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lunes, 4 de enero de 2021

Entrevista a Mons. Schneider - Cuestiones doctrinales, morales y litúrgicas de la Iglesia

 QUE NO TE LA CUENTEN

Duración 1:42:57

https://www.youtube.com/watch?v=6F5ie4etBHA&feature=youtu.be


Transcripción de una entrevista

Entrevista realizada por el P. Nilton Bustamante Vásquez, mCR, a Mons. Athanasius Schneider sobre Cuestiones doctrinales, morales y litúrgicas de la Iglesia, el 27 de diciembre de 2020. La misma es un excelente resumen del libro Christus vincit, de reciente aparición (puede adquirirse aquí).

Temas conforme a las preguntas: 

1) Vocación; 2) Diferencia entre magisterio ordinario y extraordinario; 3 y 4)) Adhesión al magisterio; 5) Liturgia tradicional; 6) La «oración de alabanza»; 7) Aborto e infanticidio; 8) La educación de los hijos; 9) Vacunas; 10) Pastores y esperanza cristiana; 11) Nueva evangelización y globalización.


1. ¿Cómo nace su vocación sacerdotal? ¿Su familia fue un factor importante para su vocación? ¿El ejemplo de algún sacerdote?

En mi vocación sacerdotal, dos sacerdotes fueron fundamentales para influir en mi vida. En primer lugar, el beato Aleksyi Zaritski, un sacerdote mártir ucraniano de la época de la iglesia clandestina en la Unión Soviética, que murió como mártir en 1963 en una prisión cerca de Karaganda en Kazajstán. En mi libro «Dominus est» y «Christus vincit» conté la historia de cómo mi madre escondió al padre Aleksyi de la policía en 1958 en las montañas de los Urales. Este sacerdote era el confesor de mis padres. Mis padres siempre nos hablaban del padre Aleksyi y nos decían que no habían encontrado en su vida un sacerdote tan santo como él. Mi padre recordaba a menudo, cuando ya era sacerdote, el ejemplo verdaderamente sacerdotal y apostólico del padre Aleksyi. Pasó noches enteras confesando a los fieles, predicando las verdades de la fe de pie en una pequeña silla para ser mejor visto y oído por los fieles. Cuando predicaba, su rostro estaba pálido y sudaba, ya que estaba exhausto después de tantas horas de escuchar confesiones en una pequeña habitación en las chabolas del gueto alemán en los Urales. Fue un sacerdote completamente dedicado a la salvación de las almas. Fue un verdadero apóstol y misionero. El Beato Aleksyi Zarytsky estuvo presente en mi vida cuando tenía un año. En ese momento vino en secreto desde Karaganda (en Kazajstán) a Tokmok en Kirguistán, donde vivíamos, y celebró una Santa Misa en nuestra casa. Mi madre me metió en el cochecito colocándolo a un lado de la mesa, donde el Beato Aleksyi celebró la Misa. De esta manera, a la edad de un año, me convirtió, por así decirlo, en un monaguillo. El otro sacerdote era el padre Janis Pavlovskis, un sacerdote capuchino de nacionalidad letona, que era el párroco de la iglesia en la ciudad de Tartu en Estonia, donde íbamos regularmente a misa, a unos 100 km cuando vivíamos en Estonia. Con él hice mi primera confesión y él me dio mi primera comunión. Este sacerdote murió en el año 2000 en Riga, Letonia, con la fama de santidad.

2. ¿Nos puede explicar la distinción entre Magisterio Ordinario y Extraordinario? En relación al Magisterio Ordinario, que no son actos definitivos de la enseñanza de la Iglesia, ¿nuestra adhesión debe ser siempre incondicional y absoluta?

La adhesión incondicional y absoluta solo se puede dar a una verdad revelada por Dios. Por tanto, cuando el Magisterio de la Iglesia propone al fiel una verdad revelada por Dios, el fiel está obligado a aceptarla incondicionalmente. En este caso, sin embargo, el Magisterio debe decir de manera muy inequívoca que ésta es una verdad revelada por Dios. Y eso es lo que hace el magisterio, es decir el Papa solo o un concilio ecuménico general cuando finalmente proclama una verdad como dogma, o «ex cathedra». En estos casos, la enseñanza del Magisterio es infalible, no por su propia fuerza, sino por la asistencia del Espíritu Santo, que en tales casos guarda la Iglesia del error. Esto solo ocurre en casos especiales y es por eso que tal declaración se llama declaración del Magisterio extraordinario de enseñanza.

Contradice la vasta tradición de la Iglesia Católica de considerar y designar todas las declaraciones del Magisterio de la Iglesia como infalibles. Desde el principio siempre se ha hecho una necesaria distinción entre cuando el magisterio habla de manera definitiva y extraordinaria y cuando el Magisterio hace declaraciones y decisiones pastorales, disciplinarias. Una infalibilización total del Magisterio contradice la tradición católica. En el caso de las declaraciones y decisiones pastorales, disciplinarias y no definitivas Dios no le ha dado al Magisterio una garantía de infalibilidad, como ha demostrado la historia en algunos casos. Una de las esenciales tareas del Magisterio consiste en eso: rodear la verdad con suficiente seguridad para que estén cerrados las puertas a cualquier interpretación errónea herética.

