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jueves, 23 de mayo de 2019

Epílogo del libro "No anteponer nada a Cristo: Reflexiones y apuntes póstumos" del cardenal Carlo Caffarra (Spanish Edition). Homo Legens.

Cardenal Carlo Caffarra

«El Señor siempre está en la barca, por lo que no debemos temer las tempestades. Tenemos que tener fe».

Esta es una de las frases que en más ocasiones me ha repetido el cardenal Carlo Caffarra en los distintos encuentros que tuve con él cuando era pastor de mi diócesis, Bolonia y, también, cuando se retiró a vivir en un pequeño apartamento cerca del seminario.

Era un hombre esquivo, incluso tímido, pero al mismo tiempo sincero y generoso. En una palabra: bueno. Tal vez este sea uno de los aspectos menos conocidos de un cardenal que ha sido definido, con demasiada frecuencia, doctrinario, frío y distante, cuando en realidad era un padre en el sentido más auténtico del término.

Su preparación teológica es reconocida, sobre todo en campo moral, marcando una época en la vida de la Iglesia católica. En 1981, cuando Juan Pablo II pensó en la creación de un instituto para el matrimonio y la familia llamó al entonces profesor Carlo Caffarra para que fuera su primer presidente, consciente de que era la persona adecuada para el cargo. La amistad que unía al Santo Papa polaco y al cardenal fue grande, hasta el punto de que Caffarra fue un estrecho consejero de Wojtyla en algunos de sus más importantes documentos magisteriales, sobre todo la Encíclica Veritatis splendor y la Exhortación Familiaris consortio. Los dos estaban en sintonía también sobre el significado profético de la Encíclica Humanae vitae del Papa Pablo VI, publicada en julio de 1968. En 1988, en el veinte aniversario de la Humanae Vitae, por indicación de san Juan Pablo II, Caffarra organizó en el Vaticano un famoso congreso en el que acusó de “antiteísmo” a los teólogos disidentes y pidió medidas disciplinarias contra los obispos que les autorizaban a enseñar en las respectivas diócesis. De alguno dijo el nombre, sobre todo de Bernhard Haering, el más célebre de los teólogos moralistas del postconcilio que, de distintas maneras, habían alimentado una oposición a la encíclica que prohíbe la anticoncepción. Y éste reaccionó con una carta abierta al Papa, una especie de llamamiento al desarme: el Papa debía frenar a sus moralistas de confianza, obligándoles a que dejaran de acusar de herejía a los disidentes, empezando por Caffarra, al que Haering juzgó ser presa de “delirio teológico”.

Una dura batalla dentro de la Iglesia, que caracterizó el postconcilio y que ha llegado hasta el aula del doble sínodo sobre la familia convocado por el Papa Francisco. A este respecto, Caffarra, junto a los cardenales Raymond Burke, Walter Brandmüller y Joachim Meisner, presentó al Papa los cinco dubia pidiendo aclaraciones sobre el capítulo VIII de la Exhortación postsinodal Amoris laetitia, convencido de que algunos de sus pasajes podían inducir a confusiones interpretativas en cuestiones sobre las que el Magisterio ya se había expresado. Ciertamente, no era contrario al desarrollo de la doctrina, pero sentía que era su deber advertir sobre una posible discontinuidad que no puede caracterizar dicho desarrollo. Es restrictivo recordar al cardenal Caffarra sólo por estos dubia, sobre todo si se hace pensando en que era contrario al Papa, pues nada estaba más lejos de su mentalidad y su deseo. Bromeando dijo que prefería oír decir sobre él que tenía una amante y no que era contrario al Sumo Pontífice.

Amaba profundamente, visceralmente, a la Iglesia, hasta el punto de sufrir casi físicamente si veía que era objeto de ofensas, o la veía confundida. Leyendo su magisterio durante los años en que guio la diócesis de Bolonia, el resultado es el retrato de un pastor que se sentía realmente responsable de sus ovejas, de acompañarlas y, al mismo tiempo, de guiarlas. Prestaba mucha atención a no seguir la dispersión del mundo para llevar a todos al Señor, y no hacia falsos maestros o modas, de los que denunciaba con valentía sus riesgos y peligros.

El cardenal Caffarra dedicó su vida a profundizar el plan de Dios en el ámbito, sobre todo, del amor humano, la familia y la vida. Comentando la Encíclica Caritas in veritate del Papa Benedicto XVI dijo: «Es como si se hubiera robado la palabra amor. Una de las palabras clave de la propuesta cristiana, amor, ha sido secuestrada por la cultura moderna que la ha convertido en un término vacío, en una especie de recipiente en el que cada uno mete lo que siente. La verdad del amor es, hoy, difícilmente compartible. “Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Este es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad” (Caritas in veritate, n. 3)». Este pasaje representa, muy resumido, el corazón del buen combate que el cardenal Caffarra llevó a cabo hasta el 6 de septiembre de 2017, cuando, un poco por sorpresa, volvió a la casa del Padre.

Lo recordamos con su sonrisa, porque le gustaba mucho bromear con salidas inesperadas y nunca banales; después, serio de nuevo, era capaz de evaluar las cosas de una manera penetrante y afilada. En este libro hemos recogido algunos pasajes de su magisterio y lo hemos comparado con un plato de tallarines boloñeses: un plato sabroso y sencillo al mismo tiempo. Leer estas páginas les hará descubrir un cardenal que ha sido padre y maestro.

