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martes, 29 de mayo de 2018

Francisco se refiere al aborto como “interrupción del embarazo” (Carlos Esteban)


De las credenciales provida de Su Santidad es difícil dudar. No es solo que, siendo Vicario de Cristo, no pueda por menos que reafirmar una obvia postura mantenida con absoluta claridad durante toda la historia de la Iglesia, sino que, además, ha repetido en numerosas ocasiones su condena tajante y sin paliativos al aborto.

Eso es lo que hace tan desconcertante que no haya dicho una sola palabra de ánimo dirigida a los votantes católicos irlandeses durante el referéndum sobre la despenalización del aborto en el único rincón de Europa donde todavía era ilegal para las madres acabar con sus hijos en su vientre, o de consuelo y esperanza después del descorazonador resultado.

Y es eso lo que hace incomprensible que ahora se refiera a esta atroz e implacable plaga moral como “interrupción del embarazo”.

Ha sido en el discurso dado con motivo de una audiencia a los miembros de la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas, donde ha dicho: 

“Por ello, que sea vuestro compromiso en sus respectivos países y a nivel internacional, cuidar este aspecto, interviniendo en ambientes especializados, pero también en las discusiones que se refieren a las legislaciones sobre temas éticos sensibles, como por ejemplo la interrupción del embarazo, el final de la vida y la medicina genética”.
¿Interrupción del embarazo? En la crucial batalla por las ideas, perder el modo correcto de llamar a las cosas es perder el combate antes incluso de iniciarlo. “Interrupción del embarazo” es el absurdo eufemismo pergeñado por la cultura de la muerte para disimular que se estaba eliminando a un ser humano con la aquiescencia de su propia madre. El embarazo no se puede ‘interrumpir’, solo frustrar; ¿o es que luego va a continuar, tras la interrupción?

No es ninguna exageración, ni es darle importancia a algo banal. El lenguaje es importante, mucho más en cuestiones tan graves y lábiles. Toda la disputa arriana, que a punto estuvo de convertir nuestra fe en una religión totalmente diferente -de hecho, así fue durante un largo periodo en amplias zonas de Europa, incluida España-, giraba en torno a una sola letra, la más pequeña del alfabeto griego, la iota: la diferencia entre ‘homousios’ (de igual naturaleza) y ‘homoiousios’ (de naturaleza semejante).

Publicamos a continuación el discurso dirigido por el Santo Padre a los presentes en la audiencia:

Discurso del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas:

Me complace daros la bienvenida y saludaros a todos, empezando por el Presidente, el Dr. John Lee, a quien agradezco sus palabras.

Vuestra calificación de “médicos católicos” os compromete a una formación permanente espiritual, moral y bioética con el fin de poner en práctica los principios evangélicos en la práctica médica, a partir de la relación médico-paciente hasta llegar a la actividad misionera de mejorar las condiciones de la salud de las poblaciones en las periferias del mundo. Vuestra obra es una forma peculiar de solidaridad humana y testimonio cristiano; de hecho, vuestro trabajo se enriquece con el espíritu de la fe. Y es importante que vuestras asociaciones se comprometan a sensibilizar sobre esos principios a los estudiantes de medicina y a los médicos jóvenes involucrándolos en las actividades asociativas.

La identidad católica no compromete vuestra colaboración con aquellos que, desde una perspectiva religiosa diferente o sin un credo específico, reconocen la dignidad y la excelencia de la persona humana como el criterio de su actividad. La Iglesia está a favor de la vida, y su preocupación es que nada esté en contra de la vida en la realidad de una existencia concreta, aunque sea débil o indefensa, aunque no esté desarrollada o sea poco avanzada. Ser médicos católicos, por lo tanto, es sentirse profesionales de la salud que, de la fe y de la comunión con la Iglesia, reciben el impulso para hacer cada vez más madura su formación cristiana y profesional, su dedicación incansable, e inagotable la necesidad de penetrar y conocer las leyes de naturaleza para servir mejor a la vida (véase PABLO VI, Carta Encíclica Humanae Vitae, 24).

Son conocidas la fidelidad y la coherencia con la que las asociaciones de vuestra Federación, en el curso de los años, han dado fe de su fisonomía católica, poniendo en práctica la enseñanza de la Iglesia y las directrices de su Magisterio en el ámbito médico-moral. Este criterio de reconocimiento y de acción ha favorecido vuestra colaboración en la misión de la Iglesia para promover y defender la vida humana desde su concepción hasta su fin natural, la calidad de la existencia, el respeto de los más débiles, la humanización de la medicina y su plena socialización.

Esta fidelidad ha conllevado y conlleva fatigas y dificultades que, en circunstancias particulares, pueden exigir mucho coraje. Continuad con serenidad y determinación por este camino, acompañando las intervenciones magisteriales en los ámbitos de la medicina con la correspondiente conciencia de sus implicaciones morales. Tampoco el campo de la medicina y la salud se ha librado, efectivamente, del avance del paradigma tecnocrático, de la adoración del poder humano sin límites, y de un relativismo práctico donde todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios intereses (cf. Lit. enc. Laudato si ‘, 122).

