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jueves, 19 de mayo de 2016

La Amoris Laetitia interpretada por el propio Francisco (7 de 9)


Cardenal Schönborn

El Papa Francisco hace explícitamente suyas las declaraciones que ambos Sínodos le han presentado: “los Padres sinodales alcanzaron un consenso general, que sostengo” (AL 297). En lo que respecta a los divorciados vueltos a casar con rito civil él sostiene: “Acojo las consideraciones de muchos Padres sinodales, quienes quisieron expresar que (…) la lógica de la integración es la clave de su acompañamiento pastoral (…) Ellos no sólo no tienen que sentirse excomulgados 

[¡Jamás lo han estado. Esto es algo que sabe todo cristiano que tenga un mínimo de formación! ]

sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia sintiéndola como una madre que les acoge siempre” (AL 299).

 [Es cierto que son miembros de la Iglesia; no están separados del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia ... pero no son miembros vivos, sino miembros muertos, al no encontrarse en estado de gracia santificante; este matiz no se tiene en cuenta. Y es esencial. Por supuesto que hay que integrarlos, pero en esa lógica de la integración, de la que habla Schönborn (o Francisco, que viene a ser lo mismo) debe de insistirse con fuerza que de lo que se trata es de INTEGRARLOS en CRISTO ... ¡O no hay tal integración! 

La ambigüedad del lenguaje es muy peligrosa. Jesucristo no actuaba así. Él sí era auténticamente sencillo y llamaba a las cosas por su nombre. Y éste fue uno de los mandatos dados a sus discípulos, cuando les enseñaba cómo debían de comportarse: "Sea vuestra palabra: 'Sí, sí' ; 'No, no'. Lo que pasa de esto, del Maligno procede" (Mt 5, 37). Jesús no puede ser más claro ... pero, ¿es eso lo que encontramos en gran parte de la Jerarquía de la Iglesia? ... Y la respuesta, por desgracia, es negativa. La exhortación AL es un monumento a la ambigüedad y hace mucho uso del lenguaje modernista ... ese que usan tanto los políticos. A Jesús se le entendía. Podrías seguirle o no, pero su Mensaje era de una claridad meridiana. Sin embargo, la AL no es inteligible, de modo inequívoco ... De serlo no tendría necesidad de interpretaciones. Esto es obvio. Pero veamos lo que nos sigue diciendo el cardenal Schönborn:]

Pero ¿qué significa esto concretamente? Muchos se hacen, con razón, esta pregunta. Las respuesta decisivas se encuentran en Amoris Laetitia 300. Éstas ofrecen ciertamente todavía materia para ulteriores discusiones. Pero éstas son también una importante aclaración y una indicación para el camino a seguir:

“Si se tiene en cuenta la innumerable variedad de situaciones concretas (…) puede comprenderse que no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos”. Muchos se esperaban tal norma. Quedarán desilusionados. ¿Qué es posible? El Papa lo dice con toda claridad: “Sólo cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares”Y de cómo puede y debe ser este discernimiento personal y pastoral es el tema de la entera sección de Amoris Laetitia 300-312Ya en el Sínodo del 2015, en el apéndice a los enunciados del círculus germánicus fue propuesto un “Itinerarium” del discernimiento, del examen de conciencia que el Papa Francisco hizo suyo.

“Se trata de un itinerario de acompañamiento y de discernimiento que orienta a estos fieles a la toma de conciencia de su situación ante Dios”. Pero el Papa Francisco recuerda también que “este discernimiento no podrá jamás prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia” (AL 300).

[Exigencias de caridad y de verdad. Así es. Pero deben de darse AMBAS. Imposible una caridad verdadera que engañe al otro y le haga daño. El secreto está en aunar la verdad y la caridad. Esta idea proviene de san Pablo o sea, de la Biblia, o sea, es palabra de Dios y tiene al Espíritu Santo como autor: "Para que viviendo la verdad con caridad, crezcamos, por medio de todo, en Aquél que es la Cabeza, Cristo" (Ef 4, 15)]

El Papa Francisco menciona dos posiciones erróneasUna es aquella del rigorismo“un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares», como si fueran piedras que se lanzan sobre la vida de las personas. Es el caso de los corazones cerrados, que a menudo se esconden aún detrás de las enseñanzas de la Iglesia” (AL 305). Por otra parte la Iglesia no debe absolutamente “renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza” (AL 307).