Lorenzo Bertochhi

jueves, 25 de abril de 2019

Los cinco peligros para la Iglesia (Cardenal Carlo Caffarra)




La alternativa a una Iglesia sin doctrina no es una Iglesia pastoral, sino una Iglesia del arbitrio y esclava del espíritu del tiempo: praxis sine teoría coecus in via, decían los medievales. 


Este peligro es grave y, si no se derrota, causa daños graves a la Iglesia. Al menos por dos razones. La primera es que, al ser la Doctrina Sagrada nada menos que la divina Revelación del plan divino sobre el hombre, si la misión de la Iglesia no está arraigada en ella, ¿qué puede decirle la Iglesia al hombre? La segunda razón es que cuando la Iglesia no se protege ante este peligro corre el riesgo de respirar el dogma central del relativismo: en lo que respecta al culto que debemos a Dios y a la atención que debemos al hombre, es indiferente lo que pienso de Dios y del hombre(...)

El segundo peligro es olvidar que la clave interpretativa de toda la realidad y, en especial, de la historia humana, no está dentro de la misma historia. Es la fe. San Máximo el Confesor considera que el verdadero discípulo de Jesús piensa en todas las cosas por medio de Jesucristo, y Jesucristo por medio de todas las cosas. Pongo un ejemplo muy actual. El ennoblecimiento de la homosexualidad, al que asistimos en Occidente, no hay que interpretarlo y juzgarlo tomando como criterio la corriente dominante de nuestras sociedades o el valor moral del respeto que se debe a cada persona, lo que sería metabasis eis allo genos, es decir, ir más allá del género, dirían los lógicos. El criterio es la Doctrina Sagrada sobre la sexualidad, el matrimonio y el dimorfismo sexual. (...)

El tercer peligro es el primado de la praxis [peligro de origen marxista]. Me refiero al primado fundacional. El fundamento de la salvación del hombre es la fe del hombre, no su acción. Lo que debe preocupar a la Iglesia no es, en primer lugar, la cooperación con el mundo en grandes procesos operativos para alcanzar objetivos comunes. La infatigable preocupación de la Iglesia es que el mundo crea en Aquel que el Padre ha mandado para salvar al mundo (...)

El cuarto peligro, muy unido al anterior, es la reducción de la propuesta cristiana a una exhortación moral. Es el peligro pelagiano, que Agustín llamaba el horrendo veneno del cristianismo. Esta reducción tiene el efecto de hacer que la propuesta cristiana sea aburrida y repetitiva. Sólo Dios, en su acción, es siempre imprevisible. Y, de hecho, el centro del cristianismo no es la acción del hombre, sino la Acción de Dios. 

El quinto peligro es el silencio sobre el juicio de Dios, por medio de una predicación de la misericordia divina hecha de tal modo que corre el riesgo de hacer desaparecer de la conciencia del hombre que escucha la verdad de que Dios juzga al hombre.

Caffarra, Cardenal Carlo. No anteponer nada a Cristo: Reflexiones y apuntes póstumos (Spanish Edition) . Homo Legens.

domingo, 14 de abril de 2019

La santidad (Cardenal Carlo Caffarra)



Queridísimos jóvenes, no os conforméis con realizaros de alguna manera, no disminuyáis la medida de vuestra vocación. Cristo quiere daros la plenitud de la vida, es decir, la santidad. En el fondo, creedlo, sólo hay una verdadera infelicidad en la vida: la de no ser santos. No dilapidéis el patrimonio más valioso de vuestra juventud: vuestra capacidad de entregaros definitivamente a Cristo tanto en la vida consagrada como en el santo sacramento del matrimonio.

(...) Nuestro corazón no está hecho para odiar, sino para amar. Pero nosotros, cada uno de nosotros, podemos malograr esta fuerza para el bien que el Señor ha puesto en nosotros, podemos dilapidar el que es nuestro mayor patrimonio, a saber: nuestra capacidad de amar

Escuchad lo que dice el Señor en la Biblia: «El pecado acecha a la puerta y te codicia, aunque tú podrás dominarlo» (Gén 4, 7). Cada uno de nosotros puede convertirse en un santo o en un criminal. 

Habéis visto, veis cada día lo que sucede cuando el corazón de un hombre renuncia a su dignidad más grande: ser capaz de amar. 

Me dirijo en especial a vosotros, los jóvenes. ¡La libertad es un “caso serio”, podéis verlo! No confiéis en quien intenta convenceros de que el hombre no es libre, que sus elecciones están totalmente predeterminadas por las condiciones sociales en las que vive. ¿Es que acaso el hombre está inexorablemente atraído por el mal que, al final, resultará siempre vencedor? Intentad ahora elevar la mirada: mirad al Crucificado. Es la víctima más inocente de la violencia humana. Pero precisamente por medio de Su muerte entregó al hombre la fuerza de vencer el mayor mal del hombre: la incapacidad de amar. Nosotros, cristianos, estamos seguros: el hombre ha sido salvado. Sin embargo, si uno tiene una enfermedad mortal, no basta con que exista la medicina que lo pueda curar; es necesario que se la tome
Y la medicina que nos cura de nuestra herida más grave es Cristo: tenemos que “tomarla” acercándonos a Él, haciendo que entre en nuestra vida.
Cardenal Carlo Caffarra

Tomado del libro: "No anteponer nada a Cristo: Reflexiones y apuntes póstumos" (Spanish Edition) . Homo Legens. 

viernes, 12 de abril de 2019

Desear la dicha (Cardenal Carlo Caffarra)



El drama del hombre consiste en el hecho de que, para saciar su sed, bebe en los bienes limitados que le ofrece la existencia, pero no se satisface. Esos son como el agua salada: cuanto más bebes, más aumenta la sed. 

