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sábado, 16 de marzo de 2019

¡Basta ya de clericalismo manipulador de la doctrina! (F. Lacalle)



Los fieles laicos, los tan manoseados fieles laicos, tenemos un derecho estricto por parte de los pastores a que se nos transmita el depósito de la Revelación y los medios de santificación sacramentales.

Dice el Concilio Vaticano II (en su letra y en su espíritu) que “la Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia; fiel a este depósito todo el pueblo santo, unido con sus pastores en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, persevera constantemente en la fracción del pan y en la oración (cf. Act., 8,42), de suerte que prelados y fieles colaboran estrechamente en la conservación, en el ejercicio y en la profesión de la fe recibida”.

Pero el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer” (Dei Verbum, 10).

Todo clericalismo es –para empezar- una desviación de esta misión de servicio y de colaboración con los laicos. Atribuirse una potestad que no les corresponde, porque no fueron elegidos para eso. A, mí no me representan –jamás los voté-, representan a Jesucristo. Pero no le sustituyen, ni le enmiendan.

Los obispos alemanes, según se publica hoy, van a manosear durante los próximos meses nuestra fe, nuestra enseñanza moral, en nombre de Jesucristo. Lo ha explicado el cardenal Marx, al acabar una reunión del episcopado que ha abierto plazo hasta septiembre para una “discusión sinodal”.

Pues bien, no hay derecho a que se manosee la fe de la Iglesia y su perenne enseñanza moral. Tampoco bajo el lema del aggionarmento, ni bajo el procedimiento de la sinodalidad, ni bajo la excusa de la adaptación a los tiempos, ni so capa de “debates teológicos” que no deben estar encorsetados por autoridad alguna, ni aduciendo que se hace solo para el ámbito germánico.

No, señores sucesores de los Apóstoles, señor cardenal, ustedes no son quiénes para manosear un depósito que no les pertenece. Sinodalicen si quieren el celibato –Dios no lo quiera, pero es evidente que es un tema sobre el que pueden debatir hasta gastar todo el dinero de nuestras limosnas-, pero no sinodalicen la moral sexual. Si hay que explicarla mejor, dejen que los expertos hagan sus esfuerzos. Pero no: ustedes dicen querer cambiarla; es decir: abandonarla, traicionarla.

¿Es irrespetuoso pedir que el Santo Padre intervenga para evitar la confusión que semejantes discusiones en sede sinodal tienen para el Santo Pueblo de Dios? ¿No basta con la propaganda incesante de la cultura contemporánea y de los poderes del mundo, para que tengamos que escuchar las mismas sandeces de boca de los pastores impunes? ¿Qué hace el cardenal Marx en el consejo de los colaboradores más íntimos del Papa? ¿No añade esta cercanía fuerza a sus posiciones sembradoras de confusión –y a veces, sencillamente, de errores?

No hay que perder la esperanza, que lleva a perder la caridad y la comunión con los pastores y los demás fieles, y al final la fe. La esperanza es lo que parecen haber perdido estos pastores desanimados por su esterilidad, deslumbrados por los señuelos de la aprobación del mundo, llevados de aquí para allá por cualquier viento de doctrina…

Alegres en la esperanza, sin embargo, hay que gritar un ¡ya basta! Y practicar la tolerancia cero con lo que aparta de Jesucristo. 


Lo único bueno es que uno en días así lee los salmos con más intensidad y confianza que nunca (salmo 42):

1. Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa
contra gente sin piedad,
sálvame del hombre traidor y malvado.

2. Tú eres mi Dios y protector,
¿por qué me rechazas?,
¿por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo?

3. Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada.

4. Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío.

5. ¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabar

Fernando Lacalle