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lunes, 20 de julio de 2020

Consenso internacional en el debate sobre el Vaticano II abierto por los Obispos Carlo Maria Viganò y Athanasius Schneider



La revisión crítica del Concilio Vaticano II es un hecho ahora ineludible. Un nuevo impulso al debate fue dado en estas ultimas semanas por algunas intervenciones articuladas del Arzobispo Carlo Maria Viganò, ya Nuncio pontificio en los Estados Unidos y por Monseñor Athanasius Schneider, Obispo Auxiliar de Astana en Kasakistán.

Además, cincuenta estudiosos, periodistas y líderes de opinión de todo el mundo anunciaron un documento de apoyo a los dos Obispos, renovando el pedido de “un debate abierto y honesto sobre cuanto ha sucedido verdaderamente en el interior del Vaticano II y sobre la posibilidad de que el Concilio y su actuación contengan errores o aspectos que favorecen errores o perjudican la Fe”. Transcribimos el texto completo publicado en seis lenguas.


Carta abierta al Arzobispo Carlo Maria Viganò y al Obispo Athanasius Schneider

Excelencias,

Nosotros, los abajo firmantes, deseamos expresarles nuestra sincera gratitud por Vuestra firmeza y Vuestro celo por las almas de los fieles durante la actual crisis de Fe en el interior de la Iglesia Católica. Vuestras declaraciones públicas, que exhortan a abrir un debate honesto y abierto sobre el Concilio Vaticano II y los cambios dramáticos por él provocados en la fe y en las prácticas católicas representan un motivo de esperanza y de consolación para muchos fieles católicos. Hoy, es decir, más de cincuenta años después de su clausura, los acontecimientos del Concilio Vaticano II aparecen como algo único en la historia de la Iglesia. Nunca antes, un Concilio Ecuménico había sido seguido por un período tan prolongado de confusión, corrupción, pérdida de la fe y humillación para la Iglesia de Cristo.

El catolicismo siempre se ha distinguido de las falsas religiones por su insistencia en el hecho de que el Hombre debe ser considerado una criatura racional y que la creencia religiosa, muy lejos de suprimirla, alienta la reflexión crítica de los católicos. Muchos, incluido el actual Santo Padre, parecen colocar al Concilio Vaticano II, sus textos, sus actos y sus aplicaciones prácticas, en una fortaleza fuera del alcance del análisis crítico y del debate. En sentido opuesto a las preocupaciones y objeciones planteadas por los católicos de buena voluntad, el Concilio ha sido elevado al status de «superconcilio» [1] cuya mención pone punto final a los debates en vez de alentarlos. Vuestra exhortación a desentrañar las raíces de la actual crisis en la Iglesia y Vuestro llamamiento a actuar para corregir todos los desvíos del Vaticano II -que hoy parece haber sido un error- constituyen un egregio ejemplo de cumplimiento del ministerio episcopal en orden a transmitir la Fe tal como la Iglesia la ha recibido.

Les estamos reconocidos por Vuestra exhortación a comenzar un debate abierto y honesto sobre cuanto verdaderamente ha sucedido en el interior del Vaticano II y sobre la posibilidad de que el Concilio y su desarrollo contengan errores o aspectos que favorezcan errores o perjudiquen la Fe. Un debate así concebido no puede partir de la conclusión según la cual el Concilio Vaticano II está de suyo, tanto en su totalidad como en sus partes, en continuidad con la Tradición. Someter el debate a una condición preliminar como esa significa cortar de raíz el análisis crítico y toda discusión, permitiendo exclusivamente la presentación de pruebas que sustenten la conclusión recién mencionada. La cuestión de si el Vaticano II puede conciliarse o no con la Tradición es el tema que debe ser debatido, no la premisa obligatoria que deba ser aceptada, aunque se demuestre que es contraria a la razón. La continuidad del Vaticano II con la Tradición es una hipótesis que es necesario probar y debe ser discutida: no un hecho incontrovertible. Durante demasiadas décadas, la Iglesia ha visto a muy pocos pastores permitir, y mucho menos alentar, un debate de ese estilo.

Hace once años, Monseñor Brunero Gherardini ya había dirigido una petición filial al Papa Benedicto XVI: «Desde hace mucho tiempo está en mi mente esta idea (que me permito ahora exponer a Vuestra Santidad): me refiero a la posibilidad de ofrecer un esclarecimiento grandioso y definitivo sobre todos los aspectos y contenidos del último Concilio. En realidad, parecería algo lógico – y a mí me parece urgente- que dichos aspectos y contenidos sean estudiados tanto en sí mismos como en su contexto junto con todos los demás, mediante un examen riguroso de todas las fuentes y desde el punto de vista específico de la continuidad con el anterior Magisterio de la Iglesia, tanto el solemne como el ordinario. Sobre la base de un trabajo científico y crítico —el más amplio e irreprochable posible— en confrontación con el Magisterio tradicional de la Iglesia, será entonces posible enfrentar este tema para llegar a una evaluación segura y objetiva del Vaticano II.» [2]