[No vamos a tocar de nuevo este tema tan manido de los corazones cerrados y de los fundamentalistas y de los que tienen cara de pepinillo avinagrado, etc ... , a quienes se refiere el Papa aludiendo a los que viven según la Tradición de la Iglesia y siendo fieles al mensaje de Jesucristo, sin tener que ser unos hipócritas por esa razón. No creo que sea bueno, sino injusto, el juzgar sobre las intenciones de los demás ... y, además, presuponiendo, de entrada, que son malas: Si ni siquiera juzga acerca de los homosexuales diciendo: "¿Quién soy yo para juzgar?" ... pues con mucha menos razón debería de juzgar, como así lo hace, a aquellos hijos suyos, cuyo único "pecado" es intentar vivir como católicos, con plena fidelidad a la Iglesia de siempre ... ¡máxime cuando esa acusación y ese juicio hacen referencia a las intenciones del corazón de las personas, las cuales sólo por Dios son conocidas ... Y, sin embargo, en el caso de la homosexualidad, estamos hablando de hechos que son objetivamente malos y que están condenados, de modo expreso, por Dios, en la Santa Biblia. Ahí sí que tiene la obligación de juzgar, como Pastor, comprendiendo la debilidad de las personas, pero odiando el pecado que tanto daño les hace: ¡Qué oportunidad para recordarles que son está bien lo que hacen, pero que, si se arrepienten, Dios que es rico en misericordia, los va a perdonar, pues no está deseando otra cosa, dado el inmenso amor que les tiene. Pero, en fin ... Eso es lo que tenemos, lo cual no nos debe de quitar nunca nuestra capacidad de razonar conforme a la verdad de las cosas. Qué bien lo expresa el apóstol san Pablo, cuando exhorta a los corintios, en su segunda carta, diciéndoles: " ... que obréis el bien, aun cuando nosotros fuéramos dignos de reprobación. Pues no podemos nada contra la verdad, sino en favor de la verdad" (2 Cor 13, 7b-8)]

Nos hacemos naturalmente la pregunta: ¿qué dice el Papa respecto del acceso a los sacramentos de las personas que viven en situaciones “irregulares”Ya el Papa Benedicto había dicho que no existen “simples recetas” (AL 298, NOTA 333). El Papa Francisco vuelve a recordar la necesidad de discernir bien las situaciones, siguiendo la línea de la Familiaris consortio (84) de san Juan Pablo II (AL 298). 

[Por su interés reproduzco aquí el contenido del número 84 de la Familiaris Consorcio de Juan Pablo II, a la que se hace referencia en la AL aunque, de este modo, aumente el número de artículos que estoy dedicando a esta presentación de Schönborn. Pienso que merece la pena y que está justificado]


e) Divorciados casados de nuevo

84. La experiencia diaria enseña, por desgracia, que quien ha recurrido al divorcio tiene normalmente la intención de pasar a una nueva unión, obviamente sin el rito religioso católico. Tratándose de una plaga que, como otras, invade cada vez más ampliamente incluso los ambientes católicos, el problema debe afrontarse con atención improrrogable. 

Los Padres Sinodales lo han estudiado expresamente. La Iglesia, en efecto, instituida para conducir a la salvación a todos los hombres, sobre todo a los bautizados, no puede abandonar a sí mismos a quienes —unidos ya con el vínculo matrimonial sacramental— han intentado pasar a nuevas nupcias. Por lo tanto procurará infatigablemente poner a su disposición los medios de salvación.

Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones. En efecto, hay diferencia entre los que sinceramente se han esforzado por salvar el primer matrimonio y han sido abandonados del todo injustamente y los que, por culpa grave, han destruido un matrimonio canónicamente válido. Finalmente están los que han contraído una segunda unión en vista a la educación de los hijos y, a veces, están subjetivamente seguros -en conciencia- de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no había sido nunca válido.

En unión con el Sínodo exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia [¡Observemos que Juan Pablo II no dice que tales católicos estén excomulgados! ] pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza.

La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura, reafirma su práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía

Hay además otro motivo pastoral: si se admitiera a estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.

La reconciliación en el sacramento de la penitencia —que les abriría el camino al sacramento eucarístico— puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. 

Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos»

Del mismo modo el respeto debido al sacramento del matrimonio, a los mismos esposos y sus familiares, así como a la comunidad de los fieles, prohíbe a todo pastor —por cualquier motivo o pretexto incluso pastoral— efectuar ceremonias de cualquier tipo para los divorciados que vuelven a casarse. En efecto, tales ceremonias podrían dar la impresión de que se celebran nuevas nupcias sacramentalmente válidas y, como consecuencia, inducirían a error sobre la indisolubilidad del matrimonio válidamente contraído.

