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lunes, 5 de septiembre de 2022

Algunas reflexiones sobre los milagros




Como dice el título de este artículo, van a ser sólo unas pocas, desde luego no todas, dejando a los lectores que incluyan las que deseen; seguro que mejores que las nuestras.

Los milagros no surgen así como así. Para que se produzcan, salvo excepciones que confirman esta regla, hay que hacer lo posible y lo imposible, humanamente hablando, claro, para merecerlos. Hay que trabajarlos.

Los milagros no son magia… «potagia», producto de una varita mágica, salvo en los casos que Dios quiera. Así pues, a veces tardan y… a veces ni siquiera se producen.

Los milagros, una vez producidos, hay que seguir, salvo excepciones, mereciéndolos, trabajándolos.

Cuando pedimos algo, y todo lo que pedimos suele ser un milagro, algo que consideramos que sin la intervención divina no lograremos, hay que poner en la petición dos cosas: fe y voluntad; o sea, a Dios rogando, sí, pero también con el mazo dando. Nada de sentarse mirando al cielo como bobos… y vagos, a esperar a que… nos caiga la breva. Si vemos los milagros de Nuestro Señor relatados en los Evangelios, todos tienen abundancia de fe pero también de voluntad por parte de sus peticionarios. No hay uno solo, además, en el que el Señor no remarque lo de la fe: «Hágase según vuestra fe», dijo a los leprosos; «Nunca he visto tanta fe en Israel», dijo a los enviados del centurión; «Tu fe te ha curado», etc.

Al mismo tiempo, en todos hay una gran voluntad de parte de los peticionarios. Los leprosos caminan, se mueven, se arriesgan a ser objeto de la ira del pueblo, pero no cejan en su empeño por acercarse a Jesús. La hemorroisa se mete entre la multitud a codazos con tal de tocar Su manto. Aquellos otros cogieron al paralítico, lo subieron a la azotea y quitan tejas y argamasa para abrir un agujero por donde descolgarle, etc.

En todos hay fe ciega en que el Señor les puede curar, pero también esfuerzo, trabajo, voluntad para… ponérselo fácil o al menos demostrar que… ¿se lo merecían?

No es el caso de la conversión de San Pablo, milagro portentoso porque ni él tenía fe, sino todo lo contrario, ni menos aún voluntad, sino todavía menos. Pero es que los designios del Señor son insondables, y Su poder absoluto para hacer con Su viña lo que quiera según Sus planes trazados con Su mente que no funciona como la nuestra porque ya dijo que nosotros no pensamos como Él.

También es muy importante considerar, además, que los milagros, una vez producidos, deben ser objeto de agradecimiento de por vida, no debemos olvidarlos, sino tenerlos muy presentes y dar gracias por ellos siempre, siempre, porque es de bien nacidos ser agradecidos. La primera forma de agradecimiento es reduciendo sustancialmente nuestros pecados; ¡que ya está bien, leche! La segunda es mediante oraciones de agradecimiento, jaculatorias o simplemente un «gracias Señor por…» cada vez que nos acordemos del milagro o lo veamos presente si fue una curación, un empleo, etc.

Asimismo, debemos ser consecuentes con el milagro y no malograrlo. Por ejemplo, ¿se han preguntado ustedes qué fue de los leprosos, de los cojos, paralíticos y endemoniados curados por Nuestro Señor, es decir, objeto de sus milagros? Pues que una vez «arreglados» su vida debió cambiar radicalmente porque debieron pasar de no hacer nada y de vivir de la limosna, a tener que… trabajar. Sí, eso tan duro como es tener que trabajar. Bien, pues debieron ser consecuentes y agradecidos y debieron ponerse a trabajar, y además a hacerlo bien, por causa de… su milagro; quien de ellos no lo hizo pecó dos veces: una por pereza y vagancia, y la otra por malgastar la gracia especial que supuso el milagro que Nuestro Señor le regaló. Ojo al parche que es importante, porque pedimos la curación de, por ejemplo, un niño y luego, una vez curado, nos quejamos de que hay que ver la lata que da. ¡Qué mal haríamos en arrepentirnos de haber pedido y más aún de que se nos concediera aquel milagro! ¡Cuidado con eso!

Pedimos milagros todos los días, porque en realidad nuestras peticiones son siempre algo que sabemos que por nosotros mismos no podemos lograr, pues bien, hagámoslo con fe y pongamos voluntad (trabajo, acción) para que se nos conceda, y, una vez concedido, pongamos agradecimiento en forma de oraciones y para que lo logrado fructifique para mayor gloria de Dios.

Ah, y no se nos olvide que los milagros que pidamos quedan siempre a la consideración de la voluntad de Dios que sabe lo que queremos, pero mucho mejor sabe lo que nos conviene, algo que nosotros no siempre sabemos. Así es que si a pesar de poner mucha fe y mucha voluntad no se nos concede (o tarda, vaya que si tarda), seguro que es porque no nos conviene (al menos en ese momento) y nada más lejos de la voluntad de Dios que hacernos una gracia que vaya a ser para nosotros, en realidad, una desgracia; así es que siempre conformémonos con la voluntad de Dios que Él sí sabe, nosotros no.

Juan Cruz