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lunes, 20 de enero de 2025

(716) El poder del Maligno es hoy muy grande (José María Iraburu)



–Apostasía o Reforma

Nota previa. «El que avisa no es traidor». En este artículo repetiré veinte veces lo que se afirma en el título. Y lo hago precisamente para superar el silenciamiento generalizado acerca de una gran verdad: el poder del Demonio se acrecienta mucho donde la Iglesia se debilita y disminuye mucho. Realidad que se da hoy con frecuencia en Occidente.

Es un silencio que va de la Santa Sede hasta los últimos cristianos. En no pocas naciones occidentales de antigua filiación cristiana, se ignora fríamente esa profunda y extensa apostasía de Cristo y de la Iglesia. Y al mismo tiempo se ignora tranquilamente el poder creciente del Demonio sobre esas naciones. Veinte veces o las que sean insistiré en esa grave verdad. Repetitio est mater studiorum. A ver si la repetición supera al silencio.

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Hace quince años inicié este blog con el título Reforma o Apostasía. Y en este tiempo el abandono de la fe y de la vida en la Iglesia se ha acelerado grandemente en Occidente. (Hablo de «Occidente» sin marcar sus límites, porque sería muy difícil hacerlo, si no imposible). En muchas Iglesias locales, por ejemplo, sólo una pequeña minoría de bautizados católicos frecuenta la Misa dominical. Casi todos los matrimonios aceptan la práctica habitual de la anticoncepción, como un progreso al que no deben renunciar los cristianos por serlo. Y en política no se tiene inconveniente en dar el voto a partidos abortistas, divorcistas y adulteristas. No hay apenas vocaciones sacerdotales o religiosas. La llama de la Eucaristía se apaga cada año en muchos altares. Se venden iglesias y conventos…

Todo esto indica que el Poder del Demonio ha crecido mucho, y que el de la Iglesia ha decrecido otro tanto. No son ahora excesivas las palabras de San Juan: «El mundo entero está bajo el Maligno» (1Jn 5,19). Se nos queda atrás el título Reforma o Apostasía, y estamos ya en Apostasía o Reforma.

–Demonio, mundo y carne

Los tres enemigos del Reino de Cristo en este mundo están unidos entre sí, como los ángulos de un triángulo recto. El Demonio es el jefe del ejército de ángeles caídos, tentadores de los hombres y enemigos de Dios. El mundo es la parte de la humanidad sujeta a él, y ajena, rebelde a Dios. Y la carne es la naturaleza humana caída, herida por el pecado original, el de Adán, pecado prolongado por nuestros pecados personales.

La parábola del sembrador se encuentra en los tres evangelios sinópticos (Mt 13,2-9; Mc 4,1-9 y Lc 8,4-8). Y en la explicación de la parábola (Mt 13,18-23; Mc 4,18-20 y Lc 8,11-15), enseña Cristo que los tres enemigos de la siembra del Evangelio son el Maligno-Satanás-Diablo + la Carne-debilidad, sin-raíces + el Mundo, las riquezas.

El pecado original «mudó a todo el hombre «en peor», según el cuerpo y el alma» [la carne, el hombre carnal], y esa naturaleza herida –no otra– es la que se ha transmitido a todos los hombres (529, Orange II: Denzinger 371-373). Esta es la doctrina revelada en la Sagrada Escritura y continua en la Tradición. Es la que enseña el concilio de Trento (1546) en el Decreto sobre el pecado original (Denz 1510-1516): Nace el hombre «inclinado al mal», con su imagen nativa de Dios desfigurada, destinado a la muerte y sujeto al poder de aquél «que tiene el imperio de la muerte, es decir, del diablo» (Heb 2,14).

Y solamente Cristo Salvador puede dar al hombre por el Espíritu Santo un nacimiento nuevo, como hijo de Dios, que libera del Maligno: «No hay otro nombre [Jesucristo] bajo el cielo en el que podamos salvarnos» (Hch 4,2).

–Predominio de Cristo en el mundo medieval


Cristo es el Rey de la Edad Media cristiana. Y como ya expuse [blog 707], lo es por medio de su Iglesia, que impulsa y mantiene la mentalidad religiosa, la sanación de la razón por la fe y de la voluntad por la caridad, la evangelización de todas las costumbres e instituciones fundamentales: el matrimonio, el templo, la escuela, la universidad, el derecho y el deber, el arte en todas sus formas, en liturgia, poesía y música, historia y literatura, vestidos, arquitectura, … Todo estaba marcado por el influjo de Jesucristo Salvador y de su única esposa, la Iglesia católica. Las apariciones de la Virgen son sin lágrimas.

También se cometían pecados, por supuesto, pero se predicaba y se suscitaba el arrepentimiento y el sacramento de la penitencia. Y no se pensaba ni se decía bueno lo que realmente es malo, como, por ejemplo, el aborto o el adulterio. Lo malo se daba escasamente, producía escándalo, y era visto por la sociedad como un pecado.

Ya cité [blog 714] la encíclica Inmortale Dei de León XIII (1885), donde refutó ampliamente la leyenda negra que los enemigos de Cristo habían difundido sobre la Edad Media, caracterizándola como tenebrosa, cruel y falsa. Afirma y demuestra que «hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados… Organizada de este modo la sociedad civil, produjo bienes superiores a toda esperanza» (n. 9)… La Edad Media fue para el Demonio un tiempo muy duro.

–Predominio del Demonio en el mundo actual

«No queremos que Él reine sobre nosotros» (Lc 19,14). Pasada la Edad Media y su unidad espiritual católica, el rechazo de Cristo Rey se fue iniciando en el siglo XVI en forma de rechazo de la Iglesia Católica, que es la presencia y autoridad de Cristo en el mundo. Y muy especialmente se realizó en Martín Lutero, que tuvo una poderosa fuerza religiosa e incluso política para afirmar y difundir su rechazo [blog 708]. En diferentes derivaciones religiosas o filosóficas, su espíritu rebelde y herético, fue difundiéndose en los siglos posteriores.

Pero siempre –todavía– la rebeldía anti-Iglesia halló durante siglos resistencia y superación en grandes fuerzas de la Católica: en el concilio de Trento, la Compañía de Jesús [blog 709], la reforma del Carmelo, Santa Teresa y San Juan de la Cruz [blog 710]; en grandes congregaciones religiosas; Obispos y Diócesis y tantos otros Santos y Pastores sagrados.

Los documentos más fuertemente combativos fueron los de los Papas. En artículos anteriores recordé a algunos: el beato Pío IX [blog 713], Qui Pluribus, Cuanta Cura, Syllabus; los de León XIII [blog 714], Divinum Illud Munus, Libertas Praestantissimum, Humanum Genus; y muy especialmente San Pío X [715], Lamentabili, la gran encíclica Pascendi y el Juramento Antimodernista. Otros grandes testigos de Cristo hubo en la Sede de Pedro, en especial Pío XII.

Vuelvo al subtítulo. En el Occidente descristianizado, estando las Iglesias locales en avanzado estado de postración y disminución, el poder del Demonio es el más fuerte en muchas naciones. Su influjo prevalece en casi todos los principales campos: escuelas y universidades, costumbres y leyes –leyes criminales, duramente aplicadas–, prensa y radio, televisión, aborto y eutanasia, divorcio y adulterio, política, espectáculos y modas, negocios, homosexualidad activa y transgénero, etc. Se realiza así en un grado misterioso la afirmación del apóstol San Juan: «El mundo entero está bajo el Maligno» (1Jn 5,19).

–Hoy son muchos los cristianos «no practicantes», o quizá simplemente «apóstatas». Abandonan a Jesucristo, los sacramentos, los caminos del Evangelio, el seguimiento del Pastor que salva. Quizá porque no creen que haya una cuestión de «salvación» eterna. Y aunque no faltan entre ellos quienes guardan un recuerdo positivo de Cristo, en la realidad, los no-practicantes vienen a asimilarse a los apóstatas.

Muchos de ellos piensan que alejándose de Cristo y de su Iglesia, quedan en «tierra de nadie». Pero están engañados. En realidad, «dejando la senda recta, se extraviaron, y siguieron el camino de Balam» (2Pe 2,15). San Pedro les dedica un tremendo capítulo de su segunda carta. Transcribo unas pocos versículos:

«Si una vez retirados de las corrupciones del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de nuevo se enredan en ellas y se dejan vencer, sus postrimerías se hacen peores que sus principios. Mejor les fuera no haber conocido el camino de la justicia, que después de conocerlo, abandonar los santos preceptos que les fueron dados» (20-21).

En el caso de los apóstatas plenos es notable que algunos de ellos muestran un celo difusor de sus diabólicas mentiras bastante superior al empeño que muchos cristianos dedican a la defensa y difusión de la fe. Esto se nota mucho, sobre todo, en la vida política.

Por otra parte, el poder formidable del Demonio en este mundo actual tiene una confirmación indiscutible. Y es que hoy los cristianos constituyen en el mundo el grupo social más perseguido, según afirman Agencias fidedignas. La vinculación a Cristo, Señor del cielo y de la tierra, cuanto más profunda y pública sea en un cristiano, halla hoy en la mayoría de los asuntos de la sociedad actual, más resistencia que ayudas, más rechazo que apoyo social, más desprecio que estima. También se alzará un muro del silencio cuando los cristianos sean perseguidos, asesinados, encarcelados por resistirse a leyes criminales. Todo eso «no es noticia» para los medios apóstatas, bien sujetos al Padre de la Mentira. Es normal… Está claro: del mundo actual postcristiano se puede decir con toda verdad: corruptio optimi pessima (la corrupción de lo mejor es lo peor). Los diagnóstico del apóstol San Juan en el siglo primero hallan hoy también exacto cumplimiento.

«Lo que hay en el mundo –la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la arrogancia del dinero–, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo» (1Jn 2,16). Lo que el mundo actual imprime en nuestro pensamiento y conducta, si no lo evitamos con la gracia de Cristo, «no es la sabiduría que baja de lo alto, sino la terrena, animal y diabólica» (Sant 3,15). «Adúlteros. ¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Por tanto, si alguno quiere ser amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios» (4,4).

* * *

–Es común en los santos una captación muy viva de los males del mundo. Ellos ven lo que muchos otros cristianos, Pastores o fieles, más o menos mundanizados, no alcanzan a ver. Y si no lo ven, no podrán evitarlo –lo asumen–, ni denunciarlo y combatirlo. Pero el concilio Vaticano II enseñó rectamente que «a través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas» (GS 37b), batalla librada en los últimos veinte siglos por la Iglesia con la fuerza de Cristo. Pero hoy son muy pocos los cristianos conscientes de esa realidad, silenciada notablemente en el Postconcilio. Ni siquiera se han enterado de que estamos en guerra –sobre todo si les va bien en el mundo–. El texto citado por el Vaticano II viene a decir lo de Cristo: «No piensen que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada» (Mt 10,34). Sí, los cristianos estamos en guerra contra el mundo del Demonio.