¿Tenemos que concluir, entonces, que el hombre es una pasión inútil? ¿O que no pudiendo tener lo que deseamos, debemos limitarnos a desear lo que podemos tener? 

Jesús nos dice: ni el hombre en su ilimitado deseo es una pasión inútil, ni debe disminuir la medida de su deseo, porque existe un “agua” capaz de saciarlo plenamente
«El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed» (Jn 4, 14). […] 
El encuentro con Cristo viviente en su Iglesia es la única solución adecuada al drama de nuestra vida, porque Cristo es la respuesta que corresponde plenamente a lo que el corazón humano desea. Sin este encuentro, el drama de la vida se transforma en farsa o en tragedia. 

El hombre sólo necesita a Dios mismo, que se da a él en Cristo; conformarse con menos significa renunciar a sí mismo

Desear una dicha plena no es el signo de una inmadurez juvenil que la vida, después, se encarga de corregir, desde el momento en que existe una realidad que corresponde a este deseo: la persona de Cristo vivo en su Iglesia

Al final, la samaritana lo comprendió y abandonó el cántaro: ya no lo necesitaba. Pero cuando reducimos nuestro deseo de dicha a lo que conseguimos alcanzar con nuestras fuerzas, Cristo pasa a ser inútil e insignificante.

Caffarra, Cardenal Carlo. 

[De su libro "No anteponer nada a Cristo: Reflexiones y apuntes póstumos" (Spanish Edition) . Homo Legens]

jueves, 11 de abril de 2019

¿Quién es el dueño del hombre? (Carlo Caffarra) [comentado por José Martí]




(...) ¿A quién pertenece el hombre? ¿Quién puede disponer de la vida y de la muerte del hombre? ¿Quién es el dueño del hombre? [Al decir hombre se sobreentiende "ser humano", bien sea varón o mujer]

El recorrido espiritual de Occidente ha llegado a la última parada:

Si la vida del hombre no pertenece al hombre, sino a Dios, nadie puede disponer de ella, por ningún motivo.

Si la vida del hombre pertenece al hombre, es coherente pensar hipotéticamente en circunstancias según las cuales cualquiera puede disponer de su propia vida, o pedir a otros que pongan fin a la misma.
La ilusión de poder edificar una morada humana “como si Dios no existiera” tenía que llevarnos, más pronto o más tarde, a este punto.
Cardenal Carlo Caffarra

Del libro No anteponer nada a Cristo: Reflexiones y apuntes póstumos (Spanish Edition). Homo Legens.


NOTA DE ACTUALIDAD

Este artículo viene a cuento para ACLARAR IDEAS acerca de la eutanasia, un debate que se ha abierto de nuevo, a raíz del suicidio asistido de una mujer por su marido: La detención del hombre que ayudó a morir a su mujer reabre el debate sobre la eutanasia

miércoles, 10 de abril de 2019

LOS DESEOS (Cardenal Carlo Caffarra)



 ¿Cuáles son los deseos más profundos, es decir, los deseos de cuya plena, y no limitada, satisfacción depende la auténtica realización de vuestra humanidad? 

Es el deseo de tener una respuesta verdadera a las preguntas que habitan, inextirpables, en nuestro corazón: es el deseo de verdad. Pero […] os dicen que la verdad no existe, que el signo de una inteligencia sana es dudar siempre de todo, que quien no piensa así es un intoleranteAgustín dice algo muy profundo: «He tratado con muchos hombres a quienes daría gozo engañar, pero ser engañado, a ninguno». 

Es el deseo de realizar vuestra libertad en el bien; es el deseo de bien. Pero […] os dicen que no existe el bien, sólo lo que es útil o perjudicial, agradable o desagradable; que el hombre sólo puede buscar su bien individual prescindiendo de lo que es el bien para el otro, o a expensas del bien del otro; que el amor del otro como otro sí mismo es mera utopía. 

Sin embargo, vosotros sentís que no hay nada que deseéis más que amar y ser amados: amar y ser amados en la verdad, la dignidad y la belleza de una autoentrega sin límites. […] 

«¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?» (Sal 33, 13). Si uno responde: “yo”, que sepa que ha dicho una palabra inmensa: “yo”. Se ha elevado a la dignidad de persona; por encima del propio instinto, de todo lo que se dice y hace, con la conciencia de su inatacable subjetividad y responsabilidad, es decir, con la capacidad de responder al Señor mismo. […] Sí, quiero ver la vida. La Vida se ha hecho visible. Es Jesús: Él es la Vida hecha visible. Es la Verdad; es el Bien, es la Belleza, es la Comunión. Es todo, porque en Él cada cosa tiene consistencia

«Mente y deseo se han forjado en función de Él. Para conocer a Cristo hemos recibido el pensamiento; para correr hacia Él, el deseo; y la memoria para llevarlo con nosotros»

Caffarra, Cardenal Carlo. No anteponer nada a Cristo: Reflexiones y apuntes póstumos (Spanish Edition) . Homo Legens.

martes, 9 de abril de 2019

¿Hacia dónde nos dirigimos? (Cardenal Carlo Caffarra)



La imagen del camino nos recuerda, enseguida, la realidad de la vida: ¿acaso nuestra vida no es un camino? Pero un camino tiene un punto de partida y una meta a la que se dirige. Y el hombre, cada uno de nosotros, ¿de dónde viene? ¿cuál es su meta última?

