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jueves, 19 de mayo de 2016

La Amoris Laetitia interpretada por el propio Francisco (7 de 9)


Cardenal Schönborn

El Papa Francisco hace explícitamente suyas las declaraciones que ambos Sínodos le han presentado: “los Padres sinodales alcanzaron un consenso general, que sostengo” (AL 297). En lo que respecta a los divorciados vueltos a casar con rito civil él sostiene: “Acojo las consideraciones de muchos Padres sinodales, quienes quisieron expresar que (…) la lógica de la integración es la clave de su acompañamiento pastoral (…) Ellos no sólo no tienen que sentirse excomulgados 

[¡Jamás lo han estado. Esto es algo que sabe todo cristiano que tenga un mínimo de formación! ]

sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia sintiéndola como una madre que les acoge siempre” (AL 299).

 [Es cierto que son miembros de la Iglesia; no están separados del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia ... pero no son miembros vivos, sino miembros muertos, al no encontrarse en estado de gracia santificante; este matiz no se tiene en cuenta. Y es esencial. Por supuesto que hay que integrarlos, pero en esa lógica de la integración, de la que habla Schönborn (o Francisco, que viene a ser lo mismo) debe de insistirse con fuerza que de lo que se trata es de INTEGRARLOS en CRISTO ... ¡O no hay tal integración! 

La ambigüedad del lenguaje es muy peligrosa. Jesucristo no actuaba así. Él sí era auténticamente sencillo y llamaba a las cosas por su nombre. Y éste fue uno de los mandatos dados a sus discípulos, cuando les enseñaba cómo debían de comportarse: "Sea vuestra palabra: 'Sí, sí' ; 'No, no'. Lo que pasa de esto, del Maligno procede" (Mt 5, 37). Jesús no puede ser más claro ... pero, ¿es eso lo que encontramos en gran parte de la Jerarquía de la Iglesia? ... Y la respuesta, por desgracia, es negativa. La exhortación AL es un monumento a la ambigüedad y hace mucho uso del lenguaje modernista ... ese que usan tanto los políticos. A Jesús se le entendía. Podrías seguirle o no, pero su Mensaje era de una claridad meridiana. Sin embargo, la AL no es inteligible, de modo inequívoco ... De serlo no tendría necesidad de interpretaciones. Esto es obvio. Pero veamos lo que nos sigue diciendo el cardenal Schönborn:]

Pero ¿qué significa esto concretamente? Muchos se hacen, con razón, esta pregunta. Las respuesta decisivas se encuentran en Amoris Laetitia 300. Éstas ofrecen ciertamente todavía materia para ulteriores discusiones. Pero éstas son también una importante aclaración y una indicación para el camino a seguir:

“Si se tiene en cuenta la innumerable variedad de situaciones concretas (…) puede comprenderse que no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos”. Muchos se esperaban tal norma. Quedarán desilusionados. ¿Qué es posible? El Papa lo dice con toda claridad: “Sólo cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares”Y de cómo puede y debe ser este discernimiento personal y pastoral es el tema de la entera sección de Amoris Laetitia 300-312Ya en el Sínodo del 2015, en el apéndice a los enunciados del círculus germánicus fue propuesto un “Itinerarium” del discernimiento, del examen de conciencia que el Papa Francisco hizo suyo.

“Se trata de un itinerario de acompañamiento y de discernimiento que orienta a estos fieles a la toma de conciencia de su situación ante Dios”. Pero el Papa Francisco recuerda también que “este discernimiento no podrá jamás prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia” (AL 300).

[Exigencias de caridad y de verdad. Así es. Pero deben de darse AMBAS. Imposible una caridad verdadera que engañe al otro y le haga daño. El secreto está en aunar la verdad y la caridad. Esta idea proviene de san Pablo o sea, de la Biblia, o sea, es palabra de Dios y tiene al Espíritu Santo como autor: "Para que viviendo la verdad con caridad, crezcamos, por medio de todo, en Aquél que es la Cabeza, Cristo" (Ef 4, 15)]

El Papa Francisco menciona dos posiciones erróneasUna es aquella del rigorismo“un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares», como si fueran piedras que se lanzan sobre la vida de las personas. Es el caso de los corazones cerrados, que a menudo se esconden aún detrás de las enseñanzas de la Iglesia” (AL 305). Por otra parte la Iglesia no debe absolutamente “renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza” (AL 307).

