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martes, 1 de abril de 2025

Fe y papolatría: misión del Papa en la Tradición católica. Entrevista a monseñor Schneider



Aurelio Porfiri: 

Buenos días a todos, y bienvenidos al podcast de Liturgia e musica sacra. Les habla Aurelio Porfiri. Hoy vamos a conversar con monseñor Athanasius Schneider, al que ya conocen. El punto de partida de nuestra charla de hoy va a ser la nueva edición que he preparado del Catecismo de la fe católica del padre Enrico Zoffoli. Monseñor Schneider ha escrito una presentación para dicho texto. Gracias, monseñor Schneider por su participación. 

Me gustaría empezar con una pregunta algo provocadora: algunas veces, cuando Vuestra Excelencia aparece en un video, sea conmigo o con otro, observo que hay mucha gente que lo insulta, porque dice que V.E. no ha entendido bien la cuestión del Papa en general, todas esas cosas que ya conocemos bien, ¿No le parece que en realidad la ignorancia de esas personas nos indicaría que el Catecismo es cada vez más necesario, porque en el fondo, lo que V.E. hace no es otra cosa que defender la Fe católica, y defender lógicamente el honor, la honra del Santo Padre, aunque sabemos bien que V.E. no siempre está de acuerdo con las posturas del Sumo Pontífice. Pero está claro que V.E. lo reconoce como el Sucesor de San Pedro. Entonces, ¿cuál es su parecer? ¿Cómo hemos llegado a esta situación?

Monseñor Schneider: 

Yo diría que en los últimos siglos en la vida de la Iglesia ha surgido algo que no es saludable. Porque también es posible pecar por exceso, y por el contrario, la verdad y la virtud están en el término medio. En la mesura. En el equilibrio. Y ese equilibrio, en lo que se refiere a la persona del Papa, al ministerio petrino, se ha descompensado de una manera verdaderamente excesiva. Me gustaría decir que una veneración semejante del Papa y de su ministerio no se corresponde con lo que Dios le encomendó a San Pedro. Porque se ha llegado a un punto en que poco menos que se ha divinizado al Papa, a la persona del Papa. No hay que convertir a nadie en un dios. En teoría no, claro, pero en la práctica, y si tenemos en cuenta, no la teoría sino la realidad en los últimos siglos de la vida de la Iglesia, cada una de las palabras que dice el Papa a lo largo del día se ha vuelto infalible. Esto es una parodia del dogma católico de la infalibilidad pontificia. 

Y luego, una vez más no en teoría sino en la práctica, ciertamente se considera al Papa como amo y señor de la Fe, amo y señor de la Tradición. Pero eso es lo contrario de lo que ha dicho el Concilio. El documento Dei Verbum declara que el Magisterio de la Iglesia, en primer lugar y empezando por el Papa, no están por encima de la Palabra de Dios, ya sea escrita o transmitida por la Tradición, sino por debajo de la Palabra escrita de Dios y por debajo de la Tradición, para servirla con fidelidad y transmitirla sin alterar nada, en su integridad, y custodiarla y defenderla. Eso es lo que dice el Concilio. 

Recordemos que el Papa no es otra cosa que Vicarius Christi, no Sucessor Christi. No es sucesor, sino Vicario. Administrador. Los mismos Apóstoles: en el prefacio de la Misa de los Apóstoles hay una expresión muy hermosa y muy precisa. Dice la Iglesia en ese texto que los Apóstoles son simplemente pastores vicarios. Para que nos hagamos una idea: los Apóstoles no son pastores en un sentido amplio, sino pastores vicarios, dice la Iglesia. De Dios, de Cristo. Porque todos los demás son vicarios. Los Apóstoles son vicarios de Cristo. San Pedro y todos los demás. Y tenemos que ser conscientes de ello. De que el Papa es el Siervo, el Vicario, el ministro de la Verdad de Cristo. Si alguna vez o en alguna circunstancia hace algún gesto o afirma algo que sea evidentemente ambiguo, es lo contrario de lo que le exige el ministerio petrino. 

Y si los obispos lo vemos, no podemos hacer la vista gorda. No volvamos a caer en una papolatría, en una divinización del Papa, poniéndolo en el lugar de Cristo y dando prioridad al servicio de una persona, por muy papa que sea, sobre el de Cristo. Por esa razón, estas advertencias –por supuesto, con reverencia, con respeto– los mismos obispos se la tienen que hacer al Papa de vez en cuando –aunque es raro; han sido pocas veces en la historia de la Iglesia, si bien pasa en estos tiempos–, tenemos que hacerlo. Es nuestro deber de obispos, porque no somos empleados sino hermanos del Papa, del Colegio Apostólico. Estamos por debajo de él, pero somos hermanos. Y lo hacemos, debemos hacerlo con amor sobrenatural al cargo petrino y a la persona del Papa, así como con reverencia, con respeto. Pero con claridad sin caer en, cómo diría yo, sofismas ni adulaciones. No sería digno.

Aurelio Porfiri: 

Permítame que le haga una pregunta un poquito más provocadora: dice que no conviene caer en papolatrías, y está bien; es más que comprensible. Pero para V.E. una cosa así, ¿la diría también con un papa como Pío X o Pío XII, o sea con un pontífice que tal vez parecería mejor alineado con cierto concepto de la Iglesia? ¿Considera que también en ese caso habría que evitar caer en el error de la papolatría?

Monseñor Schneider:

¡Claro! Porque la papolatría en sí no es buena. Porque es un exceso. Todo lo que es excesivo no se ajusta a la verdad, no contribuye a la verdad. Los excesos no ayudan. Desfiguran el cometido del Papa. Y así, aun los papas buenos pueden ponerse en el centro y Cristo ya no estaría tan a la vista. 

Por ejemplo, el primer pontífice, San Pedro, dio ejemplo de ello, y creo que todos los papas. Cuando fue a casa de Cornelio y luego vino el Espíritu Santo, y predicó. Se postraron a los pies de San Pedro para venerarlo. Y él se lo prohibió. Les dijo: «No, yo sólo soy un hombre; no debéis postraros ante mí». No digo que si alguna vez alguien siente devoción pueda hacerlo, pero sería la excepción de la regla.

Este ejemplo de San Pedro tiene un importante valor simbólico porque un buen papa, incluso un santo, cuanta más autoridad ejerce en la Iglesia, más tentaciones hay de divinizarlo, lo cual no es saludable. Por eso, los pontífices tienen que tener mucho cuidado con todas estas formas de atraer tanta atención hacia su persona. Es preferible ser más modesto para que ante todo estén en el centro Cristo, la liturgia, la adoración, la sacralidad, la integridad de la doctrina, poner a buenos sacerdotes, obispos y cardenales en la Iglesia, y defender también la Iglesia de las herejías, tantas cosas como hace un papa, pero no debe cultivar lo que no es necesario y contribuye al culto de la personalidad. Por supuesto que debemos tratarlo con gestos normales de reverencia por el cargo que ejerce, pero moderadamente.

Aurelio Porfiri: 

Excelencia, he hablado con algunos obispos y cardenales que, no es que no estén de acuerdo usted en cuanto a que es necesario manifestar al Papa su perplejidad ante ciertos gestos o acciones, pero dicen que esa perplejidad hay que manifestarla en privado y no públicamente. ¿Qué opina de esto?

Monseñor Schneider: 

¡No! Porque es público. Claro que se puede hacer en privado, pero si no se consigue, si se ve que no sirve de nada, tenemos el deber de hacerlo públicamente con miras a la salud de las almas, de los fieles, de toda la Iglesia. Dice el Concilio que todo obispo, miembro del colegio episcopal, tiene también el deber de preocuparse por el bien de toda la Iglesia, no sólo de su grey o su diócesis. Ha sido así desde el principio de la Iglesia. Dios lo permitió concretamente en Antioquía. 

San Pablo, que era lo que hoy en día llamaríamos miembro del colegio episcopal, subordinado a San Pedro, lo amonestó en público, no en privado. Porque San Pedro había hecho cosas ambiguas que socavaban la pureza de la fe en aquel tiempo en lo relativo a ritos antiguos judeocristianos y los cristianos nuevos recién convertidos procedentes del paganismo y que no debían observar esos ritos por decisión de los Apóstoles y del concilio. Con todo, más tarde, San Agustín y Santo Tomás de Aquino dijeron que el Espíritu Santo permitió aquel incidente de Antioquía para enseñar a toda la Iglesia que se puede, y no sólo se puede, sino que a veces un súbdito debe amonestar públicamente a su superior, aunque sea la máxima autoridad de la Iglesia cuando está en juego la pureza de la fe íntegra, del bien total de la Iglesia. Son cosas que han dicho santos, y pertenecen enteramente a la Tradición católica.

Aurelio Porfiri: 

Para terminar, Excelencia, me gustaría mencionar otra vez en concreto el Catecismo de la fe católica del P. Zoffoli. V.E. también ha publicado un catecismo, y quisiera preguntarle. ¿Qué importancia tiene el Catecismo en nuestros tiempos, un buen catecismo? ¿Cuál es a su juicio la necesidad actual de contar con un instrumento semejante?