Actuando de este modo, la Iglesia profesa la propia fidelidad a Cristo y a su verdad; al mismo tiempo se comporta con espíritu materno hacia estos hijos suyos, especialmente hacia aquellos que inculpablemente han sido abandonados por su cónyuge legítimo. La Iglesia está firmemente convencida de que también quienes se han alejado del mandato del Señor y viven en tal situación pueden obtener de Dios la gracia de la conversión y de la salvación si perseveran en la oración, en la penitencia y en la caridad.

[Por idéntica razón, incluyo también la referencia que se hace al cardenal Ratzinger, el anterior papa Benedicto XVI, en la visita pastoral que hizo a la archidiócesis de Milán, en Junio de 2012. Hay que fijarse en la última pregunta (la número 5), que es la que le hace la familia Araujo, una familia brasileña de Porto Alegre. Ésta fue la respuesta que dio Benedicto XVI a la pregunta que le formularon]:


En realidad, este problema de los divorciados y vueltos a casar es una de las grandes penas de la Iglesia de hoy. Y no tenemos recetas sencillas. El sufrimiento es grande y podemos sólo animar a las parroquias, a cada uno individualmente, a que ayuden a estas personas a soportar el dolor de este divorcio.

Diría que, naturalmente, sería muy importante la prevención, es decir, que se profundizara desde el inicio del enamoramiento hasta llegar a una decisión profunda, madura; y también el acompañamiento durante el matrimonio, para que las familias nunca estén solas sino que estén realmente acompañadas en su camino.



Y luego, por lo que se refiere a estas personas, debemos decir – como usted ha hecho notar – que la Iglesia los ama, y ellos deben ver y sentir este amor. Me parece una gran tarea de una parroquia, de una comunidad católica, el hacer realmente lo posible para que sientan que son amados, aceptados, que no están «fuera» aunque no puedan recibir la absolución y la Eucaristía: deben ver que aun así viven plenamente en la Iglesia.


A lo mejor, si no es posible la absolución en la Confesión, es muy importante sin embargo un contacto permanente con un sacerdote, con un director espiritual, para que puedan ver que son acompañados, guiados. Además, es muy valioso que sientan que la Eucaristía es verdadera y participada si realmente entran en comunión con el Cuerpo de Cristo. Aun sin la recepción «corporal» del sacramento, podemos estar espiritualmente unidos a Cristo en su Cuerpo. Y hacer entender que esto es importante.

Que encuentren realmente la posibilidad de vivir una vida de fe, con la Palabra de Dios, con la comunión de la Iglesia y puedan ver que su sufrimiento es un don para la Iglesia, porque sirve así a todos para defender también la estabilidad del amor, del matrimonio; y que este sufrimiento no es sólo un tormento físico y psicológico, sino que también es un sufrir en la comunidad de la Iglesia por los grandes valores de nuestra fe. 

Pienso que su sufrimiento, si se acepta de verdad interiormente, es un don para la Iglesia. Deben saber que precisamente de esa manera sirven a la Iglesia, están en el corazón de la Iglesia


Continuará

La Amoris Laetitia interpretada por el propio Francisco (6 de 9)


Cardenal Schönborn

Debo todavía recordar que el Papa Francisco ha definido como centrales los capítulos 4 y 5 (“los dos capítulos centrales”), no solamente en sentido geográfico, sino por su contenido: “no podremos alentar un camino de fidelidad y de entrega recíproca si no estimulamos el crecimiento, la consolidación y la profundización del amor conyugal y familiar” (AL 89). Estos dos capítulos centrales de Amoris Laetitia serán probablemente saltados por muchos para arribar inmediatamente a las “papas calientes”, a los puntos críticos. De experto pedagogo  [ ¿? ] el Papa Francisco sabe bien que nada atrae y motiva tan fuertemente como la experiencia positiva del amor. “Hablar del amor” (AL 89) –esto procura claramente una gran alegría al Papa Francisco, y él habla del amor con gran vivacidad, comprensibilidad, empatíaEl cuarto capítulo es un amplio comentario al Himno de la caridad del capítulo trece de la primera carta a los Corintios. Recomiendo a todos la meditación de estas páginas. Ellas nos animan a creer en el amor (cfr. 1 Juan 4,16) y a tener confianza en su fuerza. 