3. ¿Debemos adherirnos a ciegas a todas las enseñanzas de un documento firmado por el Papa o a documentos de los Concilios Ecuménicos? ¿Ha habido algún caso en la historia de la Iglesia en la que algún Papa o Concilio hayan tenido afirmaciones heréticas, ambiguas?

Por ejemplo, el primer Papa San Pedro erró en su magisterio práctico cuando se comportó públicamente de manera hipócrita en Antioquía, y así socavó las claras decisiones del Concilio de los Apóstoles de Jerusalén en la práctica con respecto a la invalidez de las prescripciones meramente rituales de la Antigua Ley. El Papa Liberio erró cuando él, en el siglo IV, durante la época de la herejía arriana, firmó un Credo muy ambiguo y así favoreció la herejía; y este Papa también excomulgó a San Atanasio, el gran defensor de la fe. El Papa Honorio I en el siglo VII promovió la herejía del monotelismo en dos documentos papales oficiales porque no la condenó y realizó declaraciones muy vagas. El Papa Juan XXII en el siglo XIV ha difundido y defendido el error en varios sermones de que los santos tendrán la visión beatífica de Dios solo después del Juicio Final.

El actual Papa Francisco ha realizado varias declaraciones, incluso en algunos documentos oficiales, como Amoris Laetitia, Fratelli Tutti, en el documento interreligioso de Abu Dhabi, donde algunas verdades de fe se socavan y facilitan la interpretación herética. Algunas declaraciones del Concilio Vaticano II contienen ambigüedades y, por lo tanto, están abiertas a una interpretación herética. A lo largo de la historia se han dado casos de afirmaciones no definitivas de concilios ecuménicos que más tarde, gracias a un sereno debate teológico, fueron matizadas o tácitamente corregidas (por ejemplo, las afirmaciones del Concilio de Florencia con relación al sacramento del Orden, según el cual, la materia la constituía la entrega de instrumentos, cuando la más cierta y constante tradición afirmaba que bastaba con la imposición de manos por parte del obispo; esto fue confirmado por Pío XII en 1947). Si después del Concilio de Florencia los teólogos hubieran aplicado ciegamente el principio de la “hermenéutica de la continuidad”, a dicha declaración del Concilio de Florencia (que es objetivamente errónea), defendiendo la tesis de que la entrega de instrumentos como materia del sacramento del Orden se ajustaba al Magisterio constante, probablemente no se habría llegado a un consenso general de los teólogos con respecto a la verdad que afirma que sólo la imposición de manos por el obispo constituye la verdadera materia del sacramento del Orden.

Hubo otras afirmaciones y decretos de los Concilios Ecuménicos, que no tenían un carácter doctrinal, sino pastoral o disciplinario, pero que, sin embargo, eran erróneos y que luego quedaron obsoletos o fueron en la práctica corregidos por los Papas. El III Concilio Ecuménico de Letrán (1179) estipuló en el Canon 26 que ni los judíos ni los musulmanes podían emplear cristianos como trabajadores en sus hogares. También dijo que los cristianos que se atrevieron a vivir en casas de judíos y musulmanes deberían ser excomulgados. ¿Puede la Iglesia Católica hoy todavía mantener tal afirmación hecha por un Concilio Ecuménico? El IV Concilio Ecuménico de Letrán tituló otra Constitución (Constitución 26) «Los judíos deben distinguirse de los cristianos por su vestimenta». Y la Constitución 27 establece que los judíos no deben ocupar cargos públicos.

4. El estar en desacuerdo con algunas enseñanzas de los Concilios (concretamente del Vaticano II) y con algunas enseñanzas de los Papas (que no son Magisterio Extraordinario) ¿es un acto de desobediencia a la Iglesia, de rebeldía, de racionalismo? y que, por lo tanto, ¿no se está en comunión con la Iglesia?

En este caso ciertamente no se trata de un acto de rebelión, desobediencia o racionalismo. Si fuera así, San Pablo también sería rebelde y desobediente cuando al primer Papa Pedro lo reprendió públicamente por su comportamiento erróneo. La obediencia al Magisterio no es ciega ni incondicional, tiene límites. Donde hay pecado, mortal o de otro tipo, no solo tenemos el derecho, sino el deber de desobedecer. Esto también se aplica en circunstancias en las que se le ordena a uno hacer algo dañino para la integridad de la fe católica o el carácter sagrado de la liturgia.