Recordaré algunos ejemplos de esa santa lucidez de los Santos para reconocer el pecado del mundo, escondido a veces. Y que incluye el lado mundanizado de la Iglesia. Estos santos que cito tenían delante un mundo en el que casi todos eran «cristianos».


+Santa Teresa de Jesús (+1582)

Dice que quien llega por gracia de Dios a la contemplación, ve en el mundo innumerables males: «¡Qué señorío tiene un alma que el Señor llega aquí, que lo mira todo sin estar enredada en ello!; ¡qué corrida está del tiempo que lo estuvo, qué espantada de su ceguedad, qué lastimada de los que están en ella, en especial si es gente de oración y a quien Dios ya regala! Querría dar voces para dar a entender qué engañados están… Ve que es grandísima mentira y que todos andamos en ella… No hay ya quien viva, viendo por vista de ojos el gran engaño en que andamos y la ceguedad que traemos… ¡Oh, qué es un alma que se ve aquí, ver esta farsa de esta vida tan mal concertada! Todo la cansa, no sabe cómo huir; vése encadenada y presa; anda como perdida en tierra ajena» (Vida 20,25-26; 21,4.6). Es lo decía San Pedro: vivid en el mundo «como extranjeros y peregrinos» (1Pe 2,11). O San Pablo: «no os configuréis a este mundo» (Rm 12,2).


+San Claudio La Colombière (+1682)

«La depravación es hoy mayor que nunca.y nuestro siglo, cada día más refinado, parece también corromperse cada vez más… Existe en medio de nosotros un mundo reprobado y maldito de Dios, un mundo del que Satanás es señor y soberano, un mundo por el cual el Salvador no ha ofrecido oraciones a su Padre, un mundo que Jesucristo ha reprobado y del cual ha sido siempre rechazado… Ese mundo está donde reina la vanidad, el orgullo, la molicie, la impureza, la irreligión. Está allí donde menos se hace caso de las normas del Evangelio, y donde incluso se glorían de seguir otras contrarias». (Fragmentos De la fuite du monde, en Écrites 295-296).

+San Luis María Grignion de Montfort (+1716)

«Nunca ha estado el mundo tan corrompido como hoy»… El planteamiento de Monfort, recuerda al de San Ignacio en las dos Banderas. Es el de Cristo. «Ahi tenéis dos bandos, con los que a diario nos encontramos, el de Jesucristo y el del mundo… A la derecha, el de nuestro Salvador: sube por un camino estrecho y angosto como nunca, a causa de la corrupción del mundo» [Mt 25,33; 7,14]… «A la izquierda, el bando del mundo, el del demonio, espléndido y brillante… En él los caminos son anchos y más espaciosos que nunca… [«y llevan a la perdición», Mt 7,13] … Multitudes transitan por ellos… Están sembrados de flores… A la derecha, el pequeño rebaño que sigue a Cristo [Lc 12,32]. Son pocos los que entran por esos caminos angostos, «pues los que son de Jesucristo han crucificado sus bajos instintos con sus pasiones y deseos» [Gal 5,24]; para ser discípulos de Cristo, han de tomar su cruz de cada día y seguirle [Lc 9,23] (Carta a los Amigos de la Cruz, 7).

+San Pablo de la Cruz (+1775):

«¿Qué podemos hacer de este mundazo, donde no se respira otra cosa que un aire de pecado que apesta?» (Cta. a hija de Sra. Ercolani 19-VI-1762). «Les recuerdo, y quisiera escribirlo más con lágrimas de sangre que con tinta, que este pobre mundo está inundado casi por todas partes de iniquidad y que Dios se halla sobre manera ofendido [… ] ; se ve tan ofendido, despreciado y ultrajado por la mayor parte de los cristianos» (Cta. a hnas. Valerani 12-VII-1742).

+San Antonio María Claret (+1870)


«El mundo siempre ha sido mundo inmundo, pero en el día está asqueroso y puesto en entera malignidad. Nos amenazan grandes calamidades. España está fatal y cada día se pone peor… El carro del mal corre como el vapor [va muy rápido], y el curso del bien está completamente paralizado» (Cta. al P. Galdácano 8-II-1858).

¿Se podrían afirmar actualmente con verdad estos tremendos diagnósticos de nuestro mundo? Si así fuera, que así parece, habría que decirlas, y con urgentes apremios a la conversión. Pues bien, hoy se cumple lo que aquellos Santos dijeron con más verdad que en su tiempo. Y son necesarias palabras muy graves, que susciten muy graves diagnósticos y acciones… A grandes males, graves remedios. Habría que convocar a las Iglesias con urgencia para procurar los remedios de una situación tan mala. (Nota. Pero que la gran reunión no fuera para tratar del posible sacerdocio de las mujeres o de la conveniencia de frenar el clericalismo, el poder de las autoridades eclesiásticas, y otras cuestiones del clima).

Adviértase que todos esos avisos–diagnósticos tan graves de los Santos citados se producen en tiempos de Iglesia relativamente buenos: se vive en esos siglos el Día del Señor, la Misa dominical, la confesión; los catecismos se atreven todavía a enseñar todas las verdades de la fe; los matrimonios perduran, las separaciones o el adulterio son infrecuentes y muy lamentados; hay conciencia unánime en favor del impudor, que todavía escandaliza, como también en contra del aborto, de las doctrinas heréticas, de la pornografía. Son numerosas las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, que sirven al Señor en misiones, en obras de educación, de caridad, etc.

Convendrá, pues, imaginar qué dirían estos Santos si vivieran ahora. Dirían algo así como Rivera.

+Venerable José Rivera (+1991)

Cito fragmentos de algunos escritos suyos publicados por Julio Alonso Ampuero en su excelente libro Un profeta como fuego. Perfil espiritual del Venerable José Rivera (Ed. Anawim, Madrid 2024, 156 pgs).

«El mundo está muy mal y la situación de la Iglesia es muy grave» (pg. 75, Cta. 4-VI-1973). Hoy «no se puede hablar del infierno, ni de la vida eterna, ni de los ángeles, ni del demonio…» (Texto inédito Reflexiones, citado en pg. 119). ¡Ni de casi ninguna de las grandes verdades de la fe!… En sus Cartas: «Urge, urge […] Los hombres se pierden a millares sin Dios» (18-XI-1974). «La situación está muy mal. La gente se empeña en buscar remedios naturales –políticos, sociales, culturales…– y todo eso no es el remedio, aunque algo de todo eso haya que hacer. La raíz del mal enorme que nos tiene invadidos es el pecado»… La salvación «sólo lo arregla el alcanzar gracia de Dios, santidad, caridad… Y todo ello lo consigue la oración, pero necesariamente acompañada de expiación» ( 12-X-1976).

-La Virgen María en sus apariciones, hablando en el nombre de Dios, garantiza la verdad de lo que dicen los Santos

Al leer el testimonio de los Santos citados, podrían algunos lectores pensar que sus diagnósticos sobre el mundo, y de modo indirecto sobre la Iglesia, expresan solamente el sentir de personas pesimistas, agobiadas y neurotizadas por tantos pecados y males de nuestro tiempo. Gente débil, de poca fe, y aún menor esperanza. Esta sospecha es totalmente falsa y ha de ser rechazada por dos razones principales.

1ª) Porque en las apariciones de la Virgen María, precisamente en las habidas en los últimos siglos, expresa Ella juicios gravísimos muy semejantes sobre la situación del mundo y de la Iglesia –aunque a veces no la nombre–, y llama con urgencia a conversión, avisando que si ésta no se da, vendrán sobre la humanidad tremendos castigos medicinales. Dice lo mismo que dijeron y dicen los Autores citados. Y no es cosa de sugerir que esté la Virgen María deprimida y un tanto neurótica con tantos males.

2ª) Porque, al ser especialmente iluminados y purificados por el Espíritu Santo, los santos son los más lúcidos conocedores de su tiempo. Son en sus diagnósticos sobre el presente quienes, viviendo puramente de la fe y asistidos por los dones del Espíritu Santo, más coinciden con «los pensamientos de Dios», que no son los de los hombres (Is 55,8; Mt 16,23); y están más libres de posibles condicionamientos subjetivos de carácter o de apegos temperamentales catastrofistas. Son, como las palabras de la Virgen, una llamada urgente a la conversión, pues el crecimiento de los pecados es ya enorme, y cada vez es más trivializado: se les dice «errores».

+La Virgen de la Salette (1846)

La Virgen María habla a dos niños, pero lo hace para que transmitan al pueblo sus palabras, que dice llorando.

«Si mi pueblo no quiere obedecer, me veo obligada a dejar caer el brazo de mi Hijo. Es tan fuerte y pesado, que no puedo sostenerlo más… Hace tanto tiempo que sufro por vosotros… Y vosotros no hacéis caso»… [blog 711].

+La Virgen de Fátima (1917)

El Angel de la Paz, en (1915), se apareció tres veces a los tres niños de Fátima, como precursor de las apariciones de la Virgen, y les dijo:

«Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos»… «¡Orad! ¡Rezad mucho!… De todo lo que podáis, ofreced un sacrificio, un acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido»… «Jesucristo es horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios».

La Virgen María se aparece a los niños por primera vez el 13 de mayo de 1917, vestida de blanco, en Cova de Iria, y seis meses más en el mismo día 13 [blog 433].

«¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en acto de desagravio por los pecados con que es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores? –Sí, queremos»…

(13-VI) Fue entonces cuando la Virgen les hizo ver su corazón, rodeado de espinas. «Comprendimos que era el Inmaculado Corazón de María, ultrajado por los pecados de la Humanidad, que pedía reparación»…Al decir estas palabras, abrió las manos… Vimos como un mar de fuego. Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas»… (19-VIII) Rezad, rezad mucho, y haced sacrificios por los pecadores, pues van muchas almas al infierno por no tener quien se sacrifique y pida por ellas». (13-X) «No ofendan más a Dios nuestro Señor, que ya está muy ofendido».