Es aquí que “crecer”otra palabra clave del Amoris Laetitia, tiene su sede principal: en ningún otro lugar se manifiesta tan claramente como en el amor, que se trata de un proceso dinámico en el cual el amor puede crecer, pero también puede enfriarse. Puedo solamente invitar a leer y gustar este delicioso capítulo. Es importante notar un aspecto: el Papa Francisco habla aquí con una claridad rara, del rol que también las pasiones, las emociones, el eros, la sexualidad tienen en la vida matrimonial y familiar. No es casual que el Papa Francisco cite aquí de modo particular a Santo Tomas de Aquino que atribuye a las pasiones un rol muy importante, mientras que la moral moderna, a menudo puritana, las ha desacreditado o descuidado.[No está bien atribuir a Santo Tomás de Aquino algo que él no ha dicho. Cuando uno se remite a una cita, dicha cita debe darse completa y estar de verdad relacionada con la situación concreta a la que se está refiriendo. Copio a continuación un párrafo del padre Iraburu, de Infocatólica, de un artículo que escribió el 8 de abril de este año y a cuyo contenido completo  puede accederse pinchando aquí:

"Invocar la enseñanza de Santo Tomás sobre las virtudes eventualmente no-operativas, con el fin de atenuar o eximir de culpa a las parejas «irregulares» que no logran salir de su situación objetivamente pecaminosa –adúlteros crónicos, uniones homosexuales, etc.– es un error. La doctrina de Santo Tomás, que es la católica, exime de culpa a quien no puede ejercitar cierta virtud en las obras buenas que son su objeto propio, debido a impedimentos externos a su voluntad. Pero el texto aducido en la Exhortación se refiere a situaciones «irregulares», en las que la persona se ejercita pertinazmente en obras malas –adulterio, unión homosexual, etc.–."]


Es aquí que el título de la Exhortación del Papa encuentra su plena expresión: ¡Amoris laetitia! Aquí se entiende cómo es posible llegar “a descubrir el valor y la riqueza del matrimonio” (AL 205)Pero aquí se hace también dolorosamente visible cuánto mal hacen las heridas de amor. Cómo son lacerantes las experiencias de fracaso de las relacionesPor esto no me maravilla que sea, sobre todo, el octavo capítulo el que llama la atención y el interésDe hecho la cuestión de cómo la Iglesia trate estas heridas, de cómo trate los fracasos del amor se ha vuelto para muchos una cuestión-test para entender si la Iglesia es verdaderamente el lugar en el cual se puede experimentar la misericordia de Dios.

[Ciertamente esas heridas de "amor" hacen daño, pero el verdadero daño se debe al hecho de que estas personas están en una situación de pecado (llámese adulterio, en este caso) y el pecado es el auténtico mal y la causa más profunda de todos los males. Si el sujeto que sufre es bien aconsejado, aunque su dolor no va a desaparecer por ello, tendrá, al menos, un sentido, pues unido al sufrimiento de Cristo tiene un valor redentor. Y es muy posible que llegue a darse cuenta, entonces, que eso es, precisamente, lo que Dios le está pidiendo, en su situación; y que, con su dolor, unido al de Cristo, se purifica su amor y Dios es glorificado en él. Es posible que llegue a convencerse de que sólo acatando la voluntad de Dios podrá alcanzar la máxima libertad posible en esta vida; no como la entiende el mundo sino como la entiende Dios: una libertad que va unida necesariamente al amor a la verdad: "La verdad os hará libres" (Jn 8, 31). En cambio, "todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34). No estaría de más el recordarles esa máxima, ya olvidada, pero que aún sigue teniendo vigencia, tal vez hoy más que nunca. Y es que "es preferible morir antes que pecar". Dios se lo hará ver si se lo piden con fe ... Mientras tanto, que tengan paciencia. Si proceden así se salvarán, según las palabras de nuestro Señor: "Por la paciencia salvaréis vuestras almas" (Lc 21, 19). ¡Qué importante es tener un buen consejero, que no sólo te acompañe, sino que te diga la verdad! ] 


Este capítulo debe mucho al intenso trabajo de los dos Sínodos, a las amplias discusiones en la opinión pública y eclesial. Aquí se manifiesta la fecundidad del modo de proceder del Papa Francisco [¡pelotillero!]. Él deseaba expresamente una discusión abierta sobre el acompañamiento pastoral de situaciones complejas y ha podido ampliamente fundarse sobre los textos que los dos Sínodos le han presentado [¡Habría mucho que decir acerca de esto, pero entonces no terminaría nunca este comentario!]  para mostrar cómo se puede “acompañar, discernir e integrar la fragilidad” (AL 291).

