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miércoles, 8 de diciembre de 2021

Sobre las desconcertantes palabras de Bergoglio acerca de Mons. Aupetit (Aldo Maria Valli)



Ante las declaraciones del Papa en el avión sobre el caso del arzobispo Aupetit, uno siente una mezcla de desconcierto y tristeza. Desconcierto por el grado de desequilibrio alcanzado por Bergoglio, tristeza por el nivel al que ha descendido el papado.

En primer lugar, releamos la conversación entre el Papa y la corresponsal de Le Monde, Cécile Chambraud.

Cécile Chambraud (en español)

Santo Padre, hago la pregunta en español para mis colegas. El jueves, cuando llegamos a Nicosia, nos enteramos de que usted había aceptado la dimisión del arzobispo de París, monseñor Aupetit. ¿Puede explicar por qué, y por qué con tanta prisa?

El Papa Francisco

Sobre el caso Aupetit. Me pregunto: ¿qué hizo Aupetit que fuera tan grave como para tener que dimitir? ¿Qué ha hecho? Que alguien me responda...

Cécile Chambraud

No lo sé. No lo sé.

El Papa Francisco

Si no conocemos el cargo, no podemos condenar. ¿Cuál era la acusación? ¿Quién sabe? [nadie responde] ¡Es malo!

Cécile Chambraud

Un problema de gobierno o algo más, no lo sabemos.

El Papa Francisco

Antes de responder diré: haz la investigación. Haz la investigación. Porque existe el peligro de decir: "Ha sido condenado". ¿Pero quién lo condenó? "La opinión pública, los chismes…". ¿Pero qué hizo? "No lo sabemos. Algo..." Si sabes por qué, dilo. Por el contrario, no puedo responder. Y no sabrás por qué, porque fue una falta de su parte, una falta contra el sexto mandamiento, pero no total, sino de pequeñas caricias y masajes que hizo: así es la acusación. Esto es un pecado, pero no es uno de los más graves, porque los pecados de la carne no son los más graves. Los pecados más graves son los que tienen más "angelicidad": el orgullo, el odio... estos son más graves. Entonces, Aupetit es un pecador como yo. No sé si lo sientes así, pero tal vez... como lo hizo Pedro, el obispo sobre el que Cristo fundó la Iglesia. ¿Cómo es que la comunidad de aquella época aceptó a un obispo pecador? Y eso fue con pecados muy "angelicales", como negar a Cristo, ¿no? Pero era una Iglesia normal, estaba acostumbrada a sentirse siempre pecadora, todos: era una Iglesia humilde. Se ve que nuestra Iglesia no está acostumbrada a tener un obispo pecador, y pretendemos decir 'mi obispo es un santo'. No, esto es Caperucita Roja. Todos somos pecadores. Pero cuando los chismes crecen y crecen y crecen y se lleva el buen nombre de una persona, ese hombre no podrá gobernar, porque ha perdido su reputación, no por su pecado —que es pecado, como el de Pedro, como el mío, como el tuyo: es pecado—, sino por el parloteo de los responsables de contar la historia. Un hombre al que se le ha quitado la fama de esta manera, públicamente, no puede gobernar. Y esto es una injusticia. Por eso acepté la dimisión de Aupetit no en el altar de la verdad, sino en el de la hipocresía. Eso es lo que quiero decir. Gracias.

Bergoglio ha desplegado aquí todo su repertorio: imprudencia, ambigüedad, duplicidad, incoherencia, descaro.

Como vemos, ante un periodista que, legítimamente, quiere saber por qué el Papa ha aceptado la renuncia de Mons. Aupetit al cargo (nótese bien: Aupetit no ha renunciado, sino que ha puesto el cargo en manos del Papa, dejándole la decisión), Bergoglio dice "si no conocemos el cargo, no podemos condenar". ¡Pero si en realidad fue él quien condenó a Aupetit! Y si lo condenó, se supone que tenía elementos circunstanciales para hacerlo. En su lugar, dice a los periodistas que investiguen: pero ¿qué tienen que ver los periodistas con esto? Es él quien debe explicar por qué aceptó la dimisión de Aupetit, asumiendo la responsabilidad de la decisión.

Luego, sin embargo, dice algo; pero, como siempre, no con claridad. Más bien lanza una acusación, y lo hace (con mucha malicia) con el aire de quien aparentemente defiende al arzobispo, en esa forma dual y farisaica típica del modelo peronista aprendido en Argentina. Habla de una "falta contra el sexto mandamiento, pero no total, sino de pequeñas caricias y masajes a la secretaria, que solía hacer". La referencia a la secretaria (muy grave, porque pone introduce a una persona que nunca había sido mencionada explícitamente hasta ahora) fue eliminada de la versión oficial publicada por la Oficina de Prensa del Vaticano, pero se mantuvo en la grabación audiovisual.

¿Y qué hay de la idea de que la falta hacia el sexto mandamiento puede ser "no total"? ¿Y que hay "pecados mayores" como el orgullo y el odio? ¿Por qué más grave? ¿En comparación con qué? ¿Y quién lo ha decidido? El estado de confusión es el peor.