Les estamos también agradecidos por haber querido identificar algunos de los temas doctrinales más importantes que deben abordarse en semejante examen crítico y por haber aportado un modelo para un debate franco pero equilibrado que tolera el desacuerdo. De Vuestras recientes intervenciones hemos recopilado algunos ejemplos de los temas que -como han indicado bien- deben ser abordados y, que si se demuestra que son erróneos, corregidos. Nuestra esperanza es que esta recopilación pueda servir de base para una discusión y un debate más detallados. No afirmamos que esta lista sea exclusiva, perfecta o completa. No estamos todos estamos necesariamente de acuerdo sobre la naturaleza exacta de cada una de las críticas que se citan a continuación ni sobre las cuestiones que han planteado, pero estamos todos de acuerdo en que vuestras preguntas merecen respuestas honestas y no ser simplemente dejadas de lado con argumentos ad hominem conteniendo acusaciones de desobediencia o de ruptura de la comunión. Aunque todo lo que ustedes afirmen sea falso, que los interlocutores lo demuestren; caso contrario, la Jerarquía debe escuchar vuestros requerimientos.

La libertad religiosa para todas las religiones como un derecho natural querido por Dios

Obispo Schneider: “Los ejemplos incluyen algunas expresiones del Concilio sobre el tema de la libertad religiosa (entendida como un derecho natural -por tanto en cierto sentido querido por Dios)- de practicar y difundir una falsa religión, y cosas peores.” [3]

Obispo Schneider: “Desgraciadamente, apenas unas pocas frases más abajo, el Concilio [en Dignitatis Humanae] socava esta verdad proponiendo una teoría jamás enseñada antes por el Magisterio constante de la Iglesia, es decir que el hombre tendría el derecho, basado en su propia naturaleza por el que no se debe obligar «a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos » ut in re religiosa neque impediatur, quominus iuxta suam conscientiam agat privatim et publice, vel solus vel aliis consociatus, intra debitos limites, n. 2). Según esta declaración, el hombre tendría el derecho, fundado en su misma naturaleza (y por tanto ciertamente deseado por Dios) de no ser obstaculizado en el elegir, practicar y difundir, incluso colectivamente, la adoracion de un ídolo o incluso la veneración de Satanás, por ejemplo en la conocida como ´Iglesia de Satanás´, a la cual, en algunos países se le concede el mismo reconocimiento legal que a todas las otras religiones.”

La identificación de la Iglesia de Cristo con la Iglesia Católica y el Nuevo Ecumenismo

Obispo Schneider: «[su] [del Concilio] distinción entre la Iglesia de Cristo y la Iglesia Católica (el problema del “subsistit in” da la impresión de que existen dos realidades separadas: por una parte la Iglesia de Cristo y por otra la Iglesia Católica), y su postura frente a las religiones no cristianas y el mundo contemporáneo.» [5]

Obispo Schneider: «Afirmar que los musulmanes adoran junto con nosotros al único Dios («nobiscum Deum adorant»), como lo hizo el Concilio Vaticano II en Lumen Gentium 16, es teológicamente una afirmación altamente ambigua. No es verdad que los católicos adoramos junto con los musulmanes al único Dios. No lo adoramos junto con ellos. En el acto de adoración, siempre adoramos a la Santísima Trinidad, no adoramos simplemente al «único Dios» sino también, conscientemente, a la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Islam rechaza la Santísima Trinidad. Cuando los musulmanes adoran, hacen sin alcanzar el nivel sobrenatural de la fe. También nuestro acto de adoración es radicalmente diferente. Es esencialmente diferente. Precisamente porque nos volvemos a Dios y Lo adoramos como hijos que están constituidos dentro de la inefable dignidad de la adopción filial divina y porque lo hacemos con fe sobrenatural. Los musulmanes, en cambio, no tienen la fe sobrenatural.» [6]

Arzobispo Viganò: «Sabemos bien que, citando el trecho de la Escritura Littera enim occidit, spiritus autem vivifica” [“La letra mata, mas el Espíritu da vida” (2 Cor 3, 6)], los progresistas y los modernistas astutamente encontraron cómo esconder expresiones equívocas en los textos conciliares, que en la época parecían inofensivos a la mayoría pero que hoy revelan su carácter subversivo. Es el método usado en la frase subsistit in: decir una medio-verdad en orden a no ofender al interlocutor (suponiendo que sea lícito silenciar la verdad de Dios por respeto a Sus criaturas), pero con la intención de poder usar un medio-error que sería instantáneamente refutado si se proclamara la verdad entera.

