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lunes, 12 de julio de 2021

Viganò: Los cardenales Cupich, Gregory y Tobin son indignos de celebrar la Misa

 ADELANTE LA FE


- LifeSiteNews: ¿Qué le parece el apoyo del papa Francisco al padre James Martin?

Monseñor Viganò: La ideología LGBT+ y la de género que ésta presupone como postulado constituyen un peligro mortal para toda nuestra sociedad, para la familia, la persona humana y evidentemente para la Iglesia, porque disuelven la estructura social, las relaciones interpersonales y el concepto mismo de la realidad biológica de los sexos, que se transforma arbitrariamente según la variable y dudosa percepción subjetiva de la propia persona basada en el género. Muchos no se dan cuenta del caos que acarreará no sólo en las costumbres sociales y en las familias, sino también en lo religioso porque reconocer el movimiento LGBT llevará irremediablemente a quienes tienen eso que llaman disforia de género a exigir que se les acepte en parroquias y comunidades. Ejemplo emblemático de ello sería el caso de un hombre que fuera ordenado sacerdote y en un momento dado llegase a reconocerse como mujer: ¿tendremos que prepararnos para la posibilidad de que un transexual o un travestido diga Misa? ¿Y cómo reconciliar la persistente existencia del cromosoma masculino –del cual depende indiscutiblemente el sacramento del Orden Sacerdotal– con una persona que tiene aspecto de mujer? ¿Qué habría que pensar de una monja que creyendo ser varón pidiera ser transferida a un convento masculino, y tal vez que hasta se le confiriesen órdenes sagradas? Este delirio, cuyas consecuencias son absurdas y alarmantes en el terreno de lo civil, de aplicarse al religioso asestarían un golpe mortal al ya torturado cuerpo de la Iglesia.

Hay que tener en cuenta las razones que han llevado a personajes como James Martin SJ a disfrutar tanta notoriedad y visibilidad en el ámbito eclesiástico y aun en las instituciones romanas, al punto de ser nombrado asesor del Dicasterio para las Comunicaciones y de haber recibido hace poco una carta manuscrita de Bergoglio. Su ostentoso compromiso en apoyo del movimiento pansexualista supone la aprobación preventiva y acrítica de una infinita variedad de perversiones sexuales. Esa apriorística adhesión no es el deplorable exceso de un jesuita aislado; es el acto planificado de una vanguardia ideológica que ya ha demostrado ser ingobernable y capaz de orientar el propio magisterio de Bergoglio y su corte pontificia.

La ideología LGBT es el nuevo paradigma moral de la religión mundialista de lo indefinido , y tiene una clara matriz gnóstica y luciferina. La ausencia de dogmas revelados sobrenaturalmente es la premisa de un superdogma posthumano en el que la Fe se pervierte para que llegue a aceptar incondicionalmente toda clase de herejías y depravaciones, la Esperanza se diluye en la absurda pretensión de una salvación garantizada hic et nunc y la Caridad se corrompe y convierte en una solidaridad horizontal desprovista de su razón última, que está en Dios. El activismo del jesuita Martin prefigura el irisado apostolado de la Era de Acuario, la religión del Anticristo y el culto a ídolos y demonios, empezando por la asquerosa Pachamama.

Por ese motivo, la indecente y escandalosa aprobación bergogliana de las aberrantes provocaciones de James Martin no es sino un paso más por un camino que emprendió con su famoso ¿Quién soy yo para juzgar?, en plena coherencia con la línea rupturista de su pontificado. Se trata de un gesto suicida por el que los dirigentes de la Iglesia se rinden incondicionalmente a la anticristiana ideología del mundialismo y entregan todo el rebaño de Cristo como rehén al Enemigo, abdicando de sus funciones pastorales y revelando lo que realmente son: mercenarios y traidores. Asistimos escandalizados a la transición del «argue, obsecra, increpa, insta opportune importune» –«insta a tiempo y a destiempo, reprende, censura, exhorta con toda longanimidad y doctrina» (2 Tim. 4,2) – al «loquimini nobis placentia»– «habladnos de cosas agradables » (Is. 30,10).

No tiene, pues, nada de sorprendente que James Martin goce de tanto aprecio en las altas esferas vaticanas, lo cual en virtud de los métodos vigentes desde el Concilio deja rienda suelta a los más exaltados exponentes de las corrientes progresistas para después adoptar la dialéctica de Hegel con la tesis de la moral natural y católica, la antítesis de las desviaciones doctrinales y la síntesis de un nuevo magisterio acorde con los tiempos.

Esta forma de proceder, que a algunos podría parecerles una prudente puesta al día ante la mentalidad secularizada de nuestros tiempos, trasluce no obstante una traición de proporciones colosales a las enseñanzas de Cristo y la ley impresa en el corazón del hombre por su Creador. Una licencia mayor ante el vicio, ampliamente deseada y promovida por la anticristiana ideología dominante de hoy, no legitima en modo alguno esta dejación por parte de la Jerarquía del mandato que recibieron del Señor, como tampoco autoriza adulterios que apuntan exclusivamente a aceptar el espíritu del mundo y la corrupción de las costumbres. Al contrario, cuanto más fomenta la ideología dominante la desaparición de los principios inmutables de la moral cristiana, más tienen los pastores el deber de corroborar sin vacilación lo que Dios les mandó predicar.

Me parece, por tanto, totalmente inmoral ante Dios y ante el honor de la Iglesia, un grave escándalo para los fieles y una lamentable dejación por parte de sacerdotes y confesores que se conceda tribuna a un jesuita que no basa el éxito personal en la debida acción pastoral tendiente a la conversión espiritual de homosexuales en lo que respecta a la moral, sino en la vana promesa de una alteración de la doctrina católica que haría legítima una conducta pecaminosa y otorga dignidad de interlocutor al movimiento LGTB. La mera utilización de este acrónimo, que acepta que algunos se acepten mecánicamente en una concreta perversión antinatural, pone de manifiesto la actitud servil de James Martin y sus colaboradores a las exigencias del lobby pansexual, cosa que la Iglesia no puede aceptar ni legitimar en modo alguno.

En todo caso, si un amplio sector del clero está tan impaciente por que la Jerarquía apruebe las exigencias de la ideología LGTB+, ello es claramente fruto de un condenable conflicto de intereses y una crisis moral y disciplinar de mucho calado.

- ¿Es posible cambiar las enseñanzas de la Iglesia en lo que se refiere a las uniones homosexuales, sobre todo teniendo en cuenta que el papa Francisco ha dado públicamente su sello de aprobación a uniones civiles que estaban condenadas por documentos magisteriales de la Santa Sede?
Hay que dejar claro que las conductas que contravienen el Sexto Mandamiento del Decálogo, en particular los desórdenes sexuales que ofenden al Creador en cuanto a la distinción natural de los sexos y la finalidad procreativa del acto sexual, no son pasibles de actualización, ni siquiera bajo la presión de lobbies o de leyes inicuas promulgadas por las autoridades civiles.
También es preciso denunciar la mentalidad hedonista y pansexualista que subyace a la ideología hoy dominante, según la cual el ejercicio de la sexualidad no está intrínsecamente ordenado a la procreación y puede tener por única finalidad la satisfacción descontrolada de las pasiones. Esta mentalidad repugna al orden natural dispuesto por el Creador, en el cual el acto sexual sólo es lícito en la unión de los esposos bendecida por el Sacramento y abierta a la concepción. Es evidente que, teniendo en cuenta que para empezar la naturaleza no permite la procreación entre dos hombres o entre dos mujeres, toda actividad sexual entre personas del mismo sexo es intrínsecamente desordenada y no tiene la menor justificación.

Las uniones civiles no son otra cosa que la legitimación de una concubinato en el que la pareja no asume los deberes y responsabilidades inherentes a la institución natural del matrimonio. Si las autoridades civiles aprueban esas uniones, cometen un abuso de autoridad, la cual les fue conferida por la Providencia dentro de los muy precisos límites del bien común, y sin perjudicar en ningún momento la salud de las almas por la que vela la Iglesia con autoridad maternal. Pero si las autoridades eclesiásticas ratifican esas uniones, a la traición al mandato recibido de Dios se añade la perversión de los fines dispuestos por el Creador. Esto hace nula de hecho toda forma, aun implícita, de aprobación oficial de conductas pecaminosas y escandalosas.

