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jueves, 9 de noviembre de 2017

Todo empezó con el "espíritu del Concilio". La "Correctio" explicada por Pietro De Marco (Sandro Magister)



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Recibo y publico. El autor ha enseñado en la universidad pública de Florencia y en la pontificia facultad teológica de Italia central.

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EL BAGAJE HERÉTICO DE MUCHA DE LA PRÁCTICA PASTORAL ACTUAL

por Pietro De Marco

Lo que me ha convencido a firmar la "Correctio" es su núcleo doctrinal, es decir, el poner en claro las "propuestas falsas y heréticas propagadas en la Iglesia", también por el Papa Francisco. Las propuestas censuradas tienen, de hecho, la característica de ir al corazón de las opiniones y actitudes intelectuales de relevancia teológico-dogmática, difundidas desde hace decenios en la "koinè" intelectual católica.

El Papa Jorge Mario Bergoglio participa espontáneamente en dicha "koinè", efecto de lo que se llama habitualmente "espíritu del Concilio", es decir, del Concilio construido por la intelligentsia fuera del aula conciliar y afirmado en los años sucesivos. Enteras generaciones, sobre todo las que hoy son más mayores de edad, están impregnadas de este espíritu, del que son aún portadoras sin hacer autocrítica, como si la Iglesia no hubiera pasado más de medio siglo de tormento por los errores y los efectos perversos inducidos precisamente por ese "espíritu".

Con el actual pontificado se va difundiendo e imponiendo, como opinión pública de la Iglesia, una visión "conciliar" hecha de pocas fórmulas, que en su mayoría liquidan lo que es la esencia del catolicismo -razón e institución, dogma y liturgia, sacramentos y moral-; opinión reforzada por el apoyo personal del Papa, llena de certezas, sin discernimiento de las implicaciones, suficiente y despreciativa hacia quien se opone a ella. Actúa exactamente como cualquier otra ideología.

Efectivamente, se capta un aspecto suyo argumentativo y retórico no sólo en las continúas exteriorizaciones del pontífice, sino también en documentos oficiales como "Amoris laetitia"De este modo, por poner algún ejemplo, 
- la distinción entre regular e irregular se considera "artificiosa y externa";
- el juicio que se tiene acerca del protestantismo desde hace siglos se atribuye al "miedo y el prejuicio sobre la fe del otro"
- el respeto a la Tradición significa "guardar en naftalina, como si fuera una manta que hay que proteger contra los parásitos"
- la multisecular legitimación de la pena de muerte por parte de la Iglesia se reconduce a la "preocupación de conservar íntegros el poder y las riquezas", etcétera. 
Son las actitudes de supresión y las retóricas "de base" típicas -además del repertorio anticlerical- que infestaron los años sesenta y setenta (tengo un recuerdo concreto y copioso de todo esto, entre Florencia y Bolonia), del que nunca se ha liberado el "momentum" conciliar militante, pero que estaba en declive hasta que la elección de Bergoglio como Papa, paradójicamente, lo ha legitimado de nuevo en los vértices de la Iglesia.

De hecho, premisas y efectos de esta cultura están expresados en las propuestas definidas "falsas y heréticas" por la "Correctio". Dichas propuestas deben entenderse como las tesis implícitas, o sea, como las premisas mayores de lo que habitualmente esa visión "conciliar" afirma desde hace años, o propone creer, e implementa en el llamado terreno pastoral. Cuando palabra y práctica son llevadas a su objetiva premisa de naturaleza doctrinal, aparece el poder erosivo, destructivo. Son éstas, de hecho, las vorágines doctrinales que hacen posible desde hace decenios que la pastoral se base en fórmulas liberadoras, accesibles, generosas, acompañadas por garantías para el fiel respecto a su fundamento "evangélico": fundamento dado por evidente, dada la conformidad de Jesús, -un Jesús débil y "pecador"- a cuanto experimentado de manera habitual por lo humano.

Ante todo esto, la "Correctio" es como una pequeña "Pascendi", la encíclica antimodernista de hace ciento diez años, pero que -y esto es dramático- no procede de un pontífice, sino que está dirigida a él censurándolo.

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Se ha observado con detalle como precisamente en las culturas teológicas y pastorales "críticas" que acompañan la acción del Papa, cuyo fin es siempre degradar la ley canónica, hay actualmente una atención inédita a la norma. ¿Por qué? Porque la sensibilidad pastoral, vacía de razones teológicas, se ha convertido en una carrera para aligerar, para eximir. Las preocupaciones pastorales que guían al clero y al episcopado consisten, hoy en día, en intentar garantizar una especie de tratamiento igualitario a los fieles, en gratificarlos con un reconocimiento público de igualdad de derechos de los cuales el acceso a la eucaristía es sólo la parte emergente, sin importar cuál es su situación ante la teología moral y el derecho canónico. Muy pocos parecen darse cuenta -tampoco el Papa lo hace-, pero hoy en día la praxis pastoral de la misericordia copia precisamente la maquinaria perversa de la hipertrofia de los derechos individuales, sobre todo en las sociedades urbanas y secularizadas de todo el mundo, en las "periferias existenciales" pequeñoburguesas más que en las "favelas".

