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viernes, 16 de mayo de 2025

Una reflexión para tradicionalistas enragés


Veo mucho pánico y pesimismo entre los tradicionalistas respecto de León XIV, debido a su continuidad de pensamiento con Francisco. Creo que esta reacción es un error, por algunas razones sencillas.

1. Nunca fue muy probable que tuviéramos un Papa que no estuviera, en muchos aspectos, en continuidad con Francisco y con la mentalidad del Concilio Vaticano II. Sí, tal vez soñamos con Sarah, Erdö o Pizzaballa, pero siendo realistas, los progresistas son mayoría desde hace tiempo; e incluso un conservador habría rendido al menos homenaje verbal a su predecesor y al último Concilio. Lamentémoslo cuanto queramos, pero eso es “lo que se hace”.

2. Tampoco era muy probable que escapáramos a tener un Papa de la generación del “baby boom”. Sin embargo, hay una gran diferencia entre alguien nacido en 1936 y alguien nacido en 1955. Bergoglio alcanzó la mayoría de edad en medio del éxtasis delirante del Vaticano II y quedó marcado para siempre por aquella experiencia tipo “Woodstock”. Prevost tenía apenas 10 años cuando el Concilio concluyó, y aunque también creció en el páramo posterior, su relación con el evento fue muy distinta. Podríamos decirlo así: Bergoglio era emocionalmente codependiente del Vaticano II, mientras que Prevost sólo le guarda una adhesión conceptual. Es un paso hacia el futuro, hacia el próximo Papa, que estará menos comprometido incluso en lo conceptual, hasta que llegue el día en que un Papa vea al Vaticano II como uno más entre muchos Concilios. Sí, el proceso es muy lento, pero así funcionan las generaciones humanas; debemos recordar que los resultados instantáneos los dan las computadoras, no la historia.

3. Una diferencia en la personalidad y en el estilo de gobierno puede tener un impacto enorme. Hay innumerables indicios de que Prevost es una personalidad muy distinta de Bergoglio, en todos los sentidos positivos, y que no desea ir por el mundo haciendo enemigos y reprimiendo a las personas. Si tan solo lográramos un poco de oxígeno por algunos años, ya sería una victoria en este momento. Además, no cabe duda de que una de las razones por las cuales se eligió a un estadounidense fue para sanear el desastre financiero del Vaticano: “¡Seguramente un norteamericano podrá recaudar fondos y resolver problemas!”. Pero para hacerlo bien, debe dejar de librar guerras contra los conservadores y tradicionalistas, que tienen cierto peso en la percepción pública y, por tanto, influyen en el flujo de donaciones. Un hombre que intenta reparar una institución quebrada es más propenso a la discreción y a convocar a distintas voces a la mesa.

4. Le debemos a todo hombre en alta dignidad rezar por él, darle la oportunidad de ejercer su cargo, permitirle equivocarse (como todo ser humano caído), y abstenernos de condenas prematuras. No se trata de ingenuidad ni de ilusiones; es una cuestión de justicia y caridad, de lo que debemos a nuestros padres en todos los niveles: en la familia, en la parroquia, en la diócesis y en la Iglesia universal.
No se me malinterprete: no estoy diciendo que no debamos denunciar el mal cuando sea necesario. Pero, ¿acaso debemos hacerlo sin cesar, a toda hora? ¿No podríamos ejercer algo de autocontrol y, en vez de lanzar la próxima crítica, rezar un rosario? ¿Incluso considerar… ignorar al Papa por largos períodos, para evitar caer en una forma sutil de papolatría que lo convierta en el todo del catolicismo?

Algunos, sin duda, al leer esto, se verán tentados a decir: “¡Ajá! Entonces, ¿por qué no seguiste tu propio consejo con Francisco? ¡Siempre lo criticabas!”. Pues bien, en realidad, durante los primeros años hice todo lo posible por NO hacerlo, e incluso destaqué las cosas buenas y ortodoxas que decía y hacía (como se puede leer en los primeros capítulos de El camino del hiperpapismo al catolicismo, vol. 2). Sólo cuando los errores y las maldades comenzaron a clamar al cielo por justicia me vi obligado a hablar; era tiempo de confrontación y denuncia. Con León XIV, ni siquiera estamos cerca de ese punto. ¿Por qué no comenzar, entonces, con benevolencia y generosidad, en lugar de antagonismo?

Y por último, un recordatorio para todos:

No rezar por alguien porque se lo considera sin remedio constituye una forma del pecado de desesperación.

La oración es real, y la gracia que suplica también lo es: un mal Papa puede volverse aún peor si dejamos de rezar por él, y un buen Papa puede volverse mejor gracias a nuestras oraciones. Por eso, no dejaré de pedir al Señor que derrame Su gracia sobre este hombre que carga con el peso del mundo sobre sus hombros.

Peter Kwasniewski