+Nuestra Señora de Akita (1973)

Con ese hermoso nombre se llama a la Virgen María que se apareció en 1973 a la Hna. Agnes Katsuko Sasagawa en un convento de Yuzawadai, en la periferia de Akita (Japón). La Hermana era budista, como su familia, y se convirtió a la fe católica en Lourdes. Tres mensajes de la Virgen recibió ante una estatua suya, que parecía llorar, como sucedió también en muchos otros momentos posteriores. En el 1º pide María oraciones para prepararse a «las calamidades que se acercan» (6-VI-1973). En el 2º: «Muchos hombres en este mundo afligen al Señor», y pide oraciones y reparaciones. El 3º el mensaje es largo y apremiante:

«Mi querida hija, escucha bien lo que tengo que decirte (…) Si los hombres no se arrepienten y se mejoran, el Padre infligirá un terrible castigo a toda la humanidad (…) sin escatimar ni a los sacerdotes ni a los fieles. Los sobrevivientes se encontrarán tan desolados que envidiarán a los muerte. Las únicas armas que quedarán para ti serán el Rosario y la Señal dejada por Mi hijo. Cada día reciten la oración del Rosario, rezando por el papa, los obispos y los sacerdotes. El trabajo del diablo se infiltrará incluso en la Iglesia, de tal manera que se verá a cardenales opuestos a cardenales y obispos contra obispos. Los sacerdotes que me veneran serán despreciados y rechazados por sus co-hermanos… iglesias y altares saqueados, la Iglesia estará llena de aquellos que aceptan compromisos, y el demonio presionará a muchos sacerdotes y almas consagradas para que abandones el servicio del Señor. (…) Hoy es la última vez que te hablaré con voz viva. De ahora en adelante obedecerás al enviado a ti y a tu superior»…

El Ordinario diocesano del convento, Mons. John Shojiro Ito, Obispo de Nigata, autorizó dentro de su Diócesis «la veneración de la Santa Madre de Akita», mientras se producía «un juicio definitivo» aprobatorio, pronunciado por la Santa Sede. Hasta ahora no se ha producido.

La Hna. Agnes murió hace poco, el 15 de agosto, día de la Asunción, a los 93 años. El culto a la Santa Madre de Akita se mantiene. Su centro está en el Santuario Redemptoris Mater de Nuestra Señora de Akita, en el convento de las Siervas de la Sagrada Eucaristía, en Yuzawadai, Japón.

La beata Ana Catalina Emmerick (1774-1824), alemana, mística agustina, en su abundante obra escrita, transcrita por Clemens Brentano, coincide con los santos citados.

* * *
–La debilitación grave de la Iglesia en ciertas naciones de Occidente implica ciertamente un crecimiento en ellas del poder del Demonio. Esto tendría que suscitar, sobre todo en los Obispos y la Santa Sede, grandes alarmas y grandes cambios y mejoras en la predicación del Evangelio y en la acción pastoral, en la oración, en los sacramentos y en la vida de los fieles supervivientes. Pero increíblemente es un enorme dato que se silencia, o que se trata con eufemismos buenistas y nulas medidas reformistas, sustituidas éstas presuntamente por la confianza en la divina Providencia. Esta frialdad inerte ante la sangría tremenda de no-practicantes y apóstatas requiere por sí misma un análisis cuidadoso. Espero hacerlo, si así lo quiere Dios, en próximos artículos.

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Pero ya desde ahora adelanto: Dios providente conserva y gobierna todo lo que ha creado (Vaticano I). No arroja las criaturas en el ser, desentendiéndose luego de ellas. Los males en el mundo y en la Iglesia no pueden darse sino con el permiso de Dios, que quiere suscitar con ocasión de ellos bienes mayores. Oremos y lab-oremos al servicio de Dios y de su Reino. Pero vayan las cosas como vayan, con la gracia de Dios guardemos siempre la paz y la alegría espiritual (Flp 4,4), viviendo en fe, esperanza y caridad. Así iremos siempre conformes con la Providencia divina, tomados de su mano.

José María Iraburu, sacerdote

lunes, 9 de octubre de 2023

La gran subversión



Hace una semana publicaba un artículo titulado “La gran inversión”. En este caso lo titulo La gran subversión. Estamos frente a una persona, Jorge Bergoglio, que desde su arribo a la sede petrina y, sobre todo en el último año, está tomando medidas que subvierten —es decir, vuelven hacia abajo lo que debe estar arriba— la Iglesia católica. El siempre imprescindible blog de Specola nos señala un artículo de Eric Sammons que nos lo dice con claridad: el concepto de sinodalidad amenaza con reemplazar al catolicismo como religión de la Iglesia católica; con Francisco está surgiendo una nueva religión que busca arrebatarle el control a la Iglesia católica para reemplazar al catolicismo. Esa es a situación real que estamos atravesando, y es difícil tomar conciencia plena de la gravedad del momento.

No voy a repetir aquí lo que se dice sobre el sínodo en muchos otros medios. Pero sí me parece relevante señalar algunos aspectos que prueban mi hipótesis de que estamos en medio de un acelerado proceso de subversión de la Iglesia. Un muy bien informado sitio periodístico italiano, Silere non possum, nos relata lo que se vive en medio del sinodal sínodo sobre la sinodalidad. Los cardenales, obispos y sacerdotes son considerados sapos de otro pozo y deben medir cada palabra que dicen debido a que quienes allí tienen la voz más alta y potente, son un pequeño grupo de laicos ideologizados, arrogantes y arribistas que quieren imponer su forma de pensar. Y piensan con pretendida autoridad sobre cualquier tema. Por ejemplo, sobre la formación sacerdotal en los seminarios. ¿Es posible que laicos como el representante de extrema izquierda Luca Casarini, por ejemplo, pueda decir algo sobre cómo formar a los sacerdotes del mañana? ¿La Iglesia puede confiar esta reflexión a personas que no tienen idea de lo que es un seminario o una parroquia? Los pobres, colectivo que no puede faltar en tenidas francisquistas, son glorificados por hombres y mujeres que usan pulseras que cuestan diez mil euros. El obispo ya no es quien confirma en la fe sino «quien debe acompañar a los migrantes». Incluso hay quienes están pensando en modificar el Código de Derecho Canónico: ocurrió el viernes por la mañana cuando se habló de cómo reformar las estructuras eclesiales y las curias. Esta discusión de altísima gravedad ha sido encomendada por el Sumo Pontífice a quienes ni siquiera tienen el bachillerato terminado.

A tal punto llega la subversión que está ocurriendo ante nuestros ojos que la inicua Elizabetta Piqué se escandalizaba de que el cardenal Müller tuviera la osadía de asistir al sínodo usando sotana. Una periodista mucho más seria que la Piqué, Diane Montagna, hacía la siguiente pregunta el vocero de la asamblea: “Tradicionalmente, y no sólo tradicionalmente, la Iglesia católica discierne la presencia del Espíritu Santo según está de acuerdo con la Revelación divina, el consenso unánime de los Padres y la Tradición apostólica. Entonces,¿Cómo discierne el sínodo si algo viene del Espíritu Santo o de otro espíritu?”. La respuesta del dottore Ruffini, vocero papal, es indiscernible (ver aquí, 36’ 45”). ¿Surrealismo? Más bien parece una Revolución de Octubre de papel crepé o un congreso peronista trasladado a la colina vaticana.

Pero el sínodo recién comienza y para trazarle su camino, el Papa promulgó el 4 de octubre la exhortación apostólica, o más bien ecológica, Laudate Deum. Una vez más, no se trata de repetir aquí lo que se puede leer en otros sitios, pero podemos señalar algunos puntos. En primer lugar, la oportunidad del documento. Como lo dice de un modo genial Juan Manuel de Prada en su artículo del sábado en el ABC, “en un futuro probable, quiene leyeren esta exhortación podrían quedarse pasmados de que, en una época en que primer incendios abrasan la Iglesia, un Papa se pusiera a tañer la lira del cambio climático”. Pero se trata, además, de un documento en el que el nombre de Jesús aparece mencionado sólo una vez. Nuestro Señor ha desaparecido del horizonte de su vicario que, pareciera, se ha constituido en vicario de otros poderes. Quienes siguen este blog saben que desconfío sistemáticamente de las teorías conspirativas, pero no pretendo caer en la ingenuidad. ¿Cuáles son los motivos que justifican los lazos de amistad y cordial entendimiento entre Bill Clinton y Alex Soros, heredero de George, con el papa Francisco? Sabemos quiénes son y qué quieren aquellos dos, y lo sabemos porque lo dicen públicamente, ¿qué pueden tener en común entonces, con el vicario de Cristo, si sus objetivos son subvertir la doctrina cristiana? Mariana Mazzucato, una empleada del holding Clinton, Soros & Cía. ha sido empleada hace pocas semanas también por el Papa Francisco nombrándola miembro de la Academia para la Vida. Y las declaraciones de esta señora son muy claras en cuanto a los objetivos que persiguen sus empleadores. Estos datos son apenas una muestra de muchos otros, y creo que todos ellos nos llevan a afirmar, porque tal es la evidencia, que el Papa Francisco se encuentra ocupado en el proceso de cambiar la fe católica; ya no es cuestión de que sea más o menos progresista, más o menos disruptor; más o menos hostil a los tradicionalistas y conservadores. Está destruyendo la fe de los apóstoles y la está cambiando por otra.

La exhortación ecológica, además, causa una profunda vergüenza a todos los católicos por la calidad del texto: es tan elemental, tan poco seria, tan ramplona y arrabaler que parece que la hubiese escrito el cardenal Tucho Fernández (se non è vero…). Qué persona formada, qué católico sincero podría tomarse en serio un documento que, por ejemplo, en el nº 57 dice: “Pero corremos el riesgo de quedarnos encerrados en la lógica de emparchar, colocar remiendos, atar con alambre, mientras por lo bajo avanza un proceso de deterioro que continuamos alimentando. Suponer que cualquier problema futuro podrá ser resuelto con nuevas intervenciones técnicas es un pragmatismo homicida, como patear hacia adelante una bola de nieve”. O bien, hace afirmaciones como la siguiente: “Ya no se puede dudar del origen humano —“antrópico”— del cambio climático” (nº 11). Pues la verdad es que son muchos los que dudan y tienen argumentos muy sólidos y consistentes para hacerlo, por ejemplo Marco Battaglia, la máxima autoridad italiana en cuestiones climáticas y ambientales

¿Qué seriedad puede tener un documento cuyas citas son autocitas en su mayor parte y el resto, citas de documentos producidas por agencias globalistas y pertenecientes todos a una misma y única postura? ¿Qué crédito se puede dar al autor del tal documento que no solamente no tiene en cuenta las razones contrarias a las propias opiniones sino que se burla de quienes las sostienen y, en la práctica, prohibe a los católicos adherir a posiciones que él mismo denomina “negacionistas”? El texto de Laudate Deum no alcanza el nivel de una tesina de licenciatura, y jamás pasaría la revisión de una revista científica mínimamente seria; y traigo a colación lo de “revista científica” porque es un texto que habla de ciencia (interesantes las reflexiones en este sentido de Quintana Paz). Por eso mismo, pareciera que la mano que estuvo detrás es la del cardenal Tucho.

¡Qué lejos quedaron los grandes documentos papales! Si pareciera que hace siglos que aparecieron Veritatis splendor o Spes salvi. Muchos dirán con razón que no vale la pena hacer tanta alharaca porque, en definitiva, se trata de un documento que no leerá más que la élite ilustrada de franciscólogos. No lo leerán los sacerdotes y mucho menos los laicos; los obispos quizás lo lean a fin de poder citarlo y acumular chances de alguna promoción. Pero el problema no es solamente el desprestigio —ya de por sí muy disminuido— que acarreará a la Iglesia sino la pulverización que implica de la función magisterial del pontificado romano. Mucho le costará a los próximos papas —si es que los tales existen— reclamar la función de maestros supremos de la fe después de la devastación producida por Bergoglio.