- En EE.UU. hay muchos obispos que firman en apoyo del lobby LGTB y respaldan esa orientación, y otros –como el cardenal Cupich– insinúan que las parejas homosexuales pueden recibir la Sagrada Comunión. ¿Qué les diría a los católicos que están perplejos ante semejantes declaraciones?

El pseudomagisterio de los últimos años, y en particular el de Amoris laetitiae en lo referente a administración de los Sacramentos a notorios convivientes y divorciados vueltos a casar, ha abierto una brecha en una parte del Magisterio en la que ni siquiera después del Concilio habían logrado los novadores demoler sistemáticamente. No tiene nada de extraño que, incluso en la tremenda gravedad de la situación, que una vez que se administra la Comunión a quienes están en pecado mortal, tan desafortunada decisión se haya extendido en beneficio de quienes no están en condiciones de contraer legítimas nupcias al no ser una pareja formada por un hombre y una mujer. Pero bien mirado, esta actitud heterodoxa es propia también de políticos que en su labor de gobierno y su desempeño de cara a la sociedad contravienen públicamente las enseñanzas de la Iglesia y faltan al compromiso de coherencia que asumieron en el Bautismo y la Confirmación. Por otro lado, los llamados católicos adultos, que a los ojos de Dios no han hecho otra cosa que rebelarse contra su santa Ley, son objeto de amplia aprobación por parte de obispos que son más rebeldes todavía –como Cupich, Tobin, Gregory y sus secuaces– mientras que los pastores fieles al ministerio que les encomendó el Señor no sólo reconocen la situación de pecado público de esos, sino que no quieren agravarla profanando el Santísimo Sacramento.

- ¿Cuál es la enseñanza esencial e inmutable de la Iglesia con respecto a la homosexualidad?

La Iglesia, fiel a las enseñanzas de su Cabeza, es Madre, no madrastra. No consiente a sus hijos en las debilidades y en la inclinación al pecado; los amonesta, exhorta y castiga con sanciones curativas a fin de dirigir a cada alma encaminándola hacia el fin por el cual fue creada, es decir, la eterna bienaventuranza. Toda alma es deseada y amada por Dios, y ha sido rescatada por el Redentor en la Cruz, que derramó su Sangre por ella. Cujus una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere. En el Adoro Te devote que compuso el Doctor Común, una sola gota de la preciosísima Sangre de Cristo tiene capacidad para salvar a todo el género humano de la totalidad de sus pecados.

La enseñanza inmutable de la Iglesia es sencilla y de una claridad diáfana, y está dirigida al amor a Dios y al prójimo por amor a Dios. No se impone como una cruel castración de las tendencias e inclinaciones de la persona que irracionalmente defiende su legitimidad, sino como un desarrollo armonioso y amoroso de la persona en dirección al único fin que puede satisfacerla plenamente y que se corresponde con la esencia íntima de su naturaleza. El hombre ha sido creado para amar, adorar y servir a Dios, y alcanzar de ese modo la eterna bienaventuranza en la gloria del Paraíso.
Hacerle creer que si satisface instintos corrompidos fruto del pecado original y sus pecados personales puede realizarse apartado de Dios y en contra de Él es un engaño culpable y una gravísima responsabilidad que pesa sobre quienes abusan de su posición de pastores para confundir y despeñar a las ovejas.
Por el contrario, es necesario hacerles ver con paciencia y una firme orientación espiritual que todo ser humano tiene un destino sobrenatural y un camino de sufrimientos y sacrificios que sirven para curtirlo y hacerlo digno de su premio celestial. Sin calvario no hay resurrección, y sin combate no hay victoria. Así es con toda alma redimida por Nuestro Señor: sea casado, célibe, sacerdote, laico, hombre, mujer, niño o anciano. Todos participamos por igual en la batalla contra la propia naturaleza corrompida por el pecado original; quien administra dinero tiene que combatir la tentación del latrocinio; el casado, la de traicionar a su esposa; quien vive en castidad, las tentaciones contra la pureza; quien disfruta de la buena mesa, la de la gula; y quien es objeto de público aplauso la tentación del orgullo.

Así pues, con humildad y confianza en la Gracia de Dios, y recurriendo a la intercesión de la bienaventurada Virgen María, toda persona a la que el Señor pone a prueba –incluso en la dolorosa situación de la homosexualidad– tiene que comprender que combatiendo el pecado es como se conquista un puesto en la eternidad, se consigue que la Pasión de Cristo no fuera en vano y se hace resplandecer la misericordia de Dios hacia sus criaturas, a las que Él ayuda en el momento de la tentación. Pero no con la engañosa aprobación de inclinaciones al mal, sino señalando al destino glorioso que nos aguarda a cada uno: la participación en la Cena de las Bodas del Cordero vistiendo las vestiduras reales que nos tiene preparadas.

Que la Gracia, recuperada por la absolución sacramental y el alimento celestial de la Sagrada Eucaristía, Pan de los ángeles y prenda de gloria venidera, nos asistan en esta peregrinación en la Tierra.

+ Carlo Maria Viganò, arzobispo

3 de julio de 2021

San Ireneo, obispo y mártir

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

martes, 25 de junio de 2019

Father John F. O'Connor warned about Card. Bernardin and was punished


Duración 3:27 minutos




Chicago Cardinal Blaise Cupich kept secret series of documents revealing that the late Chicago Cardinal Joseph Bernardin, a hardcore Modernist, was reported to have abused minors, male seminarians and other adults. According to Church Militant, citing anonymous sources, Cupich who owes his career to Cardinal McCarrick, is now being investigated by state authorities because he failed to reveal these facts. Not surprisingly, Pope Francis chose Cupich as the head of the February abuse summit in the Vatican.

The documents obtained by Church Militant reveal that the Chicago Archdiocese, then Pro-Nuncio to the United States, Archbishop Cacciavillan, and the Vatican Secretary of State were informed of the allegations against Bernardin. But the Vatican didn’t open an inquiry, also because Bernardin was protected by the liberal oligarch media. Commentators on gloria.tv who studied in Rome confirm that Bernardin's pajama parties for young priests were well known. Even Gloria.tv’s Father Reto Nay heard at the time about them.

The American Dominican, Father John F. O'Connor, revealed already in the early 90's Bernardine's sexual abuses. As a result, O'Connor was dismissed from the Dominican order and suspended because - quote – "he harmed the reputation of the Central Province, the whole Dominican Order and the Church with his accusations against Bernardin." His superiors even wanted to force him to undergo a psychiatric treatment, but O’Connor refused. Obviously, his revelations were also ignored by the oligarch media who at the time were promoting sexual contacts between adults and minors.

Bernardin was the leading modernist in the U.S. He was in charge of the assignment of bishops during many years of the pontificate of John Paul II. Church Militant concludes that the Catholic Church in America, as it is now constituted, was designed and engineered by not one but two homosexuals, Cardinal McCarrick and Cardinal Bernardin. They promoted many corrupt priests to the episcopacy. Many of them are still serving in senior posts.