[No vamos a tocar de nuevo este tema tan manido de los corazones cerrados y de los fundamentalistas y de los que tienen cara de pepinillo avinagrado, etc ... , a quienes se refiere el Papa aludiendo a los que viven según la Tradición de la Iglesia y siendo fieles al mensaje de Jesucristo, sin tener que ser unos hipócritas por esa razón. No creo que sea bueno, sino injusto, el juzgar sobre las intenciones de los demás ... y, además, presuponiendo, de entrada, que son malas: Si ni siquiera juzga acerca de los homosexuales diciendo: "¿Quién soy yo para juzgar?" ... pues con mucha menos razón debería de juzgar, como así lo hace, a aquellos hijos suyos, cuyo único "pecado" es intentar vivir como católicos, con plena fidelidad a la Iglesia de siempre ... ¡máxime cuando esa acusación y ese juicio hacen referencia a las intenciones del corazón de las personas, las cuales sólo por Dios son conocidas ... Y, sin embargo, en el caso de la homosexualidad, estamos hablando de hechos que son objetivamente malos y que están condenados, de modo expreso, por Dios, en la Santa Biblia. Ahí sí que tiene la obligación de juzgar, como Pastor, comprendiendo la debilidad de las personas, pero odiando el pecado que tanto daño les hace: ¡Qué oportunidad para recordarles que son está bien lo que hacen, pero que, si se arrepienten, Dios que es rico en misericordia, los va a perdonar, pues no está deseando otra cosa, dado el inmenso amor que les tiene. Pero, en fin ... Eso es lo que tenemos, lo cual no nos debe de quitar nunca nuestra capacidad de razonar conforme a la verdad de las cosas. Qué bien lo expresa el apóstol san Pablo, cuando exhorta a los corintios, en su segunda carta, diciéndoles: " ... que obréis el bien, aun cuando nosotros fuéramos dignos de reprobación. Pues no podemos nada contra la verdad, sino en favor de la verdad" (2 Cor 13, 7b-8)]

Nos hacemos naturalmente la pregunta: ¿qué dice el Papa respecto del acceso a los sacramentos de las personas que viven en situaciones “irregulares”Ya el Papa Benedicto había dicho que no existen “simples recetas” (AL 298, NOTA 333). El Papa Francisco vuelve a recordar la necesidad de discernir bien las situaciones, siguiendo la línea de la Familiaris consortio (84) de san Juan Pablo II (AL 298). 

[Por su interés reproduzco aquí el contenido del número 84 de la Familiaris Consorcio de Juan Pablo II, a la que se hace referencia en la AL aunque, de este modo, aumente el número de artículos que estoy dedicando a esta presentación de Schönborn. Pienso que merece la pena y que está justificado]


e) Divorciados casados de nuevo

84. La experiencia diaria enseña, por desgracia, que quien ha recurrido al divorcio tiene normalmente la intención de pasar a una nueva unión, obviamente sin el rito religioso católico. Tratándose de una plaga que, como otras, invade cada vez más ampliamente incluso los ambientes católicos, el problema debe afrontarse con atención improrrogable. 

Los Padres Sinodales lo han estudiado expresamente. La Iglesia, en efecto, instituida para conducir a la salvación a todos los hombres, sobre todo a los bautizados, no puede abandonar a sí mismos a quienes —unidos ya con el vínculo matrimonial sacramental— han intentado pasar a nuevas nupcias. Por lo tanto procurará infatigablemente poner a su disposición los medios de salvación.

Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones. En efecto, hay diferencia entre los que sinceramente se han esforzado por salvar el primer matrimonio y han sido abandonados del todo injustamente y los que, por culpa grave, han destruido un matrimonio canónicamente válido. Finalmente están los que han contraído una segunda unión en vista a la educación de los hijos y, a veces, están subjetivamente seguros -en conciencia- de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no había sido nunca válido.