["Acompañar, discernir, integrar": tal es la regla a seguir, según la AL, ... , y está bien ... pero hay que entender bien cada una de esas palabras, siempre desde la óptica cristiana de la vida; de lo contrario, no se le haría un bien a la persona que sufre. Esto de acompañar, discernir e integrar es algo que siempre lo han hecho los buenos pastores: no es nada que el papa Francisco se haya inventado. El problema reside en el concepto de integración ... pues no se trata de integrar a cualquier precio, sino de integrar, siempre que la persona en cuestión reconozca su situación  "irregular"  como verdaderamente "irregular", es decir, como pecaminosa. Debe ser escuchada y comprendida, pero debe de estar dispuesta a escuchar la verdad cristiana íntegra, sabiendo que no todo está perdido. Ahora bien:  los consejos, el acompañamiento y el discernimiento deben de ser siempre a la Luz de la Palabra de Dios, rectamente interpretada por el Magisterio de la Iglesia de siempre.


Este matiz es muy importante, pero no aparece por ninguna parte en esta presentación de la AL por el cardenal Schönborn, lo cual la hace confusa, en el mejor de los casos. Y es que, ya desde el principio, "irregulares" y "regulares" han sido colocados todos en el mismo saco. Aunque claro está: el cardenal Schönborn no puede inventarse nada que no esté reflejado en la AL y debe de ser un fiel intérprete de Francisco, a quien tanto admira. 
Recordemos la respuesta de Francisco cuando le preguntaron si la AL había introducido algún cambio con relación a los divorciados vueltos a casar: Yo podría decir «sí», y punto. Pero sería una respuesta demasiado pequeña. Les recomiendo a todos leer la presentación que ha hecho el Cardenal Schönborn, que es un gran teólogo. Él es miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe y conoce bien la doctrina de la Iglesia. En esa presentación hallará la respuesta a su pregunta. ¡Gracias!]
Continuará

La Amoris Laetitia interpretada por el propio Francisco (5 de 9)




El siguiente párrafo de Amoris laetitia recalca las líneas directrices de esa "conversión pastoral":

“Durante mucho tiempo creímos que con sólo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticasy morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y llenábamos de sentido sus vidas compartidas. Tenemos dificultad para presentar al matrimonio más como un camino dinámico de desarrollo y realización que como un peso a soportar toda la vida. También nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas. (AL 37).

[El propio discernimiento ha de ser un recto discernimientoNo se puede discernir bien sino en base a unos principios que se dan como ciertos e indiscutibles. Un cristiano toma como punto de apoyo la Palabra de Dios ... y es a la luz de esa Palabra como debe discernir su conducta, bien aconsejado por sus pastores quienes, lógicamente, no deben sustituir su conciencia, pero sí iluminarla para que su decisión esté en conformidad con la verdad. Si se le engaña, mediante un concepto falso de la misericordia de Dios, se le hace un grave daño al penitente. Y quien así actúe tendrá que dar cuenta de ello ante Dios, Supremo Juez, en quien la Verdad y la Misericordia se aúnan y se confunden con Él mismo, dada la simplicidad de su Ser]

El Papa Francisco habla de una profunda confianza en los corazones y en la nostalgia de los seres humanos. Se percibe aquí la gran tradición educacional de la Compañía de Jesús a la responsabilidad personal. Habla de dos peligros contrarios : El "laissez-faire" y la obsesión de querer controlar y dominar todo Por un lado es cierto que " la familia no puede renunciar a ser lugar de sostén, de acompañamiento, de guía … Siempre hace falta una vigilancia. El abandono nunca es sano”(AL 260).

Pero la vigilancia puede volverse también exagerada: “Pero la obsesión no es educativa, y no se puede tener un control de todas las situaciones por las que podría llegar a pasar un hijo (…) Si un padre está obsesionado por saber dónde está su hijo y por controlar todos sus movimientos, sólo buscará dominar su espacio. De ese modo no lo educará, no lo fortalecerá, no lo preparará para enfrentar los desafíos. Lo que interesa, sobre todo, es generar en el hijo, con mucho amor, procesos de maduración de su libertad, de capacitación, de crecimiento integral, de cultivo de la auténtica autonomía”(AL 261). 

