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miércoles, 24 de julio de 2013

"Se dicen" católicos... ¡pero no lo son! (José Martí)


[Las ideas que siguen están tomadas de algunas de las homilías del padre Alfonso Gálvez, fundador de la Sociedad de Jesucristo Sacerdote. Sin que sea necesario volver a repetirlo, diré que prácticamente todos los escritos de este blog deben su inspiración a cuanto he aprendido en mi trato directo con él (hace ya muchos años) así como en la lectura de sus libros y en la escucha de sus homilías. Si hubiese algún error en lo que escribo -que espero que no- ése me pertenece a mí en propiedad. Conocí a este santo sacerdote (o debería decir mejor que me conoció) siendo yo un niño: ha influido decisivamente en mi vida y le estoy inmensamente agradecido porque puedo decir, con toda verdad y en presencia de Dios, que mi conocimiento y mi amor al Señor se deben fundamentalmente a él.  Dios ha querido servirse de él para que yo pueda conocerlo y amarlo. Vaya desde aquí todo mi reconocimiento y mi gratitud.]

Existen millones de católicos que piensan que son católicos y que, en realidad, no lo son: la religión que viven nada tiene que ver con el catolicismo. Y así se da el caso, bastante frecuente, de católicos que creen que pueden seguir siendo católicos... y considerar normal, o incluso un progreso, cosas tales como el divorcio, el aborto o la homosexualidad; que ven como algo natural la ordenación de mujeres al ministerio sagrado; que creen sólo en lo que quieren creer y no creen en lo que no quieren creer; que no aceptan la autoridad del Papa; que no creen en la divinidad de Jesucristo o en su Presencia Real en la Eucaristía; que no creen en la virginidad de la Virgen María; que piensan que no existe el infierno o que, si existe, está vacío; que creen que todos los hombres se van a salvar, lo sepan o no, lo quieran o no lo quieran, etc.

Se impone aquí ser sincero; y llamar a las cosas por su nombre: al pan, pan y al vino, vino. Las cosas son como son. En concreto, ser católico es aceptar plenamente las enseñanzas de la Iglesia Católica, las que durante milenios ha enseñado como pertenecientes a la ética cristiana, con todos sus dogmas incluidos. Nos podemos encontrar, por ejemplo, con alguien que dice: Yo soy católico, pero no creo en la divinidad de Jesucristo, porque eso no lo acepta mi razón... pero ¿desde cuándo se ha dicho que el Cristianismo puede caber en los estrechos parámetros del cerebro humano? El Cristianismo es una Religión Revelada y no es algo que hayan inventado los hombres; nada tiene que ver con nuestros gustos personales

Jesucristo se definió a Sí mismo como Verdad:  "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). "Yo para esto he nacido y para eso vine al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz" (Jn 18, 37). De un católico que viva una religión que nada tiene que ver con el catolicismo no se puede honradamente decir que es católico. Será... cualquier cosa pero, desde luego, no es católico (aunque confiese serlo), pues lo que cree y practica nada tiene que ver con la fe católica. Son muchos los que han optado libremente por abandonar a Dios, hay todavía muchos más que piensan que son católicos... ¡y no lo son!  Un católico que admita el divorcio, el aborto, el adulterio, la homosexualidad, ..., ¡es una contradicción!  

El catolicismo de hoy está vacío y sin contenido, falto de verdadera fe. Dios ha sido desplazado por el hombre. Y es que la mentira se ha adueñado del mundo. Cuando Jesús habla del Diablo  dice de él que es mentiroso y padre de la mentira (Jn 8, 44) y le llama príncipe de este mundo ( Jn 12,31).  En la primera carta de San Juan se lee que "el mundo entero está bajo el poder del Maligno" (1 Jn 5, 19). San Pablo en su segunda carta a Timoteo escribía: "Has de saber esto: que en los últimos días sobrevendrán tiempos difíciles. Pues los hombres serán egoístas, avaros, altivos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, criminales, desnaturalizados, desleales, calumniadores, incontinentes, salvajes, sin bondad, traidores, temerarios, hinchados, amantes del placer más que de Dios" (2 Tim 3, 1-4).  Y dice más adelante: "Vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, dejándose llevar de sus caprichos, reunirán en torno a sí maestros que halaguen sus oídos, y se apartarán de la verdad volviéndose a las fábulas" (2 Tim 4, 3-4)

¿Es que acaso estamos ya en los últimos tiempos? Muchos dirán que no, que esto ha ocurrido siempre; y que el mundo sigue: el mismo Señor dijo que el final sólo Él lo sabe, pero no nos ha sido revelado. Y así es: es verdad que sólo Dios conoce cuándo tendrá lugar la Parusía, la segunda venida de Jesús para juzgar a unos y a otros. Pero, si bien eso es verdad -y por la misma razón- tampoco se puede decir que no estamos en el final de los tiempos. Esto fue lo que dijo Jesús: "Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora" (Mt 25,13). "Estad preparados porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre" (Lc 12, 40). Es decir: la última hora será precisamente cuando estemos convencidos de que no es la última hora y que no ha llegado el momento todavía.

No deberíamos tomar a broma estas palabras de Jesús e ignorarlas, como si no hubiesen sido pronunciadas, porque son sus palabras: "El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán" (Mt 24,35). Deberíamos, por lo tanto, estar preparados en todo momento...¡ahora!: "Velad porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor" (Mt 24,42).

Y el modo de prepararnos es seguir el consejo de San Pablo, que nos decía: "No os acomodéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, de modo que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios, esto es, lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rom 12,2), lo que significa cambiar nuestro modo de ver las cosas y aprender a verlas con los ojos de Dios, con los ojos de Cristo Jesús "que se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2,8)..."pues muchos andan, según os decía con frecuencia, y ahora tengo que repetiros con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo; su fin es la perdición, su dios es el vientre y su gloria la propia vergüenza, pues son los que saborean lo terreno" (Fil 3, 18-19)

El recto camino, el que conduce a la Vida Eterna, es estrecho y son pocos los que van por él. En cambio, el camino ancho, que conduce a la perdición, es seguido por muchos (Mt 7, 13-14).  Esto es muy importante, hasta el punto de que nos dice San Pablo que "aunque un ángel os anunciara un evangelio distinto del que yo os he anunciado sea anatema" (Gal 1,8). No olvidemos que "somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos también como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo de bajeza en cuerpo glorioso como el suyo" (Fil 3, 20-21). Con nuestra vida, crucificada con Cristo, somos anuncios vivientes de la vida, de la muerte y de la resurrección de Jesús. Como verdaderos cristianos, transmitimos los pensamientos y los sentimientos del Señor... "Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis" (Mt 10,8)

La muerte no es el final... sino el principio, ya que no tenemos aquí ciudad permanente: estamos de paso: "Si sólo para esta vida tenemos puesta la esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres" (1 Cor 15, 19). Esto lo sabemos por la fe...Una fe que el mundo ha perdido y, desgraciadamente, también muchos cristianos; una fe que, sin embargo, merece la pena y da sentido y alegría a toda nuestra existencia, tal como dijo Jesús a Tomás: "Dichosos los que sin ver creyeron" (Jn 20, 29). Ahora vivimos en la espera de la segunda venida del Señor: debemos estar preparados en todo momento, pues oímos a Jesús que nos está diciendo: "He aquí que vengo pronto". Y nuestra respuesta no puede ser otra que ésta:  "¡Sí, ven Señor Jesús!" (Ap 22,20)