Por lo tanto, “Ecclesia Christi subsistit in Ecclesia Catholica” no especifica la identidad de ambas, sino la subsistencia de una en la otra y, coherentemente, también en otras iglesias: de aquí nace la apertura a celebraciones interconfesionales, a oraciones ecuménicas, y a la negación inevitable de la necesidad de la Iglesia para la salvación, en su unicidad y en su naturaleza misionera.» [7]

La Primacía papal y la nueva colegialidad

Obispo Schneider: «El hecho en sí de la necesidad, por ejemplo, de la “Nota explicativa previa” al documento Lumen Gentium demuestra que el mismo texto de la Lumen Gentium en el nº 22 es ambiguo respecto al tema de las relaciones entre el primado y la colegialidad episcopal. Los documentos esclarecedores del Magisterio en la época post-conciliar, como por ejemplo las encíclicas Mysterium Fidei, Humanae Vitae, El Credo del Pueblo de Dios de Pablo VI, fueron de gran valor y ayuda, pero los mismos no aclararon las afirmaciones ambiguas del Concilio Vaticano II antes mencionadas.» [8]

El Concilio y sus textos son la causa de muchos escándalos y errores actuales

Arzobispo Viganò: «Si es legítimo venerar a la pachamama en una iglesia se lo debemos a Dignitatis Humanae. Si tenemos una liturgia protestantizada y al mismo tiempo incluso paganizada, se lo debemos a la acción revolucionaria de Monseñor Annibale Bugnini y a las reformas postconciliares. Si se ha podido firmar la Declaración de Abu Dabhi, se lo debemos a Nostra Aetate. Si hemos llegado al punto de delegar las decisiones en las Conferencias Episcopales -incluso con grave violación del Concordato, como sucedió en Italia-, se lo debemos a la colegialidad y a su versión aggiornata, la sinodalidad. [ver] Por culpa de la sinodalidad nos encontramos con Amoris Laetitia y teniendo que ver el modo de impedir que aparezca lo que era obvio para todos: este documento, preparado por una impresionante máquina organizacional, pretendió legitimar la comunión a los divorciados y convivientes, tal como Querida Amazonia va a ser usada para legitimar a la mujeres sacerdotes (como en el caso reciente de una “vicaria episcopal” en Friburgo de Brisgovia) y la abolición del Sagrado Celibato.» [9]

Arzobispo Viganò: «Pero si en esa época era difícil imaginar que la libertad religiosa condenada por Pío XI (Mortalium Animos) podría ser aceptada en el documento Dignitatis Humanae; o que el Romano Pontífice pudiera ver su autoridad usurpada por un colegio episcopal fantasma, actualmente entendemos que lo que se ocultó inteligentemente en el Vaticano II, se promueve abiertamente hoy en documentos papales precisamente en nombre de una aplicación coherente del Concilio». [10]

Arzobispo Viganò: «Podemos, por tanto, afirmar que el espíritu del Concilio no es sino el mismo Concilio, que los errores del período post-ya estaban contenidos en germen en las Actas del Concilio, del mismo modo como se afirma también correctamente que el Novus Ordo es la Misa del Concilio, aunque en presencia de los Padres Conciliares se celebraba aquella Misa que los progresistas definían significativamente como preconciliar.” [11]

Obispo Schneider: «Para cualquier persona intelectualmente honesta que no intente hacer la cuadratura del círculo resulta claro que la afirmación hecha en Dignitatis humanae, según la cual todo hombre tendría el derecho -fundamentado en su propia naturaleza (y por lo tanto querido por Dios) de practicar y difundir una religión según su conciencia, no difiere substancialmente de la afirmación contenida en la Declaración de Abu Dhabi, según la cual: El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos. Esta Sabiduría Divina es la fuente de la que proviene el derecho a la libertad de credo y a la libertad de ser diferente».» [12]

Hemos tomado nota de las diferencias que Usted destaca entre las soluciones que cada uno de Vosotros ha propuesto para reaccionar frente a la crisis que estalló con el Concilio Vaticano II. Por ejemplo, el Arzobispo Viganò sostuvo que sería mejor «olvidar» totalmente el Concilio, mientras que el Obispo Schneider, en desacuerdo con él sobre este punto específico, propone oficialmente corregir solo aquellas partes de los documentos del Concilio que contengan errores o que sean ambiguos. Vuestro cambio cortés y respetuoso de opiniones debería servir de modelo para un debate aún más sólido que tanto Usted como nosotros deseamos. Con demasiada frecuencias, en los últimos cincuenta años, se , ha respondido con meros ataques ad hominem en lugar de hacerlo con argumentos civilizados. Exhortamos a todos aquellos que desean unirse a este debate a seguir Vuestro ejemplo.

Rezamos a Nuestra Santísima Madre, a San Pedro, Príncipe de los Apóstoles; a San Atanasio y a Santo Tomás de Aquino pidiéndoles que protejan y preserven a Vuestras Excelencias. Que les recompensen por su fidelidad a la Iglesia y les confirmen en Vuestra defensa de la Fe de la Iglesia.