Derechos y ventajas, por consiguiente: la pastoral tiende a parecerse a una acción empresarial de fidelización de los clientes. Hoy el acceso a petición a la eucaristía; mañana, mucho más. Efectivamente, más allá de la teología moral y del derecho, son cada vez más evidentes la disolución de la teología de la gracia y de la vida sobrenatural, la reducción de los sacramentos a antropología y ética social.

El resultado inmediato es un paradójico pelagianismo sin normas, a no ser las individuales, intuitivas, emocionales, de situación, que es la línea recorrida durante siglos por los protestantismos modernizados y por los cristianismos "sin Iglesia". No asombra, entonces, el descubrimiento casi entusiasta de Lutero que aflora en las palabras de Bergoglio y que la "Correctio" denuncia desconcertada.

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Por esto, la primera formulación censurada por la "Correctio" ("Homo iustificatus iis caret viribus…") es, en su tecnicidad, la más profunda, en el sentido que va más al centro del drama pluridecenal de la teología católica reciente y que denuncia, en la "pastoralidad" corriente, el vaciamiento de la cognición de la gracia, sobre todo de la gracia santificadora, sustituida por la pretensión del fiel a la justificación con respecto a Dios y a la Iglesia.

Incluso la más generosa de las hipótesis respecto a Francisco, a saber: que pretenda ganar un consenso general en el mundo para Roma para vehicular, después, con la autoridad que le conferiría una nueva legitimación universal, el anuncio eterno, hoy no escuchado, más bien imposible de recibir, tendría sentido si la actual fase de fidelización no dejara tras de sí los escombros de las verdades como realidad en la que creer mañana.

Esta hipótesis en dos tiempos (ser "accesible" hoy para ser nuevamente escuchado mañana, en una predicación y un anuncio rigurosamente ortodoxos) caracterizaba aún las rectas intenciones del Papa Juan XXIII y de los Padres Conciliares. 

Pero la cultura "de base" que obra en Bergoglio ya no participa en ello de ningún modo. Hoy, el ser "accesibles" equivale en realidad a un acrítico hacerse iguales para ser aceptados, sin ninguna "metanoia" en el otro. Porque mientras tanto el otro se ha convertido en un canon, y además líquido.

Esta atracción mimética hacia el mundo, es decir, hacia la laicidad moderna, que en cincuenta años ha producido en la Iglesia un dramático desangramiento de hombres, siendo la Compañía de Jesús una de las más afectadas, tiene como bagaje un nudo de convenciones falsas y heréticas. A dichos conjuntos miméticos, propuestos con autoridad por intelectuales innovadores, a dicho cúmulo de medias verdades y errores, se opusieron todos los últimos Papas.

Pero ahora hay un Papa que, por primera vez, se convierte en garante y actor "in capite" precisamente de ese corrosivo magma postconciliar y del infeliz intento hodierno de contentar a los fieles rebeldes a expensas de la verdad y profundidad cristianas. Y la presión sociológica del mundo de los divorciados es, para muchos teólogos y moralistas, sólo un pretexto.

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Este texto es una síntesis de una intervención más amplia del profesor Pietro De Marco, que puede leerse integramente en esta otra página de Settimo Cielo:

> La mia posizione entro la "Correctio"

¿“Misa ecuménica”? Será mucho peor


Actualización sobre el caso de la burda obstaculización de la policía romana a un camión que recordaba al cardenal Caffarra



Purgas en la Iglesia: Necesidad del martirio blanco (Benedetta Frigerio)






Se puede estar de acuerdo o no con los contenidos en la carta del teólogo consultante de la Conferencia Episcopal Estadounidense, el hermano capuchino Thomas G. Weinandy, que por sus palabras ha sido privado de líder, pero no se puede negar que éstas describen una realidad evidente, dando voz a las preguntas de tantos a quienes el Papa no ha dado respuesta.

Y menos se puede negar que aquellos que buscan obedecer a la Tradición y a la doctrina milenaria de la Iglesia, habiendo pedido al Papa la causa de su hablar ambiguo (¿quién puede negar que sea usado, como nunca antes, por los medios anticlericales a su favor y por todos aquellos obispos y prelados, valorados por Francisco, que sostienen abiertamente la necesidad de cambiar la doctrina o la liturgia en sentido protestante?), frecuentemente demandando audiencia, no están más considerados de ser recibidos por el Pontífice.