La historia ha demostrado que un Obispo, una Conferencia Episcopal, un Concilio, o incluso un Papa pronunciaron errores en su Magisterio ordinario y no infalible. ¿Qué deben hacer los fieles en tales circunstancias? En sus diversas obras, Santo Tomás de Aquino enseña que, donde la fe está en peligro, es lícito, incluso adecuado, resistir públicamente a una decisión papal, como lo hizo San Pablo a San Pedro, el primer Papa. En efecto, “San Pablo, que estaba sujeto a San Pedro, lo reprendió públicamente por un riesgo inminente de escándalo en una cuestión de fe. Y San Agustín comentó, “incluso San Pedro mismo dio ejemplo a los mayores en no desdeñarse en ser corregidos aun por los inferiores de haber abandonado el camino recto” (Ad Gálatas 2, 14)” (Summa theologiae, II-II, q. 33, a. 4, ad 2).

Santo Tomás dedica toda una pregunta a la corrección fraterna en la Summa. La corrección fraterna también puede ser dirigida por los súbditos a sus superiores y por los laicos contra los prelados. “Dado que, sin embargo, un acto virtuoso debe ser moderado por las circunstancias debidas, se sigue que cuando un sujeto corrige a su superior, debe hacerlo de manera adecuada, no con descaro y dureza, sino con dulzura y respeto” (Summa theologiae, II-II, q.33, a.4, respondeo). Si existe un peligro para la fe, los súbditos están obligados a reprender públicamente a sus prelados, incluido el Papa: “Por tanto, debido al riesgo de escándalo en la fe, Pablo, que de hecho estaba sujeto a Pedro, lo reprendió públicamente” (ibidem).

La persona y el oficio del Papa tiene su significado en ser sólo el Vicario de Cristo, un instrumento y no un fin, y como tal, este significado debe ser utilizado, si no queremos cambiar la relación entre los medios y el fin al revés. Es importante subrayar esto en un momento en el que, especialmente entre los católicos más devotos, existe mucha confusión al respecto. Y además, la obediencia al Papa o al Obispo es un instrumento, no un fin. El Romano Pontífice tiene autoridad plena e inmediata sobre todos los fieles, y no hay autoridad en la tierra superior a él, pero no puede, ni por declaraciones erróneas ni ambiguas, cambiar y debilitar la integridad de la fe católica, la constitución divina de la Iglesia o la tradición constante del carácter sagrado y sacrificial de la liturgia de la Santa Misa. Si esto sucede, existe la posibilidad y el deber legítimo de los Obispos e incluso de los fieles laicos, no solo de presentar llamamientos privados y públicos y propuestas de corrección doctrinal, sino también actuar en “desobediencia” de una orden papal que cambia o debilita la integridad de la Fe, la Constitución Divina de la Iglesia y la Liturgia. Esta es una circunstancia muy rara, pero posible, que no viola, pero confirma la regla de devoción y obediencia al Papa, llamado a confirmar la fe de sus hermanos. Tales oraciones, apelaciones, propuestas de rectificación doctrinal y una supuesta «desobediencia» son, por el contrario, una expresión de amor al Sumo Pontífice para ayudarlo a convertirse de su peligrosa conducta de descuidar su deber primordial de confirmar a toda la Iglesia de manera inequívoca y vigorosa en la Fe. Debido al amor por el ministerio papal, el honor de la Sede Apostólica y la persona del Romano Pontífice, algunos santos como por ejemplo Santa Brígida de Suecia y Santa Catalina de Siena, no dudaron en amonestar a los Papas, a veces incluso en términos algo fuertes.

5. He oído decir que “no debemos confrontar la liturgia tradicional, concretamente la Misa según el Rito Extraordinario, con ninguna de las recientes ordenaciones litúrgicas aprobadas y promovidas por la Iglesia Jerárquica, ya que es Madre y Maestra, que, guiada por el Espíritu Santo y nunca abandonada por la Providencia Divina, propone lo que en cada momento de la historia juzga más adecuado para el progreso espiritual de sus hijos”. ¿Que nos puede decir al respecto? Según el argumento antes citado, ¿avanzaremos más en el progreso espiritual con la reforma litúrgica que con la tradicional, ya que es lo que conviene a este momento de la historia?

Detrás de esta afirmación hay en última instancia una especie de infalibilización total de todos los actos del Magisterio, incluso aquellos que están inherentemente sujetos a equivocaciones y que son capaces de una modificación, como es el caso de la ordenación de ciertas normas litúrgicas. El propio Concilio Vaticano II dice que ha habido momentos en el curso de la historia de la Iglesia en los que ciertas costumbres litúrgicas, incluso prescritas por la propia Iglesia, han demostrado objetivamente ser desfavorables. El Concilio habla en el documento “Sacrosanctum Concilium” (cf. n. 50) de los elementos litúrgicos que han sufrido daños por circunstancias desfavorables de una época concreta y que han de recuperar ahora el vigor que tenían en los días de los santos Padres, según parezca útil o necesario.