One year ago, Gloria.tv reported that the Vatican Secretary of State, Cardinal Pietro Parolin called Bernardin during a Mass in the Italian home-town of his parents, "the great Joseph Bernardin." Parolin went on claiming that Bernardin was a "great shepherd but then, above all, he suffered so much."


martes, 15 de enero de 2019

El cardenal Cupich ‘suena’ para la Archidiócesis de Washington (Carlos Esteban)



El Vaticano calla ante la noticia de que el administrador apostólico de Washington y ex arzobispo, cardenal Donald Wuerl, mintió sobre lo que sabía de Theodore McCarrick, pero aumenta la presión sobre Roma para que se nombre pronto a un nuevo arzobispo. ¿Podría ser Cupich, para mantener la tendencia?
Es llamativo que de un Papa tan inconteniblemente locuaz, uno de los rasgos más notorios y que más peso está teniendo en su gobierno de la Iglesia sea el silencio. El silencio selectivo, meditado, deliberado; el silencio cuando el mundo entero -la Iglesia, al menos- espera una respuesta, alguna reacción. Es el silencio ante las Dudas de cuatro cardenales sobre puntos alarmantemente confusos de su exhortación Amoris Laetitia, el silencio anunciado ante las graves acusaciones vertidas por el arzobispo Carlo Maria Viganò en su célebre testimonioY, ahora, el silencio ante la evidencia de que el cardenal Donald Wuerl, a quien dejó como administrador apostólico de la primera archidiócesis de Estados Unidos, Washington, después de demorarse cuanto pudo en aceptar su renuncia por edad con tres años de retraso, mintió al decir que no había oído rumor alguno sobre los abusos homosexuales del ex cardenal McCarrick.
El asunto es gravísimo, entre otras cosas porque lleva a la lógica conclusión de que si Wuerl sabía -como se ha demostrado- y dijo no haber oído nada y se mostró sorprendidísimo, hay más razones aún para pensar que los pupilos de McCarrick, Kevin Farrell, Joseph Tobin y Blaise Cupich conocían el asunto y mintieron igualmente. Después de todo, la prensa dio por hecho en su día que los nombramientos de estos dos últimos se debían exclusivamente a la ‘longa manus’ del todopoderoso arzobispo emérito.

Pero de Roma no ha llegado una palabra, ni siquiera de los adláteres del Papa: silencio. Y eso que, incluso en las mejores condiciones, la archidiócesis de la capital no es una sede que pueda quedarse vacante mucho tiempo, y las quinielas que se hacen ya no resultan especialmente para Farrell.

Según Rocco Palmo, cronista que conoce los recovecos eclesiales como la palma de su mano, suena Cupich. Sí, parece bastante absurdo. El Papa se sintió obligado a aceptar la renuncia de Wuerl en medio de una fortísima campaña mediática, después de que el cardenal apareciese citado 68 veces en el informe del gran jurado de Pensilvania, y una campaña similar se ha montado ya para echar a Cupich de Chicago.

Cupich tiene un historial preocupante en el asunto que más se debate, el del encubrimiento de abusos sexuales clericales, llegando a reconocer que supo de algunos casos y que no hizo nada por denunciarlos, por no hablar de sus penosos intentos por quitar hierro a todo el escándalo alegando que el Papa tenía otras cosas más urgentes e importantes de qué ocuparse como… el medio ambiente.

De hecho, Palmo no cree probable que el Papa ‘se atreva’ a llevar a Cupich a Washington. Y, sin embargo, cuadra a la perfección con lo que sabemos de la política de nombramientos (y ceses) de Francisco. Para empezar, ya le ha nombrado coordinador y organizador del encuentro episcopal del mes que viene para tratar el asunto de los abusos, un espaldarazo que ha sorprendido a mucho e indignado a otros tantos.

Si la experiencia de estos casi seis años es una indicación, sabemos ya que Francisco aborrece que la presión pública condicione sus nombramientos. Rechazó hasta tres veces la renuncia que le presentó el obispo chileno Juan Barros, negándose a creer lo que voceaban todas las víctimas del pederasta padre Karadima en el sentido de que el obispo emérito de Osorno había sido cómplice pasivo del acusado. En el caso más reciente, Zanchetta, lo nombró obispo de Orán, en Argentina, apenas llegado al solio pontificio, aceptó su renuncia “por enfermedad” cuando las acusaciones de abusos amenazaban con hacerse públicas, y a pesar de estar acusado, entre otras cosas, y de ser un pésimo administrador, creó para él luego un cargo administrando las extensas propiedades vaticanas en la APSA.

Tampoco es exactamente un secreto que el Papa premia con nombramientos clave más la lealtad que la competencia, como puede verse en los casos del propio Zanchetta y de su confidente y compatriota Víctor Manuel ‘Tucho’ Fernández, a quien ha premiado con la Archidiócesis de la Plata pese a su exiguo y cuestionado historial eclesiástico.

Por último, y esto parece ya una verdadera maldición, el Papa parece tener especial querencia por prelados de oscuro pasado, conocidos por sus debilidades o de ortodoxia cuestionada: una vez más, Zanchetta, pero también su ‘hombre’ en Latinoamérica, el cardenal hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga, monseñor Battista Ricca, el cardenal Reinhard Marx, el propio cardenal McCarrick -a quien sacó del retiro para encomendarle delicadas negociaciones diplomáticas-, el cardenal Errazuriz y, en fin, otros tantos.

Carlos Esteban

sábado, 12 de enero de 2019

Cae en picado la confianza en el clero en Estados Unidos (Carlos Esteban)



En el último año, la confianza en el clero se ha desplomado en Estados Unidos, según datos del gigante de la demoscopia Gallup. Solo el 31% de los católicos estadounidenses puntúan como “altos” o “muy altos” los estándares morales o la honestidad de sacerdotes y prelados.

Parece un caso de justicia poética que la encuesta Gallup sobre confianza en el clero en el último año se hiciera pública solo un día después de saberse que el cardenal Donald Wuerl, administrador apostólico y ex arzobispo de Washington, mintió cuando dijo no haber oído nada sobre la conducta de su predecesor, el notorio pederasta Theodore McCarrick. Y es que la confianza de los católicos norteamericanos en el clero cayó 18 puntos en 2018 con respecto al año anterior. En comparación, la opinión de los protestantes sobre el mismo asunto se mantuvo prácticamente estable, con una caída en la confianza de solo un punto porcentual.

Ya antes las encuestas habían detectado una pérdida de confianza entre los fieles hacia la propia Iglesia. Un estudio demoscópico llevado a cabo el pasado verano registró un descenso en la confianza de los católicos en la Iglesia del 52% en junio de 2017 al 44% el mismo mes del año pasado.

Es evidente que los sucesos de este verano pasado han deteriorado masivamente la confianza puesta por los feligreses en un clero que se ha revelado plagado de casos de pederastia y de encubrimientos de los mismos por parte de los prelados. La última noticia, que dábamos ayer mismo, de que el cardenal Donald Wuerl conocía, pese haber afirmado repetidamente lo contrario, los desmanes homosexuales del ex cardenal McCarrick no puede por menos que minar aún más esta ya maltrecha relación entre los fieles y su clero.

La reunión episcopal de excepción que tendrá lugar el próximo mes en Roma pretende, en parte, remendar esa confianza perdida, pero no va a ser fácil. No sólo el mal está demasiado avanzado como para que pueda darse una cura rápida y eficaz en el corto plazo, sino que sucesos posteriores a su convocatoria, como el caso del obispo Zanchetta, llevan a sospechar que no existe una verdadera voluntad de hacer más transparente a la Iglesia y aplicar una verdadera política de ‘tolerancia cero’, sino la ‘salvar la cara’ frente a la opinión pública.

En ningún momento fueron demasiado creíbles las vehementes negaciones de Wuerl, que aparece citado 68 veces en el demoledor informe del jurado de Pensilvania hecho público este verano como encubridor en su etapa de obispo de Pittsburgh, sino que como sucesor y amigo de McCarrick difícilmente podía ignorar lo que era un secreto a voces entre sacerdotes, seminaristas y aun periodistas especializados durante décadas.

Esta dificultad para creer la ignorancia de Wuerl -que se ha demostrado falsa- se aplica también a otros obispos que fueron elegidos para el episcopado por influencia de McCarrick, a menudo ignorando el proceso de selección habitual de nominados, como Blaise Cupich, Arzobispo de Chicago, Joseph Tobin, arzobispo de Newark, y quien fuera auxiliar y convivente durante años del prelado pederasta, Kevin Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.

De hecho, una de las razones para desconfiar de los resultados de la próxima reunión episcopal es el hecho de que Su Santidad haya elegido precisamente a Cupich para organizarla y coordinarla. Cupich reconoció recientemente que llegaron a su conocimiento casos de abusos entre sus sacerdotes que no denunció, y durante el estallido de la crisis Viganò hizo cuanto pudo por quitar hierro a la cuestión de los abusos, asegurando públicamente que el Papa tenía una agenda más amplia de que ocuparse, con temas urgentes como el medio ambiente.