Monseñor Schneider: 

Es esencial conocer la Fe para el cristiano. En los tiempos que corren es urgentísimo, es evidente, que vivimos en medio de tanta gente en la Iglesia que tienen una gran ignorancia de los conceptos básicos de la Fe católica. San Pablo dijo que no podemos invocar a Dios si no lo conocemos. Dijo también que no podemos correr si no avanzamos hacia la meta, que cómo vamos a combatir si no tenemos claro a quién; es imposible. ¿Cómo vamos a dar la vida por Cristo? Nadie da la vida por una vaguedad, por algo ambiguo. Yo doy la vida por algo que es verdad, y verdad no humana, sino divina. 

Por eso, las últimas palabras de Cristo en este mundo fueron ni más ni menos una solemne orden divina a los Apóstoles, a toda la Iglesia, «Id y enseñad, docete, a todos los pueblos. Docete, doctrina; enseñad; enseñanza. Es un deber solemne señalado por Dios. Y debemos hacerlo por amor, porque no se puede amar si no se conoce. Pues el amor presupone el conocimiento. Cuanto más se conoce algo o a alguien, más se lo quiere. Por eso, considero que publicar un catecismo es un gesto eminente de amor a los fieles para ayudarlos, para que conozcan mejor y de forma segura las verdades de Dios, y puedan así amarlo más, y así vivir más íntimamente con Cristo y alcanzar así la vida eterna.

Aurelio Porfiri: 

Gracias por sus palabras, Excelencia.


(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

martes, 20 de diciembre de 2022

El obispo Schneider dice que la 'persecución' del Papa contra la misa en latín es un 'abuso de poder' que debe resistirse



En LifeSiteNews del 4 de octubre se podían leer estas palabras extraídas de su conferencia de Pittsburgh:

“El poder actual odia lo santo, y por eso persigue la misa tradicional”.

Palabras fuertes complementadas con este sabio llamado: 
“pero nuestra respuesta no debe ser ni cólera ni pusilanimidad, sino una profunda certeza en la verdad y la paz interior, la alegría y la confianza en la Divina Providencia”. 
El prelado también afirmó:
“declarar la Misa reformada del Papa Pablo VI como expresión única y exclusiva de la lex orandi del rito romano -como está haciendo el Papa Francisco- viola la tradición bimilenaria de todos los pontífices romanos, que nunca ha mostrado una intolerancia tan rígida".
Y añadía:
«no se puede crear un rito nuevo de repente -como hizo Pablo VI- y declararlo voz exclusiva del Espíritu Santo en nuestro tiempo y, al mismo tiempo, silenciando el rito anterior -que ha permanecido prácticamente invariable durante al menos 1.000 años- de ser deficiente y perjudicial para la vida espiritual de los fieles".
Y aclara este argumento, afirmando que 
esto "lleva inevitablemente a la conclusión de que el Espíritu Santo se contradice".
Mons. Schneider entra en el fondo de las críticas realizadas, ya en 1969, por los cardenales Alfredo Ottaviani y Antonio Bacci en su Breve examen [ aquí ]:
“Sin duda, el Novus Ordo de Pablo VI -afirmó- debilita la claridad doctrinal relativa al carácter sacrificial de la Misa y debilita considerablemente el carácter de sacralidad y misterio del culto mismo”. Mientras que la Misa tradicional contiene e irradia "una eminente integridad doctrinal y una sublimidad ritual"
Esto explica la hostilidad de quienes persiguen la misa tradicional:
«El esplendor de la verdad, sacralidad y sobrenaturalidad del rito tradicional de la Misa preocupa a los clérigos que ocupan altos cargos de la Iglesia en el Vaticano y a otros que han abrazado una nueva posición teológica revolucionaria, más cercana a la visión protestante de la Eucaristía y de culto, caracterizado por el antropocentrismo y el naturalismo».
E insiste: 
Pablo VI es “el primer Papa en dos mil años que se ha atrevido a hacer una revolución en el Ordo de la Misa, una auténtica revolución”. 
Esta declaración, en el período en que Mons. Schneider publica su libro La Misa Católica (Chorabooks), haciéndole querer optar por la celebración exclusiva de la misa tradicional, él que por ahora también celebra la Misa de Pablo VI en determinadas circunstancias. Sobre todo porque, en el resto de su discurso, 

invita con fuerza a los sacerdotes y fieles vinculados a la Misa tradicional a no temer una forma de "exilio litúrgico, acogido como una persecución sufrida por Dios".

Luego establece este paralelismo histórico: 
«la actual persecución contra un rito que la Iglesia romana ha guardado celosa e inmutablemente desde al menos un milenio -por lo tanto desde mucho antes del Concilio de Trento- parece ser ahora una situación análoga a la persecución de los integridad de la fe católica durante la crisis arriana del siglo IV".
“Aquellos que en ese momento mantuvieron inmutable la fe católica fueron desterrados de las iglesias por la gran mayoría de los obispos, y fueron los primeros en celebrar una especie de misas clandestinas”.
Y añade al discurso de los perseguidores: 
"podemos decir a los eclesiásticos espiritualmente ciegos y arrogantes de nuestros días - que desdeñan el tesoro del rito tradicional de la Misa y que persiguen a los católicos que se apegan a ella - 'ustedes no logrará derrotar y extinguir la tradición de la Misa”».
«Santo Padre Papa Francisco, no logrará extinguir el rito tradicional de la Misa. ¿Por qué? Porque está luchando contra la obra que el Espíritu Santo ha tejido con tanto cuidado y con tanto arte a lo largo de los siglos y de los tiempos".
La verdadera obediencia en la Iglesia

Respondiendo a las preguntas de Michael Matt, director de The Remnant , el 13 de octubre, monseñor. Schneider aclaró la naturaleza de la verdadera obediencia en la Iglesia, con elementos de explicación que recuerdan los desarrollados por Mons. Marcel Lefebvre, hace más de 40 años:
“Debemos continuar incluso si en algunos casos decimos que no podemos obedecer al Papa en este momento porque ha emitido estos mandamientos u órdenes que obviamente socavan la fe, o que nos quitan el tesoro de la liturgia; es liturgia de toda la Iglesia, no de ella, sino de nuestros padres y de nuestros santos, por tanto tenemos derecho a ella". “En estos casos, aunque desobedezcamos formalmente, obedeceremos a toda la Iglesia de todos los tiempos, y también, con esta desobediencia aparente y formal, honraremos a la Santa Sede custodiando los tesoros de la liturgia, que es un tesoro de la Santa Sede, pero que está temporalmente limitado o discriminado por quienes actualmente ocupan altos cargos en la Santa Sede".
En una entrevista del 28 de octubre con el director de LifeSiteNews , John-Henry Westen, monseñor. Schneider vuelve a la persecución, evocando la época de las catacumbas:
“Un ejemplo de este tipo de situación, tanto para los fieles como para los sacerdotes -de ser de alguna manera perseguidos y marginados por quienes ocupan altos cargos en la Iglesia, por los obispos- es lo que hemos conocido en el siglo IV, con el 'arrianismo'.«En aquella época los obispos válidos, los obispos lícitos, en todo caso la mayoría de ellos, perseguían a los verdaderos católicos que conservaban la tradición de la fe en la divinidad de Jesucristo, el Hijo de Dios. Era cuestión de vida o muerte. por la verdad, por la tradición de la fe. Y así fueron expulsados ​​de las iglesias, obligados a ir a las "raíces", a las misas al aire libre».
“En cierto sentido, nosotros también podemos encontrarnos en situaciones como esta. Y ya ha sucedido, sobre todo después de Traditionis custodes . Hay lugares donde la gente es literalmente expulsada de las parroquias donde durante muchos años se celebró la Misa tradicional en latín aprobada por el Papa Benedicto XVI y los obispos locales”. “Hoy, en el nuevo contexto de la Traditionis custodes , ciertos obispos –repito– literalmente expulsan de las iglesias, de las parroquias, a los mejores fieles, a los mejores sacerdotes: los expulsan de la iglesia parroquial que se llama iglesia madre. Y estos fieles se ven por tanto obligados a buscar nuevos lugares de culto, gimnasios, escuelas o salas de reunión, etc.»
“Es una situación similar a una especie de catacumba. No son literalmente catacumbas porque todavía se pueden celebrar públicamente, pero se pueden comparar con el tiempo de las catacumbas porque las estructuras y edificios oficiales de la Iglesia no se pueden usar".
Y recuerda de nuevo qué es realmente la obediencia en la Iglesia:
«Debemos aclarar el verdadero concepto y significado de la obediencia. Santo Tomás de Aquino dice que debemos obediencia absoluta e incondicional sólo a Dios, pero a ninguna criatura, ni siquiera al mismo Papa. La obediencia al Papa ya los obispos en la Iglesia es, por tanto, una obediencia limitada».“Por lo tanto, cuando el Papa o los obispos ordenan algo que socava manifiestamente la plenitud de la fe católica y la plenitud de la liturgia católica -ese tesoro de la Iglesia, la misa tradicional en latín- es perjudicial porque socava la pureza de la fe. ; al socavar la pureza de la santidad de la liturgia, socavamos a toda la Iglesia".
“Reducimos el bien de la Iglesia, el bien espiritual de la Iglesia. Reducimos el bien de nuestras almas. Y en esto, no podemos cooperar. ¿Cómo podríamos colaborar en disminuir la pureza de la fe, cómo podríamos colaborar en disminuir el carácter sagrado, sublime, de la liturgia de la Santa Misa, la Misa tradicional milenaria de todos los santos?»En tal situación, tenemos la obligación (no se trata sólo de decir que “podemos” en determinadas ocasiones) decir al Santo Padre, a los obispos, “con todo el respeto y el amor que os debemos, no podemos cumplir estas órdenes que das porque perjudican el bien de nuestra santa Madre Iglesia".  
Entonces tenemos que buscar otros lugares, incluso siendo de alguna manera formalmente desobedientes. Pero en realidad seremos obedientes a nuestra santa Madre Iglesia, que es más grande que cualquier Papa en particular. ¡La Santa Madre Iglesia es más grande que un Papa en particular! Y así obedecemos a nuestra santa Madre Iglesia”. 
“Obedecemos a los papas de todos los tiempos que han promovido, defendido, protegido la pureza de la fe católica, incondicionalmente, sin compromiso, y que también han defendido la santidad y la liturgia inmutable de la Santa Misa a lo largo de los siglos”.
- Fuente FSSPX.noticias .

