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viernes, 7 de octubre de 2022

“La Iglesia vive su peor crísis, pero Dios traerá la primavera”, entrevista con Mons. Athanasius Schneider

 SECRETUM MEUM MIHI


Mons. Athanasius Schneider estuvo la semana pasada en Curitiba, Brasil, y en ese contexto fue obtenida la siguiente entrevista en Gazeta Do Povo, firmada por Marcio Antonio Campos y publicada Oct-04-2022. Traducción, con adaptaciones, de Secretum Meum Mihi.

El Papa Francisco acaba de visitar Kazajistán. ¿Cuál es su valoración de esta visita?

La Iglesia católica en Kazajistán es una minoría, un pequeño rebaño del 0,5% de la población en medio de una mayoría musulmana, con una presencia razonable de ortodoxos rusos. Y ese pequeño rebaño se sintió fortalecido en su fe con la venida del Sumo Pontífice, se percibieron a sí mismos como parte de la gran Iglesia universal. Esto tiene mucho valor para nuestros fieles, que acogieron al Papa con amor, respeto y cariño. También Las autoridades políticas, que constituyen un gobierno laico en un país de mayoría musulmana, consideraron la presencia del Papa como una señal de prestigio, ya que la figura del Papa es reconocida como la principal autoridad moral en el mundo, y lo recibieron de modo muy respetuoso y digno. Los ciudadanos no católicos tuvieron la misma actitud: de las 12.000 personas presentes en la misa al aire libre que celebró Francisco, la mayoría eran no católicos. El gobierno preparó todo con mucha generosidad, ofreciendo desde el lugar para la misa hasta asistencia técnica y logística. La Misa se celebró con mucha reverencia, en latín, con canto gregoriano; fue retransmitida en directo por la televisión estatal y mucha gente en Kazajstán pudo ver la ceremonia. Mi esperanza es que esto haya tenido un efecto en la vida de muchos no cristianos que pueden llegar a la fe católica y reconocer la verdad.

Si por ese lado la llegada del Papa fue positiva, no puedo decir lo mismo del motivo oficial de la visita, ya que el Papa fue invitado por el gobierno a participar en el Congreso de Líderes de las Religiones Mundiales y Tradicionales. Considero este tipo de eventos perjudiciales para la vida de la Iglesia, ya que da la impresión de que todas las religiones son más o menos iguales, relativizando la unicidad de la fe católica y de Jesucristo como único camino de salvación. Nuestro Señor aparece allí como uno más de los grandes fundadores y la Iglesia Católica, como una más entre tantas religiones en lo que se convierte en un “supermercado de creencias”. Esto no corresponde a la verdad del Evangelio; los apóstoles nunca harían tal cosa, y es un error por parte de la Santa Sede organizar, participar o permitir que obispos y cardenales participen en tales eventos. La intención es buena, es positiva, promover la paz y el respeto mutuo en un mundo de tanta diversidad étnico-religiosa, pero la forma en que se han llevado a cabo estos congresos, desde Asís hasta ahora, es perjudicial. Y también existe el riesgo de que tales eventos sean “secuestrados” por las élites políticas internacionales para sus propósitos, que son difundir una vaga religiosidad, que niega la unicidad de la religión revelada, cristiana y católica, y la reemplaza por un completo relativismo religioso y la moral, que es uno de los grandes peligros de nuestro tiempo. Si es cierto que estos congresos, hasta el momento, no están fomentando el relativismo moral, al menos están facilitando el relativismo religioso.

¿Cómo, entonces, promover un diálogo que es necesario, incluso frente a problemas como la violencia motivada por diferencias religiosas, sin comprometer la fe?

Hay otras formas de promover la paz, la armonía y el respeto mutuo entre personas de diferentes religiones. Mi propia experiencia demuestra que es más eficaz realizar eventos locales, no internacionales. No un “supermercado de religiones”, sino un encuentro de vida, entre vecinos que somos. Al establecer lazos de amistad verdaderamente humana, damos ejemplo de convivencia respetuosa sin correr el riesgo de relativizar la única fe católica. De esta forma, estamos fomentando, desde la base, la paz y el respeto mutuo.

