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domingo, 16 de junio de 2019

Feliz Fiesta de la Santísima Trinidad: Símbolo QUICUMQUE (en español y en latín)



Quienquiera desee salvarse debe, ante todo, guardar la Fe Católica: 

quien no la observare íntegra e inviolada, sin duda perecerá eternamente. 
Esta es la Fe Católica: que veneramos a un Dios en la Trinidad y a la Trinidad en unidad. 

Ni confundimos las personas, ni separamos las substancias. 
Porque otra es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo: 
Pero la divinidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo es una, es igual su gloria, es coeterna su majestad. 

Como el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo. 
Increado el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo. 
Inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo.
Eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. 

Y, sin embargo, no tres eternos, sino uno eterno. 
Como no son tres increados ni tres inmensos, sino uno increado y uno inmenso. Igualmente omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo. 

Y, sin embargo, no tres omnipotentes, sino uno omnipotente. 
Como es Dios el Padre, es Dios el Hijo, es Dios el Espíritu Santo. 
Y, sin embargo, no tres dioses, sino un Dios. 

Como es Señor el Padre, es Señor el Hijo, es Señor el Espíritu Santo. 
Y, sin embargo, no tres señores sino un Señor. 

Porque, así como la verdad cristiana nos compele a confesar que cualquiera de las personas es, singularmente, Dios y Señor, así la religión católica nos prohíbe decir que son tres Dioses o Señores.

Al Padre nadie lo hizo: ni lo creó, ni lo engendró. 
El Hijo es sólo del Padre: no hecho, ni creado, sino engendrado. 
El Espíritu Santo es del Padre y del Hijo: no hecho, ni creado, ni engendrado, sino procedente de ellos. 

Por tanto, un Padre, no tres Padres; un Hijo, no tres Hijos, un Espíritu Santo, no tres Espíritus Santos. 

Y en esta Trinidad nada es primero o posterior, nada mayor o menor: sino todas las tres personas son coeternas y coiguales las unas para con las otras. 

Así, para que la unidad en la Trinidad y la Trinidad en la unidad sea venerada por todo, como se dijo antes. Quien quiere salvarse, por tanto, así debe sentir de la Trinidad. 

Pero, para la salud eterna, es necesario creer fielmente también en la encarnación de nuestro Señor Jesucristo. 

Es pues fe recta que creamos y confesemos que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es Dios y hombre. Es Dios de la substancia del Padre, engendrado antes de los siglos, y es hombre de la substancia de la madre, nacido en el tiempo. Dios perfecto, hombre perfecto: con alma racional y carne humana. Igual al Padre, según la divinidad; menor que el Padre, según la humanidad. 

Aunque Dios y hombre, Cristo no es dos, sino uno. Uno, no por conversión de la divinidad en carne, sino porque la humanidad fue asumida por Dios. Completamente uno, no por mezcla de las substancias, sino por unidad de la persona. Porque, como el alma racional y la carne son un hombre, así Dios y hombre son un Cristo. 

Que padeció por nuestra salud: descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos. Ascendió a los cielos, está sentado a la derecha de Dios Padre omnipotente; de allí vendrá a juzgar a vivos y muertos. 

A su venida, todos los hombres tendrán que resucitar con sus propios cuerpos, y tendrán que dar cuenta de sus propios actos. Los que actuaron bien irán a la vida eterna; los que mal, al fuego eterno. Esta es la fe católica, quien no la crea fiel y firmemente, no podrá salvarse. 

Amén.


Quicumque vult salvus esse, ante omnia opus est, ut teneat catholicam fidem: Quam nisi quisque integram inviolatamque servaverit, absque dubio in aeternum peribit. Fides autem catholica haec est: ut unum Deum in Trinitate, et Trinitatem in unitate veneremur. Neque confundentes personas, neque substantiam separantes. Alia est enim persona Patris alia Filii, alia Spiritus Sancti: Sed Patris, et Filii, et Spiritus Sancti una est divinitas, aequalis gloria, coeterna maiestas. Qualis Pater, talis Filius, talis [et] Spiritus Sanctus. Increatus Pater, increatus Filius, increatus [et] Spiritus Sanctus. Immensus Pater, immensus Filius, immensus [et] Spiritus Sanctus. Aeternus Pater, aeternus Filius, aeternus [et] Spiritus Sanctus. Et tamen non tres aeterni, sed unus aeternus. Sicut non tres increati, nec tres immensi, sed unus increatus, et unus immensus. Similiter omnipotens Pater, omnipotens Filius, omnipotens [et] Spiritus Sanctus. Et tamen non tres omnipotentes, sed unus omnipotens. Ita Deus Pater, Deus Filius, Deus [et] Spiritus Sanctus. Et tamen non tres dii, sed unus est Deus. Ita Dominus Pater, Dominus Filius, Dominus [et] Spiritus Sanctus. Et tamen non tres Domini, sed unus [est] Dominus. Quia, sicut singillatim unamquamque personam Deum ac Dominum confiteri christiana veritate compellimur: Ita tres Deos aut [tres] Dominos dicere catholica religione prohibemur. Pater a nullo est factus: nec creatus, nec genitus. Filius a Patre solo est: non factus, nec creatus, sed genitus. Spiritus Sanctus a Patre et Filio: non factus, nec creatus, nec genitus, sed procedens. Unus ergo Pater, non tres Patres: unus Filius, non tres Filii: unus Spiritus Sanctus, non tres Spiritus Sancti. Et in hac Trinitate nihil prius aut posterius, nihil maius aut minus: Sed totae tres personae coaeternae sibi sunt et coaequales. Ita, ut per omnia, sicut iam supra dictum est, et unitas in Trinitate, et Trinitas in unitate veneranda sit. Qui vult ergo salvus esse, ita de Trinitate sentiat.


Sed necessarium est ad aeternam salutem, ut incarnationem quoque Domini nostri Iesu Christi fideliter credat. Est ergo fides recta ut credamus et confiteamur, quia Dominus noster Iesus Christus, Dei Filius, Deus [pariter] et homo est. Deus [est] ex substantia Patris ante saecula genitus: et homo est ex substantia matris in saeculo natus. Perfectus Deus, perfectus homo: ex anima rationali et humana carne subsistens. Aequalis Patri secundum divinitatem: minor Patre secundum humanitatem. Qui licet Deus sit et homo, non duo tamen, sed unus est Christus. Unus autem non conversione divinitatis in carnem, sed assumptione humanitatis in Deum. Unus omnino, non confusione substantiae, sed unitate personae. Nam sicut anima rationalis et caro unus est homo: ita Deus et homo unus est Christus. Qui passus est pro salute nostra: descendit ad inferos: tertia die resurrexit a mortuis. Ascendit ad [in] caelos, sedet ad dexteram [Dei] Patris [omnipotentis]. Inde venturus [est] judicare vivos et mortuos. Ad cujus adventum omnes homines resurgere habent cum corporibus suis; Et reddituri sunt de factis propriis rationem. Et qui bona egerunt, ibunt in vitam aeternam: qui vero mala, in ignem aeternum. Haec est fides catholica, quam nisi quisque fideliter firmiterque crediderit, salvus esse non poterit.
SPECOLA

martes, 16 de julio de 2013

Consideraciones sobre la Santísima Trinidad

Es de notar que cuando se dice que Dios se ama a Sí mismo como lo más alto que hay, no se puede sacar de ahí la conclusión de que Dios es un ser solitario, a quien nada le importa que no sea Él mismo. Esta manera de razonar sería blasfema o mejor, señal de no haber entendido nada del misterio de Dios, de su intimidad divina.En el Evangelio no hay ninguna expresión en la que se hable de que el Padre se ama a Sí mismo como Padre ni de que el Hijo se ame a Sí mismo como Hijo.