lunes, 5 de septiembre de 2022

El cardenal Müller desenmascara al Papa Francisco



Ya no lo decimos solamente nosotros desde este blog. Lo dice el cardenal Müller:

El cardenal Gerhard Müller, ex titular de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), tuvo la amabilidad de facilitar a LifeSite una copia de sus reflexiones sobre la reforma de la Curia que se está aplicando mediante el documento papal Praedicate Evangelium, firmado por el papa Francisco el 19 de marzo. Müller tenía la intención de presentar su declaración al Consistorio de cardenales que se reunió a finales de agosto en Roma, pero debido al limitado tiempo asignado para hablar en la reunión, no pudo entregarla.

En su declaración, el cardenal alemán, que fue destituido por el Papa Francisco de forma repentina en junio de 2017, deja claro que ve una tendencia preocupante que se está produciendo actualmente en la Iglesia. Se opone al fuerte papalismo que socava la autoridad de la enseñanza sacramental de cada obispo individual, y también al debilitamiento del oficio y la autoridad de los ministros ordenados al delegar en los laicos los puestos de liderazgo en la Curia Romana y en las diócesis.

"No es un progreso en la eclesiología", escribió, "sino una flagrante contradicción con sus principios fundamentales, si toda la jurisdicción en la Iglesia se deduce de la primacía jurisdiccional del Papa. También la gran verborrea del ministerio, la sinodalidad y la subsidiariedad no puede ocultar la regresión a una concepción teocrática del papado."

El prelado alemán insistió en que la autoridad del Papa se basa en que Cristo mismo le ha dado la autoridad, y nadie más. "Pedro actúa con la autoridad de Cristo como su Vicario. Su autoridad para atar y desatar no es una participación en la Omnipotencia de Dios", insistió Müller. Continúa diciendo que "la autoridad apostólica del Papa y de los obispos no es de derecho propio, sino sólo un poder espiritual conferido para servir a la salvación de las almas mediante el anuncio del Evangelio, la mediación sacramental de la gracia y la dirección pastoral del Pueblo de Dios peregrino hacia la meta de la vida eterna."

Es decir, la autoridad del Papa está vinculada y limitada por su deber de conducir a las almas a la salvación del modo en que Cristo mismo lo ha ordenado. No es independiente del mandato de Cristo.

Por lo tanto, "una Iglesia totalmente obsesionada con el Papa ha sido y es siempre la caricatura de la 'enseñanza católica sobre la institución, la perpetuidad, el significado y la razón del sagrado primado del Romano Pontífice'", explicó el cardenal.

Basándose en el principio relativo a los límites de la autoridad del Papa, el cardenal Müller deja claro que el Papa no puede cambiar el orden jerárquico y sacramental de la Iglesia nombrando a laicos como jefes de una diócesis o de una curia. "El Papa tampoco puede conferir a ningún laico de forma extrasacramental -es decir, en un acto formal y legal- el poder de jurisdicción en una diócesis o en la curia romana, para que los obispos o sacerdotes actúen en su nombre", escribió el prelado.

La publicación de esta declaración del cardenal Müller es la segunda intervención de un cardenal que no pudo pronunciarse en el reciente Consistorio. El cardenal alemán Walter Brandmüller, historiador de la Iglesia, tampoco pudo pronunciar sus palabras, por lo que Sandro Magister las publicó en su blog. En esta intervención, el cardenal Brandmüller lamentó que bajo el pontificado del papa Francisco la libre discusión de los cardenales con el Papa haya dejado esencialmente de existir. "En la antigüedad esta función de los cardenales encontraba una expresión simbólica y ceremonial en el rito de la 'aperitio oris', de abrir la boca", escribió el cardenal, que significa "el deber de expresar con franqueza la propia convicción, el propio consejo, especialmente en el consistorio." Luego añadió que esta necesaria franqueza "está siendo sustituida por un extraño silencio".

Por ello, el prelado alemán consideró que los consistorios bajo el Papa Francisco son poco eficaces y útiles. "Se distribuyen formularios para solicitar un tiempo de intervención, seguido de comentarios obviamente espontáneos sobre cualquier tipo de tema, y eso es todo", describió los consistorios pasados. "Nunca ha habido un debate, un intercambio de argumentos sobre un tema concreto. Obviamente, un procedimiento completamente inútil".

El último Consistorio en el que los cardenales de la Iglesia católica aún pudieron hablar libremente fue el de 2014, en el que el papa Francisco invitó al cardenal Walter Kasper a presentar su propuesta sobre la admisión de los divorciados vueltos a casar a la Sagrada Comunión. Como informó entonces el vaticanista italiano Marco Tosatti, un gran número de cardenales se opuso a la iniciativa del Papa Francisco. Desde entonces, el pontífice argentino no volvió a permitir que se surgiera una discusión libre durante un Consistorio. Estos dos cardenales alemanes son dignos de elogio por asegurarse de que esa discusión parcial pueda tener lugar en público ahora.

The Wanderer

jueves, 4 de noviembre de 2021

Monseñor Schneider advierte del creciente comunismo cultural en Occidente



(LifeSiteNews) — En una entrevista exclusiva concedida a LifeSiteNews, el obispo Schneider advirtió que el espíritu comunista se está extendiendo por los países que eran libres y cristianos.

Monseños Schneider se crio en la antigua Unión Soviética en el seno de una familia alemana cuyos antepasados se habían afincado en la región del Mar Negro en el siglo XIX. Numerosos alemanes se establecieron en la zona, y según el obispo se los conoció como los alemanes del Mar Negro. La mayoría se dedicaba a labores agrícolas. Llevaron consigo su fe y su cultura católicas y la mantuvieron en una zona ampliamente poblada por musulmanes y ortodoxos.

Después de la Segunda Guerra Mundial, sus padres fueron deportados por Stalin a campamentos donde realizaron trabajos forzados. Con el tiempo, sus padres recuperaron la libertad y pudieron instalarse en la república centroasiática de Kirguistán. Allí nació el obispo Schneider, al sur de Kazajistán, donde reside actualmente. Se crió asistiendo a iglesias católicas clandestinas, pues sus padres no abandonaron la fe de sus mayores, a pesar de que con el régimen comunista que gobernaba la zona era ilegal o estaba sujeto a graves restricciones.

Schneider explicó al reportero Jim Hale de Life Site News que aunque su lengua materna y familiar era el alemán, asistió de niño y adolescente a colegios soviéticos y aprendió así también el ruso. Al cabo de los años, su familia consiguió emigrar a Alemania.

Hale preguntó al prelado si en vista de las cada vez mayores restricciones gubernamentales a causa del covid veía algún paralelo entre lo que pasa hoy en nuestra parte del mundo y la vida en la Unión Soviética.

Schneider respondió que en su opinión había un paralelo aunque a primera vista no lo parezca.

«La URSS y otros países comunistas querían reducir toda (…) la existencia humana al materialismo, a los aspectos materiales de la existencia», explicó.

«Eso mismo pasa cada vez más desde hace décadas en el mundo occidental. Hay una cultura materialista… Se podría decir que es una nueva forma de ateísmo, que es el otro pilar del sistema comunista».

Para el obispo, una reducida élite política dirige la vida de los ciudadanos de Occidente, en gran medida por medios tecnológicos. Expresó inquietud por la falta de derechos de propiedad privada actualmente en EE.UU. y Europa, refiriéndose con ello a los derechos de la persona sobre su propio cuerpo.

Con respecto a la obligación de vacunarse, afirmó: «Estamos viendo cada vez más que con la crisis del covid se está llegando a perder la autodeterminación sobre el propio cuerpo. Se pierde el derecho de propiedad sobre el cuerpo cuando el Estado o la reducida élite dirigente dice que ya no somos dueños de nuestro cuerpo».

Añadió que la persistencia de normas y la exigencia de salvoconductos sanitarios ha creado una especie de cárcel mundial en la que se vigila a todo el mundo.

