieron. Y de esto no habla nadie, ni en España ni en ningún otro país -al menos, hasta donde yo sé.

Y así, poco a poco, día a día, nos han vendido que, durante los últimos meses, a la par que los inoculados aumentaban, los contagiados disminuían -todo gracias a la maravilla de la “vacunación”-. Sin embargo, ahora que la temporada de gripe está aquí, a pesar del número de inoculados -mayor que en verano-, el número de casos vuelve a aumentar, le echan la culpa a los no inoculados y comienzan nuevamente los confinamientos. ¿No les resulta todo esto un poco extraño? Sumemos dos más dos: 

(1) estamos en época de gripe (y catarros); 
(2) se sabe a ciencia cierta que la prueba de la PCR no es válida para diagnosticar la COVID-19, pues no la diferencia de una gripe -como ya se ha explicado con antelación-; 
(3) los “inoculados” se pueden contagiar; y 
(4) los “inoculados” pueden contagiar”. 

Ergo, probablemente el repunte no sea sino consecuencia de una mera gripe estacional que, curiosamente, hizo un parón existencial el año pasado gracias a las mascarillas que usábamos para evitar contagiarnos de la COVID-19 sin conseguirlo. Todo un contrasentido, ¿no les parece?

¿Y qué me dicen de las variantes? ¿No les parece extraño que aparezcan variantes de un virus que no ha sido aislado todavía? Desde que todo esto comenzó -en marzo de 2020-, ya tenemos unas cuantas, y no son pocas: alfa (B.1.1.7), beta (B.1.351), gamma (P.1), delta (B.1.617.2), lambda (C.37), mu (B.1.621), kappa (B.1.617.1), iota (B.1.526), eta (B.1.5259)… Y ahora una nueva, ómicron, con origen en “¿Sudáfrica?” que, al parecer, tiene una gran capacidad para mutar… Pero no se preocupen, porque al día siguiente de darse a conocer su existencia Pfizer aseguró que en 100 días tendría la vacuna preparada para combatir esta nueva cepa. Todo está controlado; con otro pinchazo todos contentos.

Y en eso estamos, no sólo en que se “vacune” el mayor número de gente sino en inocular a todos porque sí, eludiendo la Resolution 2361 (2021) Covid-19 Vaccines: ethical, legal and practical considerations de la Asamblea del Parlamento Europeo, emitida el 27 de enero de 2021, donde se pide encarecidamente a los estados miembros y a la Unión Europea, entre otras cosas:

(1) asegurar que los ciudadanos estén informados de que la vacunación no es obligatoria y que nadie padezca presiones políticas, sociales u otras para ser vacunado, si no desea hacerlo personalmente; 

(2) velar por que nadie sea víctima de discriminación por no haber sido vacunado;

(3) difundir con total transparencia informaciones sobre la seguridad y los eventuales efectos indeseables de las vacunas; y 

(4) comunicar de forma transparente el contenido de los contratos con los productores de vacunas y hacerlos públicos para su examen por los parlamentarios y el público.

Antes de finalizar, permítanme un inciso en relación con los excesos de mortalidad en España durante los dos últimos años, porque creo que analizar este dato es esencial para estudiar la gravedad de la situación que hemos vivido durante todo este tiempo. Para ello, echaremos un vistazo al último Informe MoMo elaborado por el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) -asociado al Ministerio de Ciencia e Innovación-, que data del 23 de noviembre. A la simple inspección del gráfico que aparece en su primera página, del cual se muestra una copia elaborada a partir de los gráficos interactivos disponibles en su Web -Mortalidad por todas las causas. España-, se observan tan solo cuatro periodos donde la mortalidad puede considerarse muy por encima de lo normal (con tasas superiores al 10,5%), siendo realmente excesiva únicamente al inicio de la pandemia; concretamente, entre el 10 de marzo y el 9 de mayo de 2020 -justo después del famoso 8 de marzo-, cuando el número de las muertes (118.137) excedió al de las estimadas (71.502) en un 65,2%. 

