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martes, 25 de febrero de 2020

Jean Vanier y la tentación gnóstica (Carlos Esteban)



Jean Vanier, laico, tuvo relaciones sexuales con al menos seis mujeres, algunas consagradas, pero eso no es excesivamente relevante. Es, sin más, un pecado mortal del que, en su gravedad, podemos decir lo que Cristo con ocasión de la mujer adúltera: quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

El segundo escalón, el que le hubiera llevado a la cárcel y el que más escándalo causa en el siglo, es que estas relaciones fueran coaccionadas, valiéndose de su posición de autoridad. Pero hay un tercer escalón que a los católicos debería preocuparnos y ocuparnos más que todos los anteriores, y es el uso de la propia religión, de la misma fe, para lograr el objetivo lascivo de Vanier, aprendido de su mentor, el dominico padre Thomas Philippe.

“El acompañamiento espiritual se transformó en tocamientos sexuales”, leemos en el testimonio de una de las víctimas, en el informe que ha hecho público la propia organización El Arca. “Le dije que tenía una relación amorosa. Él me dijo que era importante distinguir [lo que pasaba entre nosotros], refiriéndose al Cantar de los Cantares. Duró tres o cuatro años; yo me quedaba paralizada, era incapaz de distinguir lo que estaba bien de lo que estaba mal. Me decía que formaba parte del acompañamiento». Y una frase más: «No somos nosotros, son María y Jesús. Eres elegida, eres especial. Es un secreto”.

Es la tentación gnóstica, vieja como la propia Iglesia. La idea de que, a partir de cierto grado de acercamiento a Dios, las normas comunes para los mortales ya no rigen, y que los ‘puros’ no solo no pueden pecar, hagan lo que hagan, sino que todo, incluso acciones moralmente malas para el resto, son en ellos fuente de aumento de gracia, es común a muchas herejías a lo largo de la historia. Y, probablemente no por casualidad, es especialmente frecuente que tengan esta misma tendencia o fijación en los pecados de la carne, los primeros de los que se dispensan a sí mismos.

Es la Gran Dispensación, y pocas veces ha sido tan fácil ‘venderla’ como ahora, cuando los mandamientos sexto y noveno parecen derogados tácitamente, por ‘silencio administrativo’. Pero no son ellos lo más grave, con mucho, de todo esto. Podría haber sido enriquecimiento o venganza o cualquier otra cosa. Lo extraordinariamente, lo monstruoso, es la instrumentalización de lo sagrado, del mismo Dios.

Hay también en todo esto dos características muy de nuestro tiempo, aunque de modo algo menos exagerados son de siempre: el afán de novedades y el culto a la personalidad. Lo segundo es deformación de algo bueno en sí, la necesidad de tener ante los ojos ejemplos que nos ayuden a avanzar, que es la razón por la que la Iglesia nos propone a los santos como modelo, pero que se convierte en peligroso vicio cuando somos nosotros mismos o los medios quienes ‘canonizan’ y cuando preferimos la interpretación de la Escritura y la Tradición que hacen estos ‘ídolos’ a la que enseña la Iglesia desde siempre.

En cuanto a lo primero, estamos siempre como esperando que el mensaje eterno de salvación tenga ‘nuevos capítulos’, giros de guión, revelaciones novedosas, como si nos resistiésemos a la idea de que la Revelación está ya cerrada. Contemplamos, por ejemplo, esa ‘Revuelta de las Mujeres en la Iglesia’ cuyo único alcance real está en cómo lo jalean ciertos medios, especialmente clericales. Una de sus líderes, la teóloga Pepa Torres, hace unas declaraciones que Religión Digital convierte en titular: “Sin cambios profundos, la Iglesia no será nunca la iglesia de Jesús”.

Los cambios profundos se refieren, naturalmente, a ese seguidismo del feminismo secular que pretende que la Iglesia apruebe lo que ha dicho claramente que no puede hacer: la ordenación de mujeres. Pero el contenido es aquí menos importante que el marco mental del que parte. ¿La Iglesia no será nunca la Iglesia de Jesús? ¿No lo es ahora, no lo ha sido estos dos mil años? Es la perpetua tentación inmanentista de que lo que en cada momento se considere lo perfecto se culmine aquí abajo, una Sociedad de Perfectos, y que mientras no se dé eso no existe verdaderamente la Iglesia, sino algo así como su germen.
Carlos Esteban

¿Cómo adquirir el libro "La poesía olvidada"? (José Martí)




Este libro trata fundamentalmente del amor personalísimo y único que Dios nos tiene así como de la respuesta de amor que espera recibir también de cada uno de nosotros. Y nada mejor para hablar del amor que la poesía: esa poesía que hoy en día son pocos los que la conocen. Se nos pasa por la mente Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Santa Teresita de Lisieux, Gustavo Adolfo Bécquer, Amado Nervo, Lope de Vega, Manuel Machado, etc... En el libro hay una selección de poesías de estos grandes autores y otros semejantes, así como también he añadido una pequeña aportación personal. Más de la mitad del libro son comentarios a poesías. 


El libro se lee con facilidad y nos trae a la memoria poesías de gran valor literario y espiritual. Son muchos, para desgracia suya, los que no han leído ninguna de estas poesías. Les haría bien el leerlas, con tranquilidad y sosiego, en un ambiente de silencio. Tal vez así le llegara alguna de ellas al corazón, pues si no en todas, sí en la mayoría, ése es el objetivo que se pretende: que el lector se encuentre con Dios y que vea que Dios está enamorado de él, realmente enamorado, hasta el punto de haber entregado su vida para salvarnos. Y que, como consecuencia, se decida a responder con el mismo amor con el que es amado a Aquél que es su Dios y también su amigo.


El texto puede conseguirse como libro y como e-book en la página web de Diego Marín, que es el editor del libro. Coloco más abajo los links correspondientes así como el precio, en cada caso:

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e-book (4,13 €)


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Libro (14,25 €)


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Por supuesto, lo mejor -si se puede- es pasarse directamente por la librería González Palencia y pedir allí el libro; pero si alguien no puede hacerlo, por las razones que sean, siempre le queda la posibilidad de hacerse con el libro o el e-book, a través de internet. El precio es muy asequible; y, sinceramente, pienso que sería una buena compra y que su lectura serviría de consuelo a muchas personas que viven confundidas y desanimadas; todo eso desaparece cuando caemos en la cuenta de que somos valiosos realmente, puesto que somos valiosos para Dios. Somos importantes: su amor nos hace ser importantes. Y todo esto es un puro regalo del amor que nos tiene; un amor inmerecido, pero real. Ser conscientes de esta realidad nos hace vivir con más tranquilidad y con una mayor paz interior.  Merece la pena el pequeño esfuerzo que se haga para comprar el libro. 

Como ya habrá comprobado el lector, estoy hablando de un modo aséptico, como si yo no fuese parte interesada, por más que sea el autor de dicho libro. Bueno, pienso que a todos nos viene bien, a veces, un poco de ironía sana que, al menos, nos haga sonreír. Pues eso.


José Martí