Además, existe una forma muy importante de acción conjunta y convergencia entre las diferentes religiones, que es la actuación, como conciudadanos, en asuntos fundamentales para el bien de la sociedad. Pensemos, por ejemplo, en la defensa incondicional de la vida no nacida. Desgraciadamente, en congresos internacionales como el que se acaba de realizar, no se hace llamado por el fin del aborto, que considero el mal más hediondo de la humanidad en nuestros tiempos, un verdadero genocidio. Veo aquí una gran omisión de estos congresos, y que solo eso demuestra cómo pueden terminar siendo instrumentalizados por las élites políticas. Otro tema que merece la acción conjunta de las religiones es la clara y vehemente oposición a la ideología de género y a la destrucción del matrimonio natural, de la familia creada por Dios. La ideología de género es contraria a la razón humana; los líderes de las diversas religiones necesitarían unirse contra este verdadero absurdo, pero a nivel mundial esto aún no sucede, de ahí la importancia de comenzar a trabajar juntos a nivel local o regional. Unidos, los representantes de las diversas religiones pueden hacer mucho en estos dos campos: la defensa de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural; y la defensa de la concepción natural del ser humano, de la familia y del matrimonio entre hombre y mujer.

¿Qué valoración hace del estado actual de la Iglesia?

Vivimos una gran crisis, y eso nadie lo puede negar. Estamos atravesando por un gran invierno para la Iglesia: en Europa y América, las iglesias se venden y cierran por falta de fieles; el clero vive una crisis moral; crece la difusión del relativismo religioso y moral dentro de la Iglesia. El ejemplo más evidente es el de la Iglesia en Alemania, pero todo lo que describo ocurre en todo el mundo occidental, con la excepción de África y Europa del Este. En las últimas décadas, la Iglesia parece estar empeñada por adaptarse al espíritu de este mundo, y ahí está la raíz muy profunda de la crisis actual de la Iglesia.

La Iglesia ha pasado por otros tiempos muy difíciles, como la crisis arriana, o la época de los papas inmorales del Renacimiento, o persecuciones no hace muchos siglos atrás. ¿Cómo compara la crisis actual con las crisis pasadas?

Crisis peor que la actual, hasta donde lo puedo ver, no hay manera de que exista. La crisis arriana se concentró en un solo tema, que era la divinidad del Hijo de Dios. Ciertamente era esencial: esta herejía de hecho abolía la Santísima Trinidad; si prevaleciera, dejaríamos de ser cristianos. Pero las definiciones dogmáticas de los concilios resolvieron la controversia y el arrianismo fue derrotado. La crisis moral del papado, como su propio nombre lo indica, fue moral, no dogmática ni doctrinal. Las persecuciones iluministas, masónicas y comunistas venían de fuera de la Iglesia, y por eso mismo la fortalecían, a diferencia de las persecuciones internas, como ocurrió en la crisis arriana o en la época de los papas, cardenales y obispos inmorales. Pero hoy la crisis de la Iglesia se revela como un relativismo total. El concepto mismo de verdad ya no existe: las verdades cambian; la verdad teológica, la verdad dogmática, las verdades morales y litúrgicas, todo es mutable. Eso es lo más peligroso, porque nos tira todo fundamento de fe, adaptada a los postulados del mundo incrédulo, ateo y materialista de nuestro tiempo.

¿Hay salida para esta crisis?

La Iglesia es de Dios; no está en nuestras manos, y debemos tener visión sobrenatural, confiando que Dios conducirá de nuevo la Iglesia a una verdadera primavera, al florecimiento de una vida profundamente cristiana, devota, de un nuevo celo de santidad entre el clero, de recuperación de la sacralidad de la liturgia, de un nuevo afán misionero de predicar a Jesucristo sin compromisos ni relativismos, como hacían los apóstoles y los primeros cristianos. Esto ya está empezando a suceder, en realidad. En medio de la crisis, vemos pequeñas realidades en todo el mundo occidental de un verdadero renacimiento espiritual, doctrinal y litúrgico. Son pequeñas comunidades, familias jóvenes y numerosas, nuevos seminaristas y sacerdotes que desean la integralidad de la fe de la Iglesia de siempre, la belleza y sacralidad de la liturgia de todos los tiempos y de los santos. Esta es obra del Espíritu Santo y nos da esperanza y coraje. Fíjese que es algo que no viene de arriba; viene de abajo, y Dios ama eso. Él llama a los pequeños para confundir a los poderosos. Ese es el método de Dios, que Él usa también en nuestro tiempo: ama y llama a los pequeños, a los que no pertenecen al establishment o a la nomenklatura, para renovar su Iglesia.