Y luego la última perla: un hombre (Aupetit) 'al que le han quitado la fama [supongo que quería decir la reputación] para que, públicamente, no pueda gobernar'. Y esto es una injusticia. Por eso acepté la dimisión de Aupetit no en el altar de la verdad, sino en el de la hipocresía". ¿Pero cómo? De esta manera usted, Papa, declara abiertamente que ha sucumbido a la injusticia y que no ha defendido la verdad, mientras que usted, como Pastor Supremo, debería hacer todo lo contrario. ¡No sólo: después de sus declaraciones, Monseñor Aupetit queda marcado de por vida como el que acaricia y masajea a su secretaria!

En conclusión, lo que se desprende de los enrevesados razonamientos de Bergoglio es una interioridad deteriorada y una espiritualidad enferma, así como un sentido distorsionado de la justicia y de sus deberes. Esto no es sorprendente, ya que hemos llegado a conocer a Bergoglio y su concepto de la moral. Lo sorprendente y desalentador es que todavía haya quien se preste a este juego de masacre, quien guarde silencio haciéndose cómplice de un escándalo que ha llegado a la aberración, quien tolere que una persona completamente inadecuada para el papel que desempeña siga demoliendo obstinadamente lo que queda del papado y de la Iglesia de Cristo. Un papado —hay que recordarlo— que Nuestro Señor instituyó y al que confirió el poder sagrado para que gobernara la Iglesia y no la transformara en una entidad que tuviera la finalidad contraria a la que Él fundó.

Rara vez doy nombres, pero en este caso me gustaría dirigirme a Matteo Bruni, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, un colega al que conocí, cuando todavía era vaticanista para la RAI, como una persona inteligente, honesta y amable. Querido Matteo, perdona que me meta, pero como me imagino tu malestar, te pregunto: ¿por qué no dejas este aquelarre? ¿Por qué te haces cómplice de esta locura? ¿No ves que cada día que pasa la institución del papado está más herida y degradada? ¿No ves que la auctoritas está cada vez más comprometida? Cuando todo esto termine —porque el Señor no permitirá que la Iglesia sea devastada de esta manera indecorosa— se pedirá cuenta de esta acción devastadora no sólo al principal responsable, Bergoglio, sino también a sus colaboradores, entre los que muchos sufren su excesivo poder sin compartirlo. ¿Quieres también estar —como muchos, demasiados, laicos, sacerdotes, obispos y cardenales— en el número de los que serán señalados como corresponsables y partidarios del tirano?

Aldo Mª Valli

lunes, 19 de julio de 2021

“Traditionis Custodes”. Primera valoración. Un artículo del blog de Aldo María Valli

 MARCHANDO RELIGIÓN


Un Motu proprio, Traditionis Custodes, que dará mucho que hablar. Nosotros recogemos la información del blog de nuestro vaticanista Aldo María Valli. El artículo original en versión italiana está disponible en https://www.aldomariavalli.it/2021/07/16/traditionis-custodes-una-prima-valutazione/


*La fotografía pertenece al artículo original. MR declina toda responsabilidad

Traducido por Miguel Toledano para Marchando Religión

Consideraciones jurídicas sobre el motu proprio Traditionis Custodes. Las restricciones llevan aparejada una interpretación estricta de las mismas

por el padre Pierre Laliberté, JCL*

Principios

Con fecha de 16 de julio de 2021, el papa Francisco ha emitido el motu proprio Traditionis Custodes, además de una carta de acompañamiento.

Por el carácter restrictivo del decreto, el motu proprio del papa Francisco debe interpretarse en sentido estricto, de acuerdo con el principio del derecho expresado en la Regula juris 15 (odiosa restringenda, favorabilia amplianda). Es interesante tener en cuenta igualmente que el documento carece de vacatio legis.

El papa Francisco indica en el primer párrafo que los obispos constituyen el principio de la unidad en sus Iglesias particulares y que las gobiernan mediante el anuncio del Evangelio. Dado que el fin expresado en el documento es la “búsqueda constante de la comunión eclesial”, parecería igualmente que, desde el punto de vista hermenéutico, este documento debe ser interpretado de forma que favorezca genuinamente la comunión eclesial entre fieles, sacerdotes y obispos, en lugar de promover un sentimiento negativo o rencor con los fieles cristianos afectos a las formas litúrgicas tradicionales.

Vale la pena indicar lo que este motu proprio no restringe. No se hace mención alguna a las versiones preconciliares del Breviario Romano, Pontifical Romano y Ritual Romano. No se deroga expresamente documento alguno relevante por lo que se refiere al Misal Romano tradicional, por lo que tal derogación no debería entenderse implícitamente. El Misal tradicional sigue sin ser derogado, como no lo ha sido nunca. Siguen intactos también los derechos otorgados por Quo Primum, por la tradición teológica y litúrgica de los ritos occidentales y por la costumbre inmemorial. No se hace mención a los ritos tradicionales de las diversas comunidades religiosas (dominicos, carmelitas, premostratenses, etc.) ni a los de las sedes antiguas (ambrosiana, lionesa, etc.). No se da indicación alguna acerca de que se censure el derecho de los sacerdotes a celebrar el misal de 1962 en privado.

Leído de forma conjunta con las amplias concesiones de derechos otorgadas por Summorum Pontificum y aclaradas y ampliadas a través de Universae Ecclesiae, al no haber una revocación expresa de tales derechos reconocidos por el papa Benedicto XVI, debe concluirse canónicamente que los mismos siguen en vigor.