Finalmente, la subversión pudo verse de un modo impúdico en la presentación del documento en medio de los jardines vaticanos. Allí estuvieron, entre otros, Giorgio Parisi, científico italiano que impidió que el papa Benedicto XVI hablara en La Sapienza; el escritor Jonathan Safran Foer, cuyas propuestas para palear el cambio climático son no tener hijos y no comer carne, y Luisa-Marie Neubauer, amiga de Greta Thunberg. La foto que ilustra esta entrada presenta justamente a esta desdichada jovencita nórdica como una santa, y ciertamente lo es de acuerdo a los nuevos criterios francisquistas. Ya no se presentan como modelos de santidad quienes se mantienen castos, como San Luis Gonzaga; quienes dan su vida por Cristo como Santa Inés; quienes llevan el mensaje del Evangelio a los paganos como San Francisco Solano o quienes entregan totalmente su vida a Dios en la oración como Santa Teresita del Niño Jesús. No. Los nuevos modelos, los nuevos santos, son los que no contaminan el ambiente, quienes entregan su vida para “evitar un aumento de una décima de grado en la temperatura global” (Laudate Deum nº 70) y quines no albergan “opiniones despectivas y poco racionales” (nº 14) con respecto al cambio climático que aflige a la Madre Tierra. La subversión de la Iglesia.

Cuando era adolescente me entusiasmé con la lectura de El señor del mundo de Robert Hugh Benson y de Juana Tabor, de Hugo Wast. Lecturas juveniles de épocas en que no había internet. Y fantaseaba sobre lo afortunados que sería los cristianos que vivieran esos tiempos postreros. Mucho me temo esos tiempos están alboreando; lo que ya no me convence es que los cristianos que estamos viendo ese amanecer luctuoso seamos tan afortunados.

THE WANDERER

domingo, 8 de octubre de 2023

La Vendée. El primer genocidio de la historia contemporánea lo perpetró... la muy ilustrada y enciclopedista Revolución Francesa



Por fin una película, que todavía sigue en cartelera, Vencer o morir, cuenta la verdad de cómo se produjo el tránsito del Antiguo al Nuevo Régimen, porque el sistema que se presenta como el triunfo de la igualdad, la libertad y fraternidad se cobró tantos miles de vidas humanas que, sin faltar a la verdad, se puede afirmar que la Revolución Francesa perpetró el primer genocidio de la Historia Contemporánea. Los 773 municipios afectados por la Guerra de la Vendée en vísperas de la Revolución Francesa tenían 815.029 habitantes y en la década de 1792 a 1802, al menos, desaparecieron 117.257 personas.

Y esto es lo que se cuenta en Vencer o morir, lo sucedido en la región de la Vendée, evitando herir la sensibilidad del espectador con imágenes, por ejemplo, que trasmite el informe del general Westermann al Gobierno republicano de París. Esto es lo que decía el documento oficial:

“Ya no existe la Vendée, ciudadanos republicanos. Ha muerto bajo nuestros sables con sus mujeres y niños. Acabo de enterrarla en las marismas de Savenay. Siguiendo las órdenes que me habéis dado, aplasté a los niños bajo los cascos de mis caballos, exterminé a las mujeres y ya, por lo menos, estas no alumbrarán más bandidos. No tengo ningún prisionero que reprocharme. Todo lo he exterminado”.

El 3 de marzo de 1793 se produce una sublevación en la ciudad de Cholet, situada en la región del Loira, que se convertirá en una guerra de siete años, que es lo que se conoce como la Guerra de la Vendée, aunque en realidad además del departamento de la Vendée, también se sublevaron los ciudadanos de estos otros tres departamentos franceses: Loira inferior, Maine-Loira y Deux Sèvres.

Esto es lo que decía el documento oficial: “Ya no existe la Vendée, ciudadanos republicanos. Ha muerto bajo nuestros sables con sus mujeres y niños. Acabo de enterrarla en las marismas de Savenay. Siguiendo las órdenes que me habéis dado, aplasté a los niños bajo los cascos de mis caballos, exterminé a las mujeres y ya, por lo menos, estas no alumbrarán más bandidos. No tengo ningún prisionero que reprocharme. Todo lo he exterminado”

Realmente si hubo un levantamiento popular, ese no fue el encabezado por aristócratas y burgueses de París y otras ciudades, sino el de los campesinos de la Vendée que se alzaron contra lo que se estaba legislando en la capital de Francia, como la Constitución Civil del Clero (12-VII-1790) que convertía a los sacerdotes y obispos en funcionarios del nuevo Estado republicano francés y les obligaba a renegar de su obediencia al Papa, lo que aceptó un sector del clero francés, conocidos como "juramentados", frente a los "refractarios", que se mantuvieron fieles a Roma; de ahí que en los estandartes de los vandeanos se escribiera este lema: "Viva el rey y los buenos curas". Y comprendo que a algunos de mis lectores les sorprenda mi interpretación de la Revolución Francesa y eso es lógico, porque no participo de la versión oficial que se impuso hace ya más de sesenta años y que todavía sigue vigente en universidades y centros de enseñanzas secundaria.

En 1962 Albert Soboul publicó en París su Précis d’histoire de la Revolution Française, que cuatro años después también vio la luz en España en la editorial Tecnos, traducido por Tierno Galván. Y está fue la versión que se impuso entonces, y la que nos tuvimos que embaular los universitarios de la década de los sesenta, porque el libro era de lectura y compra obligatorias. Desde entonces se sucedieron las ediciones a pesar de que François Furet calificara este libro en 1971 en la revista Annales como “el catecismo revolucionario y especie de vulgata lenino-populista”. Furet afirmaba que la orientación marxista del libro de Soboul no tenía nada que ver con una interpretación social de la historia, porque sencillamente era una manipulación política influida por el leninismo.

Y a todo esto habría que añadir los graves errores de traducción de la versión española, como puso de manifiesto en su día la historiadora Cristina Diz-Lois, alguno de los cuales provocan la risa. Así por ejemplo, cuando Soboul habla de “richerisme”, para referirse a la influencia que tuvo entre los eclesiásticos franceses las doctrinas jansenistas de Edmond Richer (1559-1631), Tierno Galván lo traduce como la “doctrina del predominio de la riqueza”. “Foncièrement” (profundamente, a fondo) lo traduce por “territorialmente”, como derivado de “foncier” (bienes raíces o territorios) con lo que se podía leer en la página 252 que “este programa social se oponía territorialmente a la burguesía que dirigía la revolución”, cuando en realidad lo que Soboult decía era que la oposición era profunda.

Pero no sigamos contando las tropelías contra la Historia que se han cometido con la interpretación de la Revolución Francesa. Miremos a la realidad, que es mucho más interesante que la ficción. Y como primera providencia vayan ustedes a ver la película, y desde luego si alguno es profesor de Historia, recomiende a sus alumnos que la vean y coméntela después en clase, que resulta muy instructiva.

La película está hecha en Francia y da por conocidas ciertas referencias, como por ejemplo cuando los vandeanos hablan de los “bleus”, porque supone que se sabe que esa palabra en francés significa "azules" y que los soldados republicanos vestían casacas de ese color. Ciertamente, a mayor conocimiento histórico de lo que sucedió en la Revolución Francesa, el aprovechamiento de la hora y media que dura la película es mayor. Pero si alguien de lo que esto leyere ignorara lo que sucedió en la Vendée y hasta en la Revolución Francesa, también esta situación tiene remedio.

En español hay muy poco, casi nada, publicado sobre la Guerra de la Vendée. Sin duda el mejor libro sobre este episodio es el escrito por Alberto Bárcena, publicado por la editorial San Román, con el título La Guerra de la Vendée, una cruzada en la Revolución. La edición tiene pocas páginas, es muy clara y su lectura no solo ayuda a entender mejor la película, sino que también amplia algunos aspectos que la cinta de Vencer o morir no pude contar, lógicamente, en la hora y media que dura.



El levantamiento de los vandeanos tuvo un componente fundamentalmente religioso, sin duda por eso este episodio de la Revolución Francesa ha sido condenado al silencio. Ellos también iban a la batalla cantando la Marsellesa, pero cambiando su letra: Allons, les armes catholiques,/ le jour de glorie est arrivé./ Contre nous de la République/ l’etendard sanglant est leve (bis). (Vamos, ejércitos católicos,/ el día de la gloria ha llegado./ Contra nosotros de la República/ se ha alzado la bandera sangrienta (bis).

La Revolución Francesa fue una sectaria persecución contra la Iglesia Católica, en un intento de hacerla desparecer; e incluso, los revolucionarios creyeron que lo habían conseguido, por eso cuando el Papa Pío VI fue hecho prisionero y trasladado de Roma a Francia, donde falleció el 29 de agosto de 1799, la prensa oficial revolucionaria anunció su muerte con estas palabras: “Pío VI, y último”.

Pues bien, el busto de este papa, que se encuentra en los Museos Vaticanos, sirve para ilustrar el libro editado recientemente por la editorial San Román de Jean de Viguerie titulado Cristianismo y revolución . Su autor, recientemente fallecido, es uno de los grandes expertos en esta época de la Historia francesa, y en poco más de trescientas páginas explica las medidas que los revolucionarios franceses adoptaron para exterminar a la Iglesia católica. Es decir, los motivos por los que en buena parte se levantaron en armas los vandeanos.



Y por aquello de que no hay dos sin tres, vaya una última recomendación bibliográfica de esta misma materia, como es la brevísima biografía de doscientas páginas, escrita también por Jean de Viguerie, titulada El sacrifricio de la tarde. Vida y muerte de Madame Élisabeth, hermana de Luis XVI, y publicado, como el libro anterior, por la editorial San Román.



La vida de Madame Élisabeth es de película, por eso la lectura de su biografía escrita por Jean de Viguerie se lee de un tirón. No, no les voy a desvelar ningunas de sus acciones y se las dejo para que se sorprendan con la lectura del libro. Pero sí que les voy a contar el final, porque no descubro ningún misterio ya que, como es sabido, Madame Élisabeth fue asesinada en la guillotina.