Sin embargo, en dicho informe, donde no consta análisis alguno -tan solo se exponen los datos oficiales proporcionados al ISCIII-, no se dice nada acerca de los períodos en que las cifras de las defunciones fueron inferiores a las estimadas o, simplemente, se mantuvieron dentro de la normalidad, y también los hubo, como puede observarse en el gráfico. Y es que, si lo hiciera, tendría que hacer constar que lo normal es que haya muchas más muertes en invierno que en cualquier otra época del año, tal como consta en el gráfico, donde, al margen del período mencionado, tan solo aparecen dos repuntes significativos, uno entre el 1 de septiembre y el 25 de diciembre de 2020 (otoño) y otro entre el 4 de enero y el 13 de febrero de 2021 (invierno); curiosamente, coincidentes con la época en que suele aparecer la gripe.


Al margen de lo anterior, si analizamos la misma gráfica para las defunciones entre la población menor de 65 años (también sacada de la Web mencionada con antelación), vemos claramente que las muertes que se han producido entran en el rango de la normalidad más absoluta.


Visto lo cual, me gustaría que alguien me explicara lo que está pasando y, por descontado, qué hay de verdad en lo que nos están contando.

Ya para terminar -porque lo que está ocurriendo da para escribir una historia muy, pero que muy larga-, en la página Web de Amnistía internacional Mi cuerpo mis derechos, este grupo de poder exige como derecho humano básico, “poder decidir sobre nuestra salud, nuestro cuerpo y nuestra vida sexual”. Lo mismo hacen los grupos feministas, que reclaman como derecho fundamental e inalienable hacer con su cuerpo lo que deseen (Mi cuerpo, yo decido). 

¿Dónde queda ese derecho para los que no desean inocularse, que no vacunarse? A ver si ahora resulta que para esto sí que puede haber “clases”.

En fin, espero haberles dado en qué pensar. Si lo he conseguido, habré logrado mi objetivo. Si no lo he hecho, tendré que volver a intentarlo. Que no se diga nunca que no hice lo posible por mostrarles un punto de vista diferente al de la versión oficial de carácter global.

Y no olviden nunca que “sólo quien busca encuentra; el resto, adocenado, se traga lo que le cuentan”.

José Antonio de la Fuente Cagigós

Pase sanitario o «green pass»: verde por fuera, rojo por dentro



La escalada de locura que estamos viviendo desde hace ya dos años hubiese sido impensable tiempo atrás, salvo para visionarios como Bradbury, Orwell o Benson, claro está.

Y menos que menos, en épocas de «libertad», «democracia» y «derechos humanos», flatulencias terminológicas si las hay. Pero la novela distópica continúa: hace tiempo que, lentamente, como si fuera una nueva variante, ha llegado el «pase sanitario» o «green pass» que, como una sandía, es verde por fuera y rojo por dentro. Un código que permite, a quienes lo tienen, evitar la sharia sanitaria a la que gran parte del mundo está sometido; un estricto certificado de sangre, intolerable para muchos en la segunda guerra mundial o en tiempos de la conquista de América.

Pero aceptable hoy en día.

Y el tema va más allá de si se está a favor o en contra de los ensayos experimentales a los que estamos sometidos, sino, al uso y abuso que se está haciendo de todo ello a riesgo de perder la propia libertad.

En el día de hoy, por ejemplo, se ha publicado en el Boletín Oficial de la República Argentina, una nueva «Decisión administrativa» (decreto encubierto) regulando el «pase sanitario» en lugares cerrados, eventos masivos, bailes, etc., quedando exentos, por no ser «de mayor riesgo», los templos. Ahora: ¿cuánto tiempo más va a durar esto? ¿cuál es el límite?

Atrás quedaron los hipócritas lemas de «mi cuerpo, mi decisión», el «respeto por todas las opiniones», la «libertad de expresión», etc., etc. La nueva dictadura continúa y muchos -aún varios bienpensantes- no logran entender que esto va más allá de un eventual problema médico. Esto sienta «jurisprudencia», como decimos en derecho.

– «¿Pero nadie lo había anunciado?» – dirá alguno.

Pues claro que sí: hace años que venimos diciendo que estas ideologías liber-progres que nos gobiernan, llevan, tarde o temprano a una verdadera dictadura; una dictadura mundialista con religión global y universal, con ritos, mandamientos y hasta inquisidores propios.

Que lo que está sucediendo va a terminar, tarde o temprano, estamos seguros: pero que, si no hay un dique contenedor todo irá de mal en peor, no hay duda. Y eso independientemente si uno sea pro-vacuna o contra-vacuna.

– «¿ Y qué hacer mientras tanto?».

Pues, primero, despertar; segundo, resistir y luego, levantar las cabezas.

Que esto se pone cada vez más interesante.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, SE