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miércoles, 4 de junio de 2014

La vía de los hechos: Una misericordia selectiva: Franciscanos de la Inmaculada (10 de 17)

NOTA: El índice de las 17 entradas sobre "La vía de los hechos" se ha introducido cuatro años después. Puede accederse a él, directamente, pinchando aquí.


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16. La misericordia divina es para todos y es infinita. ÉSTE ES EL DOGMA. Dios se compadece de nosotros. Y siempre está dispuesto a perdonarnos, hasta el último instante de nuestra existencia terrena, dándonos la gracia necesaria para que podamos hacerlo, si realmente queremos: "Él hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos" (Mt 5,45). Aunque puede ocurrir -y esto es importante- que nosotros no queramos saber nada con Él. Y empecinarnos en esa actitud, una y mil veces, por más que nos digan y nos hagan ver que actuamos mal al no recibir a Jesús como a nuestro Dios y Salvador. Es absolutamente cierto que Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,4). Pero es igualmente cierto que Dios es tremendamente respetuoso con nuestra libertad. Por más que Él quisiera, por muchísimo que nos quiera (como así es), y por más que nos ayude, insistentemente, a cambiar y a volvernos hacia Él... si nosotros no queremos recibir esa ayuda, Él no puede obligarnos a hacerlo, porque nos ha creado libres...¡de verdad! 

Y esta libertad tiene un precio, por así decirlo, en el sentido de que tenemos que ejercitarla, y al hacer uso de ella nos definimos a nosotros mismos, con relación a Dios: "El que no está conmigo está contra Mí" (Mt 12,30). Si no estamos con Él, de una manera clara, rotunda, definitiva y total, entonces estamos contra Él, aun cuando no lo ataquemos directamente, como ocurre en muchos casos. El que no se define no está exento de responsabilidad. Hay un dicho popular que reza que "no hay mayor desprecio que no hacer aprecio". De ahí la importancia de replantearnos nuestra vida. Porque cada día es una nueva oportunidad que Dios nos da para que cambiamos y nos convirtamos, precisamente porque nos quiere. Si cambiamos, nos arrepentimos de nuestros pecados y nos confesamos, Él, que nos ama de un modo que no somos ni capaces de imaginar, hará borrón y cuenta nueva, como si nuestros pecados nunca hubieran existido, porque quedan realmente eliminados. 


En realidad, ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos. Él es el único que nos conoce de verdad: "La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo: entra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y descubre los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay ante ella criatura invisible, sino que todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de rendir cuenta" (Heb 4, 12-13)


Cuando el Señor preguntó a Pedro por tres veces si lo amaba, a la tercera Pedro se entristeció y le respondió: "Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero". Y Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas" (Jn 21,17). ¿Cómo no lo va a saber si ve en nuestro corazón? La verdad es que dejamos tanto que desear en tantas cosas. Y nunca nos acabamos de decidir por dárselo todo al Señor. Siempre estamos demasiado pendientes de nosotros mismos. Y eso nos perjudica. Sin embargo, Jesús jamás dejará de ayudarnos si acudimos a Él, porque es nuestro amigo: "Vosotros sois mis amigos" (Jn 15,14). Lo somos de verdad porque así lo ha querido Él: nos ha elevado a esa categoría. 

Aunque aparecen ante nuestra vista muchos defectos y pecados, y nos encontramos demasiado esclavizados... ¡por tantas cosas! ... y podemos caer en la tentación de ponernos tristes ... entonces Él acude a nuestro lado... y nos ayuda: ¡siempre! Un amigo de verdad, como Él lo es, no puede consentir que nos perdamos. Ojalá que nosotros, al igual que Pedro, pudiéramos decirle también a Jesús esas hermosas palabras: "Tú sabes que te quiero". Pero nos queda la confianza en su verdadero amor hacia nosotros y en su poder y sabiduría. Y aparecen ante nuestros ojos estas palabras, llenas de ternura, que Dios nos dirige:  "aunque vuestros pecados fuesen rojos como la grana, quedarán blancos como la nieve" (Is 1, 18). Ésta es la esperanza que nos salva, la única esperanza. No hay otra.


