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viernes, 26 de octubre de 2018

El defenestrado obispo de Memphis achaca su cese a una ‘venganza’ de Wuerl (Carlos Esteban)



Resultó bastante inusual el fulminante cese, el pasado 24, del obispo de Memphis, Martin Holley, por “mala gestión”. Se sospechó algo más, tal como está el clima en el episcopado americano. Y ahora el defenestrado Holley asegura a CNA que todo ha sido una venganza del ex arzobispo de Washington, Donald Wuerl, por frustrarle un nombramiento en la Curia vaticana.

Tenemos que admitir que, de primeras y sin conocer nada más, el cese fulminante por el Vaticano del obispo Martin Holley, de Memphis, ‘sonaba’ bien. Después de todas las revelaciones de este verano terrible sobre encubrimiento de abusos sexuales del clero por parte de obispos -el caso McCarrick, el informe del gran jurado de Pensilvania, la exasperante inacción de Roma, llena de buenas palabras se hacía cada día más inexplicable. Los fieles querían ver acción, acción efectiva y visible, sobre todo, en forma de ‘cabezas rodando’. Así que la defenestración de, al menos, un obispo americano, por más que se justificara con el vago motivo de ‘mala gestión’, parecía un paso en la dirección acertada.

Sólo que nada parecía cuadrar en este caso. El Vaticano ha sido consistente, hasta tozudo, en su inactividad en este asunto. Ni siquiera parecía haber modo de que Roma aceptara al más obvio de los ‘reemplazables’, el cardenal Donald Wuerl, sucesor de McCarrick al frente de la Archidiósesis de Washington y citado casi doscientas veces en el informe del gran jurado de Pensilvania.

Wuerl tenía a sus propios sacerdotes en pie de guerra, cancelaba actos por temor al ‘odium populi’ y las voces pidiendo su sustitución eran ya un clamor. Al fin el Papa se vio forzado a actuar en una forma que nos recuerda poderosísimamente a la aceptación de la dimisión su flamante primer prefecto para las comunicaciones vaticanas, Monseñor Edoardo Viganò, que al poco de estrenarse fue pillado por la prensa mundial en un flagrante intento de manipulación de un texto del Papa Emérito.

Los pasos fueron idénticos. Primero, negación y resistencia. Cuando la situación se vuelve imposible, el despido toma la forma de dimisión aceptada, que se realiza con una carta pública en la que se pone por las nubes al defenestrado. Y, por último, se le deja en su puesto con otro nombre.

En el caso de Wuerl, su dimisión llevaba ya -por edad canónica- tres años sobre la mesa de Su Santidad, y al aceptarla el Papa lo hizo con una misiva que algún día podría servir en su proceso de canoninación, poniéndole como ejemplo de lo que debe ser un obispo. Y, por último, le ruega que continúe al frente de la archidiócesis como administrador apostólico. El Papa odia, odia, odia que le fuercen a prescindir de alguno de sus hombres.

Y no ha habido más. Al contrario, los obispos elegidos por influencia del pedófilo McCarrick -el trío Cupich, Tobin y Farrell-, lejos de sufrir con su proximidad a la crisis, son objeto de constantes gestos de favor pontificio. Cupich fue elegido para asistir a este ‘sínodo de sínodos’ que se celebra aún en Roma, Farrell fue nombrado responsable del nuevo megadiscasterio para los Laicos, la Familia y la Vida y el nombre de Tobin suena cada vez con más fuerza para sustituir a Wuerl en Washington.

Y en vista de eso, ¿cesan fulminantemente -se negó a dimitir- a un obispo cuyo nombre no se ha mencionado siquiera en la gran polémica de los abusos alegando ‘mala gestión’? Suena tan raro, tan poco propio del modo de actuar de Francisco en esta crisis que la explicación que da el propio Holley resulta eminentemente creíble.

Dice Holley que, en 2012, siendo entonces Holley obispo auxiliar de Washington bajo el liderazgo de Wuerl, el nombre de este se barajó en Roma para que ocupara el cargo de secretario de Estado en la Curia romana. Tradicionalmente, el ‘número dos’ del Vaticano solía ser el prefecto para la Doctrina de la Fe, pero hace ya más de medio siglo que la politización burocrática entró en la Iglesia, convirtiendo al secretario de Estado en el verdadero ‘hombre fuerte’ después del Papa.

Un cargo de tanta importancia no se da sin el debido proceso de consultas, y entre estas, Benedicto tuvo a bien recabar la opinión del obispo Holley que, al parecer, no consideraba a su superior la persona indicada para tan alto puesto. Sea como fuere, Wuerl no obtuvo el cargo y achacó a Holley, en opinión de este, su fracaso. Y este es el motivo, opina Holley, de que Roma abriera una investigación sobre su gestión que ha desembocado en su cese por Roma: la venganza. “Me interpuse en su camino hacia algo que deseaba”, asegura Holley.

La versión oficial es que la investigación se inicia a raíz de las fuertes críticas que provocaron la decisión de Holley de reasignar a dos tercios de sus sesenta sacerdotes en activo y el nombramiento de un sacerdote canadiense, Padre Clement Machado, como vicario general, moderador de la Curia y canciller de la diócesis.

Carlos Esteban