Por lo demás, ninguno de los prelados que se reunirán en febrero en Roma ha sido capaz de señalar con el dedo el hecho más obvio y destacado de estos casos de abuso, a saber, que en su abrumadora mayoría -más del 80%- implican a sacerdotes homosexuales

Esta negativa a encarar lo evidente y ampararse en motivaciones vagas como el ‘clericalismo’, de tan difícil concreción, hace temer lo peor, un resultado que confirme en su desconfianza a esos católicos americanos que ya la han perdido.
Carlos Esteban

sábado, 5 de enero de 2019

¿Está el Vaticano intentando un ‘lavado de cara’ a McCarrick? (Carlos Esteban)



El portal Church Militant asegura saber de fuentes fiables que la investigación canónica sobre el ex cardenal Theodore McCarrick estaría intentando cuestionar la credibilidad de la víctima principal del prelado y presentando el abuso como consentido y no referido a un menor legal.

En lo que podría ser el intento más torpe de Roma en la cuestión de los abusos sexuales por parte de clérigos, los investigadores eclesiásticos que investigan el caso McCarrick estarían tratando de calificar de ‘no creíble’ la versión de la víctima, asegura el portal Church Militant. Alegan que el entonces adolescente de 16 años James Grein fue voluntariamente en busca del cardenal para ayudar en la misa de medianoche en 1972, tras la cual fue abusado en la sacristía.

Aun cuando el chico no fuera a San Patricio con intención sexual alguna, el hecho de que fuera voluntariamente exoneraría total o parcialmente a McCarrick, ya que este no fue en su búsqueda. Por otra parte, la edad del joven haría dudar de que se trate, legalmente hablando, de abuso a un menor.

La idea de que nadie pueda plantearse que los tocamientos sexuales de un arzobispo a un chico de 16 años que se ofrece a ayudar en misa sean otra cosa que un abominable abuso solo puede achacarse a la desesperación, en línea con las declaraciones del pupilo de McCarrick, el cardenal Blase Cupich, arzobispo de Chicago, cuando insinuó que las relaciones homosexuales de un sacerdote era meramente un asunto privado.

Son, naturalmente, malas noticias para quienes esperaban que la jerarquía eclesiástica se dejara de extrañas maniobras de ocultación y emprendiera una limpeza honesta y en profundidad, pero lo son de una forma más inmediata para el Cardenal Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York.

En efecto, fue Dolan quien, el pasado día 20 de junio, puso a rodar la bola de nieve que habría de convertirse en un gigantesco alud al anunciar la acusación ‘creíble’ contra McCarrick después de que James Grein, víctima durante años de los abusos del arzobispo emérito de Washington, mantuviera prolongadas entrevistas con el vicario general de la Archidiócesis de Nueva York, Richard Welch. Si, después de todo, el caso no se sostiene a ojos de Roma, Dolan habría acusado en falso a un hermano en el episcopado de un grave crimen.

Dolan ya ha sido recientemente acusado por su colega de Boston, el cardenal Sean O’Malley, de haber encubierto un caso en su diócesis, una iniciativa singular e inédita que hace sospechar que Dolan está en el punto de mira de la Curia.

En cualquier caso, de confirmarse esta información, indicaría a las claras que Roma sigue teniendo más interés en tapar los escándalos y pasar página que en entrar a saco en el problema y atajarlo de raíz.


Carlos Esteban

viernes, 21 de diciembre de 2018

Gran causa general por abusos en Estados Unidos, credo ecologista, obispos del partido, ... (Specola)



A pesar de estar en las vísperas de la Navidad las noticias siguen con una intensidad increíble. La situación creada por el ‘testimonio Viganò’ está abriendo una causa general en los Estados Unidos. 

Si buscamos en el mundo un sistema judicial fuerte e independiente es indudable que el estadounidense se lleva el premio. Los momentos que estamos viviendo prometen dejar en nada la causa chilena y la australiana. Ya son varios los estados que están abriendo procesos por abusos a todas las diócesis de su demarcación, y todo apunta a que nos veremos envueltos en una causa nacional. Sólo es cosa de tiempo.

Los documentos oficiales Vaticanos siguen con un lenguaje lleno de eufemismos y no terminan por llamar a las cosas por su nombre. Hoy estamos ante la enésima ‘aceptación de renuncia’ de un obispo sin especificar sus causas. La realidad es que es una destitución provocada por la presión de la prensa. El caso se hace público y no queda otra salida.

Todo lo que estamos viendo es imposible sin complicidades al más alto nivel. No es creíble que se pueda meter tanto la pata en nombramientos tan importantes y seguir durante decenios cubriendo las vergüenzas que todos conocen. Hacerse el tonto tiene unos límites y ya se han sobrepasado todas las líneas rojas que queramos poner.

La Secretaría de Estado cuenta con un abogado, muy conocido en los sacros palacios, que no tiene otro trabajo que impedir que los procesos de la justicia Norteamericana salpiquen a las autoridades vaticanas. El silencio absoluto del Papa Francisco y las continuas evasiones de las autoridades vaticanas hacen pesar que estamos muy próximos a ver implicados como testigos o como cómplices a las cumbres de la pirámide de mando.
Los jesuitas hacen pública su lista de abusadores. Illinois empieza su investigación sobre seis diócesis acusadas de ocultamiento. Cupich ve todo esto con profunda amargura. El cardenal Mahony se ve salpicado por la renuncia del que fue su auxiliar y protegido.

El Vaticano parece muy preocupado por el acuerdo de París sobre el cambio climático y sigue con su campaña proselitista promocionando los proyectos de las Naciones Unidas. Cuando muchas naciones están poniendo distancias de los organismos internacionales el Vaticano las acorta. Siempre ha actuado con la normal distancia de las cosas políticas, pero esta táctica parece que ha desaparecido y ahora somos los mayores defensores.

En China nos cuentan que el partido comunista ha empezado a reclutar futuros obispos y lo hace, eso dice, con el encargo de las autoridades Vaticanas. Puede ser o no ser consecuencia de los pactos cuyo contenido desconocemos. Los hechos son los hechos.

El mundo de la comunicación ha sufrido un cambio de fondo importante con la aparición y la generalización del uso de las nuevas tecnologías. Hoy se comenta la desaparición de la presencia de sacerdotes y religiosos en los programas de la televisión italiana. Se dice que su presencia suscita demasiados interrogantes y que es mejor no aparecer.

Las divergencias doctrinales no saltan mucho a los medios, pero son el mar de fondo de muchas de las cosas que estamos viviendo. Henry Sire está promocionando su libro por Italia. El club de los opositores de Bergoglio se agranda y se fortalece. Tenemos delante tiempos complicado que sin duda seguirán dando mucho trabajo a esta Specola.

“Hoy es el día de vuestra liberación, por dos veces darás gracias.”

Buena lectura.
Specola

domingo, 25 de noviembre de 2018

El Papa encarga a Cupich organizar el encuentro episcopal sobre abusos (Carlos Esteban)



Su Santidad ha nombrado al cardenal Blase Cupich, arzobispo de Chicago, miembro de un comité de cuatro obispos que organizarán la cumbre vaticana del próximo febrero para tratar sobre los abusos sexuales del clero.

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En vísperas de la reciente asamblea plenaria de la Conferencias Episcopal de Estados Unidos cayó como una bomba el veto, comunicado apenas 24 horas antes de su inicio, de votar dos medidas ya preparadas para combatir la plaga de abusos y encubrimientos de abusos que asola la iglesia americana. La orden venía directamente de la Congregación para los Obispos, y el pretexto era que sería mejor esperar a la reunión extraordinaria de febrero, dedicada monográficamente a este asuntos, para aplicar métodos iguales en toda la Iglesia, aunque en esas mismas fechas las conferencias de Francia e Italia aprobaban sus propias medidas al respecto.

Al malestar causado por la súbita prohibición se suma ahora la noticia de que Cupich, el cardenal ascendido por recomendación del pederasta McCarrick y el único que habló a favor del veto en la asamblea de obispos, es la persona elegida por Roma para organizar la reunión de febrero junto al cardenal Oswald Gracias, arzobispo de Bombay, el arzobispo de Malta, Charles Scicluna, y el jesuita padre Hanz Zollner, presidente del Centro para la Protección de Menores en la Pontificia Universidad Gregoriana.