¡Así es! Así lo decía Jesús:  "Sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5), lo que es completamente cierto. Nada podemos por nosotros mismos, en orden a nuestra salvación. Pero sí podemos acudir a Él, ponernos en sus manos y acogernos a su misericordia: "Es mejor caer en manos del Señor, cuya entrañable misericordia es grande, que caer en manos de los hombres" (1Cr. 13). Así es como procedía el apóstol Pablo, según sus propias palabras: "Todo lo puedo en Aquél que me conforta" (Fil 4,13). En esta expresión San Pablo pone su total confianza en el Señor, porque sabe que, por sí mismo, nada puede. ¡Pero estando con el Señor ...! Pues eso es lo que nosotros debemos hacer también. Si ponemos de nuestra parte, no nos puede caber la menor duda de que Él nos salvará, puesto que no desea otra cosa que estar con nosotros y que nosotros estemos con Él: "Padre, quiero que donde Yo estoy, estén también conmigo aquellos que Tú me has confiado" (Jn 17,24). ¡Tomémosle la palabra! : "¡Señor, que donde Tú estés, esté también yo contigo!". ¿Cómo no nos va a escuchar si le decimos esto con todo nuestro corazón?. Nos escucha y nos responde. Al fin y al cabo, Él es la Palabra de Dios. Dios no es un dios mudo; y todo lo que nos ha tenido que decir nos lo ha dicho en Jesucristo.
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Bueno, ¿y qué ocurre en la Iglesia actual? Nadie puede decir que, desde que Francisco es papa, su mensaje haya sido otro que éste, precisamente, el de la misericordia, conforme a lo que es propio del mensaje cristiano y de las enseñanzas del Señor. Por supuesto, a su estilo. Cada persona (y cada Papa) tiene su estilo (y es bueno que así sea). Cuando Dios llama a una persona a tener relaciones de intimidad con Él, jamás suprime su personalidad, sino que la respeta y la lleva a plenitud. Lo sobrenatural supone lo natural y lo perfecciona, como decía Santo Tomás de Aquino, cuya filosofía perenne es de necesario estudio y profundización si queremos salir de la tremenda crisis por la que atraviesa hoy la iglesia.[Haciendo un inciso, decía Chesteron, en su biografía sobre Santo Tomás: «No será posible ocultar a nadie en adelante el hecho de que Santo Tomás de Aquino fue uno de los grandes libertadores del entendimiento humano. Los sectarios de los siglos XVII y XVIII fueron sencillamente oscurantistas y formaron la leyenda oscurantista de que el escolástico fue un oscurantista»]


En el caso del papa Francisco se le ocurrió que la medicina espiritual que el mundo necesita es la "misericordina"  





Bueno, esto es algo anecdótico  y, en principio, no tiene mayor trascendencia. Hasta aquí la Teoría y el Dogma, que son perfectos. Pero hay un problema real: y es que DE HECHO, se está aplicando en la Iglesia lo que podríamos denominar misericordia selectiva. Y eso es contradictorio. Dios se compadece de todos; y no sólo de unos cuantos. Y me explico. Bien está decir: "Si una persona es gay y tiene buena voluntad y busca al Señor, ¿quién soy yo para buscarlo?". Digo que está bien ( y escribo esta palabra en cursiva) porque se hace necesario interpretar qué es lo que ha querido decir el Papa con esa expresión, lo que no tendría por qué ocurrir si el Papa habla con completa claridad, de modo que no haya lugar a elucubraciones o a interpretaciones diferentes de lo que dijo. "Sea vuestra palabra: "Sí, sí", "No, no". Lo que pasa de esto, del Maligno viene" (Mt 5,37).

Por supuesto que el papa Francisco no está justificando la homosexualidad en sí, (¿cómo va a hacer tal cosa?), pero al no expresar un rechazo rotundo de la misma ( a la vez que comprensión para el gay) sus palabras han sido usadas, por la inmensa mayoría de los medios de comunicación, como si el papa estuviese de acuerdo con ese modo de vida. 


Es claro, a todas luces, que han tergiversado sus palabras. No me cabe la menor duda. Lo que no quita para que el Papa hubiera sido más explícito cuando habló. La idea a transmitir es clara y coincide con lo que siempre ha dicho la Iglesia:  es preciso odiar el pecado y amar al pecador. ¡Pero es clara para los que tienen las ideas claras! Y hay mucha gente -católicos incluidos- que no las tiene, porque no se les enseña o por la razón que sea. Por lo tanto, el dar por supuesto que está claro para todos que la homosexualidad es un pecado grave y "contra natura" y que no hay por qué hablar de ello, en mi opiniónfue un error y una imprudencia por parte del Papa, como así se ha podido comprobar en la reacción de los mass media, reacción que, por otra parte, era más que previsible. De haber hablado con más claridad, sin omisiones, hubiera evitado tantos malos entendidos como se han dado, incluso entre los mismos católicos. 