Quiero acabar este artículo copiando la oración que ella rezaba mientras estuvo en la prisión del Temple, consciente de que en cualquier momento la sacarían para cortarle la cabeza. La oración de Madame Élisabet se hizo muy popular en Francia y muchos soldados franceses la rezaban durante la Primera Guerra Mundial. El texto de esta oración de Madame Élisabet retrata un tipo de personas que la Revolución Francesa asesinó. Esto es lo que de continuo rezaba la hermana de Luis XVI en la prisión del Temple:
“Ignoro por completo, Señor, qué me pasará hoy. Todo lo que sé es que no me pasará nada que Vos no hayáis previsto desde toda la eternidad. Esto me basta, Señor, para estar en paz. Adoro vuestros designios eternos, me someto a ellos de todo corazón. Quiero todo, lo acepto todo. Os ofrezco todo mi sacrificio, y uno este sacrificio al de vuestro querido Hijo, mi Salvador. Y os pido, por su Sagrado Corazón y mérito infinitos, paciencia en mis males y el perfecto acatamiento que Os es debido en todo aquello que Vos queréis y permitís”.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá

lunes, 12 de junio de 2023

Cuidemos a los curas



La Iglesia está atravesando una crisis pocas veces vista en su historia. Y las crisis nunca son gratis; tienen su costo, que en este caso lo paga la totalidad de sus miembros, y el precio son las humillaciones, las cancelaciones, las persecuciones despiadadas a veces y disimuladas otras, propiciadas generalmente por quiénes debieran ser el principio y forma del rebaño.

Y cada cual se apaña como puede para resistir. Los laicos somos los que más barata la sacamos: nuestro propio estado nos exige obligaciones y deberes que nos apartan en buena medida del fragor de la lucha. El cuidado de la familia, la propia profesión y las ocupaciones habituales de cualquier persona que vive en el mundo, lo ubican en territorios que, a su manera son más pacíficos. En pocas palabras, un laico podrá, en el peor de los casos, estar sometido a su esposa o a su esposo; a su suegra o a sus padres, pero nunca estará sometido a un obispo, o a un prior o a un provincial, que suelen ser los superiores más exquisitamente crueles.

Por eso, yo insisto en la necesidad de cuidar a los sacerdotes que son la pieza más frágil de todo el engranaje. Y lo son porque el deber de su propio estado los obliga a estar permanentemente en el ojo del ciclón, sin poder apartarse del vórtice, como sí podemos apartarnos los laicos. Y deben hacerlo, además, acarreando todas las difíciles condiciones propias de su estado: la soledad raramente compensada con la amistad de sus colegas; la casi permanente sensación de vacuidad de sus vidas a las que los conduce ejercer su ministerio en un mundo tan apartado de Dios y en una Iglesia en contubernio con ese mundo; la fragilidad emocional que provoca esta situación; la precariedad económica, sobre todo en países como el nuestro, en el que son verdaderamente pobres; la agitación permanente entre el querer permanecer fieles a Dios y a la Tradición y, a la vez, la necesidad de someterse a los caprichos de su obispo y al frenesí pastoral que se les impone, y tantas otras situaciones más que podríamos mencionar. Y esto le sucede a sacerdotes de todas las diócesis argentinas, de las más pequeñas a las más grandes, y le sucede a sacerdotes de España, y le sucederá también a los de todos los países de lo que alguna vez fue la Cristiandad. Y lo sé porque con mucha frecuencia me escriben al mail simplemente para relatarme sus casos porque se han sentido identificados con algo que yo pude haber escrito en el blog.

Hace algunos días, las monjas benedictinas de Pienza, que están siendo perseguidas en estos meses por su obispo y por la Santa Sede (el valor de su monasterio ubicado en un sitio de privilegiada belleza es de varios millones de euros), escribieron una larga carta en la que, entre otras cosas, decían:

Pero además de los conventos y monasterios perseguidos, hay muchos sacerdotes, para quienes la soledad y la sensación de abandono son aún más difíciles de sobrellevar, sobre todo cuando su ostracismo está motivado por su fidelidad a Cristo. Pero cada uno de nosotros debe reaccionar en conciencia ante la tiranía que se está instaurando en la Iglesia, porque una respuesta coral y decidida podrá demostrar, en primer lugar, que no es compartida ni deseada por la mayoría de los fieles y, en segundo lugar, que la apostasía actual sólo puede frenarse mediante un retorno incondicional a Nuestro Señor. Durante demasiado tiempo nos hemos antepuesto a Jesucristo, el diálogo con el mundo al deber de evangelizar a todas las naciones, como Él nos ordenó. Pero ¿cómo hacerlo, cuando estamos solos, distraídos de la oración y el recogimiento por acontecimientos que no tienen nada de espiritual? ¿Cómo hacerlo, cuando se está privado de los Sacramentos, del consuelo de la Misa, del alimento del Pan eucarístico?

Lo que mencionan las religiosas es fundamental. No podemos pasar sin los sacerdotes porque no podemos pasar sin los sacramentos. Podemos pasar sin los obispos, a quienes vemos muy de tanto en tanto, pero no sin sacerdotes a quien vemos, y necesitamos, cada día o cada domingo. Por eso, en este momento crucial, tan difícil y doloroso por el que está atravesando la Iglesia, creo que es un responsabilidad particularmente delicada que nos incumbe a nosotros, los laicos, acompañar y sostener a aquellos sacerdotes que, en su intención de mantenerse fieles a la fe y a la tradición de los apóstoles, son hostigados a diestra y siniestra. Cada uno sabrá el modo de hacerlo; no siempre se trata de ayudas económicas, que también, sino de la amistad, la cercanía y el agradecimiento pues, sin ellos, estaríamos perdidos.

The Wanderer

lunes, 8 de mayo de 2023

El letargo de los Guardianes de la Fe, por Dietrich Von Hildebrand

THE WANDERER


Una de las enfermedades más horripilantes y difundidas en la Iglesia de hoy es el letargo de los Guardianes de la Fe de la Iglesia. No estoy pensando aquí en aquellos Obispos que son miembros de la “quinta columna”, que desean destruir la Iglesia desde adentro, o transformarla en algo completamente diferente. Estoy pensando en los Obispos mucho más numerosos que no tienen esas intenciones, pero que no hacen ningún uso de la autoridad cuando es el caso de intervenir contra teólogos o sacerdotes heréticos, o contra prácticas blasfemas de culto público. O cierran los ojos y tratan, al estilo de las avestruces, de ignorar tanto los tristes abusos como los llamados al deber de intervenir, o temen ser atacados por la prensa o los mass-media y difamados como reaccionarios, estrechos de mente o medievales. Temen a los hombres más que a Dios. Se les pueden aplicar las palabras de San Juan Bosco: “El poder de los hombres malos reside en la cobardía de los buenos”.

Es verdad que el letargo de aquellos en posición de autoridad es una enfermedad de nuestros tiempos que está ampliamente difundida fuera de la Iglesia. Se la encuentra entre los padres, los rectores de colegios y universidades, las cabezas de otras numerosas organizaciones, los jueces, los jefes de estado y otros. Pero el hecho de que este mal haya penetrado hasta en la Iglesia es una clara indicación de que la lucha contra el espíritu del mundo ha sido reemplazada por [un] dejarse llevar por el espíritu de los tiempos en nombre del aggiornamento. Uno se ve forzado a pensar en el Pastor que abandona sus rebaños a los lobos cuando reflexiona sobre el letargo de tantos Obispos y Superiores que, aun siendo ortodoxos ellos mismos, no tienen el coraje de intervenir contra las más flagrantes herejías y abusos de todo tipo tanto en sus Diócesis como en sus Órdenes.

Pero enfurece aún más el caso de ciertos Obispos, que mostrando este letargo hacia los herejes, asumen una actitud rigurosamente autoritaria hacia aquellos creyentes que están luchando por la ortodoxia, ¡haciendo lo que los Obispos deberían estar haciendo ellos mismos! Una vez me fue dada a leer una carta escrita por un hombre de alta posición en la Iglesia, dirigida a un grupo que había tomado heroicamente la causa de la verdadera Fe, de la pura, verdadera enseñanza de la Iglesia y del Papa. Ese grupo había vencido la “cobardía de los buenos” de la que hablaba San Juan Bosco, y de ese modo debían constituir la mayor alegría para los Obispos. La carta decía: «como buenos católicos, ustedes deben hacer una sola cosa: ser obedientes a todas las ordenanzas de su Obispo».

Esta concepción de “buenos” católicos es particularmente sorprendente en momentos en que se enfatiza continuamente la mayoría de edad del laico moderno. Pero además es completamente falsa por esta razón: lo que es apropiado en tiempos en que no aparecen herejías en la Iglesia que no sean inmediatamente condenadas por Roma, se vuelve inapropiado y contrario a la conciencia en tiempos en que las herejías sin condenar prosperan dentro de la Iglesia, infectando hasta a ciertos Obispos que sin embargo permanecen en sus funciones. ¿Qué hubiera ocurrido si, por ejemplo, en tiempos del arrianismo, en que la mayoría de los Obispos eran arrianos, los fieles se hubieran limitado a ser agradables y obedientes a las ordenanzas de esos Obispos, en lugar de combatir la herejía? ¿No debe acaso la fidelidad a la verdadera enseñanza de la Iglesia tener prioridad sobre la sumisión al Obispo? ¿No es precisamente en virtud de la obediencia a la verdad Revelada que recibieron del Magisterio de la Iglesia que los fieles ofrecen resistencia a esas herejías? ¿No se supone que los fieles se aflijan cuando desde el púlpito se predican cosas completamente incompatibles con la enseñanza de la Iglesia? ¿O cuando se mantiene como profesores a teólogos que proclaman que la Iglesia debe aceptar el pluralismo en filosofía y teología, o que no hay supervivencia de la persona después de la muerte, o que niegan que la promiscuidad es un pecado, o inclusive toleran despliegues públicos de inmoralidad, demostrando así una lamentable falta de entendimiento de la hondamente cristiana virtud de la pureza?

La tontería de los herejes es tolerada tanto por sacerdotes como por laicos; los Obispos consienten tácitamente el envenenamiento de los fieles. Pero quieren silenciar a los fieles creyentes que toman la causa de la ortodoxia, aquella propia gente que debería de pleno derecho ser la alegría del corazón de los Obispos, su consuelo, una fuente de fortaleza para vencer su propio letargo. En cambio de esto, estas gentes son vistas como perturbadoras de la paz. Y en caso de que expresen su celo con alguna falta de tacto o en forma exagerada, hasta son excomulgados. Esto muestra claramente la cobardía que se esconde detrás del fracaso de los Obispos en el uso de su autoridad. Porque no tienen nada que temer de los ortodoxos: los ortodoxos no controlan los mass-media ni la prensa; no son los representantes de la opinión pública. Y a causa de su sumisión a la autoridad eclesiástica, los luchadores por la ortodoxia jamás serán agresivos como los así llamados progresistas. Si son reprendidos o disciplinados, sus Obispos no corren el riesgo de ser atacados por la prensa liberal y ser difamados como reaccionarios.

Esta falta de los Obispos de hacer uso de su autoridad, otorgada por Dios, es tal vez por sus consecuencias prácticas, la peor confusión en la Iglesia de hoy. Porque esta falta no solamente no detiene las enfermedades del espíritu, las herejías, ni tampoco (y esto es mucho peor) la flagrante como insidiosa devastación de la viña del Señor; hasta les da vía libre a esos males. El fracaso del uso de la santa autoridad para proteger la Sagrada Fe lleva necesariamente a la desintegración de la Iglesia.