In Christo Rege,

Donna F. Bethell, J.D.
Prof. Dr. Brian McCall
Paul A. Byrne, M.D.
Edgardo J. Cruz-Ramos, Presidente Una Voce Puerto Rico
Dr. Massimo de Leonardis, Profesor (ret.) de Historia de las Relaciones Internacionales
Prof. Roberto de Mattei, Presidente de la Fundación Lepanto
Fr. Jerome W. Fasano
Mauro Faverzani, periodista
Timothy S. Flanders, escritor y fundador de un apostolado laico
Matt Gaspers, director de Catholic Family News
Corrado Gnerre, director del movimiento Il Cammino dei Tre Sentieri
Dr. Maria Guarini STB, director del blog Chiesa e postconcilio
Kennedy Hall, escritor
Prof. Dr. em. Robert D. Hickson
Prof. Dr.rer.nat., Dr.rer.pol. Rudolf Hilfer
Rev. John Hunwicke, Senior Research Fellow Emeritus, Pusey House, Oxford
Prof. Dr. Peter Kwasniewski
Leila M. Lawler, escritor
Pedro L. Llera Vázquez, director de escuela y colaborador de InfoCatólica
James P. Lucier PhD
Massimo Magliaro, periodista, director de " Nova Historica"
Antonio Marcantonio, MA
Dr. Taylor Marshall, escritor
Reverendo Diácono, Eugene G. McGuirk
Fr. Michael McMahon, Prior de St. Dennis Calgary
Fr. Cor Mennen
Fr. Michael Menner
Dr. Stéphane Mercier, Ph.D., S.T.B.
Hon. Andrew P. Napolitano, analista de Fox News; Visiting Professor en Jurisprudencia
Fr. Dave Nix, ermitaño diocesano
Prof. Paolo Pasqualucci
Fr. Dean Perri
Dr. Carlo Regazzoni, Filósofo
Fr. Luis Eduardo Rodríguez Rodríguez
Don Tullio Rotondo
John F. Salza, Esq., Abogado católico y apologeta
Wolfram Schrems, Wien, Mag. teól., Mag. Phil., catequista
Henry Sire, historiador y escritor
Robert Siscoe, escritor
Jeanne Smits, periodista
Dr. sc. Zlatko Šram, Croatian Center for Applied Social Research
Fr. Glen Tattersall, Párroco, parroquia St John Henry Newman (Melbourne, Australia)
Marco Tosatti, periodista
Giovanni Turco, Asociado de Filosofía del Derecho Público en la Universidad de Udine
José Antonio Ureta
Aldo Maria Valli, periodista
Dr. Thomas Ward, Presidente de la National Association of Catholic Families
John-Henry Westen, co-fundador y director de LifeSiteNews
Willy Wimmer, Secretario de Estado, Ministerio de Defensa (ret.)

Sacerdotes o intelectuales que deseen firmar la Carta Abierta pueden escribir a: Openlettercouncil@gmail.com

NOTAS

[1] Cardenal Joseph Ratzinger, Santiago de Chile, 13 de julio de 1988 [aquí].
[2] Concilio Vaticano II: Un discorso da fare (Frigento, Casa Mariana Editrice, 2009) [aquí], publicado también en inglés con el título The Ecumenical Vatican Council II: A Much Needed Discussion. Esta cita fue extraída de https://fsspx.news/en/vatican-ii- council-much-needed-discussion

J.R.R. Tolkien: Fe y Literatura



Las cartas de nos quedan de J.R.R. Tolkien contienen numerosos pasajes que expresan las creencias religiosas del famoso creador de los hobbits. Antes de empezar a leer esas cartas, en las que podemos aprender cómo entendió y vivió su fe católica el creador de los hobbits, hemos de recordar que fue criado y educado por su madre, Mabel Tolkien (Suffield de soltera), convertida a la Iglesia Católica desde la secta neo protestante baptista. El precio de su conversión -que ocurrió en 1900, cuando ella y sus dos hijos fueron recibidos en la Iglesia Católica Romana- fue en verdad grande: el martirio. A pesar de ser viuda (su marido, Arthur, murió en Sudáfrica el 15 de febrero de 1896), su familia baptista cesó cualquier asistencia financiera cuando su conversión pasó a ser pública. Como consecuencia directa de todas las dificultades de salud que sufrió, Mabel murió de diabetes el 14 de noviembre de 1904. Tenía sólo 34 años.

