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lunes, 19 de noviembre de 2018

Cupich y Wuerl tenían su propio plan para combatir los escándalos en la iglesia de EEUU (Carlos Esteban)



¿Podría ser esa la explicación de que el Vaticano, que no ha tenido inconveniente en que los episcopados de Francia e Italia apliquen sus propias fórmulas contra el encubrimiento de abusos, haya prohibido al estadounidense hacer otro tanto? Es lo que revela la Catholic News Agency (CNA)

Los cardenales norteamericanos Blase Cupich y Donald Wuerl, ambos en la Congregación para los Obispos, habrían elaborado conjuntamente una estrategia para dotar a los obispos del país de medios con los que luchar contra el encubrimiento de casos de pederastia clerical, informa CNA. Esa podría haber sido la razón, o una de las razones, para que Roma, a través de la citada congregación, prohibiera a la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, a solo unas horas de su inicio, votar las medidas previstas desde hace algún tiempo.

Cupich sometió el plan el pasado martes a los prelados reunidos en plenaria como alternativa a la propuesta vetada, sobre la que los funcionarios episcopales llevaban trabajando desde hace ya algún tiempo.

La diferencia crucial es que, mientras la versión de la conferencia episcopal preveía la existencia de un panel dirigido por laicos para investigar las acusaciones de encubrimiento contra obispos, el plan de Cupich y Wuerl quiere que tales alegaciones contra un prelado las investigue su superior, es decir, el metropolitano, junto con oficinas archidiocesanas de supervisión. Las denuncias contra arzobispos las investigarían obispos sufraganeos ‘seniors’.

Este plan se habría presentado a la Congregación para los Obispos antes del comienzo de la asamblea, ante la que se presentó tras el veto romano a los planes de la propia conferencia, y contaría con el placet vaticano.

Aunque la excusa oficial del veto era, como hemos informado, que Roma quería esperar a la reunión de obispos convocada para febrero y dedicada monográficamente a este asunto, para crear sistemas de supervisión e investigación aplicables a toda la Iglesia, los casos de Francia e Italia hacen difícilmente sostenible esta explicación.
Alternativamente, se ha elucubrado mucho sobre las razones reales de este veto, viendo en él algunos observadores como un modo de enseñar al inquieto episcopado estadounidense “quién manda aquí” por parte de una Curia molesta ante una asamblea ‘desaconsejada’, mientras que otros creen que el caso norteamericano es especial porque los escándalos podrían afectar a prelados nombrados personalmente por Francisco y especialmente cercanos a su línea de gobierno.Pero las recientes revelaciones de CNA apuntan, paradójicamente, a otra motivación: el clericalismo. Es decir, que lo que Roma no está dispuesta a consentir es que los laicos fiscalicen la investigación sobre los clérigos.
El riesgo de esta aproximación al problema es evidente, y ciertamente se encierra en el fenómeno al que el propio Santo Padre responsabilizó en última instancia del escándalo, el clericalismo, que viene a ser la versión eclesial del corporativismo o gremialismo común en la vida civil.

Mejor que cualquiera de nosotros lo delató el defenestrado cardenal Roger Mahoney, emérito de Los Angeles, cuando se dirigió a sus colegas de la asamblea para disuadirles de que se acusen unos a otros, porque todos ellos son “hermanos en el episcopado”. Ciertamente, la autorregulación es, en este caso, especialmente falible, ya que los obispos forman un cuerpo relativamente pequeño y, como se ha demostrado en los últimos años, crecientemente alejados de la realidad de sus feligreses.

Carlos Esteban