Recientemente hemos tenido muchos rumores en torno una posible renuncia del Papa Francisco, pero luego vinieron los eventos de agosto, el consistorio y la visita a la tumba de Celestino V, y no pasó nada. ¿Cree que es posible o deseable que Francisco renuncie?

Lo que pretende o hará Francisco no lo sé, pero creo que ningún Papa debería renunciar si está lúcido y tiene buenos colaboradores. Viajar no es la esencia del munus pontificio, no es su tarea. Puede permanecer en el Vaticano, gobernando la Iglesia con buenos consejeros. La limitación física no es impedimento para que un Papa lleve a cabo su misión. Uno de los papas más grandes en la historia de la Iglesia, San Gregorio Magno, gobernó la Iglesia durante dos años postrado en cama, y gobernó bien. Sería mejor ir hasta el final, a imitación de Cristo en su sufrimiento.

Si el pontificado de Francisco terminara hoy, ¿cómo describiría su legado?

Si tuviéramos una sede vacante hoy, lamentablemente Francisco dejaría una Iglesia aún más confusa que cuando fue elegido. Es simplemente una confusión general. Puedo dar un ejemplo de eso en la actitud del Papa en relación a movimientos como el “camino sinodal” alemán. El primer deber del Papa es confirmar a los hermanos en la fe. Él firma sus documentos como “obispo, siervo de los siervos de Dios”. El griego episkopos significa “vigía” o “vigilante”. La misión del obispo, entonces, es vigilar que los lobos no entren en el redil. Pero Francisco actúa como el pastor que ve a los lobos ya dentro del redil y apenas les dice “oigan lobos, pórtense bien”, sin expulsarlos. Eso es lo que está pasando: Francisco envió una carta a los católicos alemanes en 2019, ahora había este comunicado de la Secretaría de Estado, pero es ingenuidad, ilusión, pensar que el problema se resolverá apenas avisando. Los lobos escuchan y comienzan a maltratar a las ovejas. Esto es lo que está pasando en Alemania y otros países occidentales: maltratan la fe de los simples fieles, difundiendo herejías dentro de la Iglesia impunemente. El Papa ve eso y no va más allá de algunas exhortaciones ineficaces. Es una enorme diferencia de tratamiento en comparación con lo que ha venido ocurriendo con los católicos que prefieren la liturgia tridentina, por ejemplo.

¿Y por qué existe esa diferencia de tratamiento tan evidente?

Este es un enigma para mí. Es difícil decir con certeza cuáles son las verdaderas intenciones del Papa Francisco, pero parece que está siendo influido por su entorno, que, desde un punto de vista objetivo, demuestra tener —y así se ve en documentos como Traditiones Custodes y otros textos de dicasterios vaticanos que tratan de la liturgia tradicional— auténtico desprecio por una liturgia de la cual la Iglesia ha cuidado con mucho amor y cariño, no sólo durante siglos, sino al menos durante un milenio. Tenemos textos manuscritos que muestran que el mismo orden de la Misa ya existía al menos en la época de San Francisco de Asís, en el siglo 13. El Concilio de Trento y el Papa Pío V no cambiaron nada; la liturgia es la misma antes y después de este Concilio. Lo que se hizo fue canonizar la liturgia romana, imponiéndola a las iglesias locales como norma más segura. Solo se podían seguir celebrando liturgias con más de 200 años de existencia, lo cual fue una sabia decisión, porque la Iglesia tiene un gran respeto por la tradición.

Tantos santos amaron la liturgia tradicional, crecieron en ella, sacaron su fuerza de ella; ella no tiene cómo ser perjudicial para nadie. Es como las oraciones que santificaron a las generaciones antiguas; ¿Se imagina que alguien, hoy, decidiera abolir el Credo de los Apóstoles, ya que “los tiempos son otros”? ¿Se imagina a un Papa diciendo que ya no se puede rezar el Credo de los Apóstoles sólo porque es antiguo y que deberíamos redactar un texto nuevo? Incluso si este nuevo credo fuera ortodoxo, ni así entonces los católicos lo aceptarían porque es contrario al uso milenario, santificado. Con el misal llamado “Tridentino” es lo mismo; no puede ser abolido, perseguido o desvalorizado. Lo que está sucediendo es un abuso de poder por parte del Papa, que perjudica el bien espiritual de la Iglesia. Tenemos que orar y pedir, con reverencia, no con desprecio, que el Papa revoque las medidas recientes, porque claramente hacen mal a las almas.