Los huérfanos, John Ronald Reuel (nacido el 3 de enero de 1892) y su hermano Hilary Arthur Reuel (nacido el 17 de febrero de 1894), fueron criados y educados por un sacerdote católico, el padre Francis Xavier Morgan de la Congregación del Oratorio creada por otro gran escritor católico, San John Henry Newman. John y su hermano Hilary estaban convencidos de que su madre murió como mártir por su fe católica. Es fácil imaginar la influencia que esta inconfundible verdad tuvo en las almas de estos dos jóvenes hermanos. Es la razón por la que, como notaremos en sus cartas, J.R.R. Tolkien fue un católico ferviente que vivió su fe intensamente.

El autor de El señor de los anillos colocó en el centro de su vida el Santísimo Sacramento del altar, como podemos leer en una carta enviada a su segundo hijo, Michael, en marzo de 1941:

“Desde la oscuridad de mi vida, tan frustrada, te presento una gran cosa a la que amar en la tierra: el Santísimo Sacramento”

La importancia que J.R.R. Tolkien siempre atribuyó a la sagrada Eucaristía es aún más evidente en otra carta, fechada en 1963, al mismo hijo Michael, en la que explica por qué está seguro de que la única iglesia verdadera de la tierra es la Iglesia Católica:

“Para mí, esa Iglesia de la cual el Papa es la cabeza visible en la tierra tiene una afirmación fundamental y es que siempre ha defendido (y aún defiende) el Santísimo Sacramento y le ha dado el mayor honor y lo ha puesto (como Cristo claramente quiso) en el lugar principal. “Alimenta mis ovejas” fue su último encargo a san Pedro; y, puesto que sus palabras han de entenderse siempre primero literalmente, supongo que se refieren primariamente al Pan de Vida. Fue contra esto contra lo que en realidad se lanzó la revuelta del occidente europeo (o Reforma) -“la blasfema fábula de la misa”- y la fe y las obras una simple pista falsa. Supongo que la gran reforma de nuestro tiempo fue la que llevó a cabo san Pío X: por encima de cualquier cosa, por muy necesaria que sea, que el Concilio logre. Me pregunto en qué estado estaría la Iglesia ahora si no fuera por ella [la Eucaristía]”.

Crítico firme y vehemente de la Revolución protestante, que eliminó por completo la sagrada liturgia y los sacramentos de las vidas de millones de católicos caídos, J.R.R. Tolkien no era un simple apologeta del catolicismo sino, y al mismo tiempo, católico totalmente practicante y piadoso. Más tarde en su vida, cuando la Revolución entrara en la misma Iglesia -debido a las “reformas” del papa Pablo VI y el Concilio Vaticano II- se manifestará como un acérrimo oponente a la destrucción/sustitución de la misa de los tiempos del papa Gregorio Magno por una liturgia inventada. Podemos leer otro fragmento relevante que contiene una brillante refutación de la “reforma” litúrgica hecha en nombre de la vuelta al “cristianismo primitivo”, en una carta de 1967:

“La búsqueda “protestante” de simplicidad y franqueza hacia el pasado, aunque, desde luego, contiene algunos motivos buenos o al menos inteligibles, es errada y ciertamente vana. Porque el “cristianismo primitivo” es hoy y, a pesar de toda la “investigación”, seguirá siendo ampliamente desconocido; porque la “primitividad” no es garantía de valor y es, y era en gran medida, un reflejo de ignorancia. Los abusos graves han sido elementos del comportamiento litúrgico cristiano tanto en los primeros tiempos como ahora. (¡Las censuras de san Pablo sobre comportamientos eucarísticos son suficiente muestra de ello!) Aún más porque el Señor no pretendió que “mi iglesia” fuera estática o permaneciera en una infancia perpetua, sino que fuera un organismo vivo (parecido a una planta), que se desarrolla y cambia en lo exterior por la interacción de la vida divina que se le ha legado y de la historia, las circunstancias particulares del mundo en el que existe. No hay ningún parecido entre el grano de mostaza y el árbol crecido. Para los que viven en los días en que crecen las ramas, el árbol es la cosa, pues la historia de una cosa viva es parte de su vida, y la historia de una cosa divina es sagrada. Los sabios pueden saber que empezó con una semilla, pero es vano tratar de desenterrarla, porque ya no existe, y la virtud y las facultades que tiene ahora residen en el árbol. Muy bien, pero en agricultura las autoridades, los guardas del árbol deben cuidarlo de acuerdo con el saber que poseen, podarlo, quitar las llagas, librarlo de parásitos y todo eso. (¡Con inquietud, sabiendo lo poco que saben del crecimiento!) Pero ciertamente le harán daño si están obsesionados con el deseo de volver a la semilla o incluso a la primera juventud cuando era (como imaginan) hermoso y no afectado de ningún mal. El otro motivo (tan confundido ahora con el primitivista, de igual modo que en la mente de cualquiera de los reformadores): aggiornamento, poner al día, que tiene en sí mismo peligros graves, como se ha visto a lo largo de la historia. Con esto, el “ecumenismo” se ha vuelto también confuso”.