Existe una grave falta de claridad en el documento que trataremos de afrontar mediante este breve análisis y es evidente que sus ambigüedades serán lamentablemente utilizadas por quienes en absoluto profesan un amor auténtico a la Iglesia, a su pueblo fiel y a su legado.
Análisis documental

El artículo 1, que trata de los libros litúrgicos promulgados por los santos Pablo VI y Juan Pablo II, indica que “son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano”. En ausencia de toda indicación contraria, debe concluirse que permanece intacto el estatus de los libros litúrgicos de la Forma Extraordinaria.

El artículo 2 dispone que el obispo diocesano es “moderador, promotor y custodio de toda la vida litúrgica en la Iglesia particular”. Esto es cierto y siempre fue así. Dicho artículo se limita a reconocer que el obispo regula la vida litúrgica general de la diócesis, la cual incluye también el uso del Misal Romano preconciliar, así como la autorización del uso del mismo, del mismo modo en que el obispo autorizaría el derecho de todo sacerdote a celebrar la liturgia.

A la hora de interpretar el artículo 3, es útil tener en cuenta que las disposiciones de dicho artículo se refieren al “Misal anterior a la reforma de 1970”. En sentido estricto, el Misal anterior a la reforma de 1970 es la edición típica de 1965 con las modificaciones de Tres abhinc anos de 4 de mayo de 1967, no el Misal de 1962. En opinión de quien suscribe, el misal de 1965 se usa poco, por no decir nunca.

El artículo 3, número 1, persigue que “estos grupos no excluyan la validez y la legitimidad de la reforma litúrgica, de los dictados del Concilio Vaticano II y del Magisterio de los Sumos Pontífices”. Esto no debería constituir problema alguno, puesto que como principio fundamental de la reforma litúrgica y requisito para toda modificación, Sacrosanctum Concilium 4, “ateniéndose fielmente a la tradición, declara que la Santa Madre Iglesia atribuye igual derecho y honor a todos los ritos legítimamente reconocidos y quiere que en el futuro se conserven y fomenten por todos los medios”.

El artículo 3, número 2, establece que el obispo de la diócesis indicará uno o varios lugares donde los fieles pertenecientes a estos grupos [quienes celebran según el Misal anterior a la reforma de 1970] puedan reunirse para la celebración de la Eucaristía, al no tener lugar en las iglesias parroquiales y no erigiéndose nuevas parroquias personales. Esto no es claro desde el punto de vista jurídico, ya que podría implicar meramente una restricción a la edición típica de 1965. Como el texto indica que dichos grupos han de reunirse “no en las iglesias parroquiales y sin erigir nuevas parroquias personales”, caben muchos otros lugares en los que tales celebraciones sí pueden tener lugar.

El artículo 3, número 3, indica que el obispo establece los días en los que se permiten las celebraciones eucarísticas según el Misal de 1962. No existe indicación alguna que determine la cesación del derecho del sacerdote a hacerlo. El obispo también resulta habilitado para hacerlo. Y, como es el caso en prácticamente todas las comunidades en las que se celebra la Forma Extraordinaria, las lecturas se proclaman habitualmente en lengua vernácula según las disposiciones establecidas por Universae Ecclesiae 26: “Como prevé el art. 6 del motu proprio Summorum Pontificum, las lecturas de la Santa Misa del Misal de 1962 pueden ser proclamadas exclusivamente en lengua latina, o bien en lengua latina seguida de la traducción en lengua vernácula o, en las misas leídas, también sólo en lengua vernácula”. El número 4 indica que debería nombrarse un sacerdote “idóneo para esta tarea” e incluye ejemplos de las características concretas aplicables a tales sacerdotes.

Los apartados 5 y 6 del artículo 3 describen la forma en la que el obispo debe guiar concretamente el crecimiento de dichas comunidades y parroquias, esto es, asegurándose de que tengan “utilidad real para el crecimiento espiritual” así como “evaluar si las mantiene o no”. Ciertamente, el acento se pone sobre el aspecto positivo: los obispos deberían promover el crecimiento útil de dichas comunidades y parroquias. El apartado siguiente no establece una prohibición estricta a los obispos para autorizar la creación de nuevos grupos, sino más bien sólo de “cuidar” de no autorizar su creación.

El artículo 4 establece una distinción entre los sacerdotes ordenados después del 16 de julio de 2021, que “deberían” [Nota del traductor: en la versión oficial inglesa, el verbo está en condicional, a diferencia de la versión en lengua española, que dice “deberán”] presentar una solicitud al obispo diocesano, el cual consultará a la Sede Apostólica, y los ordenados anteriormente. No existe ninguna indicación en el sentido de que dichos sacerdotes recientemente ordenados deban hacerlo, ni tampoco sobre las sanciones a los que estarían sujetos si no lo hiciesen. Se trata de una afirmación exhortativa, no obligatoria. Del mismo modo, también a los ordenados antes del 16 de julio de 2021 se les exhorta en el artículo 5 a que soliciten al obispo diocesano la facultad de continuar celebrando según el Misal tradicional. Una vez más, los dos artículos deberían interpretarse de modo que, conforme a las finalidades expresadas en el motu proprio, se favorezcan el crecimiento espiritual y la comprensión en la comunión entre sacerdotes y obispos.