La guía del Espíritu Santo no puede extenderse ciegamente a todas las épocas de la historia de la iglesia. Porque evidentemente hubo épocas en la historia de la Iglesia en las que, durante mucho tiempo, generalmente alrededor de setenta años, los representantes oficiales del Magisterio y el liderazgo de la Iglesia causaron daño espiritual a través de sus acciones. Fue, por ejemplo, ¿el cautiverio babilónico del papado en a Aviñón, que duró setenta años, algo que la Providencia Divina propone lo que en cada momento de la historia juzga más adecuado para el progreso espiritual de sus hijos? La situación del papado en Aviñón no fue un progreso espiritual. ¿Fue el hecho de que en toda la Iglesia de Roma, durante siglos, a los niños inocentes que creían en la presencia de Cristo en la Eucaristía, y deseaban recibir la Sagrada Comunión, se les prohibió recibir la Sagrada Comunión por siglos, fue eso algo que la Providencia Divina propone para el progreso espiritual? Es simplemente imposible que sea algo que la Providencia Divina propone como más adecuado para el progreso espiritual de los fieles, en un rito litúrgico como el Novus Ordo, donde los signos de santidad, de sublimidad, de la reverencia se reducen drásticamente, y sobre todo se debilita claramente el carácter sacrificial de la Misa. Por eso hombres espirituales, que eran grandes hombres de oración y al mismo tiempo también competentes en la liturgia, llamaron con argumentos objetivos a que el Novus Ordo debía reformarse. Se habló de la reforma de la reforma. Y hicieron esa llamada nada menos que el cardenal Ratzinger, que más tarde se convirtió en Papa Benedicto XVI, y en nuestros días el cardenal Robert Sarah, el actual prefecto de la Congregación del Culto Divino.

Con respecto a los defectos objetivos y evidentes del Novus Ordo, no podemos comportarnos como en el cuento del traje nuevo del emperador y alabarlo, aunque nosotros mismos percibamos los defectos de ese rito litúrgico. Con tal comportamiento no estamos haciendo ningún servicio para la Iglesia y tal comportamiento, en última instancia, no es una expresión de verdadero amor por la Iglesia. El movimiento de la reforma de la reforma y el gran amor por el rito de todos los tiempos de la Santa Misa ha llegado ahora a todos los grupos de categorías de los fieles, y especialmente a los jóvenes e incluso a los niños, que se sienten instintivamente tocados en su alma por la gran belleza y santidad que irradia este rito tradicional. Es un rito de todas las edades, de todas las profesiones, de todos los pueblos y naciones, realmente un rito católico en el verdadero sentido de la palabra. Este movimiento de reforma de la reforma y de a difusión cada vez mayor del rito tradicional es en realidad lo que la Providencia Divina propone en nuestro tiempo para el progreso espiritual de los hijos de la Iglesia.

6. Hace poco me expresaba una madre de familia su preocupación por los sacerdotes, las familias, los laicos de su diócesis. Su preocupación nacía al ver cómo un tipo de oración se iba extendiendo por diversas parroquias; la oración a que hacía referencia era la oración de alabanza. Leo el relato de esa madre: “He podido ver un vídeo de dichas oraciones y se observa a los jóvenes moverse hacia los lados con los brazos alzados y algunos de ellos saltaban al son de la música, mientras el sacerdote, alzando la voz, les iba dirigiendo la oración con el Santísimo expuesto. Conozco a estos presbíteros y a alguno de los matrimonios que lo hacen. Hablé con un matrimonio muy piadoso y le comenté que ese tipo de oración provenía del protestantismo y que era terrible ver a los jóvenes rezar de ese modo frente al santísimo, pero ellos me dijeron que les había cambiado la vida como familia y que no por hacer ese tipo de oración habían abandonado la adoración a solas con Dios. Que ambas eran compatibles y beneficiosas…”. ¿Qué nos puede decir al respecto? ¿Encierra algún peligro esa manera de oración o de adoración? ¿Es recomendable? ¿Se puede justificar por los “frutos”, o “dones” que dicen haber como la glosolalia, las lágrimas, etc.?

Aquí estoy siguiendo las muy sólidas y competentes observaciones del muy conocido devoto y gran liturgista Sr. Peter Kwasniewski, de los Estados Unidos.