Hoy, muchos no saben responder a estas dos preguntas; y a causa de esta ignorancia caminan en las tinieblas y habitan una tierra tenebrosa. A sus espaldas, el azar. Ante ellos, la nada eterna. Existimos por un azar, y estamos destinados a desaparecer para siempre: es lo que hoy piensan muchos.

Puesto que ésta es la respuesta que el hombre, en gran medida, recibe hoy por parte de la cultura en la que vive y puesto que el peso de esta respuesta es insoportable para el hombre que debe cargar con ella, esta misma cultura le ha convencido de que las preguntas sobre su origen y su destino final son inútiles, o que no pueden recibir una respuesta verdadera.

Por consiguiente, se ha puesto en marcha un sistema educativo que tiende a exaltar lo provisional y a huir de lo definitivo, como buena forma de vida.

Ésta es la condición de un pueblo que camina en las tinieblas y habita una tierra tenebrosa. En esta noche [de Navidad], la Iglesia quiere comunicar a este pueblo, a quienes viven en esta condición, una noticia: se ha encendido una luz, una respuesta ha sido dada.

(...) En medio de esta “gran multitud de gente” puedo entrever los rostros de algunas personas a las que, sobre todo, la Iglesia petroniana ha mandado hoy a predicar la felicidad evangélica. Son, en primer lugar, los jóvenes. La suya es una “pobreza de sentido” porque nosotros, los adultos, hemos construido para ellos una morada en la que las supremas distinciones entre verdadero y falso, entre bien y mal, son consideradas insignificantes, reduciendo de este modo la medida de su deseo y apagando en ellos el gusto por la libertad. Que sobre cada uno de ellos se pose esa mirada llena de amor con la que Cristo miró al joven del Evangelio (cf. Mc 10, 21); que sientan, a través de nuestra cercanía, la invitación de Cristo: Venid y veréis, para que así puedan morar cerca de Él (cf. Jn 1, 39).22

(...) El hombre necesita al sacerdote, porque necesita que se le recuerde continuamente que su fin último es la vida eterna, y que se le muestre el camino que lleva a esta vida. El sacerdote existe precisamente para esto: para guiar al hombre a la vida eterna. Para la solución de otros problemas tiene que dirigirse a otros. Mas para la solución del problema del sentido último de su vida, y no sólo para ser informado, sino para ser plasmado de manera nueva, necesita al sacerdote. Que el Señor no nos prive nunca de ellos.

(...) El verdadero reconocimiento de la persona humana es como una navegación difícil que tiene que evitar dos escollos: el escollo de la desesperación de quien no sabe ir más allá de las amargas constataciones de Job, y el escollo de la presunción de quien se atribuye una soberanía que es sólo divina.

Ya sea una cultura o una civilización generada por la desesperación, como una cultura o civilización generada por la presunción, ambas [culturas] tienen como final de recorrido la pura y simple destrucción del hombre. 

¿Quién nos guía en esta difícil navegación? La luz de nuestra razón y de nuestra fe. La primera tiene en sí la evidencia originaria que ser “alguien” no es ser “algo”, y la segunda muestra el origen último de esta diferencia, el hecho de que cada persona humana es amada por Dios

Cardenal Carlo Caffarra. No anteponer nada a Cristo: Reflexiones y apuntes póstumos (Spanish Edition) . Homo Legens

lunes, 8 de abril de 2019

El significado de la vida (Cardenal Carlo Caffarra)



Es un joven […] el que le plantea a Jesús la pregunta: «Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?» (Mt 19, 16). 
Es la pregunta fundamental, porque es la pregunta llena de significado para la vida. Expresa la aspiración más profunda del corazón del hombre y está en el origen de cada decisión y acción humana; es la fuerza secreta que mueve nuestra libertad. 

Es la aspiración a una vida llena de sentido, que no pierde nunca las razones que hacen que vivir sea hermoso, incluso cuando la vida diaria, con frecuencia, es dura

Es necesario que [cada uno] se dirija plenamente a Cristo para hacerle la pregunta: “¿Qué tengo que hacer para no ver nunca la muerte?”. Y esperar Su respuesta, porque sólo Él puede daros la respuesta que es totalmente verdad, porque sólo Él conoce vuestro corazón. 

Cristo, esta noche, os dice a cada uno de vosotros: “Si tú observas mi palabra, no verás nunca la muerte”. ¿Qué significa “si tú observas mi palabra”? 

Significa vivir como vivió Cristo. Vivir significa pensar: observar la palabra de Cristo significa pensar como pensaba Cristo. Vivir significa desear: observar la palabra de Cristo significa tener los mismos deseos/sentimientos que estuvieron en Cristo Jesús. Vivir significa decidir: observar la palabra de Cristo significa decidir/elegir según los criterios que fueron los de Cristo. 

En una palabra: observar la palabra de Cristo significa dar cada día que pasa más espacio en la propia vida a la presencia de Cristo

Si te encauzas siguiendo el sentido de la vida y de las cosas que nos han sido reveladas en Cristo, nunca verás la muerte. ¿Por qué quien vive así no verá nunca la muerte? Y, antes de esto, ¿qué significa “no ver la muerte”? Desde luego, no significa evitar la muerte física. Pero ésta no nos separa de Cristo porque, a partir de ahora, quien observa su palabra participa en la vida misma de Dios. Esta participación en su perfección se realiza después de la muerte; pero en la comunión con Cristo es ya, desde ahora, luz de verdad, fuente de significado para nuestra vida terrena, un saborear la plenitud ilimitada. 