En unión con el Sínodo exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia [¡Observemos que Juan Pablo II no dice que tales católicos estén excomulgados! ] pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza.

La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura, reafirma su práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía

Hay además otro motivo pastoral: si se admitiera a estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.

La reconciliación en el sacramento de la penitencia —que les abriría el camino al sacramento eucarístico— puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. 

Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos»

Del mismo modo el respeto debido al sacramento del matrimonio, a los mismos esposos y sus familiares, así como a la comunidad de los fieles, prohíbe a todo pastor —por cualquier motivo o pretexto incluso pastoral— efectuar ceremonias de cualquier tipo para los divorciados que vuelven a casarse. En efecto, tales ceremonias podrían dar la impresión de que se celebran nuevas nupcias sacramentalmente válidas y, como consecuencia, inducirían a error sobre la indisolubilidad del matrimonio válidamente contraído.

Actuando de este modo, la Iglesia profesa la propia fidelidad a Cristo y a su verdad; al mismo tiempo se comporta con espíritu materno hacia estos hijos suyos, especialmente hacia aquellos que inculpablemente han sido abandonados por su cónyuge legítimo. La Iglesia está firmemente convencida de que también quienes se han alejado del mandato del Señor y viven en tal situación pueden obtener de Dios la gracia de la conversión y de la salvación si perseveran en la oración, en la penitencia y en la caridad.

[Por idéntica razón, incluyo también la referencia que se hace al cardenal Ratzinger, el anterior papa Benedicto XVI, en la visita pastoral que hizo a la archidiócesis de Milán, en Junio de 2012. Hay que fijarse en la última pregunta (la número 5), que es la que le hace la familia Araujo, una familia brasileña de Porto Alegre. Ésta fue la respuesta que dio Benedicto XVI a la pregunta que le formularon]:


En realidad, este problema de los divorciados y vueltos a casar es una de las grandes penas de la Iglesia de hoy. Y no tenemos recetas sencillas. El sufrimiento es grande y podemos sólo animar a las parroquias, a cada uno individualmente, a que ayuden a estas personas a soportar el dolor de este divorcio.

Diría que, naturalmente, sería muy importante la prevención, es decir, que se profundizara desde el inicio del enamoramiento hasta llegar a una decisión profunda, madura; y también el acompañamiento durante el matrimonio, para que las familias nunca estén solas sino que estén realmente acompañadas en su camino.



Y luego, por lo que se refiere a estas personas, debemos decir – como usted ha hecho notar – que la Iglesia los ama, y ellos deben ver y sentir este amor. Me parece una gran tarea de una parroquia, de una comunidad católica, el hacer realmente lo posible para que sientan que son amados, aceptados, que no están «fuera» aunque no puedan recibir la absolución y la Eucaristía: deben ver que aun así viven plenamente en la Iglesia.


A lo mejor, si no es posible la absolución en la Confesión, es muy importante sin embargo un contacto permanente con un sacerdote, con un director espiritual, para que puedan ver que son acompañados, guiados. Además, es muy valioso que sientan que la Eucaristía es verdadera y participada si realmente entran en comunión con el Cuerpo de Cristo. Aun sin la recepción «corporal» del sacramento, podemos estar espiritualmente unidos a Cristo en su Cuerpo. Y hacer entender que esto es importante.

Que encuentren realmente la posibilidad de vivir una vida de fe, con la Palabra de Dios, con la comunión de la Iglesia y puedan ver que su sufrimiento es un don para la Iglesia, porque sirve así a todos para defender también la estabilidad del amor, del matrimonio; y que este sufrimiento no es sólo un tormento físico y psicológico, sino que también es un sufrir en la comunidad de la Iglesia por los grandes valores de nuestra fe. 

Pienso que su sufrimiento, si se acepta de verdad interiormente, es un don para la Iglesia. Deben saber que precisamente de esa manera sirven a la Iglesia, están en el corazón de la Iglesia


Continuará