Al mencionar en una carta del 2 de enero de 1969 que su patrón es san Juan Evangelista, no pierde ocasión de insistir en su formación intelectual católica. De hecho, hizo de su fe católica el eje principal de toda su vida. Por eso, marcado por tal influencia, uno de sus hijos, John, se hizo sacerdote católico.

Hombre del tiempo en que vivía, John Ronald Reuel Tolkien fue “ciudadano total del Reino del Cielo” en la tierra, la Iglesia católica. Sólo un crítico o un historiador cegado por sus propios prejuicios puede ignorar la profunda religiosidad de J.R.R. Tolkien. ¿Pero cómo influye esta religiosidad en las historias épicas escritas por un autor de ficción que hizo las delicias de millones de lectores de todo credo y raza de la tierra?

Si las cartas de Tolkien nos permiten desvelar la dimensión religiosa y católica de la vida de su autor, la relación entre sus creaciones literarias y su fe religiosa son un asunto delicado. Todos los aspectos de esta relación se incluyen en un pasaje de una carta escrita en 1953 a uno de los amigos más importantes de J.R.R. Tolkien, el padre Robert Murray S.J., al que muestra cómo incluye cierto elemento religioso en sus historias:

“El señor de los anillos es, por supuesto, una obra fundamentalmente religiosa y católica; de modo inconsciente al principio pero conscientemente en la revisión. Yo por eso no he puesto ni he cortado prácticamente ninguna referencia a nada como “religión”, cultos o prácticas en el mundo imaginario. Porque el elemento religioso está absorbido en la historia y en el simbolismo”.

Si el elemento religioso parece ser una ausencia notable en la Tierra Media, en esta carta el autor subraya que este elemento está “absorbido”, camuflado, en cualquier caso presente implícitamente en la textura de la historia y especialmente en sus símbolos.

Como muchos otros grandes escritores católicos del siglo XX, como Gilbert Keith Chesterton y George Bernanos, J.R.R. Tolkien no escribe “literatura católica” programática, que represente como una forma disfrazada de apologética. Ninguno de estos escritores aceptó la etiqueta de “escritor católico”. J.R.R. Tolkien se consideraba a sí mismo escritor, pero no necesariamente un “escritor cristiano (es decir, católico)”. Es un católico que, entre otras vocaciones secundarias (como las de profesor, esposo y padre), recibió la de escritor. No confundió los principios y reglas propios del arte literario con los específicos de la religión y de la teología. Aunque armoniosos, en su perspectiva el arte y la fe son diferentes. Estos dos tipos de experiencia y pensamiento humanos tienen su propio campo. Ello no significa “divorcio”, sino una forma de coexistencia en la que siempre son posibles fuertes influencias e intercambios. Por eso J.R.R. Tolkien no niega la influencia de su fe católica en aquellos valores codificados en sus escritos. Por ejemplo, acepta la interpretación de una lectora devota, Deborah Webster, que piensa que los encantamientos de Elbereth o Galadriel de El señor de los anillos son similares a las oraciones católicas dirigidas a la Santísima Virgen María, o que el pan élfico llamado lembas simboliza la sagrada Eucaristía.

Junto a todas estas interpretaciones podemos proponer otra explicación a todos los lectores que ignoran el trasfondo católico de las obras de J.R.R. Tolkien invocando el hecho de que en la Tierra Media no hay religión. ¿Por qué? Porque, si el propio autor explica en una carta escrita en 1955 que la Tierra Media “es un mundo monoteísta de teología natural”, añade inmediatamente que “la Tercera Época no era un mundo cristiano”. En este punto subrayamos que el contexto histórico en que sucede la acción de ambas historias, El señor de los anillos y el Silmarillion, es uno antiguo y precristiano.

En este respecto, J.R.R. Tolkien sigue la misma senda de los primeros pensadores católicos, como san Justino, el mártir y filósofo, o Clemente de Alejandría, que buscaron y descubrieron en las enseñanzas de los antiguos sabios paganos las llamadas semina verbi (semillas del Logos, Nuestro Señor Jesucristo), que anticipaban la revelación cristiana. En el mismo sentido podemos descubrir en las historias de J.R.R. Tolkien muchos elementos cristianos consistentes que no son totalmente explícitos, sino más bien señales, símbolos, que pretenden guiar a los lectores a la plenitud de la fe cristiana.

Por Robert Lazu Kmita / Rumanía

ÁNGEL RUIZ: "Tendremos nuevos rebrotes y nuevos virus para controlar a las masas"




Duración 15:06 minutos

El 18 de Julio y su sentido universal (Mario Caponnetto)

ADELANTE LA FE

Con harta frecuencia se habla o se debate acerca del 18 de Julio de 1936, inicio de la Cruzada de Liberación de España (del que acaba de cumplirse el octogésimo cuarto aniversario) como si se tratase tan sólo de un acontecimiento español o, mejor dicho, peninsular. Es innegable que esa fecha evoca un hecho decisivo en la historia de la España contemporánea, más allá del juicio que acerca de ella se formule. Es también innegable que el Alzamiento que tras una dura guerra puso fin a uno de los regímenes más criminales y ominosos de los que se tenga memoria obedeció a una compleja trama de causas incuestionablemente españolas.

