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viernes, 27 de julio de 2018

El divorcio de la jerarquía católica (Carlos Esteban)




Del ‘levantamiento’ de los laicos del que hablaba ayer hay ya indicios, o al menos lo hay de esa otra mención que hacía en mi artículo, del creciente divorcio entre los fieles y su jerarquía.

La cúpula católica parece decidida a imponer sobre los fieles, no ya una doctrina teológica, lo que sería justo, sino una tendencia política, lo que es a todas luces abusivo. De hecho, leyendo información sobre la Curia y las distintas conferencias episcopales, se diría que lo segundo les preocupa bastante más que lo primero.

Lo último -o penúltimo-, la portada de Famiglia Cristiana identificando a Salvini -cuyo respaldo popular aumenta por día entre los católicos- con Satanás ha podido ser la gota que colme el vaso, sobre todo cuando coincide con la oleada de escándalos que dibujan una jerarquía inmoral, cobarde, mundana y obsesionada con mantenerse en el machito a toda costa, aun a costa del abuso de los más débiles.

En ese panorama, que los jerarcas quieran dar lecciones sobre dónde está Satanás y lo identifiquen con quien quiere poner coto a la entrada masiva de ilegales ha colmado la indignación de muchos. Quizá sea el momento de enseñar a nuestros pastores que su modo de vida, su influencia y su poder dependen enteramente de nosotros, los laicos, y que si mantienen la actual tendencia a convertir la Iglesia en un trasunto progresista de la ONU, se van a quedar solos.

La prensa generalista ha reaccionado con cierto estupor a la evidente violencia pueril de esa portada, que equivale figurativamente a una excomunión. La idea de fondo es que la política restriccionista del Gobierno Conte es antievangélica. En tal caso, imaginamos que la jerarquía, de la que depende la revista, tendrá una política alternativa a la del Gobierno. ¿Podrían especificarla? El Papa ha insistido mucho en la acogida, sin considerar números ni distinguir entre refugiados e inmigrantes económicos, legales e ilegales, y eso está muy bien para los fieles, a efectos personales, individuales, pero ¿cuál es el plan general?

¿Abolimos directamente las fronteras? Si eso es la política católica, es raro no haberlo oído insinuar nunca hasta ahora. ¿Va a renunciar el Estado Vaticano a su condición de tal? Su Santidad, más recientemente, quizá consciente de la oleada en contra, matizó que sólo se debería acoger a aquellos a los que se pudiera garantizar un empleo.

En cuanto a vivienda, ya vimos, en su día, que ninguna institución lo tiene más fácil que el propio Vaticano, con las 5.000 magníficas propiedades inmobiliarias que controla el APSA y que podría poner a disposición de un número mucho mayor de inmigrantes y lograr, además, eso tan bonito de crear “una Iglesia pobre para los pobres”. Pero no, que en esto de exigir a los demás lo que no se aplican a sí mismos también se parecen a la opinión progresista que están adoptando como política oficial.

Lo último ha sido lo del jesuita Spadaro, director de Civiltà Catolica, bramando contra la idea del Gobierno de reintroducir la cruz en instituciones públicas como seña de identidad. Spadaro clama que la cruz no puede ser NUNCA (las mayúsculas no son mías) un signo identitario, aunque en su misma publicación decían exactamente lo contrario hace algún tiempo.

Naturalmente que la cruz no es sólo ni principalmente un símbolo cultural. Pero es inevitable que sea, también, un símbolo identitario de una civilización, la nuestra, que se ha forjado bajo el signo de la cruz. La diatriba recuerda a la del Cardenal Reinhard Marx, miembro del C9 y presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, cuando el gobierno de su Land natal, Baviera, tomó una decisión similar. 

Y si es extraño, pero quizá explicable, a base de jesuitismo retórico, que un clérigo se oponga a la instauración de la cruz en lugares públicos, el furor con que se ha lanzado a la polémica parece más fruto de una fobia que de un argumento.

Cuando una jerarquía desarrolla más furia e indignación contra la cruz que contra el abuso sexual de jovencitos quizá ha llegado el momento de abrir los ojos y decir “basta”.

Carlos Esteban