La primera cualidad de la liturgia es la santidad, la idoneidad para la celebración de los sagrados misterios de Cristo, y la libertad de la mundanalidad, o incluso de lo que sugiere el dominio secular. Por eso es especialmente importante que la música litúrgica esté y parezca estar exclusivamente conectada y consagrada a la liturgia de la Iglesia. Si el estilo musical se toma prestado del mundo exterior y se lleva al templo, profana la liturgia y daña el progreso espiritual de la gente. La música sacra no debe tener reminiscencias de la música secular, ni en sí misma ni en la forma en que se interpreta. Además, el enfoque instrumental, con el uso de guitarras, el tocar la batería, transmite fuertemente la atmósfera de la música secular, ya que estos instrumentos están asociados a estilos que tienen en común su naturaleza extra-eclesiástica: el repertorio de sala de conciertos, jazz, rock antiguo y folklore contemporáneo. El estilo del canto cristiano popular constituye uno de los mayores problemas. La voz se desliza de un tono a otro, con la pala y el gorjeo que se derivan de los estilos de jazz y pop. Tal estilo se opone al tono puro y la armonía lúcida que se persigue en los conjuntos polifónicos y a la unanimidad tranquila que se busca en el canto Gregoriano al unísono, que simbolizan la unidad y la catolicidad de la Iglesia. El ritmo métrico regular y las melodías sugieren un confinamiento a lo terrenal y el consuelo de la familiaridad, porque carecen de grandeza, carecen de majestad, carecen de dignidad, de sublimidad y de trascendencia, en oposición a las melodías del canto tradicional, que tan bien evocan la eternidad, el infinito y la «transcendencia» del divino. Una prueba de si un estilo de música propuesto para la Iglesia es verdaderamente universal, es preguntarse, si imponerlo, por ejemplo, folklore, jazz, pop, rock, a un país o pueblo extranjero sería una especie de imperialismo. Con el canto gregoriano, la respuesta es obviamente no, porque, como el latín, el canto gregoriano no pertenece a ninguna nación, a ningún pueblo, período o movimiento: se desarrolló lentamente desde la antigüedad de los tiempos de los Apóstoles hasta los siglos más recientes; los compositores del canto gregoriano son predominantemente anónimos; fue asumido por la Iglesia de rito latino como el vestido musical definitivo de su liturgia. En resumen, dondequiera que viajó la liturgia latina por el mundo, allí también viajó el canto gregoriano, y nunca se ha percibido como otra cosa que “la voz de la Iglesia en oración”. En contraste, el estilo de las canciones carismáticas de Alabanza y Adoración es obviamente contemporáneo, estadounidense y secular. Si los misioneros impusieran estas canciones a alguna tribu indígena en otras partes del mundo, sería comparable a pedirles que se vistan, coman y hablen como estadounidenses. En ese sentido, es comparable a los jeans, Coca-Cola y iPhones.

San Agustín en las Confesiones se pregunta sobre si la música debería tener algún papel en la liturgia, debido al peligro de que pueda llamar demasiado la atención sobre sí misma o sobre su ejecutante. Finalmente, San Agustín concluye que la música puede y debe tener un papel, pero solo si es extremadamente reservado y moderado. Un hermoso canto de un salmo puede provocar lágrimas, pero son las lágrimas de los espiritualmente sensibles. El «afecto del corazón» del que habla san Agustín es un suave movimiento del corazón hacia lo divino y alejándose de la dependencia de los sentidos y los apetitos de la carne. Una cultura predispuesta a pensar que todo el mundo debería estar «en la exaltación y euforia» a través del atletismo, las drogas, los conciertos de rock, también incitará a los fieles a pensar que la oración y la adoración deberían ser de la misma manera. ¡Uno debería sentirse «en la exaltación y euforia»! La música sacra nunca ha tenido como objetivo un subidón tan emocional. De hecho, lo ha evitado concienzudamente, para protegerse del peligro de que el hombre caído se sumerja en (y se limite) a sus sentimientos. “La Divina Providencia ha dispuesto que la música litúrgica sea austera e inflexible a los caprichos personales; los sentimientos de profunda reverencia mezclados con temor de Dios y amor de Dios rompen las trampas que Satanás ha tendido para el cantante de la Iglesia” (Dom Gregory Hügle, O.S.B: The Caecilia, vol. 61, n. 1 (January 1934), 36). La música sacra mueve suavemente las emociones del hombre para apoyar y promover las actividades intelectuales de meditación y contemplación. Este enfoque corresponde al consejo de los maestros espirituales de todas las edades, quienes, aunque reconocen que la emoción (o sentimiento o pasión) tiene un valor y un lugar legítimos en la vida humana, son cautelosos a la hora de fomentarla o aprovecharla para el ascenso de la mente a Dios. Es más probable que la emoción tenga un efecto de enturbiamiento o distracción que uno que aclare o concentre; puede conducir a una ilusión de auto-trascendencia que es evanescente y decepcionante. El pentecostalismo es un nuevo fenómeno, en un sentido, casi una nueva religión. El pentecostalista, carismático, sentimentalista, y la experiencia irracional religiosa ha penetrado en muchas confesiones cristianas e incluso religiones no cristianas y presenta un peligro espiritual real.