El artículo 6 afirma que los institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica establecidos por la Comisión Pontificia Ecclesia Dei pasan ahora a ser competencia de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de vida apostólica, y el artículo 7 establece la competencia de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, junto con la antes mencionada Congregación, para la observancia de estas disposiciones.

Aunque el último artículo de este motu proprio parece algo radical con su derogación de “las normas, instrucciones, concesiones y costumbres anteriores que no se ajusten a las disposiciones del presente Motu Proprio”, ya se ha dicho que las disposiciones del presente motu proprio son restricciones que comportan una interpretación estricta.

*pseudónimo de un sacerdote y canónigo de la Iglesia latina


*La fotografía pertenece al artículo original

miércoles, 24 de febrero de 2021

La degradación litúrgica pone en peligro la misma fe (Aldo María Valli)

 MARCHANDO RELIGIÓN



Traducido por Miguel Toledano para Marchando Religión

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Últimamente me ha llamado la atención una carta escrita por un religioso dominico que se interesa por la degradación litúrgica imperante y que escribe lo siguiente: “Ya no son los ateos, anticlericales o librepensadores, ni los sin Dios, quienes desean a cualquier precio quitar a los fieles lo que éstos consideran más precioso; sino que son los obispos los que se dedican a dicho objetivo”.

La denuncia es muy fuerte. En la carta, el religioso habla de “iniciativas litúrgicas anárquicas y profanas” que “pululan por todas partes en nuestras iglesias e incluso en nuestras catedrales más venerables, con el consentimiento e incluso la participación de algunos obispos”. De hecho, parece que para estos mismos obispos el peligro es la Misa tridentina según el rito de san Pío V.

Escribe igualmente el autor de la carta: 
“¿Por quién nos toman nuestros obispos? Nos sabemos los textos. Nos consta que el nuevo misal de Pablo VI está únicamente autorizado, no impuesto. Sabemos que Pablo VI jamás ha prohibido la celebración de la Misa conforme al rito de san Pío V. Sabemos que el Concilio, por su parte, y el mismo papa, consideran el latín como la lengua oficial de la Iglesia”. Y sin embargo, “a día de hoy un sacerdote puede prestar su iglesia a musulmanes, budistas, tibetanos, patagones, hippies, papúes, niños, niñas, ambiguos, ambivalentes, ambidextros, anfibios y vendedores ambulantes; pero, por desgracia, si un infeliz sacerdote quiere celebrar la Misa para la cual la misma iglesia fue construida (por el pueblo, no por los sacerdotes) y, si el pueblo desea asistir a la misma Misa que se ha celebrado en dicho lugar durante siglos, resulta que no faltan los anatemas episcopales. Que además proceden de los mismos obispos que hablan de ecumenismo, pluralismo y tolerancia. Obispos que en las relaciones con todo el mundo son un pedazo de pan, pero que contra nosotros, hermanos en la fe y en el sacerdocio, disparan su artillería de forma despiadada”.
El autor de la carta, como se ve, no está exento de retórica polémica, particularmente gráfica cuando sostiene que los obispos y sacerdotes conocidos por ser “un pedazo de pan” cierran la puerta a una única categoría de personas: los católicos que quieren seguir siendo fieles a la liturgia antigua.

Para finalizar, escribe el religioso: “Santo Tomás de Aquino nos dice que la Eucaristía es el bien común de la Iglesia católica. Cuando este bien común queda destruido, se desintegra toda la Iglesia”.

¿Y por qué me ha impactado tanto esta carta? Porque, una vez redactada por el dominico francés Raymond-Leopold Bruckberger, fue publicada en Le Figaro del 24 de enero de 1975. Sí, habéis leído bien: 1975. Pensaréis que hace cuarenta y seis años ya estaban bien descritos y evidenciados, a los ojos de quienes querían ver, todos los problemas que vivimos hoy y que nos provocan amargura tan a menudo.

Además, mientras leía la carta del padre Bruckberger, recibí otra, procedente de una lectora de mi blog Duc in altum. Una carta que revelaba sufrimiento, llena de desánimo, que comienza así: “Quiero manifestar el malestar que me invade cada vez que voy a Misa. Malestar creciente, contra el cual trato de luchar, pero con escaso resultado. Desde que entro en la iglesia no consigo estar tranquila. Veo demasiadas cosas que no proceden. Me digo que no debo juzgar, pero mi sentimiento es más fuerte que yo. Miro a Nuestro Señor clavado en la cruz y le pregunto cómo puede soportar tanto desprecio y tanto abuso. No ha bastado cambiar el Padre nuestro. Ahora los obispos, siempre dispuestos a descuidar lo esencial en pro de lo superfluo, han llegado a inventarse el grotesco intercambio de miradas de paz. Hay quien guiña el ojo, otros hacen una reverencia (a Dios no, pero al que está al lado sí). Toda la escena tiene algo de tragicómico. La Comunión se distribuye rigurosamente en la mano, con los fieles de pie, lo que es el colmo del desastre. Después de la Misa vuelvo a casa con expresión sombría y con sentido de culpa por mis críticas, pero ¿Cómo podría evitar no ver lo que veo?”

