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sábado, 13 de octubre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO III)

En el Nuevo Testamento se observa, como ya se ha dicho,  esta continuidad con el Antiguo Testamento. Cuando le preguntan a Jesús sobre el primer mandamiento contesta con estas palabras: "Escucha, Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señor" (Mc 12, 29), que son una cita  expresa del libro del Deuteronomio (Deut 6, 4) y un texto fundamental del Antiguo Testamento sobre la unicidad de Dios. En el Nuevo Testamento (en adelante NT) se reafirma el monoteísmo del Antiguo Testamento (en adelante AT). Además: el Dios del que habla Jesús no sólo es único, sino que es "el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob" (Mc 12, 26); de modo que hay una clara sintonía entre los dos Testamentos. ¿En qué difieren, entonces?

La respuesta la tenemos tanto en las Palabras como en la Vida de Jesús, que no son sólo una confirmación del monoteísmo del AT (que lo son) sino, sobre todo, una PROFUNDIZACIÓN en la realidad de ese único Dios.

Al igual que en el AT, en los escritos del NT se hace repetida profesión de fe en un solo Dios, de quien todo procede y para quien son todas las cosas: "Uno solo es Dios" (1 Tim 2,5); "Aquel para quien y por quien son todas las cosas" (Heb 2, 10); "No hay más Dios que el Dios único" (1 Cor 8, 4), "un solo Dios y padre de todos" (Ef 4,6); " de quien todo procede y para quien somos nosotros" (1 Cor 8, 6); "de Él, por Él y para Él son todas las cosas" (Rom 11,36).  Y los atributos con que se describe a Dios en el NT son los mismos que en el AT: Dios es Único (Mc 12,29), Eterno (Rom 16, 26), Sabio (Rom 16, 27), Todopoderoso (Ap 4,8; Mc 14, 36), Bueno (Mc 10, 18), Santo (Jn 17, 11; 1 Pedr 1, 15) Fiel (1 Cor 1,9; 10,13; 2 Tes 3,3), Creador y Señor (Mt 11,25), Rey (1 Tim 6, 15), etc,.

Sin embargo, estos atributos divinos encuentran una expresión nueva al revelarse en el rostro de Jesucristo. De este Dios, de quien dice San Pablo que "en Él vivimos, nos movemos y existimos" (Hech 17,28); "a quien nadie ha visto jamás" (Jn 1, 18), que es "el Único que es inmortal, [y que] habita en una luz inaccesible; [y] a quien ningún hombre ha visto ni puede ver" (1 Tim 6, 16). Es de este Dios de quien nos dice San Juan, refiriéndose a Jesucristo: "el Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, ése es quien nos lo ha dado a conocer" (Jn 1,18).

Sólo así se entienden algunas expresiones utilizadas por Jesús, expresiones que, de otro modo, no tendrían ningún sentido, como cuando les dijo a los judíos: "En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán naciese, Yo soy" (Jn 8,58). Y cuando Felipe le dice: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta" (Jn 14,8), Jesús le contesta: "Felipe, tanto tiempo como llevo con vosotros, ¿y aún no me has conocido? EL QUE ME VE A MÍ, VE AL PADRE" (Jn 14,9).

El modo en que Jesús llama Padre a Dios no es aplicable a ninguna persona humana, pues refiriéndose a Sí mismo dice: "Todo me lo ha entregado mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y nadie conoce quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo" (Lc 10,22). La relación filial de Jesús con su Padre se encuentra a un nivel distinto y superior del que tienen los demás hombres con Dios. "En esto se manifestó entre nosotros el Amor de Dios: en que DIOS ENVIÓ A SU HIJO UNIGÉNITO al mundo para que recibiéramos por Él la Vida" (1Jn 4,9). Jesús nunca usó la expresión "nuestro Padre", poniendo su filiación al Padre al mismo nivel que la nuestra, sino que, dirigiéndose a nosotros, habló de "vuestro Padre": "¿Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se lo pidan?" (Mt 7, 11). Una distinción que expresa, aún más claramente, cuando dice:"Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" (Jn 20, 17).

Por otra parte, Jesús no se limita a llamar Padre a Dios, sino que afirma ser una misma cosa con Él: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30) . "El Padre está en Mí, y Yo estoy en el Padre" (Jn 10,38). Además, al igual que "Dios [el Padre] es luz y no hay tiniebla alguna en Él" (1 Jn 1,5), también el Hijo es luz, como el Padre: "Yo soy la luz del mundo" (Jn 8,12). "Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que cree en Mí no quede en tinieblas" (Jn 1, 46). 

Dios se nos ha ido revelando paulatinamente a lo largo de la historia de un modo más o menos velado hasta la venida de Jesucristo: "Muchas veces y de diversos modos habló Dios a los padres en otro tiempo por medio de los profetas; últimamente, en estos días, nos ha hablado por su Hijo, a quien ha constituido heredero de todo, por quien hizo también el mundo" (Heb 1, 1-3). O también: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo" (Gal 4, 4).

En todos estos pasajes queda claro, con una claridad meridiana, que Dios se revela plenamente, a Sí Mismo, en su Hijo,  "resplandor de su gloria e impronta de su sustancia" (Heb 1, 3).  Jesús mismo nos lo dice: "Quien me ve a Mí, ve al que me ha enviado" (Jn 12, 45).  En verdad, podemos decir, con San Pablo, aquello de que "ni ojo vio ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para los que le aman" (1Cor 2,9), y es que "Dios nos ha dado la vida eterna, y esta vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo de Dios tiene la Vida; quien no tiene al Hijo tampoco tiene la Vida (1 Jn 5, 11-12)Para el NT toda la verdad de Dios se condensa en Jesús, quien dice de Sí mismo que "es el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6).

Y, sin embargo, no todos aceptarán esta verdad; sólo  aquéllos a los que se refería Jesús cuando dijo: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien" (Mt 11, 25-26)
(Continuará)