Dijo además que, al igual que en la URSS, se trata a los ciudadanos como a niños, como si no tuvieran intelecto ni razón. La élite le dice a todo el mundo lo que tiene que hacer empleando la misma terminología en todo el mundo.

Según él, la normativa covidiana ha convertido al mundo en una sociedad de esclavos, una servidumbre.

Además de estos comentarios de temática social, monseñor Schneider relacionó la crisis de los gobiernos del mundo con la de la Iglesia Católica, en cuya jerarquía –afirmó– se ha infiltrado el espíritu materialista. Según el prelado, la deriva materialista del Vaticano se nota en el hincapié en la Madre Tierra. Destacó que el propio papa Francisco actúa como si las realidades terrenas, que son realidades materiales, estuvieran por encima del pastoreo de las almas.

Jim Hale preguntó al obispo si la raíz de ello estaba en un ideal utópico coherente con el marxismo que inspira a los comunistas a construir una especie de paraíso terrenal.

«Es, en efecto, comunismo –respondió Schneider–, porque Marx y Lenin afirmaban que el comunismo era el paraíso en la Tierra. Y ese espíritu ha calado hondo en la vida de la Iglesia y desgraciadamente es en la actualidad parte de los objetivos de la Santa Sede».

Para combatir ese espíritu materialista, Schneider exhortó a los fieles a restablecer la primacía del alma, de pastorear las almas y aspirar a la vida eterna. Añadió: «Ése es el núcleo del Evangelio. Por esa razón vino Jesucristo a redimirnos de los pecados, librarnos de la condenación eterna y abrirnos las puertas del Cielo».

En la Unión Soviética no era raro que el clero se asociara con los políticos y el Estado para obtener ventajas políticas. Hale preguntó a Schneider si le parecía aceptable que sedicentes católicos como Joe Binden y Nancy Pelosi comulguen a pesar de oponerse al movimiento provida y promover el aborto.

Schneider respondió que por ningún concepto debe recibir la Sagrada Comunión una figura destacada que promueva el aborto en tanto que no se arrepienta y se retracte públicamente de haber defendido esas ideas.

«¡Jamás!», recalcó.

El prelado añadió que eso se aplica también a todo político que defienda conductas contrarias a las enseñanzas de la Iglesia Católica.

«Esos políticos que promueven abiertamente el aborto y la unión entre personas del mismo sexo contravienen la doctrina de la Iglesia», señaló.

«¿Cómo pueden afirmar que están en plena comunión con la Iglesia si no están en comunión con su doctrina?»

Calificó de sacrilegio y de ofensa a Dios que un político que rechaza las enseñanzas de la Iglesia reciba la Sagrada Eucaristía, y añadió que sienta un precedente peligroso porque a los ojos de la gente da a entender que la Iglesia aprueba un pecado grave.

Añadió que atenta contra la caridad que los sacerdotes y los obispos den de comulgar a políticos como Biden y Pelosi; «Es como darles a comer su propia condenación». Lo calificó de «acción de guerra contra el amor al prójimo».

Schneider concluyó la entrevista agradeciendo a Life Site News por «la meritoria y heroica labor que realiza en estos difíciles tiempos».

Traducido por Bruno de la Inmaculada

sábado, 4 de enero de 2020

Tu es Petrus: la verdadera devoción a la cátedra de San Pedro (Roberto de Mattei)