Nada hay en el Hijo que no haga referencia a su Padre: "¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre" (Lc 2,49). "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra" (Jn 4,34). Su Vida entera es un testimonio perfecto de la Vida de su Padre: "Mi Padre vive y Yo vivo por mi Padre" (Jn 6,57). Cuando Jesús decía: "Aún no ha llegado mi hora" (Jn 2,5) se refería a la hora que el Padre le había señalado. Tanto les había hablado a sus discípulos de su Padre que Felipe, en una ocasión, le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta" (Jn 14,8).

Por eso el Padre, desde la nube, manifestó: "Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco. Escuchadle" (Mt 17,5), ya que el Padre tampoco hace referencia a Sí mismo como Padre. El Padre ama al Hijo: sus palabras van siempre referidas a su Hijo; o mejor aún, el Hijo es la Palabra del Padre. En el Hijo el Padre se nos ha revelado a Sí mismo. Nos lo ha dicho todo y nada le ha quedado por decir, como dijo Jesús a Felipe: "El que me ha visto a Mí ve al Padre" (Jn 14,9). Y en otra ocasión: "Yo y el Padre somos Uno" (Jn 10,30).


El Hijo (que es Dios) ama al Padre (que es Dios) y es amado por Él. En ese sentido se puede decir que Dios ama a Dios o que Dios se ama a Sí mismo. Y esta Unión amorosa entre Padre e Hijo, Unión absolutamente Perfecta, es igualmente Dios, sin confundirse ni con el Padre ni con el Hijo. Es la tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, nexus duorum, nexus Patris et Filii, consustancial al Padre y al Hijo, de los cuales procede. Es el mismo y único Dios, pero una Persona diferente.

Dondequiera que esté el Espíritu de Dios ahí está Dios mismo como Trinidad. No es posible hablar del Espíritu Santo sin hablar del Padre y del Hijo. Refiriéndose al Espíritu se dice que "no hablará de Sí mismo, sino que hablará de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir. Él me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer" (Jn 16,13).

Esto tiene para nosotros una importancia fundamental, vital, pues "el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5). Según San Pablo somos templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en nosotros (1Cor 3,16): "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?" (1 Cor 6,19). El Señor lo decía con gran claridad: "Si alguno me ama guardará mi Palabra. Y mi Padre lo amará. Y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23). En este sentido podemos decir, con San Pablo, que "somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos también como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo de bajeza en un cuerpo glorioso como el suyo" (Fil 3, 20-21)

En la primera carta de San Juan podemos leer que "Dios es Amor" (1 Jn 4,8), palabras reveladas acerca de lo que es Dios que sólo el misterio intratrinitario es capaz de explicar plenamente (aun dentro del misterio, que no deja de serlo).

Dios, al revelarse como Uno y Trino, se nos ha revelado como Amor. Y el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, puede ahora comprenderse a si mismo; ahora sabe que ha sido creado por el Amor (que es Dios)... para amar y para ser amado. Esa es su vocación, la vocación de toda persona que viene a este mundo, lo que da sentido a la existencia: sólo el amor y siempre el amor; entendido, claro está, como Dios lo entiende, es decir, como unión de vidas mediante la entrega total, en reciprocidad, de las personas que se aman. Por eso nadie es más plenamente él mismo que cuando ama, cuando vive conforme al Espíritu y a las enseñanzas de Jesús, asemejándose así al Hijo, en quien el Padre ha querido dárnoslo todo.

lunes, 15 de julio de 2013

Secuencia de Pentecostés



Ven, Espíritu divino, 
manda tu luz desde el cielo. 
Padre amoroso del pobre; 
don, en tus dones espléndido; 
luz que penetra las almas; 
fuente del mayor consuelo.


Ven, dulce huésped del alma, 
descanso de nuestro esfuerzo, 
tregua en el duro trabajo, 
brisa en las horas de fuego, 
gozo que enjuga las lágrimas 
y reconforta en los duelos.


Entra hasta el fondo del alma, 
divina luz, y enriquécenos. 
Mira el vacío del hombre 
si tú le faltas por dentro; 
mira el poder del pecado 
cuando no envías tu aliento.


Riega la tierra en sequía, 
sana el corazón enfermo, 
lava las manchas, 
infunde calor de vida en el hielo, 
doma el espíritu indómito, 
guía al que tuerce el sendero.


Reparte tus siete dones 
según la fe de tus siervos; 
por tu bondad y tu gracia 
dale al esfuerzo su mérito; 
salva al que busca salvarse 
y danos tu gozo eterno. Amén.



sábado, 13 de julio de 2013

La Santísima Trinidad (Sobre el envío del Espíritu Santo)

Como sabemos, el Padre y el Hijo envían su Espíritu, Espíritu que es de ambos, Espíritu que es el Amor que se profesan mutuamente, el Padre al Hijo y el Hijo al Padre, Espíritu del Padre y Espíritu también del Hijo, conjuntamente, pues procede de ambos: un único Espíritu, el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad. 

Sabemos también que Jesucristo es una Persona Divina (el Hijo) pero poseedor de dos naturalezas (la naturaleza divina y la naturaleza humana), de modo que es verdadero Dios y es verdadero hombre. 

Todo esto es doctrina católica, y es conforme a lo que enseña la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Se trata, además, de un dogma de fe.

Con esta idea "in mente" paso a comentar una frase que he leído en un libro de espiritualidad que es totalmente errónea y que puede llevar a confusión o engaño a quien la lea (si no posee unos mínimos conocimientos de su fe). Decía este autor: Cristo, como hombre, no envía el Espíritu Santo. Lo hace solamente como Dios (¿..?). Esto es radicalmente falso. ¿Acaso hay escisión en Jesús?

Una vez que el Hijo se hizo hombre y tomó nuestra naturaleza humana, es impensable que sólo la naturaleza divina del Hijo nos envíe, junto al Padre, al Espíritu Santo. El Hijo -desde que se hizo hombre y tomó como propia la naturaleza humana- no es pensable ya con sólo su naturaleza divina: "El que me ve a Mí ve al Padre" (Jn 14,9), le responde a Felipe. "¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre? ¿No crees que Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí?" (Jn 14, 9-10). Sabemos que el Padre es espíritu; y por eso "a Dios nadie lo ha visto jamás; Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, Él mismo es quien nos lo ha dado a conocer" (Jn 1,18). Y nos lo ha dado a conocer precisamente porque ha tomado un cuerpo: "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). Viendo a Jesús (que es realmente un hombre como nosotros; y por eso podemos verle) estamos viendo su Persona (que es divina, pues el Hijo es Dios) y estamos viendo también al Padre, pues "Yo y el Padre y  somos Uno" (Jn 10, 30).No es posible imaginar a Dios si no es viendo a Jesús: "El que me ve a Mí ve al Padre" (Jn 14,9). Y esto será así "por eternidad de eternidades".

