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sábado, 12 de diciembre de 2015

Escenificación Masónica y Teología feminista, ad limina apostolorum (Fray Gerundio)

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No sé cómo se habrá sentido en el cielo el bueno de San Pedro, al ver su Plaza engalanada para la vigilia masónico-espectacular del pasado día 7 de diciembre. Al fin y al cabo su cuerpo está enterrado en las Grutas Vaticanas, y la cúpula de la Basílica que lleva su nombre ha sido referencia -durante siglos-, para toda la Cristiandad. Tampoco sé cómo se sentirán en la eternidad los papas que construyeron la Basílica del Príncipe de los Apóstoles. Y mucho menos los Miguel Angel, Berninis y demás artistas que pusieron su genialidad al servicio de la Iglesia para edificar la gloriosa Sede de Pedro, donde reside el Vicario de Cristo, mucho antes de que el propio Vicario peleara por ser considerado exclusivamente Obispo de Roma. Como si uno pudiera escaparse de uno de los títulos, escondiendo el otro.

Confieso que me he quedado de piedra cuando he visto en las tabletas de mis novicios el espectacular montaje, la asombrosa puesta en escena y la llamativa exhibición, fascinante, vistosa y lujosa. En estos temas nadie dice que la Iglesia debe ser pobre. Eso lo aplican solamente a los cálices y copones de la liturgia y a los apartamentos de los cardenales a los que se quiere defenestrar (por lo visto, los cardenales “amigos” deben vivir en casas de caña). Yo no entiendo mucho de finanzas, pero que no me digan que esto ha costado poco dinero. Seguro que nos dirán que ha sido financiado por diversas empresas más o menos integradas en la MUI (Masones Unidos Internacionales), pero cualquier cristiano-progre-francisquista diría que ese dinero se le podría haber dado a los pobres…. y seguro que la MUI habrá hecho un sustancioso donativo.

El caso es que se ha llevado a cabo una demostración de luz, color y sonido llamada Fiat Lux: Iluminando la Casa Común. He de confesar que eso de la Casa Común ya de por sí me hace encapotar las orejas y se me agolpan las moscas detrás de los pabellones auditivos. Ya de entrada suena a masónico y por supuesto a Laudato Si (que es la versión masónico-descarada de la ecología cristiana de los últimos tiempos). Digan lo que digan los pusilánimes. Ecología anticristiana, compulsiva, recurrente y anti-sobrenatural. Y pesadita. Y cursi. Pero muy peligrosa. Y herética.

Le he explicado a mis novicios modernistas que esta ecología es evidentemente anti-sobrenatural. Mira la Tierra y la Creación, no como creaturas de Dios y hechura de sus manos, sino como una suerte de resultados de una Magna Evolución, en la que brilla por su ausencia el Dios Uno y Trino de la Escritura. Y el pecado original, claro está. Que se lo digan a Teilhard de Chardin, que de esto entendía un montón y como no tenía prejuicios, soltaba herejías con toda naturalidad. Pío XII lo puso en solfa y… cómo no, fue rehabilitado después por los Pontífices Modernos. Francisco es un admirador suyo, claro. Dos y dos son cuatro.

El horroroso espectáculo estuvo montado a base de penumbras, sombras y tinieblas; lo cual indica -según mi personal parecer-, una providencial catequesis de la situación actual del Vaticano y de la Iglesia. Hay que ver entera la proyección




Del mismo modo que en la Iglesia de siempre se enseñaron las verdades de Fe con la adecuada catequesis de retablos, imágenes y orfebrería, la Iglesia Actual catequiza a sus fieles en plena Plaza de San Pedro sobre la Nueva Era, el Ecologismo y el Clima. No hay que ser muy espabilado para comprender que lo que se estaba proyectando en la Vigilia de la Inmaculada no era sino la exteriorización y patentización de un Vaticano sórdido, embadurnado de New Age, arrodillado ante el mundo y en sintonía con los proyectos neo-mundiales más anticristianos. Hasta la música elegida destila un sabor de amarga desilusión. Y las sombras de Mordor por allí, paseándose. 