Sin embargo, sería un imperdonable error de perspectiva histórica reducir el significado de esta fecha entrañable a una cuestión exclusivamente española o aún hispánica. El 18 de Julio es una efeméride universal, cargada de un auténtico sentido ecuménico (en el buen sentido de la palabra) que va más allá de las circunstancias que rodearon aquel suceso y aún de los protagonistas de esa historia. Este significado puede resumirse en una sola expresión: el 18 de Julio representa la última cruzada de la Cristiandad contra uno de sus mayores y más crueles enemigos, el ateísmo comunista. Sabemos que dicho así puede sonar a slogan, a retórica fácil o a lugar común. Pero nada más lejos de ello.

Lo que se jugó en España en aquellos años de la contienda civil fue algo más, mucho más, que un conflicto entre españoles derivado de hechos políticos que conmovieron, hasta sus cimientos, la vida política y social de España. Allí se batieron, de un lado, lo que aún quedaba de la Cristiandad, y, del otro, el más feroz enemigo, hasta ese momento, de cuantos se levantaron contra ella a lo largo de la historia, tan feroz que hasta el recuerdo del Islam, derrotado en Lepanto, empalidece.

Con la perspectiva que dan los siglos, nadie duda hoy de que en Lepanto se salvó Europa y con ella la Cristiandad. Pues bien, el 18 de Julio no va a la zaga de Lepanto. No está en nuestro ánimo caer en fáciles paralelismos históricos, ni intentamos revestir los hechos de la historia relativamente reciente con los oropeles de los fastos ya consagrados, ni afirmamos que Franco sea el Don Juan de Austria del siglo XX. Semejantes pretensiones serían absurdas. Si apelamos a Lepanto es sólo por modo de ejemplo.

Que el ejemplo es válido lo demuestra que si en Lepanto se afirmó la Fe verdadera frente al Islam y con ella se salvó Europa, en otro contexto y en circunstancias distintas, también el 18 de Julio representa al tiempo que la defensa de la Fe frente al ateísmo un acontecimiento europeo de extraordinaria relevancia. En efecto, en la Guerra Española se jugó el destino de toda Europa. No son pocos los historiadores que reconocen que fue el conflicto que mayor repercusión tuvo en la política europea de su tiempo. No sólo por las fuerzas que intervinieron en la contienda (las mismas que se enfrentarían, muy poco después, en la Segunda Guerra Mundial) sino, sobre todo, por el papel que la España nacida de la victoria de 1939 iba a desempeñar en el escenario europeo de posguerra. Un papel, ante todo, de muralla frente a la expansión soviética. Pocos dudan de que sin España la “cortina de hierro” se hubiera extendido bastante más allá de Berlín.

En lo que respecta a lo específicamente religioso aquella Guerra fue una Cruzada. Tal como afirma en su documentada obra, La Iglesia y la Guerra Española de 1936 a 1939, Don Blas Piñar: “Una guerra santa se eleva a la categoría de Cruzada si la lucha es para liberar territorios que fueron cristianos y de los que se hicieron dueños los enemigos de la fe, destruyendo todo testimonio o vestigio por odium fidei. Cruzadas fueron -y así se habla de ellas en los libros de historia- las que se convocaron al grito de “Dios lo quiere”, y Cruzada se llamó -y muchos la seguimos llamando- a nuestra guerra de liberación”[1].

En la misma obra, abunda el autor en consideraciones y testimonios que abonan esta inequívoca definición. Sin duda, la mayor prueba del carácter de auténtica Cruzada en defensa de la Fe y de la Iglesia es la actitud que frente a ella asumieron Pío XI, primero, y Pío XII, después. Pío XI dio desde el primer momento el total apoyo de la Santa Sede al Alzamiento al que vio siempre como una cruzada en defensa de la Religión y de la Iglesia. Al respecto, recuerda Don Blas la audiencia que el Papa Ratti, enfermo y en cama, concedió al Cardenal Gomá el 11 de diciembre de 1936. De acuerdo con el relato de Monseñor Anastasio Granados, el Cardenal Pacelli, a la sazón Secretario de Estado, estuvo presente en aquella audiencia al término de la cual le aseguró al Cardenal Gomá que el Papa le hubiere recibido “anche in articulo mortis” y que “piensa mucho en España, que la encomienda a Dios y que ofrece todos sus sufrimientos por su salvación”[2].