Ahora el Hijo está en el Cielo (junto al Padre); y lo está con su naturaleza humana, con su cuerpo glorioso que conserva para siempre las señales de las llagas de su Pasión. Y  ese Hijo Único de Dios, que es Jesucristo,  es quien nos envía su Espíritu, que es también el Espíritu de su Padre. Este envío no es de la naturaleza divina del Hijo, sino del Hijo tal y como está ahora y para siempre junto a su Padre, o sea, también con su cuerpo. No es el Hijo-Dios el que envía su Espíritu, sino el Hijo Dios-hombre el que nos lo envía (o no sería realmente el Espíritu de Jesús el que recibiríamos)

Desde que el Hijo se hizo realmente hombre, ambas naturalezas, la divina y la humana, son realmente suyas,  (¡también la humana!) en su única Persona divina de Hijo. Esto fue así mientras vivió entre nosotros. Y esto es así también en el Cielo junto al Padre con su cuerpo glorioso. De modo que si nos envía su Espíritu, este Espíritu es el de Cristo completo, como verdadero Dios que es y como verdadero hombre que es, sin escisiones de ningún tipo.

jueves, 4 de julio de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD: DIOS ESPÍRITU SANTO (y V)

¿Quién nos envía al Espíritu Santo? En la Sagrada Escritura podemos leer: "El Paráclito, el Espíritu Santo que EL PADRE ENVIARÁ en mi Nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho" (Jn 14,26). Pero también leemos: "Cuando venga el Paráclito, que YO OS ENVIARÉ de parte del Padre, ... " (Jn 15, 26a).  

Explícitamente se afirma, por una parte, que el Espíritu Santo es enviado por el Padre (en nombre del Hijo) y con la misión de enseñarnos y recordarnos todas las cosas que el Hijo nos ha dicho; y que es enviado también por el Hijo (de parte del Padre).  Dos son los que envían: el Padre y el Hijo (pero el Hijo no podría enviar al Espíritu Santo si éste no procediera de Él).

 ¿De quién procede, entonces, el Espíritu Santo? Explícitamente, el Espíritu Santo procede del Padre: "...el Espíritu de Verdad, que PROCEDE DEL PADRE..." (Jn 15,26b) pero implícitamente procede también del Hijo: " ...el Espíritu de Verdad... RECIBIRÁ DE LO MÍO y os lo dará a conocer"(Jn 16,14). Por si hubiera alguna duda acerca de lo que significa recibirá de lo mío, dice Jesús: "Todo lo que el Padre tiene es mío" (Jn 16,15), que nos recuerda lo que ya había dicho en otra ocasión: "El Padre y Yo somos uno" (Jn 10,30). De modo que el Espíritu Santo recibe también del Hijo la Naturaleza lo que equivale a decir que PROCEDE DEL HIJO. De ahí la expresión usada en la Iglesia Católica cuando se recita el Credo, hablando del Espíritu Santo: "... que procede del Padre y del Hijo", procedencia que en latín se designa con el término Filioque.

¿A quién pertenece el Espíritu Santo? En diferentes textos se habla del Espíritu del Padre pero también del Espíritu del Hijo (de Cristo, de Jesús): "No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hable en vosotros" (Mt 10,20). "Envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que grita: Abba, Padre" (Ga 4,6). Es decir, el Espíritu Santo es Espíritu del Padre y es Espíritu del Hijo (no sólo del Padre, ni sólo del Hijo). Esta relación de pertenencia, en el seno de la Trinidad, no puede ser sino relación de procedencia u origen.

Con relación al Filioque transcribo lo que se explicita en el Concilio de Florencia (1483), sacado del Catecismo de la Iglesia Católica (1992) nº 246: "El Espíritu Santo tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración... Y porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único, al engendrarlo, a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, Éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente"

El Filioque no niega que el Padre sea fuente y origen de toda la Trinidad, como lo es. Todo lo contrario, aunque hay que entenderlo bien: Al afirmar que el Espíritu Santo procede del Padre (tal como se afirma expresamente en la Biblia) nos estamos refiriendo al Padre, en cuanto que es Padre (o sea, en tanto que tiene un Hijo). La mención de la palabra Padre incluye la realidad del Hijo (o no se llamaría Padre).

Recordemos aquí brevemente el tema que nos ocupa todo el tiempo cual es el de la Santísima Trinidad, cuestión esencial de toda la Teología. El Padre es la fuente, el origen de la Trinidad. Por eso se dice que el Padre no procede de nadie. El Hijo procede del Padre, por generación intelectual, "per viam cognitionis" (es el Verbo, la Palabra, el conocimiento que Dios posee de Sí mismo, que se identifica con Dios mismo, es  Imagen e impronta de la sustancia del Padre). El Espíritu Santo procede de ambos, del Padre y del Hijo, por una única espiración común a ambos, "per viam amore": es el Amor que mutuamente se profesan Padre e Hijo.



Tenemos tres Personas en Dios, completamente distintas en cuanto Personas, pero que poseen la misma Esencia: el Padre es Dios. El Hijo es Dios. El Espíritu Santo es Dios. No son tres dioses. Sólo hay un Dios, un único Dios.

Hay un orden en la Trinidad: Primero es el Padre, como primera Persona, fuente u origen. Segundo es el Hijo, como segunda Persona. Tercero es el Espíritu Santo, como tercera Persona. Se trata de un orden de prelación, pero de un orden real. No es un orden temporal o de importancia: el Hijo no es media hora después que el Padre o menos importante que el Padre. No, no se refiere a eso. El Hijo no es creado por el Padre, pues entonces sería una criatura de Dios y no sería Dios: "Engendrado, no creado". Engendrado, por "generación intelectual",  el Hijo es exactamente la Idea que Dios tiene de Sí mismo: Idea Perfecta, copia exacta del Padre. Imagen viva del Padre (puesto que el Padre vive). No es una idea abstracta. Es una Persona, la segunda Persona de la Trinidad. Es real, tan real como el Padre, y con la misma esencia que el Padre, pero distinto del Padre. Uno es el Padre, Otro es el Hijo.

El Espíritu Santo procede del amor que se tienen, como Personas, el Padre y el Hijo. El amor siempre es interpersonal y recíproco; se ama a otra persona y se es amado por ella; aunque, en este caso, no se trata de dos amores sino de un único amor: el Amor con que el Padre ama al Hijo se identifica con el Amor con el que el Hijo ama al Padre. Y ese único Amor, Amor Perfecto, es una Persona, la tercera Persona de la Trinidad, con la misma esencia que el Padre y el Hijo, pero distinto de ellos: es el Espíritu Santo.

Y, sin embargo, hay un solo Dios, puesto que Dios es Simple, no es compuesto. No hay división en Dios. La esencia divina es poseída por las tres Personas. En el Misterio de Amor intratrinitario, que es Dios, se dan, al mismo tiempo, la máxima distinción y la máxima unidad posibles. Las tres Personas (Padre,  Hijo y Espíritu Santo) son infinitamente diferentes en cuanto Personas, como se ha dicho: el Padre no es el Hijo ni el Hijo es el Padre ni ninguno de Ellos es el Espíritu Santo (máxima distinción). Y, sin embargo, excepto en esa relación de oposición, una sola es la esencia de las Tres Personas, uno sólo es Dios (máxima unidad).