Asistimos a uno de los momentos más críticos que haya conocido la Iglesia a lo largo de su historia. Sin embargo, estoy convencido de que la verdadera devoción a la cátedra de San Pedro nos puede facilitar las armas para salir victoriosos de esta crisis.
Verdadera devoción. Porque hay falsas devociones a la cátedra de San Pedro, del mismo modo que, según San Luis María Griñón de Monfort, existe una verdadera devoción y falsas devociones a la bienaventurada Virgen María.
La promesa Jesús a Simón Pedro en Cesarea de Filipo es clara: Tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam, et portae inferi non praevalebunt adversus eam (Mt 16, 15-19).
Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
El primado de San Pedro es el cimiento sobre el que Jesucristo ha instituido su Iglesia, y sobre el cual ésta permanecerá hasta el final de los tiempos. La promesa de la victoria de la Iglesia es, no obstante, el anuncio de una guerra. Una guerra que, hasta el fin de los tiempos, llevará a cabo el infierno contra la Iglesia. En el centro de esta rabiosa guerra se encuentra el Papado. A lo largo de la Historia, los enemigos de la Iglesia han intentado siempre acabar con el primado de San Pedro, porque han comprendido que constituía el cimiento visible del Cuerpo Místico. Cimiento visible, porque la Iglesia tiene un cimiento primario e invisible que es Jesucristo, cuyo vicario es Pedro.
La verdadera devoción a la cátedra de San Pedro es, desde esta perspectiva, la devoción a la visibilidad de la Iglesia, y constituye, como señala el P. Faber, una parte esencial de la vida espiritual cristiana.(1)
Ataques contra el Papado a lo largo de la Historia
Uno de los ataques más violentos que ha sufrido el Papado en la Historia tuvo lugar en los años inmediatamente anteriores a la Revolución Francesa, bajo el pontificado de Gianangelo Braschi, Pío VI (1775-1799). En Alemania, el teólogo Johann Nikolaus von Hontheim, conocido por el pseudonónimo de Justino Febronio, negaba el primado de gobierno de Pedro y era partidario de una organización eclesiástica cuya potestad suprema radicaba en la colegialidad de los obispos. Febronio afirmaba que no quería combatir al Papa, sino el centralismo de la Curia Romana, a la cual quería contraponer los sínodos episcopales, nacionales y provinciales. Pío VI condenó sus tesis mediante el decreto Super soliditate Petrae del 28 de noviembre de 1786.
En Italia, ideas análogas eran expresadas por Scipione de’ Ricci, obispo jansenista de Pistoia, que en 1786 convocó un sínodo diocesano con miras a reformar la Iglesia, reduciendo al Papa a cabeza ministerial de la comunidad de pastores de Cristo. Entre tanto estalló la Revolución Francesa, y Pío VI, por la carta Quod aliquantum del 10 de marzo de 1791 condenó la Constitución Civil del Clero, la cual afirmaba que si los obispos son independientes  del Papa, los sacerdotes son superiores a los obispos y los párrocos deben ser elegidos por los fieles. Por la bula Auctorem fidei del 28 de agosto de 1794 se condenaron también los errores eclesiológicos del Sínodo de Pistoia.(2)
Pío Vi quedó muy afectado por la Revolución. En 1796, el ejército de Napoleón invadió la península itálica, ocupó Roma y el 15 de febrero de 1798 proclamó la República Romana. El Sumo Pontífice fue hecho prisionero y conducido a Francia, a la ciudad de Valence, donde el 29 de agosto de 1799 falleció agotado por los sufrimientos. La Revolución parecía haber triunfado sobre la Iglesia. El cadáver de Pío VI permaneció insepulto durante varios meses, hasta que fue inhumado en el cementerio de la ciudad, en una caja de las reservadas a los pobres, sobre la que estaba escrita la leyenda: «Ciudadano Gianangenlo Braschi, aliás Papa». La municipalidad de Valence notificó al Directorio la muerte de Pio VI, añadiendo que se había dado sepultura al último pontífice de la Historia.
Diez años más tarde, en 1809, también Pío VII (1800-1823), sucesor del anterior, anciano y enfermo, fue hecho prisionero, y tras dos años encarcelado en Savona  fue llevado a Fontainebleau, donde permaneció hasta la caída de Napoleón, obligado a plegarse a la voluntad de éste. Nunca se había visto al Papado tan débil a los ojos del mundo. Pero diez años más tarde, en 1819, Napeleón había desaparecido de la escena y Pío VII estaba de vuelta en el solio pontificio y era reconocido como suprema autoridad moral por los soberanos europeos. Aquel año de 1819 se publicó en Lyon Del Papa, obra maestra del conde Joseph de Maistre, que alcanzaría centenares de reimpresiones y fue precursora del dogma de la infalibilidad pontificia que más tarde definiría el Concilio Vaticano I.
El libro Del Papa está considerado un manifiesto del pensamiento contrarrevolucionario, que se opone al liberalismo católico de los siglos XIX y XX. Quisiera hoy hacerme eco de esta escuela de pensamiento católica.(3)
Cuando en 1869 se inauguró el Concilio Vaticano I, se enfrentaron dos partidos: por una parte, los católicos ultramontanos o contrarrevolucionarios, apoyados por Pío IX, que defendían la aprobación del dogma del Primado Petrino y la infalibilidad pontificia. Entre ellos figuraban ilustres prelados, como el cardenal Henry Edward Manning, arzobispo de Westminster; monseñor Louis Pie, obispo de Poitiers; monseñor Konrad Martin, obispo de Paderborn, arropados por los mejores teólogos de la época, como los padres Juan Bautista Franzelin, Joseph Kleutgen o Henri Ramiere. En el bando opuesto, los católicos liberales estaban capitaneados por monseñor Maret, decano de la facultad de teología de París, y por Ignaz von Döllinger, rector de la Universidad de Munich.
Los liberales, haciéndose eco de las tesis conciliaristas y galicanas, sostenían que la autoridad de la Iglesia no reside sólo en el Sumo Pontífice, sino en el Papa unido a los obispos, y consideraban erróneo, o al menos inoportuno, el dogma de la infalibilidad. El 8 de diciembre de 1870, Pío IX definió mediante la constitución Pastor Aeternus los dogmas del primado petrino y de la infalibilidad pontificia.(4) Hoy en día dichos dogmas constituyen para nosotros un precioso punto de referencia en que basar la verdadera devoción a la Cátedra de San Pedro.
El Concilio Vaticano II y el nuevo concepto del Papado
Aunque los católicos liberales fueron derrotados en el Concilio Vaticano I, un siglo más tarde serían los protagonistas y vencedores del Concilio Vaticano II.
Galicanos, jansenistas y febronianos sostenían abiertamente que la estructura de la Iglesia debía ser democrática, guiada desde abajo por los sacerdotes y obispos, de quienes el Papa sería un mero representante. La constitución Lumen gentium, promulgada el 21 de noviembre de 1964 por el Concilio Vaticano II, fue, como todos los documentos emanados de este concilio, una constitución ambigua influida por estas tendencias, si bien no las llevó a sus últimas consecuencias.
La Nota explicativa previa, incluida a petición de Pablo VI para salvaguardar la ortodoxia del documento, fue un arreglo para conciliar el principio del primado de San Pedro y el de la colegialidad episcopal. Con Lumen gentiumsucedió lo mismo que con la constitución conciliar Gaudium et Spes, que puso en pie de igualdad los dos fines del matrimonio, el procreativo y el unitivo. En la naturaleza la igualdad no existe. Uno de los dos principios está destinado irremisiblemente a imponerse sobre el otro. Y así como en el caso del matrimonio el principio unitivo se impuso sobre el procreativo, en el de la constitución de la Iglesia se está imponiendo el principio de colegialidad sobre el del primado del Romano Pontífice.
Sinodalidad, colegialidad y descentralización son las palabras que expresan actualmente la tentativa de transformar la constitución monárquica y jerárquica de la Iglesia en una estructura democrática y parlamentaria.
Un manifiesto programático de esta nueva eclesiología lo podemos ver en el discurso pronunciado por el papa Francisco el 17 de octubre de 2015 durante la ceremonia de conmemoración del quincuagésimo aniversario de la institución del sínodo de los obispos. En aquel discurso Francisco puso como comparación una pirámide invertida para representar la conversión del Papado propuesta en la exhortación Evangelii Gaudium de 2013 (nº32). Parece que el Papa quiere sustituir la iglesia centralizada en Roma por una Iglesia policéntrica o poliédrica, según la imagen frecuentemente empleada por él. Un Pontificado renovado, concebido como una especie de ministerio al servicio de las demás iglesias, renunciando al primado jurídico o de autoridad de Pedro.
Para democratizar la Iglesia, los innovadores tratan de despojarla de su aspecto institucional y reducirla a una dimensión puramente sacramental. Es el paso de la Iglesia jurídica a la Iglesia sacramental o de comunión. ¿Y cuáles son las consecuencias? En el plano sacramental, el Papa, como obispo, es igual a todos los demás prelados. Lo que lo sitúa por encima de todos ellos y le confiere un poder supremo, pleno e inmediato sobre toda la Iglesia es su oficio jurídico. El munus específico del Sumo Pontífice no consiste en su potestad de orden, que comparte con todos los demás obispos del mundo, sino en su potestad de jurisdicción, o de gobierno, que lo distingue de todos los demás prelados. El cargo cuya titularidad ostenta el Papa no supone un cuarto nivel en las órdenes sagradas por encima del diaconado, el sacerdocio y el episcopado. El ministerio petrino no es un sacramento, sino un oficio, porque el Papa es el vicario visible de Jesucristo. La Iglesia-sacramento disuelve, por la propia visibilidad de la Iglesia, el Primado Petrino.
La visibilidad de la Iglesia
Jesucristo confió la misión de Gobierno a San Pedro después de la Resurrección, cuando le dijo: «Apacienta mis corderos, pastorea mis ovejas» (Jn. 21, 15-17). Con estas palabras el Señor confirma la promesa hecha al Príncipe de los Apóstoles en Cesarea de Filipo cuando lo nombró su Vicario en la Tierra, con potestad de Jefe supremo de la Iglesia y Pastor universal. La verdadera devoción a la Cátedra de San Pedro no es el culto al hombre que ocupa esa cátedra, sino amor y veneración a la misión que Jesucristo confió a San Pedro y a sus sucesores. Se trata de una misión visible y perceptible para los sentidos, como explicaron León XII en la encíclica Satis cognitum (1896) y Pío XII en la encíclica Mystici Corporis (1943.)
Al igual que su Fundador, la Iglesia consta de un elemento humano, visible y externo, y de un elemento divino, espiritual e invisible. Es una sociedad al mismo tiempo visible y espiritual, temporal y eterna, humana por los miembros de los que está compuesta y divina por sus orígenes, sus fines y sus medios sobrenaturales. La Iglesia es visible en primer lugar porque no es ni una corriente espiritual ni un movimiento de ideas, sino una verdadera sociedad, dotada de una estructura jurídica como las otras sociedades humanas. Y es visible también como sociedad sobrenatural, porque se la puede reconocer por sus notas externas al ser siempre una, católica, apostólica y romana.(5)