Pocos días después, según relata el mismo Cardenal Gomá, “todavía enfermo y en la cama”, el 19 de diciembre de 1936, Pío XI le concede una nueva audiencia en la que le manifiesta que “el Papa había visto en él, la España atribulada, que pensaba mucho en ella, que la encomendaba a Dios y que le dijera a Franco que la bendecía especialmente, lo mismo que a cuantos contribuyen a la obra de la salvación del honor de Dios, de la Iglesia y de España”. Y añade Blas Piñar: “Antes de esa segunda entrevista, sigue diciendo Monseñor Anastasio Granados, Pacelli pidió a Gomá le dijera al General Franco que todas las simpatías del Vaticano están con él y que le desean los máximos y rápidos triunfos”[3].

Que estas expresiones de afecto no eran sólo buenas palabras dichas en momentos de especial emoción lo demuestra la política seguida por Pío XI hasta su muerte respecto de España. Al recibir, por ejemplo, al Embajador de España don José Yanguas Messia, el 30 de junio de 1938, Pío XI se refería Franco como a “nuestro dilectísimo hijo, jefe de España” al tiempo que le enviaba “los sentimientos de Nuestra Paternidad espiritual” asegurándole “Nuestro apoyo y Nuestra máxima cooperación”[4].

Pío XII, por su parte, no hizo sino continuar esta política de apoyo a la Cruzada y, después del triunfo, es bien conocida la particular relación entre la Santa Sede y el Estado Español concretada en el Concordato firmado entre ambos en 1953. También es oportuno reproducir el texto del telegrama que el Papa Pacelli enviara a Franco apenas conocida la victoria de las armas nacionales el 1 de abril de 1939: “Levantando nuestro corazón al Señor, agradecemos sinceramente, con V. E., deseada victoria católica España. Hacemos votos porque este queridísimo país, alcanzada la paz, emprenda con nuevo vigor sus antiguas y cristianas tradiciones, que tan grande le hicieron. Con esos sentimientos efusivamente enviamos a V. E. y todo el noble pueblo español, nuestra apostólica bendición. PÍO PAPA XII”. A lo que el Caudillo respondió con otro telegrama que comenzaba con estas sugestivas palabras: “Inmensa emoción me ha producido paternal telegrama de Vuestra Santidad con motivo victoria total de nuestras armas, que en heroica Cruzada han luchado contra enemigos de la Religión, de la patria y de la civilización cristiana.”

Por cierto que estos hechos y este lenguaje resultan completamente ajenos a la mentalidad hoy dominante aún, por desgracia, entre los mismos católicos. Lo que ocurre es que la Cristiandad desapareció. La misma Iglesia parece haber contribuido a sepultarla. Después de todo, la Cristiandad no es el Cristianismo ni menos la Iglesia: es sólo una enorme obra de organización social, política y cultural nacida de ella, de su corazón, legada a la humanidad toda. Nuestro Señor prometió a la Iglesia sostenerla hasta el fin de los tiempos contra las puertas del infierno; esta promesa no es extensiva ni a la Cristiandad ni a ninguna otra realización temporal surgida de su acción civilizadora.

Pero lo malo no es tanto que la Cristiandad haya desparecido sino que en estos días que corren es poco menos que un pecado hablar de ella. Hay un complejo católico de inferioridad (análogo al complejo de inferioridad de los españoles al decir de López Ibor) que impide siquiera mencionarla y menos exaltarla. Hoy es corriente entre católicos ilustrados (o que debieran serlo) cuidarse muy mucho de ser tildados de “constantinianos”: no hay peor tacha en esta época de ecumenismo, de diálogo y de “nueva laicidad”. Por estas razones no cabe en la mentalidad actual la idea de una Gran Batalla en la que se combate por la gloria de Dios. Y es esto lo que explica el inexplicable e injusto olvido en que ha caído el 18 de Julio de parte de quienes debieran celebrarlo como un gran fasto católico por una elemental razón de gratitud y de piedad.

Es este espíritu de Cruzada, esta idea de que hay momentos en que debemos dar el combate por Dios y empuñar las armas en defensa de Su Nombre, lo que torna universal el 18 de Julio que, más allá de muchas cosas que puedan decirse, fue en su esencia la última Empresa Católica, y por Católica, Ecuménica, emprendida por España en defensa de la Civilización común. Y esto, repetimos, no es retórica inflamada sino la sencilla afirmación de una verdad sencilla. Por eso es un hecho universal que incuestionablemente pertenece a los españoles pero no en exclusiva. Es de ellos, pero es de todos los que todavía sostenemos que Cristo es el Rey de la Historia y a Él deben sometérsele todas las naciones.

[1] Blas Piñar, La Iglesia y la Guerra Española de 1936 a 1939, Madrid, 2011, página 33.

[2] Cf. Blas Piñar, La Iglesia y la Guerra…, o. c., página 111.

[3] Blas Piñar, La Iglesia y la Guerra…, o. c., páginas 111-112.

[4] Ibídem.

Mario Caponnetto