Y ha sido Jesucristo quien nos ha dado la posibilidad de conocer a Dios como Trinidad de Personas, de modo que unidos a Jesucristo por su Espíritu, podemos dirigirnos al Padre, como verdaderos hijos suyos: hijos de Dios en Cristo, hijos en el Hijo, pero verdaderamente hijos: "Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios" (Rom 8,14)

domingo, 23 de junio de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD: DIOS ESPÍRITU SANTO (IV)

¿Por qué es tan importante la Persona del Espíritu Santo? Bueno, no tenemos más que fijarnos en la insistencia de Jesús, cuando sus apóstoles se ponen tristes porque Jesús les dice que tiene que irse: "Os digo la verdad: Os conviene que me vaya, pues si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; en cambio, si me voy os lo enviaré" (Jn 16,7). Pero, ¿acaso no nos lo ha dicho todo Jesús? ¿Es que todavía nos queda algo por conocer? Pues parece ser que sí: "Tengo todavía muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis comprenderlas" (Jn 16,12). "Cuando venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hacia la Verdad completa, pues no hablará por Sí mismo, sino que hablará de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir" (Jn 16,13). Y es que, efectivamente, no todo lo que hizo Jesús está en el Evangelio: "Muchos otros signos realizó Jesús en presencia de sus discípulos que no han sido escritos en este libro. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis Vida en su Nombre" (Jn 20, 30-31). Y poco más adelante: "Hay, además, muchas cosas que hizo Jesús, que si se escribieran una por una, pienso que en el mundo no cabrían los libros que se tendrían que escribir" (Jn 21,25).

Ésta es una de las razones por las que necesitamos de la Persona del Espíritu Santo, si queremos llegar a la Verdad completa (Jn 16,13). Mucho se ha escrito sobre esta Persona, pero descubrimos enseguida nuestra incapacidad cuando nos introducimos en este misterio y acabamos sin entender nada y sabiendo muy poco. De ahí el nombre de Gran Desconocido con el que le suelen denominar los teólogos cuando se refieren a Él.  En realidad, más que el estudio para tratar de conocerlo, es necesario abrirle nuestro corazón con humildad en la oración y escuchar con atención lo que Él mismo quiera decirnos de Sí.


Si razonamos un poco, es "relativamente" fácil pensar en la Persona del Padre como Alguien origen de todo, que no procede de nadie. Mucho más fácil lo tenemos (dentro del misterio) si pensamos en la Persona del Hijo, como enviado por el Padre y que procede del Padre, pues se hizo un hombre como nosotros, con un alma humana y un cuerpo humano, y nos amó hasta dar su Vida por todos y cada uno de nosotros. Pero pensar en el Espíritu Santo como Persona nos cuesta bastante más. No nos lo podemos imaginar de ninguna manera.

Y, sin embargo, esta Tercera Persona es tan importante para nosotros que lo es todo. Imposible acercarnos a Dios si no es en el Espíritu Santo: "¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (1 Cor 3,16) "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?" (1 Cor 6,19) Y todo esto hasta el punto de que "nadie puede decir: 'Jesús es el Señor', sino por el Espíritu Santo" (1 Cor 12,3), pues "el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rom 5,5). Por eso, como nos dice San Pablo, "ya no sois extraños y advenedizos sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios" (Ef 2,19)... "morada de Dios por el Espíritu" (Ef 2,22)

¿Qué ocurriría si preguntáramos al Espíritu Santo que nos hablara de Él mismo? Seguro que nos diría: Yo nunca hablo de Mí. Yo siempre te hablaré de Jesús. Ésa es mi misión: darte a conocer a Jesús. Esto es así. Recordemos las palabras de Jesús: "Cuando venga el Paráclito, que Yo os enviaré del Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de Mí" (Jn 15,26)... "Él no hablará por Sí mismo, sino que hablará de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir" (Jn 16,13). O sea, hablará de lo que oiga al Padre y al Hijo. Y a continuación: "Él me glorificará porque recibirá de lo Mío y os lo dará a conocer. Todo lo que el Padre tiene es Mío. Por eso os dije que tomará de lo Mío y os lo anunciará" (Jn 16, 14-15). Al fin y al cabo, como dijo Jesús: "Yo y el Padre somos Uno" ( Jn 10,30) y  "El que me ve a Mí ve al Padre" (Jn 14,9 )

En la primera carta de San Juan se nos dice que "Dios es Amor" (1 Jn 4,9). En realidad, Dios es todo Amor, aunque el Amor en Dios se le atribuye al Espíritu Santo. La frase bíblica que dice que "el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn4, 16b) debe ser completada por esta otra: "El que guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 3, 24a). Al compararlas se observa que la guarda de sus mandamientos y el permanecer en su amor viene a ser lo mismo. Pero, ¡ojo!: "Éste es su mandamiento: que creamos en el Nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, conforme al mandamiento que nos dio" (1 Jn 3,23).Y continúa: "...por esto conocemos que Dios permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado" (1 Jn 3, 24b).  

Todo amor procede de Dios pero a través del Espíritu Santo, que es el que lo pone en nuestro corazón. Si amamos a Dios y amamos a los hombres y amamos el trabajo, el sacrificio, la alegría, la verdad, la bondad, el bien, la justicia, la belleza, etc..., todo ello se lo debemos al Espíritu Santo. Por eso dijo Jesús: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre: el Espíritu de Verdad" (Jn 14, 16-17a) "...Ese día conoceréis que Yo estoy en el Padre, y vosotros en Mí y Yo en vosotros." (Jn 14, 20). Las palabras que vienen a continuación son de una profundidad que nos sobrepasa, como corresponde a todo lo que es sobrenatural pero, en este caso, más sobrenatural todavía, si cabe:

"Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23). O sea, el Espíritu Santo mora en nosotros, como también el Padre y el Hijo. Somos morada de Dios, templos vivientes de Dios. En la unión íntima con Jesucristo que tiene lugar por su Espíritu, podemos dirigirnos al Padre y el Padre se dirige también a nosotros, pues nuestra unión con el Hijo es también unión con el Padre en un mismo Espíritu. Participamos de la misma naturaleza divina, sin ser nosotros mismos dioses; y esto por pura gracia, sin mérito alguno por nuestra parte. De hecho esta era una de las expresiones de despedida que utilizaba San Pablo con frecuencia, en donde aparece reflejada la trinidad de Personas en Dios: "La gracia del Señor Jesucristo y el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Cor 13, 13)

lunes, 3 de junio de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD; DIOS ESPÍRITU SANTO (III)

Pero lo verdaderamente importante es que el Espíritu Santo no es, sencillamente, una fuerza divina que vivifica y santifica. Lo esencial es que se trata de un ser personal: el Espíritu Santo es una persona y una Persona Divina, al igual que lo son el Padre y el Hijo. Esto se puede ver en diversos pasajes del Nuevo Testamento en los que es descrito como "Alguien" distinto del Padre y del Hijo; y que se encuentra, por otra parte, en una relación íntima con ellos. Se trata, pues de "Alguien" -o sea, una persona-, "distinto" -es decir, no es el Padre ni es el Hijo- , y "en relación íntima con el Padre y el Hijo" - tan "íntima" que es Dios mismo. De modo que el mismo y único Dios, además de ser Dios Padre y de ser Dios Hijo, es también Dios Espíritu Santo.

La distinción personal se encuentra expresada con gran claridad en el mandato de bautizar dado por Jesús: "Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). En esta fórmula trinitaria del bautismo, el Espíritu Santo es equiparado al Padre y al Hijo, siendo realmente Dios igual que lo son el Padre y el Hijo. Aparece también en el Bautismo de Jesús: "Cuando Jesús fue bautizado, mientras estaba en oración, se abrió el cielo y bajó el Espíritu Santo sobre Él, en forma corporal, como una paloma. Y se oyó una voz que venía del cielo: Tú eres mi Hijo, el Amado. En Tí me he complacido" (Lc 3, 21-22). (pasaje que aparece, además, en los otros dos sinópticos: Mt 3, 13-17; Mc 1,9-11; también San Juan evangelista hace referencia al descenso del Espíritu sobre Jesús en el Bautismo: "Juan (el bautista) dio testimonio diciendo: He visto al Espíritu que bajaba del Cielo como una paloma y permanecía sobre Él. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar en agua me dijo: 'Sobre el que veas que desciende el Espíritu y permanece sobre Él, ése es quien bautiza en el Espíritu Santo' " (Jn 32,33)


Donde encontramos los textos más explícitos en torno al Espíritu Santo como Persona es en el discurso de despedida de Jesús, en la Última Cena, cuando les promete a sus discípulos la venida del Espíritu Santo: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre: el Espíritu de Verdad, al que el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce; vosotros le conocéis porque permanece a vuestro lado y está en vosotros" (Jn 14, 15-17). Y poco más adelante añade: "Os he hablado de todo esto estando con vosotros; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en Mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho" (Jn 14, 25-26)... Y luego: "Cuando venga el Paráclito que Yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de Mí" (Jn 15, 26).