Frente a esta situación, estáis llamados a afirmar la centralidad del enfermo como persona y de su dignidad con sus derechos inalienables, in primis el derecho a la vida. Es necesario enfrentarse a la tendencia de envilecer al enfermo como si fuera una máquina que reparar, sin respetar los principios morales, y de explotar a los más débiles descartando lo que no corresponde a la ideología de la eficiencia y el beneficio. La defensa de la dimensión personal del paciente es esencial para la humanización de la medicina, en el sentido también de la “ecología humana”. 
Preocupaos por comprometeros en los respectivos países y en el ámbito internacional, interviniendo en los entornos especializados, pero también en los debates relativos a las legislaciones sobre cuestiones éticas delicadas, como la interrupción del embarazo, el final de la vida y la medicina genética. Que tampoco falte vuestra solicitud en defensa de la libertad de conciencia, de los médicos y de todos los trabajadores de la salud. No es aceptable que vuestra función se reduzca a la de un simple ejecutor de la voluntad del enfermo o a las exigencias del sistema sanitario en el que trabajáis.
En vuestro próximo congreso, que se celebrará en Zagreb en unos días, reflexionaréis sobre el tema “La santidad de la vida y la profesión médica, desde la Humanae vitae a la Laudato Si”. Esto también es un signo concreto de vuestra participación en la vida y la misión de la Iglesia. Esta participación, -como lo subrayó el Concilio Vaticano II, -es tan necesaria que "sin ella el mismo apostolado de los pastores muchas veces no puede conseguir plenamente su efecto". (Decr. Apostolicam Actuositatem,10). Sed cada vez más conscientes de que hoy es necesario y urgente que la acción del médico católico se presente con un carácter de claridad inconfundible en el ámbito tanto del testimonio personal como asociativo.

En este sentido, es deseable que las actividades de las Asociaciones de médicos católicos sean interdisciplinarias y también involucren otras realidades eclesiales. En particular, sabed armonizar vuestros esfuerzos con los de sacerdotes, religiosos y religiosas y de todos aquellos que trabajan en la pastoral de la salud, estando con ellos junto con las personas que sufren: tienen gran necesidad de vuestra contribución y de la suya. Sed ministros, además que de curas, de caridad fraterna, transmitiendo a cuantos os acercáis con la aportación de vuestros conocimientos, riqueza de humanidad y de compasión evangélica.

Queridos hermanos y hermanas, muchos os miran, así como a vuestra obra. Vuestras palabras, vuestros gestos, vuestros consejos, vuestras elecciones tienen un eco que va más allá del campo estrictamente profesional y se convierten, si son coherentes, en un testimonio de fe vivida. La profesión se eleva a la dignidad de un verdadero apostolado. Os animo a continuar el camino asociativo con alegría y generosidad, en colaboración con todas las personas e instituciones que comparten el amor de la vida y se esfuerzan por servirla en su dignidad y sacralidad. ¡Que la Virgen María, Salus infirmorum, apoye vuestros propósitos, a los que acompaño con mi Bendición! Y por favor, rezad por mí también. Gracias.


Carlos Esteban


COMENTARIO PERSONAL

Francisco tendrá que dar cuenta a Dios de sus actos, como todos tendremos que hacerlo. Pero esa expresión que ha utilizado de llamar  "interrupción del embarazo" a lo que es un crimen claro y manifiesto, cuyo nombre es aborto,  puesta en sus labios, reviste una  especial gravedad. Y por mucho que recemos por él, ¿cómo podrá salvarse cuando está produciendo tanto daño y tanta confusión en la Iglesia? ... ¡sin ningún tipo de arrepentimiento, como si no estuviera haciendo nada malo!

Tal vez sea por aquello de que, según él, los que mueren en pecado mortal no se condenan: simplemente se esfuman y desaparecen. Eso del infierno es un cuento chino. 

Dios quiera que él no experimente en su propio cuerpo esa atroz realidad. Dios no quiere que nadie se condene sino que todos se salven ... pero esta salvación está condicionada a nuestra respuesta amorosa a su amor y a la guarda de los mandamientos: ¿Habrá que recordar esta verdad elemental al Santo Padre? Y, en concreto, el quinto mandamiento, ese que dice: "No matarás".

Yo no soy quién para juzgar a nadie, y menos al Santo Padre, Vicario de Cristo en la Tierra. Ni siquiera a mí mismo me juzgo. Eso es algo que sólo Dios  puede hacer. Pero sí puedo -¡y debo!- razonar y pensar. Y, entre otras cosas y sobre todo, es mi obligación llamar a las cosas por su nombre. Por ejemplo: quien miente es un mentiroso, quien roba es un ladrón, quien mata es un asesino ... ¡Pues eso!
José Martí