Tenemos dos ramas principales en el cristianismo: la cristiandad católico- ortodoxa que es sacramental y tiene sus sacerdotes y una jerarquía episcopal y la protestante que no lo tiene. Y ahora, tenemos una nueva rama cristiana, la pentecostalista, que iguala la esencia de la religión con el sentimiento y el irracionalismo, aunque ya estos principios fueron anticipados de alguna forma por Martín Lutero. La nueva religión evangélica cristiana es peligrosa y lleva a la destrucción de la virtud de la religión, la auténtica relación con Dios. El pentecostalismo termina en subjetivismo y en arbitrariedad. La experiencia y el sentimiento se convierten en la medida de todas las cosas. Hay una falta de razón, de verdad, del temor de Dios necesario. Sin embargo, la Revelación divina está intrínsecamente unida a la razón y a la verdad, Jesucristo, el Hijo Encarnado de Dios, es la palabra, el Logos, la verdad, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. En el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre la Virgen María y los Apóstoles y los discípulos de Cristo, no hablaban palabras ininteligibles sino idiomas bien articulados, que todo el mundo podía entender. En Pentecostés, Nuestra Señora y los Apóstoles no cayeron al suelo y “descansaron en el espíritu”, como ocurre en muchos eventos de la Renovación Carismática en nuestros días. El día de Pentecostés, la Virgen María y los Apóstoles no practicaron la glosolalia hablando de forma incoherente o ininteligible, no lloraron, no daban palmas, saltaban o bailaban como ocurre de forma característica en muchos eventos y liturgias carismáticas católicas. La sagrada liturgia usa la expresión “sobria ebrietas Spiritus”, que significa una “ebriedad sobria” con El Espíritu Santo. Esto significa tener un corazón ardiente y sin embargo permanecer sobrio, ordenado, guiado por la razón, maravillado por lo sobrenatural y por la fe.

7. La doctrina de la Iglesia es, lógicamente, muy clara en relación con la sacralidad de la vida humana, aunque echo en falta una actualización de los pastores en esa batalla que entiendo debe ser «a tiempo y a destiempo», y sin embargo observo un cierto abandono de ese frente. ¿Ha habido algún pronunciamiento en relación con el infanticidio legalizado en Nueva York y otros lugares?

El Concilio Vaticano II hizo esta famosa declaración sobre el aborto, que era un crimen atroz e indescriptible (cf. Gaudium et Spes, 51). El Papa Juan Pablo II ha dedicado una encíclica a la protección de la vida humana con el título «Evangelium vitae», en la que condenó todas las formas de matar la vida por nacer en términos muy enérgicos. El infanticidio es, en última instancia, la consecuencia lógica del cruel asesinato de un niño en el útero. Con respecto a la ley de infanticidio en los EE. UU. (en el Estado de New York), el Vaticano y los obispos responsables en los EE. UU. no reaccionaron con la suficiente claridad ni energía. Los políticos que se dicen a sí mismos católicos y que han apoyado y defendido públicamente tales leyes deberían haber sido excomulgados. Dejar a tales católicos impunes significa en última instancia una profanación del nombre «católico» y una vergüenza para la Iglesia católica. Es una omisión flagrante de los responsables en la Iglesia.

8. En el caso de España se prepara una ley que viola gravemente los derechos de la familia, arrebatándola la educación de sus hijos. Ante ese atropello ¿no debería pronunciarse la Santa Sede? ¿Cuál es la enseñanza de la Iglesia respecto a la educación de los hijos?

Papa León XIII enseña: “En la medida en que el hogar doméstico es antecedente, tanto en la idea como en la realidad, de la reunión de los hombres en una sociedad, la familia debe tener necesariamente derechos y deberes anteriores a los de la sociedad, ellos son fundamentados de manera más inmediata en la naturaleza … La afirmación, entonces, de que el gobierno civil debería, a su opción, entrometerse y ejercer un control íntimo sobre la familia y el hogar es un gran y pernicioso error. La autoridad paterna no puede ser abolida ni absorbida por el Estado; porque tiene la misma fuente que la vida humana misma” (Rerum Novarum). Existe un documento muy importante y fundamental de la Santa Sede sobre este tema, la Carta de los Derechos de la Familia del Pontificio Consejo para la Familia del 22 de octubre de 1983, donde se dice: “Dado que han conferido la vida a sus hijos, los padres tienen el derecho original, primario e inalienable de educarlos; por tanto, deben ser reconocidos como los primeros y principales educadores de sus hijos. a) Los padres tienen derecho a educar a sus hijos conforme a sus convicciones morales y religiosas, teniendo en cuenta las tradiciones culturales de la familia que favorecen el bien y la dignidad del niño. b) Los padres tienen derecho a elegir libremente las escuelas u otros medios necesarios para educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones. c) Los padres tienen derecho a garantizar que sus hijos no sean obligados a asistir a clases que no estén de acuerdo con sus propias convicciones morales y religiosas. En particular, la educación sexual es un derecho básico de los padres y siempre debe llevarse a cabo bajo su estrecha supervisión, ya sea en el hogar o en los centros educativos elegidos y controlados por ellos. d) Se violan los derechos de los padres cuando el Estado impone un sistema educativo obligatorio del que se excluye toda formación religiosa. e) El derecho primordial de los padres a educar a sus hijos debe respetarse en todas las formas de colaboración entre padres, maestros y autoridades escolares, y en particular en las formas de participación diseñadas para dar voz a los ciudadanos en el funcionamiento de las escuelas y en la formulación e implementación de las políticas educativas».