Así pues, según nos dice Jesús, se trata de un Enviado distinto del Hijo ... "que el Padre enviará en Mi Nombre" (Jn 14,26) y también ... "que Yo os enviaré de parte del Padre" (Jn 15,26). Dos son los que envían: el Padre y el Hijo. Uno es el Enviado: el Espíritu Santo. Y además: "Os conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si Yo me voy, os lo enviaré" (Jn 16,7). Más adelante trataré de explicar, en la medida en que Dios me dé a entender, el significado de estas enigmáticas palabras. De momento, y aunque solo sea a grosso modo, parece desprenderse de la lectura de este texto que es condición necesaria para que venga el Espíritu Santo, el que tenga que ser enviado por el Padre y por el Hijo. O, en otras palabras: Sólo si el Hijo (Cristo resucitado) regresa junto al Padre, entonces y sólo entonces, el Espíritu podrá venir a nosotros, porque ambos nos lo enviarán: Uno solo de Ellos no podría hacerlo.

Me viene a la memoria el siguiente párrafo del Evangelio que, de alguna manera, viene a ser una explicación , aunque necesitada de ser profundizada personalmente por cada uno: "En el último día, el más solemne de la fiesta, puesto Jesús en pie exclamó: 'Si alguno tiene sed venga a Mí y beba. Quien cree en Mí, como dice la Escritura, de sus entrañas brotarán ríos de agua viva'. Esto lo dijo refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él. Pues todavía no había sido dado el Espíritu, ya que Jesús aún no había sido glorificado" (Jn 7, 37-39). De ahí que Jesús diga a sus discípulos: "Os conviene que Yo me vaya" (Jn 16,7).

Y para que ellos entiendan mejor el porqué era tan importante que Él se fuera, les dice: "Todavía tengo que deciros muchas cosas, pero no podéis sobrellevarlas ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de la Verdad, Él os guiará hasta la Verdad completa, pues no hablará por Sí Mismo, sino que hablará de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir. Él me glorificará porque recibirá de lo Mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es Mío. Por eso dije que recibirá de lo Mío y os lo anunciará" (Jn 16, 12-15). Y les habla claramente: "Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28). Y es desde ahí, junto a Su Padre, como podrán ambos enviarnos Su Espíritu.

(Continuará)

domingo, 26 de mayo de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS ESPÍRITU SANTO (II))

En el Nuevo Testamento nos encontramos con textos que hablan del Espíritu, en primer lugar, como una fuerza divina que vivifica. Es el caso en que el ángel le dice a María: "El Espíritu Santo descenderá sobre tí y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1,35).  Y, en San Mateo se puede leer que, antes de que José conviviese con su esposa "se encontró que María había concebido por obra del Espíritu Santo" (Mt 1, 18). Estas expresiones nos recuerdan algunas del Antiguo Testamento, como aquellas en que se dice que "la tiniebla cubría la faz del abismo y el Espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas" (Gen 1,2) o  bien: "El Espíritu del Señor llena la tierra" (Sab  1,7).

En la concepción de Jesús en el vientre de María hay una intervención especial del Espíritu de Dios, de modo que el hijo engendrado por María será llamado, en forma exclusiva y única, Hijo de Dios (Lc 1,35)

Luego se dice que "cuando Jesús fue bautizado  mientras estaba en oración, se abrió el cielo y bajó el Espíritu Santo sobre Él en forma corporal, como una paloma..." (Lc 3,21-22). El Espíritu Santo se encuentra constantemente presente en todo el Nuevo Testamento: "Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto..." (Lc 4,1). Cuando Juan Bautista habla de Jesús les dice a los judíos: "Él os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego" (Mt 3, 11). Pedro, en su predicación a Cornelio, le explica "cómo a Jesús de Nazaret le ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder, y pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él" (Hech 10, 38).

En la sinagoga de Nazaret, cuando Jesús lee el texto de Isaías (Is 61, 1-2), se atribuye a Sí mismo las palabras que pronuncia: "El Espíritu del Señor está sobre Mí, por lo que me ha ungido para evangelizar a los pobres...Y enrollando el libro se lo devolvió al ministro y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en Él. Y comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír" (Lc 4, 18. 20-21). Tenemos también otras palabras del profeta Isaías (Is 42, 1-2), que Jesús se atribuye a Sí mismo: "He aquí a mi Siervo, a quien elegí; mi Amado, en quien se complace mi alma. Pondré mi Espíritu sobre Él y anunciará la justicia a las naciones" (Mt 12, 18). Jesús afirma que actúa con el poder del Espíritu: "Si Yo expulso a los demonios por el Espíritu de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros" (Mt 12-28)



El Espíritu Santo es también fuerza divina que santifica. Por ejemplo, tenemos el caso del Bautista que "estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre" (Lc 1,15). Esto ocurrió también con sus padres: "Isabel quedó llena del Espíritu Santo" (Lc 1,41)  y  Zacarías "quedó lleno del Espíritu Santo" (Lc 1,67). Y lo mismo podemos decir del anciano Simeón de quien se escribe que "el Espíritu Santo estaba en Él" (Lc 2,25). Después de resucitar, una de las veces en que Jesús se apareció a los apóstoles, "sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les son perdonados; y a quienes se los retengáis, les son retenidos" (Jn 20, 22-23).

La historia de la Iglesia primitiva podría describirse como la epopeya del Espíritu Santo, que se manifiesta con mucha frecuencia, como podemos leer en los Hechos de los Apóstoles y en las cartas de San Pablo, especialmente. Así Jesús, poco antes de su Ascención a los cielos, dijo a sus discípulos: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra" (Hech 1,8), lo que ocurrió diez días después, el día de Pentecostés: "Estaban todos reunidos en el mismo lugar. Y sucedió que, de repente, sobrevino del cielo un ruido como de viento huracanado, que invadió toda la casa en la que estaban. Se les aparecieron lenguas como de fuego, que se distribuían y se posaban sobre cada uno de ellos. Y todos se llenaron del Espíritu Santo..." (Hech 2, 1-4).

En el discurso que dio San Pedro entonces, a consecuencia del cual se bautizaron unas tres mil personas, dijo entre otras muchas cosas, hablando de Jesús: "A este Jesús le resucitó Dios, y de eso todos nosotros somos testigos; exaltado, pues, a la diestra de Dios, y recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo derramó según vosotros veis y oís" (Hech 2, 32-33). El poder del Espíritu Santo se manifiesta con muchísima frecuencia en todas las actuaciones de los apóstoles. Por ejemplo, cuando Pedro estaba predicando sobre Jesús, en casa del centurión Cornelio, "que todo el que cree en Él recibe por su Nombre el perdón de los pecados" (Hech 10,43) "...descendió el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban la palabra... Y entonces habló Pedro: ¿Podrá alguien negar el agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros? Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo" (Hech 10, 44.47.48).