Los fieles críticos con la inacción vaticana ante las noticias de abusos que han estallado este verano pasado ven este nombramiento como una evidencia de que Roma quiere a toda costa disociar los abusos de lo que estudio tras estudio muestra como una de sus causas principales: la vasta infiltración de homosexuales en las filas del clero.

En su algo tardía reacción primera, la carta al pueblo de Dios, el Papa se apresuró a encontrar un culpable, el ‘clericalismo’, y obvió toda referencia al elefante rosa en la sala de estar. El propio Cupich fue más lejos, declarando expresamente que la homosexualidad no era un factor significativo en los abusos, pese a que más del ochenta por ciento de las víctimas fueran varones, e incluso disculpó la inacción vaticana alegando que la Curia tiene “una agencia más amplia”, citando el medio ambiente y la inmigración.

Scicluna, por su parte, se supone que es un experto en estas lides. Recibió en 2002 el encargo de Joseph Ratzinger, entonces prefecto para la Doctrina de la Fe, de investigar casos de abusos sexuales a menores por parte de los clérigos, y fue quien se ocupó, en 2005 por orden del mismo Ratzinger, de dirigir la investigación contra el fundador de los Legionarios de Cristo, padre Marcel Maciel.

Francisco ha seguido empleándole en este cometido, y el pasado febrero fue enviado a Chile a investigar acusaciones de que Juan Barros, nombrado por el propio Francisco obispo de Osorno contra el parecer de una mayoría de obispos chilenos, había sido connivente y testigo pasivo en el abuso de niños por su entonces mentor, el notorio pedófilo padre Fernando Karadima. La investigación realizada por Scicluna llevó a que el Papa aceptara al fin la renuncia de Barros. Recientemente, el Papa ha nombrado a Scicluna secretario adjunto de la Congregación para la Doctina de la Fe, ahora encargada de este tipo de casos. Scicluna respaldó para Malta la interpretación pastoral más abierta de la exortación Amoris Laetitia.

Zollner, miembro de la Pontificia Comisión para la Protección de Menores, tiene fama de ser hombre que se toma muy en serio los casos de abusos a menores.

Carlos Esteban

lunes, 19 de noviembre de 2018

Cupich y Wuerl tenían su propio plan para combatir los escándalos en la iglesia de EEUU (Carlos Esteban)



¿Podría ser esa la explicación de que el Vaticano, que no ha tenido inconveniente en que los episcopados de Francia e Italia apliquen sus propias fórmulas contra el encubrimiento de abusos, haya prohibido al estadounidense hacer otro tanto? Es lo que revela la Catholic News Agency (CNA)

Los cardenales norteamericanos Blase Cupich y Donald Wuerl, ambos en la Congregación para los Obispos, habrían elaborado conjuntamente una estrategia para dotar a los obispos del país de medios con los que luchar contra el encubrimiento de casos de pederastia clerical, informa CNA. Esa podría haber sido la razón, o una de las razones, para que Roma, a través de la citada congregación, prohibiera a la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, a solo unas horas de su inicio, votar las medidas previstas desde hace algún tiempo.

Cupich sometió el plan el pasado martes a los prelados reunidos en plenaria como alternativa a la propuesta vetada, sobre la que los funcionarios episcopales llevaban trabajando desde hace ya algún tiempo.

La diferencia crucial es que, mientras la versión de la conferencia episcopal preveía la existencia de un panel dirigido por laicos para investigar las acusaciones de encubrimiento contra obispos, el plan de Cupich y Wuerl quiere que tales alegaciones contra un prelado las investigue su superior, es decir, el metropolitano, junto con oficinas archidiocesanas de supervisión. Las denuncias contra arzobispos las investigarían obispos sufraganeos ‘seniors’.

Este plan se habría presentado a la Congregación para los Obispos antes del comienzo de la asamblea, ante la que se presentó tras el veto romano a los planes de la propia conferencia, y contaría con el placet vaticano.

Aunque la excusa oficial del veto era, como hemos informado, que Roma quería esperar a la reunión de obispos convocada para febrero y dedicada monográficamente a este asunto, para crear sistemas de supervisión e investigación aplicables a toda la Iglesia, los casos de Francia e Italia hacen difícilmente sostenible esta explicación.
Alternativamente, se ha elucubrado mucho sobre las razones reales de este veto, viendo en él algunos observadores como un modo de enseñar al inquieto episcopado estadounidense “quién manda aquí” por parte de una Curia molesta ante una asamblea ‘desaconsejada’, mientras que otros creen que el caso norteamericano es especial porque los escándalos podrían afectar a prelados nombrados personalmente por Francisco y especialmente cercanos a su línea de gobierno.Pero las recientes revelaciones de CNA apuntan, paradójicamente, a otra motivación: el clericalismo. Es decir, que lo que Roma no está dispuesta a consentir es que los laicos fiscalicen la investigación sobre los clérigos.
El riesgo de esta aproximación al problema es evidente, y ciertamente se encierra en el fenómeno al que el propio Santo Padre responsabilizó en última instancia del escándalo, el clericalismo, que viene a ser la versión eclesial del corporativismo o gremialismo común en la vida civil.

Mejor que cualquiera de nosotros lo delató el defenestrado cardenal Roger Mahoney, emérito de Los Angeles, cuando se dirigió a sus colegas de la asamblea para disuadirles de que se acusen unos a otros, porque todos ellos son “hermanos en el episcopado”. Ciertamente, la autorregulación es, en este caso, especialmente falible, ya que los obispos forman un cuerpo relativamente pequeño y, como se ha demostrado en los últimos años, crecientemente alejados de la realidad de sus feligreses.

Carlos Esteban

sábado, 17 de noviembre de 2018

SOME GOOD GUYS, BUT NOT ENOUGH And one really bad one (Michael Voris)


Duración 5:30 minutos


I'm Michael Voris wrapping up our coverage of the bishops' sex abuse meeting here in Baltimore, or rather what was supposed to be a meeting about clerical sex abuse — which is mostly homosexual clergy sex abuse.

But it didn't exactly turn out that way once the gay mob in Rome abruptly ordered the U.S. bishops to cancel their planned vote on trying to get to the bottom of things. After that happened, not much else did.

There were speeches and grandstanding and controlling of events by Rome's waterboy, Cdl. Cupich, and as an aside, what a frightening thought that he may very well be voting on the next pope — him and quite a few others.

But some things did happen that were a cause for hope. A number of the less big-name bishops didspeak out and assert Catholicism, which must have been shocking to some of their fellow prelates. Bishops Strickland of Tyler, Texas; Daly of Spokane, Paprocki of Springfield, Illinois; Cozzens of St. Paul and Minneapolis; and McKnight of Jefferson City were the few who publicly insisted on fidelity to the Church's teaching.

And thank God for them. Privately, a number of other bishops were also applauding them but, because they haven't quite gotten up the nerve yet, remained in the background. They need to change that — and fast.

But no doubt about it, the entire meeting was dominated by what Abp. Viganò correctly labeled the homosexual current so dominant in the hierarchy. Cupich has clearly emerged as the conductor of this gay orchestra, and the bishops here know it.

At one point, a vote was taken to recommend the Vatican make public the entire file of McCarrick. Cupich seized control and made known — for a bunch of politically motivated reasons dressed up to appear reasonable — that the bishops should vote down any such measure.

They dutifully compiled by a vote of roughly 130-80 — no transparency needed. When Cdl. O'Malley suggested what many consider to be a change in the definition of "vulnerable adults" when categorizing sex abuse victims, it was again Cupich who seized control and said things would be complicated involving priests having sex with adults if the adults were consenting.

Every time the man speaks, he sounds more like a corporate chieftain than a successor of the Apostles. The mystery is: has he been given complete freedom by Rome to control the conference the way he sees fit, or is he consulting every step of the way and checking in with Rome frequently?

At this rate, it is far less than the conference of U.S. bishops, it would be more accurate to describe it as the Cupich Conference and some other bishops just hanging out. Current president Daniel DiNardo has effectively been removed from any serious power or authority. That was evident by the smackdown he received from Francis in August when the Pope told him to take a hike when he asked for an investigation into the McCarrick affair.

Cupich is beyond doubt in control of the U.S. hierarchy, just as his successor Joseph Bernardin — also from Chicago — was in control. And he is in control because Rome — the homosexualist current in Rome — has anointed him to be so.

