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lunes, 5 de febrero de 2018

La cruz de Callosa: el furor de la cristianofobia (Padre Custodio Ballester)



"La piedra que desecharon los arquitectos se ha convertido en piedra angular, en piedra de tropieza y roca de escándalo. Tropiezan en ella porque no quieren creer en la Palabra" (1Pedro 2,7)

No es ésta la primera prueba ostentosa de la persecución de los cristianos en España. La cosa viene de lejos, de muy lejos. ¿Recuerdan los tiempos en que el monopolio de la bondad era atributo indiscutible de la Iglesia? ¿Qué ha pasado para que esté a punto de ser condenada por las fuerzas de la cristianofobia como la pura encarnación del mal? 

La más grave acusación que esgrimen hoy contra la Iglesia las fuerzas de progreso que ostentan el poder, es la homofobia.Tal como están las leyes, con sola esta acusación tienen todas las cartas en su mano para declarar a la Iglesia fuera de la ley. Ya llevan una serie de ensayos; pero el más espectacular es el de la demolición y retirada de la cruz de Callosa del Segura.

¿Qué nos ha pasado? Para que al final desaparezca la cruz de la entrada de la iglesia, para que eso sea posible han tenido que pasar muchas cosas. La más determinante de todas, la rendición de muchísimos eclesiásticos que han abdicado de su misión de mensajeros de la Verdad del Evangelio: una Verdad universal, que salva no sólo a los cristianos, sino a toda la humanidad. En efecto, la Iglesia ha tenido en sus manos durante muchísimos siglos la salvación del hombre por los méritos de la Cruz de Cristo y por el seguimiento de su doctrina salvadora. Elemento clave de la vocación consagrada, era la convicción de que sacerdotes, frailes, monjas, obispos y demás gente de Iglesia, eran los instrumentos de que se servía Dios para salvar a cada persona y a la sociedad en su conjunto.

Pero eso cambió tan pronto como aparecieron en el panorama político los partidos redentores, que prometían librar al hombre de todos sus males y construirle un paraíso en la tierra. Y fue justamente el socialismo (que se bifurcó en la subdenominación de comunismo) el que, emulando al cristianismo, cultivó mayormente su dimensión redentora. 

Su guerra a muerte contra el cristianismo no tuvo su momento más eficaz en el asesinato de miles de cristianos (sobre todo curas y monjas) durante la guerra civil, sino en el alistamiento en sus filas de cientos de sacerdotes y monjas durante lo que se llamó el “Contra Franco vivíamos mejor”. 

Lo más grave de esta gente de iglesia es que se adhirió con fervor al credo redentor del socialismo y del aún más extremo comunismo, porque entendieron que era mayor el bien que podían hacer a las almas desde estas ideologías que desde el Evangelio. Y desde su condición de agentes dobles, fueron labrando en sus mentes y en las de los fieles el concepto de superioridad moral de la izquierda. Ésa es la triste realidad, ése es el signo de la traición.

Acomplejados por sus pecados, porque de hombres de barro está hecha la Iglesia, todos los adictos a esta nueva “religión” ocultaron los pecados horribles de esa izquierda a la que se adhirieron con tanta fe. Han convivido con las matanzas del comunismo (las más horribles de la historia reciente) como si estuviesen cargadas de legitimidad y bondad. Y los hay que habiendo sido víctimas de su crueldad, no conformes con disculparlos de mil maneras, hasta han llegado a mostrarles su arrepentimiento (¡las víctimas!) y su propósito de enmienda… por haber provocado con su conducta cristiana la justa ira de sus verdugos.

El resultado fue que habiéndose entregado en cuerpo y alma a estas novedosas doctrinas redentoras, su condición de ministros del Evangelio quedó replegada en los cuarteles de invierno.

Y claro, hoy son cientos de sacerdotes y monjas los que discretamente proclaman “yo nunca he sido de derechas”; y otros más audaces te dicen sin el menor rubor “pues yo soy de izquierdas” o “yo soy comunista”. Porque al final se han imbuido del dogma de la superioridad moral de la izquierda. Es lo que se lleva hoy en muchos ambientes eclesiales. Y estando como están bajo la fascinación de esa superioridad moral de la izquierda, paralizados por los silbos de la serpiente antigua (cf. Apocalipsis 12, 9) vestida con ropajes de progreso, resulta que van los de la superioridad moral a cargar directamente contra la cruz, y no tiembla la tierra, y no pasa nada.

- Los fieles, un día tras otro, defendiendo la cruz como ovejas sin pastor, y al final han de ver impotentes cómo se arrastra el honor de Jesucristo por los suelos. Y es que han ensayado en Callosa de Segura lo que ocurrirá, o al menos pretenden que ocurra, con los símbolos cristianos y hasta con la doctrina católica en el espacio público:
Unos, que tienen el poder, ordenan derribar la Cruz. Otros, que se oponen, hacen guardia para custodiarla. Los primeros, optan por hacer uso de la fuerza pública, la Guardia Civil, para apartar a los segundos y acabar con la legítima resistencia.
Resultado: Cruz derribada y pueblo, que resistía, reprimido por la Guardia Civil a las órdenes del sistema corrupto y degradado. Con nocturnidad y alevosía.
La orden judicial de paralización del desafuero llegó tarde. La Cruz estaba desmontada ya por la piqueta municipal. 
La diferencia es que el pueblo de Callosa ha resistido con fuerza y perseverancia. Diferencia, sí. Con todos aquellos pueblos y ciudades que han asistido pasivamente a la retirada de todos los signos de nuestra fe ante sus narices, cuando no fueron los mismos curas los que directamente lo promovieron.

- Y aquellos que deberían liderar la resistencia del Pueblo de Dios… guardando prudente silencio. Si son “los suyos” los que lo hacen, si son los partidos del progreso y de la superioridad moral los que hacen eso, al rebaño no le queda más remedio que agachar la cabeza y callar. 

La Iglesia Santa humillada en casi todos los pueblos de España. Hoy en Callosa de Segura. ¿Y mañana? Ésa es sólo la primera cruz que cae a manos de los políticos españoles en el siglo XXI. Así empezaron en el siglo XX. Y son los mismos.

Pero gracias a Dios, esa antes anónima localidad de Alicante se ha convertido para los cristianos españoles en la ciudad que no se puede ocultar, en la luz sobre el candelero que alumbra a los bautizados de esta noble y católica nación (cf. Mateo, 5,14). 
Pero vosotros, hijos de Callosa, sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz, vosotros que en un tiempo no erais pueblo y que ahora sois el Pueblo de Dios, de los que antes no se tuvo compasión, pero ahora son compadecidos (1Pedro 2, 9).
¡Bendito el pueblo que sabe defender su cruz y la memoria de sus difuntos! ¡Gracias, Callosa de Segura!

Padre Custodio Ballester