Y San Pablo: "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?" (1 Cor 3,16) "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?" (1 Cor 6, 19). Todos los bautizados han sido santificados por el Espíritu Santo: "Habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre de Jesucristo el Señor y en el Espíritu de nuestro Dios" (1 Cor 6, 11). Y en otra ocasión: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos dado" (Rom 5,5)... "Recibistéis un espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: Abba, Padre. El mismo Espíritu da testimonio junto con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios" (Rom 8, 15-16).

Eso significa que, puesto que no nos pertenecemos, es preciso vivir según el Espíritu y no según la carne: "Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Ahora bien, vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu , si es que el Espíritu habita en vosotros. Si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es de Cristo" (Rom 8, 8-9). Pero tenemos una gran esperanza, y es que "el Espíritu acude en ayuda de nuestra flaqueza, pues no sabiendo pedir lo que conviene, el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rom 8,26)

sábado, 11 de mayo de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS ESPÍRITU SANTO I)


En todo lo que se ha venido hablando hasta ahora acerca de Dios, el objetivo principal ha sido, y sigue siendo, el de conocerlo, en la medida en la que esto sea posible, a la luz de la fe y de las enseñanzas contenidas en el Nuevo Testamento, tomando siempre como guía aquello que la Iglesia Jerárquica, en comunión con el Santo Padre, considera que es la recta interpretación de la Escritura,  y no olvidando que toda Escritura es divinamente inspirada (2 Tim 3, 16-17) y que cuantas cosas fueron escritas en el pasado, para nuestra enseñanza han sido escritas, con el fin de que  por la paciencia y por el consuelo de las Escrituras, mantengamos la esperanza (Rom 15,4) y plenamente consciente de las palabras que dice Jesús por boca de San Juan, en el Apocalipsis:  si alguien añade algo a esto, Dios enviará sobre él las plagas escritas en este libro; y si alguien substrae alguna palabra a la profecía de este libro, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa que se describen en este libro (Ap 22, 18-19).

Así es que, con la ayuda de Dios, que sé que no me ha de faltar, me propongo continuar hablando del misterio de la Santísima Trinidad, en el mismo sitio en que lo dejé. Y como punto de referencia y de inicio voy a tomar prestadas las palabras que San Pablo dirigió a los corintios, cuando les dijo: "¿Qué hombre conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también, nadie conoce lo que hay en Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Cor 2,11). Y poco antes: Está escrito que "lo que ni ojo vio, ni oído oyó, ni llegó al corazón del hombre, eso preparó Dios para los que le aman. Pues bien:  A nosotros nos lo ha revelado Dios por su Espíritu, pues el Espíritu lo penetra todo, hasta las profundidades de Dios" (1 Cor 2, 9-10)


Mucho hay escrito sobre el Espíritu de Dios, ya incluso en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, cuando se dice: "El Espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas" (Gen 1,2). El Espíritu se identifica aquí con el viento, que no se considera como una simple fuerza natural sino como una fuerza que se atribuye directamente a Dios: "Dios hizo soplar un viento sobre la Tierra, de manera que las aguas decrecieron" (Gen 8,1). Es digno de mencionar aquí el pasaje de la Biblia en el que Dios se manifiesta a Elías en el monte Horeb, aunque no fue precisamente en el fuerte viento donde se le manifestó: "Un viento fortísimo conmovió la montaña y partió las rocas... pero el Señor no estaba en el viento. Detrás del viento un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Detrás del terremoto, un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Detrás del fuego un susurro de brisa suave. Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto, salió y se detuvo a la puerta de la cueva. Entonces le llegó una voz que decía:- ¿Qué te trae aquí, Elías?" (1 Re 18, 11-13). El viento que procede de Dios no es precisamente un viento impetuoso.

Otro significado de Espíritu, muy relacionado con el anterior, es el de aliento, un aliento que da vida, una vida que procede de Dios. Es el mismo Dios quien infunde su aliento en los vivientes, en particular en el hombre: "El Señor Dios formó al hombre del polvo de la Tierra, insufló en sus narices aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo" (Gen 2, 7). El aliento de vida aparece como aliento de Dios; y su ausencia es causa de muerte: "Les retiras tu aliento y mueren, vuelven al polvo. Pero envías tu Espíritu, y son creados, y renuevas la faz de la tierra" (Sal 104, 29-30). "El Espíritu de Dios me ha creado, el aliento del Omnipotente me ha dado la vida" (Job 33,4)

Pero el Espíritu de Dios va mucho más allá: "Os daré un corazón nuevo y pondré en vuestro corazón un Espíritu nuevo. Arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré mi Espíritu en vuestro interior y haré que caminéis según mis preceptos, y guardaréis y cumpliréis mis normas ... Vosotros seréis mi pueblo y Yo seré vuestro Dios" (Ez 36, 26-28) . Este Espíritu está relacionado también con la sabiduría: "¿Quién podrá conocer tu designio si Tú no le das la sabiduría y envías desde las alturas tu santo Espíritu?" (Sab 9,17). Y de una manera permanente reposará plenamente este Espíritu en el futuro Mesías, es decir, en Jesús, según predice el profeta Isaías, predicción que se hizo realidad, como sabemos: "Sobre Él reposará el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor" (Is 11,2)

domingo, 10 de marzo de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (Introducción al Espíritu Santo)


Hablar de Dios es muy difícil. Según Santo Tomás, "sólo Dios habla bien de Dios". De modo que la empresa en la que me he metido, al tocar este tema de la Santísima Trinidad,  no deja de ser ardua y compleja. Y, sin embargo, considero que es necesaria, porque Dios nos ha dado la razón para que la usemos. Es clásica la definición del hombre como animal racional. Al hacer uso de nuestra razón actuamos conforme a la naturaleza que Dios nos ha dado. Las personas, en general, no solemos hacer precisamente un uso excesivo de dicha facultad. Tendemos, más bien,  a que otros piensen por nosotros y a que nos den la tarea resuelta. Pero no es eso lo mejor para nosotros, ni muchísimo menos.

Es conveniente y necesario leer y comprender lo que otros han dicho acerca de cualquier tema (siempre que se trate de personas de las que uno pueda fiarse, por su categoría intelectual y por su conocimiento del asunto sobre el que escriben). Por supuesto que lo es. Aunque no es suficiente. Es preciso hacer propias aquellas ideas, expresadas por otros, acerca de la realidad de la que se esté tratando. Y, para ello, se requiere de la reflexión y el silencio, poniendo el máximo empeño posible de nuestra parte, y siendo conscientes de la presencia de Dios, pues "en Él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28).

Sólo se sabe bien aquello que se asimila. Y asimilar ciertas cosas, como en el tema que nos ocupa, no sólo requiere meditar en ellas, mediante el estudio y mediante una lectura sosegada, despierta y tranquila. Nadie pone en duda de que esto sea algo necesario, pero no es, ni con mucho, suficiente, ya que aquí estamos tratando de verdades cuya comprensión plena es imposible, nos sobrepasan, están más allá de nuestras posibilidades; siempre nos quedaremos cortos por mucho que digamos.