El padre Bruckberger, al final de su reflexión y citando el pensamiento de Henri Bergson, el filósofo que el difunto Vittorio Mathieu definió como “el gran olvidado de la filosofía contemporánea”, observa que los ritos y las ceremonias sin ninguna duda emanan de la fe, pero también tienen un efecto sobre ésta. Los ritos y ceremonias pueden consolidar la fe, pero alterados y pervertidos la fe corre el riesgo de ser destruida.

Y, sin embargo, con raras excepciones, nuestros pastores ni ven ni oyen. Y, siempre misericordiosos y acogedores con todos, se muestran súbitamente duros e inflexibles hacia quien se permite recordar que Deus non irridetur.

Aldo Mª Valli

miércoles, 16 de octubre de 2019

EL HOMBRE QUE DIO LA PRIMICIA: entrevista exclusiva con el reportero de Viganò


Arzobispo Viganò y el reportero Aldo Valli
“Me han llamado traidor, hipócrita, y falso. Obviamente, considerando que estas acusaciones provienen de los enemigos de la Iglesia, considero todas estas acusaciones como medallas de honor en defensa de la Verdad.” – Aldo Maria Valli______________
El reportero de la TV pública RAI, Aldo Maria Valli, y el músico de iglesia, Aurelio Porfiri, son dos líderes figuras italianas católicas que decidieron unir fuerzas y hacer público su desasosiego, cuando menos, con la situación actual de las cosas en la Iglesia Católica desde el punto de vista tradicional de la fe.
“Destierro: Diálogos sobre la Iglesia Líquida” (Chorabooks, Hong Kong 2019) fue el resultado de su esfuerzo, un libro apasionado escrito como una serie de diálogos entre los dos autores sobre los temas más apremiantes y ardientes que hoy enfrenta la Iglesia.
Mientras que Aurelio Porfiri es un compositor, director de coros, escritor y docente que vive entre Roma y Hong Kong, Aldo Maria Valli es un conocido veterano “Vaticanista” (reportero experto en asuntos del Vaticano) y fue el primer reportero en recibir la declaración del arzobispo Carlo Maria Viganò sobre el escándalo de la homosexualidad dentro del clero.
Aldo Maria Valli fue muy amable en responder algunas preguntas para los lectores de The Remnant sobre algunos de los temas más urgentes que se tratan en su libro.
Q. ¿No cree que el caso de Viganò y los abusos del clero pueden haber contribuido aún más a esta sensación de destierro que reporta en su libro?”
A. En lo que a mí respecta, el caso Viganò ha contribuido sin duda a hacerme sentir aún más desterrado de esta Iglesia. Como dije muchas veces, mi proceso de “conversión” sobre el pontificado de Bergoglio comenzó después de leer Amoris laetitia, y en ese momento me di cuenta del grado de penetración del neo-modernismo dentro de la Iglesia Católica, en todos sus niveles. Hasta el 2016 estaba entre los que preferían no ver, pero Amoris laetitia abrió definitivamente mis ojos. Incluso antes de que los cuatro cardenales expresaran sus dudas, en mi libro “266. Jorge Mario Bergoglio Franciscus P.P.” (primera edición de 2016, publicado por Liberilibri) expuse abiertamente mis dudas y denuncié la infiltración del relativismo en la enseñanza moral; una infiltración que entre otras cosas ocurrió secretamente mediante el uso de la ambigüedad como arma para socavar la enseñanza previa. Desde entonces, me sentí más y más desarraigado y más y más solo. Perdí muchas amistades e incluso a nivel profesional comencé a vivir una situación de marginalización. Pero el Señor intervino dándome muchos nuevos amigos que me ayudaron a enfrentar esta difícil etapa. Fue en este contexto que monseñor Viganò me buscó para hablarme de sus memorias y proponerme publicarlas en mi blog Duc in altum. Para los interesados, conté toda la historia en el libro Il caso Viganò (publicado por Fede & Cultura, 2018).
“Quienquiera que diga que él debiera haberlo hecho discretamente no comprende o pretende no comprender: Viganó eligió hacer ruido, y lo hizo con la convicción de que era el último recurso.” 
Q. ¿Cómo explicaría lo que se percibe como una especie de “explosión” de la homosexualidad en el clero?
A. El problema de la presencia y, yo diría, de la invasión de lo que se ha llamado la cultura homosexual no es reciente, sino que tiene raíces profundas. Sin embargo hoy, a través del uso de redes sociales (piense en la gran visibilidad de un promotor de la homosexualidad como el jesuita James Martin) ha explotado de manera tal que hasta el menos experimentado puede darse cuenta. No tengo nada en contra de las personas con orientación homosexual, pero como católico coincido con el Catecismo, el cual dice que estas personas, que deben ser recibidas con especial atención, respeto y delicadeza, están llamadas a la castidad porque los actos homosexuales son contrarios a la ley natural.
Me parece que no hay mucho más que decir, y sin embargo estamos viendo la propagación de una mentalidad subversiva que dice derrocar la realidad y hace pasar la práctica homosexual no solo como buena sino como un comportamiento bendecido por Dios. Y con frecuencia esta declaración proviene de dentro de la Iglesia. Ahora queda claro que la responsabilidad debe encontrarse en diferentes niveles, desde los seminarios hasta los niveles más altos de la curia romana. Pero no alcanza a identificar al responsable. Es necesario luchar por el respeto del orden natural, el fruto de la creación que hoy muchas personas desean destituir por la antigua razón: poner al hombre en el lugar de Dios. Esto conduce a una locura generalizada; también refleja la profunda crisis de identidad del sacerdote que está en el centro de esta crisis de fe y, como resultado, de la crisis de la Iglesia.
