BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



miércoles, 24 de febrero de 2021

La degradación litúrgica pone en peligro la misma fe (Aldo María Valli)

 MARCHANDO RELIGIÓN



Traducido por Miguel Toledano para Marchando Religión

-------

Últimamente me ha llamado la atención una carta escrita por un religioso dominico que se interesa por la degradación litúrgica imperante y que escribe lo siguiente: “Ya no son los ateos, anticlericales o librepensadores, ni los sin Dios, quienes desean a cualquier precio quitar a los fieles lo que éstos consideran más precioso; sino que son los obispos los que se dedican a dicho objetivo”.

La denuncia es muy fuerte. En la carta, el religioso habla de “iniciativas litúrgicas anárquicas y profanas” que “pululan por todas partes en nuestras iglesias e incluso en nuestras catedrales más venerables, con el consentimiento e incluso la participación de algunos obispos”. De hecho, parece que para estos mismos obispos el peligro es la Misa tridentina según el rito de san Pío V.

Escribe igualmente el autor de la carta: 
“¿Por quién nos toman nuestros obispos? Nos sabemos los textos. Nos consta que el nuevo misal de Pablo VI está únicamente autorizado, no impuesto. Sabemos que Pablo VI jamás ha prohibido la celebración de la Misa conforme al rito de san Pío V. Sabemos que el Concilio, por su parte, y el mismo papa, consideran el latín como la lengua oficial de la Iglesia”. Y sin embargo, “a día de hoy un sacerdote puede prestar su iglesia a musulmanes, budistas, tibetanos, patagones, hippies, papúes, niños, niñas, ambiguos, ambivalentes, ambidextros, anfibios y vendedores ambulantes; pero, por desgracia, si un infeliz sacerdote quiere celebrar la Misa para la cual la misma iglesia fue construida (por el pueblo, no por los sacerdotes) y, si el pueblo desea asistir a la misma Misa que se ha celebrado en dicho lugar durante siglos, resulta que no faltan los anatemas episcopales. Que además proceden de los mismos obispos que hablan de ecumenismo, pluralismo y tolerancia. Obispos que en las relaciones con todo el mundo son un pedazo de pan, pero que contra nosotros, hermanos en la fe y en el sacerdocio, disparan su artillería de forma despiadada”.
El autor de la carta, como se ve, no está exento de retórica polémica, particularmente gráfica cuando sostiene que los obispos y sacerdotes conocidos por ser “un pedazo de pan” cierran la puerta a una única categoría de personas: los católicos que quieren seguir siendo fieles a la liturgia antigua.

Para finalizar, escribe el religioso: “Santo Tomás de Aquino nos dice que la Eucaristía es el bien común de la Iglesia católica. Cuando este bien común queda destruido, se desintegra toda la Iglesia”.

¿Y por qué me ha impactado tanto esta carta? Porque, una vez redactada por el dominico francés Raymond-Leopold Bruckberger, fue publicada en Le Figaro del 24 de enero de 1975. Sí, habéis leído bien: 1975. Pensaréis que hace cuarenta y seis años ya estaban bien descritos y evidenciados, a los ojos de quienes querían ver, todos los problemas que vivimos hoy y que nos provocan amargura tan a menudo.

Además, mientras leía la carta del padre Bruckberger, recibí otra, procedente de una lectora de mi blog Duc in altum. Una carta que revelaba sufrimiento, llena de desánimo, que comienza así: “Quiero manifestar el malestar que me invade cada vez que voy a Misa. Malestar creciente, contra el cual trato de luchar, pero con escaso resultado. Desde que entro en la iglesia no consigo estar tranquila. Veo demasiadas cosas que no proceden. Me digo que no debo juzgar, pero mi sentimiento es más fuerte que yo. Miro a Nuestro Señor clavado en la cruz y le pregunto cómo puede soportar tanto desprecio y tanto abuso. No ha bastado cambiar el Padre nuestro. Ahora los obispos, siempre dispuestos a descuidar lo esencial en pro de lo superfluo, han llegado a inventarse el grotesco intercambio de miradas de paz. Hay quien guiña el ojo, otros hacen una reverencia (a Dios no, pero al que está al lado sí). Toda la escena tiene algo de tragicómico. La Comunión se distribuye rigurosamente en la mano, con los fieles de pie, lo que es el colmo del desastre. Después de la Misa vuelvo a casa con expresión sombría y con sentido de culpa por mis críticas, pero ¿Cómo podría evitar no ver lo que veo?”

El padre Bruckberger, al final de su reflexión y citando el pensamiento de Henri Bergson, el filósofo que el difunto Vittorio Mathieu definió como “el gran olvidado de la filosofía contemporánea”, observa que los ritos y las ceremonias sin ninguna duda emanan de la fe, pero también tienen un efecto sobre ésta. Los ritos y ceremonias pueden consolidar la fe, pero alterados y pervertidos la fe corre el riesgo de ser destruida.

Y, sin embargo, con raras excepciones, nuestros pastores ni ven ni oyen. Y, siempre misericordiosos y acogedores con todos, se muestran súbitamente duros e inflexibles hacia quien se permite recordar que Deus non irridetur.

Aldo Mª Valli