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lunes, 13 de julio de 2020

Las “fake news” de Viganò y asociados, desenmascaradas por un cardenal (Sandro Magister)






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La Santa Sede calla sobre el caso grave del arzobispo Carlo Maria Viganò. También callan la congregación cuyo deber es vigilar sobre la “doctrina de la fe” y el papa Francisco, cuyo mandato original, como sucesor de Pedro, es confirmar en la fe.

Lo que subyace a este silencio es, verosímilmente, la idea de dejar que Viganò vaya a la deriva en solitario. O casi.

Efectivamente, desde que ha empezado a arremeter contra el Concilio Vaticano II -según él un foco de herejías-, sosteniendo que hay que “olvidarse de él totalmente”, el número de personas que están de acuerdo con el ex nuncio apostólico en Estados Unidos ha empezado a disminuir.

Viganò alcanzó la cima de su éxito mediático el 6 de junio con su carta abierta a Donald Trump, al que define como “hijo de la luz” contra el poder de las tinieblas, y con la respuesta entusiasmada del presidente estadounidense en un tuit que se hizo viral.

Pero entonces los temas eran otros, más políticos que doctrinales. Eran los que Viganò había expuesto en el llamamiento anterior, del 8 de mayo, contra -según él- el “Nuevo Orden Mundial” de impronta masónica que esos poderes “sin nombre y sin rostro” quieren alcanzar, para lo cual también doblegan a sus intereses la pandemia del coronavirus.

Este llamamiento lo firmaron, además de Viganò, tres cardenales y ocho obispos. Pero si hoy lanzara otro llamamiento para eliminar todo el Concilio Vaticano II, tal vez ni siquiera uno de esos once estaría dispuesto a firmarlo.

El miembro más cercano a las posiciones de Viganò entre la jerarquía de la Iglesia es Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astana, la capital de Kazajistán.

Es más: fue precisamente un texto de Schneider, publicado el 6 de junio, el que le dio a Viganò el punto de partida para arremeter contra el Concilio Vaticano II.

La diferencia es que mientras Schneider pedía que se “corrigiera” cada error doctrinal contenido en los documentos conciliares, sobre todo en las declaraciones “Dignitatis humanae” sobre la libertad religiosa y “Nostra aetate” acerca de la relación con las religiones no cristianas, Viganò, en un texto publicado el 9 de junio -y en todos sus textos sucesivos- ha sostenido que hay que eliminar todo el Vaticano II.

Exactamente, esta es la formulación que Viganò ha dado a su tesis, en una de sus últimas intervenciones, fechada 4 de julio, en respuesta a algunas preguntas del director de “LifeSite News” John H. Westen:

“Para una persona con sentido común es absurdo querer interpretar un Concilio, dado que este es y debe ser una norma clara e inequívoca de fe y moral. En segundo lugar, si un acto magisterial plantea dudas serias y motivadas de coherencia doctrinal con los que lo han precedido, es evidente que la condena de cada punto heterodoxo individual desacredita, en cualquier caso, todo el documento. Si a esto le añadimos que los errores formulados, o que se pueden leer entre líneas, no se limitan a uno o dos casos, y que a los errores afirmados les corresponde una mole enorme de verdades no ratificadas, podemos preguntarnos si no sea necesario suprimir la última asamblea del catálogo de los Concilios canónicos. La Historia y el ‘sensus fidei’ del pueblo cristiano emitirán la sentencia, mucho antes que lo haga un documento oficial”.

Si este rechazo de Viganò a todo el Concilio Vaticano II no es un acto cismático, es indudable que le falta poco. ¿Quién, entre los obispos y cardenales, querrá seguirlo? Probablemente ninguno.

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Volviendo al obispo Schneider, hay que decir que también sus argumentos son frágiles para quien tiene un mínimo de competencia en la doctrina y en la historia de los dogmas.

Su tesis es que ya en otras ocasiones, a lo largo de su historia, la Iglesia ha corregido errores doctrinales, incluso graves, cometidos en los concilios ecuménicos anteriores, sin con ello “socavar los cimientos de la fe católica”. Por consiguiente, la Iglesia debería hacer hoy lo mismo con las afirmaciones heterodoxas del Vaticano II.

En una intervención del 24 de junio, Schneider puso dos ejemplos de errores doctrinales que fueron seguidamente corregidos:

El primero atribuido al Concilio de Constanza:

“Con una Bula del año 1425 Martín V aprobó los decretos del Concilio de Constanza e incluso el decreto ‘Frequens’ de la 39a sesión (del 1417), un decreto que afirma el error del conciliarismo, es decir, de la superioridad del Concilio sobre el papa. Sin embargo, su sucesor, el papa Eugenio IV, declaró en el año 1446 que aceptaba los decretos del Concilio Ecuménico de Constanza excepto aquellos (de las sesiones 3, 5 y 39) que ‘perjudican los derechos y el primado de la Sede Apostólica’ (absque tamen praeiudicio iuris, dignitatis et praeeminentiae Sedis Apostolicae). El dogma del Concilio Vaticano I sobre el primado del papa rechazó definitivamente el error conciliarista del Concilio Ecuménico de Constanza”.