9. En toda Europa ya no hay vacuna contra el sarampión que no haya sido fabricada con células de fetos humanos abortados. En Alemania por ejemplo se obliga a los padres por ley a vacunar a sus hijos contra el sarampión. Parece que habrá pronto diferentes vacunas contra el nuevo Coronavirus; entre estas vacunas, algunas producidas con células de fetos abortados y otras que fueron producidas sin células de fetos abortados. Especialistas no excluyen que el ARN mensajero pueda producir una mutación en el ser humano. ¿Qué debemos hacer frente a este panorama problemático éticamente?

En el caso de las vacunas elaboradas a partir de líneas celulares de fetos humanos abortados vemos una clara contradicción: es decir, de un lado, entre la doctrina católica que rechaza categóricamente, y más allá de la sombra de una ambigüedad, el aborto en todos los casos como un grave mal moral que clama al cielo por venganza (ver Catecismo de la Iglesia Católica 2268, 2270 y sigs.), y la práctica de considerar las vacunas derivadas de líneas celulares fetales abortadas como moralmente aceptables en casos excepcionales de “necesidad urgente”, sobre la base de una cooperación material remota pasiva. El principio teológico de la cooperación material es ciertamente válido y puede aplicarse a una gran cantidad de casos (pago de impuestos, uso de productos del trabajo de esclavitud, etc.). Sin embargo, este principio difícilmente se puede aplicar al caso de las vacunas elaboradas a partir de líneas celulares fetales, porque quienes las reciben consciente y voluntariamente, entran en una especie de concatenación, aunque muy remota, con el proceso de la industria del aborto. El crimen del aborto es tan monstruoso que cualquier tipo de concatenación con este crimen, incluso uno muy remoto, es inmoral y no puede ser aceptado en ninguna circunstancia por un católico una vez que ha tomado plena conciencia de él. Quien usa estas vacunas debe darse cuenta de que su cuerpo se está beneficiando de los «frutos» de uno de los mayores crímenes de la humanidad (aunque con pasos remotos mediante una serie de procesos químicos).

Una comparación puede ilustrar esto. Los primeros cristianos pagaban impuestos al estado pagano, aunque sabían que parte de estos impuestos era utilizado por el estado para financiar la idolatría. Pero cuando cada cristiano se enfrentó a la idolatría y tuvo que poner un grano de incienso frente a una estatua del ídolo, los cristianos se negaron y prefirieron morir como mártires. Cualquier vínculo con el proceso de aborto, incluso el más remoto e implícito, ensombrecerá el deber de la Iglesia de dar testimonio inquebrantable de la verdad de que el aborto debe ser rechazado por completo.

Los fines no pueden justificar los medios. Estamos viviendo uno de los peores genocidios conocidos por el hombre. Millones y millones de bebés en todo el mundo han sido sacrificados en el útero de su madre, y día tras día este genocidio oculto continúa a través de la industria del aborto y las tecnologías fetales y el impulso de gobiernos y organismos internacionales para promover tales vacunas como uno de sus objetivos. Los católicos no pueden ceder ahora; hacerlo sería tremendamente irresponsable. La aceptación de estas vacunas por parte de los católicos, sobre la base de que sólo implican una “cooperación remota, pasiva y material” con el mal, haría el juego a sus enemigos y debilitaría el último baluarte contra el aborto. La investigación biomédica que explota a los inocentes no nacidos y utiliza sus cuerpos como «materia prima» para el propósito de las vacunas parece más similar al canibalismo. También debemos considerar que, en el análisis final, para algunos en la industria biomédica, las líneas celulares de los niños no nacidos son un «producto», el abortista y el fabricante de la vacuna son el «proveedor» y los receptores de la vacuna son consumidores. La tecnología basada en el asesinato tiene sus raíces en la desesperanza y termina en la desesperación.

Debemos resistir el mito de que «no hay alternativa». Al contrario, debemos proceder con la esperanza y la convicción de que existen alternativas y que el ingenio humano, con la ayuda de Dios, puede descubrirlas. Este es el único camino de la oscuridad a la luz y de la muerte a la vida. Más que nunca necesitamos el espíritu de los confesores y mártires que evitaron la menor sospecha de colaboración con el mal de su época. La Palabra de Dios dice: “Sed simples como hijos de Dios sin reproche en medio de una generación depravada y perversa, en la cual debéis brillar como luces en el mundo” (Fil. 2, 15).

10. ¿Cómo y dónde encontrar esperanza dada la situación de la Iglesia, especialmente de sus pastores que son los que guían al Pueblo de Dios?