Quien observa la palabra de Dios nunca ve la muerte, sino que posee desde ahora la vida eterna, porque Cristo es la Vida eterna que se ha hecho visible, que se ha puesto a nuestra disposición: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11, 25). 

Entonces, queridísimos jóvenes, si os queréis comprender a vosotros mismos hasta el fondo, si queréis vivir sin disminuir la medida de vuestro deseo, tenéis que acercaros con todo vuestro ser a Cristo, abriros a su palabra, entrar en Él con todo vuestro ser para asimilar toda su plenitud. Entonces podréis decir con verdad plena: «Porque en ti está la fuente viva» (Sal 36, 10).

Caffarra, Cardenal Carlo. No anteponer nada a Cristo: Reflexiones y apuntes póstumos (Spanish Edition) . Homo Legens.

miércoles, 27 de marzo de 2019

Venir al mundo (Carlo Caffarra)



La concepción de una persona es un acontecimiento grandioso. Es el resultado de un acto creador de Dios y del acto de la unión conyugal. Dios ha querido al hombre desde el principio. Y lo quiere en cada concepción. Ninguno de nosotros viene al mundo por azar o necesidad. Su ser es debido a un acto creador de Dios. Cada uno de nosotros puede decir: yo estoy porque Dios me ha querido. No porque tuviese necesidad, por su utilidad. Dios quiere a cada persona por sí misma. “Por sí misma” significa que cada uno de nosotros no existe con el fin de ser algo distinto a sí mismo. Los filósofos dirían: cada persona es un fin, nunca un medio. Ninguna persona puede ser sólo utilizada, instrumentalizada. 

Pero el origen de la persona está inscrito también en la biología de la generación. Si tenemos presente lo que he dicho antes, no será difícil comprender qué modo humano de crear las condiciones de la concepción corresponde dignamente al acto creador de Dios. Cuando un matrimonio toma conciencia de haber concebido una nueva persona humana, debería tener plena conciencia de que Dios ha deseado esa persona, y que la ha deseado por sí misma, no por los padres

Esta es la razón profunda por la cual el único acto digno de crear las condiciones de la concepción de una nueva persona humana es el acto de amor conyugal, mediante el cual los esposos se convierten en una sola carne. Al acto de amor creador de Dios le corresponde el acto de amor generador de los esposos. Dios celebra la liturgia de su amor creador en el templo santo del amor procreador de los esposos. Producir una persona humana en un laboratorio es una falta grave de respeto a su dignidad: los niños se conciben, no se producen.

Cardenal Carlo Caffarra 

[Fragmento tomado de su libro titulado "No anteponer nada a Cristo: Reflexiones y apuntes póstumos" (Spanish Edition). Homo Legens]

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Biografía

Carlo Caffarra nació el 1 de junio de 1938 en Samboseto di Busseto, diócesis de Fidenza, Italia. Fue ordenado sacerdote el 2 de julio de 1961.

Se dedicó sobre todo a profundizar la doctrina moral del matrimonio y a enfrentar la temática de la bioética en torno a la procreación humana. Enseñó por algunos años ética médica en la Facultad de Medicina y Cirugía de la Universidad Católica del Sagrado Corazón en Roma.

Fue miembro de la Comisión Teológica Internacional y Consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Presidente del Instituto Pontificio Juan Pablo II para el estudio de Matrimonio y Familia.

Designado Arzobispo de Ferrara-Comacchio el 8 de septiembre de 1995, recibió la consagración episcopal el 21 de octubre de 1995 y fue transferido a la sede metropolitana de Bologna el 16 de diciembre de 2003.

El Papa Benedicto XVI lo nombró Cardenal en el Consistorio del 24 de marzo de 2006. En la Curia del Vaticano sirvió en la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, el Pontificio Consejo para la Familia y el Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica.

Arzobispo Emérito de Bologna (Italia) y uno de los cuatro firmantes de las Dubia sobre Amoris Laetitia, el cardenal Carlo Caffarra falleció un miércoles, el 6 de septiembre de 2017, a la edad de 79 años de edad, después de una grave enfermedad.

Entre sus dichos, merecen ser destacados estos dos:
«Sólo un ciego puede negar que en la Iglesia existe gran confusión»
«Una iglesia con poca atención a la Doctrina no es una iglesia más pastoral, sino una iglesia más ignorante».
Selección por José Martí


miércoles, 12 de septiembre de 2018

LA LECCIÓN DEL CARDENAL CARLO CAFFARRA: «Nos ha enseñado qué quiere decir “estar con el Papa» (Ricardo Cascioli)



«¿Es posible alguna vez que a nadie le importe la Verdad?». Estas cordiales palabras pronunciadas por el cardenal Caffarra pocos meses antes de morir son más que nunca actuales para plantearse frente a la gravísima crisis que está experimentando la Iglesia.

«¿Es posible alguna vez que a nadie le importe la Verdad?». Me parece ver todavía frente a mí al cardenal Carlo Caffarra, pocos meses antes de morir, profundamente dolorido por todo lo que estaba sucediendo en la Iglesia, por “esa confusión que sólo un ciego no ve”.

No era una rendición, sino el no quedarse tranquilo ante la ignorancia de muchos de sus hermanos que, frente a la desorientación de los fieles, preferían la tranquilidad de lo eclesialmente correcto antes que arriesgar algo por la Verdad. En ese momento el tema era el que estaba ligado a los Dubia, en los quejunto a los cardenales Brandmuller, Meisner y BurkeCaffarra pedía al Papa aclarar algunos puntos de la exhortación apostólica Amoris Laetitia que estaban favoreciendo decisiones pastorales contrarias a la doctrina.