“Solo alguien muy ignorante, o que tiene un interés específico, elevaría al Papa a una condición de intocable que realmente no posee.”
Hemos atravesado décadas en las que el proceso de humanización del sacerdote coincidió con su progresivo alejamiento de Dios y de la vida de oración. De ser un constructor de puentes entre Dios y el hombre, se ha convertido en un mero constructor de relaciones humanas (si es que le sale bien), y al mismo tiempo, principalmente debido a la liturgia, ha adquirido el rol de líder. De ser un mediador, ha pasado ahora a ser un actor. La imagen del sacerdote armado con un micrófono que le habla a la asamblea de fieles es muy similar, si lo piensan, a la de un político o periodista. Dios ha pasado a un segundo lugar. Y si luego agregamos todas las tareas administrativas, desaparecen la contemplación y la oración. No sé cuántos sacerdotes me han dicho: “¡realmente deseo orar más, pasar más tiempo en adoración, pero nunca encuentro el momento!”
Q. ¿Puede decir algo acerca de sus reuniones personales con el ex nuncio?
A. En mis reuniones con Viganò vi a un hombre profundamente triste por la decadencia moraI dentro de la Iglesia y la negación sistemática de la verdad. Lo que él quería atravesar era el velo de mentiras que cubre esta situación devastadora. Y una vez que uno decide tomar ese camino, queda claro que debe hacerlo de la forma más dramáticamente posible. Quienquiera que diga que él debiera haberlo hecho discretamente no comprende o pretende no comprender: Viganó eligió hacer ruido, y lo hizo con la convicción de que era el último recurso. Él me dijo que había orado mucho y que lo había tenido en su conciencia durante mucho tiempo, y esto es básicamente lo que nosotros estamos haciendo en menor escala. Cada día nos preguntamos: ¿es apropiado continuar en esta batalla? Un amigo me preguntó: ¿qué te mueve a hacerlo? Desde un punto de vista puramente humano, es una tontería. Tenemos todo para perder y nada por ganar. Pero el juicio que me interesa es el del buen Dios, no el de los hombres. Es por eso que, a pesar de quienes me acusan de haber traicionado a la Iglesia, me siento más católico que nunca. ¡Y en cuanto a esto sé que estoy en buena compañía!
“¿Un católico puede no ser rígido y tradicionalista? No, no puede. La ley natural es una, y no podemos torcerla a conveniencia utilizando los principios del relativismo.”
Q. ¿Cómo reaccionó emocionalmente en aquellos días, ante semejante carga?
A. Sólo puedo decir que después de haber publicado el informe del ex nuncio, sentí una gran paz interior. Sabía muy bien que, especialmente desde el punto de vista profesional, iba a pagar un  precio elevado (como fue que sucedió en aquel momento), pero me di cuenta que jamás me perdonaría si evitaba intervenir, en mi pequeña forma, en defensa de la verdad. Como una persona bautizada, llamada a ser sacerdote, profeta y rey, no podía hacer otra cosa. Me adhiero por completo a las palabras del cardenal Newman en su obra “Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana” (1845, capítulo VIII, § 1): « Que hay, pues, una verdad; que es una única verdad; que el error  religioso es en sí mismo de naturaleza inmoral; que aquellos que lo mantienen, salvo que lo hagan involuntariamente, son culpables; que hay que temerlo; que la búsqueda de la verdad no es la gratificación de la curiosidad; que su logro no tiene nada que ver con la excitación de un descubrimiento; que la mente está por debajo de la verdad, no por encima, y a ella se liga, no para comentarla, sino para venerarla ».
Por eso, como Newman, en el caso de un brindis religioso después de una cena, ciertamente brindaría por el Papa, pero primero a la conciencia y luego al Papa.
Q. Hablando del Papa, aquí nos encontramos en el asunto crucial de la obediencia…
A. Tiene usted razón: la cuestión de la obediencia es decisiva. Nosotros los católicos debemos respetar al Papa, desearle el bien y tomarlo en serio. Esto implica, de ser necesario, la posibilidad de hacer ciertas críticas. Tenemos el derecho pero también el deber de hacerlo. Y tenemos este deber porque somos bautizados. La papolatría enfermiza que observamos en nuestros días es hija de la ignorancia y de la manipulación. Muchos piensan que el Papa es siempre infalible, mientras que en verdad solo lo es cuando habla ex cathedra, cosa que solo sucede rara vez. Casi nunca. Sin embargo, cuando el Papa habla ex cathedra, debe hacerlo tan abiertamente que los fieles sean conscientes de ello. Sostener que el Papa siempre tiene la razón solo porque es el Papa es caer en un clericalismo extremo, y es de notar que quienes dicen ser anticlericalistas suelen caer en esta especie de papolatría. Cuando vamos a misa, nosotros los católicos indudablemente oramos por el Papa, pero en el Credo decimos: creo en un solo Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Creo en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, etc.… Jamás decimos creo en el Papa. Y hay una razón para esto: el Papa no es más que servus servorum Dei. Su función es de servicio. Él debe estar al servicio de la fe, y tiene el deber de confirmar a sus hermanos en la fe. Solo alguien muy ignorante, o que tiene un interés específico, elevaría al Papa a una posición de intocabilidad que realmente no tiene.