Repetimos, se puede estar de acuerdo o no sobre aquello que ha decidido hacer el capuchino, pero no se puede negar que éstos son los hechos y que éstos suscitan cuando menos preguntas. Cierto que puedes probar a justificarlos convirtiéndolos casi en un método, pero las consecuencias de tales actitudes son también evidentes: cualquiera que plantee una pregunta sobre afirmaciones nunca escuchadas a un Pontífice, sobre la anarquía en las conferencias episcopales, sobre el escándalo que se vive frente al vuelco desenfrenado de la moral católica, es literalmente identificado como un enemigo del Papa y de la Iglesia.

Es lamentable que en el trasfondo que precede a la publicación de la carta de Weinandy se deduce lo contrario, según un trato común a muchos de cuantos han actuado primero pidiendo claramente aclaraciones y expresando preocupaciones al Pontífice  y posteriormente, después una respuesta faltante y una audiencia no dada, publicarlas.

El primer trato es el amor profundo por la Iglesia, cerca al riesgo de perder el propio cargo o de ser relegado al margen. Como le acaeció al cardenal Burke o al cardenal Sarah que, expresando en cada uno de sus escritos o conferencias la fidelidad a la Iglesia o al Papa hasta la muerte y el dolor por la confusión actual, han avanzado en sus preguntas o reafirmando la doctrina pagando con la marginación.

Así, a la par de Burke y Sarah, también Weinandy escribió al Pontífice “con amor por la Iglesia y sincero respeto por Su oficio. Usted es el Vicario de Cristo sobre la tierra, el pastor de su grey, el sucesor de San Pedro y así la roca sobre la cual Cristo construirá su Iglesia”
Y como sabemos que los cardenales que han formulado los “dubia” sobre Amoris Laetitia, e incluso Sarah, han obrado después de haber pasado horas y horas frente al Tabernáculo, así ha hecho Weinandy que lo ha contado confesando el haber pedido largamente a Dios, y de haberle dicho así: “Si Vos quieres que escriba cualquier cosa, debes darme una señal clara. Esto es la señal que pido. Mañana temprano iré a Santa María la Mayor a orar y después iré a San Juan de Letrán. Después de que retorne a San Pedro… Durante este intervalo, debo encontrar a cualquiera que conozca, pero que no vea desde hace tiempo… no puede ser estadounidense, canadiense o inglés… deberá decirme en el curso de nuestra conversación: ‘Continúe con su buen trabajo de escritura’”. La narración prosigue con el encuentro con un obispo (no estadounidense, canadiense ni inglés) conocido 20 años antes de que hubiese leído algún libro suyo y que le dijo: “Continúe con su buen trabajo de escritura”.

Otra característica, además del amor por la Iglesia y por la plegaria, es la integridad de estos hombres, cuya reputación y conducta santa y humilde son notables. En fin, cuantos han hablado sabiendo que pueden pagar con la pérdida de su propio cargo han demostrado que la fidelidad a la Palabra del Señor (y por lo tanto a su persona) supera cada uno de los otros bienes.

Pero como ha notado en una de sus investigaciones Dan Hitchens son pocos los que están dispuestos a sufrir así por la Iglesia. De hecho, entre los teólogos o guías perplejos, entrevistados en cuatro continentes, muchos no han deseado aparecer públicamente por miedo a perder su puesto de trabajo, admitiendo abiertamente el no estar dispuesto al “martirio blanco”. En cambio muchos otros prefieren negar el problema abiertamente, no soportando el dolor de la laceración pensando así contribuir a calmar los ánimos. Es lamentable que mientras tanto la mentira, que nace de la ambigüedad, continúe creciendo sobre la piel de los fieles y del mundo. Junto a la cerrazón y la intransigencia de quienes hablando de puentes, cierran la puerta en la cara a quien pregunta humildemente sus razones.

Al contrario, Weinandy ha actuado con fe, no tanto calculando las consecuencias de un gesto, sino en conformidad con su trabajo de teólogo y la voluntad divina. Así como han hecho Sarah y los cardenales citados, entre ellos sobre todo Meisner y Caffarra, cuya muerte y ofrenda de vida pareció a muchos una derrota, pero que para el cristiano es la coronación suprema de la victoria.

Porque no hay sacrificio como aquél no sólo del propio puesto, reputación, honor o dolor de verse representados como enemigos de lo que más se ama en el mundo, sino de la propia vida, que puede ser usado por Dios para la salvación de los hombres y por lo tanto, de la Fe


Por lo tanto, preguntar humildemente razones de afirmaciones y acciones contrarias  o ambiguas, conscientes de la propia tarea de guías, por amor a la Iglesia, en conformidad al mandato de Dios, es el único camino para salvarlas, aunque cueste una pérdida, un fracaso o la existencia misma. 

Quienes tienen fe saben que lo que para todos es una pérdida, como es la muerte del grano de trigo, es la semilla más fecunda de vida para la Viña del Señor.

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"Una interesante nota litúrgica de 2009 sobre la Eucaristía" de Fra Cristoforo