Lo que lo entristecía profundamente es que algunos hombres de Iglesia, y sobre todo ciertos vaticanistas, lo etiquetaban como “enemigo” del Papa u “hostil” a éste.

Precisamente él, que habría dado la vida por el Papa, y en el fondo, la ha dado porque su corazón no reaccionó frente al dolor por todo lo que sucedía y a las humillaciones sufridas. Pero también decía que “es deber de los cardenales advertir al Papa cuando se equivoca”. Y en efecto, también esto es defender al Papa y su oficio petrino

Exactamente como hizo san Pablo con san Pedro: al oponérsele sobre la cuestión de las costumbres judías que Pedro quería imponer a los paganos, lo ayudó en su ministerio de cabeza de los apóstoles. Lo defendió de esa manera.

El Señor reservó al cardenal Caffarra otros dolores más profundos, que los que la crisis actual seguramente le habrían infligido. Pero estoy convencido que el ex arzobispo de Bolonia volvería a proponer hoy, en la misma forma, frente a la crisis actual esa pregunta suya: «¿Es posible alguna vez que a nadie le importe la Verdad?» . 

Allí donde la Verdad no está simplemente para una “reconstrucción exacta de los hechos”, sino para lo que Cristo ha revelado a los hombres y entregado a la Iglesia para custodiarlo: es la verdad sobre el hombre, sobre su Creación y sobre su destino; y sobre la salvación propuesta a cada uno de nosotros

Esto es lo que hoy está en discusión: no simplemente una corrupción moral, ya gravísima de por sí, sino la subversión de todo lo que Dios nos ha revelado en Cristo. 

Esto no quita que la afirmación de la verdad sobre el hombre debe necesariamente hacer las cuentas también con la realidad del mal, lo debe reconocer, lo debe juzgar, lo debe alejar. Exactamente como acontece para cada fiel en el sacramento de la Reconciliación. El Papa, los cardenales y los obispos: nadie puede quedarse afuera.

La gravedad de los hechos presentados no puede ser suprimida con declaraciones formales de apoyo al Papa
Intentar reducir la cuestión Viganò a una conspiración tradicionalista contra el papa Francisco sólo hace el juego a quienes quieren encubrir la red de complicidad y apoyo a quienes en estas décadas han cometido abusos sexuales de todo género, así como continuar condenando la pedofilia cuando el verdadero problema es la homosexualidad difundida en el clero, con un lobby homosexual que tiene ahora una posición dominante en la Iglesia.
Todo católico tiene el derecho y el deber de oponerse a estas derivaciones. Criticar con vehemencia, enlodar con todo tipo de calumnia a monseñor Viganò evitando afrontar las cuestiones serias y ciertas planteadas en su memorial no significa “estar con el Papa” o promover el bien de la Iglesia

Por el contrario, significa ocultar un tumor que de este modo no puede hacer otra cosa que crecer. Tener al Papa en el corazón, y sobre todo al papado, requiere más bien un fuerte reclamo a la Verdad para enderezar la barca antes que el escándalo agobie todo y a todos.

Publicado originalmente en italiano en lanuovabq.it/it/ci-ha-insegnato…

Traducción a español por: José Arturo Quarracino

viernes, 2 de febrero de 2018

"Humanae vitae" bajo asedio. Pero se deberá pasar sobre los cuerpos de Wojtyla y Caffarra (Sandro Magister)



> Todos los artículos de Settimo Cielo en español
*

A cincuenta años de su publicación, la encíclica de Pablo VI "Humanae vitae" contra la anticoncepción artificial esta ahora en plena cantera de refacción, como Settimo Cielo documentó en la publicación anterior.

Y es evidente la intención del papa Francisco de efectuar el viraje – es decir, legitimar en la práctica los anticonceptivos – en las modalidades más tranquilizantes, como si se tratara de una evolución natural y necesaria, libre de rupturas, en perfecta continuidad con el anterior Magisterio de la Iglesia y con la misma dinámica "verdadera" y profunda de la encíclica.

Pero apenas se mira un poco más atrás, este artificio no parece nada fácil de realizar. Hay palabras de los predecesores de Francisco que se elevan como montañas contra un cambio de la doctrina de "Humanae vitae". Son palabras que los partidarios del cambio se cuidan de citar, pero están allí, son imposibles de eliminar.

Hay en particular un discurso de Juan Pablo II, del 12 de noviembre de 1988, que bastaría por sí solo para cerrar el camino.

Habían pasado veinte años de la publicación de "Humanae vitae" y el papa Karol Wojtyla aprovechó la ocasión para defenderla lo más que se puede, esculpiendo en roca palabras como las siguientes:
"No se trata de una doctrina inventada por el hombre: ha sido inscrita por la mano creadora de Dios en la misma naturaleza de la persona humana y ha sido confirmada por Él en la Revelación. Ponerla en discusión, por tanto, equivale a refutar a Dios mismo la obediencia de nuestra inteligencia. Equivale a preferir el resplandor de nuestra razón a la luz de la Sabiduría Divina, cayendo, así, en la oscuridad del error y acabando por hacer mella en otros puntos fundamentales de la doctrina cristiana".
Frente a él había obispos y teólogos de todo el mundo, congregados en Roma para un gran congreso, precisamente sobre "Humanae vitae".

Y Juan Pablo II quiso justamente identificar y refutar las razones que habían llevado a muchos teólogos y pastores a rechazar todo lo enseñado por Pablo VI en esa encíclica.