Es en el Papa en quien se se concentra y condensa dicha visibilidad. Ése es el sentido de la frase pronunciada por San Ambrosio: «Ubi Petrus ibi Ecclesia»(6) (donde está Pedro, allí está la Iglesia), que presupone que remite a otro dicho, atribuido a San Ignacio de Antioquía, «Ubi Christus ibi Ecclesia» (7)No hay verdadera Iglesia fuera de la fundada por Jesucristo, que continúa a guiarla y asistirla de modo invisible mientras su Vicario la gobierna visiblemente en la Tierra.
En la actualidad se ha infiltrado el modernismo en la Iglesia, pero no hay dos iglesias. Ésa es la razón por la que el P. Gleize considera impropio hablar de Iglesia conciliar (8), y ése es también el motivo por el que debemos tener cuidado con expresiones como Iglesia bergogliana o neoiglesia. La Iglesia de hoy está ocupada por hombres de la Iglesia que traicionan o deforman el mensaje de Cristo, pero no ha sido sustituida por otra Iglesia. Solamente hay una Iglesia católica en la que conviven, de modo confuso y fragmentario, teologías y filosofías diversas y contrapuestas. Es más correcto hablar de una teología bergogliana, de una filosofía bergogliana, de una moral bergogliana y, si se quiere, de una religión bergogliana, pero sin llegar a definir como Iglesia bergogliana a la que comprendería, junto al papa Bergoglio y los cardenales, la Curia y los obispos de todo el mundo. Porque en caso de imaginar que el Papa, los cardenales, la Curia y los prelados de todo el mundo constituyen en su conjunto una nueva Iglesia, deberíamos preguntarnos legítimamente: ¿Dónde está la Iglesia de Cristo? ¿Dónde está su visibilidad social y sobrenatural?
Éste es el argumento principal contra el sedevacantismo. Pero también es un argumento contra ese tradicionalismo exagerado que aunque no declare vacante la sede de San Pedro se cree autorizado a expulsar de la Iglesia a papas, cardenales y obispos, y reduce en la práctica el Cuerpo Místico de Cristo a una realidad puramente espiritual e invisible.
El error de la papolatría
La Iglesia, como sociedad visible, tiene necesidad de una jerarquía visible, de un Vicario de Cristo que la gobierne visiblemente. La visibilidad es, ante todo, la de la Cátedra de San Pedro, sobre la que se han sentado hasta hoy 266 pontífices.
El Papa es una persona que ocupa una cátedra. No es la cátedra en persona, pero existe el peligro de que la persona haga olvidar la existencia de la cátedra, es decir, la institución jurídica que antecede a la persona.
La papolatría es la falsa devoción de quien no ve en el papa reinante a uno de los sucesores de San Pedro, sino que lo considera un nuevo Cristo en la Tierra, personalizando, reinterpretando, reinventado, imponiendo el Magisterio de sus predecesores, acrecentando, mejorando y perfeccionando la doctrina de Cristo.
Antes que un error teológico, la papolatría es una actitud psicológica y moral deformada. Los papólatras suelen ser conservadores o moderados que se engañan creyendo que pueden lograr buenos resultados en la vida sin lucha y sin esfuerzo. El secreto de su vida está en adaptarse continuamente a fin de sacar el mejor partido a toda situación. Su lema es que no pasa nada y no hay motivo de preocupación. Para ellos, la realidad no es jamás un drama. Los moderados no quieren que la vida sea un drama, porque los obligaría a asumir responsabilidades de las que no quieren hacerse cargo. Pero como la vida es con frecuencia dramática, su sentido de la realidad está trastornado y caen en un irrealismo total. Ante la crisis actual de la Iglesia, el moderado reacciona negándola instintivamente. Y la manera más eficaz de tranquilizar la propia conciencia es afirmar que el Papa nunca se equivoca, aun cuando se contradiga a sí mismo o contradiga a sus predecesores. A estas alturas, el error pasa inevitablemente del plano psicológico al doctrinal y se transforma en papolatría, o sea, en la mentalidad de que siempre hay que obedecer al Papa independientemente de lo que haga o diga, porque el Santo Padre es la regla única y siempre infalible de la fe católica.
En el plano doctrinal, la papolatría hunde sus raíces en el voluntarismo de Guillermo de Occam (1285-1347), que, paradójicamente, fue un rabioso adversario del Papado. Mientras Santo Tomás de Aquino afirma que Dios, Verdad absoluta y Sumo Bien, no puede querer ni hacer nada contradictorio, Occam sostiene que Dios puede querer y hacer cualquier cosa, incluso –qué paradoja– el mal, ya que el mal y el bien no existen en sí, sino que Dios hace que sean tales. Para Santo Tomás, una cosa se ordena o se prohíbe porque ontológicamente es buena o mala. Para los seguidores de Occam, es todo lo contrario: una cosa es buena o mala dependiendo de que Dios la haya mandado o prohibido. El adulterio, el asesinato o el robo son malos solamente porque Dios los ha prohibido. En cuanto se admite ese principio, no sólo la moral se vuelve relativa, sino que el representante de Dios en la Tierra, el Vicario de Cristo, podrá a su vez ejercer su autoridad suprema de modo absoluto y arbitrario, y los fieles no podrán hacer otra cosa que tributarle obediencia incondicional.
En realidad, la obediencia en la Iglesia supone para el súbdito el deber de cumplir, no sólo la voluntad del superior, sino únicamente la de Dios. Por esta razón, la obediencia no es nunca ciega ni incondicional. Tiene límites fijados por la ley natural y divina y por la Tradición de la Iglesia, de la cual el Pontífice es custodio y no creador.
Para el papólatra, el Papa no es el Vicario de Cristo en la Tierra, que tiene el cometido de transmitir íntegra y pura la doctrina que ha recibido, sino un sucesor de Cristo que perfecciona la doctrina de sus predecesores adaptándola con el paso de los tiempos. La doctrina del Evangelio está para él en perpetua evolución porque coincide con el Magisterio del pontífice en ese momento reinante. El Magisterio perenne es sustituido por un magisterio viviente expresado en una enseñanza temporal que cambia a diario y tiene su regula fidei en el sujeto de la autoridad en vez de en el objeto de la verdad transmitida.
Una consecuencia de la papolatría es la pretensión de canonizar a todos y cada uno de los papas para que toda palabra y todo acto de gobierno de ellos adquiera retroactivamente carácter infalible. Eso sí, esto sólo se hace con los pontífices posteriores al Concilio Vaticano II, no con los que precedieron tal concilio.
Llegados a este punto deberíamos plantearnos lo siguiente: la época dorada de la Iglesia fue la Edad Media. Y sin embargo, los únicos papas medievales canonizados por la Iglesia son Gregorio VII y Celestino V. En los siglos XII y XIII vivieron grandes pontífices, y ninguno de ellos ha sido canonizado. Durante siete siglos, entre el XIV y el XX, sólo se canonizó a Pío V y a Pío X. ¿Es que los otros fueron papas indignos y pecadores? Desde luego que no. Pero la virtud heroica en el gobierno de la Iglesia es la excepción, no la regla, y si todos los papas son santos, ninguno lo es. La santidad lo es cuando es excepcional, pero pierde sentido cuando se convierte en la regla. Hay quien sospecha que actualmente se quiere canonizar a todos los pontífices precisamente porque ya no se cree en la santidad de ninguno. Quien quiera ahondar en este problema encontrará provechosa la lectura del artículo que dedicó Christopher Ferrara en The Remnant a The canonisations crisis (9).
¿Es posible una diarquía pontificia?
La papolatría no existe en sentido abstracto: hoy en día se debería hablar con más precisión de, por ejemplo, franciscolatría, y también de benedictolatría, como bien ha señalado Miguel Ángel Yáñez en Adelante la Fe (10).  Esa papolatría puede llegar a contraponer un pontífice a otro. Por ejemplo, los seguidores del papa Francisco a los de Benedicto, pero también puede conducir a intentar la armonía y convivencia de ambos papas imaginando una posible división de funciones. Es significativo e inquietante lo sucedido con ocasión del quinto aniversario de la elección del papa Francisco. Toda la atención de los medios se ha concentrado en el caso de la carta de Benedicto XVI a Francisco: una carta que resultó haber sido manipulada y que ha causado la dimisión del encargado de comunicación en el Vaticano, monseñor Dario Viganò. Con todo, el debate reveló la existencia de una falsa premisa aceptada por todos: que hay una especie de diarquía pontificia, según la cual hay uno que es papa en el ejercicio de sus funciones, Francisco, y otro, Benedicto, que sirve a la Cátedra de San Pedro con la oración  y, en caso necesario, orientando. La existencia de dos pontífices se admite como un hecho consumado; sólo se discute la naturaleza de su relación, Pero la verdad es que es imposible que haya dos papas. El papado es indivisible: sólo puede haber un Vicario de Cristo.
Benedicto XVI tenía la facultad de renunciar al pontificado, pero habría debido, en consecuencia, renunciar al nombre de Benedicto XVI, a la sotana blanca y al título de papa emérito. En resumidas cuentas, tendría que haber dejado definitivamente de ser papa, e incluso haber dejado de residir en el Vaticano. ¿Por qué no lo ha hecho? Porque parece que Benedicto XVI está convencido de que todavía es papa, aunque sea un papa que ha renunciado al ejercicio de su ministerio petrino. Esta convicción nace de una eclesiología profundamente errónea, fundada en un concepto sacramental y no jurídico del Papado. Si el munus petrino es un sacramento y no un cargo jurídico, imprime carácter, pero en ese caso sería imposible renunciar al cargo. La renuncia presupone la revocabilidad del cargo, y es por tanto irreconciliable con un concepto sacramental del pontificado.
Con toda razón el cardenal Brandmüller encuentra incomprensible la tentativa de establecer una especie de paralelismo contemporáneo entre un papa reinante y un papa orante: «Un papado bicéfalo sería una monstruosidad»(11), ha afirmado. «El derecho canónico no reconoce la figura de un papa emérito.»  «El dimisionario, en consecuencia, ya no es obispo de Roma ni papa, ni siquiera cardenal».(12)
Por lo que se refiere a las dudas en cuanto a la elección del papa Francisco, la profesora Geraldina Boni (13) señala que el Derecho Canónico siempre ha enseñado que una serena universalis ecclesiae adhaesio es señal y efecto infalible de una elección válida y un pontificado legítimo, y la adhesión del pueblo de Dios al papa Francisco no ha sido puesta en duda hasta el momento por ninguno de los cardenales que participaron en el cónclave. Esto también es consecuencia del carácter visible de la Iglesia y del Papado.
