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lunes, 7 de enero de 2019

El lenguaje de Francisco, deliberadamente impreciso (Stefano Fontana)



En tan solo unos días el Papa Francisco ha hecho tres afirmaciones cuyo contenido es muy problemático. En primer lugar, ha dicho que María no nació santa sino que se convirtió en santa porque nadie nace santo, se hace. Después, ha afirmado que el cristianismo es revolucionario. Finalmente, ha dicho que es mejor ser ateos antes que ir a la Iglesia y después portarse mal; “Hay gente que es capaz de componer oraciones ateas, sin Dios, y lo hace para ser admirado por los demás. ¡Y cuántas veces asistimos al escándalo de personas que van a la Iglesia y están allí todo el día, o van todos los días, y después viven odiando a los demás o hablando mal de la gente! Mejor no ir a la Iglesia; vive así, como si fueras ateo. Pero si vas a la Iglesia, vive como hijo, como hermano y da un testimonio verdadero, no un contra-testimonio”.

La primera afirmación pone en entredicho la correcta interpretación del dogma de la Inmaculada Concepción. 

La segunda se opone a las enseñanzas de muchísimos pontífices que han proclamado la incompatibilidad entre el concepto de revolución y la fe cristiana. 

La tercera es un enredo de graves cuestiones teológicas y pastorales que necesitan ser descifradas con un fino trabajo de exégesis que, sin embargo, ningún fiel es capaz de hacer. 

De aquí el “conflicto de las interpretaciones” y el desconcierto de tantos que -en cambio- esperan del Papa pocas palabras y claras. Para confundirnos, dicen, ya estamos nosotros.

La tercera afirmación referida a los ateos y a los incoherentes frecuentadores de la misa está, entre otras cosas, en contradicción con otras enseñanzas del mismo Francisco

Es conocida -y discutida- la afirmación de la Evangelii gaudium recogida en la famosa nota 351 de Amoris laetitia, según la cual “la Eucaristía no es un premio para los perfectos sino una ayuda para los débiles”. Siempre que sea así, no se comprende por qué se supone que es mejor ser ateos antes que ir a la iglesia siendo cristianos incoherentes. Se pide aquí coherencia como requisito absoluto, mientras que, en nombre de una superior misericordia, a los divorciados que se vuelven a casar ya no se les pide la coherencia de vivir como hermanos según las indicaciones de Familiaris consortio 84.

De todas formas, la frase, incluso examinada por sí misma, presenta algunas sombras teológicas. El ateísmo, cuando es culpable, un tiempo era considerado pecado. Hoy, de hecho, ya no es así, pues se piensa que Dios se revela en todos los hombres, y por tanto, en los ateos también. Esta es la razón por la que se conceden las iglesias a las cátedras de los no creyentes y se les permite enseñar (en la iglesia) que Dios no existe. 

El ateísmo es la situación del hombre que, conscientemente, rechaza a Dios. ¿Cómo es posible que semejante situación de vida sea preferible a la de quien acude a la iglesia aun sin conseguir, después, ser completamente cristiano en la vida práctica? De este modo la coherencia se convierte en criterio de valoración en lugar de ser contenido de verdad

Un ateo coherente sería preferible a un cristiano incoherente. Puede ser correcto criticar la hipocresía, aunque hoy en día (seamos serios…), ¿cuántos van a la iglesia a diario “para ser admirados por los demás”? Es problemático indicar la coherencia del ateo como alternativa.

La frecuencia con la que el Papa Francisco pronuncia frases problemáticas como estas confirma un cambio significativo del lenguaje pontificio en el que, desde hace tiempo, se centran estudiosos y observadores.

El ejemplo máximo de este nuevo código de comunicación es Amoris laetitia

- Se trata de un lenguaje deliberadamente impreciso, alusivo, evocativo, difuminado, volátil y ondeante

- Un lenguaje que formula preguntas sin respuestas, contraposiciones dialécticas sin síntesis, polaridades sin combustión y que, a menudo, utiliza frases del tipo “sí…pero”, donde el “pero” introduce no sólo atenuantes, sino también excepciones. 

- Es un lenguaje por imágenes más que por conceptos y que tiene una problemática interpretación teológica: la doctrina como piedras lanzadas, la tradición que no es un museo, el pecado que es llamado fragilidad, el confesionario que no debe ser una sala de tortura… 

- Es un lenguaje que no cierra sino que abre; que no especifica, pero que plantea preguntas; que no confirma, pero hace que surjan dudas. Un lenguaje “en tensión”, histórico, biográfico, existencial, dinámico, que procede por contraposiciones y contradicciones, y que inquieta.

La cuestión principal ante estos cambios evidentes sobre los que, repito, ya se han escrito libros y libros, es si tras este cambio de lenguaje hay, también, una transformación de la concepción del papado mismo

El lenguaje nunca es solo lenguaje. Cuando se utilizan palabras nuevas para indicar las cosas de antes significa que ha nacido una nueva doctrina que las ve de manera diferente.

Esto significa que si se quiere que nazca una nueva manera de pensar hay que hablar de forma diferente. Y, en este sentido, el lenguaje del Papa Francisco es la radicalización coherente del paso, que comenzó con el Vaticano II, de la doctrina a la pastoral, de la naturaleza a la historia, de la metafísica a la hermenéutica.

Y esto no podía no terminar incluyendo también el papel del papa en la Iglesia.

Stefano Fontana 

traducido por Isabel Matarazzo para InfoVaticana.