Y los lobos acechando a la Cristiandad, seguros de que no hay Pastor alguno que salve al Rebaño. Estas imágenes me recuerdan lo de San Pedro y “el diablo como león rugiente acechando y buscando a quién devorar”….
Todo esto justamente la noche antes de la apertura de la Puerta Santa por la que hay que pasar para que el Señor -que es misericordioso-, nos perdone. Ya dijo Francisco en su homilía de la Misa que hay que abandonar la idea de un Dios que castiga y ampararse en un Dios que perdona. Una vez que han sido borrados del mapa la necesidad de la Redención, el pecado original y la existencia misma del pecado personal, se tiene que acabar necesariamente en que la única salvación es la del planeta; y los verdaderos pecados, los que se cometen contra el medio ambiente. Y que no se me olvide la intolerancia, que es el peor de todos. Y para muestra, estos dos datos de última hora:

- El primero es que por fin ha aparecido en la predicación de Francisco el Feminismo Teológico, para gusto y disfrute de monjas americanas y europeas y teólogos de nota reivindicativos. He de reconocer que hace ya tiempo que esperaba su aparición: Dios es Padre y Madre. Casualmente el ecologismo cristiano reivindica el título de Madre para Dios. Como una suerte de Madre Tierra (a la que al final quedará reducido). Francisco hace algo más que un guiño a la Teología Feminista, que estaba esperando que se abriera la Puerta de la Misericordia para ella. Féminas-Teólogas y Teólogos-Feministas han recibido ya el primer gesto del Papa en este año de la Misericordia: no estáis tan equivocados. Dios es Padre y Madre.

- El segundo es que no hay que intentar convertir a los judíos -lea aquí el disparate-, porque ellos también están en la promesa de Dios. Toma ya. Este debe ser el segundo gesto del papa en este año de la Misericordia: Los judíos no tienen que convertirse. No hace falta. Ellos no están en el grupo de hipócritas y fariseos que deberían pasarse el año entero debajo de la puerta santa, aunque probablemente ni por esas los perdone Dios.

Mis novicios dicen que soy un exagerado. Que hiperbolizo, exorbito y dramatizo. Yo les he animado a que relacionen todos estos términos: Ecología, Masonería, New Age, Multiculturalismo, Religión universal e Ideología de género. Siempre los verán relacionados de alguna manera. Incluso en algún discurso que otro que yo me sé. Dicen los malvados que es la puesta en marcha de la agenda del Cardenal Martini (que en paz descanse). Desde luego. Pero al fin y al cabo la agenda de Martini no era más que un aperitivo de la agenda diabólica. Mientras Dios lo permita.

Pues bien: yo sigo pensando que Dios se ha revelado como Padre y que Dios es Padre y no Madre. Y sigo pensando asimismo que los judíos tienen que convertirse para salvarse, porque no han creído en el Hijo de Dios.

Cualquier otra cosa que se diga es una falsedad, un engaño, un timo, una falacia y una superchería. Lo diga Agamenón o lo diga su porquero …



Fray Gerundio


NOTA. En el mismo sentido en el que se mueve Fray Gerundio podemos leer la entrada de Denzinger-Bergoglio ¿Acaso ya no ama Dios al pueblo hebreo ni quiere su conversión? ¿Es que se salvan los judíos siguiendo la Ley Antigua? ¿Tienen los ritos judíos la misma eficacia salvífica que los sacramentos? ¿Es que ahora tenemos dos caminos para la salvación – la Antigua y la Nueva Alianza?  … Conozcamos la doctrina veinte veces secular de la Santa Iglesia para así amar de verdad a los judíos y tener las cosas claras. Entra aquí

La Basílica de san Pedro, profanada (Roberto de Mattei)


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La imagen que quedará asociada a la apertura del Jubileo extraordinario de la Misericordia no será la ceremonia antitriunfalista celebrada por Francisco en la mañana del 8 de diciembre, sino el atronador espectáculo Fiat lux: iluminación de nuestra casa común, que puso fin a la jornada inundando de luces y sonidos la fachada y la cúpula de San Pedro.