El caso de la "mujer adúltera" indica cuál ha de ser la actitud de un cristiano ante este tipo de situaciones. Pero, al explicarlo, no hay que quedarse en la primera parte: "Mujer, ¿ninguno te ha condenado?". Ella contestó: "Ninguno, Señor". Y Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno" (Jn 8,10-11). Todo perfecto y maravilloso... pero hay una segunda parte, que parece desconocerse, y sin la cual Jesús no hubiera podido ejercer su misericordia sobre esta mujer y concederle el perdón. Esto lo ha explicado muy bien el papa Francisco, en otra ocasión (aunque no en aquélla del avión). El hecho de que ella no se excusara ni negara su pecado fue lo que llevó a Jesús a decirle (segunda parte): "Vete y no peques más" (Jn 8,11). 


Pero retomemos el hilo: estamos hablando de perdón, de comprensión y de misericordia para el pecador que se arrepiente de haber obrado mal y reconoce su pecado. Esto siempre ha sido así en la Iglesia. La dificultad, en la actualidad, reside (como digo, es mi opinión) en que se requiere más contundencia para condenar los pecados, de modo explícito. La misericordia y la verdad siempre van de la mano. Esto lo he tratado en la vía de los hechos (5). Si se actuase así se evitarían escándalos innecesarios y confusiones, sobre todo entre los cristianos.


En fin... el problema reside -y es aquí donde quiero hacer más hincapié- en que esa idea de misericordia se aplica a los no católicos (y, de alguna manera, también a los católicos "progres", en el sentido de que nadie se mete con ellos, aunque digan cosas disparatadas que van contra la misma Iglesia); pero no se aplica, sin embargo, con aquellos católicos que quieren permanecer fieles a la Tradición de la Iglesia de veinte siglos. Decía Jesús que  "todo reino dividido contra sí mismo queda desolado; y cae casa sobre casa" (Lc 11, 17). Una Iglesia que no acoge a aquellos que le son más fieles es un Iglesia en descomposición. Y esto es gravísimo. ¿Que hay que ser buenos con todos? Por supuesto, pero sin caer en simplezas. Así lo decía San Pablo a los gálatas: "Mientras tengamos tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe" (Gal 1,10)


Para concretar más, hay que decir que la tan cacareada misericordia no se aplica, sin embargo, con aquellos que siguen el vetus ordo (o sea, la Santa Misa en latín), conforme al llamado rito extraordinario aprobado por el Papa Benedicto XVI en el motu propio Summorum Pontificum del 7 de julio de 2007. Sobre dicho tema hay dos artículos en este blog, referidos a lo ocurrido con los Franciscanos de la Inmaculada.  Ahora le toca el turno también a las monjas. Copio aquí un artículo que lo explicará mucho mejor que yo pueda hacerlo:



Ahora van a por las religiosas 


Un gran escándalo es la actuación de la Congregación para la Vida Consagrada contra el instituto de los Franciscanos de la Inmaculada. Instituto al que se la ha impuesto no solo un comisario político-apostólico, sino una serie de medidas desproporcionadas, crueles, arbitrarias e indignas. Además de haberse ignorado el Magisterio Pontificio, ya que los Franciscanos de la Inmaculada están hoy privados de los derechos que el motu proprio Summorum Pontificum del Papa Benedicto XVI otorga a todos los católicos de Rito Latino.

La intervención en los Franciscanos de la Inmaculada, además de desproporcionada y agresiva, se basa en acusaciones genéricas, ambiguas y falaces, porque en verdad no se conocen motivos serios para esta intervención. La verdadera razón parece ser el deseo de cercenar un instituto de corte tradicional, misionero y en gran expansión por sus numerosas vocaciones.  Mientras tanto, los dirigentes de la Congregación para la Vida Consagrada, el Cardenal Braz de Avis y Monseñor Carballo (un franciscano que persigue a franciscanos), toleran la situación deplorable de otros institutos en abierta rebelión frente al credo de la Iglesia o en situación de absoluta decadencia.

Ahora les llega el turno a las Hermanas de la Inmaculada, asociadas también al Instituto de los Franciscanos de la Inmaculada, a las que se les acaba de anunciar una Visita Apostólica. La maquinaría sigue funcionando: un plan preconcebido para destruir un instituto piadoso.


(Continuará)