Y el segundo al Concilio de Florencia:

“Una opinión diferente de la que ha enseñado el Concilio de Florencia sobre la materia del sacramento del Orden, es decir de la ‘traditio instrumentorum’, se permitió en los siglos posteriores a este Concilio y dio lugar al pronunciamiento del papa Pío XII en el año 1947 en la Constitución Apostólica ‘Sacramentum Ordinis’, con la cual corrigió la enseñanza no infalible del Concilio de Florencia, estableciendo que la única materia estrictamente necesaria para la validez del sacramento del Orden es la imposición de las manos del obispo. Con este acto, Pío XII hizo, no un acto de hermenéutica de la continuidad sino, precisamente, una corrección, porque esta doctrina del Concilio de Florencia no reflejaba la doctrina constante y la praxis litúrgica de la Iglesia universal. Ya en el año 1914 el cardenal G.M. van Rossum había escrito respecto a la afirmación del Concilio de Florencia sobre la materia del sacramento del Orden, que aquella doctrina del Concilio es reformable y que incluso hay que abandonarla (cfr. ‘De essentia sacramenti ordinis’, Freiburg 1914, p. 186). Entonces, en este caso concreto no había margen para una hermenéutica de la continuidad”.

No sorprende que, al leer estas líneas, un insigne historiador de la Iglesia de la talla del cardenal Walter Brandmüller, presidente de 1998 a 2009 del comité pontificio de ciencias históricas, se haya alarmado por los errores en ellas contenidas, evidentes para él.

Así, ha decidido enviarle a Schneider un rápido resumen de las inexactitudes, que después ha puesto por escrito en esta nota que ha enviado a Settimo Cielo:

“El concilio de Constanza (1415-1418) puso fin al cisma que había dividido a la Iglesia durante cuarenta años. En ese contexto, a menudo se ha afirmado -y se ha repetido recientemente- que ese concilio, con los decretos ‘Haec sancta’ y ‘Frequens’, definió el conciliarismo, es decir, la superioridad del concilio sobre el papa.

“Pero esto no es en absoluto verdad. La asamblea que emitió esos decretos no era un concilio ecuménico autorizado y que pudiera, por tanto, definir la doctrina de la fe. Se trató, en cambio, de una asamblea en la que participaron sólo los seguidores de Juan XXIII (Baltasar Cossa), uno de los tres ‘papas’ que se disputaban entonces la guía de la Iglesia. Esa asamblea no tenía ninguna autoridad.

“El cisma duró hasta el momento en que se unieron a la asamblea de Constanza también las otras dos partes, a saber: los seguidores de Gregorio XII (Angelo Correr) y la ‘natio hispanica’ de Benedicto XIII (Pedro Martinez de Luna), hecho que aconteció en el otoño de 1417. Sólo a partir de ese momento el ‘concilio’ de Constanza se convirtió en un verdadero concilio ecuménico, a pesar de que aún no había papa, que fue elegido al final.

“Por consiguiente, todos los actos de esa primera fase ‘incompleta’ del concilio y sus documentos no tenían el más mínimo valor canónico, aun siendo eficaces a nivel político en esas circunstancias. Tras el final del concilio, el nuevo y único papa legítimo, Martín V, confirmó los documentos emitidos por la asamblea preconciliar ‘incompleta’, salvo ‘Haec sancta’, ‘Frequens’ y ‘Quilibet tyrannus’.

“‘Frequens’ era válido porque había sido emitido por las tres ex-obediencias reunidas, por lo que no necesitaba ser confirmado. Pero no enseña en absoluto el conciliarismo y tampoco es un documento doctrinal, sino que sólo regula la frecuencia de convocación de los concilios.

“En lo que respecta al concilio de Florencia (1439-1445), es verdad que en el decreto ‘Pro Armenis’ se declaró necesaria para la validez de la ordenación sacerdotal la ‘porrectio instrumentorum’, es decir, la entrega al que se ordena de los instrumentos de su oficio. Y es verdad que Pío XII en la constitución apostólica ‘Sacramentum Ordinis’ estableció que ya no era necesaria para el futuro, y declaró como materia del sacramento la ‘manus impositio’ y como forma los ‘verba applicationem huius materiae determinantia’.

“Pero el concilio de Florencia, respecto a la ordenación sacerdotal, no abordó en absoluto la doctrina. Sólo reguló el rito litúrgico. Y hay que recordar que siempre es la Iglesia la que ordena la forma ritual de los sacramentos”.

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Hasta aquí las notas del cardenal Brandmüller sobre las “fake news” de las que se alimenta la oposición al Concilio Vaticano II que tiene en Schneider, pero más aún en Viganò, a sus puntas de lanza.

Asombra el hecho de que, con sus 91 años, Brandmüller sea el único cardenal que se pronuncie, de manera crítica y argumentada, contra la operación de rechazo al Concilio que ha estallado en estas últimas semanas.

Como también asombra el silencio sobre el caso Viganò de otro cardenal, normalmente muy combativo y locuaz, como Gerhard L. Müller, que fue el penúltimo prefecto de la congregación para la doctrina de la fe y, por consiguiente, una persona -suponemos- muy sensible a estas cuestiones.

Por desgracia, Müller es también uno de los tres cardenales que firmaron el manifiesto político de Viganò del 8 de mayo contra el “Nuevo Orden Mundial”. ¿Tal vez se siente obligado a callar debido a su incauto proceder anterior?

Sandro Magister