“Nos conducen hacia la triste realidad en la que la Iglesia pierde a sus viejos creyentes sin encontrar nuevos. Es por eso que, y de qué manera, siento que me he vuelto tradicionalista, es decir, anclado fuertemente a una Iglesia que no puede y no debiera ofrecer descuentos.”
Q. ¿No cree que tal vez los medios tienen alguna responsabilidad al respecto?
A. Sin duda. Quienes estamos en los medios de comunicación tenemos una gran responsabilidad, incluso en este caso: hemos convertido al Papa en algo que no es, en una especie de Superman. En cambio, debemos repetirlo, él es un servidor. Es solo a Dios a quien debemos obediencia total e incondicional, no al Papa. El Papa puede ciertamente equivocarse, incluso podría convertirse en hereje; también podría enloquecer. Incluso en un Papa proclamado santo (como en el caso de Juan Pablo II) los católicos estamos en condiciones de encontrar zonas de sombras. Porque somos realmente libres. Como habrán notado, entre las acusaciones realizadas contra el ex nuncio de los Estados Unidos, Carlo Maria Viganò, tras la publicación de sus memorias, hubo una acusación de perjurio. Según sus detractores, monseñor habría cometido perjurio porque había jurado fidelidad al Papa pero luego se rebeló en su contra, al punto de acusarlo. Pero incluso aquí hay un error elevado a la altura de un arte. Es cierto: todo clérigo, más aún quienes trabajan en el servicio diplomático de la Santa Sede, jura fidelidad al Papa, pero este juramento verdaderamente pierde vigencia desde el momento en que el clérigo reconoce que el Papa no está trabajando para confirmar a sus hermanos en la fe sino para confundirlos; no para transmitir la correcta doctrina sino para transmitir sus propias ideas personales; no para encomendar a la Iglesia al cuidado de pastores santos sino para colocarla en manos de hombres moralmente corruptos. Si no tuviéramos esta libertad de decisión, nosotros los católicos no seríamos hijos de la Iglesia sino miembros de una secta. Y sin embargo decir estas cosas hoy, nos expone a acusaciones de todo tipo.
El Papa puede ciertamente equivocarse, incluso podría convertirse en hereje; también podría enloquecer.
Q. ¿Por ejemplo?
A. Me han llamado traidor, hipócrita, y falso. Obviamente, considerando que estas acusaciones provienen de los enemigos de la Iglesia, considero todas estas acusaciones como medallas de honor en defensa de la Verdad. Pero cuando estas acusaciones son realizadas por católicos, te hace tomar consciencia del nivel de decadencia en el que hemos caído. Ni hablar de la trillada y más frecuente acusación de ser rígido y tradicionalista. Pero me pregunto: ¿Un católico puede no ser rígido y tradicionalista? No, no puede. La ley divina es una, y no podemos torcerla a conveniencia utilizando los principios del relativismo. Los mandamientos fueron escritos sobre piedra. Y la tradición es el instrumento por el cual la Santa Madre Iglesia, como toda buena madre, guarda y transmite lo que es bueno para sus hijos para protegerlos del mal y salvar sus almas. Aquí no estamos razonando como teólogos, dado que ninguno de nosotros lo es, sino simplemente como personas con sentido común.
“Nos dirán: ¡Ustedes son como los cruzados! Sí, es exactamente así como debemos ser.”
Q. Un sentido común que en el mundo de hoy parece cada vez más escaso, casi anatema…
A. El hecho es que vivimos en un mundo dado vuelta, donde te hacen pensar que lo que es malo es en realidad bueno o te dicen que el bien y el mal  no existen en sí mismos, solo existen en la condición subjetiva en la que cada individuo vive su propia realidad. De esta manera, la noción de pecado en sí misma queda eliminada y la persona es abandonada en el desorden moral. Una vez que los puntos de referencia desaparecieron, uno entra en el reino del subjetivismo en el cual la única ley conocida es la de seguir sus propios impulsos, y también la de la espontaneidad, que dice que si un acto es realizado sobre la base de una elección personal y libre entonces es bueno. Pero de esta manera todo se vuelve justificable. En cuanto a esto, el magisterio de Benedicto XVI era muy claro, pero el mundo lo rechazó y, peor aún, condenó al Papa como fanático sin corazón. Todo lo que observo me lleva a decir que la Iglesia ha tomado, desafortunadamente ya hace un tiempo, el camino del relativismo que Benedicto XVI siempre condenó, por ejemplo en su homilía durante la misa para le elección del romano pontífice que abrió el cónclave el 18 de abril de 2005.