A lo largo de la función patrocinada por el Grupo del Banco Mundial, imágenes de leones, tigres y leopardos de proporciones gigantescas se sobreponían a la fachada de San Pedro, que se eleva precisamente sobre las ruinas del circo de Nerón, donde las fieras devoraban a los cristianos. El juego de luces daba la impresión de que la basílica se ponía boca abajo, se disolvía y se sumergía. Sobre la fachada pasaban peces-payaso y tortugas marinas, poco menos que haciendo pensar en la licuefacción de las estructuras de la Iglesia, desprovista de todo elemento que pudiera aportarle solidez. Un enorme búho y extraños animales aéreos sobrevolaban en torno a la cúpula, y monjes budistas pasaban caminando como dando a entender que hay un camino de salvación alternativo al Cristianismo. En ningún momento apareció símbolo religioso alguno ni la menor alusión al Cristianismo; la Iglesia cedía el paso a la naturaleza soberana.

Andrea Tornielli ha escrito que no hay que escandalizarse porque, como documenta el historiador del arte Sandro Barbagallo en su libro Gli animali nell’arte religiosa. La Basilica di San Pietro (Libreria Editrice Vaticana, 2008), a lo largo de los siglos han sido muchos los artistas que han representado una fauna exuberante en torno al sepulcro de San Pedro. Pero si la basílica de San Pedro es un zoo sagrado, como la define con irreverencia el autor de la mencionada obra, no es porque los animales representados en la basílica estén recluidos en un recinto sagrado, sino porque es sagrado, es decir, ordenado a un fin trascendente, el significado que atribuye el arte a dichos animales.

Efectivamente, en el Cristianismo los animales no se divinizan. Se los valora por su fin, que consiste en que están destinados por Dios al servicio del hombre. Dice el Salmista: «Le diste [al hombre] poder sobre las obras de tus manos, y todos lo pusiste bajo sus pies: las ovejas y los bueyes todos, y aun las bestias salvajes, las aves del cielo y los peces del mar» (Sal. 8, 7-9). Dios ha situado al hombre al vértice de lo creado, como rey de la creación, y todo debe estar ordenado a él para que a su vez lo ordene todo a Dios como representante del universo (Gen 1, 26-27). El fin último del universo es Dios, pero el fin inmediato del universo físico es el hombre. «En cierto modo, nosotros también somos el fin de todas las cosas», afirma santo Tomás (IISent., d. 1, q. 2, a. 4, sed contra), porque «Dios lo ha creado todo para el hombre» (Super Symb. Apostolorum, art. 1).

Por otra parte, la simbología cristiana atribuye a los animales un significado emblemático. Al Cristianismo no le preocupa la extinción de animales ni el bienestar de éstos, sino el sentido último y profundo de su presencia. El león es símbolo de la fuerza y el cordero de la benignidad, para recordarnos la existencia de la virtud y las diversas perfecciones, que sólo Dios posee por entero. En la Tierra, una gama prodigiosa de seres creados desde la materia inorgánica hasta el hombre posee una esencia y una perfección íntima que se expresa mediante el lenguaje de los símbolos.

El ecologismo se presenta como una cosmovisión que trastorna esta escala jerárquica, eliminando a Dios y destronando al hombre. Este último es puesto en pie de plena igualdad con la naturaleza en una relación de interdependencia no sólo con los animales, sino incluso con los componentes inanimados del medio ambiente: montañas, ríos, mares, paisajes, cadenas alimentarias, ecosistemas … Esta cosmovisión tiene por objeto borrar toda línea divisoria entre el hombre y el mundo. La Tierra forma junto con su biosfera una especie de entidad cósmica geoecológica unitaria. Se vuelve algo más que una «casa común»: representa una divinidad.

Hace cincuenta años, cuando se clausuró el Concilio Vaticano II, el tema dominante en aquellos momentos históricos se manifestaba como cierto «culto al hombre», contenido en la fórmula del «humanismo integral» de Jacques Maritain. El libro de dicho título del filósofo francés se publicó en 1936, pero su mayor influencia la tuvo ante todo cuando un entusiasta lector de su obra, Giovanni Battista Montini, una vez elegido Papa con el nombre de Paulo VI, quiso hacer de ella la brújula de su pontificado. En la homilía de la Misa del 7 de diciembre de 1965, recordó que en el Concilio Vaticano II había tenido lugar el encuentro entre «la religión de Dios hecho hombre» y la «religión (porque eso es precisamente) del hombre hecho Dios».

