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jueves, 1 de agosto de 2019

Las acusaciones de Viganó a Edgar Peña, confirmadas desde Maracaibo Marco Tosatti



En esta misma época, hace un año, me llegó la llamada telefónica de Mons. Carlo Maria Viganò, en la que me decía que le gustaría reunirse conmigo para una entrevista sobre el caso McCarrick. Lo que pasó después, lo saben ustedes: la entrevista se transformó en un informe, escrito por el arzobispo y publicado el 26 de agosto pasado. Ahora, un año después, puedo ver lo acertada que fue su previsión. Cuando le pregunté, después de acabar de leer lo que habíamos escrito y tras editar un poco su informe, cuál sería, en su opinión, la reacción del Vaticano y del Pontífice, me respondió más o menos esto: no harán nada, harán que me ataquen personalmente, no responderán en mérito a toda la cuestión y esperarán a que sobre todo este caso se extienda un manto de silencio.

Es exactamente lo que ha ocurrido. Después de la primera respuesta del papa en el avión de vuelta de Dublín -no diré nada-, el papa Bergoglio dejó pasar muchos meses antes de responder a Valentina Alazaraki, de Televisa: no se acordaba si Viganò le había hablado de McCarrick el 23 de junio de 2013. Una justificación tan absurda y, claramente, increíble (había sido el papa el que le había preguntado a Viganò sobre McCarrick; y la respuesta había sido de una gravedad inaudita) que hizo que muchas personas tacharan al papa de mentiroso.

Mientras tanto, McCarrick ha sido condenado mediante un proceso administrativo, muy útil para sus cómplices de ayer y de hoy (Viganò nombró a varios de ellos en su testimonio; ninguno de ellos ha dicho nada y mucho menos han dicho: ¡usted miente!, como haría cualquier persona inocente acusada de omisiones, complicidad y silencios escandalosos).

También se ocultó en cuanto surgió la petición, que venía de Estados Unidos, de una investigación apostólica sobre el caso Viganò, probablemente para evitar que se descubrieron hechos peligrosos.

Hace unos diez meses se prometió que todos los documentos del caso Viganò custodiados en el Vaticano serían estudiados y, si procede, serían hechos públicos. ¿Han sabido ustedes algo? Tampoco debería ser muy difícil localizar esos documentos si, como ha denunciado el ex nuncio, en la Congregación para los Obispos hay un voluminoso dosier sobre McCarrick … Noche y niebla. Ciertamente, un ejemplo de transparencia nos lo ha dado el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos, que acaba de ser confirmado nuevamente -aunque ya ha cumplido los 75 años- como cabeza de la Congregación. En su filípica contra Viganò admitió que, efectivamente, Benedicto XVI había impuesto restricciones o sanciones al cardenal americano. Pero, ¿por qué no dijo que existía una carta sobre este asunto escrita por su predecesor el cardenal Giovanni Battista Re -y, por lo tanto, no sólo un recordatorio verbal- que seguro está en Roma como en Washington? Curioso, ¿no?

Mientras tanto, cada uno de los documentos que han surgido en relación al caso McCarrick, incluido el informe de mons. Anthony Figuereido, secretario de McCarrick y su hombre de confianza en Roma, ha confirmado que el ex nuncio ha dicho la verdad, una verdad que nadie en este Vaticano de la renovación y la transparencia quiere ver. También quieren evitar ver esta verdad los periodistas que informan sobre el Vaticano. Es comprensible: hacer preguntas incómodas, indiscretas y que desentonan con los habituales aleluyas de la prensa nacional e internacional por el pontífice, tan innovador, significa ganarse la antipatía del Gran Jefe y sus jenízaros…

McCarrick es un asunto ya pasado, dirán ustedes. Sin embargo, recientemente mons. Viganò ha lanzado acusaciones graves contra el nuevo Sustituto de la Secretaría de Estado, mons. Pena Parra. El Washington Post, que las había recibido, ha preferido no publicarlas escudándose en que no podía confirmar susodichas acusaciones. Y lo mismo ha hecho el Catholic Herald, en su nueva vida filo-vaticana. Me perdonarán, pero esto es increíble.

Mons. Viganò, en su entrevista, cita a un colega venezolano, Gastón Guisandes López, actualmente director de Qué Pasa, en Maracaibo. Hace unos años, López escribió dos artículos en los que hablaba de un lobby gay de sacerdotes de Maracaibo que incluía dieciséis sacerdotes, entre los cuales Pena Parra. Guisandes López intentó en dos ocasiones que le recibiera el nuncio en Venezuela, mons. Dupuy, sin conseguirlo. No obstante, Guisandes López le escribió una carta denunciando todos los hechos relatados en ambos artículos. Según Viganò, este documento y los resultados de una investigación llevada a cabo in loco están en la Secretaría de Estado: los ha visto con sus ojos.

Guisandes López está sano y salvo. Stilum Curiae e Infovaticana, que ciertamente no tienen los medios de las grandes agencias internacionales, o de los periódicos, se han puesto en contacto con él, que ha confirmado personalmente a Gabriel Ariza los hechos relatados por Viganò, incluidos los artículos y la carta de denuncia al nuncio. ¿No les parece extraño que nadie haya tenido -en los grandes medios de comunicación- la curiosidad de verificar si esas escandalosas noticias que atañen a una de las personas con más poder en el Vaticano ahora, no hace treinta años, son verdaderas? A mí sí me lo parece. Y me pregunto qué habría sucedido si se hubiera tratado de un ministro de Trump, o de Putin, o -por qué no- de Salvini. ¡Qué pena!

Mientras tanto, un año después, todas las preguntas planteadas por Viganò siguen esperando una respuesta. Y no son preguntas insignificantes, pues conciernen a la buena fe y la fiabilidad de las máximas autoridades morales, los vértices de la Iglesia católica.

Pero todo esto parece que no interesa a los periodistas, que evitan con gran cuidado plantear preguntas demasiado incómodas a los poderosos. Las críticas y las dudas las reservan para Viganò…
Marco Tosatti