*

La primera de estas razones – dijo – remite a una comprensión equivocada del rol de la conciencia:
"Durante estos años, como consecuencia de la contestación a la 'Humanae vitae', se ha puesto en discusión la misma doctrina cristiana de la conciencia moral, aceptando la idea de conciencia creadora de la norma moral. De esta forma se ha roto radicalmente el vínculo de obediencia a la santa voluntad del Creador, en la que se funda la misma dignidad del hombre. La conciencia es, efectivamente, el 'lugar' en el que el hombre es iluminado por una luz que no deriva de su razón creada y siempre falible, sino de la Sabiduría misma del Verbo, en la que todo ha sido creado. 'La conciencia —escribe admirablemente el Vaticano II— es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella' (Gaudium et Spes, 16)".
De esto - siguió – brota una mala comprensión del Magisterio de la Iglesia:
"Ya que el Magisterio de la Iglesia ha sido instituido por Cristo el Señor para iluminar la conciencia, […] por tanto no se puede decir que un fiel ha realizado una diligente búsqueda de la verdad, si no tiene en cuenta lo que el Magisterio enseña: si, equiparándolo a cualquier otra fuente de conocimiento, él se constituye en su juez: si, en la duda, sigue más bien su propia opinión o la de los teólogos, prefiriéndola a la enseñanza cierta del Magisterio".
Así también se corroe la fuerza vinculante de la norma moral:
"Pablo VI, calificando el hecho de la contracepción como intrínsecamente ilícito, ha querido enseñar que la norma moral no admite excepciones: nunca una circunstancia personal o social ha podido, ni puede, ni podrá, convertir un acto así en un acto ordenado de por sí. La existencia de normas particulares con relación al actuar intra-mundano del hombre, dotado de una fuerza tal que obligan a excluir, siempre y sea como fuere, la posibilidad de excepciones, es una enseñanza constante de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia que el teólogo católico no puede poner en discusión".
El error es tan grave – prosiguió Juan Pablo II – que pone en duda la santidad de Dios:
"Aquí tocamos un punto central de la doctrina cristiana referente a Dios y el hombre. Mirándolo bien, lo que se pone en cuestión, al rechazar esta enseñanza, es la idea misma de la santidad de Dios. Él, al predestinarnos a ser santos e inmaculados ante Él, nos ha creado 'en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos' (Ef 2, 10): estas normas morales son, simplemente, la exigencia, de la que ninguna circunstancia histórica puede dispensar, de la santidad de Dios en la que participa en concreto, no ya en abstracto, cada persona humana".
Anula la cruz de Cristo:
"Además, esta negación hace vana la cruz de Cristo (cf. 1 Cor 1, 17). El Verbo, al encarnarse ha entrado plenamente en nuestra existencia cotidiana, que se articula en actos humanos concretos, muriendo por nuestros pecados, nos ha re-creado en la santidad original, que debe expresarse en nuestra cotidiana actividad intra-mundana".
Y finalmente comporta la pérdida del hombre:
"Y aún más: esa negación implica, como consecuencia lógica, que no existe ninguna verdad del hombre que se sustraiga al flujo del devenir histórico. La desvirtualización del misterio de Dios, como siempre, acaba en la desvirtualización del misterio del hombre, y el no reconocer los derechos de Dios, como siempre, acaba en la negación de la dignidad del hombre".
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En el cierre de este discurso, Juan Pablo II exhortó a los docentes de teología moral en los seminarios a transmitir con absoluta fidelidad el mensaje de "Humanae vitae". 

Y en especial confió esa tarea al Pontificio Instituto para los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, fundado por él en Roma pocos años antes y que, precisamente en ese año, 1988, había creado su primera sección externa, en Washington.

Director del Instituto era en ese momento un teólogo de nombre Carlo Caffarra, que era también consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida en esa época por Joseph Ratzinger, también uno de los más estrechos colaboradores del papa Wojtyla en las materias referidas a la vida y la familia.

Y el pensamiento y la pluma de Caffarra son bien reconocibles en el texto del discurso arriba citado.

Caffarra fue arzobispo de Boloña desde el 2003 al 2015 y fue uno de los cuatro cardenales que en el 2016 presentaron al papa Francisco cinco "dubia" sobre la recta interpretación de "Amoris laetitia", la exhortación postsinodal de la cual se querría hoy hacer descender un cambio de paradigma en la interpretación de "Humanae vitae":

> Rileggere "Humanae vitae" alla luce di "Amoris laetitia"
Francisco no respondió jamás a los "dubia" ni al pedido de dar una audiencia a los cardenales que los presentaron, pedido presentado a él por carta del mismo Caffarra en la primavera de 2017.

Caffarra falleció el 6 de setiembre y también desde entonces en adelante el Papa se ha abstenido de cualquier señal de comprensión y estima por él, ni siquiera el 1 de octubre cuando llegó de visita a Boloña.

En cuanto al Pontificio Instituto que todavía lleva el nombre de Juan Pablo II, el papa Francisco lo refundó el año pasado con un nombre nuevo
"Para las Ciencias del Matrimonio y de la Familia", y sobre todo con un nuevo gran canciller en la persona de monseñor Vincenzo Paglia, muy empeñado en "repensar" la encíclica "Humanae vitae" y, en consecuencia, en legitimar los anticonceptivos, porque – dice – "las normas son para hacer vivir a los seres humanos, , no para hacer funcionar a los robots".
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(El discurso arriba citado no es en absoluto el único en el que Juan Pablo II volvió a proponer y defendió la enseñanza de "Humanae vitae". Se puede recordar otro del 5 de junio de 1987, dirigido a los participantes en un encuentro de estudio sobre la regulación natural de la fertilidad. Y todavía más importante son las notas en "Humanae vitae" incluidas por él en la exhortación "Familiaris consortio" de 1981 y en la encíclica "Veritatis splendor" de 1993).