Cupich has been the one parading around the world announcing a revolution in the Church, a paradigm shift in the Church — all his words. For a papacy claiming to be so down with the idea of local control, it appears that's the desire — until it's not.

Cupich is Rome's man in America and the instrument by which Rome will control everything it can in the United States in the continuing effort to advance modernism.

James Martin will still romp around the nation declaring sodomy is a gift from God and all who oppose it are mean.

Thomas Rosica will go on saying which sites are the only approved sites in Catholic social media and all others are to be not trusted.

And Cupich will continue to assert his will, which is the will of the homosexual current, whenever he feels the need to flex his muscle.

In closing, we bumped into Cupich in the hotel lobby and asked him why he says active homosexual couples should be allowed to receive Holy Communion.

Here's a very brief clip of the end of our very brief visit.

I asked the question, and he scurried up the escalator.

Yep, got to get to that meeting — very important meeting, got to get to the meeting.

We asked another bishop if he believed what Cupich says about active homosexuals being able to receive Holy Communion, and he said no, he doesn't agree with that.

When we pressed him and said, "Well then, why don't you say something to Cupich and challenge him?" he answered back, "Well, he didn't ask me."

There are a few good men here. Their ranks need to swell and swell soon if there is any hope for the Church in America. U.S. Catholics have had enough wimps wearing miters.


Michael Voris

jueves, 15 de noviembre de 2018

CUPICH AND WUERL Scoundrels behind the vote cancellation? (Michael Voris)


Duración 7:58 minutos

I'm Michael Voris coming to you from outside the bishops' hotel here in Baltimore

One major concern for faithful Catholics is how all this scandal is playing out in the larger culture.

Today, an example: Before the Mass of reparation at St. Alphonsus Liguori in downtown Baltimore, an anti-Catholic Protestant on a bullhorn disrupted Catholics praying before Mass, accusing Church leadership of harboring sex predators.

Even though his theology was obviously way off, his charges were spot on. The general consensus of the Catholics was: half of what he is saying is true.

This evil that too many bishops are promoting and some are staying too quiet about is not only driving people out of the Church, it's also giving millions of others reason to stay out.

It's why it's got to be cleaned up immediately, and those responsible for preventing it need to be challenged to their face.

Today, a lot of buzz about the possibility that it was the scheming and machinations of Cardinals Cupich and Wuerl who engineered the last minute instruction from Rome to cancel any vote on sex abuse reform.

The actual instruction, as we know, came from the Congregation for Bishops, of which Cupich and Wuerl are members.

It was Cupich who jumped up almost instantly as Cdl. DiNardo was shocking the assembled bishops with the announcement and calmly asserted that the U.S. bishops should wait until March — after the February meeting in Rome — to discuss and make any plans and take any votes.

He didn't seem in the slightest bit shocked.

And as a sidebar, why is Wuerl even at this meeting? The man covered up and transferred homosexual predators while bishop of Pittsburgh and had to resign, eventually. Some young men are in their graves as a result.

He should be in jail — and probably would be if it weren't for the statute of limitations.

The same goes for Cdl. Mahony, formerly of Los Angeles. Why is here? He cost the Church close to a billion dollars and transferred priests out of the country to hide them from law enforcement after they had raped young males.

Yet these two men walk around the lobby and the meeting here as though they were royalty — Mahony practically holding court the other day in the lobby with Abp. Gomez glued to his side.

Speaking plainly, just the sight of some of these men is disturbing and disgusting — but back to the cancellation of the vote. Why would the Congregation — and it's almost a guarantee that Pope Francis was informed and perhaps even consulted — why would the vote be canceled?

The party line is that the Church in America should wait to see how churches in other countries respond to this and be sensitive to their cultural issues and their ways of handling it. So much for the Church being synodal, where each national conference gets to decide things, remember?

Each conference, under the synod scenario, should decide if those in mortal sin, like adultery or sodomy, can come up and receive Holy Communion. Apparently, the same logic doesn't apply in cases where homosexual bishops and those complicit with it might be discovered.

No, Rome — and by Rome, we mean those in Rome who want to protect the homosexual current with its death grip on the Church right now — they want everything coming back to Rome for a bigmeeting where they can manipulate the entire process and achieve an already desired outcome. That's what they have done now with not one, not two, but three synods in a row.

The two synods on the family back in 2014 and 2015 were completely controlled by the likes of Cardinals Baldisseri and Coccopalmerio and Archbishops Paglia and Forte — subtly, at first, pushing the homosexual agenda, but then stepping up their efforts.

And then, last month's complete sham — the Synod on the Youth — where the final document may as well have been written by gay cheerleader himself James Martin.

If it was Wuerl and Cupich scheming behind the scenes — a distinct possibility — it might very well have been to derail the effort by some bishops in the conference who are more willing than them to get past this homosexual clergy scandal and its severely damaging effects.

The relentless pressure being asserted by faithful Catholics on social media in a post-McCarrick world, the withholding of money and the steady stream or reporting in the secular press, not to mention a flood of state attorneys general investigations, at least two federal probes and the looming announcement of RICO charges being filed by the U.S. Department of Justice is considered simply too much to have to deal with by many of the bishops here.

If the immorality of the evil and the accepted way of doing business wasn't enough to motivate them before — all this is, and they want a resolution.

But not so fast, an investigation, especially one led by clear-minded laity, might very well unearth the entire homosexual scandal and that must be avoided at all costs, even the cost of bad press here in Baltimore, which the bishops have gotten.

The Pope has already shot down any such notion of an American lay-led investigation into the whole McCarrick affair when he met with Cdl. DiNardo in Rome. So it is unlikely whatever would come out of next February's meeting would suddenly grant permission for such an investigation.

In fact, the greater likelihood is that right now, the homosexual current in Rome is plotting how to run the February synod in a way that appears transparent and looks like it's getting something done and promising there will be change, but in reality, its main purpose will be to continue to cover the crimes — criminal and moral — to protect their evil.

Wuerl and Cupich have a great stake in such an outcome. Wuerl and Cupich were both named as part of all this filth in Abp. Viganò's first statement — not only in their relationship to the McCarrick filth, but the entire scene.

On the one level, American bishops are somewhat helpless to actually do anything about this. On the other hand, they each have mouths and they can say a lot. Yes, they will risk reprisal from Rome and be threatened with being removed from their diocese and all that — may even actually beremoved.

But it's becoming more and more clear, the only way to clear up this evil, rotten mess in the Church is by each bishop pulling a "Viganò" and stepping forward and saying what he knows — and they know a lot.

It is precisely because of the silence that this evil has climbed to such heights, engulfing the Church, and will only be openness and the light that will vanquish it.

In the meantime, the U.S. bishops can rest assured of a relentless social media campaign by faithful Catholics — unapproved, of course, by homosexualist Thomas Rosica — a continuing decline in financial backing and lots of meetings with high paid lawyers fending off state and federal investigations.

It's their choice: fess up, or live in a continual nightmare of managing the decline.