Dios nunca deja su Iglesia. En tiempos de gran necesidad e incluso de fracaso de la mayoría de los obispos, Dios usa medios efectivos para renovar su Iglesia. En una época cuando la persecución de la Iglesia era interna, como fue el caso del arrianismo en el siglo cuarto, san Hilario —el Atanasio del Oeste— hizo la siguiente declaración alentadora: “En esto consiste la particular naturaleza de la Iglesia, que triunfa cuando es derrotada, que se entiende mejor cuando es atacada, que se levanta cuando sus infieles miembros desertan” (De Trin. 7,4). Son muchas las almas que sufren en nuestros días, sobre todo durante los últimos cincuenta años, debido a la tremenda crisis de la Iglesia. Lo más preciado es el sufrimiento escondido de los pequeños, de las personas que han sido expulsadas a la periferia de la Iglesia por el liberal, mundano e incrédulo establishment eclesial. Sus sufrimientos son preciosos, ya que consuelan y fortalecen a Cristo, que sufre de manera mística en nuestra actual crisis de la Iglesia. Creo que en el futuro la Iglesia disminuirá en número y en influencia social directa. Será aún más despreciada y discriminada por el mundo. No excluyo que la Iglesia en el futuro llevará en parte o en ciertas regiones una vida eclesiástica semiclandestina. En tal situación, Dios derramará gracias especiales de la fuerza de la fe, de la pureza de la vida y de la belleza de la liturgia. Sobre todo, creo, que en tal situación Dios le dará a su Iglesia nuevamente valientes Papas, confesores de fe y quizás incluso mártires.

Podemos creer que el triunfo del Inmaculado Corazón, anunciado por Nuestra Señora en Fátima, se preparará primero para un período de purificación de la Iglesia a través de la persecución. Pero el triunfo de Cristo a través del Inmaculado Corazón de María ciertamente lo verá. Es por eso que, incluso en medio de la tribulación actual, debemos vivir con gran esperanza y confianza. Tenemos a Dios, tenemos a Jesús en la Eucaristía, y así tenemos todo. Sin embargo, incluso en medio de tantos Judas clericales dentro de la Iglesia hoy, nosotros tenemos que mantener siempre una visión sobrenatural en la victoria de Cristo, que triunfará a través del sufrimiento de su Esposa, que triunfará por el sufrimiento de los puros y pequeños de todas las clases de los miembros de la Iglesia: niños, jóvenes, familias, religiosos, sacerdotes, obispos y cardenales. Cuando ellos tratan de permanecer fieles a Cristo, cuando se mantienen firmes en la fe católica, cuando viven en castidad y humildad, son los puros y pequeños de la Iglesia. Las siguientes palabras de san Pablo, que se pueden decir de cada alma individual, también se aplican casi en el mismo sentido de la Iglesia, y particularmente de Iglesia de nuestros tiempos: «Si sufrimos con Él, entonces seremos glorificados con Él» (Rm 8,17).

11. ¿Cómo debemos poner en práctica los seglares la nueva evangelización de Europa en un escenario tan hostil como el creado artificialmente por la gobernanza globalista?

Un santo obispo del inicio del cuarto siglo, aun durante la persecución de la Iglesia, nos dejó la siguiente preciada declaración sobre la singularidad de la Iglesia: «La única Iglesia, Católica y Apostólica, permanecerá siempre indestructible, incluso cuando el mundo entero le pague con la guerra en su contra. Porque su Señor la fortaleció diciendo: «¡Ánimo!: Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Así habló San Alejandro de Alejandría, predecesor inmediato de San Atanasio. En el obelisco de la plaza de San Pedro están inscritas las palabras Christus vincit, y la punta del obelisco contiene una reliquia de la verdadera Cruz. La iglesia romana, la sede apostólica de San Pedro, es coronada, por así decirlo, con estas luminosas palabras Christus vincit y con el poder de la santa Cruz de Cristo. En medio de la oscuridad de la actual crisis de nuestro tiempo, nos pueden iluminar y alentar las palabras del Papa León I el Magno (†461), que solía describir la invencible fe de los pequeños de la Iglesia. Afirmaba: «La fe establecida como regalo del Espíritu Santo no temía a cadenas, encarcelamientos, destierros, hambre, fuego, ataques de las bestias salvajes, tormentos refinados de los crueles perseguidores. Por esta fe en todo el mundo, no solo hombres, sino también mujeres, no solo adolescentes imberbes, sino también jovencitas lucharon hasta el derramamiento de su sangre» (Sermón 74,3). Cito una observación muy actual del Arzobispo Fulton J. Sheen quien dice: «¿Quién va a salvar nuestra Iglesia? No lo harán ni nuestros obispos, ni nuestros sacerdotes, ni nuestros religiosos. Es una tarea para vosotros, para el pueblo. Poseéis la inteligencia, los ojos, los oídos para salvar a la Iglesia. Vuestra misión es constatar que vuestros sacerdotes actúan como sacerdotes, vuestros obispos como obispos, y vuestros religiosos como religiosos». Hoy en día, también los laicos permanecen fieles —los pequeños—. Y con su fe pura y simple llevan el peso de la Iglesia sobre sus hombros.

Transcripción del P. Nilton Bustamante Vásquez, mCR,