A nemine est judicandus, nisi a fide devius…
El carácter jurídico del cargo petrino ha sido descrito con bastante acierto por un canonista libre de toda sospecha, ex rector de la Universidad Gregoriana: el jesuita Gianfranco Ghirlanda, que durante el periodo de transición entre ambos pontificados publicó en La Civiltà Cattolica un explícito artículo titulado La vacancia de la Sede Romana, en el que dijo:
«La Sede Romana está vacante en el caso de que el Romano Pontífice cese en el ejercicio de sus funciones, y esto se verifica por cuatro motivos: 1) fallecimiento; 2) locura cierta e incurable o enfermedad mental total; 3) notoria apostasía, herejía o cisma; y 4) dimisión».
El padre Ghirlanda explica: «En el primer caso, la Sede Apostólica queda vacante desde el momento de la muerte del Romano Pontífice; en el segundo y tercero, desde el momento de la declaración por parte de los cardenales; y en el cuarto, desde el momento de la renuncia. En este caso, el criterio a seguir es la salvaguarda de la propia comunión eclesial. Si ésta no correspondiese ya al Papa, el pontífice ya no tendría ya ninguna potestad, porque ipso iure perdería su cargo primado.»
En este punto el padre Ghirlanda se centra en el tema del papa hereje. No hace la menor alusión a un pontífice que en febrero de 2013 no había sido elegido aún. El padre Ghirlanda pone un ejemplo teórico: «En la doctrina está admitido el caso de notoria apostasía, herejía o cisma en que podría incurrir el Sumo Pontífice, pero como doctor privado que no requiere la aceptación por parte de los fieles, ya que por la fe en la infalibilidad personal que tiene el Santo Padre en el ejercicio de su cargo, y por tanto con la asistencia del Espíritu Santo, debemos decir que no puede hacer afirmaciones heréticas empeñando su autoridad primada, ya que si lo hiciere perdería ipso iure el cargo. Sin embargo, en tal caso, como la sede primada no puede ser juzgada por nadie (cf. 1404), nadie podría deponer al Romano Pontífice. Ahora bien, se tendría tan sólo una declaración del hecho, y tendrían que hacerla los cardenales, al menos los que estuviesen presentes en Roma. Con todo, tal eventualidad, si bien está prevista en la doctrina, se considera totalmente improbable por la intervención de la Divina Providencia en favor de la Iglesia».(14)
En su exposición, el padre Ghirlanda no adopta una postura tradicionalista ni progresista, sino la de un estudioso que compila miles de años de tradición canónica.
Si, en el terreno de la filosofía y la teología, el vértice indiscutible del pensamiento cristiano está representado por Santo Tomás de Aquino, en el del Derecho Canónico el equivalente sería la Escolástica y está representado por el maestro Graciano y sus discípulos.
Evocando una afirmación de San Bonifacio, obispo de Maguncia, Graciano dice que el Papa «a nemine est iudicandus, nisi deprehendatur a fide devius».(15) Este principio es reafirmado en la Summa decretorum de Hugo de Pisa,(16) considerado el más grande de los magister decretorum del siglo XII.
El padre Salvatore Vacca, que ha esbozado la historia del axioma Prima Sedes a nemine iudicatur, recuerda que «la tesis de la posibilidad del papa hereje será tenida en cuenta […] durante todo el Medioevo hasta la llegada del Cisma de Occidente (1379-1417)».(17)
En el caso de un papa hereje, el principio Prima Sedes a nemine iudicatur no es vulnerado, en primer lugar porque, según la tradición canónica, este principio admite como única excepción el caso de herejía; y en segundo lugar, los cardenales se limitarían a constatar el hecho de la herejía, como sucedería en el caso de la pérdida de las facultades mentales, sin ejercer en modo alguno la deposición del Romano Pontífice. El cese del cargo oficial simplemente sería constatado y declarado por ellos.
Los teólogos discuten si la pérdida del pontificado se da en el momento en que el Papa incurre en herejía o sólo en el caso de que la herejía se haga manifiesta o notoria y se divulgue públicamente.
Arnaldo Xavier da Silveira (18) sostiene que aun habiendo incopatibilidad de raíz entre la herejía y la jurisdicción pontificia, el Papa no pierde su cargo hasta que se herejía es puesta de manifiesto. Dado que la Iglesia es una sociedad visible y perfecta, la pérdida de la fe por parte de su Cabeza visible tiene que ser hecho público, claramente reconocido por los fieles comunes. Así como un árbol puede vivir cierto tiempo después de que se le han cortado las raíces, la jurisdicción también puede mantenerse aunque sea precariamente después de que el titular de ella caiga en herejía. Jesucristo mantiene provisionalmente la persona del pontífice hereje en el ejercicio de su jurisdicción hasta que la Iglesia constate que está depuesto.
Lo que es cierto es que reconocer la posibilidad de que un papa incurra en herejía no significa en modo alguno que disminuyan el amor y la devoción al Papado. Significa admitir que el Papa es el Vicario, no siempre impecable ni siempre infalible, de Jesucristo, única Cabeza del Cuerpo Místico de la Iglesia.
Contra el catacumbismo
El tema de la visibilidad de la Iglesia es un argumento válido para combatir otra tentación actualmente muy extendida: el catacumbismo. El catacumbismo es la actitud de quien se retira del campo de batalla y se esconde, creyendo ilusamente que podrá sobrevivir sin combatir. El catacumbismo es el rechazo del concepto combativo del cristianismo.
El catacumbista no quiere combatir porque está convencido de que ya ha perdido la batalla. Acepta como un hecho la situación de inferioridad de los católicos sin remontarse a las causas que la han determinado. Pero si los católicos son minoritarios hoy en día es porque han perdido una serie de batallas. Han perdido esta batalla porque no la han combatido. Y no la han combatido porque han perdido la idea misma de que hay enemigos. Han vuelto la espalda al concepto agustiniano de las dos ciudades que luchan en la Historia, único que puede brindar la explicación de todo lo que ha sucedido. Rechazar esa mentalidad combativa es aceptar como principio la irreversibilidad del proceso histórico y del catacumbismo se pasa inevitablemente al progresismo y el modernismo.
Los catacumbistas oponen la Iglesia constantiniana a la Iglesia minoritaria y perseguida de los tres primeros siglos. Pero Pío XII, en su discurso a los jóvenes de Acción Católica del 8 de diciembre de 1947, refuta esa tesis, y explica que los católicos de los tres primeros siglos no se refugiaron en las catacumbas, sino que fueron vencedores:
«Con frecuencia, la Iglesia de los primeros siglos ha sido presentada como la Iglesia de las catacumbas, como si los cristianos de entonces acostumbraran vivir escondidos en ellas. Nada más inexacto: aquellas necrópolis subterráneas, destinada principalmente a la sepultura de los fieles difuntos, no servían de refugio, salvo quizás en momentos de violenta persecución. La vida de los cristianos en aquellos siglos marcados por el derramamiento de sangre, se desenvolvía en las calles y las casas, abiertamente. No vivían apartados del mundo; frecuentaban, como los demás, los baños, los talleres, las tiendas, mercados y plazas públicas; ejercían profesiones como marineros, soldados, agricultores y comerciantes” (Tertuliano, Apologeticum, c. 42). Querer convertir a aquella Iglesia valerosa, dispuesta siempre a vivir al pie del cañón, en una sociedad de cobardes que viven escondidos por vergüenza o por pusilanimidad, sería un ultraje a su virtud. Eran plenamente conscientes de su deber de conquistar el mundo para Cristo, de transformar según la doctrina y la ley del Divino Salvador la vida privada y la pública, donde debía nacer una nueva civilización, surgir otra Roma sobre los sepulcros de los dos Príncipes de los Apóstoles. Y lograron su objetivo. Roma y el Imperio Romano se hicieron cristianos.»
Antes se decía que el sacramento de la Confirmación nos hace soldados de Cristo, y Pío XII, dirigiéndose a los obispos de los Estados Unidos, les dijo: «El cristiano digno de tal nombre siempre es apóstol; es indecoroso para el soldado de Cristo alejarse de la batalla, porque sólo la muerte pone fin a su milicia».(19) Es preciso recuperar esta percepción militar de la vida cristiana.
La fuerza del silencio y la fuerza de la palabra
Hay quienes dicen que hace falta renunciar a la acción y a la lucha porque en el plano humano ya no es posible hacer nada. Que es preciso esperar una intervención extraordinaria de la Divina Providencia. Es cierto que Dios, y sólo Dios, es quien dirige y transforma la Historia. Pero Dios exige la colaboración de los hombres, y si los hombres dejan de actuar, deja también de actuar la gracia divina. Es más, como señala San Ambrosio, «Dios no manda su bendición a quien se duerme, sino a quien vela».(20)
Hay también quien dice que no hay que renunciar sólo a la acción, sino también a la palabra. Cada tanto nos topamos con alguien que con el dedo ante la boca y los ojos alzados al Cielo nos dice que es necesario callar y rezar. Nada más. Pero sería un error hacer del silencio una regla de comportamiento, porque el Día del Juicio no sólo daremos cuenta de las palabras ociosas, sino también de los silencios culpables.
Hay vocaciones al silencio, como las de tantos religiosos contemplativos; pero los católicos, desde los pastores al último de los fieles, tienen el deber de dar testimonio de su fe con la palabra y con el ejemplo. Por medio de la Palabra los apóstoles conquistaron el mundo y se difundió el Evangelio de un extremo a otro de la Tierra.
No callaron San Atanasio ni San Hilario ante los arrianos, ni San Pedro Damián ante los prelados corruptos de su tiempo. Tampoco calló Santa Catalina de Siena ante los papas de su época, ni San Vicente Ferrer, que además se presentó como el Ángel del Apocalipsis.
Ni callaron, sino hablaron, en tiempos recientes, Clemens August von Galen, obispo de Münster, ante el nazismo, ni el cardenal Josef Mindszenty, primado de Hungría, ante el comunismo.
Por otro lado, hoy en día el silencio no se vive como un momento de recogimiento y reflexión que prepara para la lucha, sino como una estrategia política alternativa a la misma. Un silencio que predispone al disimulo, la hipocresía y la rendición final. Día tras día, mes tras mes y año tras año, la política del silencio se ha convertido en una jaula que encierra a muchos conservadores. En este sentido, el silencio no es sólo una culpa de hoy, sino también el castigo por las culpas de ayer. Hoy son prisioneros del silencio los que han callado durante demasiados años. Y en cambio, es libre quien a lo largo de los últimos cincuenta años no ha guardado silencio, sino que ha hablado abiertamente y sin transigir, porque sólo la Verdad nos hace libres (Jn.8, 32).