En este mundo boca abajo a veces me detengo y miro a mi alrededor y me pregunto, ¿seré yo tal  vez el que ha enloquecido? Hablo en serio: en el actual contexto religioso y cultural en el cual afirmar que existen el bien y el mal objetivos hace que la gente te mire como un leproso y te excluya del foro civil, con frecuencia me hace dudar de mí mismo. Afortunadamente hay otras personas que también salieron de sus catacumbas, se hacen las mismas preguntas y están igual de perplejas. Y así nos reconocemos, nos apoyamos unos en otros, y también encontramos la fortaleza para reaccionar y luchar. Pienso en las palabras de Chesterton: Se encenderán hogueras para atestiguar que dos más dos son cuatro. Se desenvainarán espadas para probar que en verano las hojas son verdes.
Pareciera que hemos llegado a ese punto. Sin duda, hay una crisis de fe, pero antes que eso hay una profunda crisis de razón. Y eso torna más importante la necesidad de solidaridad entre nosotros quienes, obstinadamente, decimos que dos y dos son cuatro y no que dos y dos generalmente son cuatro pero a veces también son cinco.
Q. ¿Qué piensa del problema del enfrentamiento entre tradicionalistas vs. progresistas?
A. Este no es el problema principal. Estas son solo etiquetas, ampliamente utilizadas por quienes, ya sea sin saber cómo o sin querer debatir, se refugian en eslóganes prefabricados. Después de todo, hoy el mero hecho de tener una fe clara basada en el Credo de la Iglesia es con frecuencia más que suficiente para tildar a uno de fundamentalista.
El problema es bastante simple: ¿a quién y qué queremos tomar como punto de referencia para nuestras vidas? ¿A Dios o al hombre? ¿La eterna ley divina o los caprichos de la criatura? ¿La objetividad del bien y el mal o el subjetivismo que justifica todo? Conozco muchos católicos buenos y fieles que, cuando les hago estas preguntas, me miran como atontados. No están acostumbrados a pensar estas preguntas en estos términos. El así llamado paradigma de la Iglesia que ha sido desplegado a lo largo de unos pocos años es impuesto como una ideología que se concentra en dar asistencia social y evitar las grandes preguntas.
No es una coincidencia que en nuestras iglesias ya nadie hable del fin de los tiempos y las últimas cosas (los novísimos). Solo están interesados en las penúltimas cosas, las cosas relacionadas con el aquí y ahora, no la vida eterna. Y por lo tanto, uno llega a la paradoja de ver fieles convocando a sacerdotes y a obispos a su deber de levantar la mirada hacia el Absoluto, aconsejándoles no hablar como si fueran expertos en economía, sindicatos, o ecología.
Por lo tanto, ya basta de discursos sobre el respeto por el medioambiente, los deberes de las finanzas, las injusticias sociales, recibir a los inmigrantes, etc. Quiero que me confirmen en la fe porque ese es su deber. Y yo, como fiel, tengo el derecho y el deber de hacer este reclamo.
Q. Pareciera entonces que la Iglesia, o para ser más exactos, una porción de su clero, está cambiando radicalmente su lugar…
A. Al respecto, una interesante coincidencia viene a mi mente. La encíclica de Pío XII, Meminisse Iuvat (1958) recomienda que, en medio de las olas de este mundo, el barco de la Iglesia permanezca inmóvil, firme en la fe y sin ceder. Noté el año de la encíclica porque también es el año en que nací. Pero hoy, pedirle que permanezca inmóvil, como hizo Pío XII, suena a blasfemia o provoca risas y burlas. Hoy ellos dicen que la Iglesia debiera… salir… ser dinámica… escuchar… no auto-referencial, etc. ¿Pero a dónde nos conducen estas fórmulas? Nos conducen hacia la triste realidad en la que la Iglesia pierde a sus viejos creyentes sin encontrar nuevos. Es por esto que, y de qué manera, siento que me he vuelto tradicionalista, es decir, anclado fuertemente a una Iglesia que no puede y no debiera ofrecer descuentos, porque si comienza a ofrecer descuentos se pierde a sí misma y su misión, que no es cambiar a la sociedad sino salvar almas. Parece obvio que la Iglesia debe redescubrirse y, ante sacerdotes que han perdido su identidad, recae sobre nosotros los laicos tomar el timón.
Q. ¿Y cómo debiera lograrse esto, en su opinión?
A. Como prerrequisito, creo que es necesario que nosotros los laicos tomemos partido. Casi a diario me encuentro con personas que me dicen: comprendo tu asombro, pero es mejor no hablar de estas cosas, solo debemos orar y esperar que todo esto pase. No coincido con esta postura. Como dije antes, no es solo el derecho sino el deber de los bautizados defender la verdad, la recta doctrina, y la correcta liturgia.
Necesitamos comprender que el estado actual de la situación es de conflicto interno. En otros tiempos los católicos debían lidiar con ateos, anticlericalistas, pero hoy debemos lidiar con católicos diseñados a su medida que, probablemente, en realidad sean protestantes o incluso peor. En mi tiempo nos enseñaban que quien recibía la Confirmación se convertía en un soldado de Cristo. Es así: necesitamos volver a ser soldados de Cristo. No podemos permitirnos ser pasivos, ni vivir tranquilamente. Nos dirán: ¡Ustedes son como los cruzados!
Sí, es exactamente así como debemos ser.
Alberto Carosa 
(Traducido por Marilina Manteiga. Fuente)