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lunes, 25 de marzo de 2019

La peor forma de abuso infantil: los obispos argentinos de Francisco guardan silencio ante el aborto


Duración 3:04 minutos

Child abuse is bad but killing children is obviously ok. Pope Francis’ Argentina follows instructions of the World Bank and the International Monetary Fund, both controlled by the United States, to introduce abortion, José Arturo Quarracino writes on Spanish Gloria.tv. Right wing president Mauricio Macri has endorsed procedures aimed at introducing abortion. He left the drafting of the project to a group connected with the infamous Planned Parenthood Federation. Quarracino calls this a “clear evidence of Argentina’s colonial prostration.”

The project experienced a setback when it was refused by the Argentinean senate last August. But this did not stop Macri from continuing. Macri’s Health Secretary, Adolfo Rubinstein, a member of the clan of George Soros’ Open Society Foundation, introduced by decree the abortion drug Misoprostol. In addition, Enrique Finocchiaro, Macri’s Education Minister, imposed sex indoctrination and gender ideology on the schools.

As an alternative, the evangelical Foundation “Más Vida” (More Life), created a hotline in order to help pregnant mothers signing an agreement with the Minster of Social Development. But four days later, it was pressured in addition to promote abortion through the hotline. The foundation hesitated to agree and therefore the agreement supporting the hotline was terminated. There is no law in Argentina obliging anyone to promote abortion.

It is important to know that responsible for the cancellation is Carolina Stanley, the pro-abortion Minister of Social Development. Stanley is a friend of Pope Francis. He has received her in the Vatican and publicly praised her more than once. The good thing: There is a strong opposition in Argentina to Macri’s anti-life policies, especially among evangelicals. 

The Bishops instead are conspicuous by their silence in the face of the promotion of this mass murder. Quarracino comments: “They are more concerned with the environmental agenda and with obsequious papadolatry than with leading the flock of Christ and defending human life.”


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RESTAURAR TODAS LAS COSAS EN CRISTO


DURACIÓN 6:45 MINUTOS

Con Pell y Barbarin el Papa usa dos pesos y dos medidas (Sandro Magister)



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Las condenas, por obra de tribunales seculares, de los cardenales George Pell y Philippe Barbarin han provocado diferentes reacciones en la cima de la jerarquía eclesiástica. Que a su vez han desencadenado dentro y fuera de la Iglesia posteriores reacciones de aprobación o de condena. Signo que este terreno de enfrentamiento está muy lejos de estar pacificado.
Además, el sábado 23 de marzo Francisco aceptó la renuncia del cardenal Ricardo Ezzati Andrello, de 77 años, como arzobispo de Santiago de Chile. Renuncia determinada formalmente por haber excedido la edad canónica, pero efectivizada precisamente pocas horas después del llamado a juicio del cardenal frente al tribunal de Santiago, por haber encubierto abusos sexuales. También aquí habrá que ver qué decisiones tomará el Papa. Y con cuáles contragolpes.
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En el caso del cardenal Pell, condenado en Australia a seis años de prisión, la Santa Sede ha hecho saber que quiere tener a su cargo un proceso canónico en la Congregación para la Doctrina de la Fe.
No se conocen ni los tiempos ni las modalidades de ese proceso. En todo caso se ha comunicado que en Roma se esperará, antes de cualquier pronunciamiento, el resultado del proceso de apelación pedido por el cardenal.
Pero a pesar de esto, “como medida precautoria” y “para garantizar el curso de la justicia”, la Santa Sede ha confirmado las dos medidas tomadas contra Pell cuando regresó a Australia: la prohibición del “ejercicio público del ministerio” y “el contacto en cualquiera de sus modos y formas con menores de edad”.
Medidas ambas incomprensibles ahora, al encontrarse el cardenal en una celda de aislamiento e imposibilitado de celebrar la Misa. Pero bien aceptadas por los paladines de la “tolerancia cero”, para ejercerla siempre y en forma preventiva también contra quien – como se lee a propósito de Pell en el comunicado vaticano – “ha manifestado su inocencia y tiene el derecho de defenderse hasta el último grado”
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En el caso del cardenal Barbarin, condenado en Francia a seis meses de prisión condicional y también a la espera de un proceso de apelación, la Santa Sede no anunció, por el contrario, ningún proceso canónico.
Tampoco ha tomado contra él medidas análogas a las impuestas a Pell.
No solo eso. El papa Francisco ha rechazado la renuncia como arzobispo de Lyon presentada a él por el cardenal, recibido en audiencia el 19 de marzo.
¿Cómo justificó Francisco este comportamiento de su parte? Fue el mismo Barbarin quien se refirió a las palabras del Papa, en una entrevista realizada en la televisora católica francesa KTO:
“El Papa me dijo que cuando hay una sentencia que es apelada, existe la presunción de inocencia. En consecuencia, si acepto la renuncia, reconozco que usted es culpable. No puedo hacer esto”.
De regreso en Lyon, Barbarin confirmó que se retira de la diócesis, confiada en forma provisoria al vicario general. Pero ha resaltado que se trata de una decisión personal suya, sobre la cual el Papa habría expresado su “comprensión”, agregando que “no corresponde a Roma intervenir en este género de cosas”.
Como se puede advertir, entonces, al contrario que en el caso de Pell, en el caso de Barberin el papa Francisco no se atuvo a los criterios de la “tolerancia cero”, sino más bien a esos principios garantistas que él mismo había pedido que se prestara atención en la cumbre vaticana del 21-24 de febrero en los 21 “puntos de reflexión” entregados a los participantes, en primer lugar “el principio de derecho natural y canónico de la presunción de inocencia hasta la prueba de la culpabilidad del acusado”.
Ninguna sorpresa, entonces, al ver las indignadas reacciones de los partidarios de la “tolerancia cero” en este comportamiento del Papa. Como también las defensas de lo hecho por él, por parte de los garantistas.
Entre las muchas voces en un campo y en el otro, son ejemplares las dos que se han expresado en las columnas del diario católico francés “La Croix”. De dos eruditos no católicos.
El primero es Dominique Wolton, autor del libro-entrevista más exitoso entre los publicados hasta ahora sobre el papa Francisco y al que quiso que estuviera entre los miembros de su comitiva en el viaje a Panamá el pasado mes de enero.
Wolton defiende la línea garantista adoptada por el Papa en el caso de Barbarin, pero – como teórico de la comunicación que es – critica las ingenuidades comunicacionales, porque al callar y enviar al futuro cualquier decisión, Francisco se expone indefenso a la “locura” de los que quieren que los procesos se lleven a cabo inmediatamente y en las plazas, en vez de hacerlos en las salas y con los tiempos de la justicia.
Escribe Wolton:
“No creo que la lentitud del papa Francisco en reaccionar sea una prueba de mala fe. El hecho que él se niegue a decir algo a cualquier precio no significa que está ‘escondiendo’ algo. Simplemente, se niega a entrar en la lógica de la inmediatez que domina hoy la opinión pública. Esta presión de los medios de comunicación, basada en un uso falsamente democrático de lo social, se ha vuelto intolerable. ¡El hecho que millones de personas expresen su opinión que el cardenal Barbarin es un malhechor no significa que él lo sea realmente! Se quiere que la Iglesia pronuncie inmediatamente un juicio moral. Pero sometida a una sospecha general de actuar con mala fe, la Iglesia ya no es capaz de hacerse entender, y las justificaciones del Papa parecen una retirada de su decisión de poner fin al clericalismo”.
Pero decididamente más crítica es – siempre en las páginas de “La Croix” – la socióloga de las religiones Danièle Hervieux-Léger, de la ”École des hautes études en sciences sociales” y autora en el 2003 de un libro que hizo época: “Catholicisme, la fin d’un monde”, en el que sostenía la “exculturación”, es decir, la expulsión total del catolicismo de la cultura de hoy.
Para Barbarin – dice Hervieux-Léger – “era quizás legítimo recurrir en apelación como ciudadano, pero no como obispo”. Como obispo debía aceptar la condena y el Papa debería haber aceptado su dimisión. Pero Barbarin “engañó al Papa, quien aparece hoy ya no coherente con la ‘tolerancia cero’ que quiere promover. Este estado de confusión es terrible, porque deja en la opinión pública la imagen desastrosa de una institución que se protege, que no realiza sus promesas. La Iglesia no es otra cosa que un objeto de indignación, lo cual me parece irremediable. La Iglesia ha perdido definitivamente su capital de confianza y esto es particularmente terrible para los sacerdotes de más de 75 años que han apostado todo en esta institución cuyo mundo colapsa. Hoy lo único posible – pero el Papa no lo hará – sería redefinir completamente el ministerio sacerdotal, no sólo ordenando a varones casados – cosa que sucederá seguramente algún día – sino sobre todo repensando el puesto de las mujeres en la Iglesia. Porque la cuestión capital es ésta. El clericalismo al cual se imputan todas las derivaciones presentes arraiga en su exclusión”.
Es curioso que tanto Wolton como Hervieux-Léger concluyan sus arengas culpando de todo al “clericalismo”, objetivo fijo del papa Francisco.

Acerca del limbo, intentando contestar a unas preguntas realizadas por niños de 12 y 13 años (José Martí)



Del 7 al 16 de septiembre de 2013 traté en este blog sobre el tema del limbo, como puede comprobarse en los siguientes enlaces: 

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Anexo

A modo de resumen se podría decir que la existencia del Limbo no es un dogma de fe; y, sin embargo, negar su existencia podría poner en peligro la existencia del pecado original y, por tanto, la necesidad de la Redención.

Si algo quedó claro es que en estado de pecado, aunque se trate del pecado de naturaleza (pecado original) con el que todos nacemos y no de pecados personales, es imposible la entrada en el Cielo. Los niños no bautizados se encuentran en esa situación. Por lo que, al menos, en el presente eón, debe de existir algún lugar, de felicidad natural, al que irían estos niños, dado que, al no haber cometido pecados personales, no irían al infierno, obviamente: si tal ocurriera Dios sería injusto, pero Dios es infinitamente justo. Pues bien: a ese lugar le llamamos limbo. El limbo no es lo mismo que lo que se conoce con el nombre de Seno de Abraham; la nota esencial de este último lugar es que es ahí donde se encontraban los justos del Antiguo Testamento, en una situación de espera de la venida de Jesucristo. Cuando se dice que Jesús descendió a "los infiernos", con la palabra "infierno" se designa el Seno de Abraham. Con la muerte y resurrección de Jesucristo, las puertas del cielo quedaron abiertas para ellos, viendo así cumplidas las promesas que Dios les hizo; y que se pueden leer en el Antiguo Testamento. El Seno de Abraham era un lugar existente previo a la muerte de Jesús, pero Cristo, muriendo en la Cruz, por su inmenso Amor, rescató de ese lugar a los justos que, ahora, están con Él en el Cielo. El Seno de Abraham ya no existe.

Hablando de este tema con dos jovencitos, de 12 y 13 años, me encontré con la "sorpresa" de que ellos piensan que el limbo es algo temporal, y que sólo durará hasta que llegue el final de los tiempos: una vez que todo acabe, el limbo dejará de existir, quedando sólo el Cielo y el Infierno ... pues Dios, en su infinita misericordia, haría partícipes de su gracia a quienes estuviesen entonces en el Limbo, dándoles así la posibilidad de entrar en el Cielo: esto ocurriría cuando se acabara la historia.

Escribo a continuación la respuesta que les di a las preguntas que me iban haciendo:

- En principio, les decía, está claro que, en estado de pecado, aunque sea el pecado original [ pecado de naturaleza, pero pecado, al fin y al cabo], no es posible entrar en el Cielo. Dicho esto -y puesto que nos encontramos en el terreno del Misterio y de la Misericordia de Dios- hay que añadir que -estrictamente hablando- sólo Dios sabe quién se salva y quién se condena ... o bien quien es salvado del Limbo.

- Me preguntaron: ¿se puede decir, con total seguridad, que no hay nadie, absolutamente nadie que pueda estar en el Cielo si no ha sido bautizado? ¿Ni siquiera los niños que no hay llegado a nacer porque han muerto antes, en el seno de su madre? Tal vez, si hubiesen nacido, lo más propio es que la mayoría de ellos habrían sido bautizados. Sin embargo, sin culpa alguna de su parte, no han tenido esa posibilidad. Pensamos que eso no es justo.

Les expliqué que Dios no está obligado a dar a todos su gracia: ésta es un puro don gratuito y no es exigible por nuestra naturaleza. Además, aunque no vayan al cielo, no sufrirán, sino que se encontrarán en un estado de felicidad natural. Les expliqué que una vez que pasamos de esta vida a la otra, nuestra situación, por toda la eternidad, será aquella en la que nos encontremos en el momento de la muerte. Las oportunidades se tienen sólo en esta vida. Y no hay otra. Después ya no se puede merecer. 

No obstante, no descarto que Dios, que es Todopoderoso y Misericordioso, pueda actuar en el sentido de conceder su gracia a algunos de ellos; o tal vez a todos, si lo preferimos así, pero esto es algo que no se puede saber. Nadie puede saberlo. Lo que sí es cierto es que no se puede negar "alegremente" que el limbo no exista, amparándose en la idea -por otra parte cierta- de que la existencia del limbo no es ningún dogma de fe. La razón ya se la había dicho al principio: su negación conllevaría la no existencia del pecado y la no necesidad de la Redención, lo que daría al traste con toda la Doctrina Cristiana.

No quedaron muy convencidos. Lo curioso del caso es que me dejaron también a mí en duda: ellos no discuten que el Limbo no exista. Lo que discuten es que sea eterno. Piensan que, al final de los tiempos, el limbo dejará de existir. Y a los habitantes del limbo Dios los llevará, entonces, consigo, al Cielo. De ese modo, no se pone en duda la existencia del pecado y la necesidad de la Redención por Jesucristo. Y, por otra parte, parecería que así el Amor de Dios y su Poder se manifestarían en toda su Plenitud.

La verdad es que me pusieron en un verdadero aprieto: Les dije que lo estudiaría mejor y que escribiría en el blog la respuesta a su pregunta. Ciertamente, es preciso dejar muy claro que siempre se da la posibilidad de la misericordia divina, la cual es infinita. En ese sentido, la idea de estos niños, ya adolescentes, podría considerarse como una hipótesis plausible y bastante probable ... pero no es algo que pueda afirmarse de un modo apodíctico: ¡sería peligroso hacerlo, como puede verse en lo que digo a continuación!

Es preciso llevar mucho cuidado con los términos que se utilizan cuando se habla. Y, en cualquier caso, hay que estar en todo momento a lo que la Iglesia siempre ha dicho. Éste es el patrón de conducta de un católico que lo quiera ser de veras: no debe anteponer sus opiniones personales a lo que la Iglesia ha establecido. Y esto en todos los casos. En este caso concreto, si se admite que Dios salvaría a todos los que se encuentran en el Limbo, no se entiende por qué no salvaría también entonces a los que se encuentran en el infierno ... e incluso al mismo Satanás y a toda su cohorte: es lo que se conoce como teoría de la apocatástasis, debida a Orígenes (184-254), que reaparece posteriormente en Escoto Eriúgena y Schleiermacher; y que fue condenada por la Iglesia en los siguientes documentos: 

(1) En el Sínodo de Constantinopla (a. 543);
(2) En el Concilio Constantinopolitano II (a. 553);
(3) En el Concilio IV de Letrán (a. 1215);
(4) En la Constitución Dogmática Benedictus Deus, de Benedicto XII (29 enero de 1336)


De manera que, sea de ello lo que fuere, y aceptando siempre lo que la Iglesia mantiene, sin sombra alguna de duda, hay que estar abierto en toda situación a aquello que es lo esencial; a saber, hay que dejar siempre abierta la puerta a la gracia y a la misericordia de Dios, que son las únicas que nos pueden salvar. Insisto: manteniendo siempre, con fuerza, y en primer lugar, lo que la Iglesia ha enseñado a lo largo de veinte siglos de Historia. Rebelarse contra la Iglesia, la Iglesia perenne, es rebelarse contra Dios. Esto no debe olvidarse (nos referimos, claro está, a la Iglesia de siempre, puesto que la Iglesia no nació ayer ni hace cincuenta o sesenta años, como algunos, ingenua o maliciosamente, piensan).

Antes de dar fin a esta entrada, consciente, como soy, de que no he conseguido la aquiescencia completa de mis estimados "jovencitos", me gustaría añadir algo más, pensando en voz alta. Y me voy a referir al tema de los infiernos.

Lo primero de todo es decir, cuando se habla de los "infiernos", que -según santo Tomás- los infiernos eran cuatro (ahora tres): el de los condenados, el purgatorio, el limbo de los justos (o Seno de Abraham) y el limbo de los niños. El seno de Abraham desapareció con la muerte de Jesús: esos son los infiernos a los que nos referimos cuando rezamos el Credo y decimos de Jesús que "descendió a los infiernos".

Por otra parte, tengo entendido -no recuerdo dónde lo he leído, creo que en la Suma- que tanto en el cielo como en el infierno hay bastantes moradas. Referente al cielo está claro, pues lo dijo el mismo Señor: "En la casa de mi Padre hay muchas moradas" (Jn 14, 2). En el caso del infierno es de lógica que, por extensión, sea también algo parecido (Dante así lo pensaba, en su Divina Comedia). En otras palabras, que no todos ocupan el mismo nivel, por así decirlo.

Sé que la pena de daño supone la ausencia de la visión beatífica. Sé también que en el purgatorio hay pena de daño y de sentido, pero con esperanza y en el infierno igual, pero sin esperanza. En el limbo de los niños sólo se da la pena de daño y no la de sentido. De ahí su estado de felicidad natural (que no sobrenatural, pues no poseen la gracia santificante).

Mi pregunta concreta -la que yo me hago a mí mismo- es si los que están en el limbo han llegado a ver a Dios antes de ir allí. Yo creo que no, pues entonces ya no podrían ser felices ni siquiera con una felicidad natural. Simplemente no poseen la visión beatífica, ni pueden poseerla (pues no están en gracia), pero tampoco la echan de menos (pues no cometieron pecados personales). Tienen una felicidad natural de conocimiento, como si conocieran el Bien Supremo aristotélico, por decirlo de alguna manera.

Lo que sigue a continuación son disquisiciones personales que yo me hago a mí mismo, razonando el porqué la pena de daño de los niños del limbo es diferente a la pena de daño de los demás.

La pena de daño de los moradores del purgatorio o del infierno sí produce un inmenso sufrimiento, puesto que han visto a Dios, en el juicio particular, y ahora ya no lo ven (con la diferencia de que quienes están en el purgatorio tienen la esperanza de volver a verlo. No así los condenados en la gehenna). A esta pena de daño se le sumará luego la de sentido, después de la resurrección de los muertos, cuando las almas recobren sus cuerpos.
Conclusión: los niños del limbo sufren la pena de daño (no así la de sentido) y no gozan, por lo tanto, de la visión beatífica ... pero esta pena de daño es diferente de la que sufren quienes están en el infierno o en el purgatorio. Estos últimos vieron a Dios y ahora no lo ven [penas de daño "iguales" en principio -y consecuencia de sus pecados personales concretos- pero con la gran diferencia de que los que están en el purgatorio saben que el tiempo en este lugar es pasajero y tendrá un final, de manera que viven con esperanza, lo que no ocurre con aquellos que están en el infierno].
La situación de los niños del limbo es diferente. No poseen la gracia santificante al no haber sido bautizados y no pueden, por lo tanto, gozar de la visión beatífica. Pero no han cometido ningún pecado personal de rebelión contra Dios. De modo que es lógico pensar en una pena de daño diferente a la de los casos anteriores. Pienso, como digo, que no gozarán nunca de la visión de Dios, pero -por otra parte- nunca deben de haberlo visto previamente, porque -de ser así- su sufrimiento (de pena de daño) sería exactamente igual al que sufren los condenados en el infierno (aunque los del limbo no tuviesen la pena de sentido). Y, es más: ni siquiera podrían gozar de una simple felicidad natural, pues ésta estaría empañada por la desesperación de que habiendo visto a Dios no podrán volver a verle nunca más, por toda la eternidad, que es lo que les ocurre a los condenados en el infierno. Dios, que es Justo, con mayúsculas, no puede tratar igualmente a quienes, de un modo definitivo y por voluntad personal, no han querido saber nada de Él que a aquellos otros que -por las circunstancias que sean- no le han negado explícitamente con su voluntad, aun cuando esta negación se encuentre en su propia naturaleza caída ... ¡pero no es igual! Lo propio [siempre según mi opinión, pues yo no soy Dios] sería que se mantuviesen en esa situación de "infierno", en cuanto que no poseen la gracia pero que, por otra parte, no fuesen conscientes de esta situación, al no haberse encontrado nunca cara a cara con Dios. Yo así lo veo.

Tengo la esperanza de que este tipo de consideraciones personales en torno al Limbo ayudará a mis queridos "jovencitos" a clarificar sus ideas. A mí, al menos, me ha ayudado.

José Martí