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miércoles, 8 de marzo de 2023

La mala intención del feminismo 8-M



Los medios subvencionados no lo recordarán, pero para eso nació este periódico, para dar testimonio de que el 8 de marzo ya no es el Día de la Mujer, al menos no en España.
Hoy es el aniversario del día en el que un Gobierno infame negó una pandemia que ha matado alrededor de 150.000 españoles para que se pudiera celebrar un gran infectódromo feminista convocado bajo el lema de que el machismo mata mucho más que el coronavirus.
Sólo el recuerdo exacto de aquella mentira y de su letales efectos debería bastar para que la izquierda en la que se refugia el feminismo bajara la cabeza y balbuceara alguna disculpa. Pero no. La izquierda, y no digamos la ideología feminista, vive feliz y desmemoriada en un supremacismo moral que se complace, y por lo visto, hasta se autosatisface, en la idea de que el fin político justifica todas las mentiras.

Entre todas las mentiras feministas, la mayor es la de su lucha por la igualdad. El feminismo no quiere que hombres y mujeres tengamos los mismos derechos, obligaciones y oportunidades. El feminismo necesita la desigualdad. A ella se aplica hoy con la determinación que le proporciona el dinero de nuestros impuestos. Su método es el de ubicar a las mujeres en el seno de una supuesta clase oprimida para someterlas a la idea de que las españolas son víctimas de un inexistente sistema machista, patriarcal y violento.

Construido el falaz relato victimista sustentado desde todos los poderes y por todos los partidos, a excepción de Vox, el feminismo exige la reorganización de la sociedad española atacando sus estructuras fundamentales con leyes nuevas que alteren la realidad biológica y la realidad social sin importar el daño que puedan hacer.

Lo hemos comprobado con la Ley del sólo sí es sí, que daña de manera irreversible a las víctimas reales de la violencia sexual con una modificación incompetente de la tipicidad que conduce a un escenario de excarcelaciones y rebajas de pena que se prolongarán en el tiempo. Pero, sobre todo, que destruye de manera intencionada la presunción de inocencia al reorientar la carga de la valoración de la prueba.

Esta es la clave. No es tan grave la incompetencia demostrada por las feministas del Ministerio de Igualdad y por el Consejo de Ministros que aprobó como órgano colegiado ese nuevo régimen de unificación de los delitos sexuales que ha aligerado la pena de cientos —serán miles— de delincuentes sexuales, como la intención del Gobierno feminista de corromper el derecho fundamental a la presunción de inocencia. Yo sí te creo, hermana. Adiós al Derecho.

Por supuesto, no damos permiso a nadie para que concluya que por nuestra parte hay la menor simpatía hacia el delincuente sexual. Ni siquiera compasión. Si nos dejáramos llevar por la repugnancia que nos producen, tiraríamos al mar las llaves de sus celdas, en especial las de los pederastas. Nuestra simpatía está con el Derecho, con la presunción de inocencia sin la cual no hay Estado de Derecho y con la proporcionalidad de las penas.

Al feminismo empoderado que pagamos y padecemos, todo lo anterior le es indiferente. Su intención —de nuevo la intencionalidad—, es la de corromper desde el poder una de las estructuras fundamentales del Estado de Derecho con fines políticos espurios.

Por eso, no basta con modificar los errores de la Ley del sólo sí es sí como ayer aprobó una mayoría en el Congreso entre la rabia de Podemos y la oposición de filoetarras y golpistas (lo que refuerza la idea de que esta ley es dañina para España). Esta ley, como las leyes trans, ha de ser derogada y el feminismo de tercera ola que sufrimos, señalado como enemigo de una sociedad abierta, tolerante y avanzada en la que todas las personas, sin importar su sexo —como manda la Constitución—, tengan los mismos derechos y obligaciones. Y también las mismas oportunidades educativas y laborales para que puedan tomar las decisiones libérrimas que crean convenientes para la construcción de su propio futuro sin injerencias.

Eso, y no otra cosa, es la igualdad. La realidad nos dice que en las últimas décadas, y de una manera natural, España tocaba con los dedos ese ideal de igualdad en libertad como pocas naciones en el mundo. Hoy, gracias al feminismo de naturaleza cultural marxista que se manifestará desunido por sus propios errores y sus perversas intenciones, con leyes y cuotas nefastas, y con aliades desnortad@s como el Partido Popular, somos más desiguales y estamos más fracturados.

Hoy, de nuevo, no hay nada que celebrar. Sí mucho que recordar para cuando nos llamen a las urnas e intentemos reparar lo dañado. Ojalá cuanto antes.