Michael Voris

Gato encerrado, y estofado



¿Hasta cuándo Señor?
por Robert Royal
Miércoles, 14 de noviembre de 2018

Durante los últimos dos días he estado de viaje y muy ocupado; cuando abordaba un avión, recién me vine a enterar de la noticia del pedido del Vaticano a nuestros obispos americanos en el sentido de que no voten sobre ningún protocolo de actuación para resolver la crisis de los abusos. Y ahora que esto escribo han pasado 24 hs. desde entonces, mientras intento ponerme al tanto con esta noticia tan extraña. Posiblemente se me ocurran más cosas para decir más adelante, pero por ahora, sencillamente me cuesta creer que no es todo sino producto de un mal sueño.
Hace meses ya que el Vaticano sabía que los obispos se iban a ocupar de la cuestión de los abusos en su encuentro de todos los otoños, en Baltimore. El Papa les pidió que lo cancelaran y que en lugar de eso participaran de un retiro espiritual, a la espera de la reunión en Roma de los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo, encuentro previsto para febrero del año que viene. 
Resulta difícil adivinar con algún grado de precisión qué es lo que el Papa Francisco teme que suceda en la reunión de estos días en Baltimore.
Hemos oído por ahí vagas referencias a que las decisiones de los obispos americanos podrían violar normas del Derecho Canónico. Pero ¿desde cuándo este papado se ha visto restringido por cuestiones legales—o querido que los obispos del mundo entero cumplan con el Derecho Canónico—cuando quiso realmente que alguna cosa se hiciese?
Sea cual fuere ese temor, esperar hasta el mismísimo día de la inauguración de la reunión para pedir que no se votara nada, es cosa prácticamente sin precedentes. Es triste admitirlo, pero para muchos americanos, probablemente el Papa ha confirmado lo que se ha visto obligado a admitir en Chile: que él es parte del problema. Que nadie lo haya convencido de que esta decisión se convertiría en una pesadilla de relaciones públicas—y que causaría más problemas que una franca discusión y una votación (cuyo resultado en cualquier caso, siempre se podía atenuar más adelante)—constituye un signo de dónde estamos en la Iglesia en los días que corren. 
Espero llegar a Baltimore hoy mismo para tomar la temperatura personalmente. Pero las noticias que he visto dicen que el Cardenal Cupich se puso de pie cuando el Presidente de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, Cardenal Di Nardo, estaba expresando su desilusión por razón de la decisión del Vaticano, para decir: “Está claro que la Santa Sede está tomando la crisis de los abusos muy seriamente.” ¿De veras? Si fuera así de claro, no haría falta decirlo. 
O explicar, como procedió a hacerlo Cupich, con frases obviamente preparadas de antemano, por qué la asamblea de obispos debía aceptar algo claramente inaceptable, como parece que muchos de ellos advirtieron inmediatamente. Su recomendación, que claramente procedía del mismísimo Papa, era la de convocar a otra reunión más para el mes de marzo, después del encuentro de los presidentes de las conferencias episcopales en febrero. Varias víctimas de los abusos y organizaciones que los defienden ya no esperaban gran cosa de la reunión de este mes de noviembre, que en sí misma viene a convocarse morosamente, varios meses después de las últimas revelaciones. 
En la jerga política de Washington esto se llamaría patear la pelota afuera con la esperanza de que se convertirá en el problema de otro, o que todo quedará olvidado, tapado por un nuevo ciclo de noticias.
Desde luego, ya contaríamos con evidencia tangible de eso si “el Vaticano” estuviese “tomando seriamente la crisis de los abusos”. Algunos de los defensores del Papa Francisco han notado que es el único papa de los tiempos modernos que obligó a un Cardenal (McCarrick) a renunciar. Cierto, pero eso sólo después de que la Arquidiócesis de Nueva York determinó que había cometido un delito al molestar a un menor de edad. 
Las normas actuales de la Iglesia de los Estados Unidos establecen que semejante crimen no se podía encubrir y que debía reportárselo a las autoridades civiles. Que fue esencialmente lo que le forzó la mano a Roma. Y McCarrick, es, medio año después, todavía, inexplicablemente, sacerdote.
La otra evidencia de la que disponemos acerca de cuán seriamente se toma Roma la crisis de los abusos, procede de otro lado. El mes de diciembre pasado, el Vaticano sencillamente dejó que la Comisión Pontificia para la Protección de los Niños expire. En cierta forma, no se perdió gran cosa con eso, puesto que, a pesar de la catarata de alabanzas cuando fue creada, la dicha comisión no hizo gran cosa. Varios de sus miembros, fueron renunciando a modo de protesta por su inacción. 
Pero, ¿dejarla expirar? Unos meses después resultó reconstruida, mas nadie ha oído ni visto nada de esta comisión que sugiera que fuera a jugar algún papel en lo que ahora es una crisis global.
A la gente de habla inglesa se le hará difícil de creer, pero gran parte de los medios en Italia y partes de Europa acompañan al Papa en su falta de sentido de urgencia que tiene toda esta cuestión de los abusos. Parecerían ignorar—o son sencillamente renuentes a aceptarlo—que efectivamente hay una crisis, más allá de un importante número de sacerdotes y obispos envueltos en escándalos de este tipo.

Si uno habla con gente del Vaticano o de sus suburbios, tienden a creer que se trata de una aberración específicamente americana (olvidando convenientemente de que hay problemas parecidos en Chile, Honduras, Irlanda, Australia, la propia Italia, el propio Vaticano y otros países). Ellos dicen que nuestros obispos (americanos) han manejado todo esto torpemente al punto que se le ha ido de las manos. 
En determinada oportunidad, el Cardenal Maradiaga, la mano derecha del Papa en el Colegio de Cardenales (él mismo implicado en escándalos sexuales y financieros en Honduras), atribuyó las revelaciones en los Estados Unidos del año 2002 a influencias judaicas y masónicas en la prensa americana, que, según sostuvo, buscan destruir a la Iglesia. Después se disculpó—pero eso es claramente lo que él, e indudablemente otros en los más altos niveles del Vaticano, realmente creen.
Uno se puede desgañitar tratando de explicarles cuán extendida es la bronca entre los laicos, y muchos sacerdotes y obispos en razón de todo esto. Hasta ahora, el modo en que Roma ha estado encarando estas novedades, ha sido como trató las denuncias del Arzobispo Viganò—esto es, no hacer nada. Eso hace que mucha gente—incluso fieles católicos—sospechen, con o sin razón, de que aquí hay gato encerrado, de que hay personajes muy poderosos tratando de que estas cosas no salgan a la luz. 
Uno puede intentar culpar a la lentitud de la burocracia vaticana, a la existencia de resentimientos entre los miembros de la jerarquía, a cierta antipatía contra el Papa, a la influencia del mismísimo Satán. Pero lo cierto es que simplemente la gente no quiere más discursos, reuniones, comisiones. Quieren acción. Y quieren verdad
En lugar de eso, lo que ven es que, incluso cuando nuestros obispos americanos quieren tomar algunos primeros pasos tentativos para encarar un problema tan enredado como urgente, un problema que involucra no sólo la protección de inocentes sino también la credibilidad moral de la Iglesia, Roma dice: No, esperen. 

Tradujo: Jack Tollers

miércoles, 14 de noviembre de 2018

El arzobispo de san Francisco pide que se estudie la relación entre homosexualidad y abusos (Carlos Esteban)



En medio del terremoto causado por la orden de Roma de no votar en la asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, que tiene lugar estos días en Baltimore, las dos medidas ya esbozadas para responder a la crisis de encubrimiento de abusos, el Arzobispo de San Francisco ha pedido que se elabore un estudio científico de la homosexualidad en el clero.

El dique, parece ser, ya se ha roto, la palabra tabú -homosexualidad- ya ha salido después de ser eludida en la primera sesión de la asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, que tiene lugar estos días en Baltimore, y el Arzobispo de San Francisco, Salvatore Cordileone, ha pedido que se elabore un estudio sobre la homosexualidad en el sacerdocio y su relación con la crisis de abusos clericales.

Ya sabemos que, desde el estallido de la crisis, la relación entre homosexualidad y la incidencia de los abusos se ha evitado cuidadosamente, y el propio Santo Padre, en su primera respuesta a la crisis, la carta al pueblo de Dios, encontró un responsable alternativo: el ‘clericalismo’.

Pero el elefante rosa en la sala de estar es demasiado grande como para seguir pasándolo por alto, y los fríos datos plantean una incómoda pregunta. Veamos: más del 80% de los casos de abusos denunciados de sacerdotes y religiosos sobre menores de edad son de carácter homosexual, y la abrumadora mayoría afectan a varones que ya han superado la pubertad. Teniendo en cuenta que la proporción de homosexuales en la población general ronda, según los estudios más fiables, entre el 3% y el 5%, las cifras de abusos clericales solo pueden responder a uno de estos dos factores o a una combinación de ambos: o los homosexuales tienen una tendencia mucho mayor al abuso pederasta -lo que ninguna fuente se atrevería a sostener ni por un minuto-, o la proporción de homosexuales es enormemente superior entre el clero que entre la población general. Tertium non datur.

Por eso Cordileone defiende ir a la raíz del problema y salir de dudas de una vez por todas, así como librar de toda culpa a los sacerdotes con inclinaciones homosexuales libres de toda culpa que vivan fielmente el celibato.