Cincuenta años después, asistimos al paso del humanismo integral a la ecología integral; de la Carta internacional de los derechos humanos a la de los derechos de la naturaleza. En el siglo XVI, el humanismo había rechazado la civilización cristiana medieval en nombre del antropocentrismo. La tentativa de construir la Ciudad del Hombre sobre las ruinas de la de Dios fracasó trágicamente en el siglo XX, y de nada valieron los intentos de cristianizar el antropocentrismo con el nombre de humanismo integral. La religión del hombre es sustituida por la de la Tierra: al antropocentrismo, criticado por sus desviaciones, lo reemplaza una nueva cosmovisión ecocéntrica. La ideología de género, que disuelve toda identidad y toda esencia, se inserta en esta perspectiva panteísta e igualitaria.

Se trata de un concepto radicalmente evolucionista que coincide en buena parte con el de Teilhard de Chardin. Dios es la «autoconciencia» del universo que evolucionando se vuelve consciente de la propia evolución. No es casual la cita de Teilhard en el párrafo 83 de Laudato sì, la encíclica del papa Francisco en la que filósofos como Enrico Maria Radaelli y Arnaldo Xavier da Silveira han destacado puntos que discrepan de la Tradición católica. Y el espectáculo Fiat Lux se ha representado como un manifiesto ecologista que tiene por objeto expresar en imágenes la encíclica Laudato Si.

En el diario Libero, Antonio Socci, la ha definido como «una puesta en escena gnóstica y neopagana con un inequívoco mensaje ideológico anticristiano», y señala que «en San Pedro han preferido que, en la fiesta de la Inmaculada Concepción, en vez de celebrar a la Madre de Dios se celebre a la Madre Tierra, a fin de propagar la ideología dominante, la de la “religión del clima y la ecología”, la religión neopagana y neomalthusiana, respaldada por los poderes fácticos del mundo. Es una profanación espiritual (y también porque ese lugar, no lo olvidemos, es un lugar de martirio cristiano)».

«Por tanto -ha escrito por su parte Alessandro Gnocchi en Riscossa Cristiana– no ha sido el Estado Islámico quien ha profanado el corazón de la Cristiandad, ni los extremistas del credo laico los que se han burlado de la fe católica, ni los artistas blasfemos y coprolálicos a los que ya estamos acostumbrados los que han ultrajado la fe de tantos cristianos. No había necesidad de registrar a los visitantes y hacerlos pasar por el detector de metales a fin de impedir el ingreso de los vándalos a la ciudadela de Dios: ya habían penetrado en la fortaleza y activado la bomba multicolor ante la televisión mundial a salvo desde la sala de control».

Los fotógrafos, ilustradores y publicistas que han realizado Fiat Lux saben lo que representa la basílica de San Pedro para los católicos, la imagen material del Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia. Los juegos lumínicos proyectados sobre la basílica tenían una intención simbólica, antitética de lo que representan todas las luminarias, las lámparas y el fuego, que han transmitido a lo largo de los siglos el significado de la luz divina. Esa luz se apagó el 8 de diciembre. Entre las imágenes y luces proyectadas sobre la basílica faltaban las de Nuestro Señor y la Inmaculada, cuya fiesta se celebraba ese día. La Plaza de San Pedro estaba inmersa en la falsa luz que porta el ángel rebelde, Lucifer, príncipe de este mundo y de las tinieblas.

Decir luz divina no es una metáfora, sino una realidad, como son también reales las tinieblas que envuelven actualmente al mundo. Y en estas vísperas de la Navidad, la humanidad espera el momento en que la noche se iluminará como el día «nox sicut dies illuminabitur» (Salmo 11) y se cumplirán las promesas que hizo la Inmaculada en Fátima.

Roberto de Mattei