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domingo, 29 de diciembre de 2019

El sodomita Salvini (Carlos Esteban)




En el documento encargado por Su Santidad, del que ya hemos tratado, la Pontificia Comisión Bíblica enmienda la plana a milenios de interpretación de las Escrituras y nos dice que el pecado por el que fueron destruidas Sodoma y Gomorra no fue la perversión sexual, sino tratar mal a los extranjeros. Y usted se preguntará: ¿Y cómo durante tres mil años se dio una explicación tan errónea? Fácil, responden los ‘expertos’: los exégetas y autores materiales de la Escritura estaban “históricamente condicionados”.

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Todos estábamos equivocados todo este tiempo. Yahvé hizo llover fuego y azufre sobre las ciudades del llano, no porque se entregaran a todo tipo de perversiones sexuales, como ya de yacer varón con varón, sino porque su política migratoria era notoriamente restrictiva. Esa es la nueva interpretación que ofrece la Pontificia Comisión Bíblica consultada por Francisco, que en todas partes (todas las partes convenientes, se entiende) ve explicaciones y posicionamientos “arcaicos”, “históricamente condicionados”, “anticuados” y carentes de una “comprensión nueva y más adecuada de la persona humana”.

Así que borren de sus diccionarios personales las acepciones comunes de las palabras ‘sodomita’ y ‘sodomía’ -aunque no estén muy en uso, de cualquier forma-, y sustitúyanlas por la nueva, por la que el pecado de sodomía vendría a ser votar a Salvini, a Orbán o a Abascal, para entendernos.

Naturalmente, este planteamiento presenta un problema, no por común demasiado evidente. Cada época -cada hombre, en realidad- cree ocupar un punto central en la historia, lo que es obviamente absurdo. Nuestra época no es la culminación de los tiempos, ni se halla en una cumbre desde la que juzgar infalible a todas las demás. Es, como todas, solo un punto en una línea temporal de la que no conocemos cuánto queda.

Dicho de otra manera: si nuestros antepasados, al juzgar con tal severidad las perversiones sexuales, eran esclavos de los prejuicios y las ideas de su tiempo, si estaban ‘históricamente condicionados’, ¿qué nos hace pensar que la Pontificia Comisión Bíblica no lo esté al enmendarles la plana y juzgar con desusada benignidad actos que en la Biblia “llaman la ira de Yahvé”?

Veamos: ¿se muestra nuestra era benigna con las relaciones homosexuales? No, no benigna: positivamente entusiasta. Las multinacionales se dan codazos el Día del Orgullo para presentarse más ‘gay-friendly’ que la competencia, los partidos rivalizan en halagar al colectivo LGTBI, la cultura oficial canta incesante las loas al amor que antaño, al decir de Oscar Wilde, “no se atreve a decir su nombre”.

Incluso en ambientes eclesiales, ¿no son evidentes los esfuerzos por complacer al ‘lobby lavanda’, desde el jesuita James Martin a los últimos nombramientos cardenalicios en Estados Unidos y otras partes, entre los prelados más comprensivos en este asunto? Siendo así, ¿no tendría sentido pensar que la Pontificia Comisión Bíblica podría -podría- estar más que ‘históricamente condicionada’. Mucho.

Por otra parte, ¿cuál es la obsesión más repetida del Pontífice, para hablar de la cual tanto le vale la Navidad que la Pascua, y que se ha transmitido intacta, sin romperse ni mancharse, por un milagro de la sinodalidad, a la última parroquia de Occidente: la ‘acogida’ indiscriminada e incuestionada de la inmigración masiva. ¡Caramba, qué feliz coincidencia! A eso le llamo yo matar dos pájaros de un tiro.

Así las cosas, mientras la Pontificia Comisión Bíblica no ofrezca argumentos de que piensa y actúa ‘sub specie aeternitatis’, me asisten más razones para pensar que es ella la ‘históricamente condicionada’ (y pronto, inevitablemente, ‘arcaica’ y ‘anticuada’) y no tres mil años de visión común.

Carlos Esteban