Tempus est tacendi, tempus loquendi.
 Hay tiempo de callar y tiempo de  hablar, dice el Eclesiastés (3,7). Hay momentos en que se debe callar, pero también hay un momento para hablar. Y hoy es el momento de hablar.
Hablar significa ante todo dar testimonio público de fidelidad al Evangelio y a las inmutables verdades católicas, denunciando los errores que se contraponen a éstas. En épocas de crisis, la regla a seguir es la que proclamó Benedicto XV en la encíclica Ad beatissimi Apostolorum Principis del 1 de noviembre de 1914 contra los modernistas. «Queremos, por tanto, que sea respetada aquella ley de Nuestros mayores: Nihil innovetur nisi quod traditum est, Nada se innove sino lo que se ha trasmitido». La Sagrada Tradición sigue siendo el criterio para discernir lo católico de lo que no es católico y poner de manifiesto las notas visibles de la Iglesia. La Tradición es la Fe de la Iglesia que los pontífices han mantenido y transmitido a lo largo de los siglos. Pero la Tradición tiene preeminencia sobre el Papa, y no el Papa sobre la Tradición.
Por tanto, no basta con hacer una denuncia genérica de los errores que se oponen a la Tradición de la Iglesia. Es preciso que demos a conocer el nombre de quienes en el seno de la Iglesia profesan una teología, una filosofía, una moral o una espiritualidad que se opongan al Magisterio perenne de la Iglesia, sea cual sea el cargo que ocupen. Y hoy en día debemos reconocer que el propio Papa promueve y difunda errores y herejías dentro de la Iglesia. Necesitamos el valor para decirlo, con toda la veneración debida al Sumo Pontífice. La verdadera devoción al Papado se manifiesta en una actitud de resistencia filial, como la de la Corrección filial que se elevó al papa Francisco en 2017.
Pero no sólo hay un tempus loquendi. Hay también un modus loquendi con el que se expresa el católico. La corrección debe ser filial, como se ha hecho; respetuosa, devota, sin sarcasmo, sin irreverencia, sin desprecio, sin celos amargos, sin complacencia, sin orgullo, con profundo espíritu de caridad, que es amor a Dios y a la Iglesia.
En la actual crisis, a toda profesión de fe y declaración de fidelidad que no tenga en cuenta la responsabilidad del papa Francisco le falta fuerza, claridad y sinceridad. Necesitamos el valor para decir: Santo Padre, vuestra santidad es responsable de la confusión que reina hoy en la Iglesia; Santo Padre, vuestra santidad es el primer responsable de las herejías que circulan actualmente en la Iglesia. Los cardenales que callan, y que al callar incumplen su cometido de ser consejeros y colaboradores del Papa, al que deberían dirigir públicamente palabras de amonestación y corrección fraterna, no dejan de ser responsables.
Pero no basta con denunciar a los pastores que demuelen o que promueven la demolición de la Iglesia. Es necesario reducir al mínimo indispensable la convivencia con esos, como en el caso de una separación matrimonial. Si un padre ejerce la violencia física contra su mujer o sus hijos, la esposa, aunque reconozca la validez del matrimonio y no pida la anulación, puede solicitar la separación a fin de protegerse y proteger a sus hijos. La Iglesia lo permite. Dejar de vivir juntos habitualmente significa en este caso distanciarse de las enseñanzas y prácticas de los malos pastores, negarse a participar en los programas y actividades que promueven.
No debemos olvidar, sin embargo, que la Iglesia no puede desaparecer. Por consiguiente, es necesario apoyar el apostolado de los pastores que se mantengan fieles a las enseñanzas tradicionales de la Iglesia, participar en sus iniciativas y animarlos a hablar, actuar, y guiar a la desorientada grey.
Es hora de apartarnos de los malos pastores y asociarnos a los buenos, dentro de la única Iglesia en la que también conviven, en un mismo terreno, el trigo y la cizaña (Mt. 13,24-30). Y tener presente que la Iglesia es visible y no se puede salvar sola apartada de sus legítimos pastores.
La Iglesia es visible y se salvará con el Papa, no sin el Papa. Es preciso renovar el vínculo de amor y de veneración que nos une al sucesor de San Pedro, principalmente con la oración, para que Jesucristo les dé a él y a todos los pastores la fuerza necesaria para no traicionarel sagrado depósito de la Fe, y si eso sucediera, de retomar la dirección de la grey abandonada.
Sólo una voz suprema y solemne puede poner al proceso de autodemolición que está en acto: la del Romano Pontífice, única persona a quien ha sido garantizada la posibilidad de definir la Palabra de Cristo, haciéndose portavoz infalible de la Tradición.
Y si aun así el Vicario de Cristo es infiel a su misión, el Espíritu Santo no dejará de asistir ni por un momento a su Iglesia, en la que, en momentos de apartamiento de la Fe, un resto, aunque pequeño, de pastores y fieles seguirá siempre observando y transmitiendo la Tradición, confiando en la divina promesa: «Yo con vosotros estoy todos los días, hasta la consumación del mundo (Mt. 28,20).
En la encíclica Fulgens radiator del 21 de marzo de 1947, con motivo del XIV centenario de la muerte de San Benito, Pío XII dijo: «Todo el que examine su ilustre vida e investigue a la luz verdadera de la historia la época tormentosa en que vivió, comprobará sin duda la verdad de aquella divina promesa, hecha por Jesucristo a sus Apóstoles y a la sociedad que fundaba: «Ego vobiscum sum omnibus diebus, usque ad consummationem saeculi»; Yo mismo estaré continuamente con vosotros, hasta la consumación de los siglos (Mt. 27,20). Promesa que no pierde su valor en ningún tiempo, sino que alcanza al curso todo de los siglos, regido por el imperio de Dios. Más aún, cuando con más encarnizamiento los enemigos acometen al nombre cristiano, cuando la nave de Pedro, dirigida por la providencia, es zarandeada por olas cada vez más violentas, cuando todo parece que está para desplomarse y no hay esperanza ninguna de humano auxilio, entonces aparece Jesucristo cumpliendo su palabra, consolando y dispensando aquella fuerza que viene de lo alto, con lo que suscita nuevos atletas, defensores de la causa católica, que le devuelvan su antiguo esplendor, y que, con la ayuda de las gracias celestiales, le comuniquen todavía un mayor perfeccionamiento.»
El modelo para quienes permanecen fieles a la Tradición en tiempos de crisis es la Santísima Virgen María, que mantuvo sola la fe el sábado previo a la Resurrección, y que después de la Ascensión de Jesús al Cielo no calló, sino que sostuvo a la Iglesia naciente con la firmeza y claridad de su palabra. Su corazón fue, y sigue siendo, cofre del tesoro de la Tradición de la Iglesia.(22)
Los verdaderos devotos de María de los que habla San Luis María Griñón de Monfort son también los verdaderos devotos del Papado, que en tiempos de dejación de funciones por parte de la autoridad y de entenebrecimiento de la fe no vacilan en empuñar la espada de dos filos de la Palabra de Dios (Heb. 4,12) con la que atravesarán por la vida o por la muerte a aquellos a quienes los envíe el Altísimo.(23)
Su batalla contra los enemigos de Dios acercará la hora del triunfo del Inmaculado Corazón de María, que será también la del triunfo del Papado y de la Iglesia restaurada.
1 FREDERICK WILLIAM FABER, La devozione e fedeltà al Papa, en AA. VV., Il Papa nel pensiero degli scrittori religiosi e politici, La Civiltà Cattolica, Roma 1927, II, pp. 231-238.
2 DENZ-H, 2601-2612.
3 Para una síntesis de este pensamiento, cfr. PLINIO CORRȆA DE OLIVEIRA, Revolución y contrarrevolución.
4 DENZ-H, 3050-3075.
5 LOUIS BILLOT, De Ecclesia Christi,I, Prati, Giachetti, 1909, pp. 49-51
6 SAN AMBROSIO, Expositio in Psalmos, 40.
7 S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Epístola a los discípulos de Esmirna, 8, 2.
8 ABBÉ JEAN-MICHEL GLEIZE FSPX, Angelus, julio de 2013.
11 WALTER BRANDMÜLLER, Renuntiatio Papae. Alcune riflessioni storico-canonistiche, en Archivio Giuridico, 3-4
(2016), p. 660.
12 ivi, pp. 661, 660.
13 GERALDINA BONI, Sopra una rinuncia. La decisione di papa Benedetto XVI e il diritto, Bononia University Press,
Bolonia 2015
14 GIANFRANCO GHIRLANDA, Cessazione dall’ufficio di Romano Pontefice, “La Civiltà Cattolica cuaderno nº 3905 del 2 de marzo de 2013 “, pp. 445-462., p. 445
15 GRAcIANO, Decreto, Pars I, Dist. XL.
16 HUGO DE PISA, Summa Decretorum, Pars I, Dist.. XL, c. 6.
17 SALVATORE VACCA, Prima Sedes a nemine judicatur. Genesi e sviluppo storico dell’assioma fino al Decreto di
Graziano, 
Pontificia Universidad Gregoriana, Roma 1993, p. 254.
18 ARNALDO XAVEIR DA SILVEIRA, Ipotesi teologica di un Papa eretico,Solfanelli, Chieti 2016.
19 PÍO XII, Discurso a los obispos de los Estados Unidos del 1 novembre 1939.
20 S. AMBROSIO, Expos. Evang. sec. Luc., IV, 49.
21 S. ESTEBN I,Carta a San Cipriano, en DENZ-H, 110. 4
22 SAN BONAVENTURA, De Nativitate B. Virginis Mariae Sermo V, Op., cit., IX, p. 717).
23 SAN LUÍSI MAÍA GRIÑÓN DE MONTFORT, TrataDo de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María, nº 57.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)