Encuentro muy iluminante poner en conexión este pensamiento sobre la educación con aquellos relacionados con la praxis pastoral de la Iglesia. De hecho, en este sentido, el Papa Francisco habla muy seguido de la confianza en la conciencia de los fieles: “Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas” (AL 37)

La gran cuestión obviamente es ésta: ¿cómo se forma la conciencia?, ¿cómo llegar a aquello que es el concepto clave de todo este gran documento, la clave para comprender correctamente la intención del Papa Francisco, que es “el discernimiento personal”, sobre todo en situaciones difíciles, complejas?

[La formación de la conciencia es un tema fundamental. Existe el peligro, que viene de la llamada moral autónoma de KANT, de que cada uno se forme su propia conciencia, según los criterios que él mismo considere que son los correctos. Y digo peligro porque la referencia que toma KANT en su filosofía idealista no es Dios, no es lo que Dios piensa, no es lo que a Dios le parece, sino que es el pensamiento de cada hombre, lo que a cada hombre le parece. La conciencia sería así relativa sólo a cada persona. Y toda acción ejecutada "según conciencia" se consideraría justa ... lo que, como la experiencia ha demostrado a lo largo de la historia, es un enorme dislate. Cada cual tiene "su verdad".

No existe una verdad absoluta. No existe "la verdad". Todas estas filosofías de tipo idealista (desde Kant hasta Hegel, prácticamente ... añadiendo las filosofías de tinte modernista que rigen hoy el mundo) son la causa (aunque no la causa última, que es el pecado) de la mayoría de los males que acosan hoy a la humanidad y que hace que la relaciones humanas se deterioren ... porque son filosofías que lo centran todo en el propio "yo egoísta" y en las que el verdadero amor está ausente, siendo así que es precisamente el amor la auténtica realidad de la vida, ese amor que se identifica con Dios mismo y que es el que nos proporciona el verdadero sentido y la verdad de la vida.

De ahí que sea necesaria la formación de la conciencia, pues ésta debe de estar regida por la verdad y no por las apetencias personales que, además, son cambiantes y, básicamente, egoístas. La verdad, como sabemos, proviene de Dios y se identifica con Dios, tal y como dijo Jesús, hablando de Sí mismo: "Yo soy la Verdad" (Jn 14, 6). Y Jesucristo es verdadero Dios: "Por Él fueron hechas todas las cosas y sin Él no se ha hecho nada de cuanto ha sido hecho" (Jn 1, 3). ¿Quien puede conocer mejor cómo son las cosas que Aquel que las ha creado, incluido el propio hombre? 

El hombre discierne bien en tanto en cuanto discierne conforme al pensamiento de Dios. El hombre es tanto más él mismo en la medida en la que conforma su mente y su vida al verdadero y único Dios, revelado en Jesucristo. En esa misma medida ve las cosas tal y como realmente son, es decir, tal como Dios las ve y se encuentra así en las óptimas condiciones para un recto discernimiento, que es aquel del que hablaba San Ignacio de Loyola].

El discernimiento es un concepto central de los ejercicios ignacianos. Estos, de hecho, deben ayudar a discernir la voluntad de Dios en las situaciones concretas de la vida. Es el discernimiento el que hace de la persona una personalidad madura, y el camino cristiano quiere ser de ayuda al logro de esta madurez personal, “no para formar autómatas condicionados del externo, telecomandados, sino personas maduras en la amistad con Cristo. Solo allí donde ha madurado este "discernimiento” personal" es también posible alcanzar un "discernimiento pastoral", el cual es importante sobre todo ante “situaciones que no responden plenamente a lo que el Señor nos propone” (AL 6)De este “discernimiento pastoral” habla el octavo capítulo, un capítulo probablemente de gran interés para la opinión pública eclesial, pero también para los medios.

[En esas situaciones, que no responden a lo que el Señor nos propone, en las que se encuentran muchas personas, es ciertamente importante el discernimiento. Éste les debe de servir para diferenciar la verdad de la mentira, aunque el reconocimiento de la verdad conlleve determinado tipo de sufrimientos que preferirían evitar; sin embargo, esos sufrimientos, unidos al sufrimiento de Jesucristo, son purificadores ... y les conducirán, más bien pronto que tarde, a recuperar la paz que han perdido por haberse alejado de Dios. Nunca un correcto discernimiento puede llevar al alejamiento de Dios. Y si ese alejamiento ocurre es que la persona en cuestión ha optado por la mentira ... pero eso no le va a devolver la paz, por más consejeros y acompañantes que estén a su lado. Es preferible estar condicionado externamente por Dios que estar condicionado internamente por su "fuero interior" o su "conciencia", si éstos se oponen a la voluntad de Dios].

Continuará