Sandro Magister

domingo, 31 de diciembre de 2017

Fiesta de la Sagrada Familia (Carlo Caffarra)


Humillado, vilipendiado, degradado. Y una vez más: privado de su núcleo fundador dignidad de la sociedad y recientemente también obligado a ser eclipsado en la escala de los nuevos derechos. Es la familia natural fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer. Una institución primordial, pero que en los últimos años ha perdido su dignidad en comparación con muchos "nuevos modelos". Pero hay un solo modelo al que hoy, a lo largo de la larga crisis que está experimentando la familia, debemos mirar. Es el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret. Hoy la Iglesia celebra la Santa Familia de Nazaret y en las palabras del cardenal Carlo Caffarra pronunciadas en 2011 en su comentario de la solemnidad de las lecturas de hoy, queremos reiterar la necesidad de poner en la familia para ahorrar en última instancia, los seres humanos. 
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Queridos hermanos y hermanas, una gran lección cubre tres páginas de la Sagrada Escritura que acabamos de escuchar: la vida humana es un don de Dios Escritura nos da esta certeza a través de la historia de Abraham y Sara, y la oferta. que María y José hagan al niño Jesús en el templo. "El Señor visitó a Sara, como él había dicho, y le hizo a Sara como lo había prometido. Sara concibió y dio a luz a Abraham un hijo en la vejez ". Y en la segunda lectura de la afirmación de la misma verdad en las siguientes palabras: "Por la fe Sara, a pesar de su edad, ella se hizo capaz de ser madre, ya que ella consideró fiel al que lo había prometido."
Esta certeza de que la vida transmitida por los padres tiene su origen en Dios, pertenece a la revelación bíblica y ha sido enseñada constantemente por la Iglesia. "Antes de formarte en el útero, te conocía; antes de que nacieras te consagré "[Jer 1: 5], dice el Señor a su profeta Jeremías. la palabra que una madre de siete hijos les dice que los consuele en fidelidad a la Ley de Dios es profundamente conmovedora: "No sé cómo te apareciste en mi vientre; No te he dado espíritu ni vida, ni he dado forma a los miembros de cada uno de ustedes. Sin lugar a dudas, el Creador del mundo, que ha formado al hombre al principio y ha provisto la generación de todo ... »[2 Mac 7, 22-23].
Por lo tanto, no somos el resultado de la casualidad o el resultado fortuito de las leyes biológicas . En el origen de cada uno de nosotros, la existencia de cada uno de nosotros es un acto de amor a Dios, el creador; desde el útero cada uno de nosotros ha sido el término muy personal de la Providencia divina amorosa y paternal. Queridos hermanos y hermanas, esta verdad que hoy la Palabra de Dios nos da, nos hace comprender y la gran dignidad de cada persona humana  y  la sublime dignidad del amor conyugal. Toda persona humana está en una relación directa e inmediata con Dios, el creador. No es propiedad de nadie, y nadie puede deshacerse de él.
Es por esta razón que el aborto , que es una matanza deliberada y directa, sin importar si se lleva a cabo, quirúrgica o químicamente, de una persona humana ya concebida y aún no nacida, es, como lo define el Concilio Vaticano II, un "crimen abominable" »[Costo. pasado. Gaudium et spes 51]. La vida humana, en cualquier etapa, es sagrada e inviolable; en ella se refleja la misma inviolabilidad del Creador. Pero el hecho de que en el origen de cada persona humana hay un acto creativo de Dios, también arroja una luz especial sobre el amor conyugal. Es el templo donde Dios celebra la liturgia de su amor creativo. ¡Cómo, pues, debe estar resplandeciendo de santidad! esta es la razón por la cual el divino Redentor elevó el matrimonio a la dignidad del Sacramento: para que los cónyuges sean santos en cuerpo y espíritu.
La gran verdad que hoy en día la Palabra de Dios con nosotros y consecuencia ética que surge de ella enseña - cada vida humana es un bien que no está disponible para cualquier persona - también puede ser aceptada por la recta razón. Y, de hecho, se han formado uno de los pilares de nuestra civilización occidental: el pilar de la dignidad inconmensurable de cada persona. Ahora nuestra civilización ha caído enferma y mortal. ¿Por qué ocurrió esto? Porque se ha separado de la verdad completa sobre el hombre; ha perdido la verdadera medida del valor incondicional de cada persona humana.
Algunos síntomas de esta enfermedad grave : la distinción entre la vida digna y la vida indigna; la negación del carácter de la persona en el embrión; la progresiva legitimidad del suicidio y, por lo tanto, de la asistencia a él; el cambio sustancial en la definición de la profesión médica, que ya no está unívocamente orientado a la vida.
Queridos amigos, como creyentes y como personas razonables no podemos resignarnos a esta deriva. No hay luz en una habitación sumida en la oscuridad que discute la naturaleza física de la luz, sino que la reaviva. Hoy la Iglesia ora por cada familia para que sea esta luz: luz que muestra la verdad y la belleza del verdadero amor.
* Carlo Caffarra, Arzobispo de Bolonia (1938-2017), homilía en la parroquia de la Sagrada Familia, 2011