¿Quiere eso decir que lo mejor que podríamos hacer sería poner punto en boca y callarnos, para no decir majaderías? Pienso que no. Dios conoce muy bien nuestras limitaciones; y cuenta ya con ello. En realidad, lo único que Dios nos pide es que tratemos de conocerle, que pongamos de nuestra parte todo lo que realmente dependa de nosotros. Y que tengamos confianza: Él pondrá lo que nos falte. Dios sólo quiere ver si el amor que decimos tenerle es auténtico, si hacemos todo lo posible (¡y lo imposible!) por conocerlo, en la medida de nuestras posibilidades, y amarlo, sobre todo con vistas a hacer el máximo bien posible a las personas que nos rodean pues, como decía el apóstol Pedro: "cada uno debe poner al servicio de los demás los dones que ha recibido" (1 Pet 4,10).

Dios cuenta con nosotros, sus discípulos, para darse a conocer al resto de personas. ¿Por qué? Pues porque así lo ha dispuesto. Tal es su voluntad. Se nos manifiesta ordinariamente a través de otras personas. Y, a través de nosotros, puede llegar también a otras personas, para que lo conozcan y lo amen. Y, como dice San Pablo: "¿Cómo invocarán a Aquel en quien no creyeron? ¿Y cómo creerán, si no oyeron hablar de Él? ¿Y cómo oirán si nadie les predica? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?" (Rom 10, 14-15). Hay algo que está muy claro, con relación a Dios, y es que "sin fe es imposible agradarle, pues es preciso que quien se acerca a Dios crea que existe y que es remunerador de los que le buscan" (Heb 11,6). 

De ahí la importancia vital de la fe. Y de ahí la responsabilidad que tenemos los cristianos de procurar conocer a Jesucristo, para amarle y vivir conforme a lo que Él quiera para nosotros. Y luego, debemos darlo a conocer a los demás. Los cristianos poseemos un tesoro de valor incalculable. Pero este tesoro no es sólo para nosotros sino para que puedan disfrutar de él el mayor número posible de personas. "Nadie enciende una lámpara para ponerla en un sitio oculto, ni debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que los que entren vean la luz" (Lc 11,33)

Y no debemos preocuparnos demasiado por el fruto que podamos producir. Es suficiente tener siempre "in mente" y, sobre todo, en el corazón, las palabras del Señor. Eso es lo único que importa. Y el fruto es seguro: "El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5). Y con la seguridad que nos dan estas palabras de Jesús, podemos atrevernos a hablar, cada uno en función del puesto que desempeñe en la sociedad, puesto que la misión de predicar es sólo para los que han sido enviados, es decir, los sacerdotes.

¿Y qué tenemos que hacer, entonces, los demás cristianos? ¿Acaso nosotros no podemos hablar? Por supuesto que sí: podemos y debemos. Pero de otra manera. Conscientes de que "llevamos este tesoro en vasos de barro, para que se reconozca que la sobreabundancia del poder es de Dios, y no proviene de nosotros" (2 Cor 4,7), prestemos también mucha atención a aquello a lo que el apóstol Pedro nos exhorta, cuando dice: "Glorificad a Cristo Jesús en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de nuestra esperanza" (1 Pet 3, 15).

En consecuencia: ¿qué podemos hacer para dar testimonio de nuestra fe, conforme a las enseñanzas del Señor? Podríamos decir aquí bastantes cosas. Me limitaré a consignar algunas que considero fundamentales: 

Lo primero de todo, conocer muy bien esas enseñanzas, mediante la lectura asidua y atenta del Evangelio y del resto del Nuevo Testamento, sobre todo; y luego, no cesar de pedir al Señor, insistentemente, que aumente nuestra fe

Más cosas: participación frecuente en la Santa Misa, al menos los domingos y fiestas de precepto, tal como lo manda nuestra Santa Madre la Iglesia; práctica frecuente de los sacramentos, en particular el sacramento de la Penitencia, con la confesión de nuestros pecados (¡un sacramento que está tan olvidado y del que tan poco se habla, siendo, como es, tan importante!) y, por supuesto, el sacramento de la Eucaristía, es decir, la comunión, siempre que se tengan las debidas disposiciones y se esté en estado de gracia, con la alegría de estar recibiendo a Jesús, realmente presente en dicho Sacramento, oculto bajo las especies del pan y del vino.

Por supuesto, el cumplimiento esmerado de los mandamientos de la Ley de Dios, etc... Si hiciéramos todas estas cosas, eso se reflejaría en nuestra vida, porque se vería que Jesucristo es el centro de toda nuestra existencia; de alguna manera, Él estaría presente en nosotros, hablándole al mundo de aquello que le conviene para su felicidad auténtica, ya en esta vida, y para su salvación eterna.

En cualquier caso, no hay que apurarse, porque Dios no va a pedir lo mismo a todos sino a cada uno en función de aquellos dones que haya recibido y de sus circunstancias particulares, que sólo Él conoce perfectamente, mucho mejor que nosotros mismos. No es bueno, por lo tanto, compararse con los demás. Pero eso sí: debemos procurar amar a Dios, como el que más, puesto que "cada uno recibirá su recompensa conforme a su trabajo" (1 Cor 3,8), o lo que es igual, conforme a su amor, al amor que ponga en aquello que haga, que no otra cosa es el trabajo bien hecho. 

Sigamos, por lo tanto, el consejo que daba el apóstol Pablo a los colosenses: "Todo cuanto hagáis hacedlo de corazón, como hecho para el Señor y no para los hombres, sabiendo que recibiréis del Señor el premio de la herencia" (Col 3, 23-24)
(Continuará)

miércoles, 2 de enero de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO X)


Desde el comienzo de su misión, el amor del Padre hacia su Hijo se manifiesta abiertamente. Esto ocurrió cuando Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán, pues nada más salir del agua , "... mientras estaba en oración, se abrió el cielo, y descendió el Espíritu Santo sobre Él en forma corporal, como una paloma, y se oyó una voz del cielo: 'TÚ ERES MI HIJO AMADO; en Tí me he complacido' " (Lc 3, 21-22). Este pasaje evangélico se encuentra también descrito en Mt 3, 16-17 y Mc 1, 10-11; un pasaje que nos recuerda aquel otro en el que Jesús se manifestó en su Gloria, ante sus tres apóstoles predilectos, Pedro, Santiago y Juan, en el monte Tabor; lo que se conoce como la Transfiguración del Señor: "Pedro, tomando la palabra, le dijo a Jesús: 'Señor, qué bien estamos aquí; si quieres haré aquí tres tiendas: una para Tí, otra para Moisés y otra para Elías'. Todavía estaba hablando, cuando una nube de luz los cubrió y una voz desde la nube dijo: 'ÉSTE ES MI HIJO AMADO, en quien me he complacido: ESCUCHADLE' " (Mt 17, 4-5). Este episodio de la Transfiguración puede leerse también en Mc 9,7 y Lc 9,35. San Pedro se referirá también más adelante a este evento, en su segunda carta: "... Hemos sido testigos oculares de su grandeza. En efecto, Él fue honrado y glorificado por Dios Padre, cuando la suprema gloria le dirigió esta voz: 'ÉSTE ES MI HIJO AMADO, en quien tengo mis complacencias'. Y esta voz venida del cielo la oímos nosotros, estando con Él en el monte santo" (2 Pet 1, 16-18).