Hay, además, estudios recientes sobre los que justificar esta investigación en profundidad. A principios de mes, el sacerdote y sociólogo Padre Paul Sullins hacía públicas las conclusiones de un estudio realizado para el Ruth Institute que sí advierte un nexo evidente entre la creciente homosexualización del clero a lo largo de las últimas décadas y el aumento de los abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes y religiosos. La tesis central del informe es que la proporción de varones homosexuales en el sacerdocio pasó de ser el doble del de la población general en los años cincuenta a alcanzar ocho veces más en los ochenta, una tendencia que guarda una evidente correlación con el aumento de los casos de abusos. Además, los sacerdotes ordenados en los años sesenta que advertían la existencia de una subcultura homosexual en los seminarios representaban un 25%, llegando a un 50% entre los ordenados en los ochenta.

Cordileone advirtió contra conclusiones simplistas que equipararan la inclinación homosexual en clérigos y obispos con los abusos ya que, dijo, hay sacerdotes que sienten esta inclinación hacia personas del mismo sexo que no solo no abusan de menores sino que sirven a la Iglesia fieles a sus votos de celibato. Pero, ha añadido el titular de una de las capitales mundiales del fenómeno LGBT, “hay una correlación entre ambos factores”.

El prelado hizo referencia al informe de Sullins señalando que “lo peor que podríamos hacer es desacreditar este estudio para no tener que responder a sus conclusiones, o ignorar o negar esta realidad por completo”.

El arzobispo insistió en la urgencia de las medidas necesarias, alegando que hacerlo no supondría vulnerar el veto vaticano. “Esto es algo que necesitamos hacer ya. No nos hizo falta la autorización de nadie para encargar el estudio anterior [de la John Jay], y tampoco la necesitamos para encargar éste”.

Es difícil no imaginar lo que se le puede venir encima a Cordileone y al episcopado americano si siguen adelante con este proyecto. La reacción de los medios supondrá, sin duda, una enorme presión para los investigadores, que deberán saber que nadan contra corriente. Pero tampoco en el propio clero, entre muchos de los obispos o incluso en Roma es probable que encuentren mucha simpatía.

En la misma sesión, el arzobispo de Chicago, cardenal Blase Cupich, declaraba ante la prensa que había que establecer distinciones cuidadosas, porque en muchos casos, dijo, hablamos de “relaciones homosexuales consensuadas entre adultos”. La idea que parece sugerirse, de que sólo deberían censurarse canónicamente las relaciones tipificadas por la justicia secular, ha indignado a no pocos comentaristas católicos

En efecto, este concepto de que un sacerdote pueda mantener, sin censura eclesial, una relación sexual con otro varón siempre que sea consentida parece confirmar las peores sospechas sobre la infiltración de redes homosexuales en la jerarquía católica.

Carlos Esteban

Cardenal Cupich: “el sexo entre homosexuales podría ser consensuado”




El cardenal de Chicago, Blase Cupich, “urgió fuertemente” a los obispo de Estados Unidos, reunidos en Baltimore, a separar la fornicación homosexual con menores [la cual es un pecado mortal] de la fornicación homosexual entre adultos [la cual es también un pecado mortal]. Pero para Cupich son “disciplinas diferentes”.

Agregó la perogrullada que a veces la fornicación homosexual de los clérigos con adultos podría ser “sexo consensuado, unánime” cuando hay supuestamente “un conjunto totalmente diferente de circunstancias”.

Cupich fue un aliado a tiempo complete del cardenal McCarrick. Durante mucho tiempo estuvo actuando como portavoz de la propaganda homosexual en la Iglesia.


miércoles, 10 de octubre de 2018

Cupich: “No es nuestra política negar la comunión a los ‘matrimonios’ gays” (Carlos Esteban)



En una entrevista concedida a una televisión local, el cardenal Blase Cupich, Arzobispo de Chicago, ha declarado que no es “política” de su diócesis negar la comunión a los miembros de una pareja homosexual casada según la ley civil.

Si algo bueno puede decirse del cardenal Blase Cupich, elevado a la archidiócesis de Chicago por Francisco, gracias a los buenos oficios del arzobispo emérito de Washington, Theodore McCarrick, es que no es un hombre taimado. En una entrevista concedida este miércoles al programa Chicago Tonight de la cadena WTTW, el purpurado reconoció llanamente que en su diócesis no era práctica negar la comunión a los integrantes de ‘matrimonios’ homosexuales.

Hace falta una enorme ingenuidad -o una arrogancia ilimitada- para suponer que una diócesis católica puede imponer ‘políticas’ de este tipo a gusto del obispo de turno. Ha habido dos sínodos de la familia y una exhortación papal -Amoris Laetitia-, que a su vez ha provocado los Dubia de cuatro cardenales, una Correctio filialis de más de medio centenar de pensadores e incontables comentarios y polémicas, todo, precisamente, para dilucidar en qué condiciones podría darse la comunión a los divorciados vueltos a casar, precisamente porque quien se divorcia de su mujer o su marido y se casa con otra u otro, comete adulterio.

Y el adulterio es un pecado mortal, y comulgar en pecado mortal es sacrílego, y el sacerdote que conoce a ciencia cierta que quien se acerca a comulgar está en una situación pública y notoria de pecado mortal tiene la obligación de negarle la absolución.

Las disquisiciones para salvar la doctrina en este caso son alambicadas y abstrusas, acaloradamente discutidas, y han provocado una implícita división en el seno de la Iglesia. Pero para Cupich no hay problema: no es ‘política’ en su diócesis negar la comunión a una persona que vive no solo en una institución que la Iglesia condena tajantemente, sino en una situación de pecado de sodomía, uno de los cuatro tipos de pecado que, según la Escritura, “invocan la ira de Dios”.

De hecho, las desconcertantes palabras de Cupich venían como respuesta a un comentario del entrevistador sobre la actitud del obispo de Springfield, Illinois, Thomas Paprocki, que el pasado junio había decretado que se negara no solo la comunión, sino también los ritos funerarios a quienes entraran en uno de esos llamados “matrimonios” de personas del mismo sexo.

Paprocki no hacía sino ajustarse a la doctrina, citando en su decreto las Escrituras y el Código de Derecho Canónico, al tiempo que recordaba que la institución civil de un “matrimonio” homosexual, impuesto como derecho constitucional por el Tribunal Supremo durante la Administración Obama, suponía una ruptura con milenios de reconocimiento jurídico de la unión marital como una, sólo posible entre un hombre y una mujer.

En cuanto a la oportunidad de su decreto, Paprocki reconocía tener “una responsabilidad como obispo de guiar al pueblo de Dios confiado a mi cargo con caridad pero sin comprometer la verdad”.

Ya con motivo del reconocimiento del ‘matrimonio paritario’, Cupich declaró en su día en el Chicago Tribune que es “mucho más fácil juzgar lo que hace la gente en blanco o negro. Lo importante en todo esto a medida que avanzamos es reconocer que las vidas de la gente son muy complicadas. Hay circunstancias atenuantes, psicológicas, su propia historia personal, quizá incluso biológica. No es una cuestión de hacer olvidar cuál es el ideal”.

Ya tenemos esa manzana de la discordia: la presentación de la indisolubilidad matrimonial entre hombre y mujer, ordenada por Dios desde el principio y aclarada de forma inequívoca por Cristo, no como una realidad que todos los casados deben cumplir y que millones han cumplido y cumplen, sino como un “ideal”, con respecto al cual lo otro es ‘peor’, pero no necesariamente malo.

Creo que tampoco debe extrañar a nadie que un prelado, seleccionado a dedo por un depredador sexual que abusó del primer niño que había bautizado, cuando éste tenía solo 11 años, no resulte un prodigio de ortodoxia, pero tampoco hace falta ser teólogo, basta con ser un católico del montón, para advertir que la declaración de Cupich es una desgracia escandalosa que rompe radicalmente con lo que ha sido siempre doctrina inmutable de la Iglesia.

Quizá por eso, cuando CNSNews se dirigió al sucesor de los apóstoles al frente de la diócesis de Chicago para preguntarle si estaba de acuerdo con la definición que hace el Catecismo de la Iglesia Católica sobre la homosexualidad como “intrínsicamente desordenada”, el prelado optase por el ‘no comment’.


Carlos Esteban