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sábado, 28 de marzo de 2020

Jn 13, 31-32




En cuanto salió (Judas), dijo Jesús: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, Dios también lo glorificara a él en sí mismo, y pronto le glorificará”.

Casi un trabalenguas, pero no hay que desesperar. Estas son las palabras que salen de la boca de Jesús en el momento en que Judas se marcha. Hace un momento, hemos leído que “Jesús se turbó en su espíritu”(Jn. 13, 21) al hablar de la traición que iba a sufrir a manos de Judas Iscariote. ¿Cómo puede pasar tan pronto a hablar de que esto, que es la traición que le llevará a su muerte, también el momento de la gloria?

Ante el sufrimiento presente o en que nos va a venir, fácilmente nos vemos desbordados y completamente absortos en nuestro dolor. La angustia del mundo ahora mismo a causa de la pandemia es prueba de ello. Y cada caso, dentro de las UCI de tantos hospitales, verdaderas tragedias humanas… muchas veces se quedarán es eso… tragedias humanas, puramente humanas. Jesús, sin embargo, ante el sufrimiento, es capaz de mantener esa visión sobrenatural, que tantas veces se queda relegado, para nosotros, en un consuelo que tan solo somos capaces de ver después de terminada la tribulación. Y menuda pena, puesto que no vemos la situación en su totalidad, y así no le podemos dar todo su valor y todo su significado.

Jesús ve en la cruz que ha de sufrir la gloria venidera. Jesús, al aceptar el suplicio que significa para él su obediencia al Padre exclama, “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él”. No se encierra en el dolor del momento por la traición de un amigo. No se queda anulado ante el dolor físico que le vendrá encima dentro de poco. Sino que es capaz de ver esta aceptación de la voluntad de su Padre como la glorificación del Hijo del hombre.

Para el que está cerca del Señor, las cruces son su gloria. Las dificultades son su manera de compartir la cruz. Y la Cruz es la única manera de tomar a asalto el Reino de Cielo. Nos queda pedirle al Señor que no nos deje quedarnos ciegos a la realidad sobrenatural ante el sufrimiento terrenal. En los momentos de mayor dificultad y sufrimiento, al igual que hizo Jesús, podemos glorificar a Dios, aceptando su voluntad con el amor a un Padre que solo quiere el bien de sus hijos. Seguramente no veremos ese bien con claridad, pero sí podemos saber que el hecho de que nos amoldemos a la voluntad del Padre, muriendo a la nuestra propia, siempre glorifica a Dios.

Suficiente por hoy. Que el Señor nos conceda tal claridad ante el sufrimiento venidero. 
 
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