Como vemos, el Padre se complace en el Hijo, tiene en Él toda su alegría, todo su agrado, toda su satisfacción: es su Hijo amado. Es este episodio de la Transfiguración el único en el cual el Padre nos interpela directamente a nosotros. No sólo habla de su Hijo, el Amado, en quien tiene todas sus complacencias, sino que, además, se dirige expresamente a nosotros y nos dice (con un verbo que está en imperativo y, que es, por lo tanto, un mandato): ¡Escuchadle! Dios Padre nos habla por su Hijo. No sé si fue San Juan de la Cruz quien dijo aquello de: Una sola Palabra nos dijo Dios. Y con ella nos lo dijo todo. Se dijo a Sí Mismo. Esta Palabra es su Hijo. Y así es. Esta REALIDAD (así, con mayúsculas) se nos debería grabar, a fuego, en la mente y en el corazón: La Palabra del Padre es el Hijo. Si queremos saber lo que el Padre quiere, tenemos que escuchar al Hijo. Y no hay otro camino. Por eso Jesús pudo decir: "Quien cree en Mí, no cree en Mí, sino en Aquel que me ha enviado; y quien me ve a Mí, ve al que me ha enviado" (Jn 12, 44-45). Y también: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. NADIE VA AL PADRE SI NO ES A TRAVÉS DE MÍ" (Jn 14,6).

En repetidas ocasiones, Jesús habla del Amor que su Padre le profesa: "Por eso EL PADRE ME AMA, porque Yo doy mi Vida, para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que Yo la doy libremente. Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla. Tal es el mandato que de mi Padre he recibido" (Jn 10, 17-18). San Pablo, en su epístola a los Filipenses, después de recomendarnos que tuviésemos los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús quien "...siendo de condición divina...se humilló a Sí Mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2,6.8), continúa diciendo: "Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre; para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese: 'Jesucristo es el Señor', para gloria de Dios Padre" (Fil 2, 9-11).

Las citas podrían multiplicarse y nunca acabaríamos. Valga alguna más como muestra de este Amor que el Padre tiene por su Hijo, en correspondencia plena y total al Amor que el Hijo le profesa, un Amor que se hace también extensivo a todos nosotros. Así, refiriéndose a Sí Mismo, por ejemplo, dice Jesús: "He bajado del Cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de Aquel que me ha enviado" (Jn 6,38); y refiriéndose a Su Padre: "El que me ha enviado está conmigo; no me ha dejado solo, porque Yo hago siempre lo que le agrada" (Jn 8,29). O: "No estoy solo, porque el Padre está conmigo" (Jn 16,32). Finalmente, refiriéndose a nosotros, en su oración sacerdotal de la última Cena, le dice a su Padre: "Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como Nosotros somos Uno. Yo en ellos y Tú en Mí, para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que Tú me has enviado y los has amado como me amaste a Mi" (Jn 17, 22-23)

Nos estamos acercando ya al Corazón del mismo Dios, a su Espíritu; pero de esto continuaremos hablando en el siguiente post.

(Continuará)

lunes, 31 de diciembre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO IX)


Recordemos la oración sacerdotal de la Última Cena, en donde Jesús, dirigiéndose a su Padre le dice: "Yo te he glorificado en la tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera. Ahora, Padre, glorifícame Tú con la gloria que tuve junto a Tí antes que el mundo existiera" (Jn 17, 4-5).

Ya ha quedado suficientemente claro, en lo que hemos venido diciendo, que toda la Vida de Jesús fue glorificar a su Padre, llevando a cabo la misión para la que había sido enviado. El Amor de Jesús hacia su Padre ha quedado más que evidente: "Yo hago siempre lo que le agrada" (Jn 8,29). "Yo nada hago por Mï Mismo, sino que hablo lo que me enseñó mi Padre" (Jn 8,28). "Yo hablo lo que he visto en mi Padre"(Jn 8,38)."Yo no busco mi voluntad sino la voluntad del que me envió"(Jn 5,30), etc...

Nos preguntamos ahora si el Padre ama al Hijo de la misma manera. Por supuesto que sí. Tenemos abundantes citas del Nuevo Testamento que nos lo revelan: "El Padre ama al Hijo y lo ha puesto todo en sus manos" (Jn 3,35). "Dios nos ha dado la vida eterna, y esa vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo tiene la vida. Quien no tiene al Hijo, no tiene la Vida de Dios" (1 Jn 5, 11-12). Y en otro lugar: "Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna" (Jn 6,40). Por eso, "todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre"(1 Jn 2,23). Y "el que no honra al Hijo, no honra al Padre, que lo ha enviado" (Jn 5,23). En cambio, "quien confiesa al Hijo también posee al Padre" (1 Jn 2,23). Esa es la razón por la que el Hijo puede decir: "Si me conocierais a Mí conoceríais también a mi Padre" (Jn 8, 19).

Todo esto está en consonancia con lo que Jesús ha dicho en frecuentes ocasiones: "El Padre está en Mí y Yo en el Padre" (Jn 10,38). Por ejemplo, cuando Felipe le dice: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta", Jesús le responde: "Felipe, tanto tiempo como llevo con vosotros, ¿y no me has conocido? El que me ha visto a Mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre? (Jn 14, 8-10).  Y prosigue: "Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en Mï" (Jn 14,11). ¿Hay mayor modo de amar a otro que estar en él? : el Hijo está en el Padre y el Padre está en el Hijo.

Observamos, por una parte, una distinción de Personas: el Padre, que está en el Hijo, y el Hijo, que está en el Padre: Padre e Hijo se relacionan mutuamente y se conocen: "Como el Padre me conoce a Mï, así Yo conozco al Padre" (Jn 10, 15). Es más: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo..." (Mt 11,27; Lc 10,22). Esta relación Padre-Hijo aparece como eterna, anterior al nacimiento de Jesús según la carne: "En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios" (Jn 1,1). De hecho, "a Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios Unigénito, el que está en el seno del Padre, Él mismo nos la ha dado a conocer" (Jn 1,18). Por eso pudo decir a los judíos: "Antes de que Abrahán naciese, Yo soy" (Jn 8,58). Y en la oración sacerdotal: "Ahora, Padre, glorifícame Tú, a tu lado, con la gloria que tuve junto a Tí, antes de que el mundo existiera" (Jn 17,5).

Por otra parte, esta igualdad de conocimiento existente entre Padre e Hijo, esta intimidad tan perfecta entre ambos, nos está hablando, de alguna manera, de un modo misterioso, pero real, de la igualdad de naturaleza de ambas Personas. Así dice San Juan en el prólogo de su Evangelio, refiriéndose al Hijo, el Verbo, que no sólo estaba junto a Dios sino que también  "... el Verbo era Dios" (Jn 1,1). El mismo Jesús así lo expresó cuando dijo: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30).

[¿Cabe amor mayor entre dos personas que la unidad entre ellas? En el lenguaje ordinario cuando dos personas se aman se dicen cosas como: "Me gustaría fundirme contigo y que fuéramos uno". Estos bellos deseos se quedan, ciertamente, sólo en deseos. El amor humano no puede llegar hasta ese extremo. En Dios no sucede así. Realmente el Hijo está en el Padre y el Padre está en el Hijo; y realmente son Uno. Eso sí, sin confusión de Personas: la Persona del Padre es distinta de la Persona del Hijo; y la Persona del Hijo es distinta de la Persona del Padre. Se trata de Personas diferentes, en cuanto Personas. De no ser así, ¿cómo podría darse el Amor en Dios? ... un Amor, por otra parte, que es tan perfecto que, aunque nuestro Dios es único, no es, sin embargo, un Dios solitario. El amor se da siempre entre dos personas. Si en Dios no hubiese una pluralidad de Personas, no podría entenderse cómo es posible que Dios sea Amor, tal y como conocemos por la Revelación. Más adelante iremos ahondando en esta idea (más que idea, Realidad), que es de una importancia vital para todos nosotros, como veremos]

(Continuará)