Mientras ello no acontezca, ¿qué deberían hacer los tradicionalistas? ¿Existe el riesgo de que terminen aislándose, creando “guetos”?

Sobre todo, que oren siempre por el Papa y el obispo sin cesar. Desde un punto de vista práctico, cotidiano, el ámbito ordinario de la vida católica es la parroquia, pero la crisis de la Iglesia es tan extraordinaria que exige comprensión con los fieles y las familias que no encuentran una liturgia más digna o no tienen condiciones de seguir buscando buenas misas y homilías, prefiriendo formar grupos que les den la garantía de recibir la sana doctrina católica y tener una liturgia digna. Eso es básico, es justo, pero debe hacerse siempre en comunión con la Iglesia: estos pequeños grupos necesitan, por ejemplo, de un sacerdote autorizado por el obispo o el superior eclesiástico. ¿No existe una pluralidad de pastorales en la Iglesia? Pues estos grupos pueden, todos juntos, contribuir a la renovación de la Iglesia.

Habiendo vivido parte de su vida bajo la persecución comunista, ¿cómo evalúa el acuerdo entre la Santa Sede y China?

Pasé mi infancia dentro de la Iglesia clandestina, perseguida por los comunistas soviéticos; conocí a sacerdotes mártires y confesores, que no eran reconocidos por el gobierno. Y puedo decir que la Iglesia era más viva. Eso no es solo una cuestión de experiencia personal, la historia de la Iglesia lo demuestra con muchos más ejemplos. Pero este acuerdo entre la Santa Sede y el gobierno chino es perjudicial para el verdadero bien de la Iglesia; los heroicos obispos, sacerdotes y fieles de la Iglesia clandestina en China fueron entregados a merced de un gobierno claramente anticristiano, dictatorial, que trata a los cristianos con tiranía; ya está ampliamente comprobado que la Iglesia Católica está siendo utilizada como medio para promover el gobierno comunista. Habría sido mejor no haber hecho ningún acuerdo. Ese gobierno no es eterno, pasará como todos los otros; y cuando eso suceda, será mejor haber sido una Iglesia clandestina fuerte que una Iglesia que tuvo que ceder para ser “aceptada” por el Estado.

Incluso después del acuerdo, continuaron los arrestos de obispos y la destrucción de iglesias, y ahora hay un cardenal siendo juzgado en Hong Kong. ¿Por qué, entonces, la diplomacia vaticana insiste en la renovación del acuerdo?

Eso es un misterio; Yo me hago la misma pregunta. Cuando el Cardenal Ratzinger era todavía Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, una vez se lamentó con un amigo, el Cardenal Joachim Meisner de Colonia —y eso fue contado personalmente Meisner– que la Santa Sede, en las últimas décadas, venía optando más por la política que por la fe, sacrificando la fe en el altar de la política. En esto la Santa Sede debe cambiar. Cristo no era político, los apóstoles no eran políticos. Incluso perseguida, la Iglesia vencerá, como ha vencido a lo largo de su historia.

¿Cuáles son sus expectativas para este Sínodo sobre la sinodalidad? ¿Qué intentarán hacer con él y qué puede efectivamente suceder?

No soy profeta, pero mi experiencia de los sínodos pasados, especialmente los de la Familia y la Amazonía, además de este inicio de la divulgación de informes locales, muestra que intentarán diluir nuevamente la claridad de la fe. El Sínodo podría convertirse en el catalizador de un gran relativismo doctrinal y moral, y no excluyo la posibilidad de que los resultados del Sínodo estén ya preparados de antemano.

Pero más o menos en los Sínodos anteriores no se materializaron las expectativas más radicales.

Es verdad, y espero que el Espíritu Santo también apoye ahora a la Iglesia y al Papa para que no se aprueben cosas como el fin del celibato o la ordenación femenina. Aun así, imagino un clima siempre más y más relativista, en el que todo seguirá siendo cuestionado hasta el agotamiento para desestabilizar a la Iglesia en su moral, doctrina y liturgia; eso es cierto. Por eso debemos rezar mucho por el Papa, para que tenga la fuerza de consolar a la Iglesia y ahuyentar a los lobos hoy vestidos de cardenales y obispos, nombrando verdaderos pastores, intrépidos, celosos y apostólicos.