Aquí, como con la aparición de todos los peligros, debemos decir principiis obsta (“detengamos el mal en su origen”). Cuanto más tiempo se permite al mal desarrollarse, más difícil será erradicarlo. Esto es verdad para la crianza de los niños, para la vida del estado, y en forma especial, para la vida moral del individuo. Pero es verdad en una forma completamente nueva para la intervención de las autoridades eclesiásticas para el bien de los fieles. Como dice Platón, “cuando los males están muy avanzados nunca es agradable eliminarlos”.

Nada es más erróneo que imaginar que muchas cosas deben ser autorizadas a irrumpir y llegar a su peor punto y que uno debería esperar pacientemente que se hundan por su propio peso. Esta teoría puede ser correcta a veces respecto a los jóvenes que atraviesan la pubertad, pero es completamente falsa en cuestiones referentes al bonum commune (el bien común). Esta falsa teoría es especialmente peligrosa cuando se aplica al bonum commune de la Santa Iglesia, que involucra blasfemias en el culto público y herejías que, si no son condenadas, continúan envenenando incontables almas. Aquí es incorrecto aplicar la parábola del trigo y la cizaña.

Dietrich Von Hildebrand

sábado, 10 de diciembre de 2022

Una cuestión seria





Analizar las palabras en sus propias categorías – ontología, etimología, semántica, sintaxis, gramática – siempre ha sido una actividad particular nuestra, tanto como para haber sostenido, en tiempo pasado, numerosas conferencias sobre el tema y haber publicado estudios sobre “lugares comunes” lingüísticos y estar a la espera del tercero acerca de los “modos de decir”, de publicación inminente. Esta curiosidad nace de la lectura del episodio bíblico (Gen. 2, 19-20) en donde se narra que Adán, ante la presencia del Señor, da el nombre a todos los animales y a las cosas.

Antes de pasar a la cuestión seria, anunciada en el título, damos razón de la inclusión de la ontología en las categorías verbales, término que refiere al ser de una res y, en este caso, de una palabra. Ahora bien, ¿qué tiene que ver la ontología con la “palabra”; es decir, un flatus vocis que, en cuanto tal, desaparece perdiéndose en el aire donde se dice “verba volant”?

Mucho: 1) porque más allá de la fonética, puro medio de transmisión, la palabra acoge en sí un significado que – abstracto/concreto – constituye su esencia misma; 2) porque de simple sonido se transforma, mediante el alfabeto, en documento, certificado que asevera el dicho “scripta manent”.

Era común que Santo Tomás de Aquino, antes de iniciar la lección, mostrase a los presentes una manzana diciendo: “Esta es una manzana. Quien no esté de acuerdo puede también retirarse” para demostrar que desde el pensamiento concreto brota el abstracto.

Todo esto se resume en el áureo brocardo justiniano “nomina sunt consequentia rerum” – los nombres se corresponden a las substancias de las cosas.

Con esto como premisa, pasamos a nuestra cuestión seria.

La expresión “religiones cristianas” es el área desde la cual parte nuestra atenta crítica que, poniendo aparte el sustantivo “religiones”, asume, cual elemento único a analizar, el atributo de “cristianas” porque nuestro intento es aquel de demostrar como ilícita atribución abusiva de este atributo a algunas confesiones – que son la mayor parte – y que son así llamadas e identificadas entre sí.

Ahora bien, para proceder con el examen completo, es necesario establecer qué significado atribuir al término “cristiano”. Entre los tantos presentes en el diccionario, aquel que corresponde a nuestro intento se despliega así: “dicho de quien se identifica con la doctrina y la práctica del cristianismo”; es decir, de Jesús el Cristo.

Por doctrina cristiana se entiende – sin duda alguna – el mensaje de todo el N.T., vale decir: los cuatro Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas Paulinas, aquellas Católicas y el Apocalipsis. Naturalmente, aquello que prevalece, en términos de doctrina, es la Palabra de Dios, Jesús, quien constituye, enseñando, perfeccionando y dando pleno cumplimiento a la vieja ley (Mt. 5, 17-20), la nueva religión en la cual, entre las nuevas e importantes realidades, viene revelada la Santísima Trinidad con todos sus corolarios.

Ser y decirse cristiano exige la aceptación total del anuncio evangélico, significa acoger y vivir la secuela de Cristo, quiere decir adherirse a la praxis; es decir, a aquel complejo de normas, ordenamientos y comportamientos conformes al magisterio de Jesús y establecidos por la Tradición que el fiel, en cuanto cristiano, debe observar y poner en acto.

La historia del Cristianismo registra en su interior – en varias épocas y por diversas razones – escisiones, destajos y separaciones con las cuales partes de la Iglesia Católica, desconocida la autoridad central papal de Roma – sede del Vicario de Cristo y sucesor apostólico- se dan, con un acto de pronunciamiento público y rebelde, su propia autonomía tal que, por ejemplo, la interpretación de la Sagrada Escritura – dominio del Sagrado Magisterio, de la Jerarquía y del Clero – se transforma en ejercicio personal y subjetivo.

Cada cisma tiene origen en la herejía, desde la trinitaria hasta la cristológica, desde la mariana hasta la eucarística, sin faltar, para tales separaciones, pretextos de orden económico, personales y de poder, camuflados por motivaciones teológicas ficticias, como el caso del anglicanismo.

Damos un elenco de máximas de estas Iglesias/Confesiones que, con el infringir el estado de obediencia, son otra cosa que la Iglesia Madre, Cristiana, Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana. Ellas pueden ser repartidas en dos grupos, así como sigue:

Protestante (luterana, anglicana, valdense, puritana, metodista, cuáquera, pentecostal, adventista, baptista, testigos de Jeová)

Ortodoxa (nestoriana, copta, oriental, rusa, griega, Armenia)

No está en el programa de la presente intervención dar las coordenadas históricas y los acontecimientos que caracterizaron el formarse de cada confesión. Es, en cambio, indispensable connotarlas como heréticas y cismáticas – como en efecto lo son- porque este es el punto que, demostrado, nos permitirá concluir según el tema propuesto, tema que nace de una investigación lingüística para terminar en una sentencia teológica.

Entonces: estas Confesiones son llamadas “cristianas” porque – se dice- sin importar el rechazo de la Iglesia Católica, la verdadera y única Iglesia cristiana, ellas se identifican con el culto de Jesús Cristo y a las secuelas de sus enseñanzas. Veamos entonces cuáles son los parámetros establecidos por Jesús – el Cristo- según los cuales se es cristiano.

Naturalmente son los Evangelios la fuente doctrinaria y documental que, con la autoridad del Hijo de Dios y de su Palabra, dan y despliegan las normas con las cuales será posible el sostenerse “cristiano” como lícita atribución o abuso. A tal fin, citaremos pericopas relativas a la supremacía del Papado y otras pertinentes a las condiciones de cuantos se encuentran escindidos de Cristo.

1) “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré Mi Iglesia… a ti te dare las llaves del reino de los cielos y todo aquello que unas en la tierra será unido en los cielos y todo lo que disuelvas en la tierra será disuelto en los cielos” (Mt. 16, 18-19). En esta primera declaración de Jesús, con el otorgamiento a Pedro del máximo poder sacerdotal – que legitima la facultad de decidir con plena autonomía intervenciones de orden y de importancia superior – se advierte manifiestamente que es la Iglesia Católica la única que puede decirse “cristiana”, y como institución divina – siendo el fundador y el custodio el Hijo de Dios – y como realidad humana histórica, cuya sucesión apostólica está en el trono pontificio – ininterrumpida en los siglos – afirma su inalterable e inalterada identidad originaria. Cuestionar la legitimidad del primado de Pedro y de sus sucesores, como lo hacen las Iglesias cismáticas, es ponerse en contra de la voluntad de Cristo.

2) “Cuanto hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: ´Simón de Jonás, Me amas tú mas que estos?´ Le respondió: ´Ciertamente, Señor, Tú sabes que te amo´. Le dijo: ´Apacienta Mis corderos´. Le dijo de nuevo: ´Simón de Jonás, Me amas?´. Le respondió: ´Ciertamente, Señor, Tú sabes que Te amo´. Le dijo: ´Pastorea mis ovejas´. Le dijo por tercera vez: ´Simón de Jonás, Me amas?´. Pedro se entristeció de que le dijese por tercera vez: Me amas? Y le dijo: ´Señor, Tú sabes todo, Tú sabes que Te amo´. Le respondió Jesús: ´Apacienta Mis ovejas´. “ (Juan 21, 15-17). Jesús, el resucitado, confirma el primado de Pedro y, con el encargarle la grey, lo constituye como el Primer Pastor a quien le es delegada la custodia y la cura del rebaño cristiano. Cuestionar, como lo hacen las Iglesias cismáticas y no aceptar esa supremacía, es ponerse contra la voluntad de Cristo.

3) “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirmaa tus hermanos” (Lc. 22, 31-32). Con esta exortación, Jesús confiere a Pedro el primado del poder magisterial que, con el sacerdotal y con el pastoral, lo califica como la suma autoridad espiritual. Cuestionar, rechazar o desconocer esta función, como lo hacen las Confesiones cismáticas, es ponerse contra la voluntad de Cristo.

4) “Y tengo otras ovejas que no son de este aprisco; tambien debo conducir a estas; escucharán mi voz y se convertirán en un solo rebaño y un solo pastor” (Juan 10, 16). En este versículo del Evangelio de Juan, Jesús declara que su Iglesia es el único aprisco en el cual, más allá de las ovejas que ya son suyas, deberán ser conducidas aquellas lejanas, aquellas “remotas y vagabundas… vacías de leche” (Par. XI, 127-129) de modo que se constituya un solo rebaño – comunidad católica – bajo la custodia de un solo pastor que, según tal connotación, es Cristo mismo y, subordinadamente, el Papa. Rechazar y no acoger esta visión de una Iglesia como la única y sola institución redentora, como lo hacen las Iglesias cismáticas, es ponerse contra la voluntad de Cristo.

Es esclarecedora a tal propósito la repuesta que el santo cura d´Ars – Juan María Vianney – dio a un anglicano que sostenía que, sin importar la diversidad de las creencias, “estaremos ambos en el reino de los cielos porque me fio en Cristo que dijo ´quien crea en Mí, tendrá la vida eterna´. A lo que, el santo cura: “Pobre de mí, querido mío, no estaremos unidos allá arriba más que en la medida en la cual habremos comenzado a serlo sobre la tierra: la muerte no podrá modificar nada. Donde cae el árbol, ahí permanece… El Señor también dijo otra cosa. Dijo que quien no haya escuchado a Su Iglesia debe ser considerado como un pagano. Dijo que no debía haber más que un solo rebaño y un solo pastor y estableció a San Pedro como cabeza de este rebaño. Querido mío, no existen dos maneras buenas de servir al Señor; existe solo una; es decir, como Él quiere ser servido” (Alfred Monnin: espìritu del cura d´Ars – ed Ares, 2009, pag. 172-173).

5) “Por lo tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28, 19). Con esta recomendación imperativa, Jesús pone el sello que garantiza el ser cristiano solo en la observación de lo enseñado y comandado por Él. Entre los elementos de los cuales Jesús nos comanda la observación y que se dan como distintivos del ser cristiano, están: a) obsequencia racional al dogma, con lo que se evita la herejía; b) el reconocimiento del primado episcopal de Pedro, transmitido en los siglos a sus sucesores que, como Vicarios de Cristo en la tierra, representan la única y suprema autoridad espiritual; c) el respeto unido al cumplimiento de todas las normas morales, litúrgicas, disciplinarias que constituyen la praxis. Relativizar el dogma, no reconocer como única y legítima la autoridad del Obispo de Roma – Christi Vicarius – sucesor de Pedro, mutar la praxis – así como hacen las Iglesias cismáticas – es ponerse contra la voluntad de Cristo, quien, en términos precisos, inequivocables, afirma: “El que no es conmigo. Contra Mí es, y el que conmigo no recoge, desparrama.” (Lc. 11, 23)

¿Cómo se está en contra de Jesús? La pregunta encuentra respuesta inmediata. Se está en contra de Jesús no creyendo en Su Palabra, no observando sus mandamientos, alterando sus enseñanzas con falsas y desvariadas interpretaciones y blasfemándolo. De esto se sigue, naturalmente, el encontrarse separados de Cristo, escisos de Su vida, separados del flujo vivificador de Su comunión, ser destinados a la perdición eterna.

Jesús mismo es quien aclara la condición de quién está en Su contra en el versículo evangélico (Juan 15, 5-6) donde afirma: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden… En esto está glorificado Mi Padre: que portéis mucho fruto y os convirtáis en Mis discípulos”. Discípulos; es decir, CRISTIANOS, del modo histórico y tradicional con el cual son llamados los seguidores de un maestro o de una escuela. Ahora si, por ejemplo, llaman “crociano” a un intelectual que sigue y vive la filosofía de Benedetto Croce (1866 – 1952) no acreditaremos el mismo título a quien niega, combate o denigra el sistema del mencionado filósofo, sino que lo definiremos como “anticrociano”.

Parece, por lo tanto, obvio sostener como “anticristiano” a quien no solo no vive las enseñanzas de Cristo, sino que incluso las enfrenta con actos privados y públicos, distorsionando a cuenta propia tales mandamientos, como por ejemplo – Mc. 10, 1-12 – Jesús define el divorcio como pecado de adulterio.

Las Confesiones cismáticas, así llamadas “cristianas”, admiten en su orden el divorcio, así como algunas de ellas permiten a las mujeres el acceso al orden sacerdotal, y así como otras incluso definen como “simbólica” la presencia de Cristo en las especies eucaríticas del pan y del vino, habiendo sido formadas sobre el tronco protestante, cuya doctrina, legada al nombre de un “reformador”, es un conglomerado de elementos incoherentes y personales que chocan abiertamente con el Evangelio.

Más allá de todo esto, estas Confesiones continúan llamandose “cristianas” y, como tales, son reconocidas también por la Iglesia Católica, la cual, inmersa y sumergida en el “espíritu ecuménico conciliar VAT.II”, sostiene su existencia como un don del Espíritu Santo, el cual “hace la diversidad en la Iglesia, y esta diversidad es tan rica y tan bella, y luego, el mismo Espíritu Santo hace la unidad. Y así la Iglesia es una en la diversidad” (Papa Francisco, Caserta – Iglesia pentecostal 28-07-2014). Continúan llamándose y a ser consideradas cristianas porque sostienen de seguir las enseñanzas de Jesús, invocan el nombre y Lo adoran en sus propias formas culturales.

A ellas así responderá el Señor Jesús: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos… no los he nunca conocido” (Mt. 7, 21)
Hacer la voluntad del Padre es lo mismo que hacer la voluntad del Hijo. No basta decirse cristiano para serlo y estas Iglesias/Confesiones no han correspondido a los mandamientos y no han hecho la voluntad de Cristo, por lo tanto, mas allá de definirse y ser consideradas “cristianas” no lo son porque el verdadero atributo, pertinente a su ser, es “anticristianas”; es decir, enemigas de Cristo e, incluso, por Él desconocidas. Solo con el regreso a la Iglesia Católica de Roma podrán sanar su anomalía y sentirse, “cum Ecclesia”, un solo rebaño con un solo pastor y un solo sacerdote en el pleno privilegio de decirse “cristianas”.
De hoc satis.

L.P

Traducido por S. Cuneo

viernes, 7 de octubre de 2022

“La Iglesia vive su peor crísis, pero Dios traerá la primavera”, entrevista con Mons. Athanasius Schneider

 SECRETUM MEUM MIHI


Mons. Athanasius Schneider estuvo la semana pasada en Curitiba, Brasil, y en ese contexto fue obtenida la siguiente entrevista en Gazeta Do Povo, firmada por Marcio Antonio Campos y publicada Oct-04-2022. Traducción, con adaptaciones, de Secretum Meum Mihi.

El Papa Francisco acaba de visitar Kazajistán. ¿Cuál es su valoración de esta visita?

La Iglesia católica en Kazajistán es una minoría, un pequeño rebaño del 0,5% de la población en medio de una mayoría musulmana, con una presencia razonable de ortodoxos rusos. Y ese pequeño rebaño se sintió fortalecido en su fe con la venida del Sumo Pontífice, se percibieron a sí mismos como parte de la gran Iglesia universal. Esto tiene mucho valor para nuestros fieles, que acogieron al Papa con amor, respeto y cariño. También Las autoridades políticas, que constituyen un gobierno laico en un país de mayoría musulmana, consideraron la presencia del Papa como una señal de prestigio, ya que la figura del Papa es reconocida como la principal autoridad moral en el mundo, y lo recibieron de modo muy respetuoso y digno. Los ciudadanos no católicos tuvieron la misma actitud: de las 12.000 personas presentes en la misa al aire libre que celebró Francisco, la mayoría eran no católicos. El gobierno preparó todo con mucha generosidad, ofreciendo desde el lugar para la misa hasta asistencia técnica y logística. La Misa se celebró con mucha reverencia, en latín, con canto gregoriano; fue retransmitida en directo por la televisión estatal y mucha gente en Kazajstán pudo ver la ceremonia. Mi esperanza es que esto haya tenido un efecto en la vida de muchos no cristianos que pueden llegar a la fe católica y reconocer la verdad.

Si por ese lado la llegada del Papa fue positiva, no puedo decir lo mismo del motivo oficial de la visita, ya que el Papa fue invitado por el gobierno a participar en el Congreso de Líderes de las Religiones Mundiales y Tradicionales. Considero este tipo de eventos perjudiciales para la vida de la Iglesia, ya que da la impresión de que todas las religiones son más o menos iguales, relativizando la unicidad de la fe católica y de Jesucristo como único camino de salvación. Nuestro Señor aparece allí como uno más de los grandes fundadores y la Iglesia Católica, como una más entre tantas religiones en lo que se convierte en un “supermercado de creencias”. Esto no corresponde a la verdad del Evangelio; los apóstoles nunca harían tal cosa, y es un error por parte de la Santa Sede organizar, participar o permitir que obispos y cardenales participen en tales eventos. La intención es buena, es positiva, promover la paz y el respeto mutuo en un mundo de tanta diversidad étnico-religiosa, pero la forma en que se han llevado a cabo estos congresos, desde Asís hasta ahora, es perjudicial. Y también existe el riesgo de que tales eventos sean “secuestrados” por las élites políticas internacionales para sus propósitos, que son difundir una vaga religiosidad, que niega la unicidad de la religión revelada, cristiana y católica, y la reemplaza por un completo relativismo religioso y la moral, que es uno de los grandes peligros de nuestro tiempo. Si es cierto que estos congresos, hasta el momento, no están fomentando el relativismo moral, al menos están facilitando el relativismo religioso.

¿Cómo, entonces, promover un diálogo que es necesario, incluso frente a problemas como la violencia motivada por diferencias religiosas, sin comprometer la fe?

Hay otras formas de promover la paz, la armonía y el respeto mutuo entre personas de diferentes religiones. Mi propia experiencia demuestra que es más eficaz realizar eventos locales, no internacionales. No un “supermercado de religiones”, sino un encuentro de vida, entre vecinos que somos. Al establecer lazos de amistad verdaderamente humana, damos ejemplo de convivencia respetuosa sin correr el riesgo de relativizar la única fe católica. De esta forma, estamos fomentando, desde la base, la paz y el respeto mutuo.

Además, existe una forma muy importante de acción conjunta y convergencia entre las diferentes religiones, que es la actuación, como conciudadanos, en asuntos fundamentales para el bien de la sociedad. Pensemos, por ejemplo, en la defensa incondicional de la vida no nacida. Desgraciadamente, en congresos internacionales como el que se acaba de realizar, no se hace llamado por el fin del aborto, que considero el mal más hediondo de la humanidad en nuestros tiempos, un verdadero genocidio. Veo aquí una gran omisión de estos congresos, y que solo eso demuestra cómo pueden terminar siendo instrumentalizados por las élites políticas. Otro tema que merece la acción conjunta de las religiones es la clara y vehemente oposición a la ideología de género y a la destrucción del matrimonio natural, de la familia creada por Dios. La ideología de género es contraria a la razón humana; los líderes de las diversas religiones necesitarían unirse contra este verdadero absurdo, pero a nivel mundial esto aún no sucede, de ahí la importancia de comenzar a trabajar juntos a nivel local o regional. Unidos, los representantes de las diversas religiones pueden hacer mucho en estos dos campos: la defensa de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural; y la defensa de la concepción natural del ser humano, de la familia y del matrimonio entre hombre y mujer.

¿Qué valoración hace del estado actual de la Iglesia?

Vivimos una gran crisis, y eso nadie lo puede negar. Estamos atravesando por un gran invierno para la Iglesia: en Europa y América, las iglesias se venden y cierran por falta de fieles; el clero vive una crisis moral; crece la difusión del relativismo religioso y moral dentro de la Iglesia. El ejemplo más evidente es el de la Iglesia en Alemania, pero todo lo que describo ocurre en todo el mundo occidental, con la excepción de África y Europa del Este. En las últimas décadas, la Iglesia parece estar empeñada por adaptarse al espíritu de este mundo, y ahí está la raíz muy profunda de la crisis actual de la Iglesia.

La Iglesia ha pasado por otros tiempos muy difíciles, como la crisis arriana, o la época de los papas inmorales del Renacimiento, o persecuciones no hace muchos siglos atrás. ¿Cómo compara la crisis actual con las crisis pasadas?

Crisis peor que la actual, hasta donde lo puedo ver, no hay manera de que exista. La crisis arriana se concentró en un solo tema, que era la divinidad del Hijo de Dios. Ciertamente era esencial: esta herejía de hecho abolía la Santísima Trinidad; si prevaleciera, dejaríamos de ser cristianos. Pero las definiciones dogmáticas de los concilios resolvieron la controversia y el arrianismo fue derrotado. La crisis moral del papado, como su propio nombre lo indica, fue moral, no dogmática ni doctrinal. Las persecuciones iluministas, masónicas y comunistas venían de fuera de la Iglesia, y por eso mismo la fortalecían, a diferencia de las persecuciones internas, como ocurrió en la crisis arriana o en la época de los papas, cardenales y obispos inmorales. Pero hoy la crisis de la Iglesia se revela como un relativismo total. El concepto mismo de verdad ya no existe: las verdades cambian; la verdad teológica, la verdad dogmática, las verdades morales y litúrgicas, todo es mutable. Eso es lo más peligroso, porque nos tira todo fundamento de fe, adaptada a los postulados del mundo incrédulo, ateo y materialista de nuestro tiempo.

¿Hay salida para esta crisis?

La Iglesia es de Dios; no está en nuestras manos, y debemos tener visión sobrenatural, confiando que Dios conducirá de nuevo la Iglesia a una verdadera primavera, al florecimiento de una vida profundamente cristiana, devota, de un nuevo celo de santidad entre el clero, de recuperación de la sacralidad de la liturgia, de un nuevo afán misionero de predicar a Jesucristo sin compromisos ni relativismos, como hacían los apóstoles y los primeros cristianos. Esto ya está empezando a suceder, en realidad. En medio de la crisis, vemos pequeñas realidades en todo el mundo occidental de un verdadero renacimiento espiritual, doctrinal y litúrgico. Son pequeñas comunidades, familias jóvenes y numerosas, nuevos seminaristas y sacerdotes que desean la integralidad de la fe de la Iglesia de siempre, la belleza y sacralidad de la liturgia de todos los tiempos y de los santos. Esta es obra del Espíritu Santo y nos da esperanza y coraje. Fíjese que es algo que no viene de arriba; viene de abajo, y Dios ama eso. Él llama a los pequeños para confundir a los poderosos. Ese es el método de Dios, que Él usa también en nuestro tiempo: ama y llama a los pequeños, a los que no pertenecen al establishment o a la nomenklatura, para renovar su Iglesia.

Recientemente hemos tenido muchos rumores en torno una posible renuncia del Papa Francisco, pero luego vinieron los eventos de agosto, el consistorio y la visita a la tumba de Celestino V, y no pasó nada. ¿Cree que es posible o deseable que Francisco renuncie?

Lo que pretende o hará Francisco no lo sé, pero creo que ningún Papa debería renunciar si está lúcido y tiene buenos colaboradores. Viajar no es la esencia del munus pontificio, no es su tarea. Puede permanecer en el Vaticano, gobernando la Iglesia con buenos consejeros. La limitación física no es impedimento para que un Papa lleve a cabo su misión. Uno de los papas más grandes en la historia de la Iglesia, San Gregorio Magno, gobernó la Iglesia durante dos años postrado en cama, y gobernó bien. Sería mejor ir hasta el final, a imitación de Cristo en su sufrimiento.

Si el pontificado de Francisco terminara hoy, ¿cómo describiría su legado?

Si tuviéramos una sede vacante hoy, lamentablemente Francisco dejaría una Iglesia aún más confusa que cuando fue elegido. Es simplemente una confusión general. Puedo dar un ejemplo de eso en la actitud del Papa en relación a movimientos como el “camino sinodal” alemán. El primer deber del Papa es confirmar a los hermanos en la fe. Él firma sus documentos como “obispo, siervo de los siervos de Dios”. El griego episkopos significa “vigía” o “vigilante”. La misión del obispo, entonces, es vigilar que los lobos no entren en el redil. Pero Francisco actúa como el pastor que ve a los lobos ya dentro del redil y apenas les dice “oigan lobos, pórtense bien”, sin expulsarlos. Eso es lo que está pasando: Francisco envió una carta a los católicos alemanes en 2019, ahora había este comunicado de la Secretaría de Estado, pero es ingenuidad, ilusión, pensar que el problema se resolverá apenas avisando. Los lobos escuchan y comienzan a maltratar a las ovejas. Esto es lo que está pasando en Alemania y otros países occidentales: maltratan la fe de los simples fieles, difundiendo herejías dentro de la Iglesia impunemente. El Papa ve eso y no va más allá de algunas exhortaciones ineficaces. Es una enorme diferencia de tratamiento en comparación con lo que ha venido ocurriendo con los católicos que prefieren la liturgia tridentina, por ejemplo.

¿Y por qué existe esa diferencia de tratamiento tan evidente?

Este es un enigma para mí. Es difícil decir con certeza cuáles son las verdaderas intenciones del Papa Francisco, pero parece que está siendo influido por su entorno, que, desde un punto de vista objetivo, demuestra tener —y así se ve en documentos como Traditiones Custodes y otros textos de dicasterios vaticanos que tratan de la liturgia tradicional— auténtico desprecio por una liturgia de la cual la Iglesia ha cuidado con mucho amor y cariño, no sólo durante siglos, sino al menos durante un milenio. Tenemos textos manuscritos que muestran que el mismo orden de la Misa ya existía al menos en la época de San Francisco de Asís, en el siglo 13. El Concilio de Trento y el Papa Pío V no cambiaron nada; la liturgia es la misma antes y después de este Concilio. Lo que se hizo fue canonizar la liturgia romana, imponiéndola a las iglesias locales como norma más segura. Solo se podían seguir celebrando liturgias con más de 200 años de existencia, lo cual fue una sabia decisión, porque la Iglesia tiene un gran respeto por la tradición.

Tantos santos amaron la liturgia tradicional, crecieron en ella, sacaron su fuerza de ella; ella no tiene cómo ser perjudicial para nadie. Es como las oraciones que santificaron a las generaciones antiguas; ¿Se imagina que alguien, hoy, decidiera abolir el Credo de los Apóstoles, ya que “los tiempos son otros”? ¿Se imagina a un Papa diciendo que ya no se puede rezar el Credo de los Apóstoles sólo porque es antiguo y que deberíamos redactar un texto nuevo? Incluso si este nuevo credo fuera ortodoxo, ni así entonces los católicos lo aceptarían porque es contrario al uso milenario, santificado. Con el misal llamado “Tridentino” es lo mismo; no puede ser abolido, perseguido o desvalorizado. Lo que está sucediendo es un abuso de poder por parte del Papa, que perjudica el bien espiritual de la Iglesia. Tenemos que orar y pedir, con reverencia, no con desprecio, que el Papa revoque las medidas recientes, porque claramente hacen mal a las almas.

Mientras ello no acontezca, ¿qué deberían hacer los tradicionalistas? ¿Existe el riesgo de que terminen aislándose, creando “guetos”?

Sobre todo, que oren siempre por el Papa y el obispo sin cesar. Desde un punto de vista práctico, cotidiano, el ámbito ordinario de la vida católica es la parroquia, pero la crisis de la Iglesia es tan extraordinaria que exige comprensión con los fieles y las familias que no encuentran una liturgia más digna o no tienen condiciones de seguir buscando buenas misas y homilías, prefiriendo formar grupos que les den la garantía de recibir la sana doctrina católica y tener una liturgia digna. Eso es básico, es justo, pero debe hacerse siempre en comunión con la Iglesia: estos pequeños grupos necesitan, por ejemplo, de un sacerdote autorizado por el obispo o el superior eclesiástico. ¿No existe una pluralidad de pastorales en la Iglesia? Pues estos grupos pueden, todos juntos, contribuir a la renovación de la Iglesia.

Habiendo vivido parte de su vida bajo la persecución comunista, ¿cómo evalúa el acuerdo entre la Santa Sede y China?

Pasé mi infancia dentro de la Iglesia clandestina, perseguida por los comunistas soviéticos; conocí a sacerdotes mártires y confesores, que no eran reconocidos por el gobierno. Y puedo decir que la Iglesia era más viva. Eso no es solo una cuestión de experiencia personal, la historia de la Iglesia lo demuestra con muchos más ejemplos. Pero este acuerdo entre la Santa Sede y el gobierno chino es perjudicial para el verdadero bien de la Iglesia; los heroicos obispos, sacerdotes y fieles de la Iglesia clandestina en China fueron entregados a merced de un gobierno claramente anticristiano, dictatorial, que trata a los cristianos con tiranía; ya está ampliamente comprobado que la Iglesia Católica está siendo utilizada como medio para promover el gobierno comunista. Habría sido mejor no haber hecho ningún acuerdo. Ese gobierno no es eterno, pasará como todos los otros; y cuando eso suceda, será mejor haber sido una Iglesia clandestina fuerte que una Iglesia que tuvo que ceder para ser “aceptada” por el Estado.

Incluso después del acuerdo, continuaron los arrestos de obispos y la destrucción de iglesias, y ahora hay un cardenal siendo juzgado en Hong Kong. ¿Por qué, entonces, la diplomacia vaticana insiste en la renovación del acuerdo?

Eso es un misterio; Yo me hago la misma pregunta. Cuando el Cardenal Ratzinger era todavía Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, una vez se lamentó con un amigo, el Cardenal Joachim Meisner de Colonia —y eso fue contado personalmente Meisner– que la Santa Sede, en las últimas décadas, venía optando más por la política que por la fe, sacrificando la fe en el altar de la política. En esto la Santa Sede debe cambiar. Cristo no era político, los apóstoles no eran políticos. Incluso perseguida, la Iglesia vencerá, como ha vencido a lo largo de su historia.

¿Cuáles son sus expectativas para este Sínodo sobre la sinodalidad? ¿Qué intentarán hacer con él y qué puede efectivamente suceder?

No soy profeta, pero mi experiencia de los sínodos pasados, especialmente los de la Familia y la Amazonía, además de este inicio de la divulgación de informes locales, muestra que intentarán diluir nuevamente la claridad de la fe. El Sínodo podría convertirse en el catalizador de un gran relativismo doctrinal y moral, y no excluyo la posibilidad de que los resultados del Sínodo estén ya preparados de antemano.

Pero más o menos en los Sínodos anteriores no se materializaron las expectativas más radicales.

Es verdad, y espero que el Espíritu Santo también apoye ahora a la Iglesia y al Papa para que no se aprueben cosas como el fin del celibato o la ordenación femenina. Aun así, imagino un clima siempre más y más relativista, en el que todo seguirá siendo cuestionado hasta el agotamiento para desestabilizar a la Iglesia en su moral, doctrina y liturgia; eso es cierto. Por eso debemos rezar mucho por el Papa, para que tenga la fuerza de consolar a la Iglesia y ahuyentar a los lobos hoy vestidos de cardenales y obispos, nombrando